En 1357 tuvo lugar un característico episodio de guerra privada. Sir Oliver de Vannes, un caballero inglés distinguido por su nobleza y carácter, había conquistado las plazas fuertes de Castelgard y La Roque, en la cuenca del río Dordogne. Por lo que se sabe, este «señor prestado» gobernó con recta dignidad y se ganó la estima de la población. En abril, las tierras de sir Oliver fueron invadidas por una depredadora compañía de dos mil brigandes, caballeros renegados bajo el mando de Arnaut de Cervole, un monje despojado del hábito a quien se conocía por el sobrenombre de Arcipreste. Tras reducir Castelgard a cenizas, Cervole arrasó el cercano monasterio de Sainte-Mère, asesinando a los monjes y destruyendo el famoso molino de agua a orillas del Dordogne. A continuación, Cervole persiguió a sir Oliver hasta la fortaleza de La Roque, donde se desarrolló una encarnizada batalla.
Oliver defendió su castillo con pericia y valentía. Fuentes contemporáneas atribuyen los meritorios esfuerzos de Oliver a su consejero militar, Edwardus de Johnes. Poco se sabe de este hombre, en torno al cual surgió una mitología merlinesca: según la leyenda, podía desaparecer en medio de un destello de luz. El cronista Audreim declara que Johnes procedía de Oxford, pero otros aseguran que era de origen milanés. Habida cuenta de que viajaba acompañado de un grupo de jóvenes colaboradores, cabe suponer que era un experto ambulante, a sueldo de quienquiera que pagara por sus servicios. Dominaba el uso de la pólvora y la artillería, una tecnología nueva en aquella época…
A la postre, Oliver perdió su inexpugnable castillo cuando un espía franqueó un pasadizo interior, permitiendo entrar a los soldados del Arcipreste. Tales traiciones eran propias de las complejas intrigas de aquellos tiempos.
M. D. BACKES, 1996,
La guerra de los Cien Años en Francia