Me precipité hacia el pequeño grupo de gente que se arremolinaba en tomo al cuerpo de Lucas. Estaba tumbado en la nieve, bañado en sangre, con el pecho y la frente abiertos por el corte profundo de un arma. Dana le sostenía la cabeza entre las manos, y Balthazar recorrió con un dedo el contorno de la herida del pecho y se estremeció. Vic y Maxie, todavía abrazados, estaban cerca, de pie, mientras que Ranulf apretaba el hacha contra su pecho, como si fuera un bebé con una manta. Lucas parecía totalmente inconsciente.
—¿Qué ocurre? —Me arrodillé junto a Lucas—. ¿Está herido?
—Es grave —dijo Balthazar. En su voz percibí un verdadero temor.
—Por mala que sea la herida, por lo que sé, ahora sufre, pero pronto estará bien. —Nadie dijo nada—. ¿No es así?
Balthazar se volvió hacia mí, impasible.
—El otro vampiro le ha arrojado un arma ungida en agua bendita. Se trata de una táctica peligrosa para nosotros, pero…
Levanté una mano. Me sentía incapaz de oír lo que seguía a continuación y, además, lo sabía. El entrenamiento en la Cruz Negra había abordado esa técnica, y Erich la había mencionado entre susurros en el propio sueño de Lucas, diciendo que las estacas bañadas en agua bendita podían paralizar y torturar a un vampiro para siempre.
Era como quemarlos vivos, pero de dentro hacia fuera.
Nunca habían podido asegurarlo con certeza. Tal vez no fuera así. Pero Lucas no se movía. Parecía hallarse profundamente atrapado en aquel fuego terrible y eterno.
Tomé su mano en la mía; estaba más fría de lo habitual a causa de la nieve que nos rodeaba. Tenía los dedos pesados, inertes.
—¿Lucas? —susurré. Pero sabía que no me oía.
El único alivio para aquel tormento era la decapitación. Perderlo para siempre. Durante las horas que siguieron al ataque de Charity, yo ya me había tenido que enfrentar a la decisión de si debía o no matar a Lucas; ahora volvía a estar en esa situación. Pero era incapaz. Me resultaba imposible.
Le apreté la mano con fuerza. Dana, que había empezado a sollozar, fue a enjugarse las mejillas y le soltó la cabeza a Lucas. Esta se quedó colgando a un lado. La sangre que le salía del corte en la frente había trazado un reguero a través del cuello que iba a parar justo por debajo de la nuez. Me recordó el aspecto que tenía la primera vez que yo lo mordí.
«Sangre de vampiro», pensé. Durante el ritual, yo me había sentido poderosamente atraída por ella. Como si la sangre fuera la propia vida.
Entonces, de repente, me di cuenta de todo.
De que beber la sangre de Lucas había sido una parte de lo que me había mantenido en vida como vampiro, y de que eso me había hecho sentir mucho más viva entonces que en cualquier otro momento.
De que los espectros se unían con los vampiros para crear niños vampiro como yo porque los espectros y los vampiros eran las dos mitades de la vida, y juntos eran capaces de prender una vela.
De que el ritual de resurrección de la señora Bethany había sido diseñado para dividirme e introducirme en un vampiro, convirtiéndonos en uno.
De que la sangre de espectro era tóxica para los vampiros, pero su sangre era vida para nosotros.
De que Lucas y yo habíamos pasado a ser uno parte del otro desde la primera vez en que yo me había abandonado al deseo y le había mordido en el cuello. Yo era Lucas, y él era yo.
Y entonces supe qué tenía hacer.
—Apartaos —dije.
Todos se quedaron un poco perplejos, pero hicieron lo que les pedía y, apesadumbrados, se retiraron del cuerpo desmadejado de Lucas. Raquel abrazó con fuerza a Dana desde atrás. Ranulf tenía la cabeza inclinada, y Vic, cogido de la mano de Maxie, se sorbía la nariz como si estuviera a punto de echarse a llorar. Mis padres permanecían de pie un poco alejados de los demás, pero percibí que su preocupación por Lucas era real. Reunidas allí había también otras personas: un puñado de alumnos, tanto vampiros como humanos, que no sabían qué pensar de todo aquello. Skye se acercó pesadamente hacia nosotros, estaba aturdida y débil por su terrible experiencia, pero era incapaz de abandonar a Lucas si él se hallaba en peligro. Se tambaleó y Balthazar se levantó rápidamente para sostenerla contra su hombro.
La nieve en torno a Lucas estaba teñida del color encarnado de su sangre. Habían empezado a caer nuevos copos de nieve. Una ráfaga de viento intenso y frío pasó entre nosotros y le meció el pelo. Extendí la mano hacia Maxie; tras un momento de confusión, ella comprendió y me entregó el broche de azabache para que yo pudiera ser totalmente sólida de nuevo. Ahora lo necesitaba. Los bordes afilados de los pétalos esculpidos de la flor me cortaban la palma de la mano.
Pensé en lo mucho que lo amaba, en cuánto deseaba que él fuera una parte de mí. Soñé con la riqueza de su sangre, con lo viva que me había hecho sentir. Recordé cuando yo misma era vampiro, y sentí que me volvían a salir los colmillos, afilados contra mis labios y mi lengua. Mi yo vampiro continuaba formando parte de mí a pesar de mi muerte.
Entonces me incliné lentamente y mordí a Lucas en la garganta.
Sentí la sangre. Estaba fría, pero seguía siendo su sangre. Seguía siendo él. La sangre de vampiro transmitía conocimientos, así que sentí todo lo que él había sentido, supe todo lo que él había sabido. Sentí su amor por mí, y su horror en la torre cuando intentaba salvarme.
Vi la lucha a través de sus ojos, un remolino de filos, golpes y el azote de la nieve. Sorbí más profundamente, bebiendo tanta sangre como me era posible, más de la que había ingerido en mi vida como vampiro. A mi alrededor, percibí ligeramente las protestas de algunos, pero estaban demasiado lejos para prestarles atención. Y entonces lo vi: era Lucas. Su espíritu, su alma, se encontraban en el centro de su ser.
«Bianca, ¿dónde estamos?».
«Juntos».
«¿Qué ocurre?».
«Me bebo tu sangre. La hago mía. Lucas, bébete ahora tú la mía».
Apreté mi mano contra su boca para que la carne tierna entre el pulgar y el dedo índice recorriera la curva de sus labios.
«Confía en mí. Bebe».
Él estaba demasiado paralizado para morder, así que apreté la piel blanda contra sus dientes afilados, hasta que estos consiguieron rasgarla. Sentí un dolor intenso, como si fuera una herida mortal, pero no vacilé.
La sangre le fluyó por la garganta. Lo que fuera que le había quemado la vez anterior ya no lo hacía, porque yo había mezclado su sangre con la mía. Ahora el poder corrosivo de la sangre de los espectros ya no podía afectarlo nunca más. Podía bebería. Podía beber la vida.
Mientras el vínculo entre los dos se volvía más profundo, sentí que me mareaba. Ahora éramos un sistema, un ser único, y cada uno nutría al otro. Al abandonarme a ello, sentí el contorno de su cuerpo como si fuera el mío; los cortes en la cabeza y el pecho quemado, la nieve fría debajo de mí. Y percibí su asombro mayúsculo al sentir lo que era ser como yo: el ángulo de mis extremidades, el sabor de su sangre, la proximidad de mi espíritu.
La sangre que yo bebía empezó a estar más caliente.
«¿Es esto lo que significa morir? —pensó Lucas—. Pues ya no me da miedo. No si significa estar por fin tan cerca de ti».
Concentré toda mi energía en él, y me dirigí a su núcleo, al centro de su corazón. «No, esto no es la muerte. Es la vida».
Lucas inspiró aire, sobresaltado y yo me incorporé. Noté la textura pegajosa de su sangre en mi boca, y él estaba más ensangrentado que antes, aunque tenía los ojos completamente abiertos. Tomó aire una vez, y luego otra.
—¿Qué has hecho? —preguntó Balthazar.
Raquel, apoyada en Dana dijo:
—Sí, ¿qué ha sido eso? ¿Una especie de reanimación cardiopulmonar para vampiros?
Yo no apartaba la vista de Lucas. Los cortes en su rostro cicatrizaban con más rapidez de lo normal, como parte de su recuperación final. Él levantó la vista hacia mí, claramente debilitado por las heridas, pero con una increíble sonrisa recorriéndole el rostro.
—Es imposible.
—No lo es. —Me eché a reír de pura alegría—. Es cierto.
—Te estás curando a toda velocidad, tío, pero sigues sangrando. —Vic le señaló la ropa.
—Está sangrando —repitió Balthazar con voz aguda y apremiante. Aunque nadie más hubiera reparado en ello, él se había dado cuenta—. Bianca, lo has conseguido.
—¿Ha conseguido qué? —quiso saber Dana.
Abracé con fuerza a Lucas. Esta vez, cuando él me devolvió el abrazo, sentí su calor.
—Estoy vivo —susurró Lucas—. Bianca me ha devuelto la vida.
Todos los que nos rodeaban empezaron a hablar a la vez, asombrados, confusos o contentos. De hecho, Dana dio un salto en el aire con las manos por encima de la cabeza, haciendo el gesto de la victoria.
Yo no prestaba atención a nada. Ya habría tiempo para explicaciones y celebraciones. En ese momento lo único que deseaba era permanecer tumbada allí, en brazos de Lucas, con la cabeza apoyada en su pecho, escuchando los latidos de su corazón.
Al cabo de una hora, empezaron a aparecer los vehículos de emergencia: coches de policía, ambulancias y un par de camiones de bomberos, aunque de la cochera de la señora Bethany no quedaban más que cenizas encendidas.
Mis padres habían localizado un teléfono fijo que seguía operativo tras la enorme helada y el deshielo, y habían llamado a los servicios de rescate.
—El internado está acabado —había explicado mi madre mientras Ranulf arrastraba un par de cadáveres de vampiros hacia el fuego para minimizar el impacto cuando llegaran las fuerzas de la ley—. Sin la señora Bethany no hay Academia Medianoche. Los alumnos necesitan estar con sus familias.
—¿Qué será de este sitio? —pregunté mirando las enormes torres que se recortaban en el cielo encapotado con nubes de nieve.
—Puede que se convierta en la mansión de un millonario. O tal vez el Estado lo transforme en algo… en un refugio para personas desfavorecidas. Otra escuela. —Mamá sonrió con cariño a papá—. Qué bien que no llegáramos a vender nuestra casa en Arrowwood, ¿verdad?
—No podemos regresar allí —le corrigió él—. La gente que nos conoce verá que tenemos una apariencia demasiado juvenil.
—Ya lo sé, cariño. También llevo un tiempo en esto, ¿te acuerdas? —Le propinó un codazo cariñoso—. Pero ahora podemos vender la casa y usar el dinero para ir a otro lugar.
Papá le pasó el brazo en torno a los hombros.
—¿Añoras Inglaterra?
A mamá se le iluminó el rostro, y supuse que su nuevo hogar ahora sería algún lugar cercano a su querida ciudad de Londres. De todos modos, ella no se olvidó de mí.
—¿Y qué hay de ti, Bianca?
—Yo me quedo con Lucas —respondí—. Pero ahora mismo no importa dónde esté, porque puedo acudir junto a vosotros en un abrir y cerrar de ojos. Así que nos visitaremos tanto como queramos. No pienso volver a estar lejos de vosotros, nunca más.
Ella hizo un gesto de abatimiento.
—¡Qué injusto! Puedes dar la vida a quien quieras, pero tú siempre serás un espectro.
—Mamá, tranquila. —Llevaba dando vueltas a ese tema varios días y, tras los acontecimientos de esa noche, por fin supe lo que quería decirle—. Deja de pensar que me ha ocurrido algo terrible, ¿vale? Vosotros precisamente deberías saber mejor que nadie que la muerte no es el final. Además… mi destino era ser un espectro. Me he dado cuenta de ello. Estos poderes, estas habilidades, ya no me imagino cómo sería no tenerlos. Es mi destino. Es lo que se supone que tenía que ser. —Tras una pausa, añadí—: Y es divertido.
Mis padres se echaron a reír, y me atrajeron hacia ellos para darme un largo abrazo.
Mientras la policía seguía tomando las declaraciones extremadamente confusas de los distintos estudiantes, y Lucas les ofrecía una versión muy cauta de los hechos, las luces rojas y azules de sus vehículos se agitaban de forma intermitente, tiñendo el manto de nieve de distintos colores.
Vic y Ranulf ayudaron a Skye a bajar los escalones de entrada de Medianoche; vi que ella continuaba temblando y que manejaba con torpeza una bolsa de lona que era la mitad de grande que ella. Cuando pasaron por delante de nosotros la oí decir:
—Así que los vampiros y los cazadores de vampiros y los espectros… ¿están todos en guerra?
—Excepto los aquí presentes —le respondió Vic sonriendo por encima de su hombro. Noté la presencia de Maxie ahí cerca, muy próxima a él—. Verás, por si te interesa, en mi opinión, no deberían existir estos bandos. De hecho, debería ser la gente normal y fantástica contra la gente desquiciada. Y en cada uno de esos bandos habría vampiros y espectros por igual, ¿sabes?
—Nosotros somos del bando de los fantásticos —apuntó Ranulf con voz solemne.
—Si tú lo dices…
En realidad, Skye tenía el aspecto de querer enviar al infierno cualquier cosa sobrenatural y tomarse un largo descanso. Eso no era de extrañar, pero no quise que se marchara sin darle las gracias.
—Skye —exclamé dirigiéndome hacia ella. Ella me miró con ojos cansados—. Lo que has hecho ahí arriba… Siempre te estaré muy agradecida por ello. Tanto yo como Lucas.
—Lucas me salvó la vida —respondió Skye—. Yo quería ayudarle y eso significaba ayudarte a ti. Como ya te he dicho, me habría gustado que alguien lo hubiera hecho por mí.
Su voz sonaba apesadumbrada, y su mirada aún parecía estar bajo el influjo de un hechizo. Escogí cuidadosamente las palabras.
—Te he poseído durante bastante rato, y se han producido algunos fenómenos sobrenaturales muy intensos. ¿Estás segura de que te encuentras bien?
La expresión de Skye se endureció.
—Estaré bien en cuanto me aleje de aquí. —Respiró profundamente—. Dile a Lucas que me alegro por vosotros. Y… dile adiós.
Entonces siguió caminando por la nieve en dirección al coche de policía, sin mirar atrás.
A lo lejos, vi a Balthazar, que se mantenía apartado de los demás. Anduve por la nieve hasta llegar a su lado. El abrigo de mi padre me colgaba de los hombros con demasiada holgura y sentí como si llevara una capa. Balthazar no se volvió mientras me acercaba, pero cuando llegué junto a él dijo:
—Alguien tendrá que cuidar de los establos.
Seguí su mirada hacia los establos de la escuela, donde algunos alumnos guardaban sus preciados caballos para montarlos.
—No había pensado en ello.
—Me pasaré por ahí abajo esta noche, para cerciorarme de que los caballos están bien alimentados y calientes —añadió con voz sosegada—. Sus amos vendrán pronto a buscarlos, supongo, pero me aseguraré de ello. Ah, por cierto, ayer, mientras te buscábamos, encontré esto.
Balthazar sacó mi pulsera de plata y coral y la depositó en mi mano.
—Estaba debajo del puf. Supongo que la señora Bethany la puso allí cuando la cambió por la trampa.
—Gracias —respondí. Pero aquello no era suficiente. Entre nosotros había pendientes unas palabras aún no pronunciadas. Era necesario que afrontásemos ese tema de inmediato—. También bebí de tu sangre —añadí—. Eso que he hecho por Lucas, devolverlo a la vida, quiero decir, tal vez podría funcionar en tu caso, si quieres.
Beber la sangre de otra persona era un acto tremendamente íntimo, y en cualquier otro caso jamás me habría ofrecido a ello, porque habría sido como traicionar a Lucas. Sin embargo, sabía que él jamás le negaría a Balthazar la posibilidad de volver a vivir.
Para mi sorpresa, Balthazar negó con la cabeza.
—No. No hay garantías de que fuera a funcionar, y si no lo hiciese, me envenenaría.
—Merece la pena probarlo.
—No funcionaría. —Frunció el entrecejo mientras contemplaba el horizonte, como si estuviera cegado por la luz de la luna reflejada en la nieve—. Todo cuanto ha ocurrido esta noche no tiene nada que ver con la sangre. Tiene que ver con el vínculo que os une. Los dos formáis una unidad. Y eso es algo que tú y yo nunca hemos sido.
Le puse una mano en el hombro.
—Balthazar, lo siento.
Él se encogió de hombros.
—No estoy peor que antes. Y me alegro por Lucas, de verdad.
Rápidamente, me puse de puntillas y le di un beso en la mejilla. Balthazar me sonrió, pero me di cuenta de que lo que más quería era estar solo. Así que me marché para ayudar a limpiar, y deseé que la policía se creyera nuestra versión de los hechos.
Como no podía ser de otro modo, se la creería. Sería más fácil decidir que una cañería del agua había inundado el internado, propiciando la formación de una capa de hielo en una noche tan gélida como esa, aparte de provocar un cortocircuito en la cochera, que a su vez había originado un incendio. ¿Cómo iban a creerse a unos adolescentes aterrados farfullando incoherencias sobre fantasmas?
No había modo de saber con exactitud qué dirían los informes oficiales definitivos, pero yo sabía cómo terminarían: con la confirmación de que la Academia Medianoche había dejado de existir.
Con la llegada del alba, Raquel y Dana nos condujeron a todos hasta la ciudad donde vivían. Aunque su motel era de todo menos elegante, estaba limpio y era seguro, y tenía muchas habitaciones desocupadas. Si la pareja de aspecto cansado que llevaba el motel se sorprendió al registrar de pronto a siete huéspedes a las dos de la madrugada, no lo demostró.
Mis padres no dijeron nada cuando me fui con Lucas a su habitación. Mi madre incluso le comprobó el vendaje antes de marcharnos y le aconsejó que se pusiera un poco de antibiótico por la mañana. Mientras Lucas asentía tuvo que tragar saliva, y me di cuenta de que echaba de menos a su madre y el modo en que cuidaba de él.
Seguramente mamá y papá pensaron que pasaríamos el rato abrazados. A mí, la idea me gustaba, pero también sabía que Lucas y yo teníamos que tomar muchas decisiones, y que estas marcarían todo nuestro futuro.
Cuando nos quedamos solos en la habitación, le ayudé a quitarse el abrigo y la camisa. Cualquier movimiento le provocaba una mueca de dolor. Entonces dije:
—¿Sabes?, ahora que vuelves a ser humano, tal vez si quisieras llamar a Kate…
—No pienso hacerlo. —Me miró y, a pesar de la tristeza que reflejaban sus ojos, vi que estaba convencido de lo que decía—. Todavía quiero a mi madre. Siempre lo haré. Pero ahora sé que ella tiene ciertas… limitaciones. No es capaz de ver más allá de su propio temor. No hay modo de que pueda formar parte de nuestras vidas. Tal vez algún día, no sé, le explique lo ocurrido. El hecho de saber que he vuelto a transformarme le quitará un peso de encima. Pero no pienso volver a verla nunca más.
Me senté en la cama a su lado.
—¿Estás triste?
—No. Ya hace tiempo que sé que nunca volveremos a estar juntos. —Levantó la mano hasta la curva de mi mandíbula y sonrió—: Además, ¿cómo podría sentirme triste en un día como hoy? Por Dios, Bianca, eres… ¡un milagro!
Tomé sus manos entre las mías.
—Vuelves a estar vivo —dije con voz temblorosa—. Ahora podrás llevar la vida que desees. Solo quiero que sepas que eres libre, ¿vale? Que eres libre de tomar tus propias decisiones. Aunque… bueno, aunque eso signifique dejarme.
—¿Qué? —Lucas me miró como si no entendiera nada de lo que había dicho—. ¿Por qué iba a querer dejarte?
—Ya no hace falta que luches contra vampiros ni espectros. Me dijiste una vez lo mucho que siempre habías querido llevar una vida normal y ahora puedes hacerlo. Lucas, podrás ir a la universidad, como siempre soñaste. Y conocer a una chica que esté viva y sea buena, y no tendrás que volver a atacar nunca, nunca más, a nadie, ni a aprender a matar. —No podía seguir mirándolo directamente a la cara—. Algún día podrás casarte y tener hijos. Eso es algo que yo no te puedo dar.
Lucas se quedó mirándome en silencio, impresionado. Seguramente estaba sopesando lo que acababa de decirle. No esperaba que se mostrara de acuerdo, pero era necesario que, de algún modo, viera la verdad de todo aquello. Con el tiempo, él elegiría cumplir con su sueño más antiguo: vivir como el resto de la gente. Tener una casa, un trabajo, una familia. Dejar de lado las viejas batallas.
Entonces preguntó:
—¿Y cómo lo sabes?
—¿Cómo sé el qué?
—Que no podemos tener hijos.
Aquello me cogió desprevenida. La verdad era que nunca había pensado que yo pudiera tenerlos; la mayoría de los vampiros no tenían; de hecho, mis padres eran una excepción. Al convertirme en espectro no había hecho más que confirmar esa teoría.
—Lucas, estoy muerta.
—Como tus padres.
—No tengo cuerpo.
Tomó mi cara entre sus manos con una ternura que me hizo estremecer.
—Yo diría que sí.
Si quería, podía tener un cuerpo, ¿no? En ese punto no parecía haber ningún límite en cuanto al tiempo que podía conservarlo.
—No sabemos si es posible —protesté—. No podemos estar seguros.
—Eso significa que tampoco podemos estar seguros de que sea imposible.
Lucas me sonrió con sus brillantes ojos verdes.
—Bianca, antes de esta noche nadie habría soñado siquiera que fueras capaz de devolverme a la vida. Tú has hecho que ocurra. Encontraremos un modo. No hablo de tener hijos, o por lo menos no me refiero solo a eso. Lo que quiero decir es que no importa lo que nos espera. Haremos que funcione. Porque te quiero demasiado para perderte.
Me sentí muy feliz.
—¿Estás seguro?
—¿Y tú? —Por un instante, la duda asomó en su rostro—. Eres la criatura sobrenatural más extraordinaria del mundo y yo soy solo un tipo que en algún momento se va a volver viejo.
—Me pintaré unas canas como las tuyas —prometí—. Y también me pondré arrugas cuando las tengas. —No sabía que fuera capaz de reír y llorar a la vez—. Pero, Lucas… ¿eso de llevar una vida normal?
—Olvida lo de normal. —Sonrió—. Seremos extraordinarios.
Nos besamos, y, por primera vez desde que él se había transformado, no hubo barrera, ni vacilación, entre nosotros.
Resultó que, si me concentraba un poco, no hacía falta que me quitara la ropa. Si deseaba que esta desapareciera, lo hacía, y solo la pulsera de plata y coral brillaba en mi muñeca.
Ahora que Lucas estaba vivo y yo no, estar con él resultaba distinto. De algún modo, incluso me pareció mejor. Al estar juntos, era capaz de notar todo lo que él sentía, era consciente de su placer además del mío. Y sus caricias ya no eran una mera conexión de nervios y neuronas que creaban una respuesta física. De hecho, ahora yo sentía sus caricias como lo que eran: la expresión del amor que había entre nosotros. Y eso me excitaba más que cualquier otra cosa.
—Bianca —susurró Lucas contra mi cuello, con su aliento de nuevo cálido, con el olor de su piel de nuevo envolviéndome—. Eres mi vida.
—Y tú la mía.
Y era cierto. Los latidos de su corazón, sus músculos, todo lo que lo hacía humano resonaba en mi interior con la misma intensidad que antes lo había hecho mi vida. En mi interior albergaba todo cuanto había de maravilloso en ser sobrenatural y en estar viva. Aquello era lo que significaba estar anclado, ser amado.
Después, cuando nos quedamos tumbados con nuestros cuerpos entrelazados, Lucas me pasó los dedos por el pelo. Mientras miraba el techo, dijo:
—Solo hay una cosa que me preocupa.
—¿Cuál?
—Lo único que no me gusta de ser mortal es que tendré que dejarte. Tranquila, que no será antes de que llegue el final de mi vida. Y además tengo la intención de vivir mucho tiempo. Pero es igual. Es allí hacia donde nos encaminamos.
Lo abracé con fuerza.
—Ya me enfrentaré a ello cuando llegue el momento. Poder pasar los próximos cincuenta o sesenta años contigo, estar juntos y felices durante toda nuestra vida, eso es todo cuanto quiero. Prefiero llorarte cuando te pierda a no estar nunca más contigo.
Lucas me besó apasionadamente y me envolvió de nuevo entre sus brazos.
—Así que eso es lo que haremos.
—¿Y qué hay de ti? —susurré—. Sé que te alegras mucho de estar vivo… pero ibas a vivir para siempre y ahora ya no. Has perdido la inmortalidad. ¿Eso no te hace sentir raro?
—Yo nunca moriré —dijo.
Antes de que pudiera objetar algo, Lucas posó dos dedos sobre mis labios. Su tierna sonrisa parecía llenar la habitación de luz, y me di cuenta de que sus palabras eran la mayor verdad que había escuchado nunca:
—Tú vivirás eternamente, y perdurar en tu recuerdo es la única inmortalidad que necesito. Seguir viviendo como parte de ti, Bianca… Esa es mi idea del cielo.