18

Aquella misma noche, en la sala de los archivos, explicamos a los demás lo que habíamos visto. Así, Lucas y yo no fuimos los únicos en estado de shock: durante una hora más o menos cada uno de nosotros permaneció sentado en su sitio sin decir nada. La acción cometida por la señora Bethany, devolver la vida a un vampiro, contravenía todas las leyes físicas y sobrenaturales conocidas por cualquiera de nosotros. Sin embargo, tampoco se podía negar lo que habíamos presenciado.

Balthazar repitió, tal vez por octava vez:

—Me sigue pareciendo tan… irreal que exista un modo de volver a estar vivo…

—No me tienta mucho —comentó Patrice, desdeñosa, como si no se hubiera pasado los primeros diez minutos posteriores a nuestra explicación diciendo «¡Dios mío!» una y otra vez—. Hace tiempo descubrí del peor modo posible que en cuanto alguien muere, independientemente del modo en que lo haga, es mejor dejar las cosas como están.

De pronto pareció interesadísima en sus anillos, aunque yo sabía que, en realidad, recordaba a Amos, su amor perdido hacía tanto tiempo, y al cual había devuelto la vida como fantasma. Aunque Patrice era demasiado reservada para compartir todos los detalles, era evidente que el resultado de aquello había sido trágico.

Vic asintió.

—Está claro que eso de resucitar a los muertos conlleva unos pro-blemones espeluznantes. ¿Y tú qué piensas, Ranulf?

Ranulf, de largo el más tranquilo de los vampiros que conocían la noticia, negó con la cabeza.

—Viví diecisiete años —respondió—. Y llevo siendo vampiro unos trece siglos. Creo que esto se ajusta más a mi naturaleza.

—Yo lo haría —dijo Balthazar. Intercambió una mirada de disculpa conmigo—. Eso siempre y cuando no implicase matar a un ser sensible. Si hubiera alguna cosa diferente, y he dicho «cosa», no me lo pensaría ni un segundo.

—Por lo menos ahora sabemos qué pretende —intervino Lucas. Tenía la mirada un poco perdida. Me di cuenta de que estaba tramando estrategias para distraerse del dolor—. Y sabemos también que queremos pararle los pies. Así que es necesario localizar todas las trampas. Limpiar este lugar y hacer que sea seguro para Bianca, y también para los demás espectros a los que la señora Bethany todavía no ha atrapado.

—Eso tiene pinta de plan —dijo Balthazar. Se había hecho con la única silla auténtica de la sala; Vic y Patrice, en cambio, se habían arrellanado en los pufs. Ranulf y Lucas estaban sentados sobre unas cajas viejas y yo me encontraba suspendida a media altura del techo—. ¿Os parece que dividamos la zona en distintas partes y las examinemos en cuanto tengamos ocasión?

Lucas negó con la cabeza.

—Yo prefiero hacer un barrido completo. Seguramente no para de tender trampas, pero si pudiésemos limpiar el lugar por un tiempo tal vez sería más fácil controlar sus acciones.

—¿Cuándo se supone que tenemos que hacerlo? —preguntó Patrice—. Alguien se dará cuenta.

Lucas empezó a decir:

—Tal vez por la noche…

—Un momento —interrumpió Vic—. He tenido una idea estupenda. ¿Qué tal el día del baile de otoño?

Solo faltaba una semana para el baile más importante de la Academia Medianoche, la versión vampírica de un baile de instituto. Ranulf tenía una cita, pero por lo que yo sabía era el único. Cuanto más vueltas le daba a la idea, más me gustaba.

—Todo el mundo estará fuera ocupado, y la gente se dispersará para darse el lote, tomar una cerveza a escondidas o lo que sea. Es una buena tapadera para hacer prácticamente cualquier cosa que nosotros queramos.

—Nada de «nosotros» —replicó Lucas—. Es demasiado peligroso para ti.

Quise rebatírselo, pero, en ese caso, Lucas no estaba siendo sobreprotector. Enviar a un espectro a localizar trampas contra espectros era como enviar a un vampiro a inspeccionar una fábrica de estacas.

—Bueno, entonces podré mirar mientras vosotros estáis ocupados. Será una distracción perfecta. Balthazar, ¿te acuerdas de que el año pasado tú y yo logramos colarnos en los archivos de la escuela?

En cuanto hube hablado, deseé haber podido retirar esas palabras de inmediato; nunca era buena idea recordarle a Lucas, o a Balthazar, que este último y yo habíamos tenido una cita el año anterior.

El silencio que se originó creó cierta incomodidad en la sala, hasta que Vic no pudo más.

—¡Muy bien! —dijo en un tono excesivamente animado—. Así que vamos a ir al baile de otoño. Ranulf y yo ya tenemos acompañantes… ¿Qué decís de vosotros?

—¿Desde cuándo tienes tú acompañante? —pregunté uniéndome a su esfuerzo por animar el ambiente de la velada.

Vic pareció avergonzado. Ranulf explicó:

—Al preguntarle, mi acompañante me habló de una amiga agraciada en belleza pero desafortunada en amores. Así que lo organizamos para que Vic la acompañase al baile.

—Le has encontrado a alguien —dije—. Vaya, eso está bien.

Entonces se me ocurrió que tal vez Maxie podía sentirse un poco celosa por aquello.

—Yo tenía pensado ir de viaje ese fin de semana —dijo Patrice—, pero supongo que si me quedo podré ponerme mi nuevo vestido Chanel. ¿Qué me dices, Balthazar? ¿Te apetece ser mi compinche?

Balthazar suspiró.

—Sí, claro. Pero uno de estos años me gustaría asistir a la fiesta con alguien que realmente quiera ir conmigo.

—Solo nos queda Lucas —dijo Vic. Hizo una mueca—. Y esto resulta un poco incómodo.

Lucas se encogió de hombros.

—Yo seré el tío que pasa del baile. Me puedo quedar investigando en las habitaciones.

—No —repliqué. Aunque no me gustaba, era la verdad—: La gente que vaya a la fiesta será la que más libertad tenga esa noche. Si no vas, y no estás en tu habitación, los profesores pensarán que te traes algo entre manos.

—¿Quieres que pida una cita a otra chica? —Su incredulidad me habría parecido cómica si la situación no fuera tan grave.

—Bueno, no. Pero ¿no hay nadie con quien puedas ir en plan de amigos? —Vacilé al darme cuenta de que Lucas solo tenía una amiga más en el internado, pero posiblemente ella estuviera de acuerdo—. ¿Skye, por ejemplo?

—¿Y ella entendería que no es una cita? —preguntó Patrice.

—Seguro —contesté—. Estoy convencida de que está buscando a un amigo que la acompañe porque aquí no tiene a su novio.

—Bueno, creo que ya no —dijo Lucas—. Hoy he oído que le decía a Clementine que su novio ha cortado con ella. De todos modos, también ha dicho que no pensaba salir con nadie hasta que hubieran pasado «seis meses después de que el infierno se hiele». Creo que ahora mismo solo quiere amistad. De todos modos, ese no es el problema de verdad.

—No la atacarás —repliqué con un tono de voz tranquilizador—. Te estás volviendo fuerte. Además, te puedes citar con ella en el vestíbulo y mantenerte entre la gente todo el rato. Si fueras a morderla, cosa que no harás, allí habría alguien para detenerte.

Lucas negó con la cabeza.

—Me parece demasiado arriesgado. Dejadme ir con Patrice. Balthazar, tú podrías pedírselo a Skye.

—Yo no he hablado nunca con ella —dijo Balthazar—. Seguramente no sabe ni que existo.

Patrice y yo nos miramos. En realidad, Balthazar era muy poco consciente de su aspecto físico. Tal vez Skye y él no se hubieran hablado nunca, pero era imposible que las chicas heteros o los chicos gays de la Academia Medianoche no supieran perfectamente quién era.

—Entonces pídeselo a otra persona —insistió Lucas.

Con expresión resuelta, Balthazar dijo entonces:

—Me parece que sería bueno para ti que pasaras algo más de tiempo con humanos. —Miró a Vic—. Con humanos no ungidos. Ahora que las cosas se han vuelto complicadas con la señora Bethany, no vas a poder permanecer mucho tiempo en Medianoche. De hecho, tienes que ponerte a prueba. Intentar fortalecer tu autocontrol. Y, como ha dicho Bianca, esta es una gran oportunidad de hacerlo.

—Sí, supongo. —Lucas me miró nervioso—. Bianca, ¿estás segura de esto?

Lo cierto era que yo me sentía un poco celosa. No es que temiera que pudiera ocurrir algo entre Lucas y Skye. Tenía una fe ciega en él. Pero Skye podría arreglarse, ir al baile y bailar con Lucas toda la noche, mientras yo tenía que conformarme con mirar desde el techo vestida con la versión espectral del pijama con el que había muerto. Sin embargo, era una razón demasiado estúpida para resultar preocupante.

—Mientras ella comprenda que solo sois amigos, sí, está bien.

Desde el puf, Vic dejó caer la cabeza hacia atrás y sonrió a Lucas.

—Vale, es algo penoso que tu mejor amigo te consiga una cita —admitió—, pero mucho menos que si es tu propia novia quien te la consigue.

Lucas lo miró con el entrecejo fruncido, pero me di cuenta de que, pese a su aire sombrío, la observación le había hecho gracia.

—Cállate, anda.

Los preparativos para el baile nos llevaron bastante tiempo; como no iba a poder participar en la localización, colaboré tanto como pude en todo lo relacionado con la preparación. Trazamos un mapa de las distintas áreas de la escuela y decidimos quién iba a introducirse en cada una y cuándo.

Lucas parecía poseído por una energía salvaje y desesperada. Era quien más planes hacía, estudiaba más tiempo que antes, y practicaba esgrima con Balthazar durante horas. Pensé que intentaba mantenerse en un continuo estado de cansancio extremo y así sentirse demasiado agotado para pensar detenidamente en el hecho de que, aunque tenía un modo de recuperar la vida, nunca lo aprovecharía. Incluso las clases de baile que Patrice le daba resultaban extremas y carentes de alegría, con Lucas memorizando los pasos como si se tratase de estrategias de combate de la Cruz Negra.

Con todo, a pesar de la importancia de nuestros planes, yo no fui capaz de dedicar todo el tiempo a los preparativos de la búsqueda del baile de otoño. De hecho, a veces incluso me costaba pensar en ello. En mi mente había algo más, igual de importante. Por fin, la noche del miércoles, llegó el momento anhelado.

Aguardé en el bosque, con mi pulsera de coral a mano, ilusionada y nerviosa a la vez, hasta que vi que mi padre se aproximaba. Rápidamente me puse la pulsera y corrí a abrazarlo. Él me tomó en sus brazos, con tanta fuerza y amor que por un instante tuve la sensación de ser aún aquella niña pequeña que, al oír los truenos, corría en brazos de su padre buscando su protección ante los relámpagos.

—¿Está aquí? —susurré.

—Viene de camino. —Papá me apretó las manos—. Se lo he dicho hace un par de horas.

—¿Está bien?

A pesar de la confianza de papá, yo no podía dejar de preocuparme porque mi madre no fuera capaz de aceptarme como espectro.

—Sí.

Noté algo raro en su voz. Incertidumbre. El miedo caló en mí; seguramente papá se dio cuenta, ya que rápidamente empezó a negar con la cabeza.

—Tu madre te quiere. Solo que… bueno, le cuesta aceptar que te haya ocurrido algo tan terrible. Eso es lo que la apena. Pero para ella es muy importante poder estar de nuevo contigo.

«Algo tan terrible». Aquellas palabras resonaron en mi cabeza, y no de forma agradable. Me hubiera gustado reflexionar sobre ellas y descubrir por qué, pero no tuve tiempo. Oí los pasos de mi madre sobre la espesa alfombra de hojas del suelo.

Fijé la mirada más allá de mi padre, buscándola. Sin embargo, como espectro, mi visión nocturna no era ni de largo tan aguda como durante mi vida como vampiro. Así que primero oí a mi madre proferir un grito de espanto.

—¿Mamá?

Me separé un poco de mi padre, me atreví a acercarme más al lindero del bosque y entonces la vi. Estaba quieta, paralizada por el asombro, algo temblorosa, con las manos hundidas en los bolsillos de su largo abrigo.

—Mamá, soy yo.

—¡Oh, Dios mío! —Su voz apenas era audible—. Oh, Dios mío.

Como no parecía capaz de moverse, me aproximé hacia ella sin correr, igual que había hecho con mi padre, a paso lento, para darle tiempo a reaccionar. La expresión de mi madre no cambió; no dejaba de mirarme pasmada, como una liebre demasiado asustada para escapar del cazador. Cuando al fin llegué a ella, inspiró profundamente y dijo:

—Bianca.

Entonces sentí sus brazos en torno a mí, y a mi padre abrazándonos a las dos. Por un breve tiempo no hubo más que cariño y lágrimas y frases en las que nos decíamos lo mucho que nos amábamos. No hacíamos más que farfullar incoherencias, pero eso me daba completamente igual. Lo único que importaba era que por fin había recuperado a mi familia.

—Mi pequeña —dijo ella al soltarnos—. Pobrecita, ¿te has quedado atrapada aquí?

—No, no estoy atrapada, pero desde luego no porque la señora Bethany no lo haya intentado. —Pero, entonces me dije que ese tema era mejor sacarlo luego—. Este es uno de los sitios a los que puedo trasladarme. Llevo ya un tiempo aquí, porque Lucas también ha venido. —Mi madre frunció el entrecejo, pero yo continué—: Y también están Balthazar, Patrice, Vic, Ranulf, vosotros, todo el mundo.

Desvió la mirada hacia mi padre.

—Llevas aquí dos meses, ¿y te dedicas a… pasar el rato con tus amigos? ¿Como si fuera algo normal?

—Es normal —repliqué—. Al menos para mí.

—Podemos, bueno, podemos arreglarte tu antigua habitación. —Mamá sonrió vacilante—. Puedes vivir con nosotros si quieres.

La idea de pasar el rato en mi habitación viendo caer la nieve sobre la cabeza de la gárgola en invierno me pareció el mejor de los entretenimientos.

—Puedo desplazarme hasta allí. Si lográis que sea un lugar seguro para mí, me pasaré todo el tiempo ahí arriba.

La expresión de mamá se ensombreció.

—Por «seguro», te refieres a… sin trampas.

—Tu madre tiene miedo —intervino papá—. Está muy afectada por todo lo que hemos estado viendo por aquí.

—La mayoría de los espectros no son como los que están atrapados en Medianoche. —Yo era consciente de que debía aclarar ese punto—. Es verdad que algunos se vuelven espeluznantes. Es lo mismo que les pasa a los vampiros. Pero muchos no son muy distintos a mí. Son… bueno, solo son gente. No por estar muerto dejas de ser quien eres.

Era evidente que mamá no estaba muy convencida.

—Y entonces, ¿por qué hay tantos que atacan la escuela?

—Atacan la escuela porque han sido atraídos hasta ella. Se encuentran atrapados. Gracias a la señora Bethany —insistí.

Para mi sorpresa, papá volvió a interrumpir.

—Celia, piénsalo un poco. Todo lo que la señora Bethany nos ha enseñado y nos ha advertido sobre la escuela es más sobre ataque que sobre defensa. Creo que ella lo ha sabido desde el principio.

—Exacto —dije—. Lleva planeando la captura de espectros desde…

Antes de que pudiera terminar y dar a conocer la maravilla que encerraba el plan de la señora Bethany, mi padre prosiguió:

—Lo que digo es que siempre ha sabido lo de Bianca.

Mi madre se agarró el cuello del abrigo, arrebujándose con la lana para protegerse de un nuevo escalofrío.

—Adrian, ¿a qué te refieres?

—A que la señora Bethany va a la caza de espectros, y que siempre ha sabido que nuestra Bianca tenía posibilidades de convertirse algún día en espectro. Y, bien pensado, me imagino que es por eso por lo que nos ofrecieron trabajo aquí.

—La señora Bethany va a la caza de espectros —repitió mamá—. Y tú crees que la señora Bethany va en busca de Bianca en concreto. Pero eso es imposible. ¿Por qué iba a hacer algo así?

Entonces todo adquirió sentido. La señora Bethany quería volver a vivir. Sabía que la captura de espectros le daba el poder de crear vida; sin embargo, solo el sacrificio de un espectro poderoso y estable le garantizaba la cordura después de la transformación. Y yo, gracias a mi condición especial de espectro de nacimiento, las múltiples relaciones que me anclaban a este mundo, y el consejo de otros espíritus poderosos que me habían encontrado cuando ellos también fueron atraídos hacia Medianoche… yo era el ejemplar perfecto.

Para la señora Bethany, yo era su mejor oportunidad de volver a la vida. Ni por un instante pensé que le temblaría el pulso; si para resucitar tenía que matarme, lo haría encantada.

—Yo sé por qué —dije.

Mis padres se cogieron de las manos, como si esperaran un golpe terrible, y se lo conté con la máxima delicadeza que me fue posible.

El resto del encuentro familiar no resultó tan agradable como yo hubiera deseado. Cuando mamá y papá no se sentían furiosos contra la señora Bethany, lo estaban contra ellos mismos por haber ido a la Academia Medianoche. En lugar de recordarles que yo me había opuesto a sus planes desde el principio —en ocasiones el «os lo dije» no es lo más apropiado, aunque los acontecimientos posteriores demostraran que yo había estado en lo cierto—, les conté lo que mis amigos y yo habíamos planeado. Ellos estuvieron de acuerdo en hacer las veces de acompañantes durante el baile de otoño, lo cual era perfecto para garantizar que el resto de nosotros pudiéramos ir y volver con facilidad. Aunque se mostraron encantados de que Balthazar y Patrice participaran en la operación, guardaban silencio cada vez que mencionaba a Lucas. En lugar de forzar la cuestión, esperé que acabasen hablando con él durante la noche del baile. Colaborando en un objetivo común, tal vez encontrarían un modo civilizado de relacionarse.

Por ello, empecé a esperar ansiosamente la fiesta: el baile, la caza, todo. Cuando llegó esa noche, estaba demasiado excitada para limitarme a merodear por el vestíbulo principal y aguardar a que todo el mundo llegase. Decidí disfrutar indirectamente de aquel glamur visitando la habitación de Patrice para ayudarla a prepararse para el baile.

Casi me muero de envidia. Su vestido parecía costar lo mismo que varios coches. Era una prenda ajustada de color azul hielo, cubierta de pedrería desde los tirantes hasta el dobladillo. Y llevaba unos zapatos bordados con cristales tallados.

—¿Por qué no puedo aparecerme vestida así? —dije con nostalgia cuando le sujetaba el cabello mientras ella se hacía las últimas trenzas finas—. Tiene un color espectral, un toque mucho más angelical que este ridículo pijama.

—Por suerte, es un pijama bonito.

Patrice se miró fijamente en el espejo. Igual que la mayoría de las chicas vampiro del internado, había dejado de tomar sangre para tener una apariencia más delgada y hambrienta durante el baile; sin embargo, eso significaba que su imagen no se reflejaba bien en el espejo.

—Imagina que te hubieras muerto vestida con una de esas camisetas viejas que usabas en el segundo año. Me estremezco solo de pensarlo.

—Aunque fuera el pijama más bonito del mundo, cualquier vestido de fiesta sería mucho mejor.

—Cierto. —Patrice estaba radiante. No había nada que le gustara más que arreglarse.

¿Y si aquel no fuera el único motivo por el que estaba tan exultante?

—Así que tú y Balthazar… —empecé a decir— ¿sois solo amigos?

Ella soltó un gruñido, la cosa menos femenina que le había oído nunca.

—Ya te lo dije una vez, ¿te acuerdas? No es mi tipo.

—Sí, ya me acuerdo.

El pobre Balthazar todavía tendría que esperar un poco más para el amor. Al menos, Patrice disfrutaba arreglándose.

Tampoco era de extrañar, su vestido era muy caro y bonito. Lucía unos pendientes largos en los que, al igual que en su delicada pulsera, refulgían los diamantes. Se había recogido las finas trenzas en un moño muy elegante.

En cuanto hubo terminado le dije:

—Me voy a adelantar, ¿vale? Intentaré saludarte durante el baile.

—¿Ya te vas? —Patrice se rizaba las pestañas ataviada solo con la ropa interior de encaje; el vestido de color azul esperaba en una percha colgada en la puerta del armario—. ¿Para qué?

—Humm. Puede que vaya a ver cómo Lucas recoge a Skye.

Patrice me dirigió una mirada de soslayo.

—Sabes que no hay nada entre ellos, ¿verdad?

—Sí. Pero ella puede ir a la fiesta con mi novio y yo no. Si voy ahora, después de ver lo guapa que estás, me parecerá que ella, comparada contigo, es una más del montón. Eso ayuda, ¿sabes?

Patrice se echó a reír, complacida como siempre con los halagos.

—Claro, ve.

Vagué hasta el pie de la escalera, donde la mayoría de las chicas bajaban para encontrarse con sus acompañantes en la velada. Ranulf y Vic acababan de reunirse con sus citas: la glamurosa Cristina del Valle se arrimaba contenta al brazo de Ranulf, mientras que Vic y su cita se miraban con recelo.

En cuanto hubieron abandonado la zona común, entró Lucas. Había alquilado o pedido prestado un esmoquin. Aunque lo conocía lo bastante para saber que no se había preocupado mucho por su apariencia, el traje le sentaba como un guante, marcándole los hombros, la cintura y las caderas. Llevaba el cabello dorado hacia atrás, algo que pocas veces hacía. Aquel peinado confería a su pelo una tonalidad más oscura y le hacía parecer mayor. En realidad, nunca había visto a Lucas vestido de etiqueta; tal vez era la primera vez en su vida que asistía a un acto formal. En cualquier caso, sus facciones duras se acomodaban tan bien al traje negro como a los vaqueros y las camisas de cuadros. Podría haber salido en una película de Cary Grant. No. Podría pasar por el mismísimo Cary Grant.

«¡Qué ganas tengo de verlo y decirle lo guapo que está! —pensé distraída—. Ojalá hubiésemos podido asistir juntos al menos una vez al baile».

Disfruté del aspecto de Lucas hasta que Skye apareció en la escalera.

Todos los chicos de la sala guardaron silencio. Incluso las chicas, yo incluida, se la quedaron mirando. Llevaba el pelo castaño oscuro, que normalmente le colgaba lacio, recogido hacia arriba en un moño blando con unos cuantos mechones rizados sueltos en torno a su cara ovalada, lo cual resaltaba su cuello largo y fino. Llevaba un vestido de un solo tirante y debajo del pecho lucía una hermosa faja ricamente bordada, desde la cual el chifón caía ondulante hasta el suelo. El color rojo burdeos realzaba el tono de su piel y el azul pálido de sus ojos.

En un día normal, Skye era una chica guapa. Pero aquel no era un día normal. Cuando quería llamar la atención de la gente era capaz de lograr que nadie pudiera volver la vista hacia otro lado.

Ciega de celos, deseé desaparecer al instante de la sala al ver a Lucas ofreciéndole el brazo. Sin embargo, si lo hacía me torturaría a mí misma preguntándome qué le decía él y qué contestaba ella, todo. Aunque sabía que Lucas me quería, no pude evitar sentirme insegura al compararme con aquella hermosa chica con un cuerpo tan espectacular, bueno —¡qué demonios!—, con un cuerpo y punto, y además permanente.

Así que me quedé donde estaba y vi cómo Lucas se dirigía hacia ella. Su sonrisa era de admiración, pero también traslucía algo más. ¿Inseguridad, tal vez?

—Bueno, Skye. ¡Uau! Estás increíble.

—Gracias. —Ella pareció desfallecer. ¿Cómo podía hacerle sentir tan mal un cumplido? Entonces ella pellizcó el chifón con dos dedos—. Qué vestido, ¿eh?

—Desde luego.

—Lo compré para impresionar a Craig. El mismo Craig que ahora sale con una chica llamada Britnee. Con dos ees. De algún modo esas dos ees lo empeoran todo.

Entonces vi que por parte de ella no había intención alguna de coquetear; su exquisita presencia esa noche era como una bandera de combate, el símbolo de su negativa a darse por vencida a pesar de tener el corazón roto.

—No permitas que eso te arruine la noche —le dijo Lucas rápidamente—. Olvida a ese imbécil, ¿vale?

Aunque Skye aún tenía los hombros un poco caídos, asintió, y yo me relajé. No había ningún motivo para sentirse celosa de ella. Bueno, exceptuando ese fabuloso vestido, claro.

—Ya he llorado demasiado por él. Esta noche solo quiero estar con mis amigos y bailar.

—Será un placer. —Cuando Lucas le ofreció el brazo, ya no me importó.

El baile de otoño era siempre un espectáculo, parecía salido de otro siglo, que evocaba grandes acontecimientos de la juventud de muchos de los alumnos vampiros. En lugar de un DJ o una banda de música moderna, había una pequeña orquesta que tocaba música clásica, la cual resultaba mucho más bailable de lo que habría cabido esperar. En vez de focos brillantes y una decoración moderna, el vestíbulo principal estaba iluminado por cientos de velas, muchas de las cuales estaban colocadas ante piezas de latón batido o espejos antiguos y ahumados que reflejaban la luz por toda la estancia. Todos los chicos vestían esmoquin o traje de etiqueta; las chicas lucían vestidos largos, algunas con guantes a juego. Era el tipo de evento al que todas las chicas, y muchos más chicos de los que estarían dispuestos a admitirlo, querían asistir por lo menos en una ocasión.

Yo había ido dos veces al baile con Balthazar, y había disfrutado mucho con los vestidos, el baile y todo lo demás. Sin embargo, también esta vez me pareció muy divertido poder observarlo todo desde lo alto, yendo de un lado para otro entre los candelabros iluminados con velas. Me reí varias veces, como cuando vi a Lucas bailar un vals con Skye mientras contaba «un, dos, tres», o a Vic y a su cita, quienes, en vista de cómo guardaban las distancias al bailar, sin duda estaban calculando el modo de escaparse cuanto antes. En otras ocasiones me dediqué a observar admirada: algunos eran bailarines realmente expertos y estaban deseando exhibir sus muchos años de experiencia. Balthazar y Patrice eran los más guapos y se deslizaban con elegancia por el centro del baile. Y, claro, de vez en cuando, uno de ellos se escabullía para proseguir la búsqueda. Mis padres los saludaban con la cabeza siempre que pasaban ante ellos. Mamá estaba muy hermosa, con un vestido de seda de color crema que yo no le había visto nunca.

Lucas era el que salía con mayor frecuencia, tanto como todos los demás juntos. ¿Era acaso por esa insana tendencia suya a hacer algo productivo? ¿Porque Skye se excusaba a menudo para bromear con sus amigas en la zona que rodeaba la pista? ¿O porque no se fiaba de sí mismo al estar tan cerca de una humana? Me figuré que era todo un poco. Cada vez que salía, pasaba junto a mis padres, y los tres se ponían muy tensos. Pero ahora al menos ya se saludaban, y mis padres empezaban a superar su rabia; tenía la esperanza de que aquello fuera una buena señal.

Todo iba perfectamente hasta que sentí un escalofrío y empezaron las visiones.

Mi mente se llenó de imágenes sucesivas de los humanos que tenía debajo, personas a las que no había llegado a conocer bien pero por quienes entonces comencé a sentir una proximidad tan poderosa como el amor. Caras distintas, emociones distintas, edades distintas: todos y cada uno de los humanos que se encontraban a mis pies se volvieron algo preciado para mí en ese momento. Y por encima de ello se cernió un velo de terror sombrío por la seguridad de esos humanos y de odio hacia los vampiros que bailaban entre ellos.

Los espectros. En concreto, los Conspiradores. De pronto los empecé a sentir por todo el baile, arremolinándose como nubes de tormenta. ¿Acaso el año anterior el ataque había empezado así?

—¿Qué hacéis? —susurré cuando me aseguré de estar lo bastante alejada de la multitud y de que la orquesta apagaba mis palabras.

Las imágenes se volvieron violentas: vampiros en llamas, congelados en bloques de hielo, atrapados en las trampas que la señora Bethany había tendido a los espectros. Aún no se había activado ningún plan, pero yo ya sabía qué significaba aquello. Esos espectros temían por la seguridad de las personas a quienes estaban vinculados, y por su propia seguridad. Y clamaban venganza contra los vampiros de abajo, soliviantados por el plan de la señora Bethany.

«Estas personas están a salvo —prometí—. Si queréis marcharos, sabéis que os puedo ayudar».

Esperaba obtener reacciones de sorpresa, felicidad, tal vez incluso de prisas por partir. En cambio, solo percibí una oleada de terror. La verdad era que yo no estaba menos aterrada que ellos, y tampoco sabía si sería capaz de realizar las maravillas que Christopher me atribuía, ni de qué modo. ¿Cómo podía prometerles nada?

En cualquier caso, tuve la sensación de que si me seguían tenía que intentarlo. De hecho, si lograba trasladar de una sola vez varios espectros lejos de la Academia Medianoche, dicha acción podría resultar tan eficaz con vistas a detener a la señora Bethany como cualquier otra que pudiésemos llevar a cabo.

Sin embargo, percibí una pétrea negativa, como el poderoso embate de una ola en la playa en invierno. Y a continuación, una oleada creciente de energía apuntando hacia abajo como un centenar de flechas…

«¿Qué ocurre?», me dije. Miré desesperada a la multitud; Balthazar y Patrice habían salido en busca de trampas, pero el resto de mis seres queridos estaba ahí abajo bailando. No había tiempo ni siquiera de advertirlos.

La energía cayó en dirección al suelo, como un haz de rayos; yo estaba a la espera de que se produjera una lluvia de hielo o de nieve, o tal vez de apariciones fantasmales.

Con lo que no contaba era con que de repente todos y cada uno de los humanos del grupo se desplomaran inconscientes en el suelo.

La música de la orquesta gruñó algo irreconocible conforme los instrumentos se fueron deteniendo uno a uno; los vampiros empezaron a reaccionar. Unos pocos fueron lo bastante imprudentes para echarse a reír, pero la mayoría reaccionó con preocupación: ya fuera por los humanos a los que apreciaban, o porque sentían la inminencia del peligro. Lucas estaba arrodillado en el suelo con los dedos posados en el cuello de Skye para comprobar su pulso. Ranulf sostenía a Cristina del Valle en brazos, aunque su cuerpo estaba totalmente flácido y tenía la cabeza caída hacia atrás. Vic se hallaba tumbado bocabajo, con los brazos y los pies extendidos, como un muñeco de trapo abandonado.

Entonces se movió, aunque debería decir más bien que su cuerpo se movió, porque desde el primer momento caí en la cuenta de que aquello que se estaba incorporando no era Vic.

Y finalmente comprendí: yo no era el único espectro capaz de poseer el cuerpo de un humano.

Otros humanos empezaron a ponerse en pie, pero tenían los ojos nublados, cubiertos con una capa de color verde lechoso, sin pupilas ni iris. Sin embargo, ninguno de ellos era ciego. Sus movimientos eran lentos y torpes, como si no se hubieran movido en mucho tiempo. Lucas retrocedió cuando Skye, o lo que fuera que tuviera la apariencia de la chica, lo miró con malevolencia desde el suelo.

Vic se irguió y se enderezó por completo. Si yo no hubiera percibido de antemano que Maxie no se encontraba entre los atacantes, me habría bastado con ver la expresión de su cara para saber que no era ella quien lo poseía en ese instante. Resultaba algo tan ajeno a Vic, tan extraño para él, que me llevó un tiempo reconocer la emoción que reflejaba su rostro: era crueldad.

—¡Señora Bethany! —gritó.

No era la voz de Vic. Era una voz áspera que al instante me hizo pensar en alguien cuya garganta hubiera sido cortada. Hubiera dado cualquier cosa por disponer de un espejo para liberar a mi amigo. Pero a la vez me pregunté si las trampas también funcionaban cuando un espectro poseía a un ser humano. Al recordar que, cuando poseí a Kate, me sentí como si llevara armadura, supuse que no.

La señora Bethany dio un paso al frente. No parecía asustada, solo ligeramente interesada. Su vestido de encaje largo y almidonado era de un blanco intenso.

—Liberadnos —ordenó Vic. Parecía como si aquella voz rasposa y salvaje hiciera temblar toda la estancia—. Liberadnos o atacaremos, y todos los de vuestra especie pereceréis.

Ella respondió con suavidad:

—Si me forzáis a exorcizaros de vuestras anclas, sufriréis de un modo indecible. Puede que alguno muera.

La máscara de crueldad del rostro de Vic no vaciló.

—Habéis sido advertidos.

Entonces, de pronto, como si fueran marionetas a las que se les hubieran cortado los hilos, todos los humanos se desplomaron de nuevo, aunque esta vez fue solo por un segundo. Al poco estaban todos de pie, frotándose la cabeza como si se hubiesen caído, confundidos por lo que acababa de ocurrir. Nadie parecía recordarlo bien, lo cual sin duda constituía un acto de misericordia hacia todas las personas afectadas.

Intenté albergar alguna esperanza. Esa noche retiraríamos la mayoría de las trampas. En cuanto encontrásemos el modo de actuar con seguridad, seríamos capaces de liberar a los espectros por nuestra cuenta. Con el tiempo, si allí dejaban de sentirse a salvo, probablemente yo podría convencer a muchos de ellos para que abandonaran conmigo esta dimensión.

Sin embargo, en ese instante presentí que algo terrible se acababa de activar, algo que tal vez no seríamos capaces de detener.