5

—Un descanso —dije cuando entramos en la habitación de un hotel del centro de Filadelfia que Balthazar había pagado. Resultaba ridiculamente lujosa, con edredones blancos de algodón en camas altas de plataforma; demasiado pulcra para seres no muertos manchados de sangre seca—. Los dos necesitamos un descanso.

—¿Puedes dormir? —preguntó Lucas.

Había vuelto a beber durante el trayecto, varios litros, y tenía el aire aturdido de quien ha comido en exceso, como mamá y papá en Acción de Gracias. Habíamos tenido que darle todo lo que fue capaz de tomar; era el único modo de asegurarnos de que pasaría por el vestíbulo del hotel sin atacar a nadie. No tardaría en caer rendido.

—No estoy segura de que los espectros necesitemos dormir. A veces tengo la sensación de que necesito algo así como… desvanecerme. Pero no es exactamente lo mismo.

—¿Adonde vas cuando te desvaneces?

Me encogí de hombros. Había muchas cosas que yo aún no sabía sobre mi nueva condición.

—A algún sitio del que puedo volver. Eso es lo único que importa.

Él asintió con cansancio. Al otro lado de la fina pared del hotel, oí a Balthazar despojándose de la ropa con brusquedad en la habitación contigua. Habíamos decidido pasar allí los últimos días antes de comenzar el semestre, porque los padres de Vic estaban a punto de regresar de Italia. Él ya iba a tener bastantes problemas para explicar el mal estado del césped de la parte delantera del jardín para que su madre y su padre descubrieran además a una plaga de vampiros en el sótano.

Por otra parte, debíamos mantenernos un poco alejados de Vic. De mutuo acuerdo, él y Lucas no se habían visto las caras desde el ataque. Aunque estaba claro que Vic se esforzaba por hacerse a la idea y asumir lo ocurrido, también era evidente que ello le llevaría un tiempo.

—¿Por qué tenemos que dormir los vampiros? No tiene mucho sentido.

Lucas se quitó las botas y los vaqueros. Al verlo solo con sus bóxers y la camiseta interior, me di cuenta de que su cuerpo había adoptado la belleza escultural de los vampiros. La camiseta acentuaba todos y cada uno de los fornidos músculos de su pecho.

El hecho de haber perdido mi cuerpo mortal no me impedía sentir deseo.

Apagué la lamparita que había junto a la ventana y corrí las cortinas para evitar que entrase el sol de la mañana. Aunque Lucas había comido lo bastante para que la luz no lo lastimara, era muy posible que el resplandor le molestara.

—Mi madre decía que los vampiros duermen por costumbre, que el cuerpo continúa haciendo lo que sabe que debería hacer. ¿Te has dado cuenta de que has vuelto a respirar? No dejarás de hacerlo, aunque estés profundamente dormido.

—Y eso a pesar de que nunca volveré a necesitar aire.

Lucas lo dijo con tono de chiste, pero no tuvo gracia. Me percaté de que se acababa de dar cuenta de que nunca más experimentaría el alivio de una buena y profunda inspiración, o de un suspiro sentido.

Se dejó caer en la cama, hundiéndose agradecido entre las almohadas de plumas. Seguramente podría haberse quedado dormido en segundos, pero yo tenía otros planes.

Quizá la voracidad de Lucas se podía canalizar de otro modo. Con otras necesidades. Con cosas con las que ser voraz no sería un problema, sino más bien lo contrario.

Intenté desabrocharme sigilosamente los pantalones del pijama de nubes blancas. Como en realidad no eran prendas sino más bien un recuerdo de las mismas, no estaba segura de poder quitármelas.

Pero lo hice. El pijama quedó arrugado en el suelo y, en cierto modo, desapareció. Deseé que regresara… aunque más tarde. Si todo iba bien, no iba a necesitarlo durante un buen rato.

Lucas enarcó una ceja.

Cuando me metí en la cama a su lado, sonrió levemente, la primera señal de satisfacción auténtica que veía en él desde su resurrección.

—¿Todavía podemos? —murmuró—. ¿Tú y yo?

—Averigüémoslo.

Me estrechó entre sus brazos. Aunque estábamos fríos al tacto, aquello resultaba natural para él y para mí, para los nuevos seres en que nos habíamos convertido. Unas delicadas líneas de escarcha bordeaban las sábanas que nos envolvían mientras nuestros labios se encontraban suavemente. Al principio, Lucas se sentía muy inseguro de sus reacciones y yo experimenté una ternura infinita hacia él.

Como si lo único que quisiera hacer fuera envolverlo, como una manta, y protegerlo de cuanto habíamos sufrido.

Él abrió la boca bajo la mía mientras enredaba los dedos en mi pelo. Lo único que yo llevaba puesto era la pulsera de coral que me mantenía corpórea y que hacía que todo aquello fuera posible.

«Lo hemos conseguido —me dije. Todos los obstáculos a los que nos habíamos enfrentado parecían haber desaparecido—. Hemos vuelto a donde empezamos. La muerte no ha podido arrebatarnos esto».

Nuestros besos eran cada vez más intensos y profundos. Las manos de Lucas seguían siendo sus manos, fuertes y conocidas. Me acariciaba del mismo modo. Yo experimentaba el placer de forma distinta; todo resultaba más suave, más difuso y, sin embargo, completo; y eso se debía, precisamente, a nuestra transformación. Conforme iba adquiriendo confianza y la pasión crecía entre nosotros, era como si mi gozo circulara a través de los dos.

Me puso boca arriba, pero entonces le cambió la expresión. Vi sus colmillos, comprendí y sonreí. Yo también sentía la necesidad de morder, no con la intensidad de otros tiempos, porque ahora no necesitaba sangre, pero en todo caso para mí sexo y colmillos siempre estarían unidos.

—Está bien —susurré contra su cuello mientras lo besaba—. Puedes tener hambre de esto.

—Sí —dijo él con voz ronca. Clavó sus ojos verdes en mí, en una súplica desesperada.

—¿Necesitas beber? —Me arqueé contra él y dejé caer la cabeza hacia atrás, dejando a la vista mi garganta. Lucas contuvo un grito—. Bebe de mí.

Con un gemido, hundió los dientes en mi cuello. De nuevo sentí el dolor verdadero de cuando se tiene un cuerpo, y eso solo ya resultó en cierto modo placentero. Lo agarré con fuerza por la espalda, rendida a sus ansias…

… y entonces se apartó bruscamente de mí gritando de dolor.

—¿Lucas? —Me incorporé apretando la sábana contra mí—. Lucas, ¿qué ocurre?

—¡Quema!

Se levantó torpemente de la cama agarrándose la garganta, tosió y luego escupió. Una sangre espectral de color plateado brilló en el suelo un instante antes de desaparecer. Noté el olor a humo y al instante encendí la lamparilla de noche; en la alfombra había un par de señales de quemaduras. Luego observé que las sábanas también estaban quemadas, había unas manchas de color café en el punto donde mi sangre había caído. Me llevé la mano a la garganta, pero la herida ya estaba cicatrizando. La piel se me cerraba bajo las yemas de los dedos, dejándome una sensación de hormigueo.

Durante unos segundos, nos quedamos mirándonos. Lo único que se me ocurrió decir fue:

—Ahora ya sabemos por qué los vampiros no beben sangre de los espectros. —Sí.

Lucas se estremeció de dolor al hablar, y su voz se volvió ronca. Caí en la cuenta de que tenía quemaduras en los labios, la lengua y la garganta. Como era vampiro, se curaría pronto, pero no de forma instantánea. En ese momento, cualquier punto que tocásemos no era más que una fuente de dolor para él.

Tal vez viera la lástima en mis ojos, porque volvió la cabeza.

—Deberíamos dormir.

Abrió las sábanas de la otra cama.

—Lucas, estar juntos no siempre implica beber sangre. No lo olvides.

—Lo sé. —Se tumbó pesadamente en la otra cama, como si no pudiera soportar su cuerpo por más tiempo—. Bueno, ya encontraremos el modo.

Aunque quise contestar, me di cuenta de que no era el momento. Me limité a apagar de nuevo la luz y volví a escurrirme debajo de las sábanas, sintiéndome fría y sola en aquella cama ancha. Al cabo de unos segundos, me pareció innecesario mantener una forma sólida, así que me quité la pulsera y me sumergí en el vacío azulado y nebuloso.

Y pensar que había creído que la muerte no podía arrebatarnos nada…

—Es la última oportunidad para cambiar de idea —dije unos días más tarde, la mañana del primer día de clase mientras Lucas recogía sus escasas pertenencias. Por un instante, lamenté la ocurrencia; sería desastroso que Lucas cambiara de opinión, pues no habíamos elaborado un plan B.

Lucas, sin embargo, intentó seguir la broma.

—Bueno, y yo siempre quise conseguir un título. Supongo que después de la muerte también valdrá, ¿no? —Trató de sonreír para mí, pero sin mucho éxito—. ¿No te resulta raro no ir a clase?

En ese momento caí en la cuenta de que había muerto como una alumna fracasada de tercer año.

—Sí, un poco.

Aquellos días no habían resultado fáciles para nosotros. Habíamos tenido que sobrealimentar a Lucas con sangre, y él se negaba a salir de la habitación la mayor parte del tiempo. Yo me había aprendido de memoria el horario de las camareras del hotel, de modo que Lucas pudiera evitarlas. Él seguía pensando que Medianoche era un lugar demasiado peligroso para mí, y yo no sabía si darle la razón. Sin embargo, ¿qué otras opciones teníamos?

La luz del alba iluminaba los bordes de la cortina de la ventana cuando Lucas se puso el jersey del uniforme. Balthazar había pedido el uniforme de ambos por internet. Lucas se había vuelto algo más alto y bastante más musculoso que cuando había sido estudiante en Medianoche, así que el jersey le quedaba un poco ceñido, pero le sentaba muy bien.

—Estás muy guapo —dije—. Tu aspecto me recuerda a cuando nos conocimos.

—Cuando intentaba salvarte de los vampiros. —Lucas calló, luego se me acercó y me puso una mano en la mejilla—. Sabes que solo hago esto para poder volver contigo. Para merecerte, para aprender a actuar. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé.

—Y tú tendrás cuidado, ¿verdad? No correrás riesgos en Medianoche.

—Seré muy prudente.

Le cogí la mano y le besé la palma. A continuación, me quité la pulsera de coral y plata y me volví semitransparente mientras la depositaba en las manos de Lucas.

—Lleva esto contigo. Ya la cogeré allí.

—¿No quieres llevártela por si acaso? No te puedes permitir perderla, y llevo tu broche en mi bolsa.

—No puedo llevarla conmigo —le expliqué—. Cuando me vuelvo incorpórea para viajar no puedo llevar nada físico. Además, en ningún lugar estará mejor que contigo.

Le cerré la mano en torno a la pulsera.

Él se inclinó hacia delante, como para besarme. Como yo me había vuelto incorpórea y solo era ya una sombra suave de neblina azulada con la forma vaga de mi cuerpo, nuestros labios no pudieron tocarse.

Sin embargo, algo de Lucas me atravesó, provocándome un cosquilleo suave y agradable que me hizo estremecer en el punto justo donde nuestro beso debería haberse materializado.

Pero cuando empezaba a sonreír, se oyó un golpeteo en la puerta. Era Balthazar: debíamos irnos.

Después de que emprendieran el largo trayecto desde Filadelfia, yo me dispuse para hacer mi propio viaje. Maxie me había explicado que los espectros nos vinculábamos a lugares y objetos concretos que durante nuestra vida habían sido significativos para nosotros. Siempre podíamos llegar a ellos, por muy lejos que nos encontrásemos. Yo no estaba segura de cuáles eran todos esos lugares en mi caso, aunque tenía algunas ideas: el viejo arce de Arrowwood donde me gustaba jugar de niña; el cine al que acudimos Lucas y yo en nuestra primera cita y tal vez la bodega donde habíamos vivido durante nuestras últimas semanas. Sin embargo, aquello no eran más que teorías.

El único lugar al que sabía que podía viajar era el primero al que había ido de forma accidental: la Academia Medianoche, en concreto, a la gárgola que sobresalía fuera de mi habitación.

Vagué en la oscuridad nebulosa; primero la sensación fue muy agradable, como en un sueño, muy tentadora. Pero mi mente seguía concentrada en la gárgola. Había pasado tanto tiempo contemplando aquella mueca burlona con colmillos que era capaz de describirla a la perfección: las garras pétreas, el lomo arqueado, las alas extendidas. Por un momento pensé en el tacto frío y duro de la piedra bajo mis manos…

Y lo noté.

El mundo se volvió más nítido a mi alrededor. Me encontraba posada en lo alto de la gárgola, lo cual habría sido realmente desafortunado de haber estado viva, pero ahora que podía flotar no suponía ningún problema. Unas fiorituras de escarcha se extendieron por las ventanas, proclamando la presencia de un espectro.

Me pregunté si mis padres se darían cuenta. La primera vez que había llegado hasta allí de forma accidental se habían percatado. Sin embargo, en lugar de ver que se trataba de mí, se asustaron muchísimo, pues creyeron que esa escarcha era de otro de los espectros que habían invadido Medianoche.

«No fue una invasión —me corregí—. Vinieron a causa de los alumnos. Fueron atraídos hasta aquí deliberadamente por la señora Bethany». Tenía que estar en guardia.

En el apartamento no se oía nada. Me dije que seguramente mis padres estarían abajo, ayudando a la señora Bethany en la recepción de los alumnos. Bajé la vista al suelo y vi que ya habían empezado a llegar los primeros. En esos momentos, la mayoría eran humanos; hacían demasiado ruido y parecían muy felices, aunque de vez en cuando se deslizaba sigiloso entre el grupo algún personaje pálido y vestido de negro, que parecía encajar más en ese lugar que cualquier otra persona. Y así era. Ellos pertenecían más a ese lugar. Eran los vampiros.

Rápidamente me deslicé por el muro del edificio, invisible excepto por el rastro de escarcha que dejaba a mi paso. Al principio, solo quería tener una mejor panorámica, pero luego me di cuenta de que en el internado había algo raro.

¡Como si eso fuera una sorpresa! La Academia Medianoche ya era rara de por sí. Pero había algo distinto, algo que yo nunca había percibido: parecía como si la escuela me repeliera en algunos lugares, como si intentara mantenerme alejada. Seguramente se trataba de algo que solo los espectros podían sentir. En estos puntos, me sentía como si me espiaran a través de las paredes. Movida por la curiosidad, me apresuré por el muro del edificio dejando un velo de escarcha en las ventanas. Aunque había lugares por los que podía colarme y entrar en el internado, había otros por los que no. Y uno de esos sitios, la cúspide de la torre sur, justo encima del apartamento de mis padres, me estaba totalmente vedada, de un modo que me producía escalofríos.

«Pues no vayas —me dije—. Tampoco has tenido motivos para subir ahí arriba alguna vez. Mientras puedas entrar en el edificio por algún sitio, podrás llegar a Lucas. Y eso es lo único que en verdad importa».

Con todo, me incomodaba saber de la existencia de esa extraña energía intimidatoria. Me precipité de nuevo hacia abajo, diciéndome que era preferible mantenerme alejada de allí y observar las llegadas, que era a lo que debía dirigir mi atención.

Al fijarme de nuevo en el grupo, descubrí la primera cara conocida y sentí una cálida sensación de felicidad que bien podía equivaler a una sonrisa.

¡Patrice!

Patrice Deveraux, mi compañera de habitación en mi primer año en Medianoche, salía en ese instante de un lujoso Lexus de color gris. Su uniforme de la escuela hecho a medida le daba una apariencia sofisticada y estilizada, aunque fuera vestida con una falda escocesa y un jersey, y su pelo se mecía con su rizo habitual, en un halo denso y oscuro que le favorecía mucho. Se había saltado el curso anterior para irse con su nuevo novio a Escandinavia, pero seguro que uno de los dos había puesto fin a la relación, probablemente Patrice, que consideraba a los hombres meros accesorios de moda.

Pese a su obsesión por el aspecto físico y el lujo, Patrice tenía una firmeza de carácter que me gustaba. Para mi asombro, había intentado ponerse en contacto conmigo durante el verano, después de mi huida, lo que demostraba que no era tan desconsiderada como podía parecer en ocasiones. Me reconfortó recordar que no todos los vampiros de la Academia Medianoche eran siniestros e intimidatorios. Por otra parte, aquella era la primera vez que la veía desde que había muerto. Me habría gustado decirle hola, pero eso, claro está, era imposible.

Justo antes de entrar en el edificio, Patrice se detuvo junto a la puerta y levantó la mirada, dirigiéndola exactamente hacia donde yo me encontraba suspendida. ¿Acaso podía verme? Rápidamente me di cuenta de que eso no era posible, pero la coincidencia fue asombrosa. Patrice se detuvo otro instante antes de volver a ponerse las gafas de sol y entrar.

Empezaron a aparecer más caras conocidas, tanto de vampiros como de humanos; a la mayoría no los conocía muy bien, pero había coincidido en algunas clases con ellos y habíamos charlado de vez en cuando. Entre los recién llegados había también un par de profesores, el señor Yee y el profesor Iwerebon, que saludaban a los padres. Algo asustada y a la vez esperanzada, busqué a mi madre y a mi padre, pero no habían hecho acto de presencia. Entre los estudiantes humanos no vi a ningún amigo, pero reconocí algunas caras, como Clementine Nichols, que entró en Medianoche gracias al salvoconducto del coche encantado de su familia, y Skye Tierney, que había sido la compañera de laboratorio de Raquel en el segundo año. Raquel decía que Skye era una «buena tía». Viniendo de Raquel, que por principio detestaba a todo el mundo hasta que hubiera un motivo para pensar otra cosa, aquel era un gran elogio.

Yo nunca había intentado mantener una conversación de verdad con ella, ni con mucha de esa gente. ¿Cómo preguntar a Clementine qué significaba para ella tener un coche encantado? Debería haberme acercado a la gente con más frecuencia. Nunca había sido una persona muy extravertida, pero de algún modo la muerte me había hecho sentir más sola.

Por fin apareció el coche de los Woodson y de su interior salieron Vic y Ranulf. Ambos iban vestidos con el uniforme reglamentario, aunque Vic llevaba además una gorra de los Filis de Filadelfia y, para mi regocijo, Ranulf llevaba otra.

—¡Qué desastre! —La señora Bethany salió a toda prisa del edificio de la escuela, como si pudiera captar de lejos las infracciones del código de vestimenta—. Señor Woodson, su influencia sobre el señor White en la indumentaria es grande y desafortunada a un tiempo.

—Nos las quitaremos antes de ir a clase —prometió Vic, pasando junto a ella—. Faltaría más.

—Será mejor que así sea.

La señora Bethany los vio pasar, siguiéndolos con su aguda mirada como un halcón a su presa. Su cabellera espesa recogida en la coronilla y sus largas uñas pintadas de color carmesí le daban un aspecto siniestramente hermoso. Pero lo único que me vino a la cabeza fue la última ocasión en la que la vi: la expedición que había organizado contra el cuartel general de la Cruz Negra en Nueva York. Había asesinado sin vacilar al padrastro de Lucas ante mis propios ojos. La directora de Medianoche hacía cumplir su idea de la ley de forma absoluta, tanto si se trataba de reclamar venganza ante un ataque de la Cruz Negra como de aplicar el código de vestimenta del colegio. Me pregunté si para ella esas cosas serían distintas, o si solo era una cuestión de normas.

Eso era lo que Balthazar parecía creer.

Sin embargo, yo no estaba tan segura. Lucas y yo nos habíamos conocido porque, dos años atrás, la señora Bethany había cambiado de pronto la normativa de la Academia Medianoche, para permitir el ingreso de alumnos humanos; sin informar, claro está, a esos humanos de que iban a estar rodeados de vampiros. Cada uno de los numerosos estudiantes humanos, de un modo u otro, estaba relacionado con fantasmas, y la señorita Bethany se dedicaba a cazar espectros, seres como yo, por motivos que todavía desconocíamos. Era una persona complicada en un grado que yo no alcanzaba ni a imaginar.

Con todo, a mí no me quedó más remedio que confiar en que se ceñiría a las normas por lo menos ese día, pues entonces reconocí el coche que Balthazar había alquilado acercándose por el largo acceso de grava.

Cuando Balthazar salió del vehículo, algunos estudiantes, tanto vampiros como humanos, le sonrieron; siempre había sido popular, y todo el mundo confiaba en él. Pero cuando Lucas se bajó del asiento del acompañante, las sonrisas de los vampiros se vieron sustituidas por expresiones de auténtico desprecio.

Los que habían estado allí dos años atrás sabían que Lucas había pertenecido a la Cruz Negra, que había acudido a la Academia Medianoche para hacer de espía y que había sido adiestrado para asesinar vampiros. Todos se habían enterado de lo cerca que había estado de ser atrapado por la señora Bethany cuando fue descubierto. El hecho de que Lucas hubiera pasado a ser vampiro, algo que tenían que percibir al instante, no disminuyó en lo más mínimo su odio hacia él.

El único vampiro que no se quedó pasmado de asombro e ira fue la señora Bethany. Se acercó lentamente a Lucas con su larga falda negra meciéndose en torno a ella. Lo miró fijamente a los ojos con expresión indescifrable.

Me pregunté si Lucas se vería capaz de hacerlo. Su rostro reflejaba confusión y duda. Pero ¿cómo reprochárselo? Solicitar la protección de los vampiros y, a fin de cuentas, declararse uno de ellos constituía para él una especie de segunda muerte. Con ello moría la persona que había sido durante toda su vida.

Pero no tenía elección.

Lucas tomó aire.

—Solicito asilo a Medianoche.

Y entonces estalló el caos. Algunos alumnos vampiros intentaron protestar, tanto a Balthazar, que rechazaba las provocaciones, como a la señora Bethany, que permanecía completamente impasible en medio del barullo. Los humanos, claro, no tenían ni idea de qué pasaba con aquel chico nuevo al que los demás despreciaban de ese modo; y, como no podía ser de otra forma, empezaron a desconfiar de él.

Lucas mantuvo la compostura, aunque me di cuenta de lo mucho que le habría gustado echarse atrás, y vi cómo sus ojos de color verde oscuro a veces seguían durante demasiado rato a algún estudiante humano. La señora Bethany lo escrutó detenidamente, luego le hizo un gesto para que la siguiera y se encaminó hacia el extremo del campus, hacia la cochera donde vivía.

Mientras Balthazar contemplaba cómo se marchaban y se abría un espacio a su alrededor a causa del rechazo de los demás vampiros, yo me deslicé a su lado y le susurré:

—¿Cómo crees que se lo ha tomado ella?

Él dio un respingo y luego susurró:

—¡Qué susto!

—A partir de ahora, puedes dar por hecho que estoy cerca.

—¿Incluso si estoy en la ducha?

—Qué más quisieras.

Tras echar un vistazo a ambos lados y asegurarse de que nadie se percataba de que hablaba «solo», musitó:

—Creo que si pensara rechazarlo lo habría hecho de inmediato. Pero no lo hará, Bianca. Confía en mí.

Pese a todo cuanto él había hecho por Lucas después de su transformación, yo aún no estaba preparada para confiar de nuevo en Balthazar. Era él quien había conducido a Lucas a la muerte, y quien, por lo tanto, lo había colocado en esa situación, ¿o no?

Yo no podía soportar la incertidumbre que había entre nosotros ni un segundo más, así que me apresuré en pos de la señora Bethany y de Lucas, ansiosa por oír lo que pudiera.

La señora Bethany vivía en una cochera situada en el extremo del terreno de la escuela, un lugar que yo conocía bien. Sin embargo, me olvidé de algo fundamental hasta que me precipité hacia el tejado dispuesta a colarme en el interior y me sentí violentamente repelida. «Oh, claro —caí en la cuenta—. El tejado».

Los metales y minerales contenidos en el interior del cuerpo humano, como el cobre y el hierro, repelían con fuerza a los espectros. Este era el motivo por el que la señora Bethany había optado por instalar un tejado de cobre: para mantenernos a distancia. El impacto me recordó las zonas «bloqueadas» de Medianoche, aunque en ese caso todo el lugar me estaba vedado.

Bueno, si no podía seguir a Lucas hasta el interior, solo me quedaba intentar hacer lo mismo que cuando estudiaba: escuchar a escondidas.

Me recogí en forma de nube esponjosa en el borde de una ventana, donde las ramas del olmo más próximo casi rozaban el cristal y me permitían camuflarme entre sus sombras. Desde allí pude ver bien el escritorio de la señora Bethany, tan pulcro y ordenado que todo se encontraba perfectamente alineado en ángulo recto, y cuyo único motivo decorativo era la silueta enmarcada de un caballero del siglo XIX. Mientras miraba, la directora entró en la estancia con el mismo porte autoritario de siempre. Lucas la seguía con los hombros tensos y la mirada cauta, la mirada que adoptaba cuando se preparaba para una lucha.

—Antes que nada, señor Ross, debemos resolver una cuestión —dijo la señora Bethany sentándose en su escritorio—. ¿Dónde está Bianca Olivier?

Sorprendida, di un respingo y las hojas crujieron a mi alrededor. Ella se volvió solo un segundo hacia la ventana; sin duda pensó que era cosa de la brisa.

Lucas se sentó apesadumbrado en el asiento de delante, asiendo con fuerza el reposabrazos.

—Bianca está muerta.

La señora Bethany guardó silencio. Posó sus ojos oscuros en él con un gesto que, sin decir nada, le exigía toda la verdad.

Lucas prosiguió:

—Hace unas seis semanas, su salud… bueno, falló. Dejó de comer. No quería beber sangre. Intenté llevarla al hospital, pero entonces ella empezó… bueno, a cambiar, y los médicos no supieron qué hacer…

—Pero tú sí sabías lo que se tenía que hacer…

Lucas asintió lentamente.

—Bianca necesitaba convertirse en vampiro para mantenerse con vida. Le pedí que me matara. Le permití que me convirtiera en vampiro para salvarse. Pero ella no quiso hacerlo.

Su voz se quebró con la última frase, y entonces apartó la mirada de la señora Bethany.

Sin duda mi resurrección como espectro había aplacado un poco el dolor de Lucas, pero, a pesar de ello, me di cuenta de que el daño que había sufrido al verme morir lo había marcado para siempre.

—Tú no podías hacer nada —dijo la señora Bethany. Su tono de voz no era exactamente comprensivo, pero se volvió ligeramente más suave—. Entonces, si la señorita Olivier no te convirtió en vampiro, ¿quién lo hizo?

—Charity. —Lucas tensó la mandíbula. Un estremecimiento de rabia pura me recorrió el cuerpo—. Justo después de que Bianca muriera tuvimos un encontronazo en Filadelfia. No sé por qué lo hizo.

—En el caso de Charity More, rara vez hay razón de por medio.

Aquello era lo más parecido a un chiste que le había oído a la señora Bethany.

—Al principio no supe qué hacer. Es… Bueno, me imagino que ya sabe lo que ocurre en el momento de la transformación. Balthazar estaba presente, intentando encargarse de su hermana, y me ayudó a salir adelante. Traté de hablar con mi madre, pero ella forma parte de la Cruz Negra…

La señora Bethany se irguió con los ojos brillantes.

—¿Me estás diciendo que te atacó?

—Sí.

—Tu propia madre. —Para mi asombro, la señora Bethany estaba claramente indignada—. Es algo indecente, espantoso, odioso. El tipo de conducta que cabría esperar de la mayoría de miembros de la Cruz Negra, pero se supone que al menos el amor de una madre debería ser más poderoso que cualquiera de sus dogmas en contra de los vampiros.

—Me imagino que no es así —musitó él.

La señora Bethany se levantó, rodeó el escritorio hasta colocarse junto a Lucas y le puso la mano en el hombro. Si los ojos como platos que este puso eran indicio de algo, se diría que estaba tan sorprendido como yo.

—Es una lástima que hayas tenido que aprender el error de vuestra conducta de un modo tan atroz. Sin embargo, has de saber que quienes han sufrido la persecución de la Cruz Negra tienen todo mi apoyo. Tu pasado como vivo y los errores que entonces cometiste ya no existen. El refugio de la Academia Medianoche te pertenece. Te protegeremos. Te enseñaremos. No tendrás que estar solo nunca más.

Aunque solo durase medio segundo, la señora Bethany me gustó.

A Lucas no le resultó tan fácil.

—Gracias, de verdad. Pero no va a ser tan sencillo. Esos chicos ya están dispuestos a clavarme una estaca.

—Acatarán las normas. —La sonrisa de la señora Bethany tenía un deje de tranquilidad—. Déjalo en mis manos.

—Los alumnos humanos… —Se le quebraba la voz—. Yo nunca he matado.

—Es un impulso muy fuerte. —Lo dijo como si fuera lo que cabía esperar—. En tu caso, me doy cuenta, tal vez es más fuerte que para la mayoría. Pero aquí vas a tener muchos guardianes que vigilarán tu conducta; incluso me atrevería a afirmar que aquí corres menos peligro de atacar a un humano que en el mundo exterior. Con el tiempo, aprenderás a formar parte del mundo de los vampiros. Te convertirás en uno de los nuestros.

Lucas cerró los ojos un instante, y me pregunté si aquel era un gesto de alivio o de desesperación.