¡Recuerdos!
Siempre presentes, aunque naturalmente permanecían disimulados.
Y de pronto, a veces, como resultado de una especie de sacudida inesperada, surgían esos recuerdos claramente definidos, en color, brillantes y con movimiento, vivos.
Volvía a ser joven, más joven que ese hombre que tenía delante; lo bastante joven como para sentir la tragedia y el amor… con su muerte-en-vida en Solaria habiendo alcanzado su clímax en el amargo final del que ella había considerado como su primer "marido". (No, no iba a decir su nombre ahora, ni siquiera en el pensamiento.)
Más cerca aún de su vida de entonces fueron los meses de tremenda emoción con el segundo… no-hombre… al que consideraba como a tal.
Jander, el robot humanoide que le habían regalado y que hizo enteramente suyo, como su primer marido muerto repentinamente.
Y luego, por fin, estaba Elijah Baley que jamás fue su marido y al que solamente había visto dos veces, en dos años, y unas horas en cada ocasión. Elijah, cuya mejilla había tocado con su mano y en esa ocasión se ruborizó; cuyo cuerpo desnudo había tenido más tarde entre sus brazos y en esos momentos había ardido intensamente.
Y, por último, un tercer marido, con el que vivió tranquila y en paz, pagando con monotonía por su placidez y comprando con un firme olvido el alivio de volver a vivir.
Hasta que un día (no estaba segura de cuándo irrumpió en sus años soñolientos y tranquilos) Han Fastolfe, después de pedir permiso para visitarla, llegó caminando desde la vivienda adjunta.
Gladia le miró con cierta preocupación porque era un hombre demasiado ocupado para ir de visita sin motivo. Solamente habían transcurrido cinco años desde la crisis que colocara a Han como el principal estadista de Aurora. Era en todo, excepto de nombre, el Presidente del planeta y el verdadero caudillo de los mundos espaciales. Tenía muy poco tiempo para comportarse como un ser corriente.
Aquellos años dejaron su huella, y continuaron dejándola hasta su triste muerte, por considerarse un fracasado aunque nunca perdió una batalla. Kelden Amadiro, el que había sido derrotado, vivía cómodamente, como evidencia de que la victoria suele pagarse cara.
En medio de todo, Fastolfe continuó hablando con dulzura y mostrándose paciente, sin quejarse, pero incluso Gladia, apolítica y desinteresada por las infinitas maquinaciones del poder, sabía que su control de Aurora se mantenía firme gracias a un constante y férreo esfuerzo que le vaciaba de todo lo que hace la vida digna de vivirse y que lo mantenía, ¿o era al revés?, solamente por lo que consideraba el bien ¿de… qué? ¿de Aurora?, ¿de los espaciales?, ¿o simplemente el vago concepto del bien idealizado?
Ni lo sabía, ni quería preguntarlo.
Pero esto fue solamente cinco años después de la crisis. Todavía daba la impresión de ser un hombre joven y esperanzado y su rostro feo pero agradable aún era capaz de sonreír. Dijo:
—Tengo un mensaje para ti, Gladia.
—Espero que sea agradable —le contestó, correcta.
Había traído a Daneel consigo. Poder contemplar a Daneel con sincero afecto era una muestra de que las viejas heridas estaban cicatrizadas, que no dolían, porque Daneel era la copia exacta, en todo, hasta en el más insignificante detalle, de su difunto Jander. Podía hablarle aunque le contestara con la voz de Jander. Cinco años habían cicatrizado la úlcera y amortiguado el dolor.
—Así lo creo —dijo Fastolfe sonriendo amablemente—. Es de un viejo amigo.
—Es agradable saber que tengo viejos amigos —respondió tratando de no ser sarcástica.
—De Elijah Baley.
Los cinco años desaparecieron y sintió las punzadas de los recuerdos resucitados.
—¿Está bien? —preguntó con voz entrecortada después de un instante de angustioso silencio.
—Muy bien. Y lo que es más importante, está cerca.
—¿Cerca? ¿En Aurora?
—En órbita de Aurora. Sabe, o imagino que lo sabe, que no obtendrá permiso para aterrizar ni aunque yo hiciera valer toda mi influencia. Le gustaría verte, Gladia. Ha establecido contacto conmigo porque cree que yo puedo arreglar que visites su nave. Supongo que puedo conseguirlo, pero sólo si tú lo deseas. ¿Lo deseas?
—Yo no lo sé. Es demasiado inesperado para poder pensarlo.
—¿No sientes ningún impulso? —Esperó y luego prosiguió: —Dime la verdad, Gladia, ¿cómo te va con Santirix?
Le miró con los ojos desorbitados como si no comprendiera la razón por el cambio de tema… Después comprendió y dijo:
—Nos llevamos bien.
— ¿Eres feliz?
—Soy… No soy desgraciada.
—Esto no me suena a éxtasis.
—¿Cuánto tiempo puede durar el éxtasis…, si lo hubiera?
—¿Te propones tener hijos algún día?
—Sí.
—¿Te propones cambiar tu status marital?
Sacudió la cabeza con decisión.
—Todavía, no.
—Entonces, mi querida Gladia, si quieres el consejo de un hombre cansado, que se siente incómodamente viejo, rechaza la invitación. Recuerdo lo poco que me contaste después de que Baley abandonara Aurora y, a decir verdad, deduje mucho más de lo que tú quizá imaginas. Si lo ves, puedes decepcionarte, pensar que no está a la altura del profundo y cálido resplandor del recuerdo o, si no te decepciona, peor aún porque desbaratará una situación tal vez algo frágil que después no podrás recomponer.
Gladia, que había pensado precisamente lo mismo, encontró que la proposición requería plantearse en palabras para poder rechazarla; al fin dijo:
—No. Han, debo verle, pero me da miedo hacerlo sola. ¿No querrías venir conmigo?
Fastolfe sonrió débilmente.
—Yo no he sido invitado, Gladia. Y si lo fuera, me vería obligado a rechazarla. Hay una votación importante e inminente en el Consejo. Asuntos de Estado, ya sabes, de los que no puedo ausentarme.
—¡Pobre Han!
—En efecto, pobre de mí. Pero no puedes ir sola. Por lo que yo sé no sabes pilotear una nave.
—0h, bueno, creí que podría ir en…
—¿Una nave comercial? —Fastolfe movió la cabeza—. Imposible. Si fueras en un transporte comercial tendrías que subir a bordo de una nave de la Tierra ya en órbita y para eso precisarías un permiso especial, permiso que te llevaría semanas. Si no quieres ir, Gladia, no hace falta que digas que no deseas verle. El papeleo y trámites necesarios llevarían semanas, y estoy seguro de que él no puedo esperar tanto.
—Pero es que yo quiero verle —insistió Gladia, decidida.
—En ese caso puedes utilizar mi nave espacial privada y Daneel te acompañará. Sabe manejar los controles perfectamente y está tan ansioso como tú por ver a Baley. Sencillamente no informaremos del viaje.
—Pero tendrás problemas, Han.
—Quizá nadie se entere…, o simularán no enterarse. Si alguien me crea problemas, tendré que arreglármelas.
Gladia inclinó un momento la cabeza, pensativa, y dijo:
— Si no te importa, voy a ser egoísta y me arriesgaré a que tengas problemas. Han. Quiero ir.
—Entonces, ve.
Era una nave pequeña, más pequeña de lo que Gladia había imaginado; cómoda en cierto modo, pero por otra parte aterradora. Era lo bastante pequeña, después de todo, como para carecer de datos sobre seudo gravedad. La sensación de ingravidez, aun cuando la impulsaba a permitirse ciertos movimientos divertidos, le recordaba constantemente que se encontraba en un entorno anormal.
Era una espacial. Había más de cinco mil millones de espaciales repartidos por más de cincuenta mundos, todos orgullosos de su nombre.
Sin embargo, ¿cuántos de los que se decían espaciales eran realmente viajeros del espacio? Muy pocos. Quizás un ochenta por ciento no habían salido nunca de su mundo natal. Y del restante veinte por ciento, muy pocos habían cruzado el espacio más de dos o tres veces.
En realidad ella no era una espacial en el sentido literal de la palabra, pensaba con melancolía. Una vez (¡una vez!) había viajado a través del espacio, y fue, siete años atrás, de Solaria a Aurora. Ahora entraba por segunda vez en el espacio a bordo de un pequeño yate privado para un corto trayecto, más allá de la atmósfera, sólo unos cien mil kilómetros, con otra persona…, ni siquiera con otra persona como acompañante.
Miró otra vez a Daneel ocupado en la pequeña cabina de pilotaje.
Sólo podía verle una parte desde donde estaba sentado ante los controles.
Jamás había ido a ningún lado sólo con un robot a mano. Siempre había dispuesto de cientos, de miles a su alrededor, en Solaria. En Aurora disponía de docenas, de centenares…
Aquí no había más que uno.
—¡Daneel! —llamó.
—Sí señora —respondió sin dejar de atender los controles.
—¿Te complace volver a ver a Elijah Baley?
—No estoy seguro, señora, de cómo describir mejor mi estado interior. Pero muy bien puede ser análogo a lo que los humanos describirían como complacido.
—Pero debes sentir algo.
—Siento como si pudiera tomar decisiones más deprisa de lo que lo hago habitualmente; mis respuestas o reacciones me llegan con más facilidad; mis movimientos parecen requerir menos energía. En términos generales yo lo interpretaría como una sensación de bienestar. Por lo menos he oído
emplear esta palabra a los seres humanos y creo que sirve para describir algo análogo a las sensaciones que yo experimento ahora.
—Pero ¿y si te dijera que quiero verlo a solas?
—Entonces habría que arreglarlo.
—¿Aunque eso significara que no vas a verlo?
—Sí, señora.
—¿Y no te sentirías decepcionado? Quiero decir, ¿no tendrías la sensación de que esto era lo contrario al bienestar? ¿Tus decisiones llegarían menos rápidamente, tus respuestas con menor facilidad, tus movimientos requerirían más energía y así sucesivamente?
—No, señora; porque experimentaría una sensación de bienestar al obedecer sus órdenes.
—Tu sensación de bienestar atañe a la tercera ley, y obedecer mis órdenes a la segunda ley, y la segunda ley es preferente, ¿verdad?
—Sí, señora.
Gladia volvió a luchar contra su curiosidad. Jamás se le hubiera ocurrido interrogar de aquel modo a un robot ordinario. Un robot es una máquina, pero no podía pensar en Daneel como en una máquina, como cinco años antes había sido incapaz de considerar a Jander como a una máquina. Pero con Jander había surgido la pasión ardiente y ésta se había acabado con el propio Jander. Pese a su similitud con aquél, Daneel no podía hacer que las cenizas volvieran a encenderse. Con él cabía solamente la curiosidad intelectual.
—¿No te molesta, Daneel, sentirte tan sujeto por las leyes?
—No puedo imaginar otra cosa, señora.
—Toda mi vida me he sentido sujeta por el tirón de la gravedad, incluso en mi anterior viaje en una nave espacial, pero puedo imaginarme libre de ella. Y aquí estoy, en efecto, sin gravedad.
— ¿Y le gusta, señora?
—En cierto modo, sí.
—¿Le produce incomodidad?
—En cierto modo, también.
—A veces, señora, cuando pienso que los seres humanos no están sometidos a las leyes, me siento incómodo.
— ¿Por qué, Daneel? ¿Has tratado alguna vez de razonar y preguntarte por qué con la falta de ley te sientes incómodo?
Daneel tardó un instante en contestar.
—Sí, señora, pero no creo que me preocuparan estas cosas de no ser por mi breve asociación con el colega Elijah. Tenía una forma de…
—Sí, lo sé. Le interesaba todo. Tenía tal inquietud que le llevaba a preguntar en todo momento y en todas direcciones.
—Así parecía. Y yo intentaba ser como él y preguntar. Así que me pregunté qué podía ser no depender de la ley y encontré que no podía imaginar lo que sería, excepto que podía ser como un humano y esto me inquietó. Y me pregunté, como me ha preguntado usted, por qué me inquietaba.
—¿Y qué te contestaste?
—Pasado mucho tiempo, decidí que las tres leyes gobiernan el modo como se comportan mis circuitos positrónicos. En todo momento, bajo todos los estímulos, las leyes marcan la dirección e intensidad de la corriente positrónica a lo largo de esos circuitos, de modo que sé siempre lo que debo hacer. No obstante, el nivel de conocimiento no es siempre el mismo.
Hay veces en que el hacer-lo-que-debo está menos coaccionado que otras.
Siempre he notado que cuanto más bajo es un positronomotivo potencial, tanto más lejana es la certeza de decisión respecto de la acción a emprender.
Y cuanto más lejos estoy de la certeza, más cerca estoy del malestar.
Decidir un acto en un milisegundo antes que en un nanosegundo produce una sensación que no desearía que se prolongara. Así, pues, me digo, ¿qué pasaría si careciera totalmente de leyes como los humanos? ¿Qué pasaría si no pudiera tomar una decisión clara sobre de qué modo reaccionar ante un determinado conjunto de condiciones? No lo podría soportar y no pienso voluntariamente en ello.
—Pero lo haces, Daneel —observó Gladia—. Lo estás pensando ahora.
—Sólo debido a mi asociación con Elijah. Le observé en momentos en que él se sentía incapaz de tomar una decisión dada la desconcertante naturaleza de los problemas que se te planteaban. Se hallaba claramente en un estado de ansiedad, ansiedad que yo también sentía porque no sabía cómo ayudarle para hacerle más llevadera la situación. Es posible que yo solamente captara una pequeña parte de lo que él sentía entonces. Si hubiera captado mucho más, y comprendido mejor las consecuencias de su incapacidad para tomar una decisión, podría haber podido…— Titubeó.
—¿Dejar de funcionar? ¿Ser desactivado? —concluyó Gladia, pensando breve y dolorosamente en Jander.
—Sí señora. Mi falla en comprender puede ser un dispositivo protector contra lesiones a mi cerebro positrónico. Pero me fijé en que por dolorosa que Elijah Baley encontrara su indecisión, continuó esforzándose en resolver su problema. Y yo le admiré profundamente por eso.
—Entonces eres capaz de sentir admiración, ¿verdad?
Daneel contestó solemnemente:
—Utilizo la palabra como he oído utilizarla a los seres humanos. Desconozco la palabra adecuada para expresar la impresión que causaron en mí esos actos de Elijah Baley.
Gladia asintió, luego dijo:
—Sin embargo, hay reglas que gobiernan las reacciones humanas también; ciertos instintos, impulsos, enseñanzas.
—Así piensa también el amigo Giskard, señora.
—Vaya.
—Pero lo encuentra demasiado complicado para analizarlo. Se pregunta si algún día se desarrollará un sistema para analizar matemáticamente el comportamiento humano, y de ello derivar leyes concluyentes que expresarían las reglas de ese comportamiento.
—Lo dudo —dijo Gladia.
—Tampoco está muy convencido mi amigo Giskard. Piensa que pasará mucho tiempo hasta que se desarrolle este sistema.
—Muchísimo tiempo, diría yo.
—Y ahora —anunció Daneel— nos acercamos ya a la nave de la Tierra y debemos realizar el atraque, que no es fácil.
A Gladia le pareció que tardaban más tiempo en atracar que en entrar en la órbita de la nave de la Tierra.
Daneel no perdió la calma en ningún momento, pero tampoco podía hacer otra cosa…, y le aseguró que todas las naves humabas podían ensamblarse sin tener en cuenta las diferencias de tamaño y modelo.
—Como los seres humanos —comentó Gladia con una sonrisa forzada, pero Daneel no dijo nada. Se concentró en los delicados ajustes que tenían que hacerse. El ensamblaje era siempre posible, pero no siempre fácil, al parecer.
Gladia se sintió cada vez más inquieta. Los hombres de la Tierra tenían una vida corta y envejecían rápidamente. Habían pasado cinco años desde que viera a Elijah. ¿Cuánto habría envejecido en este tiempo?
¿Qué aspecto tendría? ¿Sería capaz de no demostrar sorpresa u horror ante su cambio?
Fuera cual fuese su aspecto, seguiría siendo el Elijah hacia el que su gratitud no tenía límites.
¿Era eso? ¿Gratitud?
Notó que sus manos estaban tan apretadas que los brazos le dolían. Solamente con un gran esfuerzo consiguió relajarse.
Supo el momento en que terminó el ensamblaje. La nave de la Tierra era lo bastante grande como para poseer un generador de seudo gravedad, y en el momento del atraque el campo de gravitación se amplió para incluir al pequeño yate. Percibió un ligero efecto de rotación cuando la dirección hacia el suelo se transformó en "abajo" y Gladia sintió una angustiosa caída de varios centímetros. Por el impacto se le doblaron las rodillas y cayó contra la pared.
Se enderezó con cierta dificultad y le dio rabia no haberse anticipado al cambio y estar preparada para ello.
Daneel anunció innecesariamente:
—Hemos atracado, señora. El compañero Elijah pide permiso para subir a bordo.
—No faltaba más, Daneel.
Se oyó un chirrido y una parte de la pared se dilató. Una figura agachada pasó a través de ella y la pared volvió a contraerse tras él.
La figura se enderezó y Gladia musitó:
—¡Elijah! —Y se sintió inundada de alegría y alivio. Le pareció que tenía el cabello más canoso, pero seguía siendo el mismo Elijah. No había otro cambio visible, ningún envejecimiento aparente.
La miró sonriente por un momento, pareció devorarla con los ojos.
Luego levantó un dedo, como diciéndole '' ¡Espera!" y anduvo hacia Daneel.
—¡Daneel! —Tomó al robot por los hombros y lo sacudió. —No has cambiado nada. ¡Josafat! Eres la constante de nuestras vidas.
—Colega Elijah, ¡me alegro de volver a verte!
—Y yo de oírme llamar colega otra vez. ¡Ojalá lo siguieras viendo! Esta es la quinta vez que te veo, pero es la primera que no tengo ningún problema que resolver. Ni siquiera soy ya un funcionario. He dimitido y ahora soy un emigrante a uno de los nuevos mundos. Dime, Daneel, ¿por qué no viniste con el doctor Fastolfe, cuando visitó la Tierra hace tres años?
—Por decisión del propio doctor Fastolfe. Creyó mejor llevar a Giskard.
—Me sentí decepcionado, Daneel.
—Me hubiera gustado mucho verte, colega Elijah, pero el doctor Fastolfe me contó después que el viaje había sido sumamente afortunado, así que quizá su decisión fue la apropiada.
—Sí, tuvo mucho éxito, Daneel. Antes de la visita, el gobierno de la Tierra se mostraba reacio a cooperar en el proceso de colonización, pero ahora todo el planeta se agita y late y millones de personas están deseando marcharse. No tenemos naves para acomodarlos a todos, ni siquiera con la ayuda de Aurora, y no tenemos mundos donde recibirles, porque cada mundo debe ser adaptado. En el mundo donde voy yo, su oxígeno libre está muy bajo, vamos a tener que vivir en ciudades protegidas por cúpulas durante generaciones, mientras la vegetación del tipo de la Tierra se vaya extendiendo por todo el planeta. —Sus ojos no dejaban de volverse hacia Gladia que esperaba, sentada, sonriéndole.
—Era de esperar —dijo Daniel—. Por lo que me he enterado de la historia humana, también los mundos espaciales pasaron por un proceso de terraformación.
—¡Ya lo creo! Y gracias a esa experiencia, ahora podemos llevar a cabo el proceso más rápidamente. Pero me gustaría que te quedaras en la cabina de pilotaje por un momento, Daneel. Tengo que hablar con Gladia.
Daneel pasó bajo el arco de la puerta que conducía a la cabina y Baley miró a Gladia inquisitivamente indicando hacia un lado con la mano.
Comprendiéndole, se acercó a tocar el contacto que hacía correr silenciosamente el panel que cerraba la puerta. Se habían quedado solos.
Baley alargó las manos:
—¡Gladia!
Ella las tomó entre las suyas sin darse cuenta siquiera de que no llevaba guantes y comentó:
—De haberse quedado Daneel no nos habría molestado.
—Físicamente no, pero sí psicológicamente.— Baley sonrió con tristeza y añadió: —Perdóname Gladia, pero tenía que hablar primero con Daneel.
—Le conociste antes que a mí —murmuró con dulzura—. Tiene preferencia.
—No la tiene, pero no tiene defensas. Si tú estás molesta conmigo, Gladia, puedes pegarme si lo deseas. Daneel no puede. Yo puedo ignorarle, echarle, tratarle como si fuera un robot, y se vería obligado a obedecer y seguir siendo el mismo compañero leal y sin quejarse.
—El caso es que es un robot, Elijah.
—Pero para mí, jamás, Gladia. Mi mente sabe que es un robot y que no tiene sentimientos al estilo humano, pero mi corazón le considera humano y debo tratarle como tal. Quise pedirle al doctor Fastolfe que me permitiera llevármelo conmigo, pero en los nuevos mundos de colonos, los robots no están permitidos.
—¿Has soñado alguna vez llevarme contigo, Elijah?
—Los espaciales, tampoco.
—Me parece que ustedes los de la Tierra son tan exageradamente exclusivistas como nosotros los espaciales.
—Es una locura por ambos lados. Pero incluso si fuéramos sensatos, tampoco te llevaría. No podrías soportar aquella vida y yo nunca tendría la seguridad de que tus dispositivos de inmunidad funcionaran debidamente. Tendría miedo de que murieras rápidamente de cualquier pequeña infección o de que vivieras demasiado y vieras morir a nuestras generaciones. Perdóname, Gladia.
—¿Por qué, querido Elijah?
—Por… esto. —Alargó las manos, palmas arriba, a ambos lados. —Por pedir verte.
—Me alegra que lo hayas hecho. Yo también quería verte.
—Lo sé. Traté de no hacerlo, pero la idea de estar en el espacio y no detenerme en Aurora me destrozaba. Y como ves, Gladia, no nos sirve de nada. Significa solamente otra despedida que también me destrozará.
Por eso es por lo que no te he escrito; por lo que no he tratado nunca de alcanzarte por hiperonda. Te lo habrás preguntado mil veces.
—Realmente, no. Coincido contigo en que no podía ser. Lo habría hecho todo mucho más difícil. Sin embargo, te escribí muchas veces.
—¿De veras? Pues no recibí ninguna carta.
—Nunca las eché al correo. Después de escribirlas, las destruía.
—Pero, ¿por qué?
—Porque, Elijah, ninguna carta particular puede enviarse a la Tierra desde Aurora sin pasar por las manos del censor y yo no te escribí ninguna carta que pudiera ver el censor. Si tú me hubieras escrito, te aseguro que ninguna hubiera llegado a mis manos por inocente que fuera. Pensé que ésta era la razón de no recibir yo ninguna carta tuya. Ahora que me entero de que desconocías la situación me alegra extraordinariamente saber que no fuiste lo bastante loco como para querer seguir en contacto conmigo. No habrías podido comprender que nunca contestara.
—¿Y cómo he podido verte ahora? —preguntó Baley.
—Te aseguro que no ha sido legalmente. He utilizado la nave privada del doctor Fastolfe, para poder cruzar la frontera sin que los guardias me pidieran explicaciones. Si esta nave no fuese la del doctor Fastolfe, me habrían detenido y devuelto. Yo supuse que así lo entenderías y que por ello te pusiste en contacto con Han, sin intentar localizarme directamente.
—No entendí nada. Estoy aquí, sentado, y maravillado de la doble ignorancia que me ha mantenido a salvo. Triple ignorancia, porque por no saber, no sabia ni la adecuada combinación de hiperonda que me hubiera comunicado contigo y no me vi con ánimos de enfrentarme a la dificultad de encontrar tu combinación en la Tierra. No hubiera podido conseguirlo particularmente y ya había habido suficientes comentarios sobre nosotros en toda la Galaxia, gracias a ese idiota drama de hiperonda que dieron por las subondas, después de Solaria. De no haber sido por eso, te aseguro que lo hubiera intentado. No obstante, tenía la combinación del doctor Fastolfe, y una vez que me encontré en órbita alrededor de Aurora, me puse inmediatamente en contacto con él.
—En todo caso, aquí estamos.
Gladia se sentó sobre la litera y le tendió las manos. Baley las tomó y trató de sentarse en un escabel, pero ella le atrajo insistentemente hacia la litera y le hizo sentarse a su lado.
—¿Cómo va todo, Gladia? —le preguntó, turbado.
—Muy bien. ¿Y a ti, Elijah?
—Me estoy haciendo viejo. Hace tres semanas cumplí cincuenta años.
—Cincuenta no es… —Se calló en seco.
—Para uno de la Tierra sí es ser viejo. Tenemos la vida corta, ya lo sabes.
—Incluso para uno de la Tierra, cincuenta no es ser viejo. No has cambiado.
—Eres muy amable, pero puedo decirte dónde se han multiplicado los crujidos. Gladia…
—¿Sí, Elijah?
—Tengo que hacerte una pregunta. Tú y Santirix Gremionis.
Gladia asintió sonriendo:
—Es mi marido. Seguí tu consejo.
—¿Y ha resultado bien?
—Bastante bien. La vida es agradable.
—Me alegro. Espero que dure.
—Nada dura siglos, Elijah, pero podría durar años; tal vez incluso décadas.
—¿Tienes hijos?
—Todavía no. ¿Y tu familia, tu hijo, tu mujer?
—Bentley marchó a las Colonias hace dos años. En realidad voy a reunirme con él. Es un personaje muy importante en el mundo a donde me dirijo. Sólo tiene veinticuatro años y ya se le tiene en cuenta. —Los ojos de Baley brillaron.— Creo que tendré que dirigirme a él llamándole Señoría. Por lo menos en público.
—Estupendo. Y la señora Baley, ¿va contigo?
—¿Jessie? No. No quiere abandonar la Tierra. Le expliqué que viviríamos bajo cúpulas una larga temporada, así que no le resultaría tan distinto de la Tierra. Más primitivo, claro. Puede que con el tiempo cambie de opinión. Se lo organizaré tan cómodamente como pueda y una vez instalado, pediré a Bentley que vaya y la recoja. Para entonces puede que se sienta tan sola que esté dispuesta a venir. Ya veremos.
—Pero, entretanto, estás solo.
—Hay más de cien emigrantes a bordo de esta nave, así que no me siento tan solo.
—Están del otro lado del punto de atraque, y yo también estoy sola.
Baley echó una mirada breve e involuntaria hacia la cabina de mando y Gladia se corrigió:
—Excepto Daneel, claro, al otro lado de la puerta y que es un robot, por mucho que lo consideres una persona. Y, bueno, no habrás querido verme sólo para que podamos preguntarnos por nuestras familias.
La expresión de Baley fue grave, casi angustiada:
—Yo no puedo pedirte…
—Entonces te lo pido yo. Esta litera no está diseñada para una actividad sexual, pero deberás arriesgarte a la posibilidad de caer al suelo, creo.
Baley vaciló:
—Gladia, no puedo negarte que…
—Oh, Elijah, no te embarques en una disertación infinita para tranquilizar tu moral terrícola. Me ofrezco a ti de acuerdo con la costumbre aurorana. Tienes derecho a rechazarme y no tengo derecho a cuestionar la negativa,..; pero la cuestionaría con todas mis fuerzas. He decidido que el derecho a rehusar pertenece sólo a los auroranos. No lo aceptaré de un hombre de la Tierra.
Baley suspiró:
—Ya no pertenezco a la Tierra, Gladia.
—Pues todavía puedo aceptarlo menos de un miserable inmigrante destinado a un planeta bárbaro en el que tendrá que vivir agachado bajo una cúpula… ¡Elijah, hemos tenido tan poco tiempo!, y, ahora mismo, ¡tenemos tan poco! Puede que no vuelva a verte. Este encuentro es tan absolutamente inesperado que sería un crimen cósmico desperdiciarlo.
—Gladia, ¿de verdad quieres a un viejo?
—Elijah, ¿de verdad quieres que te lo suplique?
—Es que estoy avergonzado.
—Entonces, cierra los ojos.
—Quiero decir de mi persona…, de mi cuerpo decrépito.
—Entonces, sufre. La estúpida opinión que tienes de ti mismo no tiene nada que ver conmigo.— Y se echó en sus brazos mientras su túnica se desprendía.
Gladia percibió muchas cosas, todas simultáneamente.
Se dio cuenta de la maravilla de la constancia, porque Elijah era tal como lo recordaba. Los cinco años transcurridos no habían cambiado nada. No había vivido al calor de un recuerdo exageradamente idealizado. Seguía siendo Elijah.
Se dio cuenta también del desconcierto de sus diferencias. Su sentimiento intensificó el convencimiento de que Santirix Gremionis, sin una sola falla que pudiera definir, era todo él una falla. Santirix era afectuoso, dulce, racional, razonablemente inteligente… y gris. Por qué era gris, no sabría decirlo, pero nada de lo que hiciera, o dijera podía excitarla como lo lograba Baley, incluso cuando no hacía ni decía nada. Baley era más viejo en años, más viejo fisiológicamente, no tan bello como Santirix, y, lo que era más grave, Baley llevaba consigo un aire indefinible de decadencia, un aura de envejecimiento y vida breve propio de los de la Tierra.
No obstante…
Se dio cuenta de la insensatez de los hombres, de Elijah acercándosele indeciso, con una total ignorancia del efecto que le causaba.
Se dio cuenta de su ausencia, porque había ido a hablar con Daniel que iba a ser el último como había sido el primero. Los de la Tierra temían y odiaban a los robots y, no obstante, Elijah, sabiendo de sobra que Daniel era un robot, le trataba como a una persona. Por el contrario, los espaciales que querían a sus robots y no se encontraban nunca cómodos en su ausencia, nunca les considerarían más que como máquinas.
Y más que nada, se daba cuenta del tiempo. Sabía que habían transcurrido exactamente tres horas y veinticinco minutos desde que Elijah entrara en la pequeña nave de Han Fastolfe y sabía, además, que no podía permitir que transcurriera más tiempo.
Cuanto más permaneciera fuera de la superficie de Aurora y más siguiera la nave de Baley en órbita, más probable sería que alguien se diera cuenta o, si ya lo habían observado, como parecía casi seguro, más lógico sería que alguien sintiera curiosidad, y empezara a investigar. En este caso, Fastolfe se vería envuelto en un molesto embrollo.
Baley salió de la cabina y miró a Gladia con tristeza:
—Gladia, ya tengo que irme.
—Lo sé bien.
—Daneel cuidará de ti —le dijo—. Será tu amigo, tu protector y tú debes ser una amiga para él en recuerdo mío. Pero es a Giskard a quien quiero que hagas caso. Deja que sea tu consejero.
Gladia frunció en entrecejo:
—¿Por qué Giskard? No estoy segura de que me guste.
—No te pido que te guste. Te pido que "confíes" en él.
—Pero, ¿por qué Elijah?
—No puedo decírtelo. También en esto debes confiar en mí.
Se miraron y no dijeron más. Era como si el silencio detuviera el tiempo, les permitiera agarrarse a los segundos que les quedaban y les mantuviera inmóviles.
Pero no podía durar más. Baley dijo:
—¿No te arrepientes?
—¿Cómo puedo arrepentirme —musitó Gladia— siendo posible que no vuelva a verte más?
Baley hizo como si fuera a contestarle, pero ella apoyó su pequeño puño contra la boca.
—No mientas innecesariamente. Puede que no vuelva a verte más.
Y nunca más volvió a verle.
Con verdadero pesar se sintió arrastrada a través de aquellos años desérticos y muertos y volver una vez más al presente.
"Nunca más –pensó—. Nunca."
Se había escudado contra el recuerdo agridulce durante tanto tiempo, que ahora se sentía hundida en él otra vez, pero era un recuerdo más amargo que dulce porque había visto a esta persona, Mandamus, porque Giskard se lo había pedido y porque tenía la obligación de confiar en Giskard. Era su último ruego.
Se concentró en el presente. (¿Cuánto tiempo había transcurrido?)
Mandamus la observaba fríamente. Dijo:
—Por su reacción, Gladia, deduzco que es verdad. No podía habérmelo dicho más claramente.
—¿Qué es lo que es verdad? ¿De qué me está hablando?
—Que vio al terrícola Elijah Baley cinco años después de su visita a Aurora. Su nave estaba en órbita y usted viajó para verle y estar con él, en la época en que concibió a su hijo.
—¿Qué pruebas tiene de ello?
—Señora, no fue un verdadero secreto. La nave de la Tierra fue detectada en su órbita. La nave de Fastolfe fue detectada en su vuelo. Se la vio atracar. No era Fastolfe el que viajaba a bordo de la nave, así que se presumió que era usted. La influencia del doctor Fastolfe fue suficiente para que no quedara constancia.
—Si no quedó constancia, no hay pruebas.
—No obstante, el doctor Amadiro ha dedicado los dos tercios de su vida a seguir los movimientos del doctor Fastolfe con ojos de odio. Hubo siempre funcionarios que estaban en cuerpo y alma de acuerdo con la política del doctor Amadiro de reservar la Galaxia para los espaciales y ellos le informaban calladamente de todo lo que él deseaba saber. El doctor Amadiro se enteró de su escapada casi tan pronto como ocurrió.
—Sigue sin ser ninguna prueba. La palabra, sin respaldo de un funcionario en busca de favores, no cuenta. Amadiro tampoco hizo nada porque incluso él sabia que no tenía pruebas.
—Ninguna prueba con la que poder acusar a alguien de adulterio; ninguna prueba para poder causar problemas a Fastolfe; pero suficiente evidencia para sospechar que yo soy descendiente de Baley y por lo tanto destrozar mi carrera.
—Deje de estar preocupado —dijo Gladia con amargura—. Mi hijo es el hijo de Santirix Gremionis, un verdadero aurorano, y es de ese hijo de Gremionis del que usted desciende.
—Convénzame de ello, señora. No pido más. Convénzame de que se trasladó a esa órbita y que pasó horas a solas con el de la Tierra y que, en todo ese tiempo, hablaron.., tal vez, de política…, que discutieron de tiempos pasados y viejos amigos, que se contaron chistes, que no se tocaron jamás. Convénzame.
—Lo que hicimos no importa, así que ahórreme su sarcasmo. En la época en que le vi, ya estaba embarazada de mi entonces marido. Llevaba un feto de tres meses, un feto aurorano.
—¿Cómo puede probarlo?
—¿Por qué tendría que probarlo? La fecha del nacimiento de mi hijo está registrada y Amadiro debe saber la fecha de mi visita al terrícola.
—Se le comunicó en su momento, como le he dicho, pero veinte décadas han transcurrido y no la recuerda con exactitud. La visita no es material de registro y no puede buscar confirmación. Me temo que el doctor Amadiro preferiría creer que fue nueve meses antes del nacimiento de su hijo cuando se vio usted con el terrícola.
—Seis meses.
—Demuéstrelo.
—Le doy mi palabra.
—Es inteligente.
—Bien, pues… Daneel, tú estabas conmigo. ¿Cuándo visité a Elijah Baley?
—Gladia, fue ciento setenta y tres días antes del nacimiento de su hijo.
—Lo que es, más o menos, seis meses antes —observó Gladia.
—Es insuficiente —repitió Mandamus.
Gladia levantó la barbilla, agresiva:
—La memoria de Daneel es perfecta, como puede demostrarse fácilmente, y la declaración de un robot se acepta como evidencia en los tribunales de Aurora.
—Esto no es un caso para los tribunales, ni lo será, y la memoria de Daneel no cuenta para el doctor Amadiro. Daneel fue construido por Fastolfe y conservado por Fastolfe durante casi dos siglos. No podemos saber qué modificaciones fueron introducidas o en qué forma fue instruido para tratar los asuntos relacionados con el doctor Amadiro.
—Entonces, razone, hombre. Los terrícolas son diferentes genéticamente de nosotros. Virtualmente somos especies distintas. No podemos interfecundarnos.
—No ha sido probado.
—Bien, pues existen datos genéticos. Los de Darrel. Los de Santirix. Compárelos. Si mi ex marido no fuera su padre, las diferencias genéticas le harían inconfundible.
—Los datos genéticos no están a disposición de todo el mundo. Lo sabe de sobra.
—Amadiro no es tan esclavo de consideraciones éticas. Tiene influencia para verlos ilegalmente… ¿O teme que contradigan su hipótesis?
—Sea cual fuere su motivo, señora, no traicionará jamás el derecho de un aurorano a la intimidad.
—Pues váyase al espacio y ahóguese en el vacío —dijo Gladia—.
Si su Amadiro se niega a convencerse, ya no es asunto mío. Usted, por lo menos, debería convencerse y su trabajo consiste en convencer a Amadiro. Si no puede hacerlo y su carrera no progresa como usted desearía, por favor, tenga la seguridad de que es enteramente cosa suya y no mía.
—No me sorprende. No esperaba más. En cuanto a este asunto estoy convencido. Yo sencillamente esperaba que pudiera darme usted algo tangible para convencer al doctor Amadiro. No lo ha hecho,
Gladia se encogió de hombros, despectiva.
—Utilizaré otros métodos —dijo Mandamus.
—Me alegra que los tenga.
Mandamus añadió en voz baja, como sin darse cuenta de que no estaba solo.
—Yo también. Todavía me quedan métodos más poderosos.
—Estupendo. Le sugiero que trate de chantajear a Amadiro. Debe de tener mucho con qué chantajearle.
—No sea loca.
—Puede marcharse ahora mismo. Creo que he soportado de usted todo lo que deseo soportar. ¡Fuera de mi casa!
Mandamus alzó los brazos.
—Espere. Le dije al principio que había dos razones para visitarla: una personal y otra estatal. He dedicado demasiado tiempo a la primera, debo rogarle cinco minutos para discutir la segunda.
—No le voy a conceder más de cinco minutos.
—Hay alguien más que desea verla. Un terrícola o, por lo menos, un miembro de uno de los mundos colonizados, un descendiente de la Tierra.
—Dígale que ni los terrícolas ni sus descendientes colonos están autorizados en Aurora, y despídale. ¿Qué tengo yo que ver con él?
—Desgraciadamente, señora, en los últimos siglos el equilibrio de poder ha variado algo. Los terrícolas tienen más mundos que nosotros, y siempre han dispuesto de mayor población. Poseen más naves aunque éstas no sean tan avanzadas como las nuestras y debido a su escasa longevidad y a su fecundidad, están aparentemente más dispuestos a morir que nosotros.
—Lo último no lo creo.
—¿Por qué no? —sonrió Mandamus—. Ocho décadas significan menos que cuarenta. En todo caso, debemos tratarlos correctamente, mucho mejor que en tiempos de Elijah Baley. Si le sirve de consuelo, es la política de Fastolfe la que creó esta situación.
—A propósito, ¿por boca de quién habla? ¿Es Amadiro el que ahora se ve obligado a ser correcto con los colonos?
—No, en realidad es el Consejo.
—¿Y viene en nombre del Consejo?
—No oficialmente, pero me han pedido que la informe…, no oficialmente, de esta petición.
—Y si veo a ese colono, ¿para qué? ¿Para qué quiere verme?
—Esto es lo que no sabemos, señora. Contamos con que usted nos lo diga. Usted tiene que recibirle, averiguar qué quiere, e informarnos.
—¿Quién es "nos"?
—El Consejo, como le he dicho. El colono llegará aquí, a su casa, esta noche.
—Parece asumir que no tengo elección y que debo aceptar la posición de informadora.
Mandamus se levantó. Claramente había terminado su misión.
—No va a ser una "informadora". No debe nada a ese colono. Simplemente informará a su gobierno, como leal ciudadana de Aurora, dispuesta e, incluso, ansiosa de poder hacerlo. No querrá que el Consejo suponga que su nacimiento solario ha mermado de algún modo su patriotismo.
—Señor, he sido ciudadana de Aurora por más de cuatro veces su edad.
—Indudablemente, pero nació y creció en Solaria. Es usted una peculiar anomalía, una aurorana nacida en el extranjero, y esto es difícil de olvidar. Y resulta especialmente cierto, pues el colono desea verle más que a otra persona de Aurora, precisamente por haber nacido en Solaria.
—¿Y cómo lo sabe usted?
—Es fácil de suponer. La identifica como a "la mujer solariana". Nosotros sentimos curiosidad por saber qué significa eso para él…, ahora que Solaria no existe.
—Pregúnteselo.
—Preferimos preguntárselo a usted después de que usted se lo pregunte a él. Debo pedirle permiso para retirarme ahora y darle las gracias por su hospitalidad.
Mandamus se dirigió hacia la entrada que conducía a la puerta principal, seguido de cerca por sus robots.
Se detuvo antes de abandonar la estancia, se volvió, y dijo:
—Casi se me había olvidado.
—¿El qué?
—El colono que desea verla tiene un apellido que, por curiosa coincidencia, es Baley.