Doniger se paseaba de un lado a otro por el escenario a oscuras. En el auditorio, los tres ejecutivos, sentados en sus cabinas, lo observaban en silencio.
—Tarde o temprano —dijo— el artificio del entretenimiento… un entretenimiento continuo, incesante… impulsará a la gente a buscar autenticidad. «Autenticidad» será la palabra que abra todas las puertas en el siglo XXI. ¿Y qué es auténtico? Todo aquello que no está concebido y estructurado para obtener un beneficio. Todo aquello que no está controlado por las multinacionales. Todo aquello que existe por sí mismo, que adopta su propia forma. ¿Y qué es lo más auténtico que conocemos? El pasado.
»El pasado es indiscutiblemente auténtico. El pasado es un mundo que ya existía antes que Disney, Murdoch, Nissan, Sony, IBM y cuantas empresas se han dedicado a dar forma al mundo moderno. El pasado estaba ahí antes que ellos. El pasado es real. Es auténtico. Y eso mismo conferirá al pasado un extraordinario atractivo. Porque el pasado es la única alternativa a un presente en extremo organizado.
»¿Qué hará la gente? Ya está haciéndolo. Actualmente, en el ámbito de los viajes, el segmento que crece con mayor rapidez es el turismo cultural. Personas que no desean visitar otros lugares, sino otras épocas. Personas que desean sumergirse en ciudades amuralladas medievales, en colosales templos budistas, en pirámides mayas, en necrópolis egipcias. Personas que desean estar en el mundo del pasado. El mundo desaparecido.
»Y no quieren que sea falso. No quieren que se lo muestren bonito o limpio. Quieren que sea auténtico. ¿Quién garantizará esa autenticidad? ¿Quién se convertirá en la empresa líder en el sector del pasado como entretenimiento? La ITC.
»Ahora pasaré a exponerles nuestros proyectos de turismo cultural en todo el mundo. Me concentraré especialmente en uno que está en preparación en Francia, pero tenemos otros muchos. En todos los casos, cedemos el yacimiento al gobierno del país en cuestión. Pero somos propietarios de las tierras colindantes, lo cual significa que los hoteles, restaurantes, tiendas, y todo el aparato turístico será nuestro. Por no entrar ya en detalles como los libros, las películas, las guías, los disfraces, los juguetes, etcétera. Los turistas pagarán diez dólares por acceder al recinto. Pero gastarán quinientos dólares en gastos externos. Todo eso estará bajo nuestro control. —Doniger sonrió—. Para asegurarnos de que se lleva a cabo con el debido buen gusto, naturalmente. —A sus espaldas apareció un gráfico—. Estimamos que cada centro generará unos beneficios de dos mil millones de dólares anuales, incluida la comercialización de subproductos. Estimamos que los ingresos globales de la empresa superarán los cien mil millones de dólares anuales hacia la segunda década del próximo siglo. Ésa es una de las razones para que ustedes contraigan un compromiso con nosotros.
»La otra razón es aún más importante. Tras la apariencia de turismo, estamos de hecho constituyendo una propiedad intelectual. El concepto de esta clase de propiedad se aplica ya, por ejemplo, al software. Pero no existe para la historia. Y sin embargo la historia es la herramienta intelectual más poderosa que posee la sociedad. Hablemos claramente. La historia no es una relación desapasionada de acontecimientos. Ni es un patio de recreo para que los académicos se abandonen a sus triviales discusiones.
»La finalidad de la historia es explicar el presente, decir por qué el mundo que nos rodea es como es. La historia nos cuenta qué es importante en nuestro mundo, y cómo ha llegado a serlo. Nos cuenta por qué las cosas que valoramos son las cosas que debemos valorar. Y nos cuenta qué ha de pasarse por alto o desecharse. Eso es verdadero poder, un poder profundo. El poder de definir a toda una sociedad.
»El futuro depende del pasado… de quien controle el pasado. Tal control nunca antes ha sido posible. Ahora ya lo es. Nosotros, en la ITC, queremos ayudar a nuestros clientes a dar forma al mundo en el que todos vivimos y trabajamos y consumimos.
Y para conseguirlo, creemos que podemos contar con el total y entusiasta apoyo de ustedes.
No hubo aplausos, sino sólo un silencio de estupefacción. Siempre era así. Tardaban un rato en comprender de qué les hablaba.
—Gracias por su atención —concluyó Doniger, y abandonó el escenario.
—Vale más que se trate de algo importante —dijo Doniger—. No me gusta tener que abreviar una sesión de esa trascendencia.
—Es muy importante —respondió Gordon.
Recorrían el pasillo en dirección a la sala de tránsito.
—¿Han vuelto?
—Sí. Reforzamos el blindaje, y tres de ellos han vuelto.
—¿Cuándo?
—Hace quince minutos.
—¿Y?
—Ha sido una experiencia sumamente penosa. Uno de ellos está mal herido y tendrá que ser hospitalizado. Los otros dos están bien.
—¿Y? ¿Cuál es el problema?
Cruzaron la puerta.
—Quieren saber por qué no se les informó de los planes de la ITC.
—Porque no es asunto de ellos —repuso Doniger.
—Han arriesgado la vida…
—Se ofrecieron voluntariamente.
—Pero…
—Bah, que se vayan a la mierda —dijo Doniger—. ¿A qué viene tanto revuelo? ¿Quién va a escucharlos? Son un puñado de historiadores, y en todo caso, van a quedarse sin trabajo a menos que trabajen para mí.
Gordon no respondió. Miraba por encima del hombro de Doniger. Doniger se volvió lentamente.
Allí estaban Johnston, la chica —que ahora llevaba el pelo corto— y uno de los dos hombres. Iban sucios, harapientos y cubiertos de sangre. Se hallaban junto a un monitor del circuito cerrado de televisión, y en la pantalla se veía el auditorio. Los ejecutivos abandonaban en ese momento la sala, y el escenario estaba vacío. Pero debían de haber oído la presentación, o al menos parte de ella.
—Bien —dijo Doniger con una súbita sonrisa—. Me alegro de que hayan vuelto.
—Nosotros también —respondió Johnston. Pero él no sonrió.
Nadie habló.
Simplemente miraban a Doniger.
Volviéndose hacia Gordon, Doniger dijo:
—Os podéis ir a la mierda. ¿Para qué me habéis traído aquí? ¿Porque los historiadores están molestos? Esto es el futuro, les guste o no. No tengo tiempo para estas gilipolleces. Tengo una empresa que dirigir.
Pero Gordon llevaba en la mano un pequeño bote de gas.
—Ha habido una serie de conversaciones, Bob —explicó—. Opinamos que a partir de ahora debe dirigir la empresa alguien más moderado.
Se oyó un leve siseo de aerosol. Doniger percibió un olor penetrante, como el del éter.