—¿Cómo puedes hacer algo así? —grité para hacerme oír por encima del chisporroteo del fuego—. ¿Cómo te has metido en la cabeza de Lucas?
—Yo creé a Lucas.
Con un gesto coqueto, Charity se enroscó uno de sus rizos de color rubio pálido en el dedo. Como había muerto a los catorce años, parecía demasiado joven para ser tan malvada, y conservaba aún la suavidad infantil en las mejillas.
—Yo soy su sire. Y eso significa que su mente y todo lo demás me pertenecen, ahora y para siempre.
Hasta el momento nadie había mencionado eso. En mi caso tal situación jamás se habría dado porque, al ser hija de dos vampiros, no necesitaba un sire que me convirtiera. Aunque siempre había sabido que esa relación implicaba un vínculo poderoso, nunca imaginé que llegara tan lejos.
—No le hagas soñar sobre eso. —Odiaba tener que suplicarle, pero no sabía qué hacer—. Ya tiene bastantes problemas con que lidiar.
Charity ladeó la cabeza mientras se me aproximaba; resultaba aterradora y amenazante incluso en el reino de la imaginación.
—Yo no le he hecho soñar eso. Es cosa de Lucas. ¿Y si has sido tú? A fin de cuentas, es a ti a quien intenta proteger.
Desde las entrañas del cine en llamas, oí mi propio grito.
—Te amenazan una y otra vez —dijo Charity—. Una y otra vez, te matan. Hay vampiros que sueñan con sus asesinatos; otros, con sus remordimientos. Pero Lucas no. Los fantasmas de su mente, los miles de pesadillas que él soporta, giran en torno a un solo tema: perderte una y otra vez.
Y cuando estaba despierto, también; Lucas no tenía el consuelo de saber que solo era un sueño. De hecho, yo había muerto. Estar con él en forma de espectro no lograba cerrar esa herida. Al hacerle revivir ese momento una y otra vez, Charity mantenía a Lucas al borde de la locura y de convertirse en un asesino.
—Son sus sueños —me susurró ella al oído—. Yo me limito a empeorarlos. Hago que el fuego arda con más fuerza y que la sangre fluya más rápido para que tema todavía más por ti. En lugar de beber su sangre, ahora me alimento de su dolor.
—Te odio.
—De su dolor, y del tuyo.
Me alejé de ella corriendo y entré en el cine. Habría ido más rápido si hubiera pensado en mí junto a Lucas, pero me acordé de que, en el mundo de los sueños, carecía de poderes espectrales. Era presa de las antiguas limitaciones humanas.
Mientras corría, oí a Lucas que gritaba:
—¡Aguanta, Bianca! ¡Ya voy!
La escena en el cine me horrorizó. La pantalla ardía y se desprendía de la pared en tiras negruzcas que se retorcían y se enroscaban con el calor. Las cornisas de plástico de las paredes estaban empezando a fundirse formando vetas burbujeantes. En los asientos, que habían permanecido desocupados aquella noche, había cadáveres desplomados y ensangrentados. Todos tenían las gargantas desgarradas.
«Son las víctimas de los vampiros —observé—. Las que vio Lucas. Las que él teme crear». Algunos cuerpos también estaban en llamas.
Asqueada y mareada, me tambaleé para alejarme de los cadáveres y caí hacia atrás. Al dar contra el suelo, sentí el agudo azote del fuego en la pantorrilla. Grité, me incorporé y me vi una señal roja justo debajo de la rodilla; seguramente me había quemado con un trozo de madera que todavía estaba en combustión en el suelo.
El peligro cada vez era más real. Yo tenía que conseguir que saliéramos los dos de allí.
—¡Lucas! —grité.
De nuevo oí mi voz, que ahora no me pertenecía, gritando su nombre.
Me abrí paso entre el humo notando escozor en los ojos y la garganta ardiente, hasta que al fin vi a Lucas. Se encontraba justo en la zona delantera de la sala, donde una parte del techo se había venido abajo para convertirse en un amasijo de metal y madera. Debajo del maderamen, con el rostro transido de dolor… me hallaba yo. O, en todo caso, la visión que Lucas tenía de mí en sueños. Tenía la melena pelirroja extendida por el suelo, como si fuera un reflejo de la sangre que se acumulaba en torno a mi abdomen. Mi yo soñado estaba más quemado y malherido que lo que yo había estado en realidad. Resultaba incluso difícil mirarlo.
—¡No, Lucas, no! ¡Estoy aquí!
Me acerqué con la esperanza de que me oyera.
Y lo hizo. Se volvió para mirarme. Sin embargo, tenía una expresión desesperada en el rostro, y exclamó:
—¡Tranquila, Bianca! ¡Te sacaré de aquí!
Aunque Lucas aún no había podido romper el encanto del sueño, al menos ahora yo comprendía por qué creía tan desesperadamente en sus ilusiones: Charity se encargaba de que así fuera. Decidida a que me percibiera, avancé hacia delante, pero entonces una mano fría me agarró con fuerza de la muñeca.
—Tiene que aprender que no puede salvarte —dijo Charity. Sus rizos rubios tenían el color de la luz del fuego—. Y tú tienes que aprender que no puedes salvarlo porque él es mío.
Entonces noté una sacudida de energía que me atravesaba el cuerpo, como si me electrocutase. Grité más de lo que creía posible, y el dolor cesó.
Abrí los ojos para descubrir que me encontraba de nuevo flotando en el dormitorio de Lucas y Balthazar. Charity me había sacado del sueño.
—Pero ¿qué diablos…?
Balthazar se incorporó al tiempo que Lucas abría los ojos. Seguramente había gritado en este mundo igual que en mis sueños.
Lucas me vio y parpadeó asombrado.
—¿Bianca?
—¡Estoy aquí!
Me arrojé en sus brazos y lo abracé con fuerza, deseando ser lo más sólida posible.
—Estoy bien.
—En mi sueño, tú… No te sucedió, ¿verdad? ¿No pasaste por nada parecido?
—No —dije pensando en aquella visión rota y quemada de mí que él había visto.
Sin embargo, me golpeé la pierna contra el lado de la cama y gemí; Lucas bajó la mirada con preocupación. Un reguero de sangre plateada se me escurría por los pantalones del pijama, dejando ver la larga línea de la quemadura en mi pantorrillá.
—¡Bianca!
Lucas salió de la cama para poder examinarla mejor. Me levantó el pijama y me hizo daño, pero el gesto le provocó un estremecimiento mayor a él. Claro, mi sangre de espectro le quemaba. Sin embargo, no le importó. Unos remolinos de humo se alzaban desde sus dedos chamuscados mientras examinaba la herida.
—Esto es real. Lo que ocurre en mis sueños puede hacerte daño.
—Ya se curará. No es nada grave. En cuanto me desvanezca, lo peor habrá pasado.
Aunque intenté aparentar convencimiento, me tembló la voz a mi pesar. La herida me dolía más de lo que pensé que sería capaz de sentir tras haber muerto.
Balthazar, rascándose la cabeza adormecido, se acercó a nuestro lado de la habitación. Al ver mi quemadura abrió los ojos con sorpresa.
—¿Cómo ha ocurrido?
Me volví hacia él, y al instante mi miedo se convirtió en furia.
—¿Por qué no nos hablaste del sire de un vampiro?
—¿De qué hablas? —Sorprendido ante mi cambio de humor, Balthazar no parecía saber qué responder—. Los dos sabéis lo que es un sire, ¿no? No veo cómo no podéis saberlo.
—Me refiero a la parte en la que el sire penetra en tus sueños.
Me levanté de la cama de Lucas y me acerqué tanto a Balthazar que se enderezó. Me dolía la pierna, pero no hice caso.
—¿Por qué no nos lo dijiste?
El rostro de Balthazar se descompuso; luego, cuando reparó en lo que le estaba diciendo, se inclinó hacia atrás.
—¡Maldita sea! —masculló—. Charity.
Lucas palideció.
—Un momento… La Charity de mis sueños, ¿es real?
—¿Creías que la santa de tu hermanita no haría algo así? —pregunté—. ¿O preferiste entretenerte con nosotros dejando que lo descubriésemos por nuestra cuenta?
La expresión de Balthazar cambió tan rápido que me dejó pasmada. Me miró fijamente a la cara, con la expresión más rabiosa que le había visto jamás.
—Primero, nada de esto es divertido. Ni para ti, ni para Lucas, ni tampoco para mí.
—Entonces, ¿por qué…?
—Cállate —me espetó.
Lucas se puso de pie al oírlo, tal vez dispuesto a intervenir en la discusión para defenderme. Pero Balthazar ni siquiera se volvió hacia él. Seguíamos mirándonos fijamente.
—Segundo, no os advertí de eso porque no es algo que se dé a menudo. Para vincularse de ese modo a alguien, el sire tiene que desearlo con todas sus fuerzas; además, hacerlo debilita a un vampiro durante días. Semanas tal vez. Por eso nadie lo hace. Si cada noche se apodera de los sueños de Lucas es que Charity está… más que obsesionada.
—En otras palabras, sigue siendo Charity —le espeté.
Aunque Lucas no participaba en la conversación, lo que decíamos tuvo su propio efecto en él.
—Charity está de verdad en mi mente —musitó—. Es la que me está volviendo loco.
Balthazar hizo una mueca.
—En efecto. Resulta bastante repugnante y retorcido. Y, sí, ahora me doy cuenta de que Charity está realmente enferma. Cuando la echo de menos, cuando creo que puedo curarla… —Tenía la voz rota, pero prosiguió—: Siempre sé que ella está mal.
—Balthazar… —dije más suavemente, intentando consolarlo.
—¡Dios! No puedes permanecer en silencio y permitir hablar a los demás, ¿verdad?
Se me acercó… más de lo que había hecho desde las veces en que nos besamos.
—Tercero y último: quiero dejar clara una cosa. Por muchos errores que yo haya podido cometer después de tu muerte, no fui yo quien convirtió a Lucas. Charity lo hizo. Y yo no te forcé a resucitar a Lucas de entre los muertos. Así pues, deja de culparme por ello.
Dicho lo cual, Balthazar se volvió, cogió su albornoz y sus cigarrillos y se encaminó a la puerta. Quise protestar, pero supe que solo lograría sacarlo de sus casillas. Pero entonces Lucas dijo:
—¡Eh, Balthazar!
Este se detuvo con la mano en el pomo de la puerta.
—¿Qué?
—No deberías haber gritado. —Lucas se estremeció y luego añadió—: Pero no te equivocas.
Balthazar se marchó airado, dando un portazo tras de sí. En el pasillo un par de personas se quejaron por el ruido.
Lucas, al oírlo, dijo:
—Espero que nadie haya oído tu nombre cuando gritaba.
—Me parece increíble que te hayas puesto de su parte.
—Estoy de tu parte. Por encima de todo. —Lucas posó las manos en mis hombros, que estaban lo bastante sólidos para soportar el contacto—. Pero llevas metiéndote con él a la menor oportunidad desde… Bueno, desde que morimos, supongo. Oh, vaya, eso nunca dejará de sonar raro.
—¡No debería haberte llevado consigo esa noche!
—Yo no debería haber ido con él. Pero fue mi decisión, mi elección. Además… —Era evidente que a Lucas no le gustaba tener que admitir lo siguiente, pero continuó—: Perderte le afectó casi tanto como a mí. Si ese día yo no era responsable de mis actos, él tampoco.
Me aparté ligeramente de Lucas y floté hasta el alféizar de la ventana, donde pude replegar las rodillas contra el pecho. Me abracé como si fuera una niña, y me dije que aquel gesto era una especie de consuelo que no había llegado a abandonar con los años. En ese momento, me pareció que había bastantes cosas que debería haber superado con la edad y que no había hecho.
—Entiendo que quieras culpar a alguien a toda costa —prosiguió—, a alguien que esté aquí y ahora, y al que le puedas hacer la vida imposible. Pero Balthazar es nuestro amigo, Bianca. Ha hecho muchas cosas por nosotros.
Asentí lentamente.
—Me siento estúpida.
—No eres estúpida. —Al cabo de un momento añadió—: Tú consideraste la opción de matarme antes de que yo resucitara convertido en vampiro. Balthazar te lo quitó de la cabeza.
—Sí, pero se lo permití.
En ese momento el peso de la pregunta no formulada resultó insoportable. Tenía que saberlo.
—Lucas, ¿me equivoqué? Te quiero tanto… No podía dejarte ir. Sin embargo, me doy cuenta de que tal vez fuera eso lo que querías en realidad.
—Ya está hecho. Sé que elegiste por amor. Con eso me basta —respondió Lucas.
Me seguía sintiendo muy mal, tanto por haber pensado en acabar con él definitivamente como por no haberlo hecho, pero al menos sabía que me había perdonado. Solo cabía esperar que de verdad bastara con eso.
—Me gustaría poder llorar.
Me acarició la mano, como si con ese gesto pudiera borrar mi pena.
—¿Cómo tienes la pierna?
—No muy bien. —La flexioné e hice una mueca de dolor—. Pero creo que desvanecerme me ayudará.
—No volveremos a hacerlo —dijo Lucas con expresión severa—. Si Charity es capaz de hacerte daño en mis sueños, entonces no puedes penetrar en ellos.
Recordé el primer sueño que habíamos compartido, cuando Lucas todavía estaba con vida. Nos habíamos abrazado en una librería a la que solíamos ir cuando milagrosamente el cielo nocturno se abrió sobre nuestras cabezas. ¡Qué precioso y romántico había sido! En aquella ocasión pensé que aquel sería el único consuelo que tendríamos por mi muerte. Pero ahora también habíamos perdido eso.
Seguramente mi rostro reflejaba abatimiento, porque Lucas me besó la frente, las mejillas y luego la boca, con la caricia más leve y más tierna que pueda existir.
—No pasa nada.
No parecía tan apesadumbrado como yo. Considerando todo lo que tenía que soportar, creí que enterarse de que Charity se dedicaba a torturarlo en sueños sería lo que le faltaba para hacerle perder los nervios. Sin embargo, parecía más equilibrado.
—Mira, piénsalo un poco. Balthazar había oído hablar de la penetración en los sueños. Al parecer, muchos vampiros también. Eso significa que posiblemente conocen el modo de hacerle frente. Algún tipo de bloqueo, o algo así.
—Quizá. —Eso resultaba alentador. Me alegré a pesar de todo—. Es posible.
—Puede que Balthazar no sepa cómo ahuyentar a Charity, pero tal vez la señora Bethany sí. Tiene que haber algo, ¿no?
—Claro —dije distraída. De pronto Charity ya no parecía el único problema con el que teníamos que lidiar.
Lucas quería confiar en la señora Bethany. Compartir sus miedos más profundos con ella, y pedirle ayuda. Tal vez ella podía salvarlo de lo que yo era incapaz. En ese momento no podía recriminarlo por no preocuparse de las trampas tendidas por la directora.
Me parecía como si todo y todos —Charity, la señora Bethany y su sed de sangre— estuvieran disputándose conmigo el alma de Lucas.
A la mañana siguiente volví a la sala de esgrima. Aunque las clases ya habían terminado, aún no estaba desocupada. Balthazar estaba allí, vestido con su uniforme blanco y con la máscara levantada sobre la cabeza para secarse el sudor de la frente. Aunque el resto de la clase ya había terminado, él se había quedado para perfeccionar su técnica, para combatir contra rivales que solo existían en su mente.
Me acordé de que solía hacerlo cuando estaba nervioso; la noche había sido tan dura para él como para mí.
Lentamente tomé forma en el rincón más alejado de la sala con el fin de darle tiempo suficiente para marcharse si no deseaba hablar. Pero se quedó. Al cabo de unos segundos estábamos de nuevo a solas, aunque entre nosotros se abría toda la extensión del suelo de madera.
—Hola —empecé diciendo.
Una entrada floja, pero tal vez al principio era preferible simplificar.
—Hola.
Balthazar sopesó la espada en una mano y luego en la otra, como si para él fuera algo novedoso y no una vieja conocida.
—¿Has venido a practicar?
—Nunca fui buena en esgrima.
—Aprendiste mucho. No te quites méritos.
Era capaz de mostrarse amable, incluso entonces.
—Lo siento —dije—. No debería haberte gritado anoche. En realidad, no debería haberte gritado nunca por lo que ha ocurrido con Lucas.
Balthazar dio una estocada poco entusiasta a un maniquí cercano. Con la presión, el acero se curvó formando un arco fino.
—Yo no debería haberme comportado así contigo. Estabas herida, y era evidente que enfadada.
—No dijiste nada que no tuviera que ser dicho.
—Pero debería haber elegido un modo mejor de hacerlo.
Se retiró la máscara de la cabeza y se la colocó bajo el brazo mientras se acercaba a mí. El uniforme de esgrima siempre le había sentado muy bien, y por un instante me acordé de lo que era estar muy cerca de él.
Aunque nunca me arrepentiría de haber elegido a Lucas, eso no significaba que no fuera consciente de todo lo que había perdido al escoger.
Balthazar, como si me leyera el pensamiento, sonrió.
—¿Amigos de nuevo?
—Sí, por favor.
Me hubiera gustado abrazarlo, pero me dije que seguramente sería una mala idea.
—Por cierto, por lo general, cuando no estás enfadada, escuchas muy bien.
Justo cuando me disponía a darle las gracias sin más —aliviada además porque me había dolido mucho lo que él había dicho la noche anterior sobre que no me callaba nunca—, me di cuenta de que tal vez me estaba dando pie para algo.
—¿Acaso debería escuchar ahora?
—Charity. —El nombre cayó entre nosotros como una losa—. Tenías razón al decir que yo no quería ver cómo es ella en realidad. En eso siempre has tenido razón. Y, de algún modo, yo siempre lo he sabido.
En cuanto comencé a sentir la rabia abriéndose paso de nuevo en mi mente, me obligué a recordar que estaba enfadada con Charity, no con Balthazar.
—Es tu hermana. —Las palabras salieron de mi boca tranquilas y firmes, lo cual me hizo sentir bien—. La quieres. ¿Qué otra cosa podías hacer?
—Eso no es excusa para permitir que pierda la cabeza. Para tolerar que haga daño a la gente. O para no forzarme a pensar lo que podría hacerle a Lucas, y a ti.
—Pero él no te lo contó.
Lucas compartía sus sentimientos conmigo de una forma tan abierta que me había costado caer en la cuenta de que no era así con los demás; aunque ahora entre ellos había más confianza, a Lucas jamás se le habría ocurrido hablar de sus pesadillas con Balthazar.
—Y además dijiste que Charity se debilita a sí misma haciendo eso. Lo cual es algo que yo tampoco me habría imaginado.
—Llevo un mes oyéndole girar y revolverse en sueños, y jamás lo relacioné con eso. Ha sido una estupidez soberana, me he merecido que me gritaras.
—No pienso volver a gritarte, ¿vale? Nunca más. —Tenía los hombros hundidos y la mirada triste por el sentimiento de culpa; entonces me acerqué más y apoyé suavemente una mano en su brazo—. Tú mismo dijiste que eso de invadir de tal modo los sueños de la gente es algo raro.
Balthazar asintió.
—Nunca lo he hecho. Nadie me lo ha hecho. Charity posiblemente se pasa el rato durmiendo, porque tiene que resultar agotador para ella. Por otra parte, el hecho de dormir le permite aparecerse cada vez que Lucas sueña. Maldita sea.
Solo importaba una cosa.
—¿Hay algún modo de proteger a Lucas de esto? ¿De ella?
—No que yo sepa. Pero lo pensaré. —Me miró fijamente unos instantes—. Por lo que Lucas y tú me contasteis anoche, y por la quemadura en tu pierna, es como si Charity también anduviera tras de ti en sus sueños.
Hice un gesto de confirmación.
—Pero a mí no puede manipularme como hace con Lucas. Creo que es porque se trata de los sueños de él y yo me limito a colarme en ellos.
—Ándate con cuidado, Bianca. —La voz de Balthazar de pronto resultó inesperadamente firme—. Es el sueño de Lucas, y probablemente eso significa que Charity ejerce mayor influencia sobre su mente. En cambio, cuando tú penetras en sus sueños, eres toda tú, no solo tu conciencia. Por eso te quemaste anoche. No sé hasta qué punto puedes salir malparada, pero es mejor que no lo averigües.
—No pensamos volver a intentarlo —admití.
Sin duda mi tristeza era evidente, porque Balthazar volvió a adoptar una actitud amable.
—¿Qué tal la pierna?
—No está bien, pero tampoco es tan terrible. —Le mostré que era capaz de moverla. Cuando adoptaba la forma sólida, o casi, aún notaba aquella línea tirante y molesta en la pantorrilla, pero el dolor no era tan intenso. Había otros temores que me inquietaban, de modo que inquirí—: ¿Crees que la señora Bethany sabe cómo expulsar a Charity de sus sueños?
—Lo dudo. —Entonces ladeó la cabeza—. ¿Por qué pareces… más tranquila?
—Resulta extraño sentir que ella lo puede ayudar más que yo —admití.
—¿No es por eso por lo que vinimos a la Academia Medianoche? ¿Para sacar provecho de la experiencia de todos los que están aquí y proporcionarle a Lucas un lugar seguro donde pueda adaptarse? La señora Bethany es un elemento importante en el conjunto de factores que hacen de la escuela un lugar seguro.
—No me fío de ella.
—Yo tampoco me fío mucho de ella. Pero confío en su dedicación a la escuela y a los vampiros que asisten a sus clases.
—Mientras siga cazando espectros, ella es nuestro enemigo.
Balthazar permaneció en silencio un momento.
—Eso no lo sabemos. Hay demasiadas cosas que no sabemos.
—Bueno, por lo menos en eso estamos de acuerdo.
Sonrió y, a pesar de todas las dudas que albergaba, me alegró saber que habíamos recuperado nuestra amistad.
Después de que Balthazar se fuera para prepararse para las clases de la tarde, adopté mi estado incorpóreo y vagué por la escuela sumida en mis pensamientos. Contemplé durante un rato a mi padre dando clases de física, garabateando fórmulas en la pizarra con tanta energía que cualquiera que no lo conociera bien no habría reparado en la tristeza de sus ojos.
Cuando no pude soportarlo por más tiempo, me colé en la clase de tecnología moderna del señor Yee, que en ese momento explicaba cómo utilizar una lavadora a un grupo de vampiros mayores y desfasados. Mientras hablaba del ciclo de centrifugado, me acomodé en un rincón desocupado y reflexioné sobre todas las cosas que habíamos aprendido… y las que no.
Necesitábamos averiguar cómo mantener a Charity alejada de los sueños de Lucas, y si yo, como espectro, podía acabar lastimada al entrar en sus ensoñaciones, o si realmente podía ayudar a Lucas a superar aquello.
Además, para hallarme a salvo, necesitábamos averiguar el número de trampas que había en la Academia Medianoche, así como su emplazamiento.
Y, lo más importante, debíamos descubrir qué planes tenía la señora Bethany, no solo por el bien de los espectros, sino también para asegurarnos de si se podía o no confiar en ella.
Ninguno de los vampiros a los que conocía y en los que confiaba tenía esa información ni podía acceder a la misma. Por tanto, si quería obtener respuestas, tendría que enfrentarme a mis propios miedos.
Tenía que acudir a los espectros.
Decidida, me puse de pie en el rincón. Entonces observé que la mitad de la clase tenía la vista clavada en mí.
¡Oh, maldita sea! ¿Acaso me había vuelto visible? Enseguida vi que no se trataba de eso; sin embargo, al concentrarme tan profundamente en mi nuevo plan, había creado una densa malla de escarcha que cubría la pared y las ventanas. Para cualquier persona familiarizada con el tema, de hecho, aquello era algo así como un rótulo de neón intermitente con las palabras POR AQUÍ HA PASADO UN ESPECTRO.
—¡Señor Yee! —exclamó alguien.
—Que nadie pierda la calma —dijo el señor Yee pese a que su actitud, por lo común impasible, iba camino de convertirse en un ataque de nervios—. Llamaremos inmediatamente a la señora Bethany.
¡Había que salir de allí! Empecé a pensar en los distintos lugares a los que me sentía conectada, en todas aquellas «paradas de metro» a las que podía trasladarme al instante. Lo ideal era irme a un lugar alejado. Entonces se me ocurrió que había un modo de salir de allí y a la vez seguir adelante con la última idea que había tenido.
«Filadelfia. A casa de Vic, donde Lucas y yo vivimos juntos. El desván…».
Al instante, la Academia Medianoche desapareció de mi alrededor, girando como un torbellino de niebla. El vapor adquirió pronto una nueva forma y esbozó la imagen del desván de la casa de Vic, con su agradable desorden.
Y de la madre de Vic, que en ese momento cargaba con un par de bolsas de ropa vieja y me miraba directamente.
—¡Jerry! —gritó dejando caer las bolsas y marchándose a toda prisa por la escalera—. ¡El fantasma ha vuelto! ¡Tenemos que llamar a esa gente de la televisión por cable!
En cuanto se cerró la puerta del desván, una voz a mis espaldas dijo:
—¡Fabuloso, muchas gracias! Ahora voy a tener que soportar a un equipo de cámaras corriendo de un lado a otro por aquí arriba, y a un grupo de bobos fingiendo saber cómo morí.
—¡Hola, Maxie! —dije volviéndome hacia ella con una sonrisa. No parecía encantada de verme precisamente, al menos no hasta que le expliqué el motivo de mi visita—. Estoy lista para conocer a Christopher.
Se le iluminó el rostro.
—¡Lo vas a hacer! —dijo Maxie—. Vas a unirte a los espectros.