Hacer que Caramon jurara guardar secreto respecto a la Prueba resultó una ardua tarea. En su entusiasmo, Raistlin enseñó a su hermano el preciado documento que los emplazaba a ambos a la Torre de Wayreth.
Caramon leyó la infortunada frase sobre «en caso de que muriera» y se puso fuera de sí. Tanto que, al principio, juró que Raistlin no iría a someterse a una prueba donde el castigo por fracasar era la muerte, aunque para ello tuviera que llamar a Tanis, Sturm, Flint, Otik y a la mitad de la población de Solace para detenerlo.
Al principio, a Raistlin lo conmovió la sincera preocupación de su hermano y, haciendo gala de una paciencia inusitada en él, intentó explicarle las razones que había detrás de unas medidas tan drásticas.
—Mi querido hermano, como tú mismo has visto, la magia en manos de la persona equivocada puede ser extremadamente peligrosa. El Cónclave sólo quiere en sus filas a aquellos que han demostrado ser disciplinados y diestros, y, lo más importante, que están dedicados en cuerpo y alma al arte. En consecuencia, los que simplemente se toman la magia como un pasatiempo y sólo la practican para divertirse, no quieren someterse a la prueba porque no están preparados para arriesgar su vida por la magia.
—Es un asesinato —argumentó Caramon en voz baja—.
Un asesinato, lisa y llanamente.
—No, no, hermano. —Raistlin intentó tranquilizarlo. Al recordar a Lemuel, sonrió y añadió—: A los que se considera que no son aptos para pasar la Prueba, el Cónclave prohíbe que lo hagan. Sólo se lo permiten a los magos que tienen unas probabilidades muy altas de pasarla. Y, querido hermano, son muy, muy pocos los que fracasan. El riesgo que se corre es mínimo y, en mi caso, nulo. Sabes cuánto he estudiado y trabajado. ¡Es imposible que fracase!
—¿De verdad? —Caramon alzó el semblante pálido y lleno de zozobra. Miró a su gemelo intensamente, sin parpadear.
—Lo juro. —Raistlin se recostó en la mecedora y volvió a sonreír; no podía evitarlo.
—Entonces ¿por qué quieren que vaya contigo? —preguntó, desconfiado, el mocetón.
Raistlin no tuvo más remedio que hacer una pausa antes de contestar. A decir verdad, no sabía por qué habían tenido que invitar a Caramon a que lo acompañara. Cuanto más lo pensaba, más molesto se sentía. Indudablemente, era lógico que su hermano lo escoltara hasta el bosque, pero ¿por qué ir más allá? Era extremadamente insólito que el Cónclave permitiera entrar en la Torre a una persona que no perteneciera a su hermandad.
—No estoy seguro —admitió por último—. Probablemente tiene algo que ver con el hecho de que somos gemelos.
No hay nada de siniestro en ello, Caramon, si es eso lo que estás pensando. Sólo tendrás que acompañarme hasta la Torre y esperar a que acabe la Prueba. Después regresaremos juntos a casa.
Imaginando aquella vuelta triunfante a Solace, el ánimo de Raistlin, ensombrecido un momento antes, subió hasta encontrarse en la gloria y relució como las estrellas.
—No me gusta. —Caramon sacudió tristemente la cabeza—.
Creo que deberías hablar de esto con Tanis.
—¡Te repito que no se me permite hablar de ello con nadie, Caramon! —espetó, enfadado, su hermano, perdida finalmente la paciencia—. ¿Es que la idea no te entra en tu cerebro de gully?
El mocetón parecía sentirse desdichado e intranquilo, pero no perdió el aire desafiante.
Raistlin se levantó de la mecedora, con los puños apretados, y se quedó plantado ante su hermano, mirándolo fijamente; cuando habló, lo hizo con una apasionada intensidad:
—Se me ha ordenado que guarde este secreto y pienso hacerlo. Y tú también lo harás, hermano. No le mencionarás el asunto a Tanis. No se lo mencionarás a Kitiara. No se lo mencionarás a Sturm ni a ningún otro. ¿Me has entendido, Caramon? ¡Nadie debe saberlo! —Hizo una pausa, respiró hondo y añadió en voz queda para que no quedara duda alguna de su sinceridad:
»Si no lo haces así, si echas a perder esta oportunidad que se me ofrece, entonces habré dejado de tener un hermano.
—Raist, yo… —A Caramon se le habían quedado pálidos los labios.
—Renegaré de ti —continuó Raistlin, consciente de que el dardo tenía que llegar al corazón—. Me marcharé de esta casa y nunca regresaré a ella. Tu nombre no se pronunciará en mi presencia. Si te veo venir hacia mí caminando por la calzada, daré media vuelta e iré en dirección contraria.
Caramon estaba dolido, profundamente herido. Su corpachón se estremeció, como si Raistlin le hubiera hincado una daga de verdad en el corazón.
—Supongo… que significa mucho… para ti —musitó con voz enronquecida mientras agachaba la cabeza y se miraba las manos crispadas.
Raistlin se ablandó al ver la angustia de su hermano; sin embargo, tenía que hacérselo entender, aunque fuera a la fuerza. Se arrodilló a su lado y acarició el rizoso cabello de su gemelo.
—Por supuesto que significa mucho para mí, Caramon.
¡Lo es todo! He trabajado y estudiado casi toda mi vida para cuando me ofrecieran esta oportunidad. ¿Qué querrías que hiciera? ¿Que lo dejara porque es peligroso? La propia vida es peligrosa, Caramon. ¡Salir por esa puerta es peligroso! No puedes esconderte del peligro. La muerte flota en el aire, se cuela por las ventanas, llega con el apretón de manos de un extraño. Si no vivimos por temor a morir, entonces es que ya estamos muertos.
»Tú quieres ser un guerrero, Caramon, y practicas con una espada real. ¿Es que eso no es peligroso? ¿Cuántas veces habéis estado a punto Sturm y tú de rebanaros las orejas? Sturm nos ha contado que hay jóvenes caballeros que mueren en torneos celebrados para probar su valía como tal. Si tuvieras la oportunidad de luchar en una de esas justas, ¿no lo harías? —Caramon asintió con la cabeza. Una lágrima cayó en sus manos entrelazadas—. Lo que hago yo es igual —agregó suavemente Raistlin—. La hoja ha de ser forjada en el fuego. ¿Estás conmigo, hermano? —Apretó con las suyas las manazas de Caramon—. Sabes que yo estaría a tu lado si alguna vez combatieras para demostrar tu valía.
—Sí, Raist. —El mocetón levantó la cabeza. En sus ojos había un nuevo respeto y admiración—. Estoy contigo.
Ahora que me lo has explicado, lo entiendo. No diré una palabra a nadie, lo prometo.
—Bien. —Raistlin suspiró. La alegría se había apagado.
El enfrentamiento con su hermano había consumido gran parte de su energía, dejándolo débil y exhausto. Quería tumbarse, estar en silencio y a solas en la acogedora oscuridad de su cuarto.
—¿Qué les digo a los otros? —preguntó Caramon.
—Lo que te parezca mejor —contestó Raistlin, que se dirigió hacia el dormitorio—. Me da igual siempre y cuando no menciones la verdad.
—Raist… —Caramon hizo una pausa y después preguntó—: No habrías hecho lo que dijiste, ¿verdad? Me refiero a lo de renegar de mí, a decir que nunca tuviste un hermano.
—Oh, no seas absurdo, Caramon —dijo Raistlin, y se fue a la cama.