Lucas se encaminó hacia el cenador de hierro forjado mientras observaba cómo la señora Bethany entraba para pronunciar el discurso anual de bienvenida al alumnado. Cuando tuve la certeza de que nadie más miraba, me atreví a materializarme junto a él.
—¡Hola! —dijo él. Se volvió para mirarme y consiguió dibujar una sonrisa para mí—. De nuevo en el lugar donde nos besamos por primera vez.
—Nada cambia en este mundo.
Mientras la brisa alborotaba su cabello de color dorado oscuro, y también las hojas de hiedra que había a nuestro alrededor, me imaginé que volvíamos al principio. La luz del sol parecía atravesarme el cuerpo, calentándome por dentro. A pesar de la brisa, mi melena pelirroja colgaba inmóvil, irreal.
—¿Por qué no estás dentro?
—La señora Bethany me ha dado permiso. Me ha dicho que encontraría el modo de explicar a los estudiantes y profesores vampiros que me dejen en paz sin delatarme a los humanos. Sería una locura acercarme a un grupo de vampiros antes de que pronuncie el discurso de no agresión… No se me ocurriría hacerlo desarmado.
—Lo ha llevado mejor de lo que esperaba —dije—. Supongo que la señora Bethany se toma muy en serio la idea del refugio.
Lucas se encogió de hombros.
—Dice que me apoyará, pero me da igual. Me alegro de que Ranulf haya metido a escondidas nuestras armas en su equipaje.
—¿Y por qué no en el tuyo?
—La señora Bethany estaría loca si no registrase mi equipaje. Esa mujer no tiene un pelo de tonta.
Escruté su rostro, captando las emociones que intentaba ocultar.
—Tú no temes a los vampiros. Nunca lo has hecho. Lo que te da miedo es estar entre humanos.
Hizo una mueca.
—No puedo mirar a Vic sin pensar… Bianca, estuve a punto de matarlo. ¡A Vic! A uno de mis mejores amigos. Lo hubiera sacrificado solo para comer.
—¿Es por eso por lo que no quieres estar a solas con él? —Me dirigió una mirada interrogante y añadí—: Sí, me he dado cuenta.
—No, no es cierto —dijo Lucas con total serenidad—. No soy solo yo. También se trata de Vic. Él, a su vez, trata de evitar quedarse a solas conmigo.
Percibí el dolor en su voz.
Lo abracé; tal vez no fuera un abrazo de verdad, pero yo lo sentía cerca de mí y supe que lo consolaría un poco.
—Volverá a confiar en ti. Solo necesita un poco de tiempo.
—¿Y cuánto tiempo tiene que pasar para que yo confíe en mí mismo?
No había respuesta para esa pregunta. Le dije lo único que pude:
—Te quiero.
—Y yo a ti. Por eso conseguiré que todo salga bien. Tengo que hacerlo.
Igual que Lucas iba a aprender a ser vampiro por mí, yo aprendería a ser espectro por él. Eso significaba dominar la capacidad de rondar por distintos lugares.
Ya controlaba lo básico: hacerme invisible, aparecer de forma nebulosa y, si llevaba la pulsera o el broche, recuperar la apariencia sólida de cuando estaba viva. Desplazarme de un lugar a otro me exigía cierta concentración, pero era factible.
Con todo, vagar por la Academia Medianoche iba a resultar algo mucho más difícil. Necesitaba averiguar en qué sitios podía circular por los pasillos y en cuáles no. El rastro de escarcha que dejaba por donde pasaba indicaba la presencia de un espectro para los demás estudiantes y profesores, y yo no sabía si podían considerar hacer otra cosa aparte de gritar, pero tampoco quería averiguarlo.
Resultaba aterrador pasar revista a las múltiples maneras en que todo podía salir mal. Sin embargo, posponerlo significaba dejar solo a Lucas, y eso era algo que no podía hacer.
Cuando entró en la escuela, lo seguí. Atravesar las pesadas puertas de madera fue fácil, tal vez porque, como yo, en algún momento habían estado vivas. De nuevo entré en el vestíbulo principal de la Academia Medianoche. Docenas de estudiantes se agolpaban allí, todos vestidos con el uniforme con el blasón de la escuela: un escudo con dos cuervos situados a cada lado de una espada. Para mi asombro, me sobrevino una oleada de nostalgia. Puede que fueran pocas las ocasiones en que me había sentido feliz en Medianoche, pero al menos alguna vez sí me había sentido así. Allí me había enamorado y había hecho muchos buenos amigos. Allí era donde había vivido.
Sin embargo, mi felicidad solo duró hasta que volví a centrarme en Lucas. Nadie lo atacó ni le dijo nada, lo cual debía entenderse como algo positivo, ya que, al parecer, el discurso de la señora Bethany había surtido efecto. Pero, pese a que nadie tenía la intención de matar a Lucas, tampoco había nadie dispuesto a perdonarlo y olvidarlo. Todos los estudiantes vampiros lo miraban con un desprecio patente. Aunque eso no iba a detener a Lucas —las miraditas no lo amedrentaban—, tampoco significaba que le gustase.
«Lo hemos animado a venir porque queríamos que se sintiera cómodo siendo vampiro —me dije—. Pero ¿cómo va a lograrlo si todo el mundo lo rechaza?».
Cada vez que pasaba junto a un alumno humano, se le tensaba todo el cuerpo; yo lo advertía por la postura de los hombros y la expresión de su cara. De todos modos, Lucas no los miraba directamente y no aminoró el paso en ningún momento. Su decisión era tan fuerte como su voracidad, al menos por ahora.
Lucas prosiguió la marcha y se encaminó hacia la torre norte, donde se alojaban los chicos. Yo seguí junto a él. Unas láminas de hielo cristalizaron en un alféizar cercano, de modo que me apresuré a elevarme un poco más. Hasta que aprendiera a no crear escarcha, tal vez sería preferible que permaneciera en lo alto, donde había menos posibilidades de que alguien reparara en mi presencia.
De pronto surgieron murmullos entre la multitud, como si hubiera algún alboroto. Bajé la vista y vi que los estudiantes se apartaban, que alguien se abría paso entre ellos para acercarse a Lucas. Al parecer, la señora Bethany no había logrado aplacar a todo el mundo.
Me encogí en un rincón. Lucas ladeó la cabeza, percibiendo el peligro antes de verlo, y volvió la cara hacia su posible atacante. Me dije que seguramente sería un vampiro joven, que solo había ido a Medianoche a pasárselo bien, y que estaba dispuesto a volver a convertirse en un asesino a la primera oportunidad, como Erich, aquel imbécil que había acechado a Raquel durante nuestro primer año en el internado. Lucas podía hacerle frente a alguien así con facilidad. Yo lo sabía.
Pero cuando apareció el atacante, era alguien a quien Lucas no podía enfrentarse. Alguien a quien yo no podía enfrentarme.
Era mi madre.
Mi madre se plantó delante de él con los puños apretados y la mirada salvaje.
—¿Es cierto? ¡Dímelo! —Le temblaba la voz—. Quiero que me mires a la cara y me digas si es cierto.
Era como si a Lucas le hubieran asestado un puñetazo en el estómago. Sin embargo, cuando fue a hablar, Balthazar se abrió paso hasta ellos y tomó a mamá del brazo.
—Aquí no. —Su voz infundía tranquilidad.
Mi madre ni siquiera volvió la cabeza, como si no pudiera ver u oír a Balthazar; sin embargo, al cabo de un momento, asintió y se dirigió con aire ofendido hacia la escalera. Era como si desafiara a Lucas a no seguirla, pero él lo hizo. Balthazar se dispuso a acompañarlos, pero mi madre le dirigió una mirada que lo dejó inmóvil en la escalera.
Condujo a Lucas hasta un pequeño despacho que había en la segunda planta. Yo fui con ellos, aunque no tenía ningunas ganas de oír lo que sabía que vendría a continuación.
En cuanto él hubo cerrado la puerta tras de sí, mi madre repitió:
—Dime que es cierto, Lucas.
—Es cierto —dijo Lucas. Parecía más muerto que la noche en que fue asesinado—. Bianca murió.
Mi madre trastabilló hacia atrás, como si alguien le hubiera hecho dar vueltas hasta marearse. El rostro se le descompuso entre lágrimas.
—Se suponía que iba a vivir para siempre —susurró—. Bianca iba a ser nuestra niña para siempre.
—Señora Olivier, lo siento muchísimo.
—¿Que lo sientes? ¿Tú lo sientes? Tú convenciste a nuestra hija para que abandonara su hogar y a sus padres y renunciara a la inmortalidad que le correspondía por nacimiento, y entonces muere, se marcha para siempre. ¿Y lo único que sabes decir es que lo sientes?
—¡No puedo decir otra cosa! —exclamó Lucas—. No hay palabras para ello. Habría muerto por ella. Lo intenté. Fracasé. Y me odio por ello. Si pudiera retroceder en el tiempo lo haría, pero, pero… —Su voz se ahogó en un sollozo. Se recompuso y logró decir—: Si quiere matarme, no me defenderé. Ni siquiera la culpo por ello.
Mi madre negó con la cabeza. Las lágrimas le surcaban el rostro, y tenía adheridos a las mejillas sonrosadas unos cuantos mechones de su cabello color caramelo.
—Si te odias tanto como dices, si la querías solo una décima parte de lo que nosotros la queremos, entonces te mereces la inmortalidad. Mereces vivir para siempre, sufrir para siempre.
Lucas también lloraba, pero no bajó la cabeza en ningún momento, forzándose a sostener la mirada de mi madre. Aquello era insoportable para mí.
No era culpa de Lucas. Era culpa mía.
Por un segundo, sopesé la posibilidad de aparecerme en el despacho. Si mamá veía que algo de mí seguía vivo, tal vez no sufriría tanto. Pero en ese momento me sentí demasiado avergonzada por haberle hecho tanto daño como para mostrar mi rostro.
—Esto no quedará así —dijo mamá.
Se abrió paso junto a Lucas sin mirarlo y salió al pasillo. Él se desplomó en el asiento más cercano. Me habría gustado materializarme y consolarlo, pero tenía la impresión de que en ese momento verme como espectro no sería un consuelo para Lucas.
Y yo aún tenía algo que hacer.
Seguí a mi madre por los pasillos. Se enjugó las mejillas, pero por lo demás no intentó ocultar el hecho de que había estado llorando. Algunos estudiantes, tanto humanos como vampiros, la miraban con curiosidad, pero a ella no parecía importarle.
Tomamos la escalera de caracol de la torre sur, en dirección al piso de mi familia. Mi padre estaba tumbado en el sofá, con los brazos cruzados y la mirada perdida. No miró a mi madre cuando entró. Él había puesto uno de sus discos viejos, uno que yo conocía, con temas de Henry Mancini que me gustaban mucho de pequeña. Audrey Hepburn cantaba Moon River.
—Es cierto —dijo mamá con voz apagada.
—Lo sé. Creo, creo que ya hace tiempo que lo sé. Solo que no quería…
Papá cerró los ojos con fuerza, como si quisiera alejarse de mamá, del recuerdo y del resto del mundo.
Mi madre se tumbó en el sofá junto a él y lo abrazó. Cuando apoyó la mejilla en el cabello rojizo oscuro de él, los hombros de papá empezaron a agitarse por efecto de sus intensos sollozos.
Yo no podía soportarlo más tiempo. Por muy avergonzada que me sintiera, por muy duro que fuera, no podía ser peor que ver cómo sufrían. Había llegado el momento de aparecerme ante ellos, de explicarles lo que había ocurrido.
Pero cuando me disponía a materializarme, cuando ya me esforzaba por encontrar las palabras que decir, mi madre exclamó con voz ahogada:
—¡Malditos espectros!
Me quedé helada.
—Es culpa de ellos —prosiguió—. Lo que le ocurrió es culpa de ellos.
Papá intensificó su abrazo.
—Lo sé, cariño. Lo sé.
—Los odio. Los odio a todos. Mientras yo siga en este mundo, nunca dejaré de odiarlos…
De nuevo su voz quedó sumida en sollozos.
Odiaban a los espectros, por haberme poseído, por encantar Medianoche, por el simple hecho de existir. Si me aparecía, dejarían de verme como su pequeña. Sería un monstruo. Igual que Lucas ya no era más que un monstruo para Kate.
Nunca había sabido lo mucho que necesitaba que me amaran hasta que perdí ese amor.
Así que no me aparecí ante ellos. ¿Cómo hacerlo? Por imposible que pareciera, no habría hecho más que empeorar las cosas para ellos y para mí. Comparado con eso, morir había sido fácil. Sin embargo, me quedé ahí un buen rato, viendo cómo lloraban. Merecía verlo.
Lloraron hasta caer dormidos, pero yo no podía marcharme. Durante un rato, vagué por mi antigua habitación. Al parecer, la mayoría de las pertenencias de mi familia habían sobrevivido al incendio, porque muchas de mis cosas continuaban allí. El beso de Klimt seguía colgado de la pared, reluciente; los amantes ideales que, en mi mente, nos representaban a Lucas y a mí.
«Volveremos a estar así —me dije—. Encontraremos el modo».
Atravesé la ventana, sin preocuparme por la escarcha y me senté de nuevo junto a mi vieja amiga la gárgola. Sus alas de piedra eran del mismo color que aquel anochecer gris de otoño.
—¿Te acuerdas de la vez que hablamos aquí?
Sorprendida, me volví y me encontré a Maxie sentada a mi lado; de hecho, a unos centímetros del borde, aunque cuando se es espectro la gravedad no es algo que importe. Ella sonreía como si aquel fuera el mejor día de su vida.
—Maxie, ¿qué haces aquí?
—Hummm… ¿Saludarte? Como la última vez que nos encontramos aquí. Tú pensando en cómo empañar el cristal para que yo pudiera escribir en él. Entonces fue cuando me di cuenta de que tal vez no eras una idiota sin remedio.
Había empañado el cristal con mi aliento, un truco que nunca podría volver a hacer.
—Mira, no te lo tomes a mal, pero la verdad es que ahora mismo no estoy para bromas.
—Déjate de rebotes, muertecilla viviente.
—Maxie, no.
No podía sentirme satisfecha de ser un espectro, ni de estar muerta después de haber visto lo que mi muerte había hecho a mis padres.
—No estás sola, ya lo sabes.
Maxie intentó sonar natural, pero yo sabía que se estaba esforzando en ayudar. Tras décadas apartada del mundo de los vivos excepto por las visitas a Vic, no era muy buena en cuestiones de interacción social.
—No tienes que temernos.
Pero los temía. Ir a «charlar con Christopher» me sonaba a aceptar mi muerte y en ese momento no podía hacerlo.
—Esta noche no, ¿vale?
Ella vaciló, claramente decepcionada, pero luego se desvaneció.
Al cabo de un segundo, me di cuenta de que Maxie tenía razón en una cosa: era hora de dejar de lamentarme e ir con Lucas. Tal vez ahora ya estuviera preparado para volver a verme, tanto si era un espectro como si no.
Resultó que el modo más fácil de descender era algo así como fundirme en la pared de la torre, con los sillares de piedra recorriéndome el cuerpo. En cuanto llegué al tejado nuevo, noté que era mucho más resistente a los espectros que antes, pero podía entrar a través de la puerta delantera o por la mayoría de las ventanas. Entré y salí a toda velocidad, a la vez que memorizaba los caminos por si más adelante los necesitaba.
De vez en cuando notaba una pequeña sacudida de energía a mis espaldas, o en un rincón opuesto, y pensé que era Maxie, que me seguía. Pero entonces me di cuenta de que no se trataba de ella.
Había otros espectros.
«¿Christopher?», me pregunté con un estremecimiento. Él era el único espectro al que había visto en Medianoche. Sin embargo, la suya era una presencia poderosa e inconfundible que no percibía entonces. Había varios espectros: dos, tres, cinco, diez, tal vez más. Apenas eran pedazos diminutos de niebla, céfiros intuidos, muy posiblemente invisibles también a todo aquel que no fuera espectro. Me acordé de cuando yo era vampiro, de que percibía sin más la proximidad de uno de los míos, tanto si lo veía como si no. Yo no veía en realidad a aquellos espectros, sino más bien el rastro que dejaban a su paso, pero sabía que estaban allí.
Era evidente que el plan de la señora Bethany de atraerlos por medio de los alumnos humanos había surtido efecto.
«Siempre quisimos saber por qué cazaba espectros —me dije—. Creo que pronto lo averiguaremos».
Me deslicé por la torre norte, investigando conforme me iba desplazando. Vi sobre todo a vampiros que holgazaneaban en sus habitaciones, saboreaban sangre y fanfarroneaban sobre el sexo que habían tenido durante las vacaciones de verano, y algunas habitaciones en las que eran humanos los que holgazaneaban, saboreaban patatas fritas y fanfarroneaban, con menos éxito, del sexo que habían tenido durante las vacaciones de verano. De haber tenido cuerpo, se me habrían quedado los ojos como platos.
Entonces llegué a una habitación donde los dos moradores estaban sentados a ambos lados de un tablero de ajedrez. Sonreí.
—El peón ahora es la reina, pequeño —dijo Vic—. ¡Toma ya!
—Tu espíritu es tan malo como tus estrategias. —Ranulf frunció el entrecejo mientras pensaba qué pieza mover a continuación.
Me hice presente con solo desear adoptar una forma visible. Tanto Vic como Ranulf dieron un brinco, pero luego sonrieron ambos.
—¡Hola, doña espectro!
Vic se levantó de su asiento, como un caballero de los de antes.
—¿Cómo va todo?
—No es para tirar cohetes —admití—. ¿Y qué tal vosotros?
—Estamos compitiendo por la apetecible litera más alejada de las ventanas, la que tendrá menos corriente de aire en invierno —dijo Ranulf—. Además, el iPad de Vic se empleará para ver la película que elija el ganador. Hay mucho en juego.
—En otras palabras, todo va bien. —Vic se interrumpió—. Por lo menos en esta habitación. En la sexta planta encontrarás a dos tipos que se lo están pasando de lo lindo.
—¿La señora Bethany ha permitido que compartan habitación?
Balthazar había dicho que se lo propondría, y, dada la actitud de los otros vampiros hacia Lucas, resultaba lógico que la señorita Bethany hubiera accedido. De todos modos, me tranquilizó verlo confirmado.
—Bueno, en todo caso, algo es algo.
Por unos segundos, Vic permaneció anormalmente callado. Evitó mi mirada y se dedicó a escrutar el póster anticuado y kitsch de Elvis Presley que había colgado en la pared. Luego dijo:
—Debería haberme presentado voluntario para compartir habitación con Lucas. Necesita tener a sus amigos a su lado, lo sé, pero es que…
—No, Vic, tranquilo. Lucas debe estar con Balthazar porque le surgirán muchas dudas que solo un vampiro con más experiencia puede resolver.
Había otros motivos por los que Vic no necesitaba compartir habitación con Lucas en ese momento, pero recordárselos no hacía bien a nadie.
—No es eso lo que quiero decir. Quiero que Lucas sepa que creo en él, ¿sabes?
—Lo sé, pero dale tiempo. No te precipites.
Vic asintió y no dijo nada más. La situación parecía a punto de volverse incómoda cuando Ranulf deslizó triunfalmente su reina por el tablero.
—Creo que la litera de arriba será mía.
—¡Oh, no, tío!
Vic hizo una mueca y tuve que sonreír a pesar de mi estado. Tras despedirme con un gesto, me volví a desvanecer y subí más arriba, a la sexta planta. Después de mirar por unas cuantas habitaciones, encontré la de Lucas y Balthazar. Los dos dormían ya.
No era raro que estuvieran ya en la cama: aquel día había tenido que ser agotador y traumático para ambos. No creí que hubieran abierto siquiera su equipaje. El lado de Lucas era tan espartano como siempre, y Balthazar parecía haber dejado de instalarse en el momento en que había colocado una cajetilla de cigarrillos y un mechero en el alféizar de la ventana. Balthazar, casi demasiado corpulento y alto para caber en la litera, estaba hecho un ovillo de cara a la pared. Lucas, siempre en actitud de lucha, dormía boca arriba, con las manos grandes y cubiertas de cicatrices encima del edredón, para poder asir el arma al instante en caso necesario. Las únicas veces en que dejaba de lado esa costumbre eran las noches en que dormía abrazado a mí.
Pese a que sabía que necesitaban descansar, me sentí mal por no haber podido ver de nuevo a Lucas, aunque solo fuera para decirle buenas noches.
Luego me acordé de algo que Maxie me había enseñado antes de la muerte de Lucas y sonreí. Tal vez le podría dar las buenas noches a fin y al cabo.
Me concentré en el cuerpo dormido de Lucas con la esperanza de que estuviera soñando. Si no lo recordaba mal, era como zambullirse en una piscina: meterse hacia abajo, hacia dentro, toda yo convertida en una sola línea compacta.
Al instante me encontré sumida en el sueño de Lucas.
El entorno me resultaba familiar: era la habitación de los archivos situada en lo alto de la torre norte. Algunas telarañas rotas nublaban los rincones de la estancia, y había unas páginas de color sepia diseminadas de un lado a otro. La señora Bethany solo la usaba para archivar aquello que ya no necesitaba, cuadernos de notas de 1853 y cosas por el estilo.
Sin embargo, en los últimos años, habían ocurrido muchas cosas en ese lugar. Allí Lucas había luchado y matado a Erich, el vampiro que acechaba a Raquel. Allí Balthazar y yo habíamos buscado pistas sobre el plan final de la señora Bethany. Y era allí donde Lucas y yo nos habíamos reconciliado después de que él se hubiera enterado de que yo era hija de vampiros. Él me había aceptado tal como era, del mismo modo que yo lo había aceptado a él.
«Algo bueno —me dije—. Sobre todo considerando la de cosas que han cambiado desde entonces».
Lucas permanecía de pie junto a la ventana mirando el cielo nocturno. Llevaba el cabello un poco más largo, como cuando nos conocimos. Sonreí al darme cuenta de que yo ahora tenía cuerpo, o lo que fuera que uno tenía en el mundo de los sueños. Eso significaba que podía tomar a Lucas en mis brazos, y que podíamos compartir todo aquello de lo que nos veíamos privados en nuestras horas de vigilia. En sueños, podríamos estar solos y a salvo.
En cuanto me aproximé a él, observé que llevaba una estaca en la mano. «Qué raro», me dije. Entonces se abrió la puerta que teníamos detrás.
«Toc, toc».
Para mi asombro, Erich entró por la puerta.
—¿Raquel? Gracias por la invitación. Sabía que no podías esperar para verme.
Su expresión anhelante cedió al enojo cuando vio a Lucas en la ventana. No sabría decir si a mí me veía o no.
—¿Qué diantre pintas tú aquí?
—Esperando a ver si he imitado lo bastante bien la letra de Raquel para hacerte subir hasta aquí —dijo Lucas.
Pasó a través de mí sin dirigirme una sola mirada. Por lo visto, yo no intervenía en el sueño.
—Y parece que así ha sido.
—¿Así que me has gastado una especie de broma estúpida? ¿Acaso eres maricón o algo así?
—Si lo fuera, sería tu día de suerte. —Lucas rodeó a Eric con todo el cuerpo tenso y dispuesto. En cuanto estuvo entre él y la puerta, dejó que Erich viera la estaca—. Pero no es tu día de suerte.
—La Cruz Negra —masculló Erich.
—Vampiro —dijo Lucas con una rabia tan intensa que parecía reverberar en sus huesos.
Arremetieron el uno contra el otro, presa y cazador. Grité cuando cayeron al suelo mientras las manos de Erich se cerraban en torno a la garganta de Lucas. Jamás había dudado de que Lucas había hecho lo que tenía que hacer, pero nunca me había dado cuenta del peligro al que se había expuesto. ¡Qué temor debía de haber sentido para seguir teniendo pesadillas!
Mientras Lucas y Erich forcejeaban, la pulsera de cuero rojo de Raquel cayó al suelo. Seguramente estaba en el bolsillo de Erich. Lucas echó bruscamente a un lado a Erich y dijo con voz entrecortada:
—¿Así que ahora te llevas recuerdos? ¿Marcas a la presa?
—Raquel será mía —replicó Erich. Los colmillos desplegados le deformaban la sonrisa—. Hace semanas que la tendría si esa estúpida novia tuya no se hubiera entrometido.
—Entonces, llego justo a tiempo.
Lucas le propinó una patada a una de las altas pilas de cajas viejas que se desplomaron sobre Erich. Sin embargo, este, como cualquier monstruo de pesadilla, de pronto aparecía en otro lugar y atacaba a Lucas desde otra dirección.
—¿No sabes que tu novia también es una de nosotros? —le provocó Erich mientras asía a Lucas por la garganta—. ¿O eres tan estúpido como para no darte cuenta de que te estás tirando a un vampiro?
—¡Deja a Bianca fuera de todo esto! —exclamó Lucas con voz ahogada mientras se apartaba de él.
Erich se limitó a sonreír.
—No pienso dejarla fuera. De todo lo que yo te haga aquí arriba, ella recibirá el doble. Antes de que termine, tú estarás muerto, y ella, peor que muerta. Mucho peor.
Aquello hizo perder los estribos a Lucas; su concentración en la lucha flaqueó al dejarse llevar por la ira.
—Nunca permitiré que le hagas daño.
Arremetió contra Erich con un golpe salvaje. Este se zafó con la velocidad extraordinaria de las pesadillas.
«Es un sueño —me obligué a recordar—. Puedes aparecerte en los sueños de Lucas. Entra y cámbialo. Elimina este sueño, hazlo por los dos».
—¿Lucas? —exclamé mientras me atrevía a entrometerme en la pelea. No parecía que Erich pudiera herirme—. Lucas, soy Bianca. Mírame. ¡Mírame!
—Yo diría que está ocupado —dijo Charity.
Me volví y me la encontré sentada sobre otro montón de cajas, con un vestido de color grisáceo y el cabello revuelto y enmarañado. Tal como estaba, podría haber pasado por una de las gárgolas, la más monstruosa posible. Charity me sonrió; los ojos le brillaban en la oscuridad como si fuera un gato.
Lucas, claro está, también soñaba con ella. Ella lo había matado. Me pregunté cuántos monstruos más tendría que eliminar de los sueños de Lucas para obtener unas pocas horas para nosotros.
—¡Lucas! —grité.
Me metí en la pelea, interponiéndome entre Lucas y Erich.
—¡Mírame!
—¿Bianca? —Lucas estaba horrorizado—. ¿Qué haces aquí?
Eric me tomó por detrás con sus manos, fuertes como el hierro.
—¡Eh, Lucas! ¿Quieres ver cómo sufre tu novia?
—¡No!
Lucas me agarró y me echó atrás. La pelea parecía totalmente real.
—Lucas, no puede matarme —le dije, al tiempo que intentaba librarme de Erich. Sus dedos parecían garras clavándose en mi carne; resultaba difícil pensar que todo aquello no era real—. Y tampoco puede hacerte daño a ti. Es un sueño. ¿No te acuerdas?
No me oía. Era presa del pánico, y temía más por mi vida que por la suya.
—¡Bianca, aguanta!
Lucas seguía intentando clavarle la estaca a Erich, pero este me zarandeaba de un lado a otro, sirviéndose de mi cuerpo para impedirlo.
—Serás tú quien la mate, cazador. —Se mofó Erich—. La quemarás para aplacar el dolor. ¿Recuerdas los viejos cuentos que te contaban en la Cruz Negra? ¿Lo de la peor tortura que puedes infligir a un vampiro? Empapar las estacas en agua bendita y clavarlas profundamente para que el agua pase a la sangre. De este modo quedan paralizados para siempre. No pueden despertar, ni moverse. Se quedan tumbados con la sensación de estar ardiendo por dentro para toda la eternidad.
—Nunca he hecho tal cosa —respondió Lucas con la respiración entrecortada—. Ni siquiera a la chusma como tú. En tu caso, me limitaré a matarte.
—Yo lo probaré.
Erich hablaba muy cerca de mi cara; sentía en la nuca su frío aliento de no muerto.
—Se lo haré a Bianca. Será como la Bella Durmiente, aunque tú sabrás que no duerme. Sabrás que se consume para siempre. Nadie podrá oír sus gritos, pero apuesto a que tú sí.
—No tendrás ocasión —le replicó Lucas, aunque yo me di cuenta de que su temor había aumentado. Si estaba en juego su vida, era capaz de mantenerse sereno; si se trataba de mí, perdía los nervios.
Finalmente embestí y conseguí librarme de la presa de Erich. Sentí en el hombro unos arañazos que me produjeron un intenso dolor. Supuse que se trataba de las uñas de Erich. Pero no hice caso y caí. Lucas se lanzó contra Erich y ambos cayeron. Entonces la lucha se volvió feroz, y la sangre de las heridas salpicó la pared de piedra.
La sangre plateada y brillante se me escurría entre las yemas de los dedos. Reluciente, se mezclaba en el suelo con la sangre roja de Lucas de un modo que resultaba hermoso, casi hipnótico.
«¡Lárgate de aquí!», me dije. Estaba muy asustada.
—Oh, ¡esto ha sido divertido! —Charity se reía desde su sitio en lo alto de las cajas. Batía las palmas como una niña pequeña viendo llegar su pastel de cumpleaños—. ¡Sálvala, Lucas! ¡Sálvala mientras puedas! O… ¿es que no puedes, quizá?
La cara de Lucas adoptó una expresión que reconocí a pesar de haberla visto solo en una ocasión. Nunca la olvidaría: era la misma mirada de auténtico suplicio que tenía junto a mi lecho de muerte el día en que morí.
Entonces me di cuenta de que no lo podría sacar de aquel recuerdo. No podía hacer nada en ese sueño, salvo convertirlo en algo más aterrador para Lucas. Tenía que marcharme.
Me alejé de aquella visión. Me aparté de él. Cuando volví a ver, me encontré de pie en su habitación a oscuras, junto a su cama. Lucas se agitó entre las sábanas, y luego se desplomó pasando de la pesadilla a un descanso más profundo y sin sueños.
«Al menos ha terminado», me dije. Sin embargo, incluso con mi apariencia etérea sentía dolor físico, algo que no me había ocurrido nunca. Confusa, me miré el hombro escocido y dolorido.
En mi piel todavía podían apreciarse las señales de los arañazos de Erich, y en cada una de ellas brillaban unas gotas de sangre plateada.