Siete gaviotas

La visión de los peces, brillantes y cercanos, me revolvía el hambre. Por primera vez sentí una verdadera desesperación. Por lo menos ahora tenía una carnada. Olvidé la extenuación, agarré un remo y me preparé a agotar los últimos vestigios de mis fuerzas con un golpe certero en la cabeza de uno de los peces que saltaban contra la borda, en una furiosa rebatiña. No sé cuántas veces descargué el remo. Sentía que en cada golpe acertaba, pero esperaba inútilmente localizar la presa. Allí había un terrible festín de peces que se devoraban entre si, y un tiburón panza arriba, sacando un suculento partido en el agua revuelta.

La presencia del tiburón me hizo desistir de mi propósito. Decepcionado, solté el remo y me acosté en la borda. A los pocos minutos sentí una terrible alegría: siete gaviotas volaban sobre la balsa.

Para un hambriento marino solitario en el mar, la presencia de las gaviotas es un mensaje de esperanza. De ordinario, una bandada de gaviotas acompaña a los barcos, pero sólo hasta el segundo día de navegación. Siete gaviotas sobre la balsa significaban la proximidad de la tierra.

Si hubiera tenido fuerzas me habría puesto a remar. Pero estaba extenuado. Apenas sí podía sostenerme unos pocos minutos en pie. Convencido de que estaba a menos de dos días de navegación, de que me estaba aproximando a la tierra, tomé otro poco de agua en la cuenca de la mano y volví a acostarme en la borda, de cara al cielo, para que el sol no me diera en los pulmones. No me cubrí el rostro con la camisa porque quería seguir viendo las gaviotas que volaban lentamente, en ángulo agudo, internándose en el mar. Era la una de la tarde de mi quinto día en el mar.

No sé en qué momento llegó. Yo estaba acostado en la balsa, como a las cinco de la tarde, y me disponía a descender al interior antes de que llegaran los tiburones. Pero entonces vi una pequeña gaviota, como del tamaño de mi mano, que volaba en torno a la balsa y se paraba por breves minutos en el otro extremo de la borda.

La boca se me llenó de una saliva helada. No tenía cómo capturar aquella gaviota. Ningún instrumento, salvo mis manos y mi astucia, agudizada por el hambre. Las otras gaviotas habían desaparecido. Sólo quedaba esa pequeña, color café, de plumas brillantes, que daba saltos en la borda.

Permanecí absolutamente inmóvil. Me parecía sentir por mi hombro el filo de la aleta del tiburón puntual que desde las cinco debía de estar allí. Pero decidí correr el riesgo. Ni siquiera me atrevía a mirar la gaviota, para que no advirtiera el movimiento de mi cabeza. La vi pasar, muy baja, por encima de mi cuerpo. La vi alejarse, desaparecer en el cielo. Pero yo no perdí la esperanza. No se me ocurría cómo iba a despedazarla. Sabia que tenla hambre y que si permanecía completamente inmóvil la gaviota se pasearía al alcance de mi mano.

Esperé más de media hora, creo. La vi aparecer y desaparecer varias veces. Hubo un momento en que sentí, junto a mi cabeza, el aletazo del tiburón, despedazando un pez. Pero en lugar de miedo sentí más hambre. La gaviota saltaba por la borda. Era el atardecer de mi quinto día en el mar. Cinco días sin comer. A pesar de mi emoción, a pesar de que el corazón me golpeaba dentro del pecho, permanecí inmóvil, como un muerto, mientras sentía acercarse la gaviota.

Yo estaba estirado en la borda, con las manos en los muslos. Estoy seguro de que durante media hora ni siquiera me atreví a parpadear. El cielo se ponía brillante y me maltrataba la vista, pero no me atrevía a cerrar los ojos en aquel momento de tensión. La gaviota estaba picoteándome los zapatos.

Había transcurrido una larga e intensa media hora, cuando sentí que la gaviota se me paró en la pierna. Suavemente me picoteó el pantalón. Yo seguía absolutamente inmóvil cuando me dio un picotazo seco y fuerte en la rodilla. Estuve a punto de saltar a causa de la herida. Pero logré soportar el dolor. Luego, se rodó hasta mi muslo derecho, a cinco o seis centímetros de mi mano. Entonces corté la respiración e imperceptiblemente, con una tensión desesperada, empecé a deslizar la mano.