—Preparados —avisó un técnico—. Ya llega.
En el centro del espacio delimitado por las paredes curvas del blindaje de agua, sobre el suelo de goma, se inició una serie de diminutos destellos de luz.
Gordon miró a Stern.
—Enseguida sabremos qué ha ocurrido.
Los destellos cobraron intensidad, y sobre la goma empezó a dibujarse la silueta de una máquina. Tenía poco más de un metro de altura cuando Gordon exclamó:
—¡Maldita sea! ¡Ese tipo no da más que problemas!
Stern dijo algo, pero Gordon ni siquiera lo oyó. Mantenía la vista fija en Baretto, sentado dentro de la jaula, recostado contra una barra, obviamente muerto. La máquina alcanzó su tamaño natural. Gordon vio la pistola en la mano de Baretto y dedujo qué había sucedido. A pesar de que Kramer le había advertido expresamente al respecto, el hijo de puta había llevado armas modernas al pasado. Y naturalmente Gómez lo había obligado a volver, y…
Un pequeño objeto oscuro rodó hasta el suelo.
—¿Qué es eso? —preguntó Stern.
—No lo sé —respondió Gordon, observando la pantalla—. Parece una gra…
Con el fogonazo de la explosión, las pantallas quedaron en blanco por un momento. En la sala de control, la detonación llegó extrañamente distorsionada, como si fuera sólo una ráfaga de estática. Un humo blanquecino llenó de inmediato la sala de tránsito.
—¡Mierda! —exclamó Gordon, golpeando la consola con el puño.
En la sala de tránsito se oían los gritos de los técnicos. Un hombre tenía el rostro cubierto de sangre. Al cabo de un segundo lo levantó del suelo el súbito torrente formado por el agua que escapaba de las paredes de cristal rotas por la metralla. Un metro de agua se agitaba en la sala como un mar encrespado. Pero al cabo de un momento desapareció, absorbida por el sistema de desagüe. El suelo, ya despejado, humeaba y chirriaba.
—Son las baterías —informó Gordon—. Ha habido una fuga de ácido fluorhídrico.
Desdibujadas por el humo, varias figuras con máscaras de gas entraron rápidamente en la sala para socorrer a los técnicos heridos. Empezaron a desplomarse algunas vigas del techo, destruyendo el resto del blindaje de agua. Otras vigas cayeron en el centro de la sala de tránsito.
En la sala de control, alguien entregó una máscara de gas a Gordon y otra a Stern. Gordon se la puso y dijo:
—Ahora tenemos que salir de aquí. El aire está contaminado.
Stern permanecía atento a las pantallas. A través del humo, vio las otras máquinas destrozadas, volcadas, emanando vapor y un gas de color verde pálido. Sólo había una intacta, a un lado, y mientras Stern observaba la escena, una viga de unión se desprendió del techo y la aplastó.
—No queda ninguna máquina —susurró Stern—. ¿Quiere eso decir…?
—Sí —confirmó Gordon—. De momento, por desgracia, sus amigos tendrán que valerse por sí solos.