— XLVIII —

Como se arranca el hierro de una herida

su amor de las entrañas me arranqué,

aunque sentí al hacerlo que la vida

¡me arrancaba con él!

Del altar que le alcé en el alma mía

la voluntad su imagen arrojó,

y la luz de la fe que en ella ardía

ante el ara desierta se apagó.

Aún para combatir mi empeño

viene a mi mente su visión tenaz…

¡Cuándo podré dormir con ese sueño

en que acaba el soñar!