5

Era el último día del mes del Florecimiento de la Primavera. Las calzadas ya estaban abiertas y los viajeros llenaban a reventar la posada El Ultimo Hogar una vez más. Comían las patatas picantes de Otik, alababan su cerveza y charlaban sobre el aumento de los problemas que agobiaban al mundo, de ejércitos de goblins en marcha, de ogros desplazándose hacia el sur desde sus asentamientos secretos en las montañas, y comentaban los rumores sobre la existencia de criaturas más temibles que estas sanguinarias razas.

Sturm y Kit planeaban emprender viaje el solsticio de verano. Tanis anunció que también partiría ese día, aduciendo, sin demasiada convicción, que quería llegar a tiempo a Qualinesti para algún tipo de celebración relacionada con el sol. Lo cierto era que sabía muy bien que no podría volver a su casa vacía, entre cuyas paredes siempre resonaría el eco de las risas de la mujer. Flint pensaba acompañar a su amigo parte del camino, de modo que también el enano se pondría en marcha al día siguiente.

Entre los compañeros se sabía que Raistlin y Caramon iban a emprender viaje asimismo, cosa que descubrió Kit; la inusitada circunspección de Caramon había exacerbado la curiosidad de su hermana, que, en consecuencia, lo hostigó sin tregua hasta lograr sonsacarle este mínimo detalle.

Temeroso de que Kitiara consiguiera finalmente romper la resolución de su gemelo, obligándolo a revelar su secreto, Raistlin insinuó que se proponían buscar a los familiares de su padre quien, al parecer, era oriundo de Pax Tharkas. Si cualquiera de sus amigos se molestaba en mirar un mapa, vería que Pax Tharkas se encontraba justo en la dirección opuesta al bosque de Wayreth.

Sin embargo, ninguno de ellos consultó un mapa por la sencilla razón de que los únicos de que disponían estaban en poder de Tasslehoff Burrfoot, y el kender no estaba presente.

Una de las razones de que los compañeros se hubieran reunido esa última noche, aparte de despedirse y expresar el deseo de que unos y otros tuvieran un buen viaje, era decidir qué hacer con el kender.

Sturm empezó por manifestar, sin dejar lugar a dudas, que los kenders no eran bien recibidos en Solamnia. Agregó que cualquier caballero visto en compañía de un kender estaba acabado porque su reputación quedaría arruinada para siempre.

Kit fue concisa informando que sus amigos del norte no sentían aprecio alguno por los kenders, y dejó muy claro que si Tasslehoff valoraba en algo su pellejo haría bien en encontrar otra ruta por la que viajar. La mujer clavó en Tanis una mirada intencionada y altanera. La relación entre ambos era muy tirante, ya que Kit había dado por sentado que el semielfo le pediría que se quedara o que viajara con él, y, como Tanis no había hecho ni lo uno ni lo otro, estaba furiosa.

—No puedo llevar a Tas a Qualinesti —adujo Tanis, eludiendo la mirada de la guerrera—. Los elfos nunca le permitirían entrar.

—¡A mí no me miréis! —exclamó Flint, alarmado al advertir que todos los ojos estaban puestos en él—. Si cualquiera de mis compatriotas me viera en compañía de un kender, me encerrarían como a un loco theiwar, y la verdad es que no les faltaría razón para hacerlo. Tasslehoff debería ir con Raistlin y Caramon a Pax Tharkas.

—No —dijo el joven aprendiz de mago con un tono tan categórico que no admitía discusión—. De ningún modo.

—Entonces, ¿qué hacemos con él? —preguntó Tanis, perplejo.

—Atarlo, amordazarlo y echarlo al fondo de un pozo —propuso Flint—. Después nos escabullimos en mitad de la noche y quizá… repito, quizá… no logre encontrarnos.

—¿A quién vais a echar al fondo de un pozo? —preguntó una alegre voz. Tasslehoff, que había atisbado a sus amigos a través de la ventana abierta, decidió ahorrarse la molestia de tener que caminar hasta la puerta principal, así que se aupó al antepecho de la ventana y saltó dentro.

—¡Cuidado con mi jarra de cerveza! ¡Casi la has derramado! ¡Baja de la mesa, cabeza de chorlito! —Flint agarró el recipiente y lo estrechó contra sí en un gesto protector—.

Por si quieres saberlo, era a ti al que proponíamos echar a un pozo.

—¿De veras? ¡Qué estupendo! —exclamó Tas con entusiasmo—.

Nunca he estado en el fondo de un pozo. Oh, acabo de recordarlo. No puedo. —El kender dio unas palmaditas afectuosas en la mano del enano—. Aprecio vuestro interés, de verdad, y me gustaría quedarme para que lo hicieseis, pero tengo que irme, ¿sabéis?

—¿Adonde? —preguntó Tanis con inquietud.

—Antes de hablar de eso, quiero decir algo. Sé que habéis estado discutiendo sobre quién de vosotros me llevaba consigo, ¿no es cierto? —La mirada severa de Tas pasó sobre el grupo.

Tanis estaba azorado; no había sido su intención herir los sentimientos del kender.

—Puedes acompañarnos, Tas —empezó.

—¡De eso nada! —lo interrumpió el grito horrorizado de Flint.

Tasslehoff alzó la pequeña mano pidiendo silencio.

—Veréis, si me marcho con uno de vosotros los demás podrían molestarse, y no querría que ocurriera algo así. Por lo tanto, he decidido marcharme solo. ¡No, no intentéis hacerme cambiar de opinión! Me propongo visitar Kendermore, y, sin ánimo de ofender —añadió con expresión severa—, ninguno de vosotros encajaría allí.

—¿Quieres decir que los kenders nos prohibirían entrar en su país? —preguntó Caramon, sintiéndose insultado.

—No, lo que quiero decir es exactamente eso: que no encajaríais.

Sobre todo tú, Caramon. Levantarías el techo de mi casa en cuanto te pusieras de pie. Eso por no mencionar que aplastarías todo el mobiliario. Aunque, pensándolo bien, podría hacer una excepción con Flint…

—¡Ni se te ocurra! —se apresuró a contradecirlo el enano.

Tasslehoff siguió describiendo las maravillas de Kendermore y pintó un cuadro tan interesante de aquel alegre condado, donde los conceptos de propiedad privada y posesiones personales eran totalmente desconocidos, que todos los que estaban a la mesa decidieron no acercarse jamás por allí.

Arreglado el asunto del kender, sólo quedaba despedirse unos de los otros.

Los compañeros siguieron sentados a la mesa largo rato; el sol poniente semejó una ardiente esfera en la parte roja de las cristaleras de colores, brilló anaranjado en la amarilla y adoptó una extraña tonalidad verde en la azul. Fue como si el astro alargara la despedida, al igual que los compañeros, y su luz dorada se extendió por el cielo antes de meterse en el horizonte, dejando tras de sí el cálido brillo del ocaso.

Otik les llevó lámparas y velas para ahuyentar las sombras, así como una excelente cena compuesta por sus famosas patatas picantes, guisado de cordero, truchas del lago Crystalmir, pan y queso de cabra. Todo estaba exquisito, incluso Raistlin comió más de los habituales dos o tres bocados escogidos; de hecho, devoró una trucha entera. Cuando no quedó ni una miga —estando Caramon no se desperdiciaba nada—Tanis pidió a Otik que trajera la cuenta.

—Invita la casa, amigos míos… mis queridos amigos —dijo el posadero, que les deseó a todos un buen viaje y estrechó todas las manos, incluida la del kender.

Tanis invitó a Otik a tomar una copa, a lo que el posadero accedió. Flint invitó a otra ronda, y después a una tercera.

Otik bebió tantos vasos que, cuando finalmente, requirieron su presencia en la cocina, la joven Tika tuvo que ayudarlo a ir hacia allí, cosa que hizo tambaleándose.

Otros vecinos de Solace se acercaron a la posada y fueron a la mesa para despedirse y desearles lo mejor. Muchos eran clientes de Flint que lamentaban su partida, ya que el enano había liquidado sus existencias haciendo saber que pensaba estar ausente al menos un año. Otros muchos acudieron a despedirse de Raistlin, lo que causó gran sorpresa al resto de los compañeros, aunque se guardaron de hacer ningún comentario; ninguno de ellos sabía que este joven mordaz, de lengua afilada y natural reservado, tuviera tantos amigos.

No obstante no eran amigos, sino pacientes que iban a expresar su gratitud por los cuidados prestados. Entre ellos se encontraba Miranda. Ya no era la belleza de la ciudad; sus negras ropas de luto le otorgaban un aspecto pálido y demacrado. Su bebé había sido una de las primeras víctimas de la peste. Besó dulcemente a Raistlin en la mejilla y le dio las gracias, con voz entrecortada, por ser tan amable con ella y con su moribundo pequeño. El marido, un hombre joven, también dio las gracias y después se llevó a su afligida esposa.

Raistlin los vio marcharse mientras agradecía de todo corazón que lo ocurrido una lejana noche le hubiera impedido seguir aquel dulce camino sembrado de rosas. Para gran sorpresa de Caramon, que no alcanzaba a imaginar qué había hecho para merecer la gratitud de su gemelo, el joven aprendiz de mago se mostró inusitadamente agradable con él esa noche.

A los forasteros que estaban en la posada no les pasó por alto la chocante variedad del grupo de amigos, principalmente debido al hecho de que Tanis o Flint se acercaron a ellos para devolverles objetos que el kender les había «cogido prestados». Los forasteros sacudieron la cabeza y enarcaron las cejas.

—Tiene que haber de todo en el mundo —comentaron y, a juzgar por el tono despectivo con que lo dijeron, obviamente no creían en ese viejo dicho. A su entender, en el mundo sólo tenían cabida los que eran como ellos, nada más.

Cayó la noche y la oscuridad rodeó la posada; las sombras se colaron en el propio edificio, ya que los otros clientes se habían ido a dormir llevándose consigo las lámparas o velas para alumbrar su camino a casa. Hacía rato que Otik, arropado en los agradables vapores de la cerveza, se había ido a la cama dejando que Tika, la cocinera y las camareras se ocuparan de recoger.

Ahora se afanaban restregando los tableros de las mesas y fregando el suelo; de la cocina llegaba el tintinear de la loza.

Sin embargo, los compañeros continuaron sentados, poco dispuestos a marcharse porque, en el fondo de su corazón, todos sabían que la separación sería larga.

Finalmente, Raistlin, que llevaba un rato dando ligeras cabezadas, susurró:

—Es hora de que nos marchemos, hermano. Mañana tengo mucho que estudiar y necesito descansar.

Caramon dio una respuesta ininteligible; había bebido más cerveza de la cuenta, tenía la nariz roja y se encontraba en ese estado de embriaguez en el que algunos hombres les da por pelearse y a otros por ponerse a gimotear. Caramon era de estos últimos.

—Yo también tengo que irme —dijo Sturm—. Hemos de salir muy temprano para tener recorrido un buen trecho cuando empiece a hacer calor.

—Me gustaría que cambiaras de opinión y te vinieras con nosotros —musitó Kitiara, con los ojos prendidos en Tanis.

Kit había sido la más escandalosa, animada y dicharachera del grupo, salvo cuando su mirada se detenía en Tanis, y entonces su ambigua sonrisa se desdibujaba un poco. Al cabo de unos instantes, la mueca se endurecía, su risa volvía a estallar estrepitosamente, y de nuevo la mujer se convertía en la persona más bullanguera de la mesa. Pero, a medida que el jolgorio perdió intensidad y la quietud se adueñó de la posada mientras las sombras ceñían el cerco alrededor del grupo, Kit dejó de reír y aunque empezaba a contar anécdotas nunca las acababa. Se fue acercando más y más al semielfo y le apretó fuertemente la mano por debajo de la mesa.

—Por favor, Tanis, ven al norte —dijo—. En la batalla hallarás gloria, riqueza y poder. ¡Lo juro!

Tanis vaciló. Los oscuros ojos de la mujer eran cálidos y dulces, y sus labios temblaban por la intensidad de su pasión.

Jamás le había parecido tan hermosa. Cada vez le resultaba más difícil renunciar a ella.

—Sí, Tanis, ven con nosotros —insistió, afectuoso, Sturm—. Yo no puedo prometerte riqueza o poder, pero sin duda la gloria será nuestra.

El semielfo abrió la boca; parecía que iba a decir «sí». Iodos pensaban que daría esa respuesta, incluido él mismo, de modo que cuando pronunció la palabra «no» se quedó tan sorprendido como los demás.

Como Raistlin le comentaría después a Caramon, de camino a casa esa noche: «La parte humana de Tanis se habría marchado con ella, pero fue su mitad elfa la que lo contuvo».

—De todos modos, ¿quién necesita tu compañía? —espetó Kit, furiosa, herida en su orgullo. No había imaginado este desenlace. Se apartó de él y se puso de pie—. Viajar contigo sería tanto como hacerlo con mi abuelo. Sturm y yo lo pasaremos mucho mejor sin ti.

El joven solámnico pareció algo sobresaltado ante este último comentario. Para él, el peregrinaje a su tierra natal era algo sagrado; no iba al norte para «pasarlo bien». Frunció el ceño, se atusó el bigote y reiteró que tenían que ponerse en camino muy pronto.

Se hizo un incómodo silencio; nadie quería ser el primero en marcharse, sobre todo ahora, cuando daba la impresión de que su despedida iba a acabar con una nota discordante.

Incluso Tasslehoff parecía afectado; el kender estaba silencioso y sumiso, tan desanimado que llegó a devolver a Sturm su bolsa de dinero. Mejor dicho, se la devolvió a Caramon, pero lo que contaba era la intención.

—Tengo una idea —dijo finalmente Tanis—. Acordemos reunimos en otoño, la primera noche de la Cosecha.

—A lo mejor vuelvo y a lo mejor no —manifestó Kit mientras se encogía de hombros con aire indiferente—. No cuentes conmigo.

—Yo espero no estar de vuelta para entonces —adujo categóricamente Sturm, y sus amigos entendieron a lo que se refería. Su regreso a Solace en otoño significaría que su misión de encontrar a su padre y su herencia habría fracasado.

—Entonces, nos reuniremos cada año la primera noche de la Cosecha, en otoño, todos los que nos encontremos aquí —sugirió el semielfo—. Y juraremos que de aquí a cinco años regresaremos a la posada, nos hallemos donde nos hallemos o hagamos lo que hagamos.

—Aquellos de nosotros que aún sigamos vivos —apuntó Raistlin.

Lo había dicho en broma, pero Caramon se sentó erguido al penetrar en su mente embotada por el alcohol las palabras de su gemelo. Lanzó a Raistlin una mirada asustada, una mirada que su hermano atajó estrechando los ojos.

—Sólo era un intento de bromear, hermano mío.

—Pues no deberías decir esas cosas —suplicó el mocetón—.

Trae mala suerte.

—Bébete la cerveza y cállate —repuso, irritado, Raistlin.

—Es una buena idea. —La expresión severa de Sturm se había suavizado. —Dentro de cinco años, sí. Yo me comprometo a regresar en ese plazo.

—¡También yo, Tanis! —exclamó Tas, que brincaba de excitación—. Aquí estaré dentro de cinco años.

—Donde seguramente estarás dentro de cinco años será en alguna prisión —rezongó el enano.

—Bueno, si es así, tú me sacarás, ¿verdad, Flint?

El enano juró que haría un día frío en el Abismo antes que él volviera a sacar de la cárcel al kender.

—¿Hará días fríos en el Abismo? —se preguntó Tasslehoff—. ¿Habrá lo que entendemos por días allí o será oscuro y espeluznante como un inmenso agujero en el suelo o estará lleno de fuego abrasador? ¿Crees que el Abismo sería un buen sitio para visitar, Raistlin? Realmente me encantaría ir allí algún día. Apuesto a que ni siquiera tío Saltatrampas ha…

Tanis pidió silencio justo a tiempo de impedir que Flint volcara la jarra de cerveza sobre la cabeza del kender. El semielfo apoyó la mano en el centro de la mesa.

—Juro por el cariño y la amistad que os tengo —su mirada pasó sobre sus amigos, abarcándolos a todos— que regresaré a la posada El Último Hogar la primera noche de la Cosecha dentro de cinco años.

—Estaré de regreso dentro de cinco años —dijo Kit, que puso su mano sobre la del semielfo. La expresión de la mujer se había suavizado, y apretó la mano con fuerza—. Si no antes. Mucho antes.

—Juro por mi honor como el caballero que espero llegar a ser que regresaré en ese plazo —prometió solemnemente Sturm Brightblade, que puso la mano sobre las de Tanis y Kitiara.

—Aquí estaré —dijo Caramon. Su manaza cubrió las de sus amigos.

—Y yo —se sumó Raistlin al juramento mientras posaba las puntas de los dedos sobre el envés de la mano de su gemelo.

—¡No os olvidéis de mí! ¡Aquí estaré! —Tasslehoff se encaramó en la mesa para añadir su pequeña mano a las demás.

—¿Y bien, Flint? —lo apremió Tanis, sonriendo a su viejo amigo.

—¡Condenados insensatos! Quién sabe si para entonces tengo cosas más importantes de las que ocuparme que regresar aquí para ver vuestras feas caras —rezongó el enano, pero tomó entre sus encallecidas y nudosas manos las de sus amigos—. ¡Que Reorx os acompañe hasta que volvamos a encontrarnos! —deseó, y luego volvió la cabeza hacia la ventana y dejó la mirada prendida en el vacío.

Hacía mucho rato que la posada había cerrado sus puertas hasta el día siguiente, pero se había quedado por allí una camarera, que no dejaba de bostezar, para abrirles. Raistlin se despidió rápidamente; estaba ansioso por llegar a casa para descansar y aguardó con impaciencia a su hermano en la puerta. Caramon abrazó a Sturm; los dos viejos amigos se estrecharon con fuerza. Se separaron en silencio, incapaces de hablar ni el uno ni el otro. El mocetón le estrechó la mano a Tanis y habría abrazado a Flint, pero el enano, escandalizado, le dijo que «se largara a casa de una vez». Tasslehoff ciñó los brazos hasta donde le llegaban alrededor de Caramon, quien, en respuesta, tiró del copete del kender juguetonamente.

Kitiara se adelantó para abrazar a su hermano, pero Caramon hizo como si no la viera. Raistlin había empezado a dar golpecitos con el pie en el suelo, impaciente. Su gemelo se apresuró a salir y dio un beso de refilón a Kitiara, sin pronunciar palabra. La mujer lo siguió con la mirada y luego sonrió y se encogió de hombros. La despedida de Sturm fue corta y ceremoniosa, acompañada por profundas y respetuosas reverencias para Tanis y Flint. Kit acordó con él el lugar donde encontrarse al día siguiente, y Sturm se marchó.

—Me quedaré un rato más —dijo Tasslehoff. Estaba a punto de volcar sus saquillos para echar una ojeada a los «hallazgos» del día, cuando sonó una fuerte llamada en la puerta.

—Oh, buenas noches, alguacil —saludó alegremente Tas. —¿Buscáis a alguien?

Tasslehoff se marchó con el alguacil. Las últimas palabras del kender fueron que alguien se acordara de sacarlo de la cárcel al día siguiente.

Kit estaba parada en la puerta, esperando a Tanis.

—Flint, ¿vienes? —preguntó el semielfo.

La camarera se había llevado las velas y Flint seguía sentado en la oscuridad. No respondió.

—La chica está esperando para cerrar —señaló el semielfo.

Tampoco hubo respuesta esta vez.

—Yo me ocuparé de él —se ofreció la camarera en voz queda.

Tanis asintió con la cabeza. Se reunió con Kit, rodeó a la mujer con el brazo y la ciñó contra su costado. Así, caminando muy juntos, se perdieron en la noche.

El enano siguió sentado a la mesa, solo, hasta que amaneció.