La barbacana exterior estaba cerrada: el pesado rastrillo bajado y el puente levantado. Cinco guardias yacían en tierra, y Marek alzaba el rastrillo lo justo para pasar por debajo. Pero el puente levadizo seguía cerrado.
—¿Cómo lo abrimos? —preguntó Chris.
Marek observaba las cadenas, que entraban en la barbacana.
—Allí —respondió, señalando arriba.
En el primer piso, había instalado un cabrestante.
—Quedaos aquí —dijo Marek—. Yo me encargaré.
—Vuelve a bajar enseguida —instó Kate.
—No te preocupes. Bajaré.
Subiendo por una escalera de caracol, Marek llegó a un cuarto estrecho y desangelado, con paredes de piedra, y dominado por el cabrestante de hierro que izaba el puente levadizo. Allí vio a un anciano de pelo blanco que, temblando de miedo, sostenía una barra de hierro ensartada en los eslabones de la cadena. Esa barra de hierro era lo que mantenía cerrado el puente. Marek apartó al anciano de un empujón y retiró la barra. La cadena se deslizó ruidosamente, y el puente empezó a bajar. Consultó el temporizador, sorprendiéndose al ver que marcaba 00.01.19.
—André, vamos —dijo Chris por el auricular.
—Ya voy.
Marek se volvió para marcharse. Pero entonces oyó unos pasos rápidos, y dedujo que había soldados en lo alto de la barbacana y bajaban para averiguar por qué se movía el puente. Si se iba de allí en ese momento, impedirían que el puente siguiera bajando.
Marek era consciente de lo que eso significaba. Debía quedarse allí.
Abajo, Chris observaba el puente levadizo, que bajaba lentamente con un ruido de cadenas. A través de la abertura, vio el cielo oscuro y las estrellas.
—Vamos, André.
—Hay soldados.
—¿Y qué?
—Tengo que quedarme a vigilar la cadena.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Chris.
Marek no contestó. Chris oyó un gruñido y un grito de dolor. Arriba, Marek estaba luchando. Chris observó el puente, que continuaba bajando. Miró al profesor. Pero el rostro del profesor permanecía inescrutable.
Apostado junto a la escalera que descendía del tejado, Marek mantenía en alto la espada. Mató al primer soldado en cuanto apareció. Mató también al segundo. Apartó los cuerpos con los pies para despejar el camino de obstáculos. Los otros soldados, confusos, se detuvieron escalera arriba, y Marek oyó murmullos de consternación.
La cadena del puente levadizo seguía deslizándose. El puente continuaba bajando.
—André, vamos.
Marek echó un vistazo al temporizador. Marcaba 00.01.04. Poco más de un minuto. Mirando por la ventana, vio que los otros no habían aguardado a que el puente bajara por completo; corrieron hasta el borde por el puente todavía inclinado y saltaron a la explanada. Allí, apenas los veía en la oscuridad.
—André. —Era otra vez Chris—. André.
Otro soldado bajó por la escalera, y Marek, al alzar la espada, golpeó accidentalmente el cabrestante. Saltaron chispas y el impacto contra el metal resonó en el aire, alertando al soldado, que retrocedió de inmediato, empujando y gritando a sus compañeros.
—André, escapa —dijo Chris—. Tienes tiempo.
Marek sabía que así era. Si se echaba a correr, podía alcanzarlos a tiempo. Si salía de allí en ese momento, los soldados no podrían volver a levantar el puente antes de que él lo cruzara y saltara a la explanada con los otros. Sabía que estaban allí fuera, esperándolo. Sus amigos. Esperándolo para regresar juntos al presente.
Al volverse para bajar por la escalera, su mirada se posó en el anciano, aún encogido en un rincón. Marek se preguntó cómo sería pasar la vida entera en aquel mundo. Vivir y amar, siempre en peligro, amenazado por las enfermedades, el hambre, la violencia, la muerte. Estar vivo en aquel mundo.
—André, ¿vienes?
—No hay tiempo —contestó Marek.
—André.
Miró hacia la explanada y vio sucesivos destellos. Habían llamado a las máquinas. Dispuestos a marcharse.
Las máquinas estaban allí. Todos ocupaban sus posiciones sobre las plataformas. Un vapor frío flotaba en torno a las bases, enroscándose en la hierba oscura.
—André, ven —dijo Kate.
Siguió un breve silencio. A continuación, Marek respondió:
—No me voy. Me quedo aquí.
—André, no lo has pensado bien.
—Sí, sí lo he pensado.
—¿Lo dices en serio? —preguntó Kate.
Kate miró al profesor, y él se limitó a mover la cabeza en un lento gesto de asentimiento.
—Ha deseado esto toda su vida.
Chris insertó el marcador de navegación en la ranura de la base.
Marek observaba desde la barbacana.
—Bueno, André… —Era Chris.
—Hasta la vista, Chris.
—Cuídate.
—André. —Era Kate—. No sé qué decir.
—Adiós, Kate.
Después oyó decir al profesor:
—Adiós, André.
—Adiós —se despidió Marek.
Por el auricular, oyó una voz grabada: «Permanezca inmóvil… abra los ojos… respire hondo…, contenga la respiración… Ahora». Vio un resplandeciente destello de luz azul en la explanada. Luego otro, y otro, con decreciente intensidad, hasta desaparecer por completo.