00.36.02

En los monitores de la sala de control, el campo ondulante generado por el ordenador había empezado a reflejar pronunciados picos. Mordiéndose el labio, Kramer observó crecer los picos en altura y anchura. Tamborileó con los dedos en la mesa. Finalmente dijo:

—De acuerdo. Llenad al menos los tanques. Veamos cómo se comportan.

—Bien —respondió Gordon con manifiesto alivio. Cogió su radio y empezó a transmitir órdenes a los técnicos de la sala de tránsito.

En las enormes pantallas, Stern vio cómo arrastraban pesadas mangueras hacia el primero de los contenedores vacíos. Los hombres, subidos a escalerillas, acoplaron las bocas de las mangueras.

—Creo que esto es lo mejor —comentó Gordon—. Al menos…

Stern se puso en pie de un brinco.

—No —dijo—. Retire la orden.

—¿Cómo?

—No llenen los contenedores.

Kramer lo miró con asombro.

—¿Por qué? ¿Qué…?

—No lo hagan —insistió Stern, hablando a gritos en la pequeña sala de control. En la pantalla, los técnicos sostenían las mangueras sobre los orificios de llenado—. ¡Dígales que se detengan! ¡Que no echen ni una sola gota de agua en los blindajes!

Gordon anuló la orden por la radio. Los técnicos alzaron la vista, sorprendidos, pero interrumpieron su trabajo y dejaron las mangueras en el suelo.

—David —dijo Gordon con delicadeza—. Creo que debemos…

—No —atajó Stern—. No llenaremos los contenedores.

—¿Por qué no?

—Porque el agua no permitiría aplicar el adhesivo.

—¿Qué adhesivo?

—Sí —respondió Stern—. Sé cómo reforzar los contenedores.

—¿Ah, sí? —preguntó Kramer—. ¿Cómo? Gordon se volvió hacia los técnicos. —¿Cuánto tiempo nos queda?

—Treinta y cinco minutos. Miró de nuevo a Stern. —Sólo disponemos de treinta y cinco minutos, David. No hay tiempo para nada.

—Sí, lo hay —contestó Stern—. Tenemos aún tiempo suficiente. Si nos damos prisa…