—Pronto amanecerá —dijo Balthazar.
Eran las primeras palabras que alguien pronunciaba en horas. Aunque no me interesara en absoluto escuchar nada de lo que Balthazar tuviera que decir, sobre eso o sobre cualquier otra cosa, sabía que tenía razón. Los vampiros percibían siempre la proximidad del alba en los huesos.
¿Y Lucas, lo percibiría también?
Nos encontrábamos sentados en la sala de proyecciones de un cine abandonado cuyas paredes, cubiertas de carteles, mostraban aún las señales de la batalla de la noche anterior. Vic, el único humano, dormitaba apoyado en el hombro de Ranulf, con el pelo rubio despeinado por el sueño; Ranulf permanecía tranquilamente sentado, con el hacha manchada de sangre en el regazo, como a la espera de un peligro inminente. Su rostro alargado y fino y el corte de pelo redondeado le daba más que nunca un aire de santo medieval. Balthazar permanecía de pie en el rincón más alejado de la sala, guardando las distancias por respeto a mi dolor. Con todo, su altura y sus amplias espaldas dejaban entrever que ocupaba mucho más espacio de lo que parecía.
Yo sostenía la cabeza de Lucas en mi regazo. De haber estado viva, o de haber sido vampiro, me habría sentido agarrotada después de tantas horas inmóvil. Sin embargo, al ser un espectro, era ajena a las exigencias del cuerpo físico y había podido permanecer en esa postura durante toda la larga noche de su muerte. Me eché hacia atrás la larga cabellera pelirroja, intentando no fijarme en que las puntas de mi pelo habían dejado un surco en la sangre de Lucas.
Charity lo había matado ante mis ojos aprovechándose del anhelo de Lucas de protegerme a mí y no tanto a sí mismo. Había sido el último y el más horrible intento por parte de Charity de hacerme daño, llevada por su odio a cualquiera que fuera importante para Balthazar, su hermano y mentor. Al morder a alguien que ya había sido mordido por otro vampiro, esto es, que ya estaba preparado para su transformación de vivo a no muerto, Charity había violado una regla de los vampiros. Se suponía que yo era la única que podía transformar a Lucas. Pero hacía tiempo que a Charity las reglas la traían sin cuidado. No le preocupaba nadie ni nada que no fuera su malsana relación con Balthazar.
Dondequiera que estuviera, ahora se estaría regocijando por haberme roto el corazón y haber arrojado a Lucas al último lugar en el que habría querido estar.
«Antes muerto», decía siempre Lucas. Cuando yo aún estaba viva y era más inocente, había soñado que él se convertía en vampiro conmigo. Sin embargo, Lucas había sido criado por cazadores de la Cruz Negra, los cuales despreciaban a los no muertos y los acosaban con el encono de una secta. Convertirse en vampiro había sido siempre su pesadilla más atroz.
Y ahora, se había vuelto realidad.
—¿Cuánto falta? —pregunté.
—Unos minutos.
Balthazar dio un paso al frente, pero se detuvo al ver la expresión en mi cara.
—Vic debería irse.
—¿Qué pasa?
Vic tenía la voz ronca por el sueño. Se incorporó y su semblante pasó de la confusión al horror cuando vio el cuerpo de Lucas en el suelo, ensangrentado y pálido.
—¡Oh! Por un segundo creí que solo había sido una pesadilla o algo parecido. Pero es cierto.
Balthazar sacudió la cabeza.
—Lo siento, Vic, pero tienes que marcharte.
Yo sabía a qué se refería Balthazar. Mis padres, que siempre habían querido que siguiera sus pasos, me habían hablado de las primeras horas de la transición. Cuando Lucas se despertara convertido en vampiro, querría sangre fresca, la querría de forma desesperada, y tanta como pudiera conseguir. En el frenesí del despertar, su sed podría llegar a apartar cualquier otro pensamiento de su mente.
Tendría un hambre capaz de impulsarlo a matar.
Vic no lo sabía.
—Vamos, Balthazar. He llegado hasta aquí, tío. No quiero dejar colgado a Lucas ahora.
—Balthazar tiene razón —dijo Ranulf—. Lo más seguro es que te marches.
—¿Qué quieres decir con lo de «más seguro»?
—Vic, vete —dije. No me gustaba la idea de alejarlo de nosotros, pero, como no parecía capaz de comprender lo que ocurría, me vi obligada a emplear una dosis de cruda realidad—. Si quieres sobrevivir, márchate.
Vic palideció.
Balthazar, más suavemente, añadió:
—Este no es un buen lugar para un ser viviente. Esto es cosa de muertos.
Vic se pasó las manos por el pelo enmarañado, hizo un gesto con la cabeza hacia Ranulf y salió de la sala. Seguramente se iría a su casa e intentaría hacer algo útil, como limpiar o preparar una comida que nadie más se podría comer. En ese momento, las cuestiones humanas parecían muy lejanas.
En cuanto se hubo marchado, pude decir en voz alta algo que me rondaba por la cabeza desde hacía horas.
—¿Deberíamos…? —La garganta se me cerró y tuve que tragar saliva con fuerza—. ¿Deberíamos permitir que esto ocurra?
—Crees que deberíamos destruir a Lucas.
Dicho por cualquier otra persona, oír algo así me habría resultado insoportable, pero en boca de Ranulf no era más que la constatación de un hecho. Y añadió:
—Piensas que deberíamos impedir que se despierte como vampiro y aceptar su muerte definitiva.
—No quiero hacerlo. No sabría deciros lo poco que deseo algo así —repuse. Me parecía que cada palabra que pronunciaba era sangre exprimida de mi corazón—. Pero sé que eso es lo que Lucas quería.
¿Acaso amar a alguien no significaba anteponer los deseos de esa persona, aunque fuera en algo tan terrible como aquello?
Balthazar negó con la cabeza.
—No lo hagas.
—Pareces muy seguro.
Intenté hablar con tono tranquilo. Sin embargo, me sentía tan furiosa con él que apenas podía mirarle a la cara; él se había llevado a Lucas a luchar contra Charity a pesar de que sabía que estaba transido de dolor y que era incapaz de pelear bien. Me parecía tan culpable como ella de la muerte de Lucas.
—¿Me estás diciendo solo lo que me gustaría oír?
Balthazar frunció el entrecejo.
—¿Cuándo he hecho yo algo parecido? Bianca, escúchame. Si el día antes de convertirme en vampiro me hubieras preguntado si quería ser un no muerto, te habría dicho que no.
—Y si pudieras aún lo dirías. De poder retroceder en el tiempo, ¿no lo harías? —quise saber.
Aquello lo pilló desprevenido.
—No se trata solo de mí. Piensa en tus padres, en Patrice, en Ranulf, en los otros vampiros a los que conoces. ¿De verdad estarían mejor pudriéndose en sus tumbas?
Muchos vampiros estaban bien, ¿no? Era el caso de la mayoría de los que yo conocía. Mis padres habían vivido siglos de felicidad y de amor juntos. Y quizá Lucas y yo también habríamos podido compartir eso. Yo sabía que él odiaba la idea de ser vampiro, pero apenas dos años atrás él había detestado a todos los vampiros basándose en prejuicios ciegos e irracionales. Había cambiado mucho y muy rápido; seguramente llegaría a aceptarse a sí mismo con el tiempo.
Merecía la pena intentarlo. Tenía que ser así. Todo en mi corazón me decía que Lucas merecía otra oportunidad, que nosotros merecíamos la esperanza de poder estar juntos.
Recorrí con el dedo el rostro de Lucas: su frente, sus mejillas y el perfil de sus labios. La pesadez y la palidez de su cuerpo me recordaron una talla de sepultura, algo fijo, sin vida, inmutable.
—Está cerca —dijo Balthazar—. Ha llegado el momento.
—Yo también lo noto —dijo Ranulf—. Bianca, deberías alejarte.
—No pienso apartarme de él.
—En ese caso, estate preparada por si tienes que retirarte. —Balthazar cambió el peso de un pie al otro para estabilizar su postura, como un luchador preparándose para el combate.
«Todo irá bien, Lucas», pensé, esperando que él me oyera más allá de la división entre este mundo y el otro. ¿Acaso no estaba a punto de cruzar esa frontera para volver conmigo? Tal vez estábamos lo bastante cerca para que me oyera. «Estamos muertos, pero aún podemos estar juntos. No hay nada más importante que esto. Somos más fuertes que la muerte. Ahora nada se interpondrá entre nosotros. No tendremos que volver a separarnos nunca».
Quería que él lo creyera. Yo también quería creerlo.
La mano de Lucas se movió.
Contuve un grito, un acto reflejo del cuerpo que había creado, un recuerdo de lo que el espanto provocaba en un ser vivo.
—Atento —dijo Balthazar dirigiéndose a Ranulf.
Temblorosa, posé una mano sobre el pecho de Lucas. Entonces me di cuenta de que esperaba sentir el latido de su corazón. Pero nunca volvería a latirle.
Uno de los pies de Lucas se movió levemente y su cabeza se giró unos centímetros.
—¿Lucas? —susurré. Antes de nada era preciso que se diera cuenta de que no estaba solo—. ¿Me oyes? Soy Bianca. Te espero.
Él no se movió.
—Te quiero tanto… —Me hubiera gustado poder llorar con todas mis fuerzas, pero mi cuerpo fantasmal me impedía producir lágrimas—. Por favor, vuelve a mí. Por favor.
La mano derecha cobró fuerza y los dedos se doblaron sobre la palma.
—Lucas, ¿puedes…?
—¡No! —Lucas se apartó de un salto del suelo y de mí, y se quedó a cuatro patas. Tenía la mirada perdida, estaba demasiado aturdido para poder ver de verdad—. ¡No!
Se golpeó la espalda contra la pared. Nos contemplaba a los tres muy fijamente y su mirada no delataba ni reconocimiento ni cordura. Apretó las manos contra la pared, con los dedos curvados como garras y pensé que tal vez intentaría escarbar en el muro. Tal vez fuera un instinto de los vampiros abrirse paso fuera de la tumba con las manos.
—Lucas, tranquilo. —Tendí las manos hacia él, esforzándome en mantenerme totalmente corpórea y opaca. Era mejor conservar la apariencia más familiar posible—. Estamos contigo.
—Todavía no te reconoce —dijo Balthazar—. Nos mira, pero no nos puede ver.
Ranulf añadió:
—Solo quiere sangre.
Al oír «sangre», Lucas ladeó la cabeza, como un depredador percibiendo el olor de una presa. Supe entonces que aquella era la única palabra que reconocía.
El chico al que quería había quedado reducido a un animal, a un monstruo, a la carcasa espeluznante, vacía y asesina que Lucas en otros tiempos había creído que era un vampiro.
Entonces Lucas entrecerró los ojos. Mostró los dientes y, asustada, le vi por primera vez los colmillos. Le deformaban tanto el rostro que apenas lo reconocí y fue eso, más que otra cosa, lo que me desgarró. Cambió de postura para ponerse en cuclillas, y me di cuenta de que estaba a punto de atacarnos, a cualquiera de nosotros, a todos. A cualquier cosa que se moviera. A mí.
Balthazar fue el primero en actuar. Corrió, se abalanzó sobre Lucas y chocó contra él con tanta fuerza que la pared de detrás crujió y cayó polvo de yeso del techo. Lucas se zafó, pero para entonces Ranulf ya estaba sobre él tratando de arrinconarlo.
—¿Qué estáis haciendo? —grité—. ¡Dejad de hacerle daño!
Balthazar sacudió la cabeza mientras se levantaba del suelo.
—Ahora mismo, Bianca, es lo único que conoce: la dominación.
Lucas empujó a Ranulf con tanta fuerza que este cayó sobre mí y yo tropecé con el viejo proyector. Una pieza metálica afilada se me clavó en el hombro. Sentí dolor, dolor auténtico, del que experimentaba cuando tenía un cuerpo de verdad en lugar de esa simulación espectral. Al tocármelo, noté una humedad tibia bajo los dedos y los retiré para mirarme la sangre: era un líquido plateado y extraño. Ni siquiera me había dado cuenta de que aún tenía sangre. El líquido brillaba como el mercurio, y resultaba casi iridiscente bajo la luz mortecina.
La lucha a tres bandas que se desarrollaba ante mí era cada vez más encarnizada: el pie de Balthazar contra el vientre de Lucas, el puño de Lucas en la mandíbula de Ranulf… Sin embargo, Balthazar se dio cuenta de que estaba herida y gritó:
—Bianca, aléjate. ¡Estás sangrando!
¿Qué significaba eso? Los vampiros no bebían la sangre de los espectros: no había peligro de que yo pudiera despertar en Lucas más voracidad. En ese instante, yo no creía que él pudiera agitarse más de lo que estaba. Por joven y débil que fuera, el ansia lo movía y lo hacía más fiero. Tal vez lograra vencer a Ranulf y a Balthazar a la vez. Yo no podía soportar ver aquello, pero tampoco me creía capaz de soportar la alternativa. Mi miedo se agudizó… y se convirtió en rabia.
«Ya basta».
Aún con la sangre en los dedos, me abrí paso hacia ellos y sacudí la mano, gritando:
—¡Parad!
Unas gotas de sangre plateada salieron despedidas por el aire mientras los tres retrocedían sobresaltados.
Balthazar, a mi lado, susurró:
—No te metas en esto.
Sin hacerle caso, me puse justo delante de Lucas. Él había retrocedido hasta la pared y miraba a su alrededor, frenético, como si no pudiera pensar en otra cosa más que en escapar, o, tal vez, en buscar una presa viva. La muerte le había endurecido las facciones, haciéndolo a la vez más bello e infinitamente más aterrador. Los únicos rasgos que seguían iguales eran sus ojos.
Por eso me centré en ellos.
—Lucas, soy yo. Soy Bianca.
No dijo nada, se limitó a mirarme, completamente inmóvil. Observé que no respiraba, la mayoría de los vampiros lo hacía por costumbre, pero en su caso parecía como si la muerte lo hubiera tomado por completo. Yo no estaba dispuesta a que eso ocurriera.
—Lucas —repetí—. Sé que me oyes. Vuelve a mí. —De nuevo deseé que pudieran brotarme lágrimas—. La muerte no ha logrado alejarme de ti. Y no lo conseguirá si tú no se lo permites.
Lucas no dijo nada, pero parte de la tensión abandonó su cuerpo y le relajó las manos y los hombros. Seguía muy nervioso, casi enloquecido, pero había recuperado un poco el control.
¿Qué podía hacer yo? ¿Había algo que pudiera decirle para llegar a él? Algo que él pudiera recordar…
Cuando Lucas se había enterado de que yo era hija de vampiros, había tenido que superar su repulsión hacia los no muertos a fin de mantener su amor por mí. Si pudiera recordar lo que había significado para él aceptarme tal como era, tal vez podría empezar a hacer frente a aquello en lo que él también se había convertido.
Con la voz entrecortada, hablé conforme las palabras me acudían a la memoria:
—Aunque seas un vampiro, no importa. Es inútil negar lo que siento por ti.
Lucas parpadeó y, por primera vez desde que había resucitado de entre los muertos, sus ojos parecieron centrar completamente la mirada. Observé que sus colmillos se habían replegado, y que en él solo quedaban la palidez sobrenatural y la belleza del vampiro. Por lo demás, su apariencia era humana. Se parecía a sí mismo.
—¿Bianca? —susurró.
—Soy yo, Lucas. Soy yo.
Lucas me apretó contra sí en un abrazo estrecho e imposible, y yo le rodeé los hombros con mis brazos. Sentí unas lágrimas calientes en mi cuello; deseé poder llorar. Nuestras piernas cedieron a la vez y nos desplomamos juntos en el suelo.
Miré por encima del hombro para pedir a Balthazar y a Ranulf que nos dejaran solos, pero ambos se dirigían ya a la puerta para salir.
En cuanto estuvimos a solas, pasé mis manos por el pelo de Lucas, le acaricié la espalda y le besé la mejilla.
—Has vuelto —dije—. Estamos juntos. Estaremos bien.
—Pensé que no volvería a verte. Creí que estabas muerta.
—Y lo estoy. Los dos lo estamos.
—Pero, entonces, ¿cómo es que esto es real?
—Me he convertido en un espectro. Ocurre que los espectros de nacimiento como yo, hijos de dos vampiros, tenemos unos poderes que otros no tienen. Si quiero, puedo tener cuerpo, por lo menos durante un tiempo. Si lo hubiera sabido antes… Si te lo hubiera podido decir… Esto nunca debería haber ocurrido.
—No digas eso —dijo él con voz ahogada.
Unimos nuestras frentes; aquel contacto debería haber resultado reconfortante, pero ambos estábamos muy fríos.
—Me pesa el cuerpo. Está mal. Está muerto. —Lucas apretaba las manos en mis hombros—. Y esta sensación de hambre que me vuelve loco. Bianca, creía haberte perdido para siempre, y aquí estás. En cambio, lo único en lo que pienso, lo único que quiero…
No pudo terminar la frase, pero no era necesario. Yo sabía que él solo quería sangre.
—Ya se te pasará. —Mis padres siempre me lo decían. ¿Acaso la mayoría de los vampiros de Medianoche no eran una buena prueba de ello?
Aunque Lucas no parecía creerme, respondió con tono diligente:
—Tendré que aguantarme.
—Eso es.
Durante unos instantes nos limitamos a abrazarnos. Las caras descoloridas de las estrellas de cine en los maltrechos carteles que nos rodeaban parecían mirarnos. Formaban un público de ojos siniestros y sin alma. Me apoyé en el hombro de Lucas e intenté percibir el olor de su piel, que tan familiar me resultaba, pero había desaparecido. O él había perdido su olor al morir, o yo carecía de mi anterior sentido del olfato, o ambas cosas. ¡Cuántas cosas habíamos perdido!
«Pero nos tenemos el uno al otro —me dije—. Hemos de recordar eso».
Primero debía sacarlo del lugar donde había sido asesinado. Necesitábamos ir a un sitio mejor, más familiar. A casa de Vic, decidí. Nos habíamos ocultado allí durante más o menos un mes en verano, mientras la familia de Vic pasaba las vacaciones en Italia. Nuestro pequeño apartamento provisional en la bodega no sería muy reconfortante, pues yo había muerto allí el día anterior, pero tal vez pudiéramos quedarnos hasta decidir qué hacer.
—Vamos. —Lo tomé de la mano. La pulsera de coral que me había regalado por mi último cumpleaños tintineó en mi muñeca—. Nos esperan fuera.
—¿Quién nos espera?
Lucas parecía incapaz de concentrarse; era como si estuviera atendiendo a alguien al teléfono mientras intentaba hablar conmigo a la vez. No era por grosería. Simplemente no podía evitarlo, y eso era lo peor.
—Balthazar… Y Vic, y Ranulf también. Regresaron de Italia en cuanto les enviaste un e-mail. ¿Te acuerdas?
Lucas asintió. Me apretó la mano con tanta fuerza que casi me dolió. Al parecer era incapaz de medir la fuerza que tenía ahora, y eso a pesar de que cuando fue mordido esta ya le había aumentado. No paraba de mover las mandíbulas, como si practicara para morder una y otra vez.
Si él necesitaba que yo mantuviera la calma, lo haría. A fin de cuentas, me dije, yo sabía mejor qué era estar muerta porque contaba ya con un día entero de práctica. Me había llevado unas cuantas horas acostumbrarme a no ser corpórea. No era raro, por lo tanto, que a él le costara un poco asumir que se había convertido en vampiro.
Nos marchamos de la sala de proyección y nos dirigimos hacia la entrada del cine abandonado. La escena en el vestíbulo no resultaba agradable: había vampiros decapitados por el suelo, y procuré no mirar ninguna cabeza. El corazón de los vampiros no bombeaba sangre, de modo que no sangraban mucho después de morir, pero observé que Lucas miraba con avidez las pocas gotas que había en el suelo.
—Sé que tienes hambre —dije en un intento por consolarlo.
—No lo sabes. Es imposible. No hay nada como eso.
Lucas torció el gesto dejando ver sus colmillos. La mera visión de la sangre se los había hecho salir de nuevo. Cuando vivía y era en parte vampiro, yo había sufrido esa desesperada avidez de sangre, pero supuse que Lucas estaba en lo cierto: la voracidad que él ahora experimentaba distaba mucho de la que yo había conocido jamás.
Al salir a la calle vimos a Balthazar solo, apoyado en su coche, en un aparcamiento por lo demás vacío. Su sombra, amplia y alargada, se extendía bajo la luz de una farola cercana. Balthazar se dirigió primero a mí:
—Vic seguía rondando por aquí. El único modo de conseguir que se marchara ha sido que Ranulf lo acompañara.
—Vale —dije acercándome a él—. Vámonos de aquí. No quiero volver a ver este sitio nunca más.
Balthazar no se movió; él y Lucas se quedaron mirándose el uno al otro. Durante años se habían despreciado mutuamente y solo tras mi muerte habían sido capaces de actuar juntos. Sin embargo, en ese momento vi que entre ellos reinaba una comprensión total.
—Perdona. —Lucas tenía la voz ronca—. Algunas cosas que te dije… eso de elegir, de ser un vampiro y eso. Bueno, ahora lo entiendo.
—Ojalá no hubieras tenido que pasar por esto. Ojalá nunca hubieras tenido que entenderlo.
Balthazar cerró los ojos por un instante, tal vez recordando su propia transformación siglos atrás.
—Vamos. Te daremos algo de beber.
De pronto me di cuenta de que Lucas y Balthazar ahora se entendían a un nivel que yo nunca llegaría a comprender por completo. Por algún motivo, me pareció una pérdida. O tal vez, en ese momento, sentía a Lucas tan lejos de mí que todo parecía una pérdida.
Balthazar nos condujo de nuevo al bonito barrio de Filadelfia donde vivía Vic. Lucas y yo nos sentamos juntos en el asiento trasero; él me sujetaba la mano con fuerza y tenía la mirada distante, perdida más allá del parabrisas. De vez en cuando fruncía el entrecejo y cerraba los ojos como si padeciera migraña; nervioso, apretaba los pies contra los bajos del coche, como si retrocediera o intentara abrirse paso. Él no quería estar allí, contenido. Todo cuanto lo rodeaba en ese momento no era más que un obstáculo que se interponía entre él y la sangre que necesitaba. Yo sabía que era mejor no intentar hacerle hablar. En cuanto bebiera un poco se sentiría bien. Tenía que ser así.
Balthazar rompió aquel silencio espantoso poniendo la radio; se oía jazz clásico, el tipo de música que a mi padre le gustaba escuchar en casa. Y mientras Billie Holiday cantaba sobre nimiedades, me pregunté qué dirían mis padres en ese momento y si nos podrían dar algún consejo. Nos habíamos separado de mala manera antes de escaparme con Lucas a principios de verano; y ahora los echaba tanto de menos que me dolía. ¿Qué pensarían de todo lo ocurrido en los últimos días?
Miré a Lucas, la placidez blanquecina y fría de su piel, el modo en que la muerte le había iluminado los ojos y había esculpido sus pómulos, y me dije con tono sombrío que ellos siempre habían querido que saliera con un buen vampiro.
El coche tomó la calle donde vivía Vic, una zona exclusiva con amplios jardines que separaban residencias palaciegas. Como las demás casas, tenía un garaje para cuatro coches y pocas veces habíamos visto automóviles en la calle; sin embargo en ese momento había tres vehículos aparcados justo delante de la casa de Vic. No eran tampoco los habituales Mercedes o Jaguar de la zona: eran camionetas magulladas y coches familiares. Algo empezaba a resultarme familiar.
Entonces vi que en la calle y en el jardín de Vic había apostadas aproximadamente una docena de personas. Distinguí una estaca en la mano de un hombre y me di cuenta de que al menos algunos de ellos iban armados.
—¿Es la tribu de Charity? —preguntó Balthazar—. ¿Aún sigue acosando a Lucas?
Me acordé de los e-mails que Lucas había enviado justo antes de mi muerte, cuando estaba tan desesperado que había pedido ayuda a cualquier persona, incluso a gente de la que solo cabía esperar que se volviera en nuestra contra. Sus mensajes habían recibido respuesta.
—No es Charity —susurré—. Es la Cruz Negra.