16

—La señora Bethany es tu mujer —repetí.

A pesar de que lo había adivinado, no podía asimilar aquella información. El líder de los espectros estaba casado con uno de los vampiros más poderosos y despiadados que existían.

—Pero, entonces, ¿por qué odia tanto a los espectros?

Si estaba casada con un espectro, sin duda estos tendrían que gustarle un poco, cuando menos. O tal vez no. Tal vez hubieran roto o algo así. Un divorcio tenía que ser algo especialmente desagradable después de doscientos años de matrimonio.

Pero Christopher negó con la cabeza.

—No he hablado con ella desde mi muerte.

—¿Por qué no? ¿Porque es vampiro? ¿Acaso ella… fue ella quien te mató? —Me corregí—: Oh, no, claro. Dijiste que era la única persona que te había sido fiel.

—Esa es mi historia, y solo me pertenece a mí —dijo Christopher. Su voz tenía esa brusquedad que solo noté en sus primeras apariciones aterradoras en Medianoche. Sin embargo, tras darse cuenta de mi tensión, se calmó ostensiblemente—. Sin embargo, ahora esto te afecta a ti y a las personas que te son próximas. Así que no está mal que preguntes.

Maxie, olvidado su enojo por el castigo especial que yo había empleado, lo miró con asombro:

—¿Nos vas a contar de dónde vienes?

Tuve la impresión de que aquel era un secreto muy bien guardado.

Christopher la fulminó con la mirada.

—Se lo contaré a Bianca porque tiene que ver con su existencia —respondió—. Pero no guarda ninguna relación con la tuya.

Maxie dio un bufido y se marchó ofendida, taconeando con fuerza con sus zapatos brillantes de tacón. Desapareció en medio de un grupo de gente que parecía vestida casi exclusivamente con plumas y pinturas. Me volví hacia Christopher.

—Si no quieres hablar de ello —dije—, la verdad, da igual. Es cosa tuya.

Yo quería respuestas, pero no pretendía chismorrear.

—Pronto verás el modo en que nuestros caminos se cruzan. Estos acontecimientos empiezan a formar parte también de tu historia.

Hizo un gesto con la mano hacia el cielo, que al instante se oscureció, como si, en lugar de hallarnos en el exterior, nos encontrásemos dentro de una especie de planetario. En lugar de tener a nuestro alrededor la ajetreada y caótica tierra de los objetos perdidos, nos quedamos totalmente a solas, en una especie de vacío. Aunque él no me lo dijo, comprendí que aquello estaba fuera del alcance de la mayoría de los espectros, y también del mío. Aquella habilidad asombrosa era algo que Christopher había logrado tras permanecer muchos siglos atrapado entre los mundos.

—¡Vaya! —exclamé—. ¿Qué es esto?

—Vamos a viajar para ver el pasado.

—¿Vamos a retroceder en el tiempo?

Después de la cantidad de cosas extrañas que me habían ocurrido, resultaba raro que aquello me sorprendiera. Parecía sacado de una película de ciencia ficción. A Vic le habría parecido una pasada.

Pero Christopher negó con la cabeza.

—Vamos a viajar para ver —me corrigió—. El pasado es inalcanzable para cualquier poder, sea mortal o inmortal.

Aunque yo no tenía claro dónde estaba la diferencia, no hubo tiempo para preguntas. A nuestro alrededor empezó a materializarse un bosque a través del cual serpenteaba un estrecho camino de tierra, surcado por el paso de ruedas y caballos. Entonces se nos aproximó un carruaje tirado por dos grandes caballos de color gris pálido e iluminado por unas linternas a cada lado. Me pareció romántico, como salido de un novela de una de las hermanas Bronté.

Cuando menos esa era la impresión que daba, pero de pronto unas siluetas salieron de entre la oscuridad, como surgidas de la nada, y asaltaron el carruaje. Los caballos relincharon y resoplaron hasta que uno de ellos los sujetó por el arnés e hizo que todo se detuviera.

Proferí un grito ahogado, pero nadie parecía oírme; quizá esa fuera la diferencia entre ver el pasado y estar en él. Christopher se quedó quieto a mi lado mientras los salteadores de carruajes, o lo que fueran, abrían las puertas del coche. Bajo la luz de los fanales, les pude ver las caras, las sonrisas torcidas y los colmillos: eran vampiros al ataque.

—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —gruñó uno de ellos—. ¿Invitados para la cena?

—Ya os diré yo lo que tenéis.

La señora Bethany, ataviada con un vestido estilo Regencia y con el pelo recogido en lo alto de la cabeza, sacó la cabeza por la portezuela, totalmente impasible ante el ataque. ¿Fue ese el momento en que se convirtió?

Entonces levantó una ballesta.

—Vais a tener que correr —dijo.

Los vampiros se dispersaron, pero no lo bastante rápido. La señora Bethany alcanzó a uno, de forma que la flecha de madera se le hundió en el corazón. Al instante, el cochero y los hombres de librea entraron en acción, todos ellos armados, todos ellos con aplomo y determinación penetrando en el bosque en pos de los vampiros.

—¡Rápido! —gritó la señora Bethany al tiempo que saltaba del carruaje con un revuelo de faldas. Había vuelto a cargar la ballesta y, a pesar de la oscuridad, apuntó y derribó a otro vampiro con un solo disparo. Su sonrisa relucía en la oscuridad de la noche.

»¡Ya los tenemos!

Lanzó una carcajada mientras sacaba un sable del interior de su túnica. Cuando lo alzó, yo me volví; ya había visto decapitar a un vampiro, y con una vez en la vida era suficiente. En cuanto oí el golpe viscoso y espeluznante, hice una mueca, pero, de pronto, abrí los ojos asombrada.

—Esa manera de luchar… La manera en que se lanza…

Eso yo lo había visto antes.

—Está bien entrenada, ¿no te parece?

Christopher no apartaba la mirada de la señora Bethany.

—Si cazaba vampiros y sabía exactamente qué debía hacer, entonces es que ella era… Tenía que ser… ¿La señora Bethany pertenecia a la Cruz Negra?

Tuve que volver a mirarla. La lucha había terminado, los vampiros yacían a sus pies. Bajo la luz de la luna, sonreía dulce y cariñosa mientra corría hacia uno de los hombres de librea, el cual, entonces me di cuenta, era Christopher un poco más joven. Se abrazaron, los brazos de ella bien ceñidos en torno al cuello de él, y se besaron con tanta pasión que me sonrojé.

—Los dos nos criamos entre cazadores de la Cruz Negra —explicó Christopher mientras contemplaba la antigua felicidad que había compartido con su esposa—. Cuando emigré a Estados Unidos en los primeros años de la independencia, me puse en contacto con el comando de Boston. Allí fue donde nos conocimos. En esa época había muy pocas mujeres cazadoras, pero a ella nadie la cuestionaba. Era la mejor luchadora de todos. Los vampiros siempre la subestimaban, hasta que era demasiado tarde para reaccionar. Entre ellos surgió la leyenda de una cazadora que era bella y letal a la vez, pero, para su desgracia, no creían en su existencia. En ocasiones, lo último que decían cuando la estaca se les hundía en el pecho era: «Es ella».

El bosque se oscureció en una penumbra difusa, pero entonces volvieron a dibujarse formas nuevas. Vi una casa pequeña, sencilla, con una gran estancia que parecía ser cocina y sala de estar a la vez. La chimenea era enorme, lo bastante profunda para poder entrar en ella, tan alta como una persona e igual de larga que la misma casa. Una tetera colgaba cerca de las llamas mientras la señora Bethany se afanaba en cortar un pastel; en la mesa, Christopher estaba sentado con unos hombres vestidos como él, con chaquetas largas y pañuelos blancos atados a la garganta. Sostenían unas copas altas de metal rellenas de algo que parecía cerveza, y se reían a carcajadas.

¿Fue acaso la claridad del lugar la que me dejó ver que aquel grupo no se sentía tan feliz como aparentaba? ¿Que sus ojos miraban con cautela a Christopher mientras él se servía otra copa?

—Socios. —Christopher tenía la cara iluminada por aquel fuego antiguo. Parecíamos encontrarnos en el extremo de la habitación, sumidos en la sombra—. Amigos, o eso creía yo. Nos asociamos para fundar una naviera. Comercio entre Europa y América, de tejidos delicados, un sector en auge en esa época y, por consiguiente, una buena oportunidad para incrementar el bienestar de la familia. Sin embargo, yo solo conocía la compañía de los cazadores de la Cruz Negra. Se puede decir lo que se quiera de la Cruz Negra, pero no que sus miembros sean dados a burdas artimañas. Me criaron para pensar que la maldad solo se encontraba en los vampiros. No creí que los hombres que se hacían pasar por amigos míos pudieran albergarla.

—¿Qué hicieron? —le susurré, pese a saber que las personas que teníamos delante no podían oírnos.

—No tenían intención de crear la naviera. Solo pretendían robar el dinero de la familia que les di para realizar la inversión.

Su tono de voz parecía ligeramente perplejo, como si después de aquel par de siglos, Christopher todavía no hubiera asimilado por completo la traición.

—Al cabo de unos meses, empecé a reclamarles ganancias, beneficios. Quise examinar los libros de contabilidad. Ellos me daban innumerables excusas, pero no me enseñaban nada. Una noche juré que iba a denunciarlos ante la justicia. Entonces, mientras iba camino de casa, me atacaron. Yo iba desarmado, y me estaba recuperando de un resfriado. Mi entrenamiento en la Cruz Negra no me sirvió de nada. Me abandonaron moribundo en una cuneta. Lo último que oí fueron sus risas mientras se alejaban.

—Lo siento.

Ante nosotros proseguía la feliz escena con todo el mundo comportándose amablemente. Tal vez él prefería recordar eso a su muerte, y no lo podía criticar por ello. A mí tampoco me gustaba recordar mi muerte, y al menos había sido en mi cama, con Lucas a mi lado.

—Es tremendo.

Christopher miraba con dureza a sus asesinos, que en ese momento estaban riendo una de sus ocurrencias. La señora Bethany iba cortando los trozos de pastel ante ellos; no parecía estar de tan buen humor como los demás. De hecho, su expresión era recelosa. A diferencia de su marido, ella había presentido problemas.

Entonces la habitación volvió a cambiar y la señora Bethany se quedó quieta en el centro de la misma mientras su vestido iba mudando de un color a otro y su expresión pasaba del malestar a la rabia.

—¿Qué queréis decir con que no podéis intervenir?

Ahora la escena tenía lugar en una especie de sala de reuniones o almacén. Cuando vi el arsenal de las paredes me di cuenta de que se trataba de la Cruz Negra. Había un hombre con el pelo recogido en una cola que estaba sentado en una plataforma ligeramente elevada. Parecía estar al mando. Él negó con la cabeza.

—Por lamentable que sea la muerte de su marido, señora Bethany, no ha sido obra de ningún ser sobrenatural. Por lo tanto, no es asunto de la Cruz Negra.

—El juez no quiere escucharme —replicó la señora Bethany—. Cree que fue obra de bandidos, y dice que estoy loca por dudar de unos «caballeros tan distinguidos». —Pronunció esas palabras con rabia, como si estuvieran envenenadas—. Los podría matar yo misma, pero han huido al Caribe. Además, el dinero de su familia se ha perdido debido al engaño. Al menos proporcionadme fondos para viajar hasta allí y hacer justicia.

El cabecilla de la Cruz Negra dirigió una mirada de conmiseración a la señora Bethany; la misma mirada, observé, que empleó Kate aquella vez que se negó a devolverle a Lucas la lata de café repleta de monedas.

—Nuestros fondos son para nuestra lucha, y no podemos prescindir de un solo penique. Usted lo sabe tan bien como yo. Me parece que su pena la ha llevado al límite de la histeria.

La expresión orgullosa no desapareció del rostro de la señora Bethany, pero entonces vi algo que no me esperaba: sus ojos estaban anegados en lágrimas. Pese a lo cual, habló con voz firme:

—Después de todo cuanto he hecho, de cuanto he dado, ¿esta es vuestra respuesta?

—¿Y qué otra respuesta podía ser?

Ella retrocedió un poco, mientras ladeaba la cabeza con aquel gesto de reflexión y desdén que le era tan propio. «Es como si lo contemplara por primera vez», me dije.

Christopher comentó:

—En ese instante, toda su dedicación a la Cruz Negra se convirtió en odio. Siempre podemos odiar lo que hemos amado, y con una pasión tan grande como lo fue en su tiempo ese amor.

La sala desapareció y se vio reemplazada por el mismo camino del bosque que habíamos visto al principio. Sin embargo, ahora la escena tenía lugar en invierno. Las ramas desnudas de los árboles resplandecían con el hielo, y el suelo estaba cubierto por una capa gruesa de nieve. La señora Bethany montaba a caballo, a mujeriegas, envuelta en una túnica gruesa de piel oscura. Escrutaba a su alrededor a pesar de la oscuridad cada vez más densa: anochecía, y el cielo tenía un intenso color azul cobalto. Entonces se enderezó un poco; había visto algo.

Un vampiro, claramente incómodo, le salió al paso desde detrás de uno de los árboles más grandes.

—Sea cual sea la trampa que hayas tendido, cazadora, es peligrosa para ti. Quienes podrían ayudarte también se hallan muy lejos.

—No he tendido ninguna trampa —respondió la señora Bethany. Desmontó y se acercó lentamente hacia él caminando sobre la nieve—. Voy desarmada.

—En tal caso, supongo que has venido para morir, cazadora.

Se trataba de una provocación, pero la señora Bethany alzó la cabeza y respondió.

—Sí.

El vampiro se mostró tan asombrado como yo. Al principio no dijo nada, no se abalanzó sobre ella ni tampoco huyó.

Ella alzó las manos, enfundadas en unos guantes de color verde oscuro, para enseñarle que no llevaba armas. Una ráfaga de viento le despeinó el cabello e hizo caer una lluvia de nieve desde las ramas que quedaban por encima de ellos, esparciendo el blanco sobre su pelo y su capa oscuros.

—Me mordieron una vez. ¿Lo sabías? ¿Te han contado la historia?

—Hay muchos que dicen haberlo hecho —respondió el vampiro—. Muchos mienten.

—Hay uno que dice la verdad —dijo ella. Dio un tirón rápido al cuello de su capa y mostró una vieja cicatriz en el cuello—. Entonces me salvaron. Pero siempre he sabido que estoy preparada. Si un vampiro me mordiera y me matara, resucitaría como una no muerta.

El vampiro dio un paso hacia ella, incrédulo.

—Es una trampa.

—Aquí no hay trampa.

—Tú nos odias. ¿Por qué quieres ser uno de nosotros?

—Necesito librarme de las ataduras y preocupaciones humanas. —La expresión de la señora Bethany decayó, pero fue solo un momento—. Necesito viajar fuera del alcance de mis medios mortales.

Aquello provocó una risotada en el vampiro.

—Estás loca. Te has vuelto loca.

—Transfórmame y lo verás —dijo ella.

El vampiro se abalanzó sobre ella, y ambos cayeron al suelo. La señora Bethany no se resistió ni gritó, ni siquiera cuando su sangre se vertió sobre la nieve blanca, levantando nubes de vapor.

—La venganza —dijo Christopher— es un incentivo muy poderoso.

El siguiente lugar que me mostró era mucho más cálido. Una hoja de palmera golpeteaba la ventana y había montones de flores tropicales en jarrones. Parecíamos encontrarnos en una mansión, en una isla, un lugar que tal vez había sido imponente antes de ser arrasado. El mobiliario estaba patas arriba, y los cristales, rotos. En el suelo yacían dos cadáveres. La señora Bethany se hallaba en un rincón, observando la escena satisfecha. Se limpió la sangre de la boca con el dorso de la mano.

—Se vengó de ellos —dije.

Pese al horror de la escena que teníamos delante, no pude evitar sentir que esos tipos se lo merecían.

Christopher asintió.

—Pero ¿a qué precio? Su vida. Y, quizá aún más importante, su misión en la vida, su alma.

—¿Dónde estabas tú mientras todo esto ocurría? —pregunté—. ¿Por qué no te apareciste ante ella? De haber sabido que te habías convertido en espectro, que podía hablar contigo, entonces tal vez…

—En esa época todavía no me podía aparecer ante ella.

La escena caribeña con la señora Bethany se desvaneció, y de nuevo nos encontramos en la tierra de los objetos perdidos. ¿Estábamos en el mismo sitio? El entorno había cambiado: en lugar de estar en la ciudad, nos encontrábamos al aire libre, en un desierto demasiado contundente para poder ser bello. La luz del sol caía abrasadora, y observé cómo un escorpión se escabullía por el suelo. Christopher estaba sentado en una roca baja y plana; su hermoso perfil se recortaba contra la piedra oscura. Entonces reconocí en él la silueta del despacho de la señora Bethany.

—Como sabes, aprender a manejar los poderes espectrales lleva un tiempo, muchísimo más del que te ha llevado a ti. Cuando yo pude aparecerme ante mi esposa, ella había empezado a odiar a los espectros como enemigos naturales de los vampiros. Sus acciones me han demostrado que su odio era mayor que su amor.

Me vinieron ganas de refutarle aquello, pero me acordé de lo mucho que me había costado aparecerme ante mis padres. El miedo al rechazo era imperioso. Y, tal como había demostrado el caso de Lucas, no todo el mundo era tan fuerte para amar a pesar de haber cambiado tanto.

«Lucas», me dije. Claro que la señora Bethany sentía simpatía hacia él. Claro que lo ayudaba y lo comprendía. Ella había pasado exactamente por la misma situación en que él se encontraba. Pero eso no la convertía ni en generosa ni en buena. Solo hacía de ella alguien que aborrecía la Cruz Negra en grado sumo. Era necesario que él se diera cuenta de ello. Cuanto antes mejor.

—Tengo que marcharme —dije—. Volveré, ¿de acuerdo?

Creí que Christopher protestaría, o que demostraría su enojo con una tormenta de hielo para retenerme; sin embargo, en lugar de ello, se quedó mirando el escorpión que se deslizaba por la arena.

—Vete —contestó—. Estoy cansado.

Contemplar la muerte de la señora Bethany, aunque se tratara de un recuerdo tan lejano, sin lugar a dudas había sido tan duro para él como lo fue para mí ver morir a Lucas. Le puse una mano sobre el hombro.

—Muchas gracias por enseñarme todo esto.

—Vete —repitió, ahora ya más sosegado, y hundió el rostro entre las manos.

Me concentré en la habitación de los archivos y me trasladé a través del espacio azul hasta que la sala se materializó en torno a mí. Patrice estaba sola, estudiando alemán. Se sorprendió al verme aparecer, pero solo un instante.

—¡Hola, aquí estás! Lucas estaba preocupado.

—Me voy a verlo enseguida —prometí, al tiempo que me acercaba al ladrillo suelto para coger mi brazalete. Al ponérmelo en torno a la muñeca, adquirí una forma totalmente sólida y sentí una enorme sensación de alivio—. Aunque suene raro, necesito ser menos… espectral durante un rato.

—Si a ti te va bien… —dijo Patrice en tono amistoso—. Pero ¿te acuerdas de que esta tarde tiene examen? Le irá mejor si sabe que andas por aquí y que estás bien.

—Lo sé. —Aunque detestaba tener que quitarme tan pronto la pulsera, cambié de idea—. De acuerdo, vale. ¿Me acompañas?

—Claro. De todos modos, tengo que bajar para ir a clase.

Adopté una forma vaporosa y la seguí por toda la escalera.

—¿Te importaría mantenerte alejada de mi pelo, por favor? —rezongó—. A veces estás tremendamente húmeda y me lo encrespas.

—No es fácil, ¿sabes?

—Tampoco lo es peinarme.

Iba a echarme a reír cuando, en el preciso instante en que accedíamos a la zona de las aulas, se oyó un gran revuelo. Gente que gritaba, zapatos chirriando en el suelo, el ruido sordo de un cuerpo contra la pared…

—Es una pelea —dijo Patrice.

—Lucas.

No necesitaba que nadie me lo dijera.

Patrice echó a correr, y yo me mantuve por encima de su cabeza hasta que llegamos al lugar del altercado. Lucas y Samuel, como no podía ser de otro modo, forcejeaban en el suelo con la nariz ensangrentada.

—Te digo que la dejes en paz. —El tono de Lucas era áspero.

—La quieres para ti, ¿verdad? ¿Es eso lo que quieres?

La sonrisa enfermiza de Samuel sugería que no se refería a un coqueteo. Fuera quien fuera la humana con quien Samuel se metía y a la que Lucas defendía, resultaba tan apetecible como un tentempié por la noche. Me imaginé de quién podía tratarse cuando Skye, en medio del gentío, arrojó uno de sus libros contra Samuel, si bien él lo esquivó con facilidad.

—Pégame un poco más fuerte y será tuya, tío. Podrás tener lo que quieras.

Lucas le propinó un cabezazo con tanta fuerza que Samuel se desplomó de espaldas, aturdido. Mareado, con una mano en la frente, Lucas dijo:

—En realidad, lo único que quiero es que te calles.

De pronto, la pequeña multitud que reía a nuestro alrededor se quedó en silencio y se abrió para dejar paso a la señora Bethany. Después de haberla visto más joven, humana, enamorada y viva, en ese momento me pareció muy distinta. Y, sin embargo, seguía siendo ella, con sus encajes almidonados, sus faldas largas y su autoridad gélida. La imagen de la pelea no provocó en ella más reacción que un arqueamiento de ceja.

—Señor Ross, señor Younger. ¿Puedo suponer que la cuestión entre ustedes ya está zanjada?

—Sí, lo está.

Lucas, algo aturdido, se puso de pie y se frotó la nariz con la manga. Samuel todavía tenía la mirada clavada en él, como si estuviera dispuesto a retomar la pelea, aunque fuera en presencia de la directora.

—¿Señor Younger? —repitió la señora Bethany—. Espero no tener que adoptar ninguna… medida disciplinaria. Me imagino que mis métodos no serían de su agrado.

—Vale —respondió Samuel, lo cual no era exactamente una respuesta. Sin embargo, se puso de pie y se marchó sin más.

Cuando todo el mundo empezó a dispersarse para ocuparse de sus asuntos, apartándose de la señora Bethany como hojas en un vendaval, me dispuse a hablar con Lucas, pero Skye se me adelantó y lo alcanzó antes de que yo tuviera la oportunidad de decirle algo.

—Gracias por defenderme.

—No ha sido nada.

Ella tenía una sonrisa especial que de algún modo resaltaba su belleza. ¿Por qué mi sonrisa divertida no hacía otra cosa más que darme un aspecto bobalicón?

—¿Sabes?, eres una especie de equipo de las fuerzas especiales de un solo miembro. ¿Quién diría que alguien podría necesitar que le rescatasen tantas veces en un instituto?

Aunque Skye bromeaba, su observación afectó claramente a Lucas, que la tomó por el codo y le dijo:

—Debemos hablar.

—Tenemos examen en cinco minutos. ¿No necesitas limpiarte un poco después de la pelea?

—Olvida todo eso. Esto es importante.

Los seguí de nuevo al hueco de la escalera; Patrice miró con preocupación, pero no intentó unirse a ellos. Lo cual era bueno, porque de haberlo hecho se habría quedado pasmada. Conociendo a Lucas, yo sabía lo que iba a decir, y me pareció que era una buena idea.

Había llegado el momento de contarle la verdad a Skye.

—¿Qué ocurre?

La expresión de la chica se ensombreció en el hueco de la escalera, iluminado por la ventana estrecha y arqueada que hacía brillar su pelo oscuro.

—¿Por fin vas a hablarme de lo que te pasa?

Lucas se quedó perplejo.

—¿Qué quieres decir?

—Estás tan… furioso… —susurró ella amable—. Con todo, siempre. No digo que esté mal estar enfadado, Lucas, pero… es que parece que esto te quema por dentro. ¿Qué te pasa? ¿Me lo puedes decir?

Si ella hubiera intentado sacar algo de él con indirectas o engaños, Lucas jamás habría hablado. Sin embargo, la sinceridad siempre logra derribar las barreras.

—Mi novia, Bianca, murió el verano pasado. Yo todavía la quiero. Siempre la querré.

Era la verdad, aunque no toda, y logró reconfortarme y emocionarme de nuevo. Lo que me sorprendió fue el poder que ejerció en Skye: al instante sus ojos de color azul claro se anegaron en lágrimas.

—Yo también perdí a alguien este verano. Mi hermano mayor.

—Oh, Dios. —Aquello pilló desprevenido a Lucas—. Skye, lo siento.

Ella le apretó la mano.

—Créeme. Lo entiendo. Puede que yo oculte mejor la rabia que tú, pero a veces lo único que querría…

Skye resopló con un gesto de frustración, aunque logró esbozar una sonrisa mientras se secaba una lágrima.

—Bianca era… asombrosa, ¿no? Seguro que sí.

La expresión de Lucas se volvió vacilante. Hablar de mí en pasado le recordaba mi muerte, y le resultaba muy doloroso.

—Ni te lo imaginas.

—Si te sirve de consuelo, yo creo… bueno, no, estoy segura de que los muertos no se van por completo.

Hablaba con el convencimiento profundo que solo podía venir de alguien que había crecido en una casa encantada. Skye sabía de los no muertos, al menos a ese nivel.

—Nos observan. Están cerca de nosotros. Y creo que saben lo mucho que los queremos, tal vez más que cuando estaban vivos.

En cuanto Skye dijo aquello, me atreví a acariciar suavemente la mano de Lucas. Vi cómo él se incorporaba un poco, tranquilo al sentirme presente y a salvo, pero también más emocionado que antes.

—También yo lo creo.

—Seguro que ella querría que fueras feliz —siguió diciendo Skye—. Y no que estuvieras enfadado todo el tiempo.

—Lo intento.

Yo sabía que Lucas se dirigía tanto a mí como a Skye.

Se miraron un segundo, intentando mantener la compostura. Skye tragó saliva y por fin dijo:

—Bueno, ¿y qué querías contarme?

—Esta escuela es peligrosa, Skye. Todo aquí es peligroso. Tienes que ir con cuidado.

—Sí, claro, ya me di cuenta cuando esa banda rara me disparó una flecha. ¿Qué tipo de banda usa ballestas?

Lucas dio un paso más hacia ella y la miró directamente a los ojos. La luz del sol de la tarde se coló por la ventana en forma de media luna, y su pelo brilló con un intenso tono dorado.

—No. En serio. Hay alumnos aquí que no son simples alumnos.

Ella se cruzó de brazos.

—¿Quieres decir que también son unos enormes capullos?

—Quiero decir que son vampiros.

Skye miró fijamente a Lucas, asombrada. Lucas le sostuvo la mirada. Me pregunté si ella se iba a echar a gritar, si lo acribillaría a preguntas, o echaría a correr por la escuela como alma que lleva el diablo.

Por el contrario, se echó a reír.

Mientras Lucas, perplejo, retrocedía, ella dijo con la voz entrecortada:

—¡Casi me lo creo!

—Skye…

—No, si lo entiendo. —La risa apenas dejaba oír sus palabras—. Nos estábamos poniendo demasiado profundos para luego poder concentrarnos en matemáticas. Gracias por hacerme reír. Lo necesitaba.

Lucas se quedó sin habla, pero desistió.

—Cuando quieras.

—Anda, vamos a clase.

Skye se dirigió hacia la puerta. Lucas miró hacia atrás, y yo brillé un poco con la luz, para que él supiera que estaba cerca. Su sonrisa tímida fue la mejor bienvenida que podría haber tenido.

Por supuesto, quería contarle a Lucas lo de la señora Bethany, pero eso podía esperar. La dedicación de Lucas a los estudios durante aquel semestre tal vez fuera, sobre todo, un modo de abstraerse del dolor, y precisamente por eso había que respetarlo. Supuse que no pasaría nada por esperar cuarenta y cinco minutos.

Sin embargo, no todo el mundo era tan disciplinado a la hora de esperar el momento adecuado para hablar. En cuanto regresé de nuevo a la habitación de los archivos, sola y dispuesta a pasar algún tiempo de calidad con mi pulsera, alguien decidió hacerme una visita.

—Vaya, vaya, pero si es la mismísima reina de los muertos —dijo Maxie.

Me incorporé, sorprendida; estaba tan ensimismada que se había materializado al otro lado de la habitación y no me había dado cuenta. De nuevo ella iba vestida con su camisón vaporoso, igual que yo llevaba otra vez mi habitual pijama.

—Dime, ¿qué se siente cuando eres tan especial que las normas no se te aplican?

—Es horroroso —respondí—. Significa que no gustas ni siquiera a las personas que creías que eran amigas tuyas.

Maxie vaciló. Inclinó la cabeza de forma que el pelo corto le cayó sobre los ojos, bloqueándole parcialmente la vista.

—Me gustas —dijo con voz apagada.

—Pues a veces no lo parece.

—Tenemos que elegir —dijo. Por primera vez desde que la conocía, parecía más una adulta que un niña irascible—. Debemos admitir que estamos muertas.

—Lo sé, créeme.

—Los vampiros son nuestros enemigos.

—Es posible que eso sea casi siempre así —admití pensando en la señora Bethany—, pero no es el caso de Lucas. Ni de Balthazar, ni de Patrice, ni de Ranulf. ¿Por qué insistes en verlo todo siempre blanco o negro? ¿Por qué no miras cómo es cada uno en lugar de qué es?

—Porque ayuda —susurró—. Cuando no estás viva ni tampoco completamente muerta todo te puede parecer gris. Quieres negro. Quieres blanco.

—Lo sé. —Y lo sabía.

Entonces la puerta se abrió y entraron Vic y Ranulf. Era la pausa del mediodía.

—Espera —decía Vic en ese momento—. ¿Me estás diciendo que has logrado que Cristina del Valle te acompañe al baile de otoño? ¿Cómo lo has logrado? Si es la tía más buena de toda la escuela…

—En lo que a doncellas atractivas se refiere, soy todo un experto —respodió Ranulf.

Ambos se callaron al verme a mí y, entonces me di cuenta, a Maxie, que no había podido volverse invisible a tiempo y ahora estaba demasiado sorprendida para hacer eso o cualquier otra cosa que no fuera mirar sus rostros boquiabiertos.

Rápidamente dije:

—Maxie, ya conocías a Vic, pero ¿conoces a Ranulf?

—Más espectros —dijo Ranulf.

Aunque al principio le había resultado difícil relacionarse conmigo después de mi muerte, en este caso solo le llevó un momento acostumbrarse.

—Bienvenida. ¿Vas a venir a menudo por aquí? En tal caso, por favor, no hieles demasiado los asientos. Bianca acostumbra dejarlos demasiado fríos para que luego nos sentemos los demás.

—¡Eh! —protesté, pero súbitamente Ranulf pareció interesadísimo en los carteles de Elvis.

Vic no dejaba de mirar a Maxie. Ella se había relacionado con él durante toda su vida, aunque siempre de forma invisible; seguramente era la primera vez que la veía de verdad.

—Guau —dijo él—, eh… guau. Hola.

—Hola —musitó Maxie.

Yo sabía que era la primera palabra que ella le dirigía. Acababa de cruzar la línea, esa que no quería que cruzara yo y que me gustó. ¿Comenzaba a pensar por sí misma? ¿Acaso había empezado a ver que las líneas que separan a los vampiros, los espectros y los humanos son tan difusas como las que median entre la vida y la muerte?

—¿Te… apetece quedarte un rato por aquí? —Vic miró la estancia como un loco, sin duda buscando con qué entretenerla—. Podemos sentarnos a charlar un rato… O, bueno, también tengo algo de música…

—Debería marcharme —dijo Maxie. Sin embargo, antes de que pudiera sentirme decepcionada, añadió rápidamente—: Ya volveré en otra ocasión.

Vic sonrió de oreja a oreja.

—Fabuloso. Bueno, eso será… fabuloso.

Maxie se desvaneció, pero yo todavía la percibía. Se alejaba muy lentamente, como si fuera más reacia a marcharse de lo que dejaba entrever. Cuando hubo atravesado por fin el tejado, Vic se volvió hacia mí y exclamó:

—¡Ha sido increíble!

—¿Te ha gustado conocerla por fin?

Le sonreí. Vic tenía la boca algo entreabierta, con una mueca entre risueña y asombrada.

—Bueno… es que nunca había pensado… Y, bueno, sabía que era «ella» y eso, pero nunca se me había ocurrido que mi fantasma fuera una chica.

Ranulf intervino:

—Vic todavía no domina el arte de la interacción con el sexo femenino.

—Vas a tener que enseñarme tus trucos, tío —dijo Vic.

—Solo es cuestión de observar durante unos cuantos siglos.

—Pues qué bien. —Vic suspiró y dejó caer la mochila.

—Vuelvo en un momento, ¿vale?

Me quité el brazalete, me desmaterialicé, y me elevé hasta el tejado. Como sospechaba, encontré a Maxie en lo alto del cielo. Podíamos vernos, más o menos… éramos siluetas difuminadas de nosotras mismas, invisibles desde el suelo.

—¡He hablado con Vic! —exclamó. Su sonrisa formaba parte de aquel sol de la tarde—. ¡Le he hablado, y él me ha respondido!

—¿Ves lo divertido que es cruzar los límites?

—No es nada malo —dijo ella en un tono más decidido—. Sabes que eso de ahí es mucho mejor que esto. Pero mientras sigamos en parte aquí…

—Creo que debemos pasar nuestra vida tras la muerte cerca de las personas a las que queremos. —Empecé a elevarme hacia lo alto, preguntándome sobre todo hasta dónde podíamos llegar—. Nada más tiene sentido.

—Pero yo a Vic antes, cuando estaba viva, no lo conocía —protestó Maxie.

—Yo creo que no importa cuándo empiezas a querer a una persona. Lo que importa es que lo haces.

Entonces me acordé de Lucas y de la información que tantas ganas tenía de compartir con él. Pero aún debía aguardar media hora. Así que me elevé todavía más; Maxie me siguió.

—¿Qué altura podemos alcanzar? —pregunté.

—Oh, de locos. Por encima de la troposfera. Si quieres, incluso puedes ver las estrellas de día.

—¿De verdad?

En ese mismo momento, si quería podía contemplar las estrellas; en realidad, podía hacerlo en cualquier momento. Claro que no podía utilizar un telescopio, pero, de todos modos, la panorámica merecería la pena. Sería como una fotografía del Hubble.

—¿Vamos?

Maxie se echó a reír, y supe que eso era lo que había querido siempre. No que yo tomara partido, sino tener una compañera en ese mundo intermedio.

—Vale, vamos.

Nos elevamos, cada vez más, hasta que la Academia Medianoche no fue más que una mancha en el suelo y luego quedó oculta por las nubes. El sol era más que intenso. Resultaba cegador.

Entonces apareció a lo lejos un enorme bulto plateado que se acercaba más rápido de lo que yo era capaz de imaginar.

—¿Qué diantres es esa cosa?

—¡Espera! —gritó Maxie.

«¿Es… Es un avión?».

Un avión comercial avanzaba a toda velocidad en dirección a nosotras. Vislumbré el contorno, las ventanas delanteras con los pilotos en el interior, y entonces, pam, Maxie y yo nos vimos arrastradas directamente al centro del avión, atravesando la cabina delantera, el largo pasillo, una docena de pasajeros, el carrito de las bebidas, la cola del avión… y luego este desapareció. Lo habíamos traspasado por completo.

Maxie y yo nos quedamos suspendidas, a la deriva por unos instantes, aturdidas. Por fin ella dijo:

—¿Crees que alguien del avión nos ha visto?

—Íbamos demasiado rápido —dije—. Pero quizá atravesaran una zona de turbulencias.

Maxie se echó a reír, y yo también.

Aunque Maxie quería seguir creando «bolsas de aire» para el tráfico aéreo que salía de Boston, me despedí de ella cuando supuse que la clase de Lucas ya había terminado. Prometimos ir pronto juntas a mirar las estrellas, y aunque esa perspectiva me encantaba, cuanto más me aproximaba a la Tierra, más acuciantes me parecieron mis problemas.

Me encontré a Lucas fuera, en el cenador, esperándome como siempre. Había dejado la mochila en el suelo, tenía los brazos apoyados en las rodillas y la cabeza gacha.

—Pareces agotado —le susurré convirtiéndome en neblina a su lado.

—Lo estoy.

—¿Qué? ¿Despierto hasta tarde preocupado por mí?

—Estuve despierto hasta tarde, y preocupado —confirmó—. Pero sé que puedes cuidar de ti misma, así que estuve estudiando. Y escuchando música. Y navegando por internet. Y haciendo todo lo posible para no dormir.

No me hizo falta preguntar por qué.

—Charity.

Lucas no respondió, pero tragó saliva, y la nuez se le movió visiblemente. Le acaricié suavemente la mejilla con la esperanza de que sintiera el tacto fresco.

—¿Está empeorando?

—¿Más? No. Empezó por volver espeluznantes mis sueños, y desde entonces… bueno, hay que admitir que la chica es constante, Ib das las noches son horribles. Todas y cada una de ellas.

Se puso en pie de pronto. Se agarró con las manos al hierro forjado del cenador, tensando los músculos de la espalda de tal forma que se le distinguían a través del jersey del uniforme.

—A veces es Erich otra vez, amenazando con torturarte empleando estacas empapadas en agua bendita. Otras, son unos vampiros chupándote la sangre, lo que, por algún motivo, en lugar de convertirte en uno de ellos, te mata. A veces mi madre me decapita. Y también están esos borrachos, ¿te acuerdas de nuestra primera cita? En mis sueños no intentan protegerte. Intentan quemarte. Todos los sueños giran en torno a perderte, una y otra vez.

El dolor intenso que reflejaba su voz hizo que deseara arriesgarme a adoptar forma corpórea y abrazarlo.

—Charity solo te convirtió para apartarte de mí —dije—. Es culpa mía.

—No es culpa tuya —replicó Lucas. Me hubiera gustado estar tan segura como él aparentaba estarlo—. Pero sí, a Charity le gusta la idea de que te pierda para siempre, lo bastante para desarrollarla de forma constante en mi cabeza.

—Por favor, déjame volver. Si yo estuviera en tus sueños, sé que podría acceder a ti.

Lucas negó con la cabeza.

—De ningún modo. Cualquier cosa que ella te hiciera allí podría causarte daño de verdad. Y ese es un riesgo que no estoy dispuesto a asumir.

¿Aunque la única alternativa posible fuera aquel sufrimiento constante por parte de él? Esa idea no me gustaba, pero por el momento no teníamos otra opción.

Él dijo entonces:

—Bianca, hace tiempo que quería preguntarte una cosa: ¿y después de Medianoche?

—¿Qué quieres decir?

—No puedo quedarme para siempre en este internado —contestó Lucas—. Quiero decir, técnicamente podría hacerlo, pero la verdad es que no me veo repitiendo literatura inglesa cada dos trimestres durante los próximos siglos. Y no creo que tú quieras pasar el resto de la eternidad ocultándote en los rincones, esperándome.

Yo no había pensado en ese futuro, no me lo había permitido. Ahora que era consciente de todo mi poder, de los muchos lugares a los que podía ir y las cosas que podía hacer, no temía la eternidad que se abría ante mí. Pero para Lucas era distinto.

—Normalmente —dije—, los vampiros empiezan… vagando de un lado a otro, me parece. Aprovechan su inmortalidad para ver el mundo. Al parecer, después de varias décadas de experiencia, no resulta difícil comenzar a ganar dinero. Y cuanto eres rico, bueno, entonces puedes hacer prácticamente todo lo que te apetezca.

Al oírme decir «varias décadas». Lucas pareció dolido. Entonces respondió:

—Yo no necesito hacerme rico. No necesito hacer lo que quiero porque ahora mismo no estoy seguro de si sabría utilizar ese poder.

—Debes empezar a dejar de tener miedo de ti mismo, o de aquello en lo que te has convertido.

—Sé muy bien en qué me he convertido —dijo—. Por eso sé que debo tener miedo.

Sentí pánico en cuanto presentí que lo siguiente que iba a decir era algo del tipo: «Deberías ser libre». Él seguía considerándose una carga para mí, cuando en realidad lo era todo menos eso.

—Tú te has convertido en mi ancla —le confesé—. Eres la persona que me conecta con este mundo.

Él no acababa de creérselo.

—¿De verdad?

—Siempre.

Lucas suspiró con fuerza.

—Lo único que me gustaría es creer que puedo darte algo que merezca la pena.

—Eso lo haces cada día. Cada segundo. No lo dudes nunca.

—Está bien —me concedió, aunque vi que él no estaba del todo convencido.

Había llegado el momento de centrar su atención en nuestros problemas auténticos.

—Escucha —dije—, quiero hablarte de la señora Bethany.

Él se volvió ligeramente, de modo que pude verle la cara.

—¿Tenemos que volver a ese tema?

—Esto es nuevo.

Tan rápido como pude, le conté quién era Christopher, y lo que me había contado acerca del pasado de ella. Cuando le dije que la señora Bethany había sido de la Cruz Negra, Lucas abrió los ojos con asombro, pero no dijo nada. En cuanto hube acabado, sentencié:

—No se muestra comprensiva porque de pronto se haya vuelto agradable. Lo único que le pasa es que odia la Cruz Negra tanto como tú.

—¿Y por qué las dos cosas han de ir por separado?

Me quedé mirando a Lucas, sorprendida. Parecía más frustrado que antes.

—Bianca, ¿acaso estar contra la Cruz Negra significa haber perdido la facultad de pensar de forma racional por siempre jamás? ¿O de preocuparte por los demás? Si fuera ese el caso, yo estaría muy mal.

—Yo no estoy diciendo eso.

—Ah, ¿no?

Lucas le propinó una patada a la voluta de hierro que le quedaba más cerca de los pies y la hiedra crujió.

—¿Por qué la odias tanto?

—Es una asesina. —No sabía que era capaz de hablar tan fuerte, ni con un tono tan agudo, aunque mi consistencia apenas era vapor—. Ella asesinó a Eduardo, ¿te acuerdas? ¿Y a cuántos otros miembros de tu comando?

—¿Te refieres al comando de la Cruz Negra que invadió este lugar para intentar matarla? En cuanto a Eduardo…

Sus manos se aferraban con tanta fuerza a la barandilla del cenador que creí que le dolería. Lucas no sentía mucho aprecio por su padrastro, pero le preocupaba que su madre estuviera sola, incluso ahora.

—Eso ocurrió cuando ella acudió al comando de Nueva York para intentar rescatarte. ¿O acaso lo has olvidado?

—¡Lo que quería era vengarse por el ataque a la escuela! ¡Fue eso! ¡Venganza! ¿O es que has olvidado las trampas que puso para los espectros?

—¡Tú mismo querías atraparlos hasta que te convertiste en uno de ellos!

Lucas se dio cuenta de que habíamos comenzado a gritar e inspiró para calmarse. Aunque yo no podía respirar exactamente, intenté tranquilizarme. Las pocas discusiones que Lucas y yo habíamos tenido siempre habían resultado dolorosas; por otra parte, no queríamos que nadie empezara a mirarnos. Ya más calmado, dijo:

—La gente puede hacer cosas por más de un motivo.

—En el caso de la señora Bethany, no es por un buen motivo.

—¿Por qué piensas eso? Bianca, de verdad, ¿tienes alguna razón para desconfiar de ella aparte de que sea un hueso en clase?

Eso me cogió desprevenida.

—La gente a la que ha matado…

—Yo he matado a muchos vampiros —dijo Lucas—. Y ahora me doy cuenta de que también eran personas. ¿Confías en mí?

—Claro. Siempre. —Ahora mi mente iba a toda velocidad. ¿Cuándo había empezado yo a tener miedo a la señora Bethany? ¿Podría decirse que solo se trataba de animadversión juvenil hacia una profesora estricta? Me resultaba difícil creerlo, pero no pude encontrar mejor motivo que el siguiente—: Llámalo intuición, Lucas. No me fío de ella.

—No podemos despreciarla sin más solo por una intuición. No cuando me ofrece…

—¿Y qué te ofrece aparte de promesas vagas?

—Un lugar donde vivir —respondió él—. El derecho a encontrar una solución. Y tal vez un final para esta voracidad.

Lucas recorrió con la vista el jardín, en el cual holgazaneaba un grupo de alumnos. Humanos. Me di cuenta. Incluso en ese momento, en medio de una acalorada discusión, él percibía su sangre y se relamía pensando en su primera víctima.

—Oh, Lucas.

Me atreví a adquirir un poco más de sustancia, la suficiente para acariciarle la mano. Él cerró los ojos con fuerza, igual que yo.

—¿Te parece que eso podría ser real?

Él se apartó de la barandilla, con renovadas energías. Tenía la mandíbula apretada cuando me miró; de algún modo, siempre conseguía encontrar mi mirada.

—Estoy a punto de averiguarlo.

—Lucas, espera.

Demasiado tarde. Lucas bajó del cenador y se encaminó hacia la cochera.

Se dirigía directamente a la guarida de la señora Bethany. En ese momento supe que, si ella le hacía la promesa adecuada, yo lo perdería para siempre.