31

Al cabo de un rato, no sé cuánto, levanto la cabeza y digo:

—Lo siento, Sigfrid.

—¿Por qué, Rob?

—Por llorar de este modo.

Estoy físicamente agotado. Es como si hubiera corrido quince kilómetros a través de una tribu de enloquecidos indios chactas que me golpearan con porras.

—¿Ya te sientes mejor, Rob?

—¿Mejor? —Reflexiono un momento sobre esa estúpida pregunta, después hago inventario y, aunque ello me sorprende, me doy cuenta de que así es—. Pues sí. Creo que sí. No puedo decir que me sienta bien, pero sí mejor.

—Tómatelo con calma unos minutos, Rob.

Me llama la atención la estupidez de este consejo, y así se lo digo. Tengo la misma energía que una pequeña y artrítica medusa que lleva muerta una semana. No puedo hacer otra cosa más que tomármelo con calma.

Sin embargo, me encuentro mejor.

—Me siento —digo— como si al fin me hubiera enfrentado a mi culpa.

—Y has sobrevivido.

Lo medito unos instantes.

—Creo que sí —contesto.

—Estudiemos esa cuestión de la culpabilidad, Rob. ¿De qué te sientes culpable?

—¡De haber matado a nueve personas para salvarme yo, imbécil!

NOTIFICACIÓN DE INGRESO

Para Robinette Broadhead:

1. Se confirma que su combinación de rumbo hacia Pórtico 2 permite un ahorro global de tiempo en los viajes de ida y vuelta de aproximadamente 100 días sobre el rumbo fijado con anterioridad para los vuelos regulares.

2. Por decisión de la Junta, se le conceden unos derechos de descubrimiento del uno por ciento sobre todas las ganancias de futuros vuelos que utilicen dicha combinación de rumbo, y un adelanto de $ 10.000 sobre dichos derechos.

3. Por decisión de la junta, se le deduce la mitad de los mencionados derechos y adelanto como multa por los daños ocasionados a la nave utilizada.

Por lo tanto, se le ha INGRESADO en cuenta la siguiente cantidad:

Adelanto de derechos (Orden de la Junta A-135-7), menos deducción (Orden de la Junta A-135-8): $5.000

Su SALDO actual es: $ 6.192

—¿Te han acusado alguna vez de eso? Alguien que no sea tú, quiero decir.

—¿Acusado? —Vuelvo a sonarme, sin dejar de pensar—. Pues, no. ¿Por qué iban a hacerlo? Cuando regresé era poco menos que un héroe. —Pienso en Shicky, tan amable, tan cariñoso; y en Francy Hereira, que me sostuvo entre sus brazos mientras yo gemía, a pesar de haber matado a su prima—. Ellos no estaban allí; no me vieron volar los depósitos para salvarme.

—¿De verdad fuiste tú quien voló los depósitos?

—Oh, demonios, Sigfrid —digo—. No lo sé. Iba a hacerlo. Ya tenía el dedo en el botón.

—¿Crees que es lógico que el botón de la nave que pensabais abandonar hiciera explotar los depósitos de los módulos?

—¿Por qué no? No lo sé. De todos modos —prosigo—, no podrás darme ninguna excusa en la que yo mismo no haya pensado. Yo sé que quizá Danny o Klara apretaron el botón antes que yo. ¡Pero yo estaba dispuesto a hacerlo!

—¿Y qué nave pensabas que saldría despedida?

—¡La suya! La mía —me corrijo—. No, no lo sé.

Sigfrid dice gravemente:

—La verdad es que hiciste lo único que podías hacer. Sabías que no todos podíais sobrevivir. No había tiempo. La única elección posible era que algunos de vosotros murierais, en lugar de todos. Tú sólo decidiste que alguien se salvara.

—¡Estupideces! ¡Soy un asesino!

Una pausa, mientras los circuitos de Sigfrid meditan lo que he dicho.

—Rob —empieza prudentemente—, creo que te estás contradiciendo. ¿No me habías explicado que ella sigue viva en aquella discontinuidad?

—¡Todos siguen vivos! ¡El tiempo se ha detenido para ellos!

—Entonces, ¿cómo puedes decir que has matado a alguien?

—¿Qué?

Él repite:

—¿Cómo puedes decir que has matado a alguien?

—… No lo sé —digo—, pero, sinceramente, Sigfrid, ya no quiero seguir pensando en ello.

—No hay motivo para que lo hagas, Rob. Me pregunto si te das cuenta de todo lo que has adelantado durante las últimas dos horas y media. ¡Estoy orgulloso de ti!

Y, aunque parezca extraño o incongruente, le creo; fichas, circuitos Heechee, hologramas y todo, y es un gran alivio para mí poder creerlo.

—Puedes irte cuando quieras —me dice, levantándose y volviendo a su mecedora del modo más humano posible, ¡incluso sonriéndome!—. Sin embargo, me gustaría enseñarte una cosa.

Mis defensas han quedado reducidas a la nada, de modo que me limito a preguntar:

—¿Qué, Sigfrid?

—Esa otra habilidad nuestra que antes he mencionado, Rob —dice—, la que nunca hemos utilizado. Me gustaría enseñarte a otro paciente que tuve hace tiempo.

—¿Otro paciente?

Me dice amablemente:

—Mira hacia el rincón, Rob.

Miro.

… y ahí está ella.

—¡Klara!

En cuanto la veo comprendo dónde lo ha obtenido Sigfrid; de la máquina que Klara consultaba en Pórtico. Está suspendida allí, con un brazo encima de un fichero, los pies flotando perezosamente en el aire, hablando seriamente; sus tupidas cejas negras se fruncen y sonríen, y su cara esboza una sonrisa, y hace una mueca, y después parece dulce e invitadoramente relajada.

—Si quieres, puedes oír lo que dice, Rob.

—¿Quiero?

—No necesariamente. Sin embargo, no hay razón para tener miedo. Ella te amaba, Rob, del mejor modo que sabía. Igual que tú.

La miro largo rato, y después digo:

—¡Desconéctala, Sigfrid!

Una vez en la sala de recuperación, estoy a punto de quedarme dormido. Nunca he estado tan relajado.

NOTIFICACIÓN DE INGRESO

Para Robinette Broadhead:

Se le han INGRESADO en cuenta las siguientes cantidades:

Bonificación garantizada para la misión 88-90A y 88-90B

(total de supervivencia): $ 10.000.000

Bonificación científica otorgada por la junta: $ 8.500.000

Total: $ 18.500.000

Su SALDO actual es: $ 18.506.036

Me lavo la cara, fumo otro cigarrillo, y después salgo a la difusa luz del día bajo la Burbuja, donde todo me parece bonito y amable. Pienso en Klara con amor y ternura, y le digo adiós en mi corazón. Después pienso en S. Ya., con quien tengo una cita por la noche… ¡a la que quizá ya llegue tarde! Pero ella me esperará; es una buena persona, casi tanto como Klara.

Klara.

Me detengo en mitad de la calle, y la gente tropieza conmigo. Una viejecita se acerca lentamente a mí y me pregunta:

—¿Le ocurre algo?

Me la quedo mirando, y no contesto; después doy media vuelta y me dirijo nuevamente hacia el consultorio de Sigfrid.

Allí no hay nadie, ni siquiera un holograma. Grito:

—¡Sigfrid! ¿Dónde demonios te has metido?

Nadie. No me contestan. Ésta es la primera vez que entro en la habitación sin que esté convenientemente decorada. Ahora veo lo que es real y lo que era holograma; y casi nada es real. Paredes de metal en polvo, pernos para los proyectores. La alfombra (real); el armario de los licores (real); algunos otros muebles que podría querer tocar o usar. Pero ni rastro de Sigfrid. Ni siquiera la silla donde normalmente se sienta.

—¡Sigfrid!

Sigo gritando, con el corazón en la garganta y la cabeza dándome vueltas.

—¡Sigfrid! —chillo, y al fin veo una especie de neblina, un destello, y aparece ante mí en su caracterización de Sigmund Freud, mirándome cortésmente.

—¿Sí, Rob?

—¡Sigfrid, es verdad que la maté! ¡Se ha ido!

—Veo que estás trastornado, Rob —me dice—. ¿Quieres decirme qué te preocupa?

—¡Trastornado! Te has quedado corto, ¡soy una persona que mató a otras nueve personas para salvar su vida! ¡Quizá no «realmente»! ¡Quizá no «intencionadamente»! ¡Pero, a sus ojos, yo los maté, igual que a los míos!

—Pero, Rob —responde pacientemente—, ya hemos hablado de todo esto. Ella sigue estando viva; todos lo están. El tiempo se ha detenido para ellos…

—Lo sé —gimo—. ¿Es que no lo entiendes, Sigfrid? Éste es el punto. No sólo la maté, sino que aún estoy matándola.

Con mucha paciencia:

—¿Crees que lo que acabas de decir es cierto, Rob?

—¡Ella cree que sí! Ahora y siempre, mientras yo viva. Para ella no han transcurrido los años desde entonces; sólo han transcurrido unos minutos, y así será durante toda mi vida. Yo estoy aquí abajo, haciéndome viejo, y tratando de olvidar, y Klara está allí arriba, en Sagitario YY, flotando de un lado a otro.

Me dejo caer sobre la desnuda alfombra de plástico, sollozando. Poco a poco, Sigfrid ha ido redecorando todo el consultorio, añadiendo un objeto y otro. Varias piñatas cuelgan sobre mi cabeza, y hay un holograma del lago Garda en Sirmione en la pared, aerodeslizadores, veleros y bañistas divirtiéndose.

—Deja salir el dolor, Rob —dice Sigfrid amablemente—. Deja que salga todo.

—¿Qué crees que estoy haciendo? —Doy la vuelta sobre la alfombra de espuma, y me quedo mirando el techo—. Yo podría sobreponerme al dolor y la culpabilidad que siento, Sigfrid, si ella pudiera. Pero para ella no ha terminado. Está allí fuera, inmovilizada en el tiempo.

—Continúa, Rob —me anima.

—Estoy continuando. Cada segundo es todavía el segundo más reciente para ella… el segundo en el que sacrifiqué su vida para salvar la mía. Yo viviré, me haré viejo y moriré antes de que ella haya dejado de vivir ese segundo, Sigfrid.

—Continúa, Rob. Dilo todo.

—¡Ella piensa que la he traicionado, y lo está pensando ahora! Yo no puedo vivir sabiendo una cosa así.

Hay un largo silencio, y después Sigfrid dice:

—Sin embargo, lo haces.

—¿Qué?

Mis pensamientos estaban a miles de años-luz de distancia.

—Sigues viviendo a pesar de ello, Rob.

—¿Llamas a esto vivir? —contesto irónicamente, mientras me incorporo y me sueno con otro de sus interminables pañuelos de papel.

—Observo que respondes con gran rapidez a todo lo que digo, Rob —comenta Sigfrid—, y a veces me parece que tu respuesta es un contragolpe. Reaccionas ante lo que digo con palabras. Déjame dar en lo vivo, Rob. Deja que esto cale en ti: Tú estás viviendo.

Bueno, supongo que así es.

Es bastante cierto; no es demasiado gratificador.

Otra larga pausa, y después Sigfrid dice:

—Rob, sabes que soy una máquina. También sabes que mi función es tratar con sentimientos humanos. Yo no puedo sentir los sentimientos. Sin embargo, puedo representarlos con modelos, analizarlos y evaluarlos. Puedo hacerlo por ti. Incluso puedo hacerlo por mí mismo. Puedo construir un paradigma dentro del cual pueda valorar las distintas emociones. ¿La culpabilidad? Es algo muy doloroso; por esa misma causa, es un modificador de conducta. Puede influenciarte para impedir acciones inductoras de culpabilidad, y esto es algo muy útil para ti y para la sociedad. Sin embargo, no puedes utilizarla si no la sientes.

—¡Pero yo sí! ¡Dios mío, Sigfrid, tú sabes que la siento!

—Lo que sé —contesta— es que ahora te permites sentirla. Ha salido al exterior, donde puedes hacer que trabaje para ti, no sigue enterrada donde sólo podía dañarte. Para eso estoy yo, Rob; para sacar tus sentimientos adonde puedas usarlos.

—¿Incluso los malos? ¿Culpabilidad, miedo, dolor, envidia?

—Culpabilidad. Miedo. Dolor. Envidia. Los motivadores. Los modificadores. Las cualidades que yo, Rob, no poseo, excepto en un sentido hipotético, cuando hago un paradigma, y me las asigno para su estudio.

Hay otra pausa. Ésta me produce una extraña sensación. Las pausas de Sigfrid están normalmente encaminadas a darme tiempo para asimilar algo, o a permitirle computar algunos factores complicados de mi personalidad. Esta vez no creo que se trate de eso. Está pensando, pero no en mí. Al fin me dice:

—Por lo tanto, ahora puedo contestar a lo que me has preguntado, Rob.

—¿Preguntarte? ¿Qué te he preguntado?

—Me has preguntado: «¿Llamas a esto vivir?». Y yo te contesto: Sí. Eso es exactamente lo que yo llamo vivir. Y, en mi mejor sentido hipotético, te envidio por ello.