Capítulo 33
Ferrara, 2 de septiembre de 1550

—Literatos, pintores, poetas, impresores. Y también secretarios de palacio, lectores de universidad, clérigos. Existe todo un mundo soterrado de disensión contra la Iglesia. Un mundo indirecto, que toca puntos clave, a figuras importantes en las cortes, difusores de ideas y de consejos a los príncipes. Todos ellos descontentos por el aumento de poder de la Inquisición y de los cardenales intransigentes. No hay ciudad que no cuente con sus círculos donde se genera un profundo descontento y la conciencia de que va estrechándose un lazo sofocante. Los valdesianos de Nápoles, los criptocalvinistas florentinos, los amigos de Pole en Padua, los prorreformadores venecianos. Y luego en Milán, Ferrara… Príncipes como Cosme de Médicis o Hércules II de Este pueden encontrar en estos fermentos y en estas figuras la defensa para mantener apartada a la Inquisición de sus fronteras y verse por tanto obligados a inaugurar una era de liberalidad y tolerancia. El viejo poder de las nobles familias puede volverse útil para impedir el avance del nuevo poder inquisitorial. Estas grandes familias acusan la injerencia de Roma como si fueran unos ojos clavados en sus dominios, una presencia amenazante que les quita protagonismo. Si vieran aumentar la oposición de las poblaciones a los privilegios y las jerarquías eclesiásticos, podrían decidirse a enfrentarse a los tribunales del Santo Oficio.

»La tarea de nuestros baptistas será la de vencer la crónica indecisión de estos círculos de literatos, acicatearlos, empujarlos a descubrirse, antes de que sea demasiado tarde.

»Pero existe también un descontento popular, que se ha extendido por el campo y por doquier. Una instintiva y casi innata aversión por el exceso de poder del clero, dictada por las condiciones miserables que padecen las poblaciones. Conseguir ser el punto de unión entre el espíritu evangélico plebeyo y la oposición culta es el arduo cometido que tendremos que desempeñar.

»Esto no debe producirse obligatoriamente a plena luz del día, sino más bien con la debida precaución del disimulo de las intenciones y de la fe. Nuestro concilio debe servir para dar una unidad de propósito para un futuro inmediato a todos los hermanos diseminados por la península. Tendrá lugar en Venecia en octubre y será clandestino. Yo no estaré.

—¿Cómo? ¡Pero si eres el único que puede servir de vínculo entre todas las comunidades! Pero si eres para todos el punto de referencia…

—Hablará por mí el documento que te entregaré. Si es cierto que soy la única autoridad espiritual, es mejor que permanezca a la sombra. Que no se conozca el rostro de Tiziano, sino el poder de su palabra.

Manelfi baja la mirada, deferente, y extiende la hoja sobre el escritorio. Un escrito prolijo de anotaciones. Será el portavoz de Tiziano en el concilio de los baptistas italianos.