21

No podía atacar; no podía escapar. Lo único que podía hacer era mirar a la señora Bethany, que en ese momento se había convertido, de forma bastante literal, en lo único que tenía en el mundo.

—Creía que el señor Ross sería quien la traería a mí —dijo—. Pero está más prendado de usted de lo que había imaginado. Y entonces, por fin, después de semanas de búsqueda, encontré esa baratija en la sala de los archivos y vi lo fácil que resultaría sustituirla por una trampa y hacerme con usted.

La señora Bethany siempre había estado al tanto de nuestras visitas al cuarto de los archivos. Siempre había sabido de mi existencia.

—¿Cómo supo que estaba en la escuela?

Inclinó la cabeza como si sintiera lástima de mí.

—Considerando su conducta anterior, era natural suponer que estaría ahí donde se encontrara el señor Ross.

La odié tanto en ese momento que me sorprendió que la trampa no se hiciera añicos. Sentía tal rabia que habría podido fundir el metal y romper piedras.

—Yo soy el motivo de que usted ofreciera un trabajo a mis padres aquí, ¿verdad? Fue una trampa desde el principio.

—Yo les brindé todas las posibilidades, ¿sabe? —Parecía tranquila. Satisfecha—. Si disfrutara tratando de forma injusta a los desvalidos, no habría fundado Medianoche. Además, sus padres me gustaron: son unos profesores excelentes. Me sentí obligada a tener en cuenta también todas las demás opciones. Cambié la política de admisiones para aceptar a alumnos vinculados a otros espectros por si alguno de ellos también resultaba apto. Cuando usted se desvió de la ruta trazada por sus padres, yo la urgí a retomarla. En verano le dije que arrojar por la borda todo su futuro solo por amor no merecía la pena. Pero usted no me hizo caso, y se precipitó hacia su destino final. Y ahora me siento libre para actuar tal como me parezca.

—Usted no quiere ser vampiro —dije—. Pero si me utiliza para eso… será algo peor que un vampiro.

—Estaré viva. —La señora Bethany no dejó entrever ni un atisbo de vacilación—. Y quedará vengada una vieja traición. Podré morir como debería haberlo hecho, como una mujer humana. Y usted no estará menos muerta de lo que ya está.

Se produjo un remolino de luz, y el mundo tomó forma a mi alrededor. Al principio me creí libre, y me dispuse a desaparecer, a salir corriendo o a hacer lo que fuera… pero entonces vi dónde me encontraba.

Tenía ante mí a la señora Bethany con la trampa en la mano, en el centro de una habitación donde brillaban todos los colores, tanto en el suelo, como en el techo y en las paredes. Era una estancia de las mismas dimensiones que el cuarto de los archivos, pero, en lugar de ser de piedra desnuda y de polvo, refulgía de forma intensa y translúcida. Era de madreperla. Reparé en el tejado de cobre de la torre sur, el extraño efecto que había percibido a menudo procedente de la habitación desocupada sobre el piso de mis padres; ella había llevado la trampa al interior de la otra torre, a ese sitio. Y entonces comprendí qué era aquello.

—Ha convertido toda la habitación en una trampa —dije. Supe que no lograría salir de allí.

—Tengo la teoría de que usted puede proporcionar la energía para resucitar a varios de nosotros —me explicó la señora Bethany—. Usted, señorita Olivier, va a devolver la vida a casi una docena de personas. Tal vez eso le sirva de consuelo.

Me aparté de ella. Noté el tacto resbaladizo de la madreperla bajo mis pies pero, no, no era eso. Yo no podía ser ni sólida ni insustancial; no podía flotar, ni huir. Todo estaba en un estado intermedio que me privaba de las habilidades que podría emplear en otro estado. A pesar de que se respiraba cierta sensación de libertad en la trampa, esta no dejaba de ser lo que era, y me estaba desposeyendo de la noción de la realidad y de mi propia persona. La diferencia radicaba en que todo iba algo más retrasado. Era una muerte más lenta. No era raro que los espectros gritaran tanto…

Adoptando un tono más amable, la señora Bethany dijo:

—Considérese como una donante de órganos.

Entonces me acordé de que había podido oír los gritos de los espectros, incluso cuando estaban atrapados…

Así pues, empecé a gritar con todas mis fuerzas, tanto con la voz como desde el interior de mi alma.

«¡Auxilio!». Además del grito en sí, añadí el lugar donde me encontraba, la imagen de la señora Bethany frente a mí, y todo cuanto pensaba, sentía y sabía. El mero esfuerzo parecía mermarme aún más, como si al gritar hubiera perdido una parte de mí misma.

—Esta habitación está insonorizada —dijo la señora Bethany—. Nadie puede oírla.

Tal vez no con sus oídos. Pero quizá Maxie o Christopher lo captasen, o puede que Lucas me oyera en su sueño.

Un repentino golpeteo en la puerta me devolvió la esperanza. Sin embargo, la señora Bethany no pareció sorprenderse. Se limitó a sostener la trampa en lo alto, abrirla y colocarla en el suelo. Un vacío oscilante y grisáceo se abrió ante mí de nuevo, e intenté desesperadamente no sumergirme en él. Mientras agitaba las piernas frenéticamente, incapaz de resistirme, oí un murmullo de voces que no pertenecían a la misión de rescate que yo esperaba.

La trampa se cerró. Por unos segundos experimenté una sensación de alivio mareante, e intenté comprender lo que veía. Seguíamos en la habitación de madreperla, pero la puerta se había vuelto a cerrar, imposibilitando mi huida.

La señora Bethany y yo ya no estábamos solas. Media docena de vampiros ocupaban la estancia, cada uno de ellos mirándome con la misma ansiedad que la señora Bethany. La mayoría eran profesores, pero también había un par de alumnos. No conocía bien a ninguno de ellos, pero sí me di cuenta de una cosa: se trataba de vampiros ancianos y poderosos. La señora Bethany había escogido muy bien a sus cómplices.

—No sé a cuántos de nosotros podrá usted resucitar, señorita Olivier. —La señora Bethany introdujo la mano en el bolsillo de su larga falda y extrajo la daga que yo recordaba de la transformación de Samuel—. ¿Me permite expresarle mi más profunda gratitud en mi nombre y en el de los demás?

—Por mí pueden irse al infierno —le espeté.

—Somos vampiros —dijo la señora Bethany, y por un momento percibí aquel atisbo de oscuridad y odio hacia sí misma que había notado en Lucas durante los últimos meses—. Ya estamos en él.

—Me están matando. —Yo seguía sin poder creérmelo a pesar de que el proceso ya había empezado.

—Si le sirve de algo, usted también me matará a mí. —La señora Bethany sonrió, como si fuera una gran noticia—. No pretendo vivir mucho tiempo como humana. Esta existencia prolongada ha sido más un tormento que un placer para mí. Lo único que quiero es morir como debería haberlo hecho.

—¿Morir? ¿Usted solo hace esto para volver a morir?

—Para morir como debería de haber muerto —repitió. Una tristeza profunda le oscureció la mirada—. Ir a donde debería haber ido después de la muerte y reunirme con aquellos a quienes conocí en mi única vida legítima.

«Christopher —pensé—. Cree que si muere como humana estará de nuevo con Christopher».

Se subió la manga de la blusa de encaje, orientó la daga y se abrió la piel de la muñeca. Su sangre de vampiro empezó a fluir por la mano y yo fui presa de una voracidad desesperada, distinta de cualquier cosa que hubiera conocido hasta entonces. No deseaba beberme su sangre: quería unirme a ella. El instinto de precipitarme en su interior, de entrar a formar parte de ella y perderme a mí misma para siempre resultaba más poderoso que cualquier otra cosa imaginable.

«¡No! ¡Detente! ¡Piensa en Lucas, piensa en todas las personas a las que quieres! ¡Resiste por ellos!». Pero, mientras pensaba esas cosas e intentaba aferrarme a ellas con todas mis fuerzas, notaba que mi determinación se venía abajo junto con el resto de mi ser. Mi forma humana empezó a desvanecerse en un vapor turbio. La señora Bethany alzó la cabeza, triunfante. Ella pronto volvería a ser humana y yo pasaría a ser… nada.

Entonces se oyó un golpe sordo en la puerta que sobresaltó a los vampiros. El golpe se repitió y la puerta cedió, dispersando trozos de madera y madreperla en mil direcciones mientras Lucas entraba furioso en la sala con una ballesta en la mano.

O había comprendido al instante lo que ocurría, o estaba dispuesto a matar primero a la señora Bethany y a hacer luego las preguntas. Lucas se llevó la ballesta al hombro dispuesto a disparar, pero la señora Bethany se abalanzó sobre él, de modo que él levantó el arma y la flecha dio en el techo.

—Suéltela —dijo Lucas mientras forcejeaban por la ballesta.

—Ella ya no te pertenece —repuso la señora Bethany empujándolo hacia atrás—. Es mía.

Los otros vampiros se dispusieron a atacarlo también, pero Lucas no había acudido solo. Balthazar y mi madre acabaron de destrozar lo que quedaba de la puerta; Balthazar blandía su florete, y mamá simplemente había agarrado al vampiro que tenía más a mano y lo golpeaba con fuerza.

Mientras yo me agitaba formando remolinos, desorientada e incapaz de resistirme, la lucha a mi alrededor se intensificó. Tenía la sensación de que todo discurría muy lentamente, como en un sueño, aunque resultaba mucho más aterrador por la claridad de la violencia. Vislumbré un instante a mi padre blandiendo la pata de una silla rota a modo de estaca. Vi a Balthazar caer al suelo y esbozar una mueca de dolor al volver a ponerse en pie tambaleante. Observé cómo Lucas recuperaba la ballesta y la disparaba, pero la señora Bethany esquivó fácilmente la flecha, que se hundió en otro vampiro, provocándole un reguero de sangre y arrancándole un aullido.

La sangre de vampiro me anegaba, me hundía cada vez más en las profundidades de la nada.

Al otro lado de la trampa, oí la voz de Maxie:

—¡Bianca! ¡Tienes que salir de aquí! ¡Vamos!

Apenas pude distinguir su silueta, de pie en el borde mismo de la habitación, arriesgando su propia existencia para ayudarme. Detrás de ella asomaron otros rostros: los de las alumnas que vivían en los pisos superiores de la residencia, atraídas por el ruido, y el de Vic, que parecía intentar con todas sus fuerzas que las chicas se fueran a un lugar más seguro.

Intenté hacer lo que Maxie me decía, pero estaba demasiado débil. Demasiado perdida. En ese momento, la señora Bethany corrió hacia la puerta a velocidad de vampiro y al pasar cogió la trampa más pequeña. Entonces la abrió justo delante de Maxie.

«¡No!», pensé. Pero era demasiado tarde. Solo pude ver el terror asomando en el rostro de Maxie antes de que el torbellino la engullera y la arrastrara al interior de la trampa.

—¡Eh! —gritó Vic. Por primera vez, percibí verdadera ira en su voz—. ¡Ese es mi fantasma!

La señora Bethany golpeó a Vic en la cara con la trampa y este cayó al suelo. Las alumnas humanas empezaron a chillar mientras la señora Bethany se abría paso entre ellas.

—¡Se escapa! —gritó Balthazar.

—¡Me da lo mismo! —Lucas le clavó una flecha a otro vampiro; la habitación se quedó en silencio, pero él apenas se dio cuenta—. ¡Tenemos que sacar a Bianca de aquí!

—¡Tiene a mi fantasma!

Vic empezó a bajar la escalera a toda prisa y Balthazar lo siguió. Mis padres y Lucas se quedaron.

—Id —susurré. Fue lo único para lo que tuve fuerzas. Maxie no merecía un final como aquel.

—La trampa… Esta habitación… Dios mío, te está matando —dijo Lucas—. Bianca, vamos. La puerta está abierta. Puedes conseguirlo.

Eso parecía. Sin embargo, alcanzar la puerta era imposible.

—Cariño, por favor —suplicó mamá. Mi padre tenía los ojos anegados en lágrimas mientras la sujetaba por los hombros—. Puedes hacerlo.

—¡El broche!

Lucas se palpó los bolsillos y sacó el broche de azabache. Por un momento, sentí algo parecido a la esperanza; si pudiera volver a adquirir sustancia, aunque fuera por un segundo, podría salir por la puerta y tal vez recuperarme. Pero el broche cayó entre el humo azulado donde había estado mi mano. Como ya no podía tocarlo, no podía acceder a su poder.

La flor negra de azabache repiqueteó en el suelo de piedra, oscuro como la tinta en aquel mundo luminoso, y recordé los viejos sueños que me habían conducido a aquella situación. Me habían advertido de que cuando buscara el amor, encontraría tormenta. Pero en ninguno de mis sueños me había puesto a cubierto, con Lucas.

Él negó con la cabeza.

—Esto no puede estar ocurriendo. —Tenía la voz ronca—. No puede estar ocurriendo. Bianca, vamos. Vuelve conmigo.

—¿Bianca? —preguntó una voz que me resultó familiar. Una silueta femenina, ataviada con un salto de cama azul intenso, estaba de pie junto a la puerta.

—¡Skye! ¿Qué haces aquí? —exclamó Lucas—. ¡Es peligroso! ¡Vete abajo!

Skye no se movió. Estaba mucho más tranquila que la mayoría de la gente en una situación como aquella, pero, al fin y al cabo, ella había vivido en una casa encantada. Puede que todo cuanto estaba sucediendo le pareciera normal.

—Has dicho Bianca. Era la chica de la que estabas enamorado. La que murió. ¿Se ha convertido en un fantasma?

—Es un fantasma atrapado y tenemos que sacarla de aquí —replicó Lucas sin dejar de mirarme—. Y ahora, tú también tienes que irte.

Lejos de hacerlo, Skye avanzó unos pasos y habló de nuevo. Esta vez dirigiéndose a mí:

—Bianca, poséeme. Igual que lo hicieron los espectros en el baile.

¿Quería que la poseyera? ¿Podía hacer yo algo así?

—¿Qué haces? —Mi madre intentó apartar a Skye—. ¡Es peligroso!

—Sé lo que es perder a alguien —explicó Skye—. Si alguien pudiera hacer esto por mi hermano, me gustaría que lo intentara. Así que inténtalo. Bianca, tranquila. ¡Vamos! ¡Hazlo!

Abandoné mi forma vaporosa y permití que el remolino de energía de la habitación me condujera hacia Skye. Todo desapareció, y entonces, de pronto, noté la piedra dura en mi espalda, y también dolor. Intenté tomar aire, pero me había quedado sin aliento.

Respiración. Dolor. Latidos. Abrí los ojos, sus ojos, y al abrirlos vi a mis padres y a Lucas arrodillados junto a mí.

—¿Bianca? —dijo Lucas, vacilante.

—Soy yo —repuse—. Somos las dos.

Porque Skye estaba allí conmigo, por completo presente. En esa ocasión no era como cuando había poseído a Kate; Skye me había aceptado y, por eso, su espíritu y el mío podían coexistir. Aunque ella estaba asustada, y el corazón le latía rápido, como si fuera un pájaro, no vacilaba.

«Gracias», le dije con el pensamiento.

Ella me respondió: «De nada. Pero, en cualquier caso, ¿no deberíamos salir corriendo?».

—¡Buen plan! —dije. Mis palabras sonaron muy extrañas en sus labios.

Lucas y mis padres se me quedaron mirando. Yo tomé a Lucas de la mano.

—Vámonos. Tenemos que intentar salvar a Maxie.

—Debemos salir de aquí —dijo mamá mientras Lucas me ayudaba a ponerme en pie. Me sorprendí cuando vi que lo podía mirar directamente a los ojos; Skye era más alta que yo.

—Cariño, lo siento por tu amiga, pero tenemos que pensar en tu seguridad.

—Maxie no pensó en ponerse a salvo cuando me siguió —repliqué—. Además, Vic intenta ayudarla. ¿Vais a permitir que Vic se enfrente solo a la señora Bethany?

Lucas me condujo a la puerta.

—De ningún modo. Vamos.

Mis padres se miraron durante un instante, pero nos siguieron. Al estar encerrada en el cuerpo de Skye, como si este fuera una armadura cálida y viva, la sala de la trampa ya no ejercía ningún poder sobre mí; salir de allí resultó tan sencillo como bajar la escalera. Como no podía ser de otro modo, mis movimientos eran bastantes torpes, porque no me había acostumbrado a manejar el cuerpo de Skye y las dos aún temblábamos ligeramente después de lo ocurrido.

Cuando bajábamos por la escalera pregunté:

—¿Fue Maxie quien os dijo dónde estaba?

—Sí —dijo Lucas. Me tomó por la cintura, para ayudarme a mantener el equilibrio, pero me tocó con cautela, y pensé que lo hacía para no incomodar a Skye—. Esta mañana nos hemos dado cuenta de que habías desaparecido porque era imposible que no estuvieras con nosotros hablando de los planes de esta noche…

—¿He pasado un día entero en la trampa?

El tiempo allí me había parecido eterno, pero a la vez tuve la sensación de que todo transcurría en una milésima de segundo.

Lucas asintió.

—Eso parece. Hemos registrado todo el internado buscándote.

—Seguramente, cuando robamos las trampas, la señora Bethany se dio cuenta de que la habíamos descubierto —dijo papá—. Dejó de esperar su oportunidad y pasó al ataque.

«Cuando todo esto acabe —pensó Skye—, ¿alguien me contará qué está pasando?».

«¡Claro! —respondí—. En cuanto yo misma lo comprenda».

—¿Y qué hay de las trampas? Seguro que la señora Bethany anda tras ellas.

—Esperemos que no tenga la oportunidad —dijo mamá mientras seguíamos bajando la escalera de piedra.

Todo el alumnado parecía despierto y consciente de que ocurría algo grave; se oían murmullos y gritos en todas las plantas.

—Patrice y Ranulf deben de estar encargándose de ello en este mismo instante…

Su voz se apagó en cuanto las piedras de Medianoche empezaron a gritar.

Aquella era la única palabra que podría describirlo, aunque no sonaba como un grito humano. Era como si el propio edificio hubiera cobrado vida y lo detestara. El sonido se encontraba en el punto de fricción entre lo real y lo irreal, existente en unas dimensiones que no tenían nada que ver con el sonido pero que, sin embargo, reverberaban en nosotros. Nos tapamos los oídos con las manos, todos menos Lucas, que seguía sujetándome con una mueca de dolor.

—Pero ¿qué diablos…? —gritó él por encima del estruendo.

Entonces los sentí, trepando hacia lo alto de la estructura del internado, trepando hacia la libertad.

—Son los espectros —dije—. Están libres.

Estaban libres y también enfadados. En lugar de volar directamente hacia la gente que los anclaba, o de desprenderse del mundo de los mortales, o de trasladarse de vuelta a los lugares que habían encantado, estaban atacando la Academia Medianoche y cuanto había en su interior. Antes no comprendía por qué no eran razonables, por qué actuaban movidos únicamente por puro instinto. Ahora que había pasado un día en una trampa, los entendí; esas cosas le arrebataban la conciencia a uno. En poco tiempo te reducían a miedo y rabia.

Entonces mi aliento se volvió vaporoso, y la escarcha empezó a dejar huella de nuestro paso en los muros, los escalones y el techo. Mi padre estuvo a punto de resbalar con el hielo que se formaba en el suelo con tanta rapidez que se me clavaba en los pies y estuvo a punto de inmovilizarlos. Los murmullos en lo alto de la escalera se convirtieron en chillidos.

—¡Rápido! —exclamé con renovada determinación.

Proseguimos el camino a pesar de que resultaba difícil. El hielo ahora era más espeso que en cualquier otro ataque de espectros que yo hubiera presenciado: era como si todo el internado fuera de hielo. Las piedras crujían y se agrietaban bajo su presión, y nosotros resbalábamos y trastabillábamos por la escalera, que cada vez se parecía más a una caverna de nieve.

Al fin llegamos el vestíbulo principal; aunque no hubiera sabido que allí era donde los espectros eran liberados, sin duda habría reconocido claramente el corazón de la tormenta. La estancia no era otra cosa que un enorme laberinto esculpido en un solo bloque de hielo. Temblando, a ambos lados, blancos de escarcha, estaban Patrice y Ranulf. Yacían desplomados junto a la entrada, aparentemente incapaces de moverse.

—¿Estáis bien? —dije apresurándome a llegar junto a Patrice. Su mano al contacto con la mía tenía el tacto de un pedazo de hielo.

—Estoy bien, Skye —respondió Patrice; le castañeteaban los dientes—. Deberías irte de aquí.

—Vamos a salir todos de aquí —dijo Lucas.

Me soltó para tomar a Patrice en brazos; aunque estaba rígida, consiguió sacarla por la puerta. Mamá y papá pasaron los brazos por los costados de Ranulf y lo ayudaron a salir.

Yo salí corriendo del edificio de la escuela y me dirigí al jardín. Al levantar la vista hacia Medianoche, proferí un grito ahogado; el internado parecía esculpido en cristal, con su silueta desdibujada y fractal como las aristas de los copos de nieve. Había otros alumnos reunidos en el exterior, temblando en pijama con la vista levantada hacia aquella visión asombrosa. Seguramente ese día había nevado, porque algunos de ellos estaban hundidos en la nieve hasta las rodillas.

«La ayuda puede tardar horas en llegar —me dije—. Para entonces puede que alguien ya haya muerto de congelación. Tengo que hacerlo ahora».

«¿Hacer qué?», pensó Skye cada vez más alarmada. Una reacción nada extraña teniendo en cuenta todo por lo que le había hecho pasar en los últimos minutos.

Muy cerca de mí, vi a Balthazar luchando con uno de los guardianes supervivientes de la señora Bethany. Ambos tenían los colmillos alargados mientras rugían y se abalanzaban el uno contra el otro.

Skye gritó, tomando por un instante el control sobre su propio cuerpo a causa del espanto.

«¿Qué son?».

«Son vampiros. ¿Te acuerdas de lo que te contó Lucas? Él también es un vampiro. Como mis padres. Y también… Bueno, mucha gente. Más tarde tendremos que hablar de todo ello. Ahora mismo tengo algo que hacer».

«¿Hacer qué?», repitió.

«No te preocupes. Lo haré yo sola».

Dicho lo cual, solté a Skye. Las dos nos desplomamos, y fue como si el golpe de su cuerpo contra el suelo nos separara. Yo salí rodando en mi forma semisólida, sin dejar huella alguna en la nieve; Skye se incorporó, balbuceante, con trozos de hielo brillándole en el pelo. Tenía una expresión extraña, de horror, como si no se acordase de haberme dado permiso. Sin embargo, dijo:

—Los noto.

—¿Qué notas?

Se mesó el cabello, como si pretendiera servirse del dolor para bloquear otra sensación.

—Esos espectros, todos. Es como si los tuviera en mi cabeza…

Me pregunté si el hecho de haberla poseído durante tanto rato le había abierto algún otro canal de percepción. Pero eso lo tendríamos que averiguar más tarde.

—Voy a encargarme de ellos, Skye. Lo prometo.

Lucas, que se encontraba unos pocos pasos más allá intentando reanimar a Patrice, dijo:

—Bianca, ¿qué haces?

—Regresaré pronto —le prometí—. ¿Has cogido el broche?

Él se palpó el bolsillo y luego se quedó muy quieto.

—Tenemos un problema.

Como si no tuviésemos ya bastantes. Sin embargo, seguí su mirada y vi la cochera de la señora Bethany; tenía los postigos bien cerrados y por las ranuras se colaban pequeños destellos de luz de color azul intenso, como cuchillos cortando la noche. La señora Bethany había iniciado su hechizo; pronto habría acabado con Maxie y resucitaría.

Tal vez estuviera con alguno de sus compinches. Distinguí la silueta de Vic, arrojándose una y otra vez contra la puerta, tratando de salvar a Maxie.

—Ve a ayudarlos —dije—. Prometo que regresaré pronto.

Tras dirigir una última mirada a Patrice, que al fin parecía poder mantenerse sentada sin ayuda, Lucas echó a correr hacia la cochera de la señora Bethany.

Yo me liberé de mi presencia física y me elevé hacia lo alto, convertida en pura energía. Tenía Medianoche a mis pies, no como algo que pudiera ver, sino más bien como algo que percibía como un grupo numeroso de espíritus perdidos y desesperados incapaces de sentir otra cosa más que miedo. Antes, cuando aún no había sido atrapada, no entendía cómo se sentían y no había podido comunicarme con ellos. Ahora, en cambio, sabía lo que tenía que hacer.

Mientras evocaba el intervalo que había pasado en la trampa, proyecté a mi alrededor el recuerdo de aquel vacío oscuro e inconmensurable. Con todas las fuerzas que fui capaz de reunir, lo arrojé hacia abajo, de modo que los espectros pudieran reconocerlo. En cuanto noté que reaccionaban con dolor y pánico, abrí un enorme círculo de luz: el camino de salida.

Al otro lado del círculo, evoqué la tierra de los objetos perdidos con toda su belleza, su fealdad y su caos. Esta pareció adquirir forma en miniatura, como los castillos mágicos de las bolas de cristal con nieve: una mansión antigua estilo Tudor, una caravana, un caballo de pelo castaño con las rodillas marcadas y los ojos amistosos, un camino polvoriento y serpenteante… no se trataba de nada que yo hubiera visto antes, eran los objetos que los espectros llevaban consigo.

La energía que se acumulaba a mis pies dejó de transmitir miedo para empezar a propagar algo parecido a la esperanza.

Entonces los tomé conmigo. A todos y cada uno de ellos. No sé cómo lo hice, pero estaba claro que había poseído esa habilidad desde el principio. Conocí a cada uno de ellos, les vi las caras, sus personalidades, capté partes de las vidas que habían llevado. Se volvieron conocidos para mí, tanto con sus virtudes como con sus defectos, tal que si fueran mis amigos más queridos, y sentí que ellos a su vez me reconocían a mí. Y, más importante todavía, percibí que ellos se reconocían a sí mismos como las personas que habían sido antes de que la oscuridad y el miedo se hubieran apoderado de ellos. A continuación, nos alzamos juntos para penetrar en la esfera de luz.

Luego hubo risas, gritos de júbilo, abrazos. Yo me quedé de pie en una zona iluminada por el sol junto a lo que parecía una versión del Taj Mahal negra en lugar de blanca e incluso más bella. Un grupo de unas cien personas se arremolinaban en torno a mí vestidas del modo más diverso, desde camisetas y vaqueros hasta una mujer ataviada con un vestido con miriñaque y sombrilla.

—Gracias —susurró esta abrazándome con fuerza—. Nos has sacado de allí. Nos has traído aquí.

Yo le devolví el abrazo, pero no olvidé lo rápido que podía pasar el tiempo allí y lo mucho que necesitaba regresar.

Christopher pareció surgir en medio de todos nosotros, sin ráfagas de humo ni estallidos de luz, pero en un minuto pasó de no estar a hacerse presente. Su sonrisa lo convirtió en el hombre joven y feliz que había sido cuando habíamos estado en los recuerdos de su vida.

—Bianca. Sabía que podías hacerlo.

—Sí. Es fabuloso, y tremendo, y todo eso, pero nuestra situación es muy grave —dije—. La señora Bethany ha capturado a Maxie y va a destruirla. ¿Hay algo que podamos hacer?

Su sonrisa desapareció.

—Pobre chica. Tiene que estar aterrada.

—¿Qué podemos hacer? Es tu mujer. Ya sé que la quieres, pero no podemos permitir que haga una cosa así.

Aparte del miedo por Maxie, temía también por Lucas, por Balthazar, por mis padres, por Vic… y por toda la gente a la que había dejado en Medianoche. La señora Bethany contaba con luchadores conscientes de que ella era su única oportunidad para volver a vivir. La batalla que iba a tener lugar entonces sería desesperada y, para algunos, fatal.

—No, no podemos permitirlo. —Christopher se irguió—. Debemos regresar juntos al mundo de ahí abajo.

—¿Puedes sacar a Maxie de la trampa? —pregunté, pese a que estaba segura de que era imposible.

—Hay un modo —dijo él, para mi sorpresa—. Solo uno.

Entonces se desvaneció. Al parecer, las explicaciones tendrían que esperar. Pensé en mi broche, en la bella flor de azabache de mis sueños e intenté desplegarme hacia su corazón.

Me materialicé y de pronto me sentí físicamente hundida en la nieve, con Lucas tendido a mi lado. La sangre le ensuciaba el rostro, le cubría la piel y hacía que sus ojos verdes parecieran sobrenaturales. Me miró solo por un momento antes de alzar la ballesta justo a tiempo para desviar un hachazo. Uno de los partidarios de la señora Bethany blandía con insistencia un hacha contra él y, a juzgar por las apariencias, ya había logrado asestarle algunos golpes.

Al parecer, mi broche había caído con Lucas; estaba en el suelo, claramente visible en la nieve. Lo cogí, contenta de haberlo recuperado, y me lo guardé en el bolsillo. En cuanto volví a adquirir forma corpórea, intenté asimilar lo que ocurría.

La batalla era encarnizada. Mis amigos vampiros luchaban contra los vampiros leales a la señora Bethany. Al otro lado del jardín, la Academia Medianoche empezaba a descongelarse o, cuando menos, el hielo que la había cubierto ya estaba desapareciendo. Algunos alumnos ateridos se acercaban tambaleándose para volver a entrar, resguardarse y alejarse de la lucha. No vi a Vic, y me pareció que nadie había podido penetrar en la cochera de la señora Bethany.

El rugido de un motor atravesó la noche, y al volverme vi cómo un par de faros se aproximaban rápidamente al internado. Con una repentina sensación de alivio y esperanza, reconocí la furgoneta. Corrí por la nieve gritando:

—¡Raquel! ¡Dana!

El vehículo derrapó al detenerse. Dana saltó del vehículo y entró en escena.

—Os dije que no empezarais la partida sin nosotras.

—Son todos vampiros —dijo Raquel aferrando la estaca con fuerza—. ¿A cuáles atacamos?

—Si ataca a un vampiro que tú conozcas, ¡cárgatelo! ¡Dile a Dana quién es quién!

Busqué un arma para mí y me hice con una pequeña hacha de mano.

—¡Raquel! —Vic se acercó corriendo a la furgoneta. Seguramente había estado en el bosque buscando algo con que poder irrumpir en la casa de la señora Bethany—. ¡Dadme alguna cosa! ¡Lo que sea!

Los dejé atrás y eché a correr por la nieve, dispuesta a ayudar a Lucas y a los demás. En vista de lo bien armados que iban los secuaces de la señora Bethany, rebusqué y saqué el broche. Mi cuerpo continuó sólido.

Las personas que tenía más cerca eran mi padre y el vampiro de más altura de la escuela, un chico que era tan ancho de espaldas como alto. Estaba golpeando a mi padre con una sola mano, mientras con la otra sostenía un cuchillo lo bastante grande para decapitarlo. Papá, incapaz de defenderse, tenía ya una rodilla doblada. Entonces grité:

—¡Eh!

El vampiro se volvió. Con una sonrisa perezosa, blandió el cuchillo hacia mí…

… y yo dejé caer el broche y me esfumé. El cuchillo me atravesó por completo, pero no sentí nada. El hacha que llevaba siguió balanceándose en el aire a la misma velocidad y, certera, se clavó en la espalda del muchacho.

El chico cayó al suelo; evidentemente, no estaba eliminado por completo, pero al menos estaba aturdido y sentía dolor. Rápidamente volví a coger el broche y tomé a mi padre de la mano.

—¡Vamos! ¡Tenemos que entrar ahí!

—Tenemos que salir de aquí —protestó papá.

Negué con la cabeza.

—Esta batalla no terminará hasta que alguien le pare los pies a la señora Bethany, y no estaremos a salvo hasta que la batalla acabe.

La casa de la señora Bethany se encontraba apenas unos pasos más allá. Pero Vic llegó antes que yo; cuando vi lo que llevaba consigo me quedé muy asombrada.

Jamás habría pensado que le darían el lanzallamas.

Vic apuntó hacia una pared con el arma e incendió el lugar de un fogonazo.

Vic, obviamente, no sabía que el fuego podría acabar para siempre con Maxie.

Corrí hacia la cochera, sin saber muy bien qué hacer o cómo ayudar. Entonces distinguí una silueta apenas visible en la nieve: era Maxie, flotando aturdida lejos de las llamas.

—¡Maxie! —grité.

Vic llegó a ella al mismo tiempo que yo, y le puse el broche en la mano. Aunque apenas tenía sustancia, logró sujetarlo; la magia del azabache la materializó y pareció darle algo de fuerza.

—¿Estás bien? —Vic le apartó el pelo castaño claro de la cara.

Ella negó con la cabeza.

—Christopher… —logró decir.

—¿Qué le pasa? —pregunté—. ¿Te ha sacado de allí?

—Sí, pero… —Maxie se quedó mirando el fuego que consumía la cochera—. Me ha reemplazado. —Vencida de pronto por el dolor y el cansancio, Maxie se dejó caer sobre el hombro de Vic; este soltó el lanzallamas y la abrazó con fuerza.

Los dejé solos y corrí hacia el incendio. Aunque sabía que era peligroso permanecer tan cerca del fuego o de una trampa, no podía permitir que Christopher muriera si había algún modo de salvarlo.

Sin embargo, al recordar su expresión triste cuando nos disponíamos a ir hacia allí, supe que no lo había. Christopher había hecho todo aquello consciente de que desaparecería para siempre. Se había sacrificado por Maxie.

Escruté en el corazón mismo de las llamas y descubrí a la señora Bethany, con su larga cabellera suelta sobre los hombros. Tenía el rostro tiznado de hollín y parecía muy joven.

—¡Christopher! —gritó. Seguramente lo había visto en el instante en que había sustituido a Maxie—. Christopher. Estoy aquí. Aquí.

A pesar de estar a punto de morir quemada, la señora Bethany sonreía. Entonces me di cuenta de que Christopher se había equivocado; el amor que ella sentía por él había sido más poderoso que su odio. Pero ambos se habían dado cuenta de ello demasiado tarde.

Maxie se había liberado antes de que la señora Bethany se pudiera transformar. Posiblemente, esta habría tenido tiempo de sacrificar a Christopher y volver a vivir. Ella lo sabía, pero no lo hizo.

—Podemos salir de aquí —dijo ella con la respiración entrecortada, atravesando la madera encendida a pesar del riesgo que representaba. Observé que intentaba recuperar la trampa que lo contenía—. Estaremos juntos. Te lo prometo.

Entonces oí la voz de Christopher, convertida en apenas un susurro en medio del chasquido de las llamas.

—Mi querida Charlotte.

Un estallido de chispas me hizo retroceder, y dejé escapar un grito ahogado cuando el tejado de la cochera se vino abajo. No quedó nada excepto brasas, llamas y humareda. Una muerte segura para cualquier vampiro o espectro. Los Bethany habían desaparecido para siempre.

Conmocionada, me volví para ver la batalla, o lo que quedaba de esta. Los vampiros que luchaban contra mis amigos habían sido derrotados gracias a la ayuda de Dana y Raquel, o bien se habían rendido al darse cuenta de que su cabecilla, y la magia de la resurrección que solo ella conocía, había muerto. Vi a mi madre ayudando a mi padre a ponerse de pie, a Raquel y a Patrice apartando a los vampiros enemigos del resto de nosotros, y a la mayoría de los otros reunidos en torno a una figura caída en la nieve.

Era Lucas.