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Era el día sexto del séptimo mes. Antimodes estaba asomado a la ventana de su cuarto en la Torre de Wayreth y escudriñaba la noche. Su habitación era una más entre las muchas que la Torre tenía a disposición de los magos que llegaban allí para estudiar, conferenciar o, como en el caso de Antimodes, participar en la ejecución de la Prueba que tendría lugar al día siguiente.

Los aposentos de la Torre eran de diversos tamaños y diseños, desde cuartos reducidos como una celda monacal, destinados a los aprendices de mago, hasta las espaciosas y lujosísimas estancias reservadas para los archimagos. Antimodes estaba cómodamente instalado en la misma habitación en la que se alojaba siempre, su preferida. Puesto que al hechicero le gustaba viajar y solía aparecer en la Torre en los momentos más inesperados, Par-Salian se ocupaba de que estos aposentos estuvieran siempre listos para acoger a su amigo.

Localizado cerca de la planta alta de la Torre, el alojamiento contaba con un dormitorio y una sala, cuyo balcón se asomaba a veces al bosque de Wayreth y en otras ocasiones, no, dependiendo de dónde se encontrara en ese momento la mágica fronda.

Cuando se daba la circunstancia de que el bosque no estaba allí, Antimodes conjuraba un paisaje, ya fueran vastos y dorados trigales o el oleaje del mar rompiendo en una costa, dependiendo de su estado de ánimo. El bosque no estaba allí aquella noche, pero, como reinaba la oscuridad y Antimodes se encontraba cansado del viaje, el mago no se molestó en crear un paisaje. Había pasado un rato en el balcón, disfrutando de la fresca brisa nocturna. Ahora, dejando los postigos abiertos para que corriera el aire, ya que la noche era inusitadamente bochornosa, regresó al pequeño escritorio y reanudó la lectura de un pergamino, fruncido el entrecejo; esta tarea ya había sido interrumpida por la cena.

Una llamada a la puerta lo interrumpió por segunda vez.

—Adelante —contestó con timbre irritado.

La puerta se abrió silenciosamente y Par-Salian asomó la cabeza.

—¿Te molesto? Puedo volver más tarde…

—No, no, mi querido amigo. —Antimodes se incorporó, presuroso, para recibir a su visitante—. Pasa, pasa, me alegro mucho de verte. Confiaba en tener la oportunidad de hablar contigo antes de mañana. Habría ido a buscarte, pero temí interrumpir tu trabajo, y sé que debes de estar muy atareado en las horas precedentes a una Prueba.

—Sí, y esta será más compleja que la mayoría. ¿Estudias un nuevo conjuro? —preguntó Par-Salian mientras echaba una ojeada al pergamino medio desenrollado que había sobre el escritorio.

—Es uno que compré —respondió Antimodes con una mueca—. Por lo que he podido ver, creo que me han timado.

No es lo que aquella mujer me prometió.

—Mi querido Antimodes, ¿es que no lo leíste antes de comprarlo? —inquirió Par-Salian, escandalizado.

—Sólo le eché un vistazo por encima. La culpa es mía y eso me pone de más mal humor.

—Supongo que no podrás devolverlo.

—Me temo que no. Fue uno de esos tratos hechos en una posada. Debería saber a qué atenerme, por supuesto, pero llevo mucho tiempo buscando este conjuro y la mujer era muy amable, por no mencionar su belleza, y me aseguró que esto haría precisamente lo que yo quería. —Se encogió de hombros—. En fin, se aprende de los errores. Siéntate, por favor. ¿Quieres un poco de vino?

—Gracias. —Par-Salian paladeó el caldo, de un pálido color dorado—. ¿Es comprado o conjurado?

—Comprado —respondió Antimodes—. Los conjurados no tienen cuerpo, para mi gusto. Sólo los elfos silvanestis saben cómo hacerlo bien y en la actualidad es cada vez más difícil adquirir un buen caldo de su producción.

—Eso es muy cierto —se mostró de acuerdo Par-Salian—.

El rey Lorac solía traerme varias botellas cada vez que venía de visita, pero han pasado muchos años desde la última vez que lo vimos por aquí.

—Está contrariado —comentó Antimodes—. Pensaba que tendría que haber sido elegido jefe del Cónclave.

—No creo que sea por eso. Opinaba que merecía ese puesto, cierto, pero no tuvo inconveniente en admitir que estaba demasiado ocupado con sus deberes como gobernante de los silvanestis. Si acaso, creo que lo que deseaba era que se le concediera ese honor para así rechazarlo cortésmente.

—Par-Salian frunció la frente en un gesto pensativo.

—¿Sabes una cosa, amigo mío? Tengo la extraña sensación de que Lorac nos está ocultando algo y que ya no viene a verme por miedo a que se descubra lo que quiera que sea.

—¿Y qué crees que es? ¿Algún poderoso artefacto? ¿Falta alguno?

—No que yo sepa. También cabe la posibilidad de que me equivoque. Ojalá sea así.

—Lorac ha sido siempre de los que actúan por su propia cuenta, pasando por alto al Cónclave —observó Antimodes.

—Empero, cumple nuestras reglas todo lo que un elfo es capaz de atenerse a unas normas que no han dictado ellos.

—Par-Salian apuró el vino y consintió en tomarse otra copa.

Antimodes permaneció callado y pensativo unos momentos.

—Entonces, que los dioses le concedan lo que sea para bien —dijo de manera repentina—. Va a necesitarlo, me temo. ¿Recibiste mi último informe?

—Sí. —Par-Salian suspiró—. Quiero saber una cosa: ¿estás absolutamente seguro de esos datos?

—¿Seguro? ¡No, claro que no! ¡No puedo estar seguro de nada hasta que lo vea con mis propios ojos! —Antimodes agitó una mano—. Son rumores, nada más. Sin embargo…

—Hizo una pausa y después agregó en voz queda: —Sin embargo lo creo.

—¡Dragones! Los dragones regresando a Krynn. ¡Y nada menos que los de Takhisis! Amigo mío —confesó Par-Salian de todo corazón—, espero fervientemente que estés equivocado.

—Empero, todo ello encaja con los hechos que conocemos. ¿Has abordado el asunto con nuestros hermanos Túnicas Negras como te aconsejé?

—Discutí de ello con Ladonna —respondió Par-Salian—.

Sin mencionar dónde o cómo me enteré. Se mostró muy evasiva.

—¿Y no lo es siempre? —replicó Antimodes secamente.

—Sí, pero hay modos de interpretar lo que piensa si se la conoce —adujo Par-Salian.

Antimodes asintió. El jefe del Cónclave era un viejo amigo, un amigo de confianza, y no hacía falta que se comentara entre ellos que Par-Salian conocía a Ladonna mejor que la mayoría.

—Ha estado de muy buen humor este último año —continuó Par-Salian—. Muy feliz. Alegre. Y también ha estado muy atareada con algo porque sólo ha visitado la Torre en dos ocasiones, y únicamente para examinar nuestra colección de pergaminos.

—Tengo confirmación de mis otras noticias —anunció Antimodes—. Según he oído, un poderoso señor del norte está reclutando soldados y no es muy exigente con el tipo de gente que toma a su servicio: ogros, goblins, hobgoblins. Incluso humanos dispuestos a vender su alma por el botín. Un amigo mío asistió a una de sus concentraciones. Se están organizando vastos ejércitos, fuerzas de la oscuridad. Sé incluso el nombre de ese señor: Ariakas. ¿Lo conoces?

—Me parecer recordar algo de él. Me suena que es un mago de segunda fila, si no me equivoco, un hombre más interesado en conseguir lo que quiere rápida y brutalmente, con las armas, que con los modos más sutiles y elegantes de la hechicería.

—Esa descripción encaja con él. —Antimodes suspiró y sacudió la cabeza, perturbado—. Llega el ocaso y con él la oscuridad, amigo mío, y nosotros no podemos impedirlo.

—Aun así, quizá podamos mantener algunas luces encendidas en medio de las tinieblas —musitó Par-Salian.

—¡Sin ayuda no! —Antimodes apretó los puños—. ¡Si los dioses nos dieran al menos alguna señal! —Yo diría que eso es exactamente lo que ha hecho Takhisis— apuntó mordazmente el jefe del Cónclave.

—Me refiero a los dioses del Bien. ¿Es que van a dejarla que los derrote sin hacer nada? —exclamó Antimodes, impaciente y exasperado—. ¿Cuándo piensan Paladine y Mishakal dar a conocer su presencia en el mundo?

—Tal vez estén esperando alguna señal de nosotros —argumentó quedamente Par-Salian.

—¿Una señal de qué?

—De fe. De que confiamos y creemos en ellos aunque no comprendemos su plan.

Antimodes observó a su amigo con los ojos entrecerrados.

Luego se recostó en la silla, sin quitar la vista del otro archimago, y se rascó la mandíbula, áspera por la crecida barba.

Par-Salian resistió su intenso escrutinio y sonrió para que su amigo supiera que sus deducciones iban por buen camino.

—Así que de eso de trata —dijo Antimodes al cabo de un momento. Par-Salian asintió con la cabeza—. Estaba intrigado.

Es tan joven… Muy diestro, lo admito, pero también muy joven. E inexperto.

—Acumulará experiencia —afirmó Par-Salian—. Todavía disponemos de algún tiempo, ¿no?

Antimodes reflexionó sobre el asunto.

—Esos ogros, goblins y humanos han de ser entrenados para convertirlos en una fuerza combativa, cosa que podría resultar extremadamente difícil. En sus condiciones actuales, igual podrían matarse entre sí como al enemigo. Ariakas tiene una ardua tarea entre manos. Si los rumores son ciertos y los dragones han regresado, también habrá que controlarlos de algún modo, aunque para conseguirlo harán falta personas con voluntad de hierro y un gran valor. De modo que, respondiendo a tu pregunta, sí, creo que tenemos tiempo. Aunque tampoco mucho. Ese joven nunca vestirá la Túnica Blanca, lo sabes, ¿no?

—Sí, lo sé —respondió tranquilamente Par-Salian—.

Llevo años oyendo a Theobald despotricar y poner el grito en el cielo a causa de Raistlin Majere, prácticamente desde que empezó en la escuela de niño. Conozco sus defectos: es reservado e intrigante, ambicioso, arrogante y calculador.

—También es creativo, inteligente y valiente —añadió Antimodes, que se sentía orgulloso de su protegido—.

Prueba de ello es la pericia con que se ocupó de esa bruja renegada, Judith. Ejecutó un hechizo de un nivel muy superior a sus conocimientos, un conjuro que no tendría que haber sido capaz de leer, y mucho menos realizar. Y lo hizo por sí mismo, sin ayuda.

—Lo que demuestra que soslayará las normas, e incluso las quebrantará, si conviene a sus propósitos —argumentó el jefe del Cónclave—. No, no. No te sientas en la obligación de defenderlo, porque soy consciente de sus méritos al igual que lo soy de sus debilidades. Por ello lo invité a pasar la Prueba en lugar de traerlo ante el Cónclave con cargos, como tendría que haber hecho, supongo. ¿Crees que la asesinó?

—No —repuso Antimodes con firmeza—. Aunque sólo sea por eso, degollar a alguien no es el estilo de Raistlin. Demasiado sucio. Es un experto herbolario y, si hubiera querido verla muerta, le habría puesto un poco de hierba mora en el té.

—Entonces ¿lo crees capaz de asesinar? —inquirió Par—. Salian, ceñudo.

—¿Y quién de nosotros no lo es si se da el conjunto de circunstancias adecuado? En mi ciudad hay un sastre rival, un hombre odioso que engaña a sus clientes y propaga bulos malintencionados sobre sus competidores, incluido mi hermano.

Yo mismo me he sentido tentado en más de una ocasión de mandar llamar a su puerta a La Mano Gigante que Aplasta. —Antimodes tenía un aire muy fiero mientras decía esto. Par-Salian ocultó su sonrisa tras la copa de vino.

»Tú mismo solías decir que a aquellos que caminan por la senda de la noche les conviene aprender a ver en la oscuridad —siguió Antimodes—. Supongo que no querrás que el chico vaya por ahí andando a ciegas y tropezando.

—Eso fue parte de mi razonamiento. La Prueba le enseñará unas cuantas cosas sobre sí mismo, cosas que quizá no le guste descubrir, pero que son necesarias para que se conozca bien y entienda el poder que maneja.

—La Prueba es una experiencia que nos hace humildes —convino su amigo, dejando escapar algo entre un suspiro y un estremecimiento.

Sus semblantes se alargaron y se miraron de reojo para comprobar si, una vez más, sus pensamientos llevaban el mismo derrotero. Al parecer era así, como lo puso de manifiesto el hecho de que ninguno de los dos tuvo que nombrar al personaje del que estaban hablando ahora.

—Él estará allí sin duda —dijo Antimodes en voz baja mientras miraba en derredor con desconfianza, como si temiera que hubiera alguien espiándolos en el cuarto, al que solo ellos dos tenían acceso.

—Sí, eso me temo —repuso Par-Salian con aire grave. Tendrá un particular interés en este joven.

—Deberíamos acabar de una vez por todas con él.

—Ya lo hemos intentado, y sabes el resultado tan bien como yo. Para nosotros es intocable en su plano de existencia.

Y hay algo más. Sospecho que cuenta con la protección de Nuitari.

—No sería de extrañar. Jamás tuvo un servidor más fiel.

¡Hablando de asesinos! —Antimodes se inclinó hacia adelante y habló en tono conspirador—. Podríamos limitar el acceso del joven a él.

—¿Y dónde quedaría el libre albedrío? Tal ha sido siempre la seña de identidad de nuestras Órdenes. ¡Una libertad por la que muchos han sacrificado la vida para protegerla! ¿Quieres que arrojemos al Abismo el derecho a elegir nuestro propio destino?

—Discúlpame, amigo mío. —Antimodes parecía contrito—.

Hablé sin reflexionar. Sin embargo, aprecio a ese joven, y me siento orgulloso de él. Me ha dejado en buen lugar, honrándome con su trabajo, y odiaría ver que le ocurre algo malo.

—Ya lo creo que te ha honrado, y espero que lo siga haciendo.

Sus propias decisiones serán las que lo conduzcan al camino que ha de recorrer, del mismo modo que a nosotros nos condujeron las nuestras. Confío en que las suyas sean atinadas.

—La Prueba puede resultar muy dura para él. Es un joven frágil.

—La hoja de la espada ha de templarse en el fuego o de lo contrario se quebrará.

—¿Y si muere? ¿Qué será entonces de tus planes?

—En ese caso, buscaré a otro. Ladonna me habló de un joven elfo muy prometedor. Se llama Dalamar…

La conversación tomó otros derroteros: el pupilo de Ladonna, los terribles sucesos que acaecían en el mundo y, finalmente, el tema que más les interesaba y que no era otro que la magia.

Sobre la Torre, la plateada Solinari y la roja Lunitari brillaban radiantemente. Nuitari también estaba en el firmamento, cual un negro agujero en las constelaciones. Las tres lunas se hallaban en fase llena, como se requería para la Prueba.

En las tierras allende la Torre, lejos del aposento donde dos archimagos bebían vino elfo y hablaban del destino del mundo, los jóvenes magos que viajaban hacia allí para someterse a la Prueba se agitaban en un sueño intranquilo o estaban desvelados. Por la mañana, el bosque de Wayreth los encontraría y los conduciría hacia su destino.

Al día siguiente, tal vez puede que algunos de ellos durmieran para no despertar jamás.