En la sala de control, Stern observó a los técnicos mientras sumergían la membrana de goma en un cubo de adhesivo y luego, todavía goteando, la introducían en el orificio del contenedor de cristal. Después acoplaron al orificio una manguera de aire comprimido, y la membrana de goma empezó a dilatarse. Por un momento, pudo verse que era un globo sonda, pero luego continuó dilatándose, tornándose más fina y translúcida, adoptando la forma del blindaje hasta extenderse por todos los rincones del contenedor. Posteriormente, los técnicos taparon el contenedor, pusieron en marcha un cronómetro y aguardaron a que se endureciera el adhesivo.
—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó Stern.
—Veintiún minutos. —Gordon señaló los globos—. Es una solución casera, pero eficaz.
—Hacía una hora que me rondaba por la cabeza —comentó Stern, moviendo la cabeza en un gesto de reproche a sí mismo.
—¿Qué le rondaba por la cabeza?
—Los reventones —explicó Stern—. Me preguntaba una y otra vez: ¿Qué nos proponemos evitar aquí? Y la respuesta es: los reventones. Igual que en un coche cuando revienta un neumático. No podía apartar de mi mente los reventones de los coches. Y me parecía extraño, porque hoy en día los reventones son poco frecuentes. Los coches de ahora rara vez tienen un reventón, porque los nuevos neumáticos van provistos de una membrana interna que es autoselladora. —Suspiró—. Me preguntaba por qué acudía a mi mente algo tan fuera de lugar, y de pronto he comprendido que ahí estaba la solución a nuestro problema: también aquí había un modo de crear una membrana de esas características.
—Esta membrana no es autoselladora —objetó Kramer.
—No —concedió Gordon—, pero aumenta el grosor del cristal y distribuye la tensión.
—Exacto —dijo Stern.
Los técnicos habían introducido ya los globos en todos los contenedores y los habían cerrado. Ahora aguardaban a que se endureciera el adhesivo. Gordon echó un vistazo a su reloj.
—Sólo habrá que esperar tres minutos más.
—¿Y cuánto se tarda en llenar cada contenedor?
—Seis minutos. Pero podemos llenar dos simultáneamente.
Kramer dejó escapar un suspiro.
—Faltan sólo dieciocho minutos. Vamos mal de tiempo.
—Lo conseguiremos —aseguró Gordon—. Siempre podemos bombear el agua más deprisa.
—¿No sometería eso a los contenedores a una tensión todavía mayor?
—Sí. Pero podemos hacerlo si es necesario.
Kramer volvió a dirigir la mirada al monitor, donde los picos eran aún más nítidos.
—¿Por qué cambian las cabriolas de campo? —preguntó.
—No cambian —respondió Gordon sin mirar el monitor.
—Sí —dijo ella—. Están cambiando. Los picos disminuyen.
—¿Disminuyen?
Gordon se acercó a mirar. Mientras observaba el monitor, frunció el entrecejo. Había cuatro picos, luego tres, luego dos. Luego otra vez cuatro, por un breve instante.
—Recuerda que en realidad estás viendo una función de probabilidad —explicó Gordon—. Las amplitudes de campo reflejan la probabilidad de que el suceso se produzca.
—Háblame en cristiano.
Gordon fijó la mirada en el monitor.
—Debe de haberles surgido algún problema. Y sea lo que sea, ha modificado la probabilidad de que regresen.