—¡No me puedo creer que me haya convertido en una especie de demonio! —Vic estaba sentado en los escalones del cenador donde nos habíamos reunido en cuanto el caos se disolvió. Aunque aún no era medianoche, el baile de otoño se había dado por concluido—. ¿Llegué a echar fuego por los ojos o algo así?
—No. Solo dabas mucho miedo.
Lucas estaba apoyado en la barandilla. Se había aflojado la corbata del traje y llevaba el cuello desabrochado, una vista que lamenté no poder apreciar como merecía. Skye, igual que la mayoría de los alumnos humanos y muchos vampiros, se había retirado a su habitación hacía rato a causa de la enorme conmoción que, como no podía ser de otro modo, había seguido a la posesión en masa.
—¿No te escuchaban, Bianca?
—Sí, escuchaban, pero tenían miedo. —Yo estaba sentada a su lado en la barandilla, completamente sólida; no había nadie alrededor que pudiera verme—. Sea lo que sea lo que planean, tendrá lugar muy pronto. Si no liberamos rápidamente a los espectros, me temo que empezarán a hacer daño a la gente, tanto a los humanos como a los vampiros… a todo el mundo.
Patrice, que no había presenciado las posesiones y que, por lo tanto, podía pensar con mayor claridad que la mayoría de nosotros, empezó a analizar nuestra situación.
—Hemos logrado barrer la mayor parte de las zonas que queríamos. En la sala de los archivos hay un total de cuarenta y siete trampas. Es razonable pensar que no las hemos localizado todas, pero ahora mismo hemos retirado la mayoría. Creo que el hecho de que hayamos sido capaces de hacer eso debería hacer cambiar de idea a los espectros, ¿no? Al menos, les dará un motivo de esperanza. Les demostrará que estamos de su parte.
Mi madre se movió intranquila, y mi padre le pasó el brazo por encima de los hombros. Yo sabía que a ella le resultaba difícil estar del lado de los espectros; sin embargo, no había huido. Seguía allí, con nosotros.
—Debemos liberar a los espectros atrapados —dije—. Y el segundo paso será destruir las trampas que tenemos para evitar que la señora Bethany las vuelva a utilizar.
—Es poco probable que alguien con la determinación de la señora Bethany permita que la destrucción de unas cuantas trampas la detenga —apuntó Ranulf.
Asentí.
—Pero cuando hayamos liberado a los atrapados, los que se han trasladado a Medianoche dejarán de estar asustados. Entonces tal vez los pueda convencer de que se marchen.
—Quizá no sea mala idea empezar a correr la voz entre los humanos —agregó Balthazar, que había captado la idea—. Las apariciones no los asustaron, pero puede que la posesión sí.
Lucas añadió:
—Y si la posesión tampoco funciona, entonces los vampiros seguro que sí. Soy muy capaz de enseñarles los colmillos si con ello puedo conseguir que unos cuantos alumnos humanos se vayan de la escuela para siempre.
—Y entonces sí que la podríamos cerrar. —Empezaba a sentirme excitada; por primera vez en mucho tiempo parecía como si tuviera alguna ventaja sobre la señora Bethany—. Destruir las trampas, vaciar la escuela de todo el mundo excepto los vampiros que necesiten estar aquí.
Mi padre parecía receloso.
—Cuando destruyamos las trampas, alteraremos la magia profunda que albergan. Será una emisión de energía extraordinaria. No pasará desapercibida para nadie.
Lucas hizo una mueca.
—En otras palabras, la señora Bethany sabrá que hemos desbaratado su plan. No más adelante, cuando empecemos a correr la voz entre los estudiantes humanos, sino de inmediato.
Desde su puesto en el interior del cenador, sentado en uno de los largos bancos, Balthazar dijo:
—Y actuará. Al instante. Cuando lo hagamos, tenemos que estar preparados para las represalias.
—No creo que vaya a matar… —Iba a decir «a otro vampiro», pero no pude.
No pude después de haber visto lo que le había hecho a Samuel Younger. La señora Bethany llevaba dos siglos urdiendo aquel plan, era su deseo más preciado, y no vacilaría en destruir cualquier cosa que se interpusiera en su camino. Miré a mi padre, y él asintió una vez en señal de confirmación.
—Es capaz —dijo papá—. Durante este año ha demostrado muy claramente sus simpatías, tanto entre el profesorado como entre los alumnos. Sospecho que hay otros vampiros conocedores de sus planes. Si no queremos acabar con una estaca en el pecho o algo peor, será preciso que salgamos de aquí tan pronto como hayamos liberado a los espectros.
Lucas se volvió hacia mis padres. Era la primera vez que lo veía dirigirse directamente a uno de ellos tras el altercado inicial con mi madre a principio de curso.
—¿Existe alguna posibilidad de que se ausente un tiempo?
Se produjo una pausa incómoda que me hizo estremecer, pero entonces papá recuperó la compostura.
—No tendremos esa suerte. De todos modos, tal vez se nos ocurra un modo de distraerla. Un problema grave que la haga salir de aquí durante un día. Se enterará en cuanto vuelva, pero quizá nos dé margen para cubrir nuestro rastro.
—Sabrá que estoy metido en esto —añadió Lucas—. Después de haberla rechazado el otro día, lo sabrá. Sin embargo, confío en poder ocultaros a todos.
Mi madre carraspeó, como si le costara un poco hablar educadamente con Lucas.
—La señora Bethany sospechará de nosotros también, sobre todo si nos implicamos para sacarla del campus. Así pues, deberíamos acordar ahora que hemos sido los tres y nadie más.
—Oíd, eso no es necesario —dijo Balthazar.
—Ahórrate ahora el numerito noble, ¿vale? —Lucas lo miró con enojo—. Nadie quiere tener a esa mujer en su contra si hay un modo de evitarlo. No seas tonto.
Para mi sorpresa, Balthazar sonrió.
—Eres un buen amigo, Lucas. Aunque nunca lo admitirás.
Los dos se sonrieron, y observé cómo mis padres se daban cuenta de que, contra todo pronóstico, Lucas y Balthazar se habían hecho muy amigos.
Por algún motivo, el hecho de que yo amara y aceptara a Lucas no había tenido tanto impacto en ellos como aquella simple prueba de amistad.
Vic dibujó una T con las manos.
—¡Fin del tiempo para establecer vínculos!, ¿vale? Hay algo de lo que aún no hemos hablado: Bianca.
—¿Qué pasa conmigo? —pregunté.
—Bueno, tú eres algo así como un superespectro, ¿no? Exactamente lo que la señora Bethany quiere. —Vic fue posando la vista en cada uno de nosotros, como esperando que alguien le llevara la contraria, pero, claro, nadie lo hizo—. Entonces, ¿cómo evitamos que piense que te has convertido en espectro y que estás aquí? No cabe la menor duda de que estará buscándote.
—Todos habéis sido realmente cuidadosos —intervino mamá. Cruzó un instante su mirada con la de Lucas, como si le diera las gracias por haberme protegido. Fue un momento muy breve, pero me entraron ganas de abrazarla con más fuerza que nunca—. Seguro que sabe que Bianca se ha convertido en espectro, pero tal vez no se haya dado cuenta de que se encuentra aquí. ¿No os parece que de haberlo sabido ya habría intentado capturarla?
Tuve que admitir que aquella era una buena apreciación. Las trampas no estaban dispuestas para mí en concreto; la habitación de Lucas no había sido marcada como objetivo.
—No me gusta ignorar lo que la señora Bethany sabe, pero confío en que pronto eso deje de tener ninguna importancia —prosiguió mamá—. En un par de semanas me imagino que los tres habremos abandonado la Academia Medianoche para siempre y que… tú vendrás con nosotros, ¿verdad, Bianca?
—Estéis donde estéis. —Apoyé la cabeza en el hombro de Lucas con la fuerza suficiente para hacerle sonreír. Los refulgentes mechones de mi pelo se deslizaron sobre su pecho—. Allí estaré.
Más tarde, cuando todo el mundo se dispuso a regresar al interior del internado, yo me volví invisible, convertida apenas en un rastro de vapor suspendido en lo alto. Observé que Balthazar se levantaba de su asiento pero que no se marchaba con los demás, sino que se entretenía en el cenador un rato más. La luz de la luna perfilaba su silueta entre las volutas de hierro y la hiedra.
Descendí levemente y le susurré:
—¿Estás bien?
—Claro —respondió.
Sin embargo, su voz resultaba rara. Entonces recordé el baile de otoño de dos años atrás, cuando los dos habíamos salido juntos allí a contemplar las estrellas; fue la noche en que le dije que amaba a Lucas. Todavía podía ver lo mucho que aquello le había afectado. ¿Acaso recordaba él también aquella noche?
Balthazar dirigió vagamente la vista hacia mí y dijo:
—Lucas va a volver a comprobar las trampas, para asegurarse de que permanecen bien ocultas. Por lo tanto, no se acostará hasta al menos dentro de una hora.
—Sí, ¿y qué?
—Quiero que esta noche penetres en mi mente mientras sueño.
Adiviné al instante por qué me pedía aquello, y lo que pretendía hacer.
—Balthazar… No sé si es una buena idea. Nos encaminamos hacia una batalla. Vas a necesitar todas tus fuerzas.
—Estaré perfectamente. Me ha llevado mucho tiempo afrontar lo que tengo que hacer. Pero ahora lo veo claro. No podemos posponerlo por más tiempo. —Su expresión era inescrutable, pero su voz estaba cargada de firmeza—. Confía en mí.
Después de haberme pasado unos cuantos meses criticándolo a la menor oportunidad, y además por algo que realmente no había sido culpa suya, le debía eso, ¿no?
—De acuerdo, lo haré.
Regresamos al internado. La magnificencia del vestíbulo principal se había venido abajo: las velas estaban apagadas, las flores yacían en el suelo pisoteadas por los alumnos asustados, y se veía claramente que el rincón de la orquesta había sido abandonado a toda prisa. Balthazar se desabrochó la pajarita y los puños mientras subía la escalera; sus pasos resonaban en la piedra. Después de lo ocurrido horas antes, supuse que, aunque la mayoría de la gente estaría totalmente despierta y seguiría así durante horas, nadie se atrevería a deambular solo por allí a medianoche.
Cuando entramos en su dormitorio, Balthazar no encendió la luz. Seguramente lo hizo para tener algo de intimidad mientras se desnudaba; en todo caso, yo, naturalmente, aparté la vista. La luz de la luna seguía brillando y me permitió ver su sombra recortada en la pared mientras se quitaba la camisa y se desabrochaba el cinturón.
«¿Y no es el tipo de Patrice? —pensé—. No me lo creo».
Cuando oí el crujido de las sábanas, volví a mirarlo, esta vez suspendida sin más sobre su cama. Balthazar se tumbó de lado; al parecer era una de esas personas afortunadas que no tienen más que cerrar los ojos para empezar a dormir. Al cabo de unos pocos minutos, me di cuenta de que estaba soñando.
A pesar de que aquello me resultaba violento, casi como si por el hecho de compartir esa experiencia con otra persona estuviera engañando a Lucas, me extendí todo lo que pude y me precipité hacia abajo para penetrar en el mismísimo centro del sueño de Balthazar.
Y me vi en medio de un bosque, de noche otra vez.
Al principio pensé que era el bosque próximo a Medianoche, pero luego me di cuenta de que no lo era. La mayoría de los árboles eran más altos y algunos tenían el tronco muy grueso, posiblemente eran muy viejos. A lo lejos oí las voces de unas cuantas personas, así como otro sonido: cascos de caballos.
Al escrutar la noche oscura, observé a unas personas que viajaban en un carromato antiguo por una carretera polvorienta; iban vestidas de un modo que no me resultaba familiar: con sombreros grandes y capas largas. De algún modo, me recordaron la escena que había vislumbrado en los recuerdos de la vida de Christopher, pero tuve la sensación de que esto había ocurrido hacía mucho más tiempo.
—Lo has conseguido —dijo Balthazar.
Me volví y me lo encontré de pie a mi lado, vestido con ese mismo tipo de ropa; como él estaba más cerca, observé que llevaba unos pantalones que solo le llegaban a las rodillas y unas botas altas abiertas por la parte superior. Llevaba la chaqueta atada con un cinturón, y la capa ribeteada de piel. El sombrero… Bueno, a pesar de todo, tuve que sonreír.
—Pareces la estrella del desfile del día de Acción de Gracias.
—Te informo de que esta era la moda colonial del año 1641. —Balthazar se colocó el sombrero de forma que le quedó más ladeado.
Ya más seria, dije:
—¿Sueñas con esto? ¿Con tu vida?
—A veces.
Balthazar señaló con el dedo una luz lejana: el brillo de una lámpara de aceite en la ventana de una pequeña casa de campo.
—Vamos a ver lo que podamos.
Lo acompañé por el bosque hasta que llegamos al claro de la cabaña. Era más sencilla de lo que había pensado, aunque, al pensar en ello, me pareció lógico; posiblemente Balthazar había ayudado a su padre a construirla con sus propias manos y las herramientas de que entonces disponían. El humo serpenteaba desde lo alto de una chimenea de piedra ligeramente inclinada, y la única ventana estaba tapada con una especie de papel encerado en lugar de cristal. Un perro peludo dormitaba junto a la chimenea, de espaldas al calor. Balthazar sonrió y se inclinó para acariciarlo.
—¡Hola, Fido!
Fido no se movió. Quizá no sintiera las caricias en los sueños.
Luego, desde el interior, oí una voz de mujer, aguda y airada.
—Tu desobediencia es una carga para nosotros, Charity.
—Lo siento mucho, madre. —La voz de Charity sonó clara y firme, sin matices de arrepentimiento—. Pero me temo que voy a tener que desobedeceros más.
Desde que Balthazar me había pedido que entrara en su sueño sabía que llegaría ese momento, pero eso no hacía que resultara más fácil de afrontar. A juzgar por el temor que se reflejaba en la mirada de él, Balthazar se sentía igual.
Fue hacia la puerta principal y la abrió. Entonces vi a Charity de pie, con un vestido largo y oscuro, un delantal blanco, y un pequeño gorrito blanco de algodón en la cabeza. Tenía un rostro más joven del que yo le recordaba: así había sido un par de años antes de morir, cuando aún era una niña. Ante ella había dos personas sentadas, los padres de Charity y Balthazar, vestidos con la misma sobriedad que sus hijos y con un gesto grave y tenso en el rostro.
Charity sonrió con una expresión demasiado adulta para aquel rostro aún redondeado por la infancia. Se quitó el gorro de la cabeza y dejó ver sus rizos rubios.
—No pienso cubrirme la cabeza por más tiempo. De hecho, no creo que vaya a cubrirme ninguna parte del cuerpo a menos que yo lo quiera.
—El diablo se ha apoderado de ti, hija —retumbó el padre. Su aspecto era una versión más vieja y corpulenta de Balthazar, pero también, de algún modo, más dura. Desagradable. No había amor en la forma en que reprendía a su hija, solo reprobación.
—¡Exacto! —Charity se echó a reír con fuerza, encantada de desobedecer a sus rígidos padres—. ¿Queréis ver lo que el diablo me hace hacer?
Dirigiéndome a Balthazar, le susurré:
—¿Siempre fue así?
—Yo creía que solo era rebeldía —dijo—. Pero, sí. Siempre andaba buscando brega, desde el principio.
En ese momento, Charity nos vio. Al instante su expresión mudó del triunfo jubiloso a la confusión.
—¿Qué hacéis aquí? ¿Qué pinta ella aquí?
—Déjamela a mí —susurré. Después de lo que le había hecho a Lucas, me sentía capaz de partirla en dos.
—No —replicó Balthazar interponiéndose entre ambas—. Aquí puede hacerte daño. Pero para mí solo es un sueño. No tiene ningún poder sobre mí.
«Del mismo modo que ella ha atacado a Lucas, él la ataca a ella».
Balthazar saltó hacia delante, atacó a Charity y ambos cayeron al suelo. A pesar de las protestas de sus padres, ni Balthazar ni Charity les prestaron la menor atención; solo eran fantasmas del sueño. La lucha, en cambio, era real.
Ella le propinó un golpe salvaje, pero Balthazar logró doblarle un brazo contra la espalda y arrojarla hacia la chimenea. Cuando su rostro se encontraba a apenas unos centímetros de las llamas, empezó a chillar.
—¡Para! ¡Para! ¡Balthazar, me haces daño!
—Y eso no me gusta. —A él le temblaba la voz—. Sabes que no.
—¡No te bastó con matarme! —Charity se retorcía con violencia, intentando arañarle con la mano que tenía libre, pero no acababa de alcanzarlo. La escena, en sí espeluznante, parecía aún peor al ver la apariencia pequeña e indefensa de ella—. ¿Ahora pretendes torturarme?
—Quiero dejarte en paz. Igual que tú quieres dejarme en paz. Pero antes tienes que soltar a Lucas.
Charity se echó a reír a pesar de que sus rizos dorados empezaban a chamuscarse.
—Es mío. Todo mío. Tú la amabas más que a mí, y ella lo amaba más que a ti. Pero nunca lo tendrá como yo lo tengo.
—Vas a soltar a Lucas —repitió Balthazar—. De lo contrario… ¿Verdad que cada noche penetras en sus sueños y lo torturas? Pues yo penetraré en los tuyos y te haré lo mismo.
—¡No tienes ningún derecho! ¡No después de lo que me hiciste!
—Si pudiera retroceder en el tiempo y matarme a mí antes de convertirte a ti, lo haría. —Balthazar temblaba, tal vez a causa del esfuerzo de retener a Charity, que seguía debatiéndose cerca del fuego, o quizá por pura emoción—. Pero he dejado que la culpa me domine durante demasiado tiempo. Eres una amenaza, Charity. Cazas y matas, y yo debería haberte parado los pies hace mucho.
—¿Matándome? —La voz de Charity cambió. Destilaba auténtico dolor—. ¿Otra vez?
Balthazar no respondió.
—Vas a liberar a Lucas. Vas a dejar de invadir sus sueños para siempre. Si alguna vez rompes tu promesa, te juro que lo sabré y lo lamentarás.
Charity intentó arañarlo otra vez, pero sin tanta fuerza. Percibí el olor de su pelo chamuscado.
—Duele, Balthazar. Está caliente.
—Vas a soltar a Lucas. —Balthazar no se inmutó, pero tenía los ojos brillantes. A pesar de todo, quería proteger a su hermanita y, a su vez, estaba dispuesto a seguir adelante, por Lucas y por mí.
Al cabo de un largo instante, ella gimoteó de un modo casi inaudible:
—Vale.
—Júralo.
—¡Lo juro! ¡Y ahora para! ¡Para!
Balthazar retiró bruscamente a Charity del fuego y la llevó a empujones hasta el rincón más alejado. El hollín le había manchado el delantal y las mejillas, donde pude ver un rastro de lágrimas.
—Esto es por ella, ¿verdad? —Ella me señaló con la mano temblorosa. Su rostro era terriblemente infantil—. ¿Cómo no puedes salvarme a mí escoges a otra chica a la que salvar?
—Yo no puedo salvarte —repitió él, exhausto—, pero te quiero, Charity.
Ella le arrojó el cepillo de la chimenea y masculló un insulto. Seguramente aquella era la versión de Charity de «yo también te quiero».
Mientras su hermana sollozaba junto a la chimenea, Balthazar se puso de pie y salió pasando ante las siluetas ahora mudas e inmóviles de sus padres. Yo lo seguí sin decir nada. Se detuvo frente al perro unos segundos y observó cómo dormía.
Cuando me atreví a hablar de nuevo, dije:
—No tenías por qué hacer todo esto.
—Sí, sí que tenía. —Balthazar se arrebujó en su capa ribeteada de piel—. De lo contrario, Charity no se habría detenido.
—¿Mantendrá su palabra?
—Sí. Curiosamente, cuando hace una promesa, la cumple.
Nos alejamos de la casa y penetramos en el bosque. El aire era fresco y puro, entonces no había contaminación, ni motores, ni humos tóxicos.
—Sé que ha sido muy duro para ti —dije—. Romper de este modo vuestro vínculo. Hacerle daño a ella.
Balthazar se estremeció antes de responder:
—He hecho lo que tenía que hacer. Tal vez ahora Lucas encuentre algo de paz.
—¿Tú crees?
—Tal vez —repitió. Me di cuenta de que Balthazar había visto en Lucas la misma desesperación que yo.
Luego levantó la cabeza y, al mirar a lo lejos, asomó una pequeña sonrisa en su cara. Seguí su mirada hacia otra granja en la lejanía.
—¿Qué es eso?
—Allí vivía Jane.
Era la primera vez que reconocía con franqueza su antiguo amor perdido. Nunca supe qué había ido mal entre ellos, pero me constaba que su pasión por ella había perdurado a lo largo de los cuatrocientos años que habían transcurrido desde entonces.
Me atreví a preguntar:
—¿Quieres ir a verla? Si quieres, me marcho.
—Solo sería un sueño. —Balthazar me miró con tristeza—. Estoy harto de sueños.
Nos cogimos de las manos, la más breve de las caricias. Luego me concentré en elevarme y salir hacia el despertar.
Cuando volví a aparecer en el dormitorio, Balthazar seguía dormido. Pero entonces ya no soñaba: solo descansaba. Acaricié sus rizos oscuros en señal de gratitud.
Al día siguiente, un silencio frío se cernió sobre el internado. La primera helada seria del invierno había cubierto de plata los árboles y el suelo. Sin embargo, tras lo ocurrido la noche anterior, aquello no parecía tanto un fenómeno normal de la naturaleza como la constatación de que los espectros reclamaban todo el mundo para ellos. Los alumnos vampiro, la mayoría de ellos aterrados por los espectros, permanecían encerrados en sus habitaciones; incluso los alumnos humanos, por lo común más tranquilos ante esa clase de fenómenos, pues provenían de lugares encantados, parecían más inquietos desde que se habían producido las posesiones. Unos pocos ya se habían marchado. Seguramente no tendríamos que esforzarnos mucho para hacer que el resto de los humanos los imitaran. Mientras vagaba de un lado a otro del internado, libre al fin para desplazarme sin temor, prácticamente no vi a nadie en los pasillos, ni oí voces ni risas. «Helado —me dije—. Es como si todo se hubiese quedado helado».
La señora Bethany se quedó en la cochera. Una o dos veces vislumbré su silueta recortada contra las ventanas. Aunque dudaba mucho de que temiera a los espectros o a cualquier otra cosa, me dio la impresión de que había decidido atrincherarse en una estructura completamente blindada ante una invasión espectral.
¿Había descubierto ya que sus trampas habían desaparecido? Si era así, no lo demostraba. Entretanto, su ausencia del edificio del internado nos permitió reunimos sin la preocupación de ser observados.
Nos encontramos todos en el apartamento de mis padres. Vic estaba arrellanado en el sofá, con un ligero vello en la zona de las mejillas, allí donde no se había afeitado bien. A su lado, Ranulf y Patrice tomaban una taza del café que había preparado mi madre. Lucas se sentó en la silla colocada en el extremo más alejado de la habitación, como si temiera que mis padres fueran a echarlo en cualquier momento; sin embargo, mamá también le ofreció café. Yo me quedé junto a él y Maxie se atrevió a materializarse justo en la entrada, donde todo el mundo podía verla.
—El próximo fin de semana tendremos nuestra mejor oportunidad —dijo mamá mientras dejaba la cafetera encima de la mesa—. A veces la señora Bethany aprovecha las excursiones a Riverton para ausentarse del internado durante unos días. La podemos animar a que lo haga.
A Vic se le iluminó la cara.
—Eso es. Además, con el resto de los humanos en la ciudad por la excursión de los viernes, habrá menos posibilidades de que nos descubran, ¿verdad? ¡Oh, vaya! Acabo de decir «humanos» en lugar de «personas».
—En realidad, no es así —intervino papá—. Los alumnos vampiro celebran las mejores fiestas del año cuando los humanos no están. Lo cual es una auténtica pesadilla para quienes los vigilan y, a lo que íbamos, eso nos complica las cosas. De todos modos, si aguardamos a la noche siguiente, esto es, al sábado, dentro de una semana, la señora Bethany no habrá regresado todavía y nosotros tendremos libertad de acción.
Lucas y yo nos miramos. Él dijo:
—De hecho, en Riverton vamos a hablar con unas viejas amigas nuestras de la Cruz Negra.
—La Cruz Negra —musitó mi madre como si de un insulto se tratase.
—Es Raquel, mamá —le expliqué—. Y Dana. Las que nos ayudaron a huir cuando el año pasado estuvimos a punto de ser atrapados. Son amigas nuestras, son guerreras y tienen cierta experiencia en la captura de espectros. Deberíamos dejar que participaran. Podrían ser de ayuda, tanto con los espectros como para que tú, papá y Lucas podáis huir luego.
Aunque era evidente que mamá y papá no sabían qué pensar, al fin asintieron. Entones me volví hacia Maxie.
—Vale, cuando los espectros se liberen, se van a… descontrolar.
—Eso es —dijo Maxie—. Estamos hablando de fuegos artificiales, como si fuese el Cuatro de Julio. Energía y luz y escarcha por todas partes. Bianca tendrá que guiarlos allí a donde deben ir, ya sea de vuelta a sus hogares o a la dimensión siguiente. En todo caso, lejos de aquí, que es lo importante. Yo ayudaré en lo que pueda.
—Fabuloso —dijo Vic. Él y Maxie intercambiaron una mirada rápida antes de que ella inclinara la cabeza y ocultara una sonrisa.
Patrice asintió.
—Entonces, en cuanto las trampas estén vacías, las destruimos. Pero no va a resultar fácil, puesto que deben de ser un par de cientos de kilos de metal.
—Se necesitará un cataclismo —añadió Ranulf—. Yo me encargo de los explosivos.
—Eeeh, tranquilo, vaquero —le interrumpió Lucas—. Tampoco hace falta reducirlas a átomos. Lo único que hay que hacer es inutilizar las trampas. Seguro que la señora Bethany no tiene una reserva infinita de esas cosas.
—Nuestro mayor problema —dijo mi padre— es el elemento mágico que contienen. No sé mucho al respecto, y no creo que nadie de nosotros lo sepa, pero seguro que no será tan simple como aplastar chatarra. Quizá pueda idear una solución química que funcione pero los resultados serían… ¿Cómo lo has descrito, Maxie?
—Como fuegos artificiales —respondió ella.
—Pues yo no veo cuál es la diferencia entre lo que tú propones y utilizar los explosivos —replicó Ranulf.
Aquel comentario provocó un estallido de risas, y a continuación todos empezaron a discutir animadamente sobre el plan y nuestras posibilidades de éxito. Entonces me di cuenta de lo extraordinario que era que esa gente se hubiera reunido. Aunque el único elemento que tenían en común era yo, no estaban allí por mí, al menos no de forma exclusiva… o no fundamentalmente por mí. Estaban allí porque habían aprendido a superar sus antiguos prejuicios y miedos, y a ver a cada uno como quien era. La disposición de Maxie para involucrarse de nuevo en el mundo viviente; la aceptación de los espectros y de los humanos como iguales y aliados por parte de los vampiros; Lucas aprovechando lo bueno de su entrenamiento en la Cruz Negra y rehusando lo malo; la habilidad de Vic para desenvolverse en el mundo sobrenatural con la misma facilidad que en el natural… Todo aquello era lo que ahora nos unía.
Por un instante, nuestro plan pareció sencillo. Si habíamos logrado unirnos de ese modo, sin duda podríamos hacer cualquier cosa que nos propusiéramos.