Lucas se desplomó en el suelo; una larga estaca le sobresalía del corazón.
Yo caí de rodillas a su lado.
—¡Balthazar! ¡No!
En cuanto me dispuse a retirar la estaca, Balthazar me alzó con un gesto rudo y me apartó de Lucas. Yo adopté de nuevo una forma vaporosa y me escapé de sus brazos.
—No podrás impedir que cuide de él.
—Piensa un poco —dijo Balthazar—. Necesitamos que permanezca en silencio mientras la policía ande por aquí, y tenemos que asegurarnos de que no vaya a por Vic. No se me ocurre ningún otro modo de lograrlo. ¿Y a ti?
—Tiene que haber otro modo que no sea clavarle una estaca —insistí.
—En principio, está ileso —dijo Ranulf, recuperándose del impacto de los últimos golpes de Lucas—. La estaca en el corazón paraliza, pero no mata. Cuando se la retiremos, Lucas quedará como antes, excepto por la cicatriz.
—Lo sé, pero…
Verlo a mis pies encogido y muerto como hacía apenas unas horas me resultaba insoportable.
Balthazar se aproximó. En la oscuridad relativa de la bodega, su silueta oscura resultaba más imponente de lo habitual, lo cual hizo que el contraste con su voz tranquila fuera especialmente impresionante.
—En una ocasión, Lucas me clavó una estaca para salvarme. Ahora le he devuelto el favor.
—Seguro que habrás disfrutado.
Aunque me di la vuelta, me daba cuenta de que no era el momento para quitarle la estaca a Lucas. Tal como estaba, resultaba incontrolable.
—Hasta que tengamos sangre fresca para que beba, dejarlo inconsciente es un acto de caridad —dijo Balthazar. Cuando yo ya empezaba a estar en disposición de suavizar un poco mi actitud al respecto, él tuvo que añadir—: En cuanto te calmes lo bastante para comportarte como una persona adulta, te darás cuenta.
—Oh, por favor, no me obliguéis a oír esta riña propia de enamorados —dijo Ranulf.
La petición de Ranulf era bastante simple, pero también despertó un recuerdo incómodo de lo ocurrido entre Balthazar y yo, de las muchas cosas que él había querido y que yo no había podido darle. A pesar de que yo no creía que los celos determinasen las acciones de Balthazar, me pregunté si clavarle una estaca a Lucas no le causaba cierta satisfacción.
El día después de mi muerte, Balthazar había insistido en ir tras Charity y se había llevado consigo a Lucas, sabedor de que él estaba demasiado conmocionado para luchar bien. Lucas, en un gesto casi suicida, se metió en ello sin estar preparado. El resultado del error de Balthazar repercutiría en Lucas para siempre. Aquello iba más allá de todo cuanto hubiera pasado entre nosotros anteriormente, ya fuera bueno o malo.
—Esto es lo que ocurre cuando se sale con el tipo de muerto equivocado —dijo una voz sarcástica.
Seguramente era Maxie, el fantasma de la casa. Los demás no podían oírla. Aunque había estado conectada a Vic desde que este era pequeño, jamás se le había aparecido a él ni a ningún otro ser vivo, excepto a mí. Al prever que me transformaría en espectro, se me había empezado a aparecer cuando yo estudiaba en la Academia Medianoche. Ahora que yo ya había muerto, quería que abandonara el mundo de los mortales y me fuera con ella a otros mundos más místicos. Esa idea me aterrorizaba, y nunca había tenido tan pocas ganas de hablar sobre esta cuestión con ella.
Un silencio incómodo reinó en la estancia. La presencia de un cadáver en el suelo hacía prácticamente imposible mantener una conversación intrascendente. Balthazar contempló las estanterías de vino durante unos minutos en una actitud que yo consideré de mero entretenimiento hasta que sacó una botella.
—Un malbec argentino. Es bueno.
—¿Piensas sentarte aquí y beber vino? —protesté.
—Tenemos que quedarnos sentados aquí y hacer algo.
Balthazar miró a su alrededor en busca de un sacacorchos, pero no encontró ninguno; entonces golpeó sin más el cuello de la botella contra una pila diminuta. Unas salpicaduras rojas mancharon el suelo.
—No es una botella especialmente cara. Podemos reemplazarla.
—Ese no es el problema —dije.
—¿Y cuál es el problema, Bianca? —Él también estaba enojado—. ¿Acaso tienes miedo porque aparento ser menor de edad? Puede que mi cara sea la de un chico de diecinueve años, pero legalmente tengo unos cuatrocientos.
Él sabía que no me refería a eso. Antes de que pudiera replicarle, Ranulf refunfuñó:
—Otra vez esas peleítas…
—Vale —dije—, vale. Hagamos una tregua.
Yo también me sentía demasiado cansada para aquello. Aunque parecía que Balthazar tenía intención de proseguir, finalmente lo dejó. Entonces se sacó mi pulsera del bolsillo.
—He encontrado esto en el césped —dijo.
—Gracias —respondí con voz apagada.
Me apresuré a abrochármela de nuevo. Desde mi muerte, hacía dos días, había aprendido que solo había dos cosas con las que sentía un fuerte vínculo en vida, y que tenían el poder de permitirme ser completamente corpórea: esa pulsera de coral y un broche de azabache que Lucas llevaba en el bolsillo. Los dos estaban hechos de materiales que en su momento habían estado vivos; era algo que teníamos en común. En cuanto la pulsera hizo su efecto, noté la fuerza de la gravedad y dejé de esforzarme por mantener una forma regular.
Balthazar suspiró con fuerza, cogió dos vasos de una estantería que había junto a la pila y sirvió vino para Ranulf y para él. Al cabo de un momento, dijo:
—¿Ya no puedes beber vino? ¿Ni nada de nada?
—No lo sé —respondí—. No parece que necesite comer ni beber.
Reparé en que la mera idea de masticar me resultaba desagradable: una diferencia más entre el mundo viviente y yo.
«Hay cosas mejores que comer y beber —apuntó Maxie. Su presencia era cada vez más patente, un especie de zona fresca justo a mi lado; sin embargo Balthazar y Ranulf eran completamente ajenos a ella—. ¿No sientes curiosidad por saber cuáles son?».
No le hice caso. Solo tenía ojos para Lucas, pálido y abatido en el suelo. Alrededor de la estaca, no había más que un círculo fino de manchas de sangre, la prueba inequívoca de que su corazón había dejado de latir para siempre. Sus facciones duras, que siempre me habían cautivado —la mandíbula firme, los pómulos elevados—, ahora eran más marcadas, y su atractivo resultaba tan intenso como fuera de lo común.
El apartamento improvisado de la bodega había sido el lugar donde habíamos vivido las últimas semanas de nuestras vidas; de hecho, aquel había sido el único período en que habíamos podido estar juntos sin más, sin normas que nos mantuvieran separados. Habíamos intentado cocinar espaguetis en el hornillo eléctrico, habíamos visto películas antiguas en el reproductor de DVD y habíamos dormido juntos en la cama. En ocasiones, nuestra situación había parecido muy desesperada, pero me di cuenta de que había sido el tiempo más dichoso que habíamos vivido nunca. Tal vez el más dichoso que compartiríamos jamás.
«Estamos juntos —me recordé—. Tienes que creer que, mientras eso no cambie, lo conseguiremos». Aquella certeza jamás había sido tan importante, pero, a la vez, nunca había parecido tan frágil.
Oí puertas de coches que se cerraban. Al parecer, Vic había logrado librarse de la policía. Ranulf y Balthazar brindaron por ellos, o por Vic. Al cabo de unos segundos, se oyó un golpeteo en la puerta. Balthazar la abrió para dejar entrar a Vic.
—No se creían lo del allanamiento de morada —dijo. Vic, en lugar de entrar, se quedó en el umbral de la puerta—. Al parecer, mis vecinos los han llamado incluso antes que yo y les han dicho que se trataba de una fiesta descontrolada, aunque no entiendo cómo podía parecerles una fiesta. Me han sometido a un test de alcoholemia. ¡Oh, vaya! —Vic vio a Lucas en el suelo—. ¿Qué habéis hecho?
—La estaca no le hará ningún daño —explicó Ranulf—. Cuando se la saquemos, Lucas volverá a vivir. ¿Te apetece un poco de vino?
Vic negó con la cabeza. Se limitó a quedarse allí de pie, con su camiseta y sus vaqueros, incómodo y abatido, mirando a Lucas.
—El no… no puede…
—No te atacará —dijo Balthazar—. De momento, Lucas no puede moverse. Y no le quitaremos la estaca hasta que consigamos alimentarlo.
Vic se metió las manos en los bolsillos. Aunque sabía que Balthazar decía la verdad, no se atrevió a acercarse más.
Me di cuenta de que, por terrible que a mí me resultara todo aquello, para él tenía que ser cien veces peor. Era el único humano en la sala y, pese a haber crecido en una casa encantada y haber asistido a la Academia Medianoche, la experiencia de Vic con lo sobrenatural había sido positiva, por lo menos hasta esa noche, cuando uno de sus mejores amigos había intentado asesinarlo.
Balthazar se sacó un bolígrafo y un trozo de papel del bolsillo y anotó algo.
—Vic, si puedes mantenerte despierto un poco más, deberías ir a este sitio —dijo—. Es una carnicería de la ciudad. Abrirá en menos de una hora. Se sacan unos ingresos extra vendiendo sangre. Págales en efectivo y no te preguntarán para qué la quieres.
—No creo que pudiera dormir ahora mismo —respondió Vic—. Tampoco estoy totalmente seguro de que alguna vez logre volver a dormir.
Aunque intentaba bromear un poco, se le quebró la voz al pronunciar las últimas palabras.
Me acerqué a él y lo abracé con fuerza.
—Gracias —susurré—. Has hecho mucho por nosotros, y nosotros no hemos hecho nada por ti.
—No digas eso. —Vic me dio una palmadita en la espalda—. Sois mis amigos. Con eso basta.
¿Cómo compensar a Vic por todo lo que le debíamos? No era solo dinero, también nos había ofrecido lealtad y valentía. Yo no sabía si guardaba algo de eso en mi interior. Los demás teníamos poderes, pero quizá él fuera el más fuerte de todos.
Cuando nos separamos, Vic me dirigió una sonrisa sesgada.
—Todos mis amigos estáis muertos. Voy a tener que plantearme esto algún día.
A pesar de todo, su ocurrencia me hizo reír.
—Vamos, Vic —dijo Ranulf propinándole una palmadita en la espalda—. A mí también me gustaría comprar unos cuantos litros. Tal vez más tarde podamos arreglar el desastre del césped de tu casa.
Vic negó con la cabeza mientras salían por la puerta.
—Lo dudo. A no ser que en otra vida hubieras sido el mejor jardinero del reino.
La puerta se cerró a sus espaldas, y en cierto modo Balthazar y yo nos quedamos a solas. Era difícil saber qué decir; el silencio entre los dos era terrible.
—La sangre aplacará a Lucas, ¿verdad? —pregunté.
—No es así como funciona la conversión en vampiro. Deberías saberlo.
—¿Podrías dejar de darme lecciones?
—¡Mira quién habla!
La situación empeoraba por momentos. Era evidente que Balthazar y yo necesitábamos distanciarnos un buen rato. Me desabroché la pulsera y de nuevo me desprendí del vínculo que me unía al mundo físico.
—Cuida de Lucas —dije cuando empezaba a desvanecerme.
—No se irá a ningún sitio.
Balthazar se sentó y tomó un largo sorbo de vino.
La imagen de la bodega quedó desdibujada en una neblina azulada. En cuanto quedé envuelta por ella, me concentré en el recuerdo del rostro de Maxie y en el primer lugar en el que habíamos hablado después de mi muerte, el desván de la casa de Vic. Conforme lo imaginaba —la vieja alfombra persa, el maniquí de modista, los adornos antiguos—, el lugar comenzó a adquirir forma. Igual que Maxie. Apareció de pie, con el largo camisón vaporoso con el que había muerto en la década de 1920, mientras que yo lucía la camiseta blanca de tirantes y el pantalón de pijama azul con nubes blancas que llevaba cuando acabó mi vida.
—Siento lo de tu novio —dijo, y por primera vez desde que habíamos empezado a hablar su voz sonó realmente triste. La habitual actitud dura de Maxie se había suavizado—. Es horrible que hayas tenido que perderlo de ese modo.
—No lo he perdido. Encontraremos la manera de estar juntos.
Maxie enarcó una ceja y con ello volvió su insolente sentido del humor:
—Ya te lo dije. Los vampiros y los espectros no son una buena mezcla. En realidad, son una mezcla realmente mala. Somos veneno para ellos, y ellos no son nuestros amigos.
—Yo quiero a Lucas. Nuestra muerte no cambiará ese hecho.
—La muerte lo cambia todo. ¿O es que todavía no te has dado cuenta?
—Lo que desde luego no ha logrado es que dejes de sermonearme —repliqué.
Maxie inclinó la cabeza y la melena rubia se le desparramó sobre el rostro. De haber tenido circulación sanguínea, me dije, seguramente se habría sonrojado.
—Lo siento. Has pasado unos días difíciles. No pretendía… Bueno, solo intentaba decirte cómo están las cosas.
Unos días difíciles. Me había muerto, me había convertido en espectro, había visto cómo asesinaban a Lucas y cómo lo convertían en vampiro, y había luchado en un ataque de la Cruz Negra. Sí. Se podría decir que habían sido unos días difíciles.
—Tú jugabas en esta habitación con Vic cuando era pequeño. —Miré el lugar que él me había enseñado, donde de pequeño se sentaba y leía cuentos para ella—. Después de tu muerte no te separaste del mundo.
—Sí que lo hice. Durante la mayor parte del siglo, yo… bueno, quedé atrapada entre aquí y el más allá, y no sabía exactamente lo que ocurría. A veces me metía en los sueños de la gente y los convertía en pesadillas solo por diversión. Para demostrar que era capaz de influir en el mundo que me rodeaba.
Había oído decir que había espectros que hacían cosas peores, tal vez por motivos parecidos.
Maxie se sentó en la repisa de la ventana; su largo camisón vaporoso parecía brillar con la luz de la luna filtrándose por las voluminosas mangas.
—Como te puedes imaginar, la gente no acostumbraba quedarse mucho tiempo en esta casa. Para mí era un juego ver lo rápido que lograba que se marcharan asustados. Pero entonces vinieron los Woodson, y Vic era tan pequeño… Apenas tenía dos años. Cuando él notó que yo estaba presente, no tuvo miedo. Fue la primera vez en mucho tiempo que recordé lo que era ser aceptada. Preocuparse por alguien.
—Entonces me entiendes —contesté—. Ves por qué no puedo abandonar el mundo.
—Vic es humano. Está vivo. Él me ancla a la vida y me permite vivirla a través de él, aunque solo sea un poco. Pero no creo que Lucas pueda hacer eso por ti, ya no.
—Lo hace. Puede hacerlo. Lo sé.
En realidad, yo no sabía nada de eso. Había tantas cosas de mi condición de espectro que todavía desconocía…
—Deberías hablar con Christopher —dijo ella, animada—. Él te hará comprender.
Recordaba a Christopher. Ese personaje misterioso y premonitorio que se me había aparecido en Medianoche. Me había atacado con la intención de matarme para asegurar mi transformación en espectro. Pero, cuando se apareció ante mí y ante Lucas el verano anterior, nos había salvado de Charity.
¿Era bueno o malo? ¿Las acciones de los espectros se ajustaban acaso a algún tipo de moral que yo pudiera comprender? Lo único que sabía con certeza era que Christopher tenía poder e influencia entre los espectros. Ahora que me había convertido en uno de ellos, seguramente nuestros caminos volverían a cruzarse.
Aquel pensamiento me inquietó.
—Es una especie de… líder de los espectros, ¿no?
—No hay ningún «líder» de nada. Pero muchos de nosotros seguimos a Christopher. Tiene mucho poder, y también muchos conocimientos.
—¿Cómo se ha vuelto tan poderoso? ¿Acaso es muy anciano? —Entre los vampiros era así—. ¿O es que es… en fin, como yo?
Yo ya me había figurado que mi condición de hija de vampiros y, por lo tanto, capaz de tener una muerte natural pero, al mismo tiempo, convertirme en espectro, me confería unas habilidades de las que carecía la mayoría de los espectros.
—Ni una cosa ni la otra —dijo Maxie—. Christopher no nació para ser espectro como tú. Lo aprendió todo por su cuenta. Tiene una fuerza interior extraordinaria. Te gustará, Bianca. ¿Por qué no me acompañas ahora?
Me sentía incapaz. Christopher tenía un poder asombroso que había empleado para salvarme, pero también me había atacado. El mundo de los espectros seguía siendo extraño y siniestro para mí; no sabía de qué modo mis poderes guardaban relación con los seres fríos y vengativos con los que había tropezado en la Academia Medianoche. Tal vez fuera una locura seguir temiendo a los espectros tras haberme convertido en uno de ellos, pero la idea de unirme a ellos para siempre me aterrorizaba. Es más, penetrar en ese mundo me parecía como abandonar la vida.
—No puedo —susurré.
Maxie hizo una mueca de desánimo, pero no insistió.
Me retiré de la estancia y me alejé de ella lentamente hasta desaparecer de nuevo en la niebla azulada con que mi mente daba sentido a la nada absoluta. Lucas ocupó mi pensamiento y deseé encontrarme de nuevo a su lado.
Cuando reaparecí en la bodega, me di cuenta de que para Balthazar había pasado más tiempo que para mí; él se había acabado el vaso de vino y se encontraba al otro lado de la sala, acostado en nuestra cama.
Lucas seguía tumbado exactamente tal como había caído. Verlo convertido de nuevo en cadáver me impresionó, y tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no desvanecerme otra vez y no tener que soportar aquella pérdida durante un tiempo. Él se merecía algo mejor que eso. Por difícil que resultara soportarlo, debía mantenerme a su lado.
Balthazar dio un respingo al reparar en mi presencia, pero no dijo nada.
No tenía ganas de seguir discutiendo con él; me sentía demasiado triste y cansada. En lugar de ello, pregunté:
—¿No hay nada que podamos hacer por él?
—No.
Balthazar se incorporó. Llevaba los rizos despeinados, y me di cuenta de que había dormido. Tenía que estar exhausto; para él los últimos días no habían sido precisamente fabulosos.
—El impulso de matar es muy poderoso, Bianca. Puede resultar incontenible. Casi todos los vampiros a los que conoces han logrado dominar esa necesidad, pero lo cierto es que son minoría.
—Por lo que dices, la mayoría de ellos acaba como… bueno, como Charity.
Al oír el nombre de su hermana pequeña, Balthazar cerró los ojos un momento.
—No. Charity y los que se le parecen son casos especiales. Son individuos con fuerza para seguir pero que han perdido la noción de lo que significa ser humano. Son los más peligrosos y, por suerte, los más escasos.
—Entonces, ¿qué pasa con los otros?
Balthazar se frotó la sien. Si los vampiros pudieran sufrir dolor de cabeza, creo que él lo habría sufrido entonces.
—Se autodestruyen —dijo con tranquilidad—. Se dejan atrapar por la Cruz Negra, o por humanos que han visto suficientes películas de terror para saber cómo acabar con ellos. O simplemente ponen fin a su vida por su cuenta. Encienden una hoguera y se arrojan a las llamas. Prefieren morir quemados a soportar por más tiempo esas ansias asesinas.
Me habría gustado decir que era imposible que Lucas hiciera algo así, pero no pude. No, la Cruz Negra no sería capaz de someterlo fácilmente. Sin embargo, era muy posible que Lucas, con el odio que sentía por su naturaleza vampírica y abrumado por haber intentado matar a su madre y a uno de sus mejores amigos, quisiera poner fin a su existencia. Seguramente lo consideraría el modo más adecuado de proceder, la única manera de mantener a salvo a la gente.
—La voracidad es más intensa para unos que para otros —prosiguió Balthazar—. Por mucha sed de sangre que tenga yo a veces, no es nada comparable a lo que han de soportar otros vampiros. Los que se autodestruyen son siempre los más voraces. Se vuelven locos, pierden la cabeza por completo.
Nuestras miradas se cruzaron, como si me pidiera permiso para continuar. Yo necesitaba que dijera lo que tenía que decir.
Balthazar, consciente de ello, añadió:
—Parece que Lucas es uno de esos voraces…
—¿Y no hay nada que podamos hacer por él? —pregunté—. ¿Hay algún modo de aliviarlo?
Balthazar salió lentamente de la cama y se acercó a mí con expresión vacilante.
—No creo que podamos aliviarlo, pero hay un lugar en el que lo podemos mantener apartado de la mayoría de los humanos y también de la Cruz Negra. Un lugar donde tal vez Lucas pueda asumir en qué se ha convertido.
Sonreí hasta que me di cuenta de a qué lugar se refería Balthazar. No podía ser. Seguro que no podía ser allí.
—¿Dónde?
Balthazar confirmó mis peores sospechas:
—Tenemos que llevar a Lucas de vuelta a Medianoche.