Seguí a Lucas a la cochera de la señora Bethany. Aunque podría haberlo llamado de nuevo para intentar convencerlo de que no lo hiciera, me abstuve.
«Necesitamos saber —me dije—. Si ella realmente puede ayudarlo, debo permitir que lo haga».
¿Me resistía tan solo por celos a que la señora Bethany, y no yo, le pudiera dar algo tan preciado? Qué penoso. Qué tontería. No era raro que Lucas sintiera que podía confiar en ella cuando, a su lado, yo era tan débil.
Me dije que escucharía y observaría. Tal vez oiría que Lucas se podía librar de la sed de sangre. De todos modos, me prometí a mí misma no volver a decir nunca nada malo de la señora Bethany.
Mientras Lucas llamaba a la puerta, me acomodé cuidadosamente en mi lugar habitual, en el alféizar de la ventana, aliviada de no percibir ninguna trampa próxima. Pero me llevé otra sorpresa. Sentada frente al escritorio de la señora Bethany ya había otra persona: se trataba de Samuel, que seguramente había sido castigado a causa de la pelea de antes. Entonces me dije que tal vez así Lucas no tendría ocasión de mantener una charla seria con la señora Bethany acerca de nada. No sabría decir si aquella nueva circunstancia me alegraba o no.
Sin embargo, cuando la señora Bethany abrió la puerta y vio a Lucas, dijo:
—¡Llega en el momento perfecto, señor Ross! Pase, por favor.
Lucas pareció tan contento de ver a Samuel como este de verlo a él.
—¿Es por la pelea de antes?
—No exactamente. —La señora Bethany le indicó una silla en un rincón de la sala—. Estaba hablando con el señor Younger de sus frecuentes problemas de disciplina este curso. Existe otro asunto que había pensado tratar con usted, señor Ross, más adelante. Sin embargo, después de considerarlo, me parece que esta es tan buena ocasión como cualquier otra.
El señor Younger, esto es, Samuel, se enderezó, claramente ofendido.
—¿Desde cuándo la chusma de la Cruz Negra tiene algo que ver con el funcionamiento de este lugar?
—Aquí la única autoridad soy yo.
La señora Bethany se dirigió a su escritorio con la larga falda de color malva agitándose en torno a ella. Cuando posó una mano en el escritorio reparé otra vez en la silueta enmarcada que siempre tenía cerca. Christopher: aún lo seguía mirando a la cara todos los días. Lo mantenía próximo. Aquello me hizo sentir nostálgica; durante unos momentos pensé que tal vez la había juzgado mal. Prosiguió:
—Y, como figura de autoridad de esta escuela, he observado que ha sido usted reprendido por varios educadores a causa de algunas infracciones que van desde hablar en clase hasta intimidar a sus compañeros.
Samuel siempre me había parecido un imbécil de cuidado, pero entonces su expresión se endureció, y por primera vez vislumbré al antiguo monstruo que habitaba en el muchacho.
—Bueno, de todos modos, esto no es un internado, ¿o es que lo ha olvidado? No tengo por qué estudiar álgebra. Solo quiero saber cómo pasar por humano. Todo lo demás aquí, para mí, es una pérdida de tiempo.
—¿Acaso hostigar a los alumnos humanos le parece un modo mejor de emplear su tiempo? —La señora Bethany arqueó una ceja con elegancia.
—¿Por qué están aquí? —replicó Samuel—. Si usted no los ha traído de postre para nosotros, no lo entiendo.
Ella sonrió, solo un poco, y su mirada se dirigió como una flecha hacia Lucas, que parecía tan confuso como yo misma.
—Hay muchas cosas de las que usted no se da cuenta, señor Younger.
—Ya estoy harto de todo esto.
Samuel se levantó con ademán de marcharse, pero la mirada fulminante de la señora Bethany lo dejó clavado en su sitio.
Ella apoyó las manos en el escritorio y habló lenta y cuidadosamente:
—Admití el ingreso de alumnos humanos en la escuela porque son necesarios para culminar un… proyecto mío muy ansiado. Un interés que además comparto con el señor Ross. —La señora Bethany miraba directamente a Lucas cuando dijo—: Se trata de la erradicación de la sed de sangre entre los nuestros.
Samuel resopló.
—Pues a mí déjenme aparte. No tengo ninguna intención de librarme de ella. Me gusta la sangre. Es lo mejor de ser lo que somos.
—Creo que disfruta usted demasiado de su condición de vampiro —repuso ella—. Ha olvidado la alternativa.
—¿Y qué, si así fuera? Por lo que sé, ser humano es una mierda. Yo era una persona de salud débil, tenía que comer verdura, y eso sin olvidarnos de tener que ir al baño no sé, ¿varias veces al día, tal vez? ¡Qué pérdida de tiempo!
La señora Bethany ladeó la cabeza y lo escrutó detenidamente mientras sacaba algo de uno de los cajones de su escritorio: un pequeño contenedor metálico. Una trampa. Sin embargo, no me sentí atraída hacia ella.
—Ya lo veremos.
—¿Qué? —dijo Samuel. Pero ella ya no le prestaba atención.
—¿Sabe qué es esto? —le preguntó a Lucas.
—Es una trampa —respondió Lucas. Tenía la mirada clavada en la caja—. Una trampa para espectros.
Observé entonces que aquel contenedor estaba cubierto por una capa de hielo, lo cual quería decir que había un espectro contenido en su interior. Por eso ya no ejercía ninguna atracción sobre mí; la trampa estaba llena.
—Muy bien, señor Ross. —Se irguió y se puso en pie—. Y ahora, observe.
La señora Bethany susurró algo en latín mientras abría la caja. Entonces el espectro que contenía salió de repente, como un relámpago, y se estrelló contra el pecho de Samuel, que cayó al suelo entre violentas convulsiones. El espectro parecía cercarlo, se pegó a él convertido en una nube que se retorcía y le cubría las extremidades y la cara, intentando apartarse pero incapaz de moverse.
—Pero ¿qué diablos…?
Lucas se puso en pie, buscando el modo de ayudar a Samuel. Sin embargo, la señora Bethany negó con la cabeza.
Fascinada, vi cómo sacaba una daga larga de filo negro; me di cuenta de que era de obsidiana. Noté que, a pesar de la barrera que formaban las paredes de la casa, aquel material parecía repelerme.
A continuación la señora Bethany la desplomó sobre el espectro hasta hundirla en Samuel. La sangre plateada se mezcló con la roja, y ambos gritaron.
De pronto el espectro se sumergió dentro de Samuel y quedó absorbido por él. Samuel se agitó durante un instante más; a continuación, hizo una profunda inspiración. Y luego otra. Se incorporó sobre los codos mientras contemplaba la herida que le rezumaba en el brazo. La sangre latía.
Estaba latiendo.
«Tiene pulso —pensé—. Le late el corazón».
Samuel miró a la señora Bethany, mudo de espanto. Tenía la mirada atribulada y perdida. Ella se enderezó, echando atrás los hombros con una sonrisa tan resplandeciente que, por un instante, pareció más joven. Hermosa. Temible. Lucas retrocedió un paso y luego se desplomó en su asiento, como si la otra alternativa fuera caer al suelo.
—Funciona —susurró ella.
—Soy… —Samuel se empezó a palpar el cuerpo, como si con ello fuera a comprender algo—. Dios mío, soy humano.
La señora Bethany se echó a reír.
—Estás vivo.
Se me había quedado la mente en blanco, como si, en lugar de mis pensamientos, mi cabeza solo albergara una luz blanca y estática. Lo que acababa de presenciar era imposible, pero lo había visto con mis propios ojos.
—¡Haga que pare! ¡Haga que pare!
Samuel se rasgaba el jersey del uniforme como si pretendiera abrirse el pecho y arrancarse el corazón palpitante.
Lucas abrió y cerró la boca varias veces antes de farfullar:
—¿Qué… qué ha hecho?
—Los espectros y los vampiros son las dos mitades de la muerte, señor Ross. —Su voz había recuperado el tono seco y profesional, pero la luz arrebatada de su mirada no había desaparecido. Se aproximó a Samuel, que entonces se convulsionaba en el suelo como si aquel cuerpo vivo lo estuviera mortificando.
»Y, a la vez, representamos también las dos mitades de la vida: la carne y el espíritu. Al unirlas de nuevo el resultado es… la resurrección.
—Nunca había oído nada igual —dijo Lucas—. En la Cruz Negra nunca nos dijeron eso.
—Y, en cambio, entre ellos hay unos pocos que siempre lo han sabido. Descubrí esto entre los papeles de la Cruz Negra que robé. —La señora Bethany se inclinó sobre Samuel. La agonía del chico no parecía mermar en absoluto su satisfacción.
»¿Por qué no compartieron ellos ese conocimiento? Cabría esperar que cualquier cosa que disminuyera el número de vampiros… Pero no, claro. La Cruz Negra no solo quería proporcionar seguridad a los humanos. También quería venganza. ¿Y qué venganza podían obtener otorgando a los vampiros una nueva vida?
—¡Haga que esto pare de una vez! —repitió Samuel. Ahora tenía la voz aflautada, lo que lo hacía irreconocible. Era como si volver a la vida le hubiera vuelto loco.
Lucas se acercó a Samuel, pero no sabía cómo ayudarle. Dijo:
—Esto no puede ser cierto.
—¡Tómele el pulso! —La señora Bethany tomó a Samuel de la muñeca; él gimoteó, pero no se resistió. Luego la soltó, recobrando por completo la compostura—. Discúlpeme. Hace unos cuatro años que conozco la teoría y este ha sido mi primer intento exitoso.
Lucas levantó la cabeza, mientras una idea iba tomando forma en su mente.
—Bianca —dijo. Por un momento pensé que se dirigía a mí. Pero siguió—: Bianca fue creada cuando sus padres hicieron un pacto con un espectro…
—Ese es otro tipo de combinación entre espectro y vampiro con el fin de crear vida —explicó la señora Bethany—. Sin embargo, en ese caso, el resultado obtenido es la creación de un tercer ser independiente. Aquí, en cambio, tomamos la energía de un espectro y la unimos al cuerpo de un vampiro. Lo ideal sería que la conciencia del espectro se borrase y que solo quedara la energía necesaria para resucitar al vampiro en la persona que él o ella fue en su momento.
¿Borrar la conciencia de un espectro? Los espectros no éramos más que conciencia. La señora Bethany no se limitaba a atrapar espectros. Ella pretendía matarlos, sacrificándolos para que los vampiros pudieran volver a la vida.
Lucas, sin embargo, aún no había salido huyendo.
«Está totalmente conmocionado», me dije. Sabía que era así. Yo misma lo estaba. Sin embargo, era consciente de cuánto odiaba Lucas ser un vampiro. Si a él se le ofrecía una oportunidad de volver a la vida, esto es, de volver a ser completamente humano, ¿hasta dónde podía llegar para lograrlo?
Lucas estaba totalmente centrado en Samuel, que ahora había empezado a darse cabezazos contra el suelo. Podría haber tenido algo de cómico de no ser por la forma inconexa y desacompasada con que se movía, que resultaba demasiado inquietante.
—¿Qué le ocurre?
La señora Bethany suspiró.
—Como temía, usar un espíritu inestable resulta en un humano inestable. Creí que este era un espécimen superior, mucho más fuerte que la mayoría de los espectros que hemos atrapado hasta el momento. Pero salta a la vista que no estaba lo bastante equilibrado.
—Por favor… —musitó Samuel.
Se echó a llorar. Observé entonces que en los puños sujetaba mechones de su propio pelo que se había arrancado de la cabeza. La locura insana del espectro ahora formaba parte intrínseca de él, como su sangre o sus huesos. La señora Bethany le había devuelto la vida, pero también lo había dejado hecho una ruina.
—Pero… —Lucas la fulminó con la mirada— ¿acaso para usted esto es solo un «experimento»?
—No iba a ser yo la primera —replicó la señora Bethany—. Además, el señor Younger tenía serios problemas de conducta. Prefiero emplear mi tiempo en cosas mejores que imponer.
Lucas arrugó la frente en un gesto que reconocí como de rabia creciente. Por muy mal que Samuel se lo hubiera hecho pasar, jamás, sin duda, le habría deseado algo así.
—Creo que, cuando menos, podría haber advertido al chico.
—Creía que había una posibilidad razonable de que recuperara la vida y la salud —dijo la señora Bethany. Entonces abrió la puerta principal; Samuel se puso en pie, titubeante, y luego salió corriendo. Avanzaba vacilante, y no se encaminó hacia la escuela, sino que se marchó corriendo en dirección al bosque. De algún modo supe que nunca más volveríamos a verlo. La señora Bethany se acercó justo a mi ventana, tanto que me encogí entre las ramas del arbusto más próximo, y miró como se iba—. ¿Quién sabe? Tal vez en una década o así, recupere un poco el equilibrio.
—¿No le parece que deberíamos ir tras ese chico? —inquirió Lucas—. Por otra parte, si eso es lo mejor que sabe hacer usted, creo que no debería haber probado ningún experimento con él.
—¿Está usted enfadado, señor Ross? —La señora Bethany parecía más divertida que otra cosa—. Y eso, ¿por qué? Aunque no tengo motivo para dudar de sus buenas intenciones, no me creo que este enojo suyo se deba solo al señor Younger.
—¡Usted… lo ha destruido! ¡Y solo para probar una teoría!
Cuanto más indignado se mostraba él, más cálida era la sonrisa de la señora Bethany.
—Se siente usted contrariado porque no ha funcionado tal como a usted le hubiera gustado. Porque cree que no tengo la respuesta que le prometí.
—Eso no es…
—¿No? —Posó las manos en los hombros de Lucas, de modo que se situaron cara a cara, muy cerca—. Podemos levantarnos de entre los muertos. Lo he demostrado. Podemos atrapar a los espectros. Y eso también lo he demostrado. Ahora solo es cuestión de encontrar a los espectros adecuados, que sean especialmente fuertes y estables; que estén conectados con el mundo de un modo coherente. Si pudiésemos encontrar ese tipo de espectros y capturarlos, usted y yo volveríamos a estar vivos.
La cara de Lucas era la viva imagen de la rabia. Cuando oyó la palabra «volveríamos a estar vivos», cerró los ojos con fuerza.
La voz de ella se volvió más grave, suave y dulce.
—He visto cómo mira usted a los alumnos humanos. Conozco sus ansias… Es algo que tenemos en común. Yo cambié mi vida humana por la de vampiro por amor y por venganza, y dos siglos más tarde sigo atrapada en la prisión de mi cadáver. Es muy duro, ¿verdad? Eso de cargar con nuestro propio cadáver… Sabernos monstruos y odiar todas las necesidades que sentimos… Pero eso se acabará, Lucas. Estamos a punto de ser libres.
Él abrió los ojos. Ambos se miraron intensamente durante un largo segundo. Yo, desesperada me dije: «Lo he perdido. Esta vez de verdad».
—Unase a mí —dijo ella—. Y podrá volver a vivir.
Lucas le apartó las manos de los hombros.
—No.
La señora Bethany retrocedió, llevándose una mano a la garganta.
—Señor Ross…
—Usted ha echado a perder a ese chico como si no fuera nada —dijo Lucas—. Lo ha destrozado y no le importa lo más mínimo. Destruirá a los espectros como si nada, incluso a aquellos que más se parezcan a seres vivientes, y no le importará tampoco. Yo no puedo hacer algo así, nunca, ni siquiera para… No me importa la magia que practique. Aunque lo consiga, aunque logre que su corazón palpite, siempre estará muerta por dentro.
Se hizo el silencio. Ambos se quedaron de pie, mirándose como dos desconocidos. La señora Bethany parecía… triste. Destrozada. Finalmente, dijo en tono tranquilo:
—Contaba con que usted participaría en esto.
—Yo abrigaba esperanzas —respondió Lucas—. Pero nunca participaría en algo así.
Dicho lo cual, se encaminó rápidamente hacia la puerta y salió.
¿Cómo había podido dudar de él, aunque fuera por un segundo? Lucas se había mantenido de mi parte. Había guardado mi secreto. Al enfrentarse a la última tentación, se había apartado sin vacilar. Sumida en el asombro y el horror, experimenté también una profunda y poderosa satisfacción. Me apresuré hacia él, convertida en una brisa que barría el suelo dispersando hojas rojas y doradas de los árboles a mi paso.
Lucas huyó corriendo al bosque. Al principio pensé que seguramente iba en pos de Samuel, aunque no podía imaginar cómo podríamos ayudarlo.
En vez de ello, en cuanto los árboles lo ocultaron de la escuela, en un pequeño claro que identifiqué como el lugar en que nos conocimos, se echó al suelo, apoyándose en las manos y las rodillas. Tenía la respiración entrecortada, y me di cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar.
Tomé forma lentamente para darle tiempo de marcharse si prefería estar solo. Sin embargo, él se palpó los bolsillos, sacó el broche y me lo entregó. En cuanto sentí el azabache, mi cuerpo se volvió completamente sólido, y Lucas me abrazó con mucha fuerza.
—Existe una solución —dijo con la voz entrecortada—. Existe una solución y no puedo hacer uso de ella.
Lo abracé con más fuerza. ¿Cómo no me había dado cuenta de que saber aquello aún sería peor para él? Le habían prometido abandonar una existencia que él consideraba peor que cualquier cárcel, y era verdad: todas las promesas de la señora Bethany eran ciertas. Había un modo de salir de aquello, y él nunca lo utilizaría.
Reflexioné detenidamente sobre lo sucedido. Una leve sensación de miedo se agitaba en mi interior, pero no permití que me invadiera.
Abracé a Lucas mientras él hundía su rostro en la curva de mis hombros y todo su cuerpo se sacudía a causa de la emoción contenida. No podía hablar hasta estar segura.
Por fin dije:
—Podríamos hacerlo.
Lucas se echó atrás y me miró a la cara.
—¿Hacer qué?
—El ritual. Lo que la señora Bethany ha hecho. —Me enderecé—. Yo podría devolverte la vida.
—No. Si lo hicieras abandonarías la vida o la existencia que cederías y desaparecerías para siempre.
—Tú te ofreciste a hacer lo mismo por mí —contesté—. ¿Te acuerdas?
—Y tú fuiste lo bastante valiente para morir en mi lugar. —Lucas acarició mis mejillas con los pulgares y me cogió la cara entre las manos—. No pienso darte menos.
Lo abracé otra vez, y se dejó caer sobre mí como si estuviera agotado. Supe entonces que, aunque la señora Bethany no volvería nunca más a ejercer su influjo sobre él, ahora su sufrimiento resultaría más duro de sobrellevar. Nunca sería fácil. Ninguno de los dos volvería a morir, ni a vivir tampoco.