Lucas y yo pasamos despiertos la mayor parte de la noche, abrazados, al aire libre, sobre el césped. La muerte nos había vuelto inmunes al viento otoñal y al frío de la tierra mullida a nuestros pies. Así que nos acurrucamos bajo uno de los grandes robles, medio tapados por las primeras hojas de otoño mientras el viento soplaba sobre ellas y nos arropaba como una manta. Las hojas tenían el color de nuestros cabellos: rojo intenso y dorado oscuro. Éramos parte del otoño. Y, por primera vez en demasiado tiempo, fuimos de verdad el uno parte del otro.
—No has dicho que deberíamos marcharnos de Medianoche… —susurré.
—No creas que no lo he pensado. —Lucas me acarició la cara con la nariz—. No me gusta ver lo peligroso que resulta este sitio para ti. Pero… he de confiar en que tú sabrás valorar los riesgos. Ese fue el trato, y pienso ceñirme a él.
Aturdida aún por la trampa de la biblioteca y las heridas del hombro, me pregunté si tal vez no debería sopesar de nuevo los riesgos de la Academia Medianoche. Sin embargo, sabía que, hasta que Lucas no estuviera más estable, nuestra mejor opción era continuar allí.
—Estoy bien. —Lo besé con dulzura y pasión—. No puede ocurrirme nada malo. En realidad, es como si por fin viera que todavía pueden ocurrirme muchas cosas buenas, como si por fin comprendiera que hay mucho que hacer aquí, por ti y por cualquier otra persona.
Lucas esbozó una tenue sonrisa.
—No eres un fantasma: eres un ángel.
—Como vampiro, tú puedes hacer muchas cosas aquí. Piensa en la cantidad de alumnos a los que mi madre y mi padre han ayudado, y la de veces que Balthazar nos ha sacado de algún apuro. Estar muerto no es lo peor que puede ocurrir.
Él se quedó callado un momento, reflexionando.
—Solo es… el hambre.
—Lo sé.
—Si alguna vez muerdo, si hago daño a alguien… si mato a alguien…
—No lo harás. —Yo deseaba creérmelo con todas mis fuerzas y quería ayudar a que él también se lo creyera—. Eres fuerte, Lucas. De niño pasaste por un entrenamiento en la Cruz Negra que habría acabado con algunos adultos. Te infiltraste con diecinueve años y lo hiciste muy bien. Quiero decir, lograste engañar a la señora Bethany. Puede que seas la única persona en mucho tiempo que ha conseguido una cosa así.
Al oír aquello, Lucas se echó a reír; era más una risa llena de arrepentimiento que de alegría, pero yo estaba dispuesta a aceptar todo cuanto pudiera obtener. Resultaba muy agradable estar allí con él sin sentir el peso del mundo abrumándonos.
Seguí enumerando sus méritos:
—Piensas por ti mismo, lo cual es más raro de lo que cabía esperar. Sabes reconocer que te equivocas, y eso resulta aún más raro. Eres leal, y valiente, y trabas amistades que son para siempre. Todo eso forma parte de ti. Es la mejor parte de ti.
Entonces Lucas, muy serio, negó con la cabeza.
—Te equivocas.
—Escúchame…
—Escúchame tú a mí. —Se apretó a mi con fuerza—. Tú eres la mejor parte de mí. Siempre.
Cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro, tranquila al fin, al menos por una noche.
Al día siguiente, la Academia Medianoche prosiguió con su habitual torbellino de actividades; a su modo, me dije, con más vida que la de la mayor parte del alumnado. Los estudiantes confluían en los pasillos: los vampiros con su elegancia y sofisticación, y los demás preguntándose por qué no conseguían encajar del todo. Vagar por los pasillos me daba más miedo porque no sabía dónde podía estar la siguiente trampa. Sin embargo, fui despacio y actué con cuidado. Por el momento, todo bien.
Busqué a Lucas dispuesta a acompañarlo durante la clase. No pretendía distraerlo; se esforzaba por seguir bien el curso, aunque solo fuera para matar el tiempo. Tras nuestro encuentro de la noche anterior, me apetecía estar a su lado sin más, y supuse que a él le pasaría lo mismo.
Pero entonces vi a alguien que parecía todavía más solo que Lucas: mi madre.
Iba vestida como siempre: falda sencilla, zapatos cómodos y un jersey suave. Tenía el pelo de color caramelo recogido en una coleta alta que llevaba desde que me alcanzaba la memoria. Pero la primavera había dejado su huella y deambulaba apesadumbrada, con la mirada apagada, por el pasillo en dirección a la clase de historia del siglo XX.
Cuando me colé por la puerta en su clase, escribía en la pizarra. Leí las palabras junto con sus alumnos: LA GENERACIÓN PERDIDA. Vi algunas caras conocidas en la sala, la de Balthazar entre ellas. Él había pasado por aquello, y estaba más al día que la mayoría de los vampiros, pero supuse que posiblemente se había inscrito en esa clase para poder estar cerca de mi madre.
«Oh, por supuesto —reflexioné—. Ahora te has vuelto considerado. ¿Por qué no fuiste previsor cuando Lucas más lo necesitaba?». Balthazar había llevado a Lucas a luchar contra Charity, consciente de que Lucas estaba fuera de sí, y eso era algo que yo todavía no había podido asimilar. Sin embargo, por mi madre, si no por mí, tenía que sentirme agradecida hacia él y hacia Patrice, que estaba sentada un par de filas más adelante y que, aunque no lo admitiría jamás, posiblemente se había matriculado por el mismo motivo.
—La Generación Perdida es el nombre que recibe la gente que alcanzó la mayoría de edad durante la Primera Guerra Mundial. Entonces se conocía como la Gran Guerra, ¿alguien me sabría decir por qué? —preguntó mi madre con voz cansada.
Como no podía ser de otro modo, dirigió la pregunta a los estudiantes humanos o, por lo menos, a aquellos vampiros convertidos en tales después de esa época. En la Academia Medianoche regía una norma no escrita según la cual recurrir a los conocimientos de la historia que se había vivido era casi como copiar.
Skye Tierney, sentada en primera fila, levantó la mano.
—Porque la Segunda Guerra Mundial aún no había tenido lugar.
—Así es. —La mirada de mamá quedó suspendida un par de centímetros por encima de los alumnos, no del todo concentrada en ellos. Unas ojeras oscuras le rodeaban los ojos. Parecía no haber dormido bien durante semanas—. Porque no creían que la humanidad pudiera volver a ser tan estúpida.
Un par de vampiros sonrieron con aire de suficiencia, seguramente pensando que aquello había sido un golpe contra los humanos, cuando en realidad no era más que mi madre adoptando una actitud fatalista. Balthazar cerró los ojos un momento, como intentando protegerse de aquellas estupideces.
Mamá apretaba la tiza en las manos, y una fina capa de polvo amarillento le cubría las yemas de los dedos. Tenía la mirada distante, y su tono de voz era más suave de lo deseable para dirigirse a un aula repleta de alumnos.
—La Primera Guerra Mundial hizo añicos las convicciones de la gente respecto a todos los aspectos de la sociedad. Después de que tantos hijos y hermanos murieran en las trincheras, no podían venerar a un Dios todopoderoso y protector. Los soldados que tuvieron que soportar el gas mostaza, el fuego de las ráfagas de ametralladoras y el hambre dejaron de confiar en los gobiernos y en los generales que los habían enviado al frente con la promesa de que la guerra solo duraría unos meses. Las mujeres que habían asumido los trabajos de guerra en las fábricas y llevaron su casa solas durante años nunca podrían volver a sentirse «protegidas».
Los bolígrafos arañaban las libretas; los teclados de los portátiles chasqueaban. Todos pensaban que aquello entraría en el examen.
Yo, en cambio, sabía que solo se trataba de mi madre perdida en recuerdos tristes.
Prosiguió:
—Algunas de esas mujeres perdieron a todos sus seres queridos. Todas las promesas hechas a sus hijos de que estarían a salvo se truncaron. Después de eso no podías, no podían, volver a creer.
«¡Oh, mamá!». Me hubiera gustado tanto poder abrazarla… Pero ¿quería abrazarla y decirle que todo iría bien, o era tan infantil como para querer que me tranquilizara ella a mí?
Algunos vampiros, los mayores, que habían vivido también aquel período, estaban tan apesadumbrados como mi madre; de pronto, Balthazar pareció interesarse mucho por sus zapatos. Entonces caí en la cuenta de que nunca le había preguntado lo que había hecho durante la guerra, si es que había hecho algo. En todo caso, lo que fuera que le había ocurrido entonces le había ensombrecido el rostro, o quizá solo entendía mejor que cualquier otra persona lo que mi madre decía, y se sentía mal por ella.
En ese instante, me recordé a mí misma que debía permanecer próxima a la gente. Cuidarlos aunque estuviera enfadada con ellos en ese momento. Ese era el motivo de mi presencia allí.
Me coloqué a su lado. Sus dedos no sostenían el lápiz con mucha fuerza: al parecer, como había sido testigo de aquellos hechos, no veía la necesidad de tomar apuntes. Así que asumí el control del lápiz y escribí con su mano: «¿Te parece que está bien?».
Balthazar se sobresaltó, pero se recuperó rápido de la sorpresa. Apretó la mano para asir el lápiz y quitármelo: «No lo creo».
Soltó un poco el lápiz para que yo pudiera responder de nuevo. «¿Y mi padre? ¿Crees que él la puede ayudar?».
«Me rogó que no fuera a sus clases, dijo que el recuerdo le resultaría demasiado doloroso. Yo diría que eso es un no. Bianca, ¿por qué no te muestras ante ellos? Odio tener que mentirles y decirles que has desaparecido para siempre».
«Mamá y papá odian a los espectros. Hicieron todo cuanto estuvo en sus manos por evitar que me convirtiera en uno, y no querían otra cosa más que verme convertida en vampiro». Las siguientes palabras me resultaron duras, pero me forcé a acabar: «Me da miedo que me rechacen y me odien también».
«Son tus padres. No harían una cosa así. Te aceptarán».
«¿Igual que la madre de Lucas?».
Él no tenía una respuesta para eso.
En su asiento, delante de Balthazar, Patrice empezó a temblar; al parecer, la presencia de un fantasma provocaba siempre una corriente de aire frío. Miró por encima del hombro, sin duda intrigada por la fuente de aquel frío. Yo me dirigí a la puerta, incapaz de soportar aquello por más tiempo, pero miré largamente a mamá antes de marcharme. Cada vez que la veía me parecía que podía ser la última.
Deseaba con todas mis fuerzas aparecerme ante ella y ante papá. Me imaginé a mí misma mostrándome ante ellos con la camiseta blanca de tirantes y los pantalones de pijama con nubes que llevaba al morir, y colocándome la pulsera para poder adoptar una apariencia sólida. Si hiciera eso, no habría nada que quisiera más en este mundo que arrojarme en sus brazos y sentir de nuevo su abrazo.
Y entonces me los imaginé dándome la espalda. Si hicieran algo así… nunca podría superarlo.
Los demás alumnos llevaban días hablando de la siguiente salida escolar a la cercana ciudad de Riverton, pero yo no le había prestado mucha atención porque dudaba de que alguno de mis amigos se apuntase. Aquellas salidas eran una novedad reciente, un detalle hacia los alumnos humanos. Los vampiros no acostumbraban a participar en absoluto, porque ir a Riverton implicaba cruzar un curso de agua, lo cual les producía estremecimientos, náuseas y, a veces, una especie de ataques de pánico. Por otra parte, todo aquello que hacía las delicias de los humanos resultaba, de forma automática, muy poco atractivo para los vampiros. El único humano con el que yo compartía mi tiempo era Vic, y este probablemente se quedaría en el internado para estar con Ranulf.
Pero mis planes estaban a punto de cambiar.
Después de la clase de mamá, mientras los estudiantes abarrotaban los pasillos, busqué a Lucas. Me pareció que me necesitaba, y yo, tras la angustia de mi madre, también lo necesitaba a él. Pero justo en el momento en que me puse a su derecha, la señora Bethany se colocó ágilmente a su izquierda.
—Señor Ross.
—Señora Bethany —respondió él mientras dirigía una mirada rápida en mi dirección; se había dado cuenta de que me hallaba presente y quería protegerme. Aunque ambos sabíamos que yo era invisible, aquella mujer parecía poseer la facultad de percibir mi presencia en cualquier circunstancia.
Pero, aparentemente, la directora tenía otras cosas en la cabeza.
—Todavía no ha inscrito su nombre en la lista de estudiantes que participarán en la primera salida de la escuela. Creo recordar que antes disfrutaba mucho de esas excursiones.
—Sí, eran tiempos en los que podía cruzar un río sin sentir ganas de vomitar.
—Ese malestar es pasajero —dijo la señora Bethany—. Se puede superar.
Lucas se encogió de hombros.
—No entiendo para qué.
—Voy a compartir un secreto con usted, señor Ross. El secreto de cómo aprendí a soportar el hecho de estar muerta.
¿Qué motivos podía tener la señora Bethany para dar a conocer algo tan personal? Mi propio asombro se reflejó en la expresión de Lucas.
—Hummm… bueno —dijo, recuperándose de la sorpresa—. En realidad, me encantaría oírlo.
—Supongo que ahora mismo usted procura olvidar lo que le gustaba cuando estaba vivo. —La falda de la señora Bethany crujió mientras se abría paso entre la gente, que se apartaba para dejar un espacio en torno a ella y Lucas—. De ese modo se distancia de aquellos placeres de los que se cree apartado para siempre. Pero usted está cometiendo un error.
Lucas aminoró el paso, en un intento de asimilar todo cuanto estaba oyendo.
—Pero no me parece que pueda… no sé, comprarme una buena hamburguesa o ir a nadar al mar…
—No. Hay cosas que nos están vedadas. Pero seguro que sabrá disfrutar de los entretenimientos que ofrece Riverton.
En nuestra primera cita, habíamos ido a un cine que proyectaba películas clásicas. Y él me había comprado el broche en la tienda de ropa de segunda mano. Sería divertido volver a esos sitios de nuevo juntos. ¿Qué importaba que yo tuviera que mantenerme oculta? Sin duda sería una nueva versión de una cita «a ciegas».
Tal vez Lucas presintió lo que yo sentía, porque asintió lentamente.
—Es cierto. Podría ir de todos modos.
La señora Bethany sonrió satisfecha.
—Acuérdese de su vida —dijo—. No se desprenda de ella más de lo necesario.
Luego se enderezó y volvió a adoptar una actitud enteramente formal.
—Anotaré su nombre en la lista a Riverton.
—Gracias.
Cuando deambulábamos por los jardines le susurré:
—Me alegro de que dijeras que sí.
—Ha sido raro, ¿no? —Era evidente que él pensaba en la señora Bethany—. Que se sincerara de ese modo.
Sí que había sido raro. Mucho más que raro. Aunque yo sabía que debía sentirme agradecida, porque parecía estar cuidando de Lucas a su manera, me daba demasiado miedo. No quise seguir hablando de ella, ni siquiera pensar en ella. Era mejor concentrarse en los buenos tiempos que estaban por venir.
—Si eso nos permite volver a ver películas, me alegro mucho.
Lucas se echó a reír y disfruté del placer de ser una chica más, ansiosa porque llegara su cita del fin de semana.
Ese fin de semana podría haber ido en el autobús a Riverton, por encima de la cabeza de Lucas, pero coincidimos en que de hacerlo tal vez acabaría helando las ventanas. En lugar de eso, él se llevó el broche para que yo pudiera acudir a su lado en cuanto llegara. Lucas se llevó además una chaqueta de más y unos pantalones de chándal; de ese modo, si como siempre en el cine éramos los únicos alumnos de Medianoche, yo podría adoptar mi forma sólida y los dos estaríamos como antes. Tal vez incluso podríamos besarnos apasionadamente. Eso lo estaba deseando.
Mi impaciencia no hizo más que ir en aumento durante la media hora que siguió a la partida del autobús. Se me hizo una eternidad esperar sin hacer nada en el tejado junto a una de las gárgolas mientras dejaba que la lluvia fina me atravesara. Sabía que no tenía sentido acercarme a Lucas hasta que estuviera por fin en Riverton, pero tenía muchísimas ganas de llegar allí. Sobre todo, a ese cine, el sitio al que habíamos ido en nuestra primera cita. Aquel recuerdo me resultaba tan grato que podía imaginarme las molduras doradas de las paredes, las cortinas de terciopelo rojo, los carteles…
Un momento. ¿Y si aquel recuerdo fuera tan preciado para mí como para estar vinculada a él? ¿Y si fuera uno de esos lugares a los que podía viajar al instante y por donde vagar después de mi muerte?
Entonces decidí que merecía la pena intentarlo. Me desvanecí ligeramente, me desprendí del mundo material que me rodeaba en la escuela y visualicé el cine con todos los detalles que mi mente recordaba. Traté de verlo todo, el mobiliario, la estructura de la sala, y deseé que tomara forma a mi alrededor.
Y allí aparecí.
¡Sí! De haber tenido un cuerpo sólido, habría hecho un gesto elocuente de triunfo. El cine no había cambiado en absoluto. Ahí estaba la anticuada máquina de palomitas, una pequeña caja de latón con un indicador de líneas rojas y blancas. Y, más allá, la alfombra de dibujos ondulantes, tan gruesa y mullida que deseé tener pies para poder hundirme en ella. Según la cartelera iluminada, la película del día era Atrapa a un ladrón, con Cary Grant. Glamur absoluto, romance total. ¿Se podía pedir algo mejor?
Bueno, sí, pensé. Parecía que sería una sesión muy concurrida, por lo que Lucas y yo no tendríamos ocasión de estar mucho a solas. La película no empezaba hasta al cabo de media hora, y ya había gente sentada, aunque no dejaban de volver la mirada con inquietud hacia la puerta en la que yo me había materializado, mirando a través de mí, en busca de alguien…
Entonces me di cuenta. Reconocí a algunos de ellos, incluyendo, en primera fila, a Kate.
«La Cruz Negra». El terror me asaltó con tanta fuerza que creí que me volvería de hielo. «Han averiguado adonde se fue Lucas tras convertirse en vampiro y han recordado las excursiones a Riverton de la época en la que espiaba para ellos. No se trata de un puñado de gente como el que había convocado en Filadelfia: es toda una partida de caza de la Cruz Negra.
»Tienen totalmente vigilado el lugar. Están esperando con la intención de matarlo».
Salí a toda prisa al vestíbulo; seguramente habría helado una de las puertas de cristal, pero no me importó. La Cruz Negra no iba tras de mí. Si no avisaba a Lucas a tiempo, se abalanzarían sobre él en cuanto entrara en el cine. Y entonces ni siquiera su fuerza y su habilidad para luchar le salvarían de una docena de cazadores de vampiros.
Conforme me dirigía por la calle hacia la plaza del pueblo, observé que la partida del cine no era la única. Sentada en un restaurante, sin prestar la menor atención al plato de patatas fritas que tenía delante, se encontraba Eliza Pang, la cabecilla del comando de Nueva York. Y, lo peor de todo, Raquel y Dana acechaban en un callejón cercano a la plaza.
El autobús de Riverton se detuvo y los estudiantes empezaron a apearse. Yo solo tenía ojos para Lucas, así que no reparé en los demás, que reían y hablaban y pasaban a través de mí sin tener la menor idea de que me encontraba allí.
Lucas fue de los últimos en bajar. Parecía muy aturdido, casi débil. Sin duda, la corriente de agua le había afectado mucho.
—¿Estás bien, chaval? —le preguntó el conductor.
—Estoy bien. Enseguida me tomo un café. Me sentará muy bien —respondió Lucas.
En realidad, lo que quería decir era que se sentaría un rato en la cafetería sin que nadie lo molestara. Creía que yo me uniría a él en el cine y no quería que lo viera tan débil.
«¡No importa! ¡Busca un sitio apartado para que te pueda advertir!». Yo no veía a ningún cazador de la Cruz Negra en la cafetería, pero eso no significaba que no hubiera un par que yo no conociera. Me apresuré hacia él con la esperanza de poder hablarle al oído antes de que entrara en algún sitio.
Pero entonces yo… Me detuve. Me quedé ciega. Completamente perdida.
En un instante me resultó imposible ir hacia delante, hacia atrás, subir o bajar. No podía ir a ninguna parte. ¡Era una trampa! Asustada, recordé la espeluznante caja negra de Medianoche, pero aquello era distinto. En lugar de sentir una atracción firme e inexorable, me había quedado paralizada. La misma diferencia que había entre hundirse en arenas movedizas y quedarse atrapado sin más en un ascensor. Bueno, más bien en un ascensor con las luces apagadas.
¿Era cosa de la Cruz Negra? ¿Nos perseguían a ambos? ¿Qué estaba ocurriendo? Lo único que sabía era que aquella inmovilización, o lo que fuera, me impedía avisar a Lucas de que se hallaba ante un terrible peligro.
Entonces vi un único círculo brillante que se abría ante mí, titilando como un charco a la luz de la luna. Me asomé con cuidado y vi a mi captor mirándome con espanto.
—¿Bianca?
—¿Patrice?