Contemplar a Lucas en la ducha me afectó.
Dejé que se marchara a clase, pero volver a verlo, con su pecho y piernas musculosos, y el agua recorriéndole el cabello rubio y los labios gruesos mientras iba recordando todo lo que habíamos compartido durante las escasas semanas que habíamos pasado juntos en Filadelfia, despertó mis ganas de volver a estar con él. Ahora que carecía de cuerpo, mi deseo era distinto, pero de ninguna manera era menor.
Quería sentir de nuevo esa proximidad. Era consciente de que estaba ayudando a Lucas a anclarse en el mundo igual que él me ayudaba a mí; pero eso no significaba tener que guardar castidad para siempre, ¿no? Podíamos encontrar una solución. Con la pulsera puesta, no veía por qué tenía que ser tan difícil.
Lucas no había hecho ningún movimiento en ese sentido desde nuestro primer y terrible intento. En atención a lo traumático que había resultado, yo había respetado el hecho de que él necesitara mantener cierta distancia; sabía que él me amaba igual. Sin embargo, me dije que tal vez lo habíamos llevado demasiado lejos. Tal vez yo debiera dar el primer paso.
En cuanto oscureció, me colé por el lado de la torre de los chicos y penetré en la habitación de Vic y Ranulf. Los dos estaban cenando en un silencio lleno de camaradería: Ranulf tomando sorbitos de sangre en una taza de los Eagles, y Vic devorando una empanada Hot Pocket para microondas. Cuando me aparecí en su cuarto, Vic sonrió y me saludó:
—¡Guau, Bianca! ¡Qué bien que hayas venido! Estábamos a punto de ver una película de Jackie Chan. De las antiguas, de cuando hacía de malo, no de esas americanas en las que hacía reír.
—Ese tío es malo haga lo que haga —apuntó Ranulf.
—Es malo y siempre lo será —dijo Vic—. Y lo fue un poco más en El mono borracho. ¿Nos acompañas, Bianca? ¿Quieres verla?
—Bueno, la verdad —empecé a decir— es que esperaba que tal vez pudierais invitar a Balthazar aquí. Por un par de horas o algo así.
Vic asintió con un gesto de complicidad.
—Ya entiendo. Ha llegado la hora de colgar la corbata en el pomo de la puerta para no ser molestados. —Al ver que Ranulf fruncía el entrecejo, añadió—: Bianca y Lucas quieren estar solos.
—He captado perfectamente el simbolismo del pomo de la puerta y la corbata —dijo Ranulf.
—Espera, no —dijo Vic—. Eso no es lo que significa. Bueno, por lo menos, no creo…
La conversación estaba a punto de degenerar.
—¿Podríais pedírselo? Sería todo un detalle.
Vic sonrió.
—Dalo por hecho.
Al cabo de diez minutos, cuando subí a la habitación de Lucas, lo encontré solo; Vic y Ranulf habían pasado a recoger a Balthazar.
Lucas estaba rodeado por montones de libros, como si de golpe estudiara para todos los exámenes.
—¡Uau! —dije en cuanto tomé forma—. ¿Es que tienes un tsunami de deberes o algo así?
—Estudiar me ayuda —contestó Lucas con una expresión relajada—. Cuando estudio, me centro durante un rato en algo que está fuera de mi cabeza.
Los libros, los papeles y el portátil que tenía ante él, ahora parecían distintos; aquello me recordó de pronto a Lucas en el comando de la Cruz Negra, rodeado de sus armas de cazador. Su reciente interés por los deberes era otro modo de defensa para él; esta vez, de los demonios de su interior.
Esperaba poder ofrecerle otra estrategia.
—¿Crees que podrías dejarlo un rato?
Lucas levantó sus ojos verdes hacia mí, dirigiéndome una mirada tan cálida y líquida que hizo que casi me fundiera.
—¿Por ti? ¡Siempre!
—Estamos solos.
Le pasé la mano por el pelo; él cerró los ojos, disfrutando de la caricia.
—Tienes mis joyas, así que puedo permanecer corpórea durante un rato. Tal vez podríamos intentar estar juntos de nuevo.
No dijo nada durante un rato. Cerró su mano en la mía y sentí de nuevo la chispeante sensación de conexión de cuando no estaba sólida por completo: una sensación muy agradable, que me provocaba oleadas de placer. Me incliné para besarlo, pero justo antes de que nuestros labios se rozaran él dijo:
—No deberíamos.
—Lucas, ¿por qué no?
No me sentí rechazada; él irradiaba deseo y amor por mí. Pero no podía entender qué nos mantenía separados.
—Sé que la última vez no salió bien, pero ahora sabemos lo que ocurre. Lo que podemos hacer y lo que no.
En mi opinión, lo que podíamos hacer era mucho más interesante que lo que no.
—La necesidad de sexo y la necesidad de sangre van muy unidas, Bianca. En nuestro caso siempre ha sido así.
—Pero no son lo mismo.
Lo besé en la frente, en la mejilla, en la comisura de los labios. Él respiraba con fuerza, y yo sabía que lo deseaba tanto como yo, o tal vez incluso más.
—Ahora ya sabes que beber mi sangre te hace daño. Que tal vez puede destruirte. Eso significa que no vas a perder el control ni me vas a morder.
Lucas me tomó de las manos y me miró fijamente.
—Sé que beber tu sangre podría destruirme —dijo—. Y por eso temo que pueda morderte.
El silencio se interpuso entre los dos, tan pesado y horrible como la información que yo tenía que asimilar. Sabía que Lucas se esforzaba, pero no me había percatado de que su deseo de autodestrucción seguía siendo perentorio e intenso.
Seguramente mi rostro reflejó mi decepción, porque exclamó:
—¡Oh, Dios, Bianca! Lo siento. Lo siento mucho.
—Me has dicho la verdad —logré decir—. Eso es lo importante.
Lucas me abrazó con toda la fuerza de la que fue capaz dado mi estado semisólido.
—No pienso en otra cosa más que en poder estar contigo —me susurró con el rostro hundido en mi pelo—. Siempre. Si no recordara haber estado contigo, no sé cómo seguiría adelante. Pero a veces pienso que si pudiera poner fin a todo esto estando contigo sería lo más cerca que podría estar del cielo…
—Lucas, no.
—Nunca te haría algo así —dijo él—. Nunca. Pero, Bianca, no podemos.
Asentí y acepté la barrera que había entre nosotros. No era para siempre; solo hasta que Lucas aprendiera a controlar sus ansias de sangre y el terrible desprecio hacia sí mismo que la Cruz Negra le había inculcado. Pero ¿cuánto tiempo había de pasar hasta entonces?
¿Llegaría alguna vez?
Lucas, como si hubiera oído mis dudas, dijo:
—Algún día.
—Algún día —repetí. Era una promesa para él y para mí.
Bien entrada la noche, afectada aún por mi desengaño y la preocupación por Lucas, vagué por la zona principal del internado, que estaba vacía a esas horas. Incluso los vampiros dormían.
Me pregunté cuántos vampiros no culminaban su transformación. ¿Cuántos cedían al impulso del suicidio, de la sed de sangre, o de ambos? Supuse que el número era mucho mayor que el que mis padres me habían dado a entender. De nuevo sentí una enorme necesidad de estar con ellos. No solo los echaba de menos, sino que pensaba que si pudiésemos hablar, hablar de verdad, sin mentiras, tal vez averiguaría cómo ayudar a Lucas a sobrellevar su carga.
Puede que se debiera a mi concentración mientras pensaba en todo aquello, y el modo en que eso me llevó a las profundidades de mi mente, o tal vez fuera algún truco del lugar en que me encontraba, ya que las trampas y defensas y los pasillos de Medianoche creaban una especie de arquitectura espiritual. Fuera lo que fuera, de pronto percibí con intensidad que no estaba sola.
Notaba la presencia de espectros.
Se hicieron más presentes que nunca. No solo percibía que estaban ahí, sino que además era capaz de saber más o menos cuántos había. Eran por lo menos varias docenas. En mi conciencia cada uno resultaba distinto y a la vez parte de un todo, como las estrellas en el firmamento: puntos de luz diferentes que formaban constelaciones en torno a mí. Fue como ver el cielo nocturno por primera vez, como si hubiera permanecido ciega a su influjo durante toda la vida y ahora me sintiera súbitamente deslumbrada.
La diferencia, sin embargo, estribaba en que las constelaciones eran bellas y tranquilas, y lo que yo percibía a mi alrededor era desesperación y locura. En lugar de sentirme anonanada, sentí el abrazo gélido del miedo.
Algunos permanecían aislados, metidos en diminutas esquirlas entre las piedras o en el borde de los cristales de las ventanas. Parecían darse cabezazos contra la pared, contrayéndose y haciéndose daño solo para recordarse que continuaban existiendo.
Los que estaban atrapados eran los peores, porque solo podía percibir auténtico pavor. Ya no eran más que prolongados gritos sin palabras.
Y luego había unos pocos que permanecían muy juntos, y que me presintieron en cuanto yo advertí su presencia.
De nuevo empezaron las visiones.
En mi mente asomó una imagen de la señora Bethany. No era un producto de mi imaginación, sino una imagen que había sido proyectada en mi cabeza como una película en una pantalla. Había algo que literalmente le desgarraba de forma vivida los huesos, los tendones, la sangre y las entrañas; era la cosa más desagradable que había visto en mi vida. Noté la tensión en mi garganta y me vinieron arcadas, pero la imagen entonces ya ocupaba toda mi mente, y no podía apartarla de mí.
Los Conspiradores, así los llamé, repetían: «¡Ayúdanos!».
¿O qué? ¿Atacarían a la gente a la que quería sin más? ¿Me acosarían a mí? ¿Qué podía hacer un espectro contra otro? No tenía ni idea, pero en mi cabeza empezaron a desplegarse posibilidades terribles que pasaban a formar parte de la destrucción atroz de la señora Bethany.
Ella tenía la boca abierta, la mandíbula desencajada, pero en mi mente era yo quien profería aquel grito desesperado.
Entonces, un rayo de luz pareció colarse en mi sueño. La señora Bethany desapareció y las «constelaciones» se desvanecieron como si fuera de día.
Cuando pude volver a ver, Maxie estaba conmigo en el vestíbulo principal. Su camisón blanco flotaba levemente, mecido por una brisa invisible, de modo que ella parecía formar parte de la niebla del exterior.
—Me has salvado —dije.
—Los he apartado. Es cuanto puedo hacer. —Enarcó una ceja, como si resultara raro que ella tuviera que salvarme a mí de alguna cosa—. Por si no te habías dado cuenta, tú eres la chica de los superpoderes.
¿Qué otras cosas podía hacerle un espectro a otro? Ese nuevo y agudo terror me poseyó con la misma fuerza que antes lo habían hecho los Conspiradores. Me estabilicé lo mejor que pude, y adopté una forma más sólida.
—¿Acaso son… esbirros de Christopher? ¿Esbirros fantasmales o algo parecido?
—Christopher no tiene nada que ver con ellos —contestó Maxie—. Si lo fueran habrían desaparecido. Están demasiado atados al mundo humano para aceptar el hecho de que son espectros.
—Odian Medianoche —dije—. Odian a la señora Bethany. ¿Por qué no se marchan sin más?
Maxie se cruzó de brazos.
—Tú sigues creyendo que todos podemos hacer lo que tú haces. Pero no es así. La mayoría de los espectros no pueden desplazarse como tú, ni siquiera como yo. Han seguido a los humanos que les sirven de ancla precisamente por la fuerza de su vínculo; su instinto les urge a no abandonarlo. Y como ahora ya están muy mal, no son capaces de ir más allá de su instinto. De hecho, no piensan y punto. Solo orientan emociones hacia cualquier sitio.
—¿Qué les pasa?
—Así es como acabamos si no vamos con cuidado.
Con prudencia pregunté:
—¿Quieres decir que… nos volvemos locos?
—Nos trastornamos. Nos volvemos inestables. Se debe al hecho de permanecer en el mundo humano sin formar parte de él.
Me miró como diciendo que yo iba por el mismo camino.
—Tú llevas mucho tiempo con Vic, desde que él era pequeño —le dije. Vic era su punto débil, estaba dispuesta a servirme de ello.
Ella sonrió levemente cuando pronuncié su nombre.
—Los puedes observar. Incluso los puedes… querer. —Se le quebró la voz al decir esto último—. Pero no puedes vivir. El mal viene de engañarte y creer que sí puedes.
—Yo no me engaño —insistí.
—¿De veras? Bianca, si pudieras hablar con Christopher…
De nuevo fui presa del terror y sacudí la cabeza.
—No.
La habitual actitud sarcástica de Maxie pasó a ser una súplica genuina.
—Bianca, tú eres muy importante para los espectros. ¿Es que no te das cuenta? Las cosas que tú puedes hacer y los demás no… Significa algo. Tú eres importante. —Mi curiosidad empezaba a vencer al miedo, pero, cuando iba a preguntarle más cosas, Maxie adoptó una actitud desesperada, casi daba miedo, y dijo—: Te necesitamos.
—No sois los únicos que me necesitáis.
Salí deslizándome a toda prisa por el vestíbulo principal, temerosa de que fuera a alcanzarme. Pero me dejó marchar.
—¿Estás segura de querer aprender a hacer esto? —Patrice se cruzó de brazos, escrutándome con la misma severidad que la señora Bethany en los exámenes parciales.
La respuesta verdadera era que no, que no lo estaba. Aquello era, a su modo, tan espeluznante como entrenarse con la Cruz Negra: nunca resultó agradable aprender a atacar a seres como yo.
El único modo de liberarme consistía en adquirir poder. Y eso significaba aprender a defenderne de los espectros si era preciso.
—Empecemos —dije.
Patrice sacó la polvera.
—Para atrapar un espectro —comenzó—, primero tienes que detectar su presencia.
—Hecho. —Patrice me miró con enojo por haberla interrumpido, de modo que me expliqué—: Bueno, creo que en ese punto llevo algo de ventaja, ¿no te parece?
—Entiendo. Vale, ahora mira.
Abrió el espejo lentamente, con gestos exagerados, como si fuera una profesora de preescolar. De no haber sido la situación tan grave y el entorno tan espeluznante, me habría echado a reír. Fuera, una fuerte y fría lluvia llevaba cayendo todo el día, despojando el cielo de todo color que no fuera gris. Aunque Patrice había encendido las dos lámparas de su habitación, estas no lograban contrarrestar la penumbra del exterior. Una de las luces se reflejó en el espejo abierto, arrojando un pequeño destello que oscilaba en las paredes de piedra que nos rodeaban.
—Hay que abrir el espejo después de percibir la presencia del espectro, pero antes de enfrentarse a él. Esto no es como las trampas de la señora Bethany: un espectro puede resistirse a un espejo si sabe que va a ser atacado.
Mi diversión iba en aumento. Cuando empecé a sonreír, Patrice ladeó la cabeza, confusa.
—Lo siento —dije—. Es que resulta tan raro oírte hablar de atacar a la gente.
—¿Cómo dices?
—Bueno, ya sabes, ¿es que no te preocupa romperte una uña o algo así?
Patrice me miró enojada hasta que cayó en la cuenta de que estaba bromeando. Enarcó una ceja.
—¿Acaso tuviste la sensación que eso me preocupara lo más mínimo cuando les asesté una patada en el culo a esos de la Cruz Negra?
—En absoluto —admití.
—¿Sabes?, la verdad es que ya no tengo tanta práctica. Ya he matado todo lo que pretendía. Beber sangre te deja un aliento realmente repulsivo. En mi opinión, la Academia Medianoche debería ofertar también clases de higiene personal, porque hay unos cuantos que… bueno, no han captado este mensaje.
A mí no me interesaba chismorrear acerca de quién sufría halito-sis por beber sangre.
—Tú… ¿has matado mucho?
—No tanto —respondió Patrice tranquilamente—. Tan solo a unos pocos propietarios de esclavos y unos alguaciles reaccionarios; eran otros tiempos. En este país, antes de la Proclamación de Emancipación, si eras negro siempre había alguien con ganas de arrebatarte la libertad. Lo digo en sentido literal; de modo figurado, eso nunca ha cambiado. Tras convertirme en vampiro, dejé de tener que soportar esa situación por más tiempo.
Prácticamente todos los vampiros a los que conocía habían matado en alguna ocasión, excepto mis padres, aunque puede que ellos simplemente no lo hubieran compartido conmigo. Incluso los mejores vampiros, como Patrice y Balthazar, habían bebido la sangre de humanos y habían matado a alguno. En general, las carnicerías de Balthazar se habían producido durante la guerra, y desde luego no podía criticar a Patrice por atacar a alguien que había pretendido esclavizarla. En cualquier caso, habían bebido sangre humana. Balthazar había llegado incluso a matar a su propia hermana, una acción cuyas consecuencias aún sufríamos.
¿Significaba eso que realmente no había solución para Lucas? ¿Que más tarde o más temprano no podría evitar atacar? Conociéndolo, sabía que nunca se lo podría perdonar a sí mismo. Así, no era de extrañar que estuviera desesperado por encontrar un modo de superar su voracidad. Tal vez la señora Bethany pudiera ofrecerle lo que más deseaba en el mundo.
—¿Qué?, ¿volvemos a la lección? —Patrice repicó en el espejo con una uña perfecta, pintada de lila—. Bien. Esto te ayuda a adivinar el sentido de una corriente, o una brisa, a hacerte una idea de por dónde circula el espectro. Si son visibles, no hay problema. Si no, entonces debes fijarte muy bien en aspectos como el frío del aire, indicios de escarcha y cosas así. A continuación, orientas el espejo de forma que quede perpendicular a esa dirección.
—¿Basta con sostenerlo como un guante de béisbol para que el espectro caiga en él?
—Ojalá. —Patrice vaciló—. En realidad, tienes que pensar en tu propia muerte.
Aquello me cogió desprevenida.
—¿Por qué? —pregunté.
—No se trata simplemente de pensar en ello. Tienes que convertirte en un todo con ello. Es algo así como alcanzar el interior de uno mismo y, por decirlo de algún modo, emitir en una frecuencia de muerte. Hay que encontrar la manera de ser como los espectros. Eso es lo que los atrae al interior del espejo: se acercan a la fuente de la emisión, y luego el extraño encantamiento del espejo entra en acción.
No tuvo que explicarme qué era ese «extraño encantamiento del espejo». Uno de los enigmas de ser vampiro consistía en averiguar por qué los espejos dejaban de emitir reflejos cuando un vampiro llevaba demasiado tiempo sin tomar sangre; era un fenómeno carente de sentido y, sin embargo, real. La simple propiedad física de la reflexión influía en dicha cuestión de un modo que ninguno de nosotros alcanzaba a entender, pero que todos respetábamos.
Patrice prosiguió:
—En tu caso debería funcionar mejor que con los vampiros, porque me imagino que eres capaz de emitir más fácilmente hacia los demás espectros. Sin embargo, este truco sería inútil para un humano.
—Vale. Parece bastante sencillo.
—Parece sencillo. —Se mofó—. Hay que ensayar varios intentos hasta aprenderlo bien; al menos eso es lo que tuve que hacer yo.
Nuestras miradas se cruzaron, y su expresión de indiferencia fingida se desvaneció. Sin duda, yo tenía un aspecto aterrado.
—Me asustan —dije—. Soy una de ellos, pero… No sé.
—Eres fuerte. —Habló en un susurro. Nunca la había visto tan seria, ni tan sincera—. Más fuerte de lo que yo habría supuesto en alguien tan joven. Si alguien puede enfrentarse a ellos, eres tú.
—No sé si me da miedo que me hagan daño o…
—¿O qué?
—O que me aparten de aquí, de Lucas, de todos vosotros. Que me impidan regresar.
Patrice negó con la cabeza. La lámpara que tenía a su espalda hacía que sus rizos parecieran brillar.
—A ti, no. Sé que siempre encontrarás un modo u otro para poder regresar a casa.
Me hubiera gustado tener la misma seguridad que ella.
Al observar mi renuencia, Patrice se incorporó y se alisó el uniforme a medida hasta que le quedó perfecto.
—Lo que tenemos que hacer es proporcionarte un hogar al que puedas regresar.
—¿Adonde vamos? —preguntó Lucas mientras yo lo acompañaba por la escalera de caracol de la torre de los chicos—. ¿Esto es más divertido que la astronomía?
—¡Siempre fingiste interesarte por mi astronomía!
—Y me interesaba. Pero tú me interesabas más.
—Es un secreto —respondí, despeinándolo con una brisa fresca—. Ya lo verás cuando lleguemos.
Samuel Younger bajaba por la escalera mientras nosotros subíamos. Lucas se tensó conforme se acercaba.
Samuel dijo:
—¿Hablando solo, rarito?
—A veces no se puede hacer otra cosa para mantener una conversación inteligente —respondió Lucas.
Samuel le hizo un gesto vulgar con el dedo corazón, pero siguió bajando.
En cuanto volvimos a estar solos dije:
—Debemos tener cuidado con eso.
—No hay problema. Por otra parte, es increíble la de cosas que la gente no nota.
Para entonces, ya habíamos llegado a lo alto de la torre, la habitación de los archivos.
—En cualquier caso, Patrice y yo hemos pensado que no es bueno para ninguno de nosotros estar solos tanto tiempo.
—Mientras te tenga a ti, no estoy solo.
Dicho lo cual, abrió la puerta y se encontró con el grupo reunido en la habitación: Patrice, que alisaba un pañuelo sobre uno de los baúles polvorientos antes de sentarse encima; Vic y Ranulf, que parecían haber llevado unos carteles de cine y un sillón hinchable; y Balthazar, que echaba el humo de su cigarrillo por la ventana. En un rincón había un iPod y un equipo de música, cuyo volumen estaba al máximo posible para no llamar la atención.
Lucas lo miraba todo boquiabierto y le susurré:
—Siempre nos tendremos el uno al otro, pero esto también lo podemos tener.
—¡Hola, gente! —Vic fue el primero en vernos—. Pensamos que era preciso animar un poco el lugar. Y para dar un toque de categoría nada como unos carteles antiguos de películas de Elvis.
—La verdad es que a mí se me ocurren otras ideas al respecto —intervino Patrice con un tono de voz que dejaba entrever que aquel «toque de categoría» no había surtido efecto. De todos modos, sonreía.
—¿Este sitio es seguro? —preguntó Lucas.
Balthazar apagó el cigarrillo en el alféizar de piedra de la ventana.
—No veo por qué no. Puede que nos pillen, pero entonces creerán que lo único que hacemos aquí es pasar el rato.
—Y eso es lo que haremos —dije—. Pero, en serio, necesitamos un lugar que la señorita Bethany no conozca. Un lugar donde podamos elaborar estrategias. Donde averiguar lo que se trae entre manos. Encontrar un modo de comunicarnos mejor con los espectros.
Todo eso. No puedo pasarme el rato farfullando con vosotros en las pausas entre clases.
—No hay ningún motivo por el que alguien vaya a pensar que Bianca está aquí arriba con nosotros —corroboró Patrice—. Aunque alguien nos hubiera estado espiando durante mucho tiempo, no se le ocurriría algo así. Tiene razón. Si continuamos comunicándonos con ella de uno en uno, parecerá que hemos empezado a hablar solos, y eso hará que la gente se haga preguntas. A Bianca le conviene estar ligada a un sitio, igual que a la gente.
La alegría inicial de Vic se había desvanecido ligeramente, y él y Lucas se escrutaban con cautela. Lucas dijo entonces:
—No estoy seguro de… de esto.
No estaba seguro de poder estar cerca de Vic. De estar cerca de un humano durante mucho tiempo.
De pronto, Vic exclamó:
—¡Estoy ungido!
—¿Qué?
Lucas tenía una expresión confusa. No era de extrañar.
—Mirad, pedí a mis padres que me enviaran agua bendita, lo cual, por cierto, me obligó a darles unas explicaciones más bien complicadas. Bueno, ahora creo que piensan que voy a convertirme en sacerdote, nada más lejos de la realidad, claro. El caso es que me la enviaron. La tengo en un frasco de colonia sobre mi escritorio. Y ahora mismo estoy ungido.
Vic se desabrochó el cuello de la camisa; la corbata con el dibujo de la hawaiana osciló levemente.
—Llevo agua bendita por todo el cuello. Así pues, aunque se te crucen los cables y me muerdas, cosa que espero que no hagas, te quemarás. Sería como morder un pimiento jalapeño. Por lo tanto yo soy como un pimiento jalapeño. Y tú tendrás que apartarte de inmediato. —Dirigió una mirada a todos los que lo rodeábamos—. ¿Verdad?
—Hummm, ya veremos.
Eso fue todo lo que Patrice alcanzó a decir; los demás nos habíamos quedado sin habla.
Lucas, claro está, se hallaba tan desconcertado como el resto, pero asintió lentamente.
—¿Sabes?, es raro pero ayuda. No creo que debamos estar a solas aquí arriba, pero, sí. Vale.
Vic se relajó un poco. Seguía habiendo cierta distancia entre ellos, pero era menor. Tal vez Lucas lograría estar junto a un humano si se trataba de uno al que no pudiera morder con facilidad; tal vez así su amistad podría empezar a restablecerse.
—Vamos, tío. Llevo más de un año sin humillarte en una partida de ajedrez. Ya va siendo hora de que aprendas un poco de humildad.
—Te reta a ti porque sabe que es incapaz de derrotarme a mí —dijo Ranulf.
Vic hizo una broma, fingiendo que lo apartaba del tablero de ajedrez.
Lucas me entregó la pulsera, me la puse y de nuevo adopté una forma sólida. Por primera vez en un tiempo que me pareció eterno, pude pasar un rato con mis amigos como cualquier otra persona. Aquello era lo más próximo a la normalidad que podía lograr.
—Esto funcionará. Ya lo verás.
—Sí —dijo Lucas.
Pero sabía que él seguía inquieto por Vic y por todo lo demás.
«Dale tiempo», me dije a mí misma, y a él.
Cuando empezó a anochecer más temprano y las hojas pasaron a cubrir el suelo con profusión en lugar de permanecer en las ramas de los árboles, Lucas me devolvió la pulsera definitivamente. Él llevaba consigo mi broche para que pudiera contactar con él en cualquier momento. Sin embargo, a propuesta de Patrice, debajo de una piedra suelta de la pared escondí una cajita y guardé la pulsera. De este modo podía acceder a ella cada vez que quisiera volverme corpórea.
—No me haría ninguna gracia que te quedaras bloqueada si me ocurriera algo a mí o a mis cosas —dijo Lucas mientras me la colocaba en la mano.
—No pasará nada —insistí. Pero sabía que tenía razón. Lo que no podía imaginar era con cuánta rapidez los acontecimientos lo demostrarían.
Ya de noche, Lucas y yo decidimos que había llegado el momento de que volviera a penetrar en sus sueños.
—Esta vez sabré que vendrás —dijo él, intentando mentalizarse—. Eso me ayudará a romper la secuencia de esa pesadilla.
Aquel supuesto, la naturalidad con que dijo «pesadilla», me dio a entender que todos sus sueños eran ahora pesadillas.
—Todo saldrá bien —contesté.
Aunque estaba segura de que sería así, me pareció como si le estuviera mintiendo. No le había hablado de los misteriosos arañazos que había sufrido en su sueño, cuando luchaba contra Erich. Dejaron de dolerme muy rápidamente y al cabo de unos días desaparecieron por completo. Por otra parte, no habían sido más que rasguños. ¿Cómo podía hacerme daño algo así?
Decidí que Lucas ya se preocupaba lo bastante por mí. De hecho, si tras visitarlo en sus sueños yo presentaba algún tipo de moretón o arañazo místico no tendría mucha importancia; sin embargo, si él se inquietaba antes de empezar, aquello podría condicionar su pensamiento y tal vez sus sueños. Necesitaba una vía de escape para su ansiedad, no otro motivo adicional para sufrirla. Yo tenía la certeza de que era preferible no decirle nada.
Al cabo de unas horas, descendí hacia la habitación de Lucas y Balthazar; ambos estaban preparándose para acostarse. No me anuncié porque sabía que Lucas percibiría mi presencia, pero deseé haberlo hecho cuando de pronto Balthazar se quitó el uniforme.
Todo el uniforme.
—Hummm… Balthazar —dijo Lucas.
—¿Sí?
Balthazar arrojó los calzoncillos tipo bóxer a la cesta de la colada. Aunque procuré no mirar, lo poco que llegué a ver era exactamente el tipo de imagen que me animaba a querer ver más.
—Te has dado cuenta de que no estamos lo que se dice solos, ¿verdad?
Balthazar se quedó inmóvil por un segundo; luego agarró rápidamente una almohada y la sostuvo delante de él.
—¡Bianca, cuando te dije de que me siguieras hasta la ducha estaba bromeando!
En la ventana dibujé débilmente una palabra con escarcha. «¡Perdón!».
Lucas frunció el entrecejo.
—¿Se puede saber cuándo bromeasteis con la posibilidad de ducharos juntos?
Mientras Balthazar intentaba ponerse el albornoz sin dejar caer la almohada, respondió de mala gana:
—Me voy a los baños comunitarios en busca de privacidad. Es patético, pero hasta aquí hemos llegado.
Cogió el pijama y salió a toda prisa.
Entonces le susurré a Lucas al oído:
—Yo no hablé de ducharme con Balthazar.
—Lo sé —dijo él desplomándose de nuevo en la cama—. Confío en ti. Pero a veces me gusta meterme con él. Es divertido.
—¿Estás preparado?
Él asintió y tomó aire, como si estuviera intentando tranquilizarse para irse a dormir.
—Sí. Probémoslo.
Al cabo de media hora, Lucas ya estaba profundamente dormido mientras Balthazar tomaba lo que parecía ser la ducha más larga del mundo. Aguardé hasta distinguir rápidos movimientos en los párpados y las espesas pestañas de Lucas antes de recogerme y zambullirme profundamente en lo que esperaba que fuera el mundo de sus sueños.
Entonces tomó forma a mi alrededor. Sin embargo, mi triunfo se desvaneció cuando me di cuenta de dónde nos encontrábamos: era el cine destartalado y abandonado donde Lucas fue asesinado. Él estaba de pie en el vestíbulo, varios pasos por delante de mí. Con una mano agarraba una estaca y con la otra se tapaba la nariz y la boca. No entendí el porqué del gesto hasta que olí el humo y me di cuenta de que era la causa de la neblina que nos rodeaba.
De la pantalla surgió un parpadeo ardiente. No era una película. Era un incendio.
«Otra pesadilla —observé—. A ver si en esta ocasión logro despertarlo».
Pero antes de que pudiera decir nada, Lucas habló:
—Charity.
—Hola, tesoro.
Charity surgió entre las sombras. No dijo «tesoro» como si con ello quisiera decir cariño o amorcito, sino que parecía estar habiéndole a un niño pequeño. La luz del fuego oscilaba entre sus rizos claros. Por una vez, aunque solo fuera en sueños, llevaba limpio el largo vestido de encaje.
—¿Qué tal está mi pequeñín esta noche?
—Déjame —dijo él. Se le quebró la voz al hablar.
—No podría ni queriendo. —Ella sonrió con aire triunfante—. Y no quiero.
—Lucas —intervine yo—. Tranquilo. No la mires. Solo es un sueño. Mírame a mí.
Él no me miró. Me interpuse entre Charity y él con la esperanza de poder romper aquel hechizo de sueño que le impedía reconocerme, pero no sirvió de nada. Él miró a través de mí, como si yo ni siquiera estuviera presente.
—¿Buscas a Bianca? —La preocupación de Charity habría podido parecerle sincera a cualquiera que no la conociera—. Seguramente ha quedado atrapada en el incendio. ¡Tienes que ir a salvarla!
Lucas se apartó de ella corriendo y se dirigió directamente hacia las llamas. Cuando me volvía para seguirlo, Charity dijo:
—Ahora él me pertenece, Bianca. Nunca lo volverás a tener.
¿Cómo podía ser que Charity me viera y Lucas no se hubiera dado cuenta de mi presencia, cuando ella solo era una parte de la pesadilla?
Se quedó mirándome fijamente. Su sonrisa fue cambiando hasta ser menos desafiante, más cómplice. Parecía como si estuviésemos bromeando otra vez. ¿Cómo podía ocurrir todo eso en un sueño de Lucas?
Era imposible.
Entonces me di cuenta de que ella no formaba parte de la pesadilla. Ella era la causa. No se trataba de un sueño sobre Charity; era algo real. Estaba allí, en la mente de Lucas.
Sin duda, al verme la cara, se dio cuenta de que acababa de entenderlo todo; entonces, sonrió ampliamente y dejó ver sus colmillos.
—Te lo dije. Lucas me pertenece.