El resto del sábado y del domingo mi padre y yo dimos brincos por toda la ciudad. Me aseguré de que disfrutara de las comidas llevándolo a Junior’s para que probara la tarta de queso, al Gray’s Papaya por los perritos calientes y a John’s por la pizza, que nos llevamos al apartamento para compartirla con Cary. Subimos a lo alto del Empire State, con lo que quedó satisfecha la opción de ir a la Estatua de la Libertad por lo que a mi padre respecta. Disfrutamos de un espectáculo de Broadway por la tarde.
Fuimos paseando hasta Times Square, que estaba abarrotado y olía fatal, pero donde vimos a unos artistas callejeros interesantes y medio desnudos.
Hice algunas fotos con el teléfono y se las envié a Cary para que se riera.
Mi padre se quedó impresionado con la presencia del servicio de emergencias en la ciudad y le gustó tanto como a mí ver oficiales de policía a caballo. Dimos una vuelta por Central Park en un carro tirado por caballos y nos adentramos juntos en el metro. Lo llevé al Rockefeller Center, a Macy’s y al Crossfire, del cual admitió que era un edificio extraordinario capaz de competir con otros edificios impresionantes.
Pero durante todo el tiempo, simplemente estuvimos juntos. La mayor parte del rato caminando, charlando y sencillamente haciéndonos compañía.
Por fin supe cómo había conocido a mi madre. Al elegante deportivo de ella se le había pinchado una rueda y terminó en el taller de coches donde él trabajaba. Aquella historia me recordó al viejo éxito de Billy Joel, «Uptown Girl», y así se lo dije. Mi padre se rio y dijo que era una de sus canciones preferidas. Me contó que aún podía verla saliendo de detrás del volante de su caro cochecito de juguete poniendo su mundo del revés.
Era la cosa más bonita que había visto nunca… hasta que llegué yo.
—¿Estás resentido con ella, papá?
—Antes sí. —Me pasó el brazo por encima de los hombros—. Nunca le perdonaré que no te pusiera mi apellido cuando naciste. Pero ya no estoy enfadado por la cuestión del dinero. Nunca podré hacerla feliz a largo plazo y ella se conocía lo suficientemente bien como para saberlo.
Asentí, y me compadecí de todos nosotros.
—Y lo cierto es que —soltó un suspiro y apoyó la mejilla sobre mi cabeza un momento—, por mucho que desearía darte todas las cosas que sus maridos pueden proporcionarte, me alegra saber que las estás recibiendo.
No soy tan orgulloso como para no apreciar que tu vida es mejor por las decisiones que ella ha tomado. Y no me siento mal por mi parte.
Tengo una buena vida que me hace feliz y una hija de la que me siento terriblemente orgulloso. Me considero un hombre rico porque no hay nada en este mundo que desee y que no tenga.
Me detuve para abrazarlo.
—Te quiero, papá. Estoy muy contenta de que hayas venido.
Me rodeó con sus brazos y pensé que al final me pondría bien.
Tanto mi madre como mi padre tenían una vida plena sin la persona a la que amaban.
Yo también podría tenerla.
Cuando mi padre se fue caí en una depresión. Los siguientes días pasaron sin más. Todos los días me decía que no esperaba ninguna forma de contacto por parte de Gideon, pero cuando por la noche me arrastraba hasta la cama, lloraba hasta quedarme dormida porque había pasado otro día sin tener noticias suyas.
La gente que me rodeaba estaba preocupada. Steven y Mark se mostraron excesivamente solícitos durante la comida del miércoles.
Fuimos al restaurante mexicano donde trabajaba Shawna y los tres se esforzaron por hacerme reír y porque disfrutara. Así lo hice, porque me encantaba pasar el tiempo con los tres y odiaba la preocupación que veía en sus miradas, pero había un agujero dentro de mí y no había nada que pudiera llenarlo, además de la exasperante preocupación por la investigación de la muerte de Nathan.
Mi madre me llamaba todos los días para preguntarme si la policía se había puesto en contacto conmigo otra vez —no lo habían hecho— y para informarme de si habían contactado con ella o con Stanton ese día.
Me preocupaba que estuvieran dando vueltas alrededor de Stanton, pero tenía que creer que puesto que mi padrastro era evidentemente inocente, no había nada que pudiesen encontrar. Aun así… me preguntaba si terminarían encontrando algo. Claramente había sido un homicidio o, de lo contrario, no estarían investigando. Como Nathan era nuevo en la ciudad, ¿a quién conocía que quisiera matarle?
En el fondo, no podía evitar pensar que Gideon lo había organizado.
Eso hacía que me resultara más difícil pasar página, porque había una parte de mí, la niña pequeña que había sido antes, que durante mucho tiempo había deseado la muerte de Nathan, que había deseado que sufriera lo mismo que él me había hecho sufrir durante años. Perdí mi inocencia con él, al igual que mi virginidad. Había perdido mi autoestima y el respeto por mí misma. Y, al final, había perdido un bebé en un terrible aborto cuando no era más que una niña.
Fui pasando cada día minuto a minuto. Me obligué a ir a las clases de Krav Maga de Parker, a ver la televisión, a sonreír y a reír cuando tocara —la mayoría de las veces con Cary— y a levantarme cada mañana para enfrentarme a un nuevo día. Trataba de no hacer caso a lo muerta que me sentía por dentro. Nada me parecía real más allá del sufrimiento que vibraba en todo mi cuerpo como un dolor constante y sordo. Perdía peso y dormía mucho sin estar cansada.
El jueves, sexto día sin Gideon, segunda ronda: dejé un mensaje a la recepcionista del doctor Petersen para decirle que Gideon y yo ya no íbamos a regresar a nuestras sesiones. Esa noche, le pedí a Clancy que se pasara por el edificio de apartamentos de Gideon para dejarle en la recepción el anillo que me había regalado y la llave de su piso en un sobre cerrado. No dejé ninguna nota porque ya había dicho todo lo que tenía que decirle.
El viernes, uno de los auxiliares de cuentas contrató a un ayudante y Mark me preguntó si podía ayudarle a que se instalara. Se llamaba Will y me gustó de inmediato. Tenía el pelo oscuro, rizado pero corto.
Llevaba patillas largas y unas gafas de montura cuadrada que le favorecían mucho.
Bebía soda en lugar de café y seguía saliendo con su novia del instituto.
Pasé buena parte de la mañana enseñándole las oficinas.
—¿Te gusta esto? —preguntó.
—Me encanta —contesté sonriendo.
Will me devolvió la sonrisa.
—Me alegro. Al principio, no estaba seguro. No parecías tan entusiasta, aunque lo que decías sonaba bien.
—Perdona. Estoy pasando por una dura ruptura. —Traté de quitarle importancia—. Me resulta difícil emocionarme por nada ahora mismo, incluso con cosas que me vuelven loca. Este trabajo es una de ellas.
—Siento lo de tu ruptura —dijo con sus ojos oscuros llenos de compasión.
—Sí, yo también.
Para el sábado, Cary se encontraba mejor y tenía mejor aspecto.
Tenía todavía las costillas vendadas y el brazo iba a seguir escayolado un tiempo, pero caminaba sin ayuda y ya no necesitaba a la enfermera.
Mi madre trajo un equipo de belleza a nuestro apartamento —seis mujeres vestidas con bata blanca que se adueñaron de mi sala de estar—.
Cary se sentía en el paraíso. No puso ningún reparo en absoluto al hecho de disfrutar de un día de balneario. Mi madre parecía cansada, lo cual no era propio de ella. Yo sabía que estaba preocupada por Stanton. Y quizá estaba pensando también en mi padre. Me parecía imposible que no lo hiciera después de haberlo visto por primera vez en veinticinco años.
El deseo que él sentía por ella me había parecido fuerte y vivo. No podía imaginarme qué le habría hecho sentir a ella.
En cuanto a mí, era estupendo estar rodeada de dos personas que me querían y me conocían lo suficiente como para no sacarme el tema de Gideon ni hacérmelo pasar mal dándome la lata por haber salido con él. Mi madre me trajo una caja de Knipschildt, mis trufas favoritas, y las saboreé despacio. Aquél era el único exceso por el que nunca me reprendía.
Incluso estaba de acuerdo en que una mujer tenía derecho a tomar chocolate.
—¿Qué te van a hacer a ti? —me preguntó Cary mirándome con un montón de mejunje negro por toda la cara. Le estaban recortando el pelo con su habitual estilo atractivo y flexible y también las uñas de los pies, limándoselas perfectamente redondeadas.
Me lamí el chocolate de mis dedos y pensé en la respuesta. La última vez que tuvimos una sesión de spa acepté tener una aventura con Gideon. Era nuestra primera cita y yo sabía que íbamos a tener sexo. Elegí un paquete elaborado para la seducción, haciendo que mi piel se volviera suave y fragante con aromas que supuestamente tenían propiedades afrodisíacas.
Ahora todo era diferente. En cierto sentido, se me daba una segunda oportunidad para volver a hacer las cosas. La investigación de la muerte de Nathan constituía una preocupación para todos nosotros, pero el hecho de que hubiese desaparecido de mi vida para siempre me liberó de un modo que no me había dado cuenta cuánto necesitaba. En algún lugar profundo de mi mente, el miedo debía haber estado oculto. Siempre existía la posibilidad de que pudiera volver a verle mientras estuviese vivo.
Ahora era libre.
También tenía una nueva oportunidad de abrazar mi vida en Nueva York de una forma que no había hecho antes. No tenía que rendirle cuentas a nadie. Podría ir adonde fuera con quien fuera. Podría ser cualquiera. ¿Quién era la Eva Tramell que vivía en Manhattan y tenía el trabajo de sus sueños en una agencia de publicidad? Aún no lo sabía.
Hasta ahora había sido la recién llegada de San Diego que había entrado en la órbita de un hombre enigmático y poderoso. Esa Eva estaba viviendo su octavo día sin Gideon, segunda ronda, acurrucada en un rincón, lamiéndose las heridas. Y así sería durante mucho tiempo.
Quizá para siempre, porque no podía imaginar que pudiera enamorarme otra vez como me había pasado con Gideon. Para bien o para mal, él era mi alma gemela. Mi otra mitad. En muchos sentidos, era mi reflejo.
—¿Eva? —Cary me dio un codazo mientras me observaba.
—Quiero que me hagan de todo —respondí con determinación—. Quiero un nuevo corte de pelo. Algo corto, coqueto y elegante. Quiero que me pinten las uñas de un rojo brillante e intenso, las de las manos y las de los pies. Quiero ser una nueva Eva.
Cary me miró sorprendido.
—Uñas, sí. Pelo, quizá. No se deben tomar decisiones radicales cuando se está jodido por un tío. Terminan obsesionándote.
Lo miré desafiante.
—Voy a hacerlo, Cary Taylor. Puedes ayudarme o cerrar la boca y mirar.
—¡Eva! —mi madre prácticamente me chilló—. ¡Vas a estar impresionante!
Sé exactamente qué es lo que tienes que hacerte en el pelo. ¡Te va a encantar!
Los labios de Cary se retorcieron.
—De acuerdo, nena. Veamos cómo es esa nueva Eva.
La nueva Eva resultó ser un bombonazo ligeramente provocador. El que había sido un pelo largo, liso y rubio ahora quedaba a la altura del hombro y cortado en capas, con reflejos de platino y enmarcándome la cara.
También me habían maquillado para ver qué tipo de aspecto iba bien con mi nuevo peinado y vi que el gris ahumado para mis ojos era el más adecuado junto con un brillo de labios rosa suave.
Al final no me habían pintado las uñas de rojo y en su lugar, elegí el color chocolate. Me encantaba. Al menos, por ahora. Estaba dispuesta a admitir que quizá estaba atravesando una fase.
—De acuerdo, lo retiro —dijo Cary—. Está claro que sabes llevar bien las rupturas.
—¿Ves? —alardeó mi madre sonriendo—. ¡Te lo dije! Ahora tienes un aspecto urbano y sofisticado.
—¿Así es como se llama? —Estudié mi reflejo en el espejo, sorprendida ante la transformación. Parecía un poco más mayor. Decididamente más elegante. Y claramente más atractiva. Me subió el ánimo ver que me devolvía la mirada otra persona aparte de la joven de ojos hundidos que llevaba viendo desde hacía casi dos semanas. En cierto modo, mi rostro más delgado y mis ojos tristes combinaban bien con este estilo más atrevido.
Mi madre insistió en que saliéramos a cenar, ya que todos teníamos tan buen aspecto. Llamó a Stanton y le dijo que se preparara para salir por la noche y por lo que oí de la conversación, puedo decir que ella le estaba haciendo disfrutar con su excitación infantil. Dejó que fuera él quien eligiera el lugar y se encargara de todo. Después, continuó con mi transformación escogiendo un vestidito negro de mi armario.
Mientras yo me lo ponía, ella sostuvo en la mano uno de mis vestidos de cóctel de color marfil.
—Póntelo —le dije, encontrando divertido y bastante sorprendente que mi madre fuera capaz de ponerse ropa de alguien veinte años más joven.
Cuando estuvimos arregladas, fue a la habitación de Cary y le ayudó a prepararse.
Yo miraba desde la puerta cómo mi madre se ocupaba de él, hablándole todo el rato con esa forma tan suya que no necesitaba de una conversación recíproca. Cary estaba allí de pie, con una dulce sonrisa en la cara, siguiéndola con los ojos por la habitación con algo parecido a la felicidad.
Ella le pasó las manos por los anchos hombros, alisándole la camisa y, a continuación, le anudó la corbata con manos expertas y dio un paso atrás para ver el resultado. La manga de su brazo escayolado estaba sin abotonar y remangada y aún tenía magulladuras amarillas y púrpuras en la cara, pero nada restaba méritos al efecto general que provocaba Cary Taylor vestido para una elegante salida nocturna.
La sonrisa de mi madre iluminó la habitación.
—Impresionante, Cary. Simplemente impresionante.
—Gracias.
Dando un paso adelante, le dio un beso en la mejilla.
—Casi tan guapo por fuera como lo eres por dentro.
Vi que él pestañeaba y me miraba, con sus ojos verdes llenos de confusión. Yo me apoyé en el quicio de la puerta.
—Algunos podemos ver tu interior, Cary Taylor. Esas miradas de hombre guapo no nos engañan. Sabemos que hay un precioso y enorme corazón dentro de ti —dije.
—¡Vamos! —exclamó mi madre agarrándonos a los dos de la mano y tirando de nosotros para salir de la habitación.
Cuando bajamos al vestíbulo, vimos que la limusina de Stanton nos esperaba. Mi padrastro bajó del asiento de atrás y rodeó con sus brazos a mi madre, besándola suavemente en la mejilla, pues sabía que ella no querría estropearse el lápiz de labios. Stanton era un hombre atractivo, de pelo blanco y ojos azules. Su rostro reflejaba algunos indicios de su edad, pero seguía siendo un hombre atractivo que se conservaba en forma y activo.
—¡Eva! —Me abrazó también y me besó en la mejilla—. Estás deslumbrante.
Sonreí, no muy segura de si estar «deslumbrante» significaba que iba a deslumbrar a alguien o si esperaba que me deslumbraran a mí.
Stanton estrechó la mano de Cary y le dio una suave palmada en el hombro.
—Me alegra ver que vuelves a estar de pie, joven. Nos diste un buen susto a todos.
—Gracias. Por todo.
—No tienes que dármelas —respondió Stanton con un movimiento de la mano.
Mi madre respiró hondo y, a continuación, dejó salir el aire. Sus ojos brillaban mientras miraba a Stanton. Vio que yo la miraba y sonrió, y era una sonrisa tranquila.
Terminamos en un club privado con una orquesta y dos cantantes excelentes, un hombre y una mujer. Se fueron intercambiando a lo largo de la noche, proporcionando el acompañamiento perfecto a una cena con velas servida en un reservado con respaldo alto y de terciopelo como si estuviese directamente sacado de una fotografía de la alta sociedad del Manhattan clásico. No pude evitar sentirme encantada.
Entre la cena y el postre, Cary me sacó a bailar. Habíamos asistido juntos a clases de bailes de salón por insistencia de mi madre, pero teníamos que ir con cuidado con las heridas de Cary. Básicamente nos limitamos a balancearnos en el sitio, disfrutando de la satisfacción que nos daba terminar un día feliz con una buena cena compartida con nuestros seres queridos.
—Míralos —dijo Cary mientras veía a Stanton llevando hábilmente a mi madre por la pista de baile—. Está loco por ella.
—Sí. Y ella es buena para él. Se dan lo que necesitan.
Bajó los ojos hacia mí.
—¿Estás pensando en tu padre?
—Un poco. —Levanté el brazo y le pasé los dedos por el pelo, pensando en otros mechones más largos y oscuros que al tacto eran como la seda gruesa—. Nunca me he considerado una persona romántica. Es decir, me gusta el romanticismo y los gestos especiales y esa sensación achispada que te entra cuando te enamoras mucho de alguien. Pero toda esa fantasía del príncipe azul y lo de casarse con el amor de tu vida no era lo mío.
—Nena, tú y yo estamos demasiado hastiados. Sólo queremos tener sexo estupendo con gente que sepa que estamos jodidos y que lo acepten.
Torcí el gesto con sarcasmo.
—Hubo un momento en que me engañé a mí misma pensando que Gideon y yo podríamos tenerlo todo. Que estar enamorados era lo único que necesitábamos. Supongo que fue porque, en realidad, nunca pensé que me iba a enamorar de esa forma; y luego está el famoso mito de que cuando te pasa, se supone que vas a vivir feliz por siempre jamás.
Cary presionó sus labios contra mi frente.
—Lo siento, Eva. Sé que lo estás pasando mal. Ojalá yo pudiera arreglarlo.
—No sé por qué nunca he podido encontrar a alguien con quien ser feliz.
—Una pena que no queramos follar tú y yo. Seríamos perfectos.
Me reí y apoyé la mejilla en su pecho.
Cuando terminó la canción nos separamos y nos dirigimos hacia nuestra mesa. Sentí unos dedos que me rodeaban por la cintura y giré la cabeza.
Me encontré mirando a los ojos de Christopher Vidal, hijo, el hermanastro de Gideon.
—Quiero que me concedas el siguiente baile —dijo con la boca curvada formando una sonrisa infantil. No había rastro del hombre malvado que había visto en un vídeo secreto que Cary había grabado durante una fiesta en la residencia de los Vidal.
Cary se me acercó esperando que yo le diera alguna indicación.
Mi primer instinto fue el de rechazar a Christopher, pero, entonces, miré a mi alrededor.
—¿Has venido solo?
—¿Importa eso? —Me atrajo hacia sus brazos—. Es contigo con quien quiero bailar. Me quedo con ella —le dijo a Cary, y me llevó con él.
La primera vez que nos vimos fue justo así, con él sacándome a bailar.
Yo estaba teniendo mi primera cita con Gideon y las cosas ya habían empezado a ir mal en ese momento.
—Estás fantástica, Eva. Me encanta tu peinado.
Conseguí poner una sonrisa tensa.
—Gracias.
—Tranquila —dijo—. Estás muy rígida. No te voy a morder.
—Perdona. Sólo quiero estar segura de que no voy a ofender a quien sea que esté aquí contigo.
—Sólo mis padres y el representante de un cantante que quiere firmar con Vidal Records.
—Ah. —Mi sonrisa se amplió convirtiéndose en otra más sincera.
Eso era justo lo que esperaba oír.
Mientras bailábamos, seguí inspeccionando la sala. Lo consideré una señal cuando terminó la canción y Elizabeth Vidal se puso de pie atrayendo mi atención. Se excusó en su mesa y yo me excusé con Christopher, que protestó.
—Tengo que refrescarme —le dije.
—De acuerdo. Pero insisto en invitarte a una copa cuando vuelvas.
Salí detrás de su madre, pensando si terminaría diciéndole a Christopher que era un verdadero mierda de proporciones colosales. No sabía si Magdalene le había hablado del vídeo y, en caso de que no lo hubiese hecho, supuse que probablemente habría un motivo para ello.
Esperé a Elizabeth en la puerta del baño. Cuando volvió a aparecer, me vio en el pasillo y sonrió. La madre de Gideon era una mujer hermosa, de cabello oscuro, largo y liso y los mismos y alucinantes ojos azules que tenían su hijo y Ireland. Sólo con mirarla, sentí dolor. Echaba mucho de menos a Gideon. Para mí suponía una batalla continua conmigo misma el no ponerme en contacto con él y quedarme como estaba.
—Eva. —Me saludó dando besos en el aire junto a mis dos mejillas—.
Christopher ha dicho que eras tú. Al principio no te reconocía. Estás muy distinta con el pelo así. Me parece precioso.
—Gracias. Necesito hablar con usted. En privado.
—Ah. —Frunció el ceño—. ¿Algo va mal? ¿Es por Gideon?
—Venga conmigo. —Hice una señal para que entráramos por el pasillo hacia la salida de emergencia.
—¿Qué es lo que pasa?
Cuando nos apartamos de los baños, le conté.
—¿Recuerda si Gideon le dijo de niño que habían abusado de él o le habían violado?
Su rostro empalideció.
—¿Te lo ha contado?
—No. Pero he presenciado sus pesadillas. Sus terribles, desagradables y salvajes pesadillas donde pide compasión. —El tono de mi voz era bajo, pero vibraba lleno de rabia. Aquello era lo único que podía hacer para contener mis manos mientras ella estaba allí, avergonzada y violenta—. ¡Su deber era protegerle y apoyarle!
Me miró desafiante.
—Tú no sabes…
—Usted no tiene la culpa de lo que ocurrió antes de que lo supiese —dije enfrentándome a ella y sintiendo satisfacción cuando dio un paso atrás—.
Pero la culpa de lo que ocurriera después de que él se lo contara es únicamente suya.
—Vete a la mierda —me espetó—. No sabes de lo que estás hablando.
¿Cómo te atreves a venir a mí de esa forma y decirme estas cosas cuando no tienes ni idea de nada?
—Sí que me atrevo. Su hijo está gravemente herido por lo que le ocurrió y su negativa a creerle hizo que se convirtiera en algo un millón de veces peor.
—¿Crees que yo iba a tolerar abusos sobre mi propio hijo? —Tenía el rostro encendido de la rabia y los ojos le brillaban—. Hice que dos pediatras diferentes examinaran a Gideon buscando… traumatismos. Hice todo lo que se esperaba que podía hacer.
—Excepto creerle, que es lo que debería haber hecho como madre suya que es.
—También soy la madre de Christopher y él estaba allí. Jura que no ocurrió nada. ¿A quién se supone que tenía que creer cuando no tenía pruebas? Nadie pudo encontrar nada que demostrara lo que Gideon decía.
—Él no debía aportar pruebas. ¡Era un niño! —La rabia que sentía me recorría todo el cuerpo. Apreté los puños contendiendo el deseo de darle un puñetazo. No sólo por lo que Gideon había perdido, sino por lo que habíamos perdido los dos—. Se supone que debía haberse puesto de su lado pasara lo que pasara.
—Gideon era un chico problemático sometido a terapia desde la muerte de su padre y deseoso de llamar la atención. No sabes cómo era entonces.
—Sé cómo es ahora. Un hombre destrozado y dolido que no cree que merezca la pena amar. Y usted le ha ayudado en eso.
—Vete al infierno. —Se fue enojada.
—Ya estoy en él —grité a sus espaldas—. Y también su hijo.
Pasé todo el domingo siendo la antigua Eva.
Trey tenía el día libre y se llevó a Cary a comer por ahí y a ver una película. Yo estaba encantada de verlos juntos, entusiasmada porque los dos se estuviesen esforzando. Cary no había invitado a venir a casa a ninguna de las personas que llamaban a su teléfono móvil y me pregunté si estaría replanteándose sus amistades. Supuse que muchas eran relaciones superficiales, con las que divertirse mucho pero sin ninguna seriedad.
Al contar con el apartamento entero para mí sola, dormí mucho, me alimenté de comida basura y no me molesté en quitarme el pijama.
Lloré por Gideon en la intimidad de mi habitación, mirando el collage de fotos que tenía antes en mi mesa del trabajo. Echaba de menos el peso de su anillo en el dedo y el sonido de su voz. Echaba de menos notar sus manos y sus labios en mi cuerpo y la forma tierna y posesiva con que cuidaba de mí.
Cuando llegó el lunes salí del apartamento como la nueva Eva. Con ojos ahumados, labios rosas y mi nuevo y alegre corte de pelo decapado, sentía que podía fingir ser otra persona durante todo el día. Alguien que no tuviese el corazón destrozado, ni estuviera perdida y furiosa.
Cuando salí vi el Bentley, pero Angus no se molestó en salir del coche, sabiendo que yo no aceptaría que me llevara. Me desconcertaba que Gideon lo tuviera perdiendo el tiempo por ahí sólo por si yo quería que me llevara a algún sitio. No tenía sentido, a menos que Gideon se sintiese culpable. Yo odiaba la culpa, odiaba que ésta afligiera a tantas personas que formaban parte de mi vida. Deseaba que simplemente la ignoraran y siguieran adelante. Como yo intentaba hacer.
La mañana en Waters Field & Leaman pasó rápidamente porque tenía a Will, el nuevo asistente, que también me ayudaba a hacer mi trabajo habitual. Me alegraba que no tuviese miedo a hacer montones de preguntas, porque así me mantenía ocupada y evitaba que contara los segundos, minutos y horas desde la última vez que había visto a Gideon.
—Tienes buen aspecto, Eva —dijo Mark la primera vez que fui a verlo a su despacho—. ¿Estás bien?
—La verdad es que no. Pero lo estaré.
Se inclinó hacia delante apoyando los codos en su mesa.
—Steven y yo rompimos una vez, cuando llevábamos alrededor de año y medio de relación. Habíamos pasado un par de semanas malas y decidimos terminar. Fue terrible —dijo con vehemencia—. Odié cada minuto. Levantarme por las mañanas era una verdadera hazaña y para él fue lo mismo. Así que, bueno… Si necesitas algo…
—Gracias. Lo mejor que puedes hacer por mí ahora mismo es mantenerme ocupada. No quiero tener tiempo para pensar en nada que no sea trabajo.
—Eso puedo hacerlo.
Cuando llegó la hora del almuerzo, Will y yo recogimos a Megumi y fuimos a una pizzería cercana. Megumi me puso al tanto de su relación con su cita a ciegas y Will nos habló de sus aventuras en Ikea y de que él y su novia estaban equipando su loft con muebles que estaban montando ellos mismos. Me alegré de poder hablar de mi día de tratamientos de belleza.
—Vamos a ir a los Hamptons este fin de semana —dijo Megumi cuando volvíamos al Crossfire—. Los abuelos de mi chico tienen una casa allí. ¿No os parece estupendo?
—Mucho. —Pasé a su lado por los torniquetes de la entrada—. Me da envidia que puedas huir del calor.
—Lo sé.
—Mejor que montar muebles —murmuró Will siguiendo a un grupo de personas que subían en uno de los ascensores—. Estoy deseando acabar.
Las puertas empezaron a cerrarse y, entonces, se abrieron de nuevo.
Gideon entró en el ascensor después de nosotros. La energía familiar y palpable que siempre fluía entre nosotros me llegó con fuerza. Un estremecimiento me bajó por la columna vertebral y estalló hacia fuera, haciendo que la carne de gallina recorriera mi piel. El pelo de la nuca me picaba.
Megumi me miró y yo negué con la cabeza. Sabía que era mejor no mirarle directamente. No estaba segura de no terminar haciendo algo imprudente o desesperado. Lo deseaba con toda mi alma y había pasado mucho tiempo desde que me había tenido. Antes tenía derecho a tocarle, a agarrarle de la mano, a echarme sobre él, a pasarle los dedos por el pelo.
En mi interior sentí el terrible dolor de que ya no se me permitiera hacer esas cosas. Tuve que morderme el labio para sofocar un gemido de agonía por volver a estar tan cerca de él.
Mantuve la cabeza agachada, pero sentí los ojos de Gideon puestos en mí. Seguí hablando con mis compañeros de trabajo, obligándome a centrarme en la conversación de los muebles y los acuerdos necesarios para vivir con alguien del sexo opuesto.
A medida que el ascensor siguió con su ascenso y sus frecuentes paradas, el número de gente en la cabina se redujo. Yo era plenamente consciente de dónde estaba Gideon, sabiendo que nunca montaba en ascensores tan llenos de gente, sospechando, esperando y rezando porque simplemente quisiera verme, estar conmigo, aunque sólo fuese de este modo tan terriblemente impersonal.
Cuando llegamos a la planta número veinte respiré hondo y me dispuse a salir, odiando la inevitable separación de la única persona en el mundo que me hacía sentir realmente viva.
Las puertas se abrieron.
—Espera.
Cerré los ojos. Me detuvo aquella orden proferida con su voz ronca y baja. Yo sabía que tenía que continuar caminando como si no le hubiese oído. Sabía que iba a sufrir mucho más si le daba más de mí, aunque sólo fuera un minuto más de mi vida. Pero ¿cómo iba a resistirme? Nunca sería capaz de hacerlo cuando se trataba de Gideon.
Me hice a un lado para que mis compañeros pudiesen salir. Will frunció el ceño cuando yo no los seguí, confundido, pero Megumi tiró de él para que saliera. Las puertas se cerraron. Yo me fui a un rincón con el corazón acelerado. Gideon esperó en el lado opuesto, irradiando expectación y necesidad. Mientras subíamos a la planta superior, mi cuerpo reaccionó ante su deseo casi palpable. Los pechos se me hincharon y me volví pesada. El sexo se me agrandó y se volvió húmedo. Estaba ávida de él.
Necesitada. La respiración se me aceleró.
Ni siquiera me había tocado y yo casi jadeaba de deseo.
El ascensor se detuvo. Gideon sacó la llave de su bolsillo y la metió en el panel dejando el ascensor sin servicio. Entonces, se acercó a mí.
Había apenas unos centímetros entre los dos. Yo mantuve la cabeza agachada mirando sus resplandecientes zapatos de tacón bajo. Oí su respiración, profunda y rápida como la mía. Olí el sutil aroma masculino de su piel y el corazón me dio un brinco.
—Date la vuelta, Eva.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo al escuchar aquel conocido y querido tono autoritario. Cerré los ojos, me giré y, a continuación, ahogué un grito cuando inmediatamente se echó sobre mi espalda, aplastándome contra la pared de la cabina. Entrelazó sus dedos con los míos sujetándome las manos por encima de los hombros.
—Estás muy guapa —susurró acariciando mi pelo con la nariz—. Me duele al mirarte.
—Gideon, ¿qué estás haciendo?
Sentí el deseo que salía de él y me envolvía. Su poderosa constitución era fuerte y caliente y vibraba por la tensión. Estaba empalmado y su gruesa polla ejercía una firme presión contra la que no pude evitar apretarme. Lo deseaba. Lo quería dentro de mí. Llenándome.
Completándome. Estaba vacía sin él.
Respiró hondo con una fuerte sacudida. Flexionaba los dedos nerviosamente entre los míos, como si quisiera tocarme por todas partes pero se contuviese.
Sentí el anillo que le había regalado clavándose en mi carne. Giré la cabeza para verlo y me puse tensa cuando lo vi, confundida y angustiada.
—¿Por qué? —susurré—. ¿Qué quieres de mí? ¿Un orgasmo? ¿Quieres follarme, Gideon? ¿Es eso? ¿Correrte dentro de mí?
Soltó un bufido al oír esas crudas palabras en su cara.
—No sigas.
—¿No quieres que le ponga nombre a lo que es esto? —dije cerrando los ojos—. De acuerdo. Simplemente hazlo. Pero no te pongas ese anillo ni actúes como si fuera lo que no es.
—Nunca me lo quito. Ni me lo quitaré. Nunca. —Su mano derecha soltó la mía y se la metió en el bolsillo. Vi cómo deslizaba de nuevo en mi dedo el anillo que me había regalado y, a continuación, se llevó mi mano a la boca.
La besó y, después, apretó sus labios sobre mi sien rápido, con fuerza y con furia.
—Espera —dijo bruscamente.
Entonces, se fue. El ascensor empezó a bajar. Mi mano derecha se cerró en un puño y yo me aparté de la pared, respirando con dificultad.
Esperar. ¿A qué?