26.12.01

Media docena de globos aerostáticos se elevaban sobre las mesetas bajo el sol de la mañana. Eran casi las once. Uno de los globos tenía un dibujo en zigzag que a Stern le recordó a las pinturas de arena de los indios navajos.

—Lo siento mucho —dijo Gordon—, pero la respuesta es no. No puede viajar al pasado en el prototipo, David. Es demasiado peligroso.

—¿Por qué? Creía haber entendido que todo era seguro. Más seguro que viajar en coche. ¿Dónde está el peligro?

—Le dije que no hay errores de transcripción…, esos errores que aparecen al reconstruir a una persona —recordó Gordon—. Pero eso no es del todo exacto.

—Ah.

—Es cierto que, por lo general, no encontramos indicio alguno de esa clase de errores. Sin embargo se producen probablemente en todos los viajes, aunque en un grado tan insignificante que ni siquiera los detectamos. Pero los errores de transcripción, al igual que la exposición a radiaciones, son acumulativos. Después de un solo viaje pasan inadvertidos, pero después de diez o veinte empiezan a ser visibles. Quizá una pequeña fisura en la piel, semejante a una cicatriz. Una minúscula marca en la córnea. O también pueden presentarse claros síntomas, como la diabetes o trastornos circulatorios. Cuando eso ocurre, han de interrumpirse los viajes, o los problemas se agravan. Eso significa que uno ha alcanzado su límite máximo de viajes.

—¿Y eso ha pasado alguna vez?

—Sí. A algunos animales de laboratorio. Y a varias personas: los precursores, quienes usaron el prototipo.

Stern vaciló.

—¿Y dónde están ahora esas personas?

—La mayoría está todavía aquí, trabajando en la empresa. Pero ya no viajan. No pueden.

—Muy bien, pero yo hablo de un solo viaje —adujo Stern.

—Y nosotros no hemos usado ni calibrado esa máquina desde hace mucho tiempo —respondió Gordon—. Puede estar en condiciones, o puede no estarlo. Escúcheme: imaginemos que viaja en esa máquina, y cuando llega a 1357, descubre que tiene errores tan graves que no se atreve a volver, por no arriesgarse a una mayor acumulación.

—Está diciéndome que tendría que quedarme allí.

—Sí.

—¿Le ha pasado eso a alguien? —preguntó Stern.

Gordon guardó silencio por un instante.

—Posiblemente.

—¿Quiere decir que hay allí alguien más?

—Posiblemente —admitió Gordon—. No estamos seguros.

—Pero es importante saberlo —dijo Stern con repentina agitación—. Eso significa que podría haber alguien allí capaz de ayudarlos.

—No lo sé si esa persona en particular estaría dispuesta a ayudar.

—Pero ¿no deberíamos informarles? ¿Avisarlos?

—No hay manera de ponerse en contacto con ellos —contestó Gordon.

—Creo que sí la hay —afirmó Stern.