V

A medida que se acercaba el invierno, Mollie se volvió más y más conflictiva. Llegaba tarde al trabajo por las mañanas con el pretexto de que se había quedado dormida, quejándose de dolencias misteriosas, aun cuando su apetito era excelente. Con cualquier excusa escapaba del trabajo para ir al bebedero, donde se quedaba parada mirando su reflejo en el agua como una boba. Pero también había rumores de algo más serio. Un día que Mollie entraba alegremente en el patio, moviendo su larga cola y mascando un tallo de heno, Clover la llamó a un lado.

—Mollie —le dijo—, tengo algo muy serio que decirte. Esta mañana te vi mirando por encima del seto que separa a «Granja Animal» de Foxwood. Uno de los hombres del señor Pilkington estaba situado al otro lado del seto. Y yo estaba a cierta distancia, pero estoy casi segura de haberte visto: él te estaba hablando y tú le permitías que te acariciara. ¿Qué significa eso, Mollie?

—¡Él no hizo nada! ¡Yo no estaba! ¡No es verdad! —gritó Mollie, haciendo cabriolas y pateando el suelo.

—¡Mollie! Mírame a la cara. ¿Puedes darme tu palabra de honor de que ese hombre no te estaba acariciando el hocico?

—¡No es verdad! —repitió Mollie, pero no podía mirar a la cara a Clover, y al instante se escapó, huyendo al galope hacia el campo.

A Clover se le ocurrió algo. Sin decir nada a nadie, se fue a la cuadra de Mollie y revolvió la paja con su pata. Escondido bajo la paja, había un montoncito de terrones de azúcar y varias tiras de cintas de distintos colores. Tres días después Mollie desapareció. Durante varias semanas no se supo nada respecto a su paradero; luego las palomas informaron que la habían visto al otro lado de Willingdon. Estaba atalajada entre las varas de un coche elegante pintado de rojo y negro, que se encontraba detenido ante una taberna. Un hombre gordo, de cara colorada, con bombachos a cuadros y polainas, que parecía un tabernero, le estaba acariciando el hocico y dándole de comer azúcar. El pelaje de Mollie estaba recién cortado, y llevaba una cinta escarlata en las crines. «Daba la impresión de que estaba a gusto», dijeron las palomas. Ninguno de los animales volvió a mencionar a Mollie. En enero hizo muy mal tiempo. La tierra parecía de hierro y no se podía hacer nada en el campo. Se realizaron muchas reuniones en el granero principal; los cerdos se ocuparon en formular planes para la temporada siguiente. Se llegó a aceptar que los cerdos, que eran manifiestamente más inteligentes que los demás animales, resolverían todas las cuestiones referentes al manejo de la granja, aunque sus decisiones debían ser ratificadas por mayoría de votos. Este arreglo hubiera resultado bastante bien a no ser por las discusiones entre Snowball y Napoleón. Los dos estaban en desacuerdo en todos los puntos donde era posible que hubiera discrepancia. Si uno de ellos sugería sembrar un mayor número de hectáreas con cebada, con toda seguridad que el otro iba a exigir superior número de superficie con avena; y si uno afirmaba que tal o cual terreno estaba en buenas condiciones para el repollo, el otro decía que lo más adecuado era sembrar nabos. Cada cual tenía sus partidarios y por ello en cada Reunión se registraban debates violentos. En muchas ocasiones, Snowball con sus brillantes discursos llegaba a convencer a la mayoría pero Napoleón le ganaba, cuando se trataba de obtener apoyo al margen de las sesiones. Hecho curioso fue el sucedido con las ovejas quienes adquirieron la costumbre de balar «Cuatro patas sí, dos pies no» en cualquier momento, interrumpiendo con ello la Reunión. Y se notó que esto ocurría precisamente en momentos decisivos de los discursos de Snowball. Éste había hecho un estudio profundo de algunos números atrasados de la revista «Granjero y Ganadero» encontrados en la casa y estaba lleno de planes para realizar innovaciones y mejoras. Hablaba como un erudito, de zanjas de desagüe, ensilados y abonos básicos, y había elaborado un complicado sistema para que todos los animales dejaran caer su estiércol directamente sobre los campos, y cada día en un lugar distinto, con objeto de ahorrar el trabajo de transportarlo. Napoleón no presentó ningún plan propio, pero decía tranquilamente que los de Snowball se quedarían en nada y su actitud era la del que parece esperar algo. Pero de todas sus controversias, ninguna fue tan enconada como la que tuvo lugar respecto al molino de viento.

En la larga pradera, cerca de los edificios, había una pequeña loma que era el punto más alto de la granja. Después de estudiar el terreno, Snowball declaró que aquél era el lugar indicado para un molino de viento, con el cual se podía hacer funcionar una dinamo y suministrar electricidad para la granja. Ésta daría luz para las cuadras de los animales y las calentaría en invierno, y también haría funcionar una sierra circular, una desgranadora, una cortadora, una ordeñadora eléctrica, etc. Los animales nunca habían oído hablar de esas cosas (porque la granja era anticuada y contaba con la maquinaria más primitiva), y escuchaban asombrados a Snowball mientras éste les describía cuadros de maquinarias fantásticas que trabajarían por ellos, mientras pastaban tranquilamente en los campos o perfeccionaban sus mentes mediante la lectura y la conversación.

En pocas semanas los planos de Snowball para el molino de viento estaban completados. Los detalles técnicos provenían principalmente de tres libros que habían pertenecido al señor Jones: «Mil cosas útiles que realizar en la casa», «Cada hombre puede ser su albañil» y «Electricidad para principiantes». Como estudio, utilizó Snowball un cobertizo que en un tiempo se había usado para incubadoras y tenía un suelo liso de madera, apropiado para dibujar. Se encerraba en él durante horas enteras. Mantenía sus libros abiertos gracias a una piedra y, empuñando un pedazo de tiza, se movía rápidamente de un lado a otro, dibujando línea tras línea y profiriendo pequeños chillidos de entusiasmo. Gradualmente sus planos se transformaron en una masa complicada de manivelas y engranajes que cubrían más de la mitad del suelo, y que los demás animales encontraron completamente indescifrable, pero muy impresionante. Todos iban a mirar los planos de Snowball por lo menos una vez al día. Hasta las gallinas y los patos lo hicieron y tuvieron sumo cuidado de no pisar los trazos hechos con tiza. Únicamente Napoleón se mantenía a distancia. Él se había declarado en contra del molino de viento desde el principio. Un día, sin embargo, llegó en forma inesperada con el propósito de examinar los planos. Caminó pesadamente por allí, observó con cuidado cada detalle, y hasta olfateó en una o dos oportunidades; después se paró un rato, mientras los contemplaba de reojo; luego, repentinamente, levantó la pata, hizo aguas menores sobre los planos y se alejó sin decir palabra.

Toda la granja estaba muy dividida en el asunto del molino de viento. Snowball no negaba que la construcción significaría un trabajo difícil. Tendrían que extraer piedras de la cantera y con ellas levantar paredes, luego construir las aspas y después de todo eso, necesitarían dinamos y cables (de qué modo se obtendrían esas cosas, Snowball no lo decía). Pero sostenía que todo podría hacerse en un año. Y en adelante, declaró, se ahorraría tanto trabajo, que los animales sólo tendrían tres días laborables por semana. Napoleón, por el contrario, sostenía que la gran necesidad del momento era aumentar la producción de comestibles, y que si perdían el tiempo con el molino de viento, se morirían todos de hambre. Los animales se agruparon en dos facciones bajo los lemas: «Vote por Snowball y la semana de tres días» y «Vote por Napoleón y el pesebre lleno». Benjamín era el único animal que no se alistó en ninguno de los dos bandos. Se negó a creer que habría más abundancia de comida o que el molino de viento ahorraría trabajo. «Con molino o sin molino —dijo—, la vida seguirá como siempre ha sido, es decir, un desastre».

Aparte de las discusiones referentes al molino, estaba la cuestión de la defensa de la granja. Se comprendía perfectamente que aunque los seres humanos habían sido derrotados en la «Batalla del Establo de las Vacas», podrían hacer otra tentativa, más resuelta que la anterior, para recuperar la granja y restaurar al señor Jones. Tenían aún mayores motivos para hacerlo, pues la noticia de la derrota se difundió por los alrededores y había vuelto a los animales más descontentos que nunca. Como de costumbre, Snowball y Napoleón estaban en desacuerdo. Según Napoleón, lo que debían hacer los animales era procurar la obtención de armas de fuego y adiestrarse en su manejo. Snowball opinaba que debían mandar cada vez más palomas y fomentar la rebelión entre los animales de las otras granjas. Uno argumentaba que si no podían defenderse estaban destinados a ser conquistados; el otro argüía que si había rebeliones en todas partes no tendrían necesidad de defenderse. Los animales escuchaban primeramente a Napoleón, luego a Snowball, y no podían decidir quién tenía razón; a decir verdad, siempre estaban de acuerdo con el que les estaba hablando en aquel momento.

Al fin llegó el día en que Snowball completó sus planos. En la Reunión del domingo siguiente se iba a poner a votación si se comenzaba o no a construir el molino de viento. Cuando los animales estaban reunidos en el granero principal, Snowball se levantó y, aunque de vez en cuando era interrumpido por los balidos de las ovejas, expuso sus razones para defender la construcción del molino. Luego Napoleón se levantó para contestar. Dijo tranquilamente que el molino de viento era una tontería y que él aconsejaba que nadie lo votara. Y se sentó, acto seguido; había hablado apenas treinta segundos, y parecía indiferente en cuanto al efecto que había producido. A continuación, Snowball se puso de pie de un salto, y gritando para poder ser oído a pesar de las ovejas, que nuevamente habían comenzado a balar, se desató en un alegato apasionado a favor del molino de viento. Hasta entonces los animales estaban divididos más o menos por igual en sus simpatías, pero en un instante, la elocuencia de Snowball los había convencido. Con frases ardientes les pintó un cuadro de cómo podría ser «Granja Animal» cuando el vil trabajo fuera aligerado de las espaldas de los animales. Su imaginación había ido mucho más allá de las desgranadoras y las segadoras. «La electricidad —dijo— podría mover las trilladoras, los arados, las rastrilladoras, los rodillos, las segadoras y las atadoras, además de suministrar a cada cuadra su propia luz eléctrica, agua fría y caliente, y un calentador eléctrico». Cuando dejó de hablar, no quedaba duda alguna sobre el resultado de la votación. Pero inmediatamente se levantó Napoleón y, lanzando una extraña mirada de reojo a Snowball, emitió un chillido agudo y estridente como nunca se le había oído articular.

Acto seguido se escucharon unos terribles ladridos que llegaban desde fuera y nueve enormes perros que llevaban puestos unos collares tachonados con clavos, irrumpieron en el granero. Y se lanzaron directamente sobre Snowball quien saltó de su sitio con el tiempo justo para esquivar sus feroces colmillos. En un instante estaba al otro lado de la puerta con los perros tras él. Demasiado asombrados y asustados para poder decir nada, todos los animales se agolparon en la puerta para observar la persecución. Snowball huía a todo correr a través de la larga pradera que conducía a la carretera. Corría como sólo puede hacerlo un cerdo, pero los perros iban pisándole los talones. De repente patinó y pareció que iba a ser presa segura de los perros, pero apenas recuperó su equilibrio siguió corriendo más veloz que nunca aunque los sabuesos iban ganándole terreno nuevamente. Uno de ellos estaba a punto de cerrar sus mandíbulas mordiendo la cola de Snowball pero éste pudo hurtarla a tiempo, de la dentellada. Y haciendo un esfuerzo supremo logró escabullirse por un agujero del seto, poniéndose de este modo a salvo.

Silenciosos y aterrados, los animales volvieron sigilosamente al granero. También los perros retornaron dando grandes brincos. Al principio nadie pudo imaginarse de dónde procedían aquellas bestias, pero el problema fue aclarado en seguida; eran los cachorros que Napoleón había quitado a sus madres y criado en secuestro. Aunque aún no estaban completamente desarrollados, eran unos perros inmensos y fieros como lobos. No se alejaban nunca de Napoleón. Y se observó que ante él meneaban la cola como los otros perros acostumbraban hacerlo con el señor Jones.

Napoleón, con los canes tras él, subió a la plataforma que ocupara Mayor cuando pronunció su histórico discurso. Anunció que desde ese momento se habían terminado las reuniones de los domingos por la mañana. Eran innecesarias, dijo, y hacían perder tiempo. En el futuro todas las cuestiones relacionadas con el gobierno de la granja serían resueltas por una comisión especial de cerdos, presidida por él. Éstos se reunirían en consejo y luego comunicarían sus decisiones a los demás. Los animales se reunirían los domingos por la mañana para saludar la bandera, cantar «Bestias de Inglaterra» y recibir sus órdenes para la semana; pero no habría más debates. Si la expulsión de Snowball les produjo una gran impresión, este anuncio consternó a los animales. Algunos de ellos habrían protestado si hubieran dispuesto de los argumentos apropiados. Hasta Boxer estaba un poco aturdido. Apuntó sus orejas hacia atrás, agitó su melena varias veces y trató con esfuerzo de ordenar sus pensamientos; pero al final no se le ocurrió nada que decir. Algunos cerdos, sin embargo, fueron más expresivos. Cuatro jóvenes puercos de la primera fila emitieron agudos gritos de desaprobación, y todos ellos se pusieron en pie bruscamente y comenzaron a hablar al mismo tiempo. Pero, repentinamente, los perros que estaban sentados alrededor de Napoleón dejaron oír unos profundos gruñidos amenazadores y los cerdos se callaron, volviéndose a sentar. Entonces las ovejas irrumpieron con un tremendo balido de «¡Cuatro patas sí, dos pies no!», que continuó durante casi un cuarto de hora y puso fin a todo intento de discusión.

Luego Squealer fue enviado por toda la granja para explicar las nuevas decisiones a los demás.

—Camaradas —dijo—, espero que todos los animales presentes se darán cuenta y apreciarán el sacrificio que ha hecho el camarada Napoleón al cargar con este trabajo adicional. ¡No se crean, camaradas, que ser jefe es un placer! Por el contrario, es una honda y pesada responsabilidad. Nadie cree más firmemente que el camarada Napoleón el principio de que todos los animales son iguales. Estaría muy contento de dejarles tomar sus propias determinaciones. Pero algunas veces podrían ustedes adoptar decisiones equivocadas, camaradas. ¿Y dónde estaríamos entonces nosotros? Supónganse que ustedes se hubieran decidido seguir a Snowball, con sus disparatados molinos; Snowball, que, como sabemos ahora, no era más que un criminal…

—Él peleó valientemente en la «Batalla del Establo de las Vacas» —dijo alguien.

—La valentía no es suficiente —afirmó Squealer—. La lealtad y la obediencia son más importantes. Y en cuanto a la «Batalla del Establo de las Vacas», yo creo que llegará un día en el que demostraremos que el papel desempeñado por Snowball ha sido muy exagerado. ¡Disciplina, camaradas, disciplina férrea! Ésa es la consigna para hoy. Un paso en falso, y nuestros enemigos caerían sobre nosotros. Seguramente, camaradas, que ustedes no desean el retorno de Jones, ¿verdad?

Nuevamente este argumento resultó irrebatible. Claro está que los animales no querían que volviera Jones; si la realización de los debates, los domingos por la mañana, podía implicar su regreso, entonces debían suprimirse los debates. Boxer, que había tenido tiempo de coordinar sus ideas, expresó la opinión general diciendo: «Si el camarada Napoleón lo dice, debe de estar en lo cierto». Y desde ese momento adoptó la consigna: «Napoleón siempre tiene razón», además de su lema particular: «Trabajaré más fuerte». Para entonces el tiempo había cambiado y comenzó la roturación de primavera. El cobertizo donde Snowball dibujara los planos del molino de viento fue clausurado y se suponía que los planos habían sido borrados del suelo. Todos los domingos, a las diez de la mañana, los animales se reunían en el granero principal a fin de recibir sus órdenes para la semana. El cráneo del Viejo Mayor, ya sin rastros de carne, había sido desenterrado de la huerta y colocado sobre un poste al pie del mástil, junto a la escopeta. Después de izar la bandera, los animales debían desfilar en forma reverente ante el cráneo, antes de entrar en el granero. Ya no se sentaban todos juntos, como solían hacerlo anteriormente. Napoleón, con Squealer y otro cerdo llamado Mínimus, que poseía un don extraordinario para componer canciones y poemas, se sentaban sobre la plataforma, con los nueve perros formando un semicírculo alrededor, y los otros cerdos se situaban tras ellos. Los demás animales se colocaban enfrente, en el cuerpo principal del granero. Napoleón les leía las órdenes para la semana en un áspero estilo militar, y después de cantar una sola vez «Bestias de Inglaterra», todos los animales se dispersaban.

El tercer domingo después de la expulsión de Snowball, los animales se sorprendieron un poco al oír a Napoleón anunciar que, después de todo, el molino de viento sería construido. No dio ninguna explicación por aquel cambio de parecer, pero simplemente advirtió a los animales que esta tarea extraordinaria significaría un trabajo muy duro; tal vez sería necesario reducir sus raciones. Los planos, sin embargo, habían sido preparados hasta el menor detalle. Una comisión especial de cerdos estuvo trabajando sobre los mismos, durante las últimas tres semanas. La construcción del molino, junto con otras mejoras planeadas, precisaría de dos años de trabajo.

Esa misma noche, Squealer les explicó privadamente a los otros animales que en realidad Napoleón nunca había estado en contra del molino. Por el contrario, fue él quien abogó por su construcción y el plano que dibujara Snowball sobre el suelo del cobertizo de las incubadoras en verdad fue robado de los papeles de Napoleón. El molino de viento era realmente una creación del propio Napoleón. «¿Por qué, entonces —preguntó alguien—, se manifestó él tan firmemente contra el molino?». Aquí Squealer puso cara astuta. «Eso —dijo— fue sagacidad del camarada Napoleón». Él había aparentado oponerse al molino, pero simplemente como una maniobra para deshacerse de Snowball, que era un sujeto peligroso y de nociva influencia. Ahora que Snowball había sido eliminado, el plan podía llevarse adelante sin su interferencia. «Esto —dijo Squealer— es lo que se llama táctica». Repitió varias veces «¡Táctica, camaradas, táctica!», saltando y moviendo la cola con una risita alegre. Los animales no tenían certeza acerca del significado de la palabra, pero Squealer habló tan persuasivamente y tres de los perros que se hallaban con él, gruñeron en forma tan amenazante, que aceptaron su explicación sin hacer más preguntas.