Después de esa noche en Riverton, Lucas se volvió más callado.
Más duro. Aunque continuaba cuidándome e intentando encontrar cosas divertidas que pudiéramos hacer juntos, cada vez era más evidente para mí y, sin duda, para él, que estaba sumido en una lucha desesperada por conservar la cordura, y que yo solo podía ayudarle hasta cierto punto.
Y cada vez que se recuperaba, y conseguía pasar uno o dos días buenos seguidos, ocurría algo que le hacía desfallecer.
Al cabo de unos días, me deslicé en su clase de matemáticas, que yo acostumbraba evitar porque ya la había cursado el año anterior y con eso había tenido más que suficiente. Lucas, como siempre, se sentaba casi al final del aula, pero esta vez no había ninguna barrera invisible a su alrededor. Tenía un chico a cada lado, unos muchachos vampiros, delgados y pálidos, que le prestaban más atención a él que a la ecuación de la pizarra.
En cuanto me acerqué oí que Lucas susurraba:
—Déjalo ya, ¿vale, Samuel?
El vampiro más flaco, un nuevo alumno que al parecer se llamaba Samuel, repuso:
—Imposible ignorarlo. Lo sabes tan bien como yo. Tú también lo hueles.
El otro vampiro, riéndose entre dientes de un modo increíblemente repugnante, señaló con el índice a una chica que estaba sentada dos filas por delante de ellos, una chica rubia de pelo muy corto.
—Aspira esa fragancia —susurró Samuel—. No hay nada mejor que una chica en pleno período.
Jamás había caído en la cuenta de que los vampiros completos eran capaces de detectar con el olfato cuándo menstruaban las chicas. De pronto me sentí avergonzada por todos y cada uno de los meses de mis dos años en Medianoche; de haber tenido cuerpo, me habría sonrojado por completo.
Lucas también parecía incómodo, pero estaba claro que aquel no era el problema principal. Samuel y aquel detestable amigo suyo no intentaban incomodarlo: querían despertar su hambre.
Samuel se inclinó hacia el pasillo, de modo que su pupitre estuvo a punto de volcar y, con la boca pegada al oído de Lucas, continuó:
—¿Verdad que te convertiste el verano pasado, cazador? Seguro que todavía no has matado a nadie. Nunca has tomado sangre humana fresca, pero te gustaría, ¿verdad?
Lucas se agarró con las manos al borde de su pupitre; tenía los nudillos, ya cicatrizados, de color blanco. No apartaba la vista de los apuntes que acababa de tomar, pero era evidente que no estaba concentrado en aquellas páginas.
—Últimamente este lugar se ha convertido en un espeluznante bufé libre —dijo Samuel—. Hay tantos humanos… Tantas chicas… ¿No quieres beber algo, Lucas? ¿O es que la Cruz Negra te hizo demasiado recto para alimentarte por tu cuenta?
Pronunció las palabras «Cruz Negra» como si tuvieran un sabor amargo.
—Cierra esa maldita boca.
Samuel bajó el tono de voz, pero prosiguió:
—Vas a morirte de hambre. Cada vez vas a sentir más y más necesidad, hasta que te desgarre por dentro. Una chica guapa como esa, tal vez, te hará perder el control. Un día morderás, cazador. Un día matarás.
Lucas cerró los ojos con fuerza.
«Ya basta», me dije. Me apreté contra el suelo y, con frialdad y sin escatimar fuerzas, me deslicé debajo del pupitre de Samuel y los volqué a ambos.
Cayó al suelo, los libros y los papeles se desperdigaron por todas partes, y todo el mundo se echó a reír. El profesor Raju se cruzó de brazos.
—Señor Younger, aunque a usted se lo parezca, ecuación y equilibrio son palabras distintas.
Pese a que era un chiste malo, el resto de la clase se rió por lo bajo. Samuel parecía furioso, pero se acomodó otra vez sin decir nada. No se burlaría de nadie más por lo menos en un par de días.
Lucas no se unió a las risas. Era presa de la voracidad; me di cuenta de que tenía que emplear todo su poder de concentración y voluntad en no atacar a la chica que se sentaba dos filas más adelante.
Cuando la clase terminó, Lucas se levantó con tanta rapidez que la mesa arañó el suelo.
Samuel y su desagradable amigo se rieron.
—¿A qué vienen tantas prisas, Lucas? —preguntó Samuel—. ¿Tienes que cambiarte el tampón?
Un par de vampiros también se rieron, pero Skye, que se encontraba en la fila de delante, se volvió.
—¿Por qué no lo dejáis tranquilo de una vez?
—¿Y a ti qué te importa que no traguemos a este imbécil?
—Tengo delante de mí al mayor imbécil de la clase y no es Lucas.
Mientras Samuel y Skye discutían, Lucas recogió sus cosas y salió rápidamente de la clase. Lo seguí; tan solo mi habilidad para circular por encima de los grupos de estudiantes evitó que me dejara atrás. Lucas se abría paso de forma brusca, cada vez más rápido, ajeno a las miradas de enfado que le dirigían. Solo tenía una cosa en la cabeza: salir de allí.
Lucas abrió de un empujón las puertas de madera del vestíbulo principal. Las hojas de color dorado y rojizo que cubrían el césped crujieron bajo sus pies; pensé que echaría a correr otra vez. Se volvería a ocultar en el bosque, mataría el mayor número de animales que le fuera posible, y se golpearía de nuevo. «Otra vez no —pensé desesperada—. ¡Otra vez no!».
En ese instante, Balthazar pareció materializarse ante Lucas. Sin duda había recurrido a su gran velocidad de vampiro para poder alcanzarlo.
—¿Un mal día? —dijo.
—Apártate —gruñó Lucas.
—No. —Balthazar tomó a Lucas por el brazo y lo obligó a regresar al edificio—. Tú te vienes conmigo.
—¿Qué estás haciendo? —susurré furiosa al oído de Balthazar.
—Impedir que se destroce a sí mismo.
Aunque eso era precisamente lo que yo quería, aquello no haría más que empeorar las cosas.
—Tiene que salir de aquí. Alejarse de los humanos. ¿No te das cuenta?
Balthazar sonreía forzadamente mientras recorríamos los pasillos. La situación resultaba rara —prácticamente arrastraba a Lucas, que parecía totalmente fuera de sí—, pero a Balthazar no parecía importarle empeorar aún más las cosas hablándome en voz alta.
—Sé que ya no confías en mí, pero vas a tener que aguantarte.
Su destino resultó ser el gimnasio de esgrima. No había clases a esa hora: estaba totalmente vacío, y todo el material cuidadosamente recogido. Excepto por algunas colchonetas que había en el suelo, la sala parecía desnuda.
—Muy bien —dije en cuanto la puerta se cerró detrás de nosotros y me permití adoptar una forma visible—. Ya no estamos entre la gente. ¿Te basta esto?
—Me basta —dijo Lucas. Parecía querer vomitar—. Dejadme solo, ¿vale? Puedo… Solo dejadme solo.
—Imposible —dijo Balthazar justo antes de propinarle un puñetazo en la cara.
Di un grito ahogado. Lucas se echó atrás dando un traspié y se llevó la mano a la mandíbula. La mirada se le ensombreció, y me di cuenta de que estaba a punto de perder todo autocontrol.
—Tienes que sacarlo —dijo Balthazar. Se quitó el jersey y se quedó de pie, en camiseta—. Así que vamos.
—No pienso luchar. —A Lucas le temblaba la voz.
Balthazar sonrió.
—En tal caso, me temo que voy a sacarte la mierda a golpes.
Arremetió de nuevo contra Lucas, pero esta vez el instinto de lucha de este se impuso. Detuvo el golpe y empujó a Balthazar media sala. En un instante, Balthazar regresó y hundió su puño en el vientre de Lucas. Este reaccionó con más fuerza, e hizo que la cabeza de Balthazar se doblara hacia atrás con un chasquido.
—¡Vamos, chicos, parad! —grité.
Pero Balthazar no me hizo caso y Lucas era incapaz de oír nada. Eran dos vampiros, dos monstruos, pelándose por la dominación, y no había nada más importante en el mundo.
Puños. Sangre. Sudor. Embestían como animales. Asustada, intenté pensar cuál era el mejor modo de parar aquello; me dije que era el momento adecuado para cubrir de hielo la sala. Pero en cuanto empecé, me di cuenta de lo que ocurría.
La locura ya no imperaba en la mirada de Lucas. En su lugar, tenía la mirada fija, enfocada, como si estuviera de nuevo en una misión de la Cruz Negra. Dirigía bien todos los puñetazos; cada movimiento respondía a una estrategia. Luchar de ese modo, contra un oponente que era tan fuerte como él, le proporcionaba la válvula de escape adecuada para toda aquella energía desesperada que se agolpaba en su interior.
Yo no sabía qué podía obtener Balthazar con aquello, pero incluso cuando Lucas le propinó una patada en la mandíbula y lo arrojó al suelo, él no dejó de sonreír como un loco.
Balthazar se echó a reír desde el suelo, se llevó dos dedos a la boca y luego se los apartó para contemplar la sangre.
—Solo un maldito miembro de la Cruz Negra se rebajaría a darle una patada en la boca a alguien.
—Solo un cadáver medio podrido me lo permitiría.
Lucas pestañeó, como si no se creyera que acababa de hacer un chiste. Al parecer, el combate había terminado.
Todo se quedó en silencio por unos segundos, hasta que dije:
—Lucas, ¿ya estás bien?
—Sí. —Reflexionó un momento, y devolviendo su atención a Balthazar añadió—: Sí. Gracias, tío.
Balthazar respondió:
—Si alguna vez te vuelves a sentir tan agitado como ahora y necesitas una válvula de escape, búscame. Podemos practicar boxeo, esgrima… lo que más te convenga para aplacarte. Ayuda mucho. Ya lo verás.
Lucas no parecía muy convencido, pero asintió. Le tendió una mano para ayudarle a levantarse del suelo. Cuando Balthazar cruzó la mirada conmigo, sonrió con una petulancia exasperante.
—¿Y qué hay de ti? ¿No piensas darme las gracias? ¿O acaso eso significaría admitir que yo estaba en lo cierto sobre algo?
—Qué bien te lo has pasado… —le espeté.
Balthazar se encogió de hombros, incapaz de negarlo. Recogió su jersey del suelo.
—Voy a ducharme antes de clase. Os veo luego.
En cuanto estuvimos a solas, Lucas dijo:
—Bianca, lo siento.
—¿Por qué?
—Por venirme abajo de ese modo delante de ti.
—Pero si no te has venido abajo —insistí—. Has podido controlarte.
—Es Balthazar quien ha podido controlarlo —me corrigió Lucas.
Era cierto, pero pensé que necesitaba centrarse en los aspectos positivos.
—Veo que ahora te sientes mejor.
Tenía mejor aspecto; en realidad, con la piel perlada de sudor, el cabello despeinado y su uniforme descompuesto, estaba tremendamente atractivo.
«Ojalá pudiésemos tocarnos sin que él sintiera ganas de morder —pensé con deseo—. Se me ocurren modos mejores de quemar toda su energía».
—Me siento… bien. —Lucas se enderezó un poco—. Más calmado de lo que he estado en mucho tiempo. Es como si hubiera pasado de oír un ruido blanco en la cabeza a estar en silencio. Ahora por fin puedo pensar.
—Tal vez sea un buen momento para que hagas tu trabajo de psicología —bromeé.
—¿Sabes? —Lucas retrocedió unos pasos y se recompuso el jersey—, en realidad, es una buena ocasión para colarse en la cochera de la señora Bethany.
—Espera, ¿qué?
—La señora Bethany oculta trampas para espectros por toda la escuela, ¿no? No podremos protegerte hasta que sepamos más sobre dónde las coloca y por qué.
Sonrió y, por un momento, me recordó cómo había sido antes, cuando nos conocimos: guapo, enérgico y con muchos números para no hacer nada bueno.
—¿Te apetece perpetrar un pequeño allanamiento?
—Deberíamos esperar a que esté fuera de la escuela. O por lo menos en clase. No creo que ahora mismo esté dando clases. Es peligroso —insistí mientras Lucas bajaba las escaleras.
—Siempre será peligroso. Al menos ahora puedo centrarme en lo que hago. Eso aumenta nuestras posibilidades.
Yo no estaba convencida del todo, pero Lucas tenía razón… Y, por otra parte, en ese momento parecía totalmente dispuesto a hacerlo.
—Yo vigilo. Si aparece, tiraré piedras a la ventana o algo parecido.
—Buena idea.
Lucas sonrió, y fue como si estuviésemos metidos en una gran aventura, como la primera vez que salimos a escondidas para vernos. Era evidente que un allanamiento de morada podía resultar muy romántico si las circunstancias eran propicias.
No parecía haber nadie fuera del recinto de la escuela; Lucas estaba haciendo novillos. (Muchos alumnos vampiro los hacían; en realidad, iban a la escuela más para aprender a encajar que por las asignaturas, un hecho tácitamente admitido por los profesores; sin embargo, cuando se saltaban las clases acostumbraban hacerlo por cosas más divertidas que holgazanear por los jardines). A una señal de su cabeza, me precipité hacia delante y rodeé la cochera donde vivía la señora Bethany. Miré por todas las ventanas, y cubrí con un poco de escarcha un par de cristales. No estaba allí.
—No hay moros en la costa.
—Vale. Permanece atenta.
Lucas entró por una de las ventanas laterales. Vi cómo manipulaba uno de los pequeños marcos metálicos en torno a un cristal, sacudiéndolo atrás y adelante hasta que la parte superior del mismo se le deslizó en la mano. Luego, las otras tres partes metálicas de la ventana salieron fácilmente. Estaba muy claro que últimamente la señora Bethany no había sustituido las ventanas. Lucas lo apartó todo y luego pasó la mano por el cristal abierto, soltó el cerrojo, y se apresuró a dejar a un lado la pequeña hilera de macetas con violetas africanas que había sobre el alféizar. Una vez despejada la repisa, apoyó las manos en su superficie y saltó limpiamente al interior de la casa de la señora Bethany.
Yo nunca habría conseguido hacerlo de un modo tan rápido y limpio. Para mi consuelo, pensé que él, a fin de cuentas, contaba con todas sus capacidades de vampiro. Tal vez luego pudiera burlarme de él por tener más instintos criminales por naturaleza.
Desde la ventana vi a Lucas atravesar la casa y dirigirse al escritorio de la directora, donde era más probable que guardara cualquier material referente a la caza de espectros. Me desplacé rápidamente por el borde de la pared para vigilarlo y a la vez detectar la presencia de la señora Bethany. Pero en cuanto lo hice volví a sentir aquella atracción.
¡Una trampa! Antes de caer presa del pánico, reparé en que no era igual que la de la biblioteca, o que, aunque se trataba del mismo tipo de trampa, había una barrera que me impedía caer en ella, tal vez el tejado o las paredes a prueba de espectros. Al parecer, la señora Bethany preparaba las trampas en su casa antes de instalarlas en la Academia Medianoche.
Aunque no podía capturarme, el poder de la trampa resultaba abrumador. Notaba cómo aquella extraña fuerza tiraba de mí, y de pronto me sentí lenta, frenada, desconcentrada. Era como si tuviera mucha fiebre: nada parecía tener sentido, y, aunque era posible moverse, hacerlo requería un esfuerzo enorme.
Cuando ya estaba a punto de perder toda mi capacidad de atención, vi que Lucas restregaba la mano sobre algo que había en la mesa del escritorio: otra caja con forma de concha marina, como la que había encontrado en la biblioteca. Tal vez fuera la misma; me había contado que la pared de la biblioteca había sido reparada de inmediato, y que no había habido preguntas. Entonces cerró la caja con rapidez, y la opresiva fuerza de atracción de la trampa se desvaneció. Sin embargo, continué sintiéndome muy mal; el mero hecho de permanecer cerca de una trampa activa bastaba para agotarme.
Por un instante, sentí la tentación de desvanecerme y descansar un momento, pero me di cuenta de que podía pasar mucho tiempo antes de que me despertara de nuevo. Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad y me liberé de aquello, volviendo al aquí y ahora de las pesquisas de Lucas.
Justo a tiempo para ver a la señora Bethany cruzando la puerta de la cochera.
Me abalancé contra la ventana de la señora Bethany con tanta fuerza que la hice vibrar. Lucas levantó la vista de la mesa, en guardia, pero era demasiado tarde. La señora Bethany entró en la cochera y accedió a su despacho antes de que Lucas pudiera hacer otra cosa más que quedarse allí plantado.
Ella se detuvo en el umbral. Estuvieron mirándose el uno al otro unos instantes. El terror me provocó tal escalofrío que me sentí como si me hubiera convertido en puro hielo. Lucas parecía mareado.
«Lo atacará, o por lo menos lo expulsará de la Academia Medianoche. No debería haberle pedido que hiciera esto. No debería haberle permitido que lo hiciera».
Estaba a punto de salir volando hacia la escuela para pedir ayuda cuando la señora Bethany dijo con voz tranquila:
—Señor Ross, resultaría más eficaz si se limitara a preguntarme lo que sea que quiere saber.
Él no se relajó, tampoco se movió. Tenía la mirada clavada en la de ella y estaba dispuesto a defenderse o atacar.
—Dudo de que usted me lo dijese.
—Duda.
La señora Bethany dejó sus cosas y se sentó en una de las sillas de madera situada en el lado más alejado de la pared. Había otro asiento desocupado a su lado, una invitación muda para Lucas.
—La Cruz Negra enseña a sus cazadores a desconfiar de todo lo que les resulta nuevo, y a creer solo en sus propias nociones sobre el deber. O el sacrificio o sobre quién es o no un monstruo.
Lucas tensó la mandíbula y supe que se acordaba del ataque de Kate.
—Después de todo lo que ellos le exigieron, ¿qué ha obtenido usted a cambio? Nada más que unas cuantas malas costumbres, como su tendencia a cometer allanamiento de morada.
Lucas, respondió tranquilo:
—No me obligue a abandonar el internado.
Parecía que las palabras lo ahogaban. Odiaba suplicar.
—El refugio de Medianoche le protege —dijo la señora Bethany. Su voz sonó extraña. Al principio no supe dónde residía la diferencia, hasta que me di cuenta de que, de hecho, era calidez—. No voy a castigarle por comportarse del único modo que sabe. La Cruz Negra siempre le animó a actuar de forma subrepticia. Hay un modo mejor de tratar estos asuntos. Aquí, espero, lo aprenderá.
Si la Academia Medianoche era la meca de la sinceridad, ¿cómo se podía entender que los alumnos humanos permanecieran engañados sobre la condición de vampiros de la mayoría de sus nuevos amigos? Sin embargo, mientras me dedicaba a ironizar, observé que la expresión de Lucas dejaba de ser precavida. La señora Bethany le decía exactamente lo que quería oír.
Y, por increíble que fuera, pensé que ella estaba realmente convencida.
—Bueno —dijo—, ahora dígame, ¿qué buscaba?
—Más información sobre los espectros.
«Oh, no, Lucas. No». No podía creer que fuera a desvelarle nuestros secretos tan fácilmente.
Pero en lugar de ello añadió:
—Me han dicho que el año pasado fueron a por Bianca. No entiendo por qué murió. Si ellos tuvieron algo que ver, quiero saberlo y quiero venganza.
La señora Bethany se enderezó, claramente satisfecha de haber encontrado un alma gemela. Lucas la había convencido de que pretendía lo mismo que ella: cazar espectros. Sin duda, aquel era el único modo de conseguir que ella se sincerara. Yo debería haber confiado más en él.
La señora Bethany señaló con un gesto la silla que tenía al lado, y Lucas se sentó.
—Por lo que sé, los espectros se arrogaban algunos derechos sobre la señorita Olivier —dijo—. ¿Conoce las circunstancias que rodearon el nacimiento de Bianca?
—¿Se refiere a lo de que dos vampiros no pueden tener hijos sin la intervención de un espectro? Sí, ella me lo contó.
—Es un cuento de hadas —comentó la señora Bethany. Lucas la miró confuso—. Ya veo que su combatiente madre no dedicó mucho tiempo a los cuentos de los hermanos Grimm. Basta con que sepa que en el bautizo las hadas madrinas acostumbran reservarse una maldición entre los dones que se otorgan al pequeño. Y eso mismo ocurrió con los espectros. Tomaron la sangre de Celia, y concedieron a Celia y a Adrian la oportunidad de crear vida por un breve tiempo.
Lucas reflexionó. Con sus ojos de color verde oscuro tenía la mirada clavada en la ventana; pese a que no podía verme, sí sabía dónde me encontraba exactamente.
—Entonces, su madre y su padre siempre habían sabido que esto ocurriría.
—Para ser precisos, sus padres creían que ella acabaría de asumir su legado predominantemente vampiro llevándose una vida por delante y completando su transformación. Sabían que la otra alternativa para ella era la muerte.
—Ser una chica normal…
—Fue siempre imposible —afirmó la señora Bethany con frialdad—. A Bianca se le había dado la vida, pero solo en esas circunstancias.
Me deslicé hasta el suelo, y la niebla adoptó la forma de mi cuerpo. Cualquiera que hubiera pasado por ahí en aquel momento me habría visto, pero eso entonces no me importaba. Necesitaba sentir algo sólido donde descansar. No se trataba de que lo que había dicho la señora Bethany doliera; todo lo contrario, el caso era que resultaba curiosa e innegablemente cierto. El asombro ante mi propia reacción pareció llevarse algo de mí misma.
La voz de la señora Bethany se volvió más amable:
—Es duro oír algo así, ¿verdad? Sin embargo, creo que con el tiempo saber esto aliviará su dolor. Señor Ross, usted no la habría podido salvar. Usted no la puso más en peligro que sus padres… aunque eso es algo que ellos nunca reconocerán.
—Creo que yo tampoco.
—Usted sigue considerando la muerte como lo peor que puede ocurrir. Y no es así.
—Sé que hay algo peor que estar muerto —dijo Lucas con voz rabiosa—. Estar donde estamos.
—Echa de menos estar vivo.
Supuse que en ese momento ella le diría lo tonto que era creer algo así; nadie parecía más satisfecho de ser vampiro que ella. Pero entonces la señora Bethany añadió con total tranquilidad:
—Yo también.
—Así que esto nunca mejora, ¿verdad?
—Yo no he dicho tal cosa.
El asombro fue superior a mi tristeza. De nuevo adopté mi forma transparente y volví a mirar por la ventana; la señora Bethany permanecía sentada con una mano posada en el hombro de Lucas, con sus uñas espesas y largas de color rojo oscuro destacando sobre su jersey negro. Él no rechazó el contacto.
«¿No estará… ligando con él?». Deseché la idea al instante. Aquel gesto no era de ese tipo. Resultaba innegable que había surgido cierto vínculo, y que en cierto modo en ese momento la señora Bethany era capaz de comprender mejor que yo lo que le ocurría a Lucas.
Sin decir nada, ella le dio una palmadita en el hombro. Lucas obedeció al gesto poniéndose de pie. La señora Bethany lo acompañó hasta la salida de la cochera, totalmente ajena al hecho de que él hubiera forzado su entrada, y lo acompañó hasta Medianoche. No se separaron hasta llegar al interior del vestíbulo principal; unos pocos alumnos que seguían estudiando en su tiempo libre vieron la escena y, sorprendidos, constataron que, al parecer, ahora Lucas se había convertido en el alumno mimado de la profesora. Me pregunté si aquello haría retroceder a los otros vampiros, o si por el contrario lo convertiría aún más en el blanco de todas las burlas.
—Tiene inglés —dijo ella—. Espero por su bien que haya hecho la lectura.
—En realidad, leí El guardián entre el centeno hace un par de años por propia iniciativa.
—Claro. Tuvo usted una educación no convencional. ¿Qué pensó entonces de la obra?
—Que Holden Caulfield era un perdedor autocompasivo que necesitaba ocupar mejor el tiempo.
La señorita Bethany sonrió ligeramente.
—Aunque yo diría las cosas de un modo más delicado, nuestros análisis son parecidos en el fondo. Eso significa que voy a preguntarle. Estese preparado. —Miró la hora en su anticuado reloj de pulsera de oro—. Todavía le queda tiempo para ducharse —añadió con un tono de voz del que se infería que era una orden.
Ella siguió su camino, y Lucas se dispuso a subir rápidamente por la escalera para obedecerla. Sonreía. Sonreía de verdad. Como si le saliera del corazón. Casi me sentí celosa, como si yo fuera más un incordio para él que su compañera fiel, hasta que él susurró:
—¿Te lo puedes creer?
—Lo cierto es que has sudado de verdad en el combate contra Balthazar.
—No, quiero decir, ¿te puedes creer que me haya perdonado sin más?
—No. Pero, por otra parte, resultas encantador.
—El encanto no es lo mejor de mí.
—No estoy de acuerdo —dije entonces con cautela—. Sabes que no debes confiar en ella, ¿verdad?
Lucas se quedó en silencio mientras entraba en el pasillo de los dormitorios para chicos donde estaba su habitación. Al final, cuando llegamos a su cuarto dijo:
—Ha hecho la vista gorda, y no tenía por qué hacerlo.
—Detesta la Cruz Negra, y supongo que lamenta lo que te ha ocurrido con ellos, pero, Lucas, está lo de las trampas. Se dedica a atrapar a espectros como yo. Una de esas trampas estuvo a punto de matarme.
—Puede que simplemente tema lo que no comprende —repuso él mientras se quitaba el jersey y la camisa y los arrojaba al suelo sobre las toallas mojadas que Balthazar sin duda había dejado después de ducharse. Los chicos parecían desconocer la posibilidad de utilizar la lavadora—. Bianca, tú temes a los espectros y eres una de ellos. Así pues, esa reacción no resulta tan descabellada.
Me costaba mucho imaginar a la señora Bethany temerosa de algo. Pero, por otra parte, Lucas tampoco decía nada que no fuera cierto; ella había salido en su defensa cuando ninguno de sus amigos, ni siquiera yo, podía hacerlo.
De todos modos, yo no podía sentir ninguna fe ciega en ella. No por el momento.
—No le dirás nada de mí, ¿verdad? ¿Eso de que me he convertido en un espectro y que estoy contigo?
Lucas dibujó una mueca de extrañeza en la cara.
—¿Bromeas? ¡Por supuesto que no!
Me sentí muy aliviada.
—Entonces tampoco confías en ella.
—No sé si confío en ella o no. Pero, cuando se trata de ti, no me arriesgo más de lo necesario. Tus secretos son mis secretos, Bianca. No dudes nunca de ello.
Le rocé la mejilla con una brisa suave, y él cerró los ojos y sonrió.
En ese momento se le veía tan fuerte, tan feliz… Le hice una proposición:
—¿Sabes?, ya sé que nosotros, bueno, que no podemos… estar juntos…
Lucas abrió los ojos y su sonrisa se desvaneció.
Antes de que se disculpara dije:
—Podría mirarte mientras te duchas.
Se echó a reír con una carcajada.
Los diez minutos siguientes estuvieron repletos de vistas magníficas. Sin embargo, durante todo ese tiempo, no pude concentrarme por completo, ni siquiera con un Lucas espléndido, mojado y desnudo ante mí. Un pensamiento se me había instalado en la mente y no podía sacármelo de ahí.
No dejaba de pensar que era como si todo el mundo pudiera ayudarle un poco a él, pero no a mí. A mí, nunca.