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—Qué te parece si ingresamos en la corporación nacional de los monjes de la oración del santiguamiento.

—Entre eso y entrar en el presupuesto de la nación…

—Tendríamos ocupaciones formidables —dijo Traveler, observando la respiración de Oliveira—. Me acuerdo perfectamente, nuestras obligaciones serían las de rezar o santiguar a personas, a objetos, y a esas regiones tan misteriosas que Ceferino llama lugares de parajes.

—Éste debe ser uno —dijo Oliveira como desde lejos—. Es un lugar de paraje clavado, hermanito.

—Y también santiguaríamos a los sembrados de vegetales, y a los novios mal afectados por un rival.

—Llamalo a Cefe —dijo la voz de Oliveira desde algún lugar de paraje—. Cómo me gustaría… Che, ahora que lo pienso, Cefe es uruguayo.

Traveler no le contestó nada, y miró a Ovejero que entraba y se inclinaba para tomar el pulso de la histeria matinensis yugulata.

—Monjes que han de combatir siempre todo mal espiritual —dijo distintamente Oliveira.

—Ahá —dijo Ovejero para alentarlo.

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