—Ahora que eres una de nosotros, todo será distinto. —Maxie estaba literalmente resplandeciente, sumida en un halo dorado de alegría—. Ya lo verás.
—He sido una de vosotros desde que morí.
—No de verdad. No mientras anduviste con vampiros. Esto será mucho mejor.
No le dije a Maxie que no tenía la menor intención de abandonar a Lucas ni a nadie. Me sentí incómoda, era prácticamente como si le mintiera, y ya estaba más que harta de mentiras. Sin embargo, por otra parte, tampoco estaba preparada para confiar por completo en los espectros.
—Bueno —le pregunté—, ¿y cómo vamos a encontrar a Christopher? —Miré alrededor—. Dudo mucho de que esté en este desván contigo.
—Pues claro que no —respondió burlona—. Como si Chris topher pasara un minuto de su tiempo en el plano mortal. —Se interrumpió—. Bueno, eso lo retiro. De hecho, viene aquí de vez en cuando.
—¿A este desván?
—No, al plano mortal, tontorrona. Pero solo viene si tiene algo que hacer, como procurar ayudar a un espectro perdido a encontrar su camino. Cosas así. Christopher no ronda por los sitios.
—No como tú, ¿eh?
Dije aquello con intención de irritar un poco a Maxie, de hacerle ver que ella tampoco había renunciado por completo al mundo de los mortales, pero asintió con solemnidad y dulzura.
—Cuando te unas a nosotros podré abandonar este lugar por fin. E incluso… incluso a Vic. —Bajó la mirada hacia un punto de la alfombra donde en otros tiempos Vic se sentaba para convocarla—. Será duro, pero podré hacerlo.
—¿Por qué yo? Tú y yo nos conocemos, pero no se puede decir que seamos amigas del alma.
—Prefiero que te lo explique Christopher. —Maxie prácticamente centelleaba ante la perspectiva—. ¿Estás lista?
Imposible responder a esa pregunta sin saber para qué se suponía que tenía que estar lista.
—Tal vez.
—Desvanécete conmigo. Vamos.
Por algún motivo, esta vez me resultó difícil desvanecerme, algo que nunca me había ocurrido. Tal vez fuera algo así como querer dormir cuando conviene descansar, que es cuando uno permanece en vela durante horas. Pero cuando Maxie se volvió puro resplandor pude seguirla.
Lentamente, el mundo a nuestro alrededor no fue más que una niebla gris azulada, una neblina misteriosa sin altura, profundidad, centro ni límites. El resplandor de Maxie titiló levemente en medio de las neblinas ondulantes y luego desapareció.
«Tranquila, Bianca. —En realidad, no oía su voz; era algo que percibía sin saber realmente cómo—. Tienes que soltarte.
»Soltarme… ¿de qué?
»De todo.
»¿Quieres decir de Lucas y de mis amigos…?
»No. Quiero decir de TODO. De ti misma. Basta con que tires firmemente de ti misma y luego… suéltate».
¿Qué se suponía que significaba eso? Sin mucho optimismo, traté de hacer lo que Maxie decía. Pero al hacerlo empecé a comprender qué quería decir… y me solté.
Fue aterrador. Como descubrir que posees el poder de parar los latidos del corazón o de anular la fuerza de la gravedad. Esto es, de volver del revés todas las leyes del universo. Ya no había ninguna niebla de color azul grisáceo: era la nada total, desconocida y, a la vez, extrañamente familiar; algo tan inmenso que yo nunca había podido verlo, aunque siempre había estado a mi alrededor. Flotaba libre en el interior de mi mente, o en la de alguien, sin ser por completo yo misma.
«¿Podré regresar?». En ese momento parecía que no había posibilidad alguna de regreso. ¿Era eso lo que había en la otra cara de las trampas? «Lucas, lo siento. No me he dado cuenta de lo que significaría eso».
Luego oí otra voz, más grave y masculina.
—Hazte presente.
Al instante, volví a ser yo misma. Me encontré de pie, vi luces, tenía cuerpo. Al parpadear, el nuevo lugar tomó forma a mi alrededor; no podía hacer otra cosa más que mirar con asombro.
¿Cómo describirlo? Me hallaba en el centro de una ciudad, en medio de una enorme muchedumbre ajetreada, un lugar que era a la vez el más aterrador y el más bello que había visto jamás. Delante había un templo griego magníficamente pintado junto a una torrecilla baja y sólida de piedra; detrás, un pequeño bosquecillo de ciruelos con nubes espesas de tréboles bajo las ramas. Tras ellos se veían rascacielos, casas, tiendas, colinas, un castillo, un chalé, todo tipo de estructuras y paisajes imaginables: algunos fabulosos, otros en ruinas. Junto a la calzada de adoquines en la que nos encontrábamos Maxie y yo serpenteaba un riachuelo de agua parduzca que bajaba con mucha fuerza por las rocas, tanta que tuve la certeza de que si caía en sus aguas la corriente se me llevaría. A nuestro alrededor se agolpaba una gran masa de gente vestida de todos los modos posibles, desde vaqueros pasando por las mejores galas de la época victoriana, las túnicas beduinas y las togas. Me veían, y hubo quien dirigió la mirada hacia mí, pero nadie se acercó. Eso me alegró, porque volví a sentir que mi antigua aprensión hacia las multitudes regresaba multiplicada por cien.
Al verme, me di cuenta de que ya no llevaba el pijama con el que había muerto.
—¡Es mi jersey verde! —dije—. Lo perdí después de mudarnos a Medianoche. Era mi favorito… y… eh, estos vaqueros… también me encantaban, pero… ¿no se me habían quedado pequeños?
—Aquí puedes recuperar casi todo lo que has perdido alguna vez —explicó Maxie, elegantemente vestida con un abrigo de pieles grueso. Ahora llevaba un peinado elegante, con la nuca despejada, y lucía unos deslumbrantes zapatos plateados con hebilla, lo último en moda de los años veinte. Me dije que seguramente ese había sido su aspecto cuando estaba viva, en su momento más feliz—. Y, te lo advierto, eso incluye tanto lo bueno como lo malo. Nunca se sabe.
Tras haber centrado el pensamiento en algo tan mundano como el vestuario, comencé a comprender las enormes implicaciones de lo que teníamos delante.
—Maxie, ¿esto es…? No, esto no puede ser el cielo.
Yo tenía la certeza de que el cielo no podía estar sucio, y, pese a la belleza de muchos de los edificios que nos rodeaban, aquel sitio era mugriento. Un lugar magnífico y, sin embargo, ligeramente desagradable. De hecho, me recordó mucho a la primera impresión que tuve de Nueva York.
—Aún no has llegado al paraíso —dijo la voz masculina—. Este es un lugar de refugio, pero no puedo pretender que sé lo que es. Lo mejor es aceptar el sitio en el que estamos en su propia condición.
Me volví para mirarlo: se trataba de un hombre elegantemente vestido con ropa del siglo XIX y cabello largo y espeso de color castaño. Era un adulto, pero no había entrado todavía en la mediana edad, no al menos en el momento en que murió. Tenía el rostro firme y las mandíbulas marcadas, como aquellos que había visto en los retratos antiguos de los grandes soldados o almirantes que se dirigían a la batalla bajo un cielo improbablemente bello: hombros anchos, cintura delgada, mirada decidida, ojos penetrantes.
Maxie sonrió arrebujándose en su abrigo.
—Christopher, he traído a Bianca conmigo. Bianca, este es Christopher.
—Ya nos conocíamos —respondí, pero aquello no era adecuado para describir los extraños modos en los que nuestras vidas se habían cruzado. Cuando comenzó a aparecérseme en mi primer año en Medianoche, me había amenazado de una forma tan temible que me tenía aterrada; por otra parte, él era quien había evitado que la tribu de Charity nos matara a Lucas y a mí. Empecé por el principio—: De hecho, tengo la certeza de que en una ocasión intentasteis matarme.
Christopher no lo negó. Ni siquiera parecía inquieto por ello.
—Solo tenías una vida por vivir. Tarde o temprano, tenías que convertirte en vampiro o en espectro. Fuimos a ti en Medianoche cuando bebías sangre y te aproximabas a tu naturaleza de vampiro.
—Me queríais para vosotros —dije.
—También por tu bien —repuso Christopher—. Para ti, convertirte en vampiro habría supuesto un sacrificio menor que para la mayoría, pero también habrías sido mucho menos de lo que puedes llegar a ser.
—Por otra parte, los vampiros son asquerosos —terció Maxie. La miré con hostilidad, y ella se limitó a encogerse de hombros—. No te ofendas, pero vamos, son cadáveres andantes. Puaj.
—Te aseguro que eso no influyó en mi decisión. —Christopher parecía algo avergonzado ante la grosería de Maxie—. Bianca, como vampiro habrías sido tan solo una más. Como espectro en cambio tienes poderes que van más allá de los de cualquiera de nosotros, y unas habilidades que apenas has empezado a vislumbrar.
—Por eso en verano nos salvaste a mí y a Lucas de Charity. Para evitar que me transformara en vampiro. Nunca fue algo… personal para ti: o matarme, o salvarme.
Christopher pareció divertido.
—¿Cómo iba a ser personal, si acabábamos de conocernos? —Al parecer notó cuánto me molestó aquello, porque se apresuró a añadir—: Cuando alguien lleva muerto tanto como yo, el modo en que ve las cosas cambia. Pero no por ello se equivoca.
Fabuloso. Tenía que aguardar siglos de no muerte para que todo resultara comprensible. De todos modos, me dije, no me servía de nada perder los nervios. Me había convertido en espectro, y tenía que aceptar esa realidad. Christopher era la única persona que podía ayudarme.
Maxie me había contado que él no era el líder entre los espectros porque, por lo visto, no existía tal cosa. Sin embargo, Christopher era el más poderoso por motivos que yo todavía desconocía. Él no solo tenía notables poderes, sino que había insinuado que los míos eran mayores, aunque todavía no se habían revelado. Descubrir mis propias habilidades y reconocerme a mí misma como espectro significaba aceptar a Christopher. Me dije que el precio que había de pagar era poco.
—Vale, olvidemos el pasado, o lo que sea. Lo único que quiero es comprender.
—¿Quieres dar un paseo conmigo?
—Claro.
Maxie, dándose por aludida, se despidió con un gesto y se apresuró hacia una especie de anticuada cafetería. Uno de sus zapatos brillantes y con hebillas se le quedó atrapado en el suelo de adoquines y la hizo trastabillar; al parecer, incluso en ese lugar se podía caer, pero logró tenerse en pie. Christopher y yo nos quedamos solos en aquel lugar misterioso.
—Si no estamos en el cielo —pregunté—, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
—Aquellos que, entre nosotros, alcanzamos la iluminación después de la muerte y no necesitamos vagar por el reino de los mortales traemos aquí lo que amamos en vida.
El cabello ondulado y castaño de Christopher se meció con la suave brisa, que olía como la playa, fresca y fétida a la vez. Ante nosotros, en una colina lejana, vi a un egipcio circulando por el camino en un carro de guerra, delante de una vieja furgoneta de reparto que echaba humo por el tubo de escape.
—Pero, por desgracia, no a las personas que amamos. El alma pertenece a cada persona. Sin embargo, los lugares que fueron importantes para nosotros, los recuerdos de lo mejor y lo peor de nuestras vidas… Todo eso nos encuentra aquí, donde todo lo perdido se puede volver a encontrar.
«La tierra de los objetos perdidos», me dije. Me pareció un nombre tan apropiado para el lugar como cualquier otro.
—Si los espectros pueden venir aquí, ¿por qué se dedican a rondar y acosar a las personas? Esto es mejor que permanecer agazapado en el desván de la casa de alguien.
—No todos los espectros pueden venir aquí.
Sus ojos negros resultaban inquietantemente intensos, más ahora que había adoptado su forma humana.
—La mayoría de nosotros hemos sido creados por un asesinato. Y además el asesinato más depravado, que no ha sido cometido en un arrebato de pasión, sino calculado, egoísta, nacido de la traición.
La voz de Christopher se volvió áspera, y me pregunté qué les había ocurrido a él, y a Maxie, y a tantos otros espectros que se afanaban en torno a nosotros por el camino.
De nuevo recuperado, prosiguió:
—Ese tipo de muerte no se supera fácilmente. La mayoría de nosotros nos despertamos como espectros, sin más, incapaces de creer que hemos muerto, que nos han traicionado, o que el cielo ha quedado pospuesto para nosotros, quizá para siempre. A veces, vemos regocijarse por nuestra muerte a quienes creíamos que nos amaban. ¿Es de extrañar que muchos se vuelvan retorcidos, tal vez enfermos?
—No, claro. —Pensar en eso me revolvía el estómago—. ¿Te ocurrió eso a ti? ¿Alguien a quien amabas…?
—Fueron unos amigos —dijo tranquilamente—. Unos hombres a los que consideraba leales intrigaron contra mí. De todos aquellos a quienes tenía en estima, solo mi querida esposa me fue fiel. Y a ella le aguardaba el peor destino.
Aquello tenía muy mal cariz. Me pregunté si esos amigos la habían matado también, o si la habían dejado de lado y arruinado hasta que había muerto de hambre. De hecho, seguramente en esa época, una mujer sola no podía conseguir un trabajo ni heredar dinero, aunque yo no estaba segura de eso. Tal vez luego uno de los asesinos la había cortejado con malas intenciones y se había casado con ella sin que la mujer hubiera sabido jamás que era el responsable de la muerte de Christopher. Cualquiera de esas opciones me parecía demasiado terrible, y yo no estaba en absoluto dispuesta a curiosear por más tiempo. Cambié de tema:
—Por lo que dices, la mayoría de los espectros quedan atrapados. Son incapaces de superar su propio asesinato y se vuelven locos.
—Básicamente. Si alguien atrapa a nuestros asesinos, eso proporciona cierta sensación de justicia. Ayuda a que muchos de nosotros nos soltemos y ascendamos. —Christopher miró por encima de nuestras cabezas con anhelo. Después de tanto tiempo, seguía esperando el cielo—. Pero hay muchos que no son descubiertos, y, para otros, la justicia no es suficiente para curar las heridas. Estos se quedan en la tierra para siempre, cada vez más enfermos, extraños y, a veces, peligrosos. Muchos carecen de posibilidades de recuperarse lo bastante para venir aquí. Se vuelven tan malévolos como las fuerzas que los destruyeron.
—He oído hablar de espectros como esos —dije—. Pero ¿y el resto de vosotros? Toda esta gente de aquí, ¿por qué no está en el cielo, o lo que sea que sigue a esto?
—Están anclados en el mundo mortal.
—Anclados. —Una palabra que últimamente había oído mucho—. ¿Qué significa esto?
Christopher me condujo alrededor de una fuente, muy decorada y elaborada, quizá del Renacimiento; dentro el agua, en lugar de burbujear con alegría, permanecía quieta y fría, repleta de algas que alisaban la piedra.
—Un ancla es alguien o algo que te ata a la tierra. Las mejores anclas son las que te mantienen cuerdo y fuerte. Pueden ser fuentes de un amor profundo y duradero.
Entonces volvió la mirada hacia la heladería donde habíamos dejado a Maxie; distinguí su silueta sentada en la barra, bebiendo algo en un vaso alto de cristal esmerilado.
—Maxine estaba a punto de abandonar el mundo mortal por completo cuando el niño de su casa la descubrió y empezó a leerle historias.
—Vic.
—Sí. Su amor por él la ha vuelto a atar a la tierra. Un gran disgusto para ella, sin duda…
Por primera vez, percibí un atisbo de humor en la voz de Christopher.
—Aunque ella no lo admitiría nunca, podría desprenderse de él en cualquier momento, con la confianza de que la vida de él será feliz y plena. Pero se ha demorado ochenta años desde que murió; no le viene de una década más, o de varias.
—Has hablado de las mejores anclas. ¿Acaso hay otras anclas… anclas malas?
—En ocasiones no es el amor lo que nos une a nuestras anclas, sino la obsesión. Algo enfermizo. En estos casos, el espectro se vuelve cada vez más retorcido. —Mientras Christopher hablaba, recordé el espectro que había acosado y atormentado a Raquel. Sin duda era un ejemplo de lo que él decía—. El peligro es tan grande que incluso los espectros mejor anclados, como Maxine y yo mismo, consideramos que, en principio, cualquier vinculación con el mundo mortal es desafortunada. Incluso nosotros tenemos la esperanza de cambiar algún día, por duro que resulte abandonar a nuestros seres queridos.
Quise preguntarle si yo estaba anclada, pero me di cuenta de que así era. Lucas, mis padres, Balthazar, Vic, Ranulf, Patrice, Raquel…, ellos me mantenían con los pies en la tierra, por así decirlo. Aunque pudiera desprenderme de ellos, no lo haría. Un pensamiento me vino a la cabeza y me hizo fruncir el entrecejo.
—¿Quién es ese antiguo egipcio que va por ahí?
Christopher sonrió.
—Ayudó a diseñar las pirámides y se siente muy orgulloso de ellas. Creo que le gusta regresar a Giza todas las mañanas y ver salir el sol desde allí.
En el cielo distante se arremolinaban unos nubarrones más oscuros, iluminados brevemente por unos destellos que bien podrían ser de relámpagos.
—Muy bien, vosotros queríais que viniese —dije—. ¿Qué me hace tan poderosa, especial, o lo que sea? Quiero decir, aparte de poder adoptar forma corpórea, que ya de por sí resulta bastante impresionante.
Él me miró de nuevo muy serio.
—Sabes que eres capaz de trasladarte entre nuestros reinos y que puedes hacerlo con más facilidad que cualquiera de nosotros, incluso yo.
—Maxie lo hace.
—A veces, aunque no fácilmente. Excepto si está en tu presencia —contestó Christopher—. Eres capaz de percibir la presencia de otros espectros, y eso es algo que muy pocos de nosotros sabemos hacer. A veces somos invisibles entre nosotros, sobre todo cuando los espectros se han perdido y permanecen asustados en el mundo de los mortales. En cuanto hemos establecido la comunicación entre nosotros resulta más fácil, pero siempre cuesta.
Entonces entendí lo que él pretendía.
—Quieres que te ayude a localizar a esos espectros. Para que se libren de la enfermedad que los corroe antes de que pierdan la cabeza para siempre.
—Mientras todavía puedan venir aquí y recuperarse.
—¿Quieres que te ayude a encontrar a todos los espectros del mundo?
Él negó con la cabeza.
—La mayoría logra encontrar su camino hasta aquí. Sin embargo, tú puedes contactar con aquellos a los que eso les resulta imposible, por su propio bien y por el de las personas a las que atormentan en la tierra. Puedes guiarlos. Ayudarles a que encuentren su camino hasta aquí. Bianca, tú puedes viajar entre los mundos. Eres un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Las nubes ya no se encontraban tan lejos; me pareció que todo el cielo oscurecía, aunque el sol, en cambio, brillaba sobre todas las demás personas. La fría y húmeda brisa que se enredaba en mi cabello no acariciaba a nadie más en el camino. Me di cuenta de que el cielo que había arriba era un reflejo del estado de ánimo de cada persona; cuando más asustada e insegura me sentía, llegó la tormenta.
Christopher no me había respondido.
—Esta misión es importante. Va a exigir mucho de ti. Pero el bien que puedes hacer es inconmensurable.
Yo estaba de acuerdo con él. Aquello parecía merecer la pena. Es más, era importante. El tipo de cosa a la que me gustaría dedicar la vida después de morir. Sin embargo, la idea de soltarme de la gente a la que quería me frenaba.
—¿Por qué no lo haces tú? Según Maxie, tienes superpoderes y todo eso.
—Yo no nací espectro. No tengo tus poderes naturales. Mi talento es mínimo, y lo he ido adquiriendo con el tiempo.
—¿Por qué no has formado a los demás para que hagan lo mismo?
—Ellos no han estado tan poderosamente anclados al reino mortal como yo —respondió. Tenía la mirada perdida—. Mi contacto ha durado más y ha sido más intenso que el de la mayoría.
Un relámpago centelleó, y sentí que la lluvia me empezaba a empaparme el cabello y los vaqueros, a pesar de que nadie más se estaba empapando.
—No puedo. Lo siento… Veo que lo que quieres de mí es algo bueno, que es importante. Pero no puedo.
Christopher no parecía tan desalentado por mi negativa como había previsto.
—Tienes tiempo de pensar en ello —contestó.
Tenía razón, por supuesto. De hecho, disponíamos de toda la eternidad para reflexionar sobre esa cuestión. Mientras me alejaba discretamente de él, ansiosa por marcharme, Christopher se apresuró a decir:
—No hace falta que estés por completo separada de las personas a las que quieres, ni siquiera aquí. Tus poderes te permitirían oírlas.
—¿De verdad?
Eso tampoco era determinante para hacerme cambiar de parecer, porque quería estar con la gente a la que amaba, no solo poder contactar con ellos. Sin embargo, saber que esos vínculos seguirían ahí resultaba alentador de algún modo.
Christopher, aparentemente animado, asintió.
—Sumérgete en las profundidades de tu propio espíritu hasta que encuentres en tu interior a alguien a quien amas.
¿Qué se suponía que significaba eso de sumergirme en mi espíritu? Entonces me acordé de lo que había pensado sobre el cielo que teníamos sobre nuestra cabeza. Sobre que era un reflejo de mi ser más profundo; tenía que concentrarme en aquella tormenta oscura.
Cerré los ojos, pero seguí viendo el destello de los relámpagos en mis párpados. Unas frías gotas de lluvia me salpicaron el rostro, pero alcé los brazos, en señal de que aceptaba la tormenta como una parte de mí misma.
Abrí los ojos cuando oí mi nombre. Era un grito.
«Hay alguien en peligro», me dije. Primero pensé en Lucas, luego caí en la cuenta de que la voz que se oía entre los truenos me resultaba familiar.
Parecía la de mi padre.