—Con tu permiso, Rob —dice Sigfrid—, me gustaría estudiar algo contigo antes de que me ordenes conectar el programa pasivo.
Me estremezco de pies a cabeza; el hijo de perra me ha adivinado el pensamiento.
—Observo —prosigue casi inmediatamente— que sientes cierta aprensión. Esto es lo que querría estudiar.
Es increíble, pero trato de no ofenderle. A veces me olvido de que es una máquina.
—No me imaginaba que pudieras saberlo —me disculpo.
—Claro que lo sé, Rob. Cuando me das la orden correcta obedezco, pero nunca me has ordenado que deje de grabar e integrar datos. Supongo que no posees esa orden.
—Supones bien, Sigfrid.
—No hay ningún motivo para que no tengas acceso a todas las informaciones que poseo. Hasta ahora nunca he interferido…
—¿Podrías?
—Tengo la capacidad de revelar el uso de la instrucción de mando a autoridades superiores, sí. No lo he hecho.
—¿Por qué no? —El viejo saco de tornillos no deja de sorprenderme; todo esto es nuevo para mí.
—Como ya te he dicho, no hay razón para hacerlo. Sin embargo, es evidente que quieres retrasar algún tipo de confrontación, y me gustaría explicarte lo que yo creo que implica esa confrontación. Después podrás decidir por ti mismo.
—Oh, diablos. —Me arranco las correas y me incorporo—. ¿Te importa que fume?
Sé cuál será la respuesta, pero vuelve a sorprenderme.
—En vista de las circunstancias, no. Si sientes la necesidad de un reductor de tensión, estoy de acuerdo. Incluso había pensado darte un calmante suave, si lo deseabas.
—¡Jesús! —exclamo admirativamente, encendiendo un cigarrillo… y lo peor de todo es que tengo que hacer un esfuerzo para no ofrecerle uno—. Está bien, adelante.
¡Sigfrid se levanta, estira las piernas, y se instala en un sillón más cómodo! Tampoco sabía que pudiese hacer eso.
—Como seguramente habrás observado, Rob —me dice—, estoy procurando que te tranquilices. En primer lugar, déjame enumerarte algunas limitaciones de mis habilidades, y las tuyas, que no creo que conozcas. Puedo revelar información sobre cualquiera de mis clientes. Es decir, no estás limitado a aquellos que tienen acceso a esta terminal determinada.
—Creo que no lo entiendo —digo yo, cuando hace una pausa.
—Yo creo que sí. De todos modos, ya lo entenderás. Cuando tú quieras. En fin, lo más importante es descubrir qué recuerdo estás tratando de ocultar. Considero que te resultaría muy beneficioso sacarlo al exterior. Había pensado ofrecerte una ligera hipnosis, o un tranquilizante, o incluso un analista completamente humano que te entrevistara durante una sesión, y cualquiera de estas cosas está a tu disposición si tú lo deseas. No obstante, he observado que te gusta bastante hablar de lo que tú percibes como realidad objetiva, frente a tus interpretaciones de la realidad. Por lo tanto, me gustaría estudiar un incidente concreto en estos términos.
Sacudo cuidadosamente la ceniza de mi cigarrillo. En eso tiene razón; mientras la conversación se desarrolle en un terreno abstracto e impersonal, puedo hablar de lo que sea.
—¿A qué incidente te refieres, Sigfrid?
—A tu último viaje de prospección en Pórtico, Rob. Déjame refrescarte la memoria…
—¡Jesús, Sigfrid!
—Sé que crees recordarlo perfectamente —me dice, interpretándome a la perfección— y, en este sentido, me imagino que no necesitas que te refresque la memoria. Sin embargo, lo que resulta interesante de este episodio determinado es que todas las áreas principales de tu preocupación interna parecen converger aquí. Tu terror; tus tendencias homosexuales…
—¡Oye, oye!
—… Que, para ser sinceros, no constituyen más que una ínfima parte de tu sexualidad, Rob, pero te producen más inquietud de la normal; tus sentimientos hacia tu madre; la terrible carga de culpabilidad que echas sobre ti mismo; y, sobre todo, Gelle-Klara Moynlin. Todas estas cosas se repiten una y otra vez en tus sueños, Rob, aunque no siempre puedas identificarlas. Todas ellas están presentes en este episodio concreto.
Apago un cigarrillo, y me doy cuenta de que estaba fumando dos al mismo tiempo.
—No veo ninguna relación con mi madre —contesto al fin.
—¿De verdad? —El holograma que yo llamo Sigfrid von Schrink se vuelve hacia un rincón de la estancia—. Déjame enseñarte un retrato. —Levanta la mano (esto es puro teatro, estoy seguro) y en aquel mismo rincón aparece la figura de una mujer. No está muy clara, pero parece joven, delgada, y se tapa la boca igual que si estuviera tosiendo.
—No se parece demasiado a mi madre —protesto.
—¿Tú crees?
—Bueno —digo generosamente—, supongo que es lo mejor que has podido encontrar. Vamos, teniendo en cuenta que no puedes basarte en nada más que mi descripción de ella.
—El retrato —explica Sigfrid con amabilidad— se hizo según tu descripción de Susie Hereira.
Enciendo otro cigarrillo, con algunas dificultades, pues me tiemblan las manos.
—¡Vaya! —exclamo, con verdadera admiración—. Me quito el sombrero ante ti, Sigfrid. Esto es muy interesante. Claro que —prosigo, súbitamente irritado—, ¡Dios mío, Susie no era más que una niña! Aparte de esto me doy cuenta… quiero decir que ahora me doy cuenta de que hay cierto parecido. Sin embargo, la edad está equivocada.
—Rob —dice Sigfrid—, ¿cuántos años tenía tu madre cuando tú eras pequeño?
—Era muy joven. —Al cabo de un momento, añado—: La verdad es que siempre aparentó menos años de los que realmente tenía.
Sigfrid me deja pensar en ello unos momentos, y después agita la mano otra vez y la figura desaparece, para dar paso a una representación de dos Cinco empalmadas por sus respectivos módulos en mitad del espacio, y detrás de ellas está… está…
—¡Oh, Dios mío, Sigfrid! —exclamo.
Él espera que siga hablando.
En lo que a mí respecta, puede esperar eternamente; no sé qué decir. No siento dolor, pero estoy paralizado. No puedo decir nada, y tampoco puedo moverme.
—Esto —empieza, hablando con mucha suavidad y lentitud— es una reconstrucción de las dos naves que formaron parte de la expedición por las cercanías del objeto Sag YY. Es un agujero negro o, más concretamente, una peculiaridad en estado de rotación extremadamente rápido.
—Ya sé lo que es, Sigfrid.
—Sí. Lo sabes. Debido a su rotación, la velocidad de traslación de lo que denominamos su umbral de contingencia o discontinuidad de Schwarzschild sobrepasa la velocidad de la luz, y por eso no es totalmente negro; la verdad es que puede verse gracias a lo que llamamos radiación Cherenkov. Fue a causa de los datos obtenidos por los diversos instrumentos sobre algunos aspectos de la peculiaridad por lo que tu expedición recibió una prima de diez millones de dólares, aparte de la suma ya convenida, y que, junto con otras cantidades de menor importancia, forman tu presente fortuna.
—También lo sé, Sigfrid.
Una pausa.
—¿Te importaría decirme qué más sabes acerca de ello, Rob?
Una pausa.
—No creo que pueda, Sigfrid.
Otra pausa.
Ni siquiera me apremia para que lo intente. Sabe que no es necesario. Yo mismo quiero intentarlo, y sigo su ejemplo. En todo eso hay algo sobre lo que no puedo hablar, sobre lo que incluso aterra pensar; pero en torno a ese terror central hay algo de lo que sí puedo hablar, y esto es la realidad objetiva.
—No sé lo que sabes acerca de las peculiaridades, Sigfrid.
—Digamos que lo que tú piensas es lo único que debo saber, Rob.
Apago el cigarrillo que estaba fumando y enciendo otro.
—Bueno —digo—, los dos sabemos que si realmente quisieras informarte sobre las peculiaridades, sólo tendrías que recurrir al banco de datos de algún sitio, y obtendrías una descripción mucho más exacta y detallada que la mía, pero de todos modos… El peligro de los agujeros negros es que son trampas. Doblan la luz. Doblan el tiempo. Una vez has entrado no puedes salir. Sólo que… sólo que…
UNA NOTA SOBRE NUTRICIÓN
Pregunta: ¿Qué comían los Heechees?
Profesor Hegramet: Yo diría que lo mismo que nosotros. De todo. Creo que eran omnívoros, y comían lo que encontraban. En realidad no sabemos nada de su régimen alimenticio, excepto lo que puede deducirse por las misiones que fueron a la capa cometaria.
Pregunta: ¿Unas misiones que fueron a la capa cometaria?
Profesor Hegramet: Por lo menos hay cuatro misiones registradas que no llegaron a una estrella concreta, sino que únicamente salieron del sistema solar. Fueron al lugar donde está la capa de cometas, ya saben, más o menos a medio año-luz de distancia. Las misiones están clasificadas como fracasos, pero yo no opino así. He estado presionando a la junta para que las promueva con bonificaciones científicas. Tres de ellas llegaron al enjambre de meteoritos. La otra emergió junto a un cometa, todo a cientos de U.A. de distancia. Naturalmente, los enjambres de meteoritos suelen ser restos de antiguos cometas ya desaparecidos.
Pregunta: ¿Está diciendo que los Heechees comían cometas?
Profesor Hegramet: Comían las sustancias que forman los cometas. ¿Saben cuáles son? Carbono, oxígeno, nitrógeno, hidrógeno… los mismos elementos que nosotros comemos para desayunar. Creo que utilizaban los cometas como materia prima para elaborar lo que comían. Creo que una de estas misiones hacia la capa cometaria descubrirá tarde o temprano una fábrica de alimentos Heechee, y entonces quizá deje de haber gente que se muera de hambre.
Al cabo de un momento, Sigfrid intercala:
—Puedes llorar si lo deseas, Rob —lo cual me hace darme cuenta de qué es lo que estoy haciendo.
—¡Dios mío! —exclamo, sonándome con uno de los pañuelos que siempre coloca a mi alcance sobre la alfombra. Espera.
—Sólo que yo sí salí —digo.
Y Sigfrid hace algo que nunca hubiera esperado de él; se permite una broma.
—Eso —dice— es bastante obvio, desde el momento que estás aquí.
—Esto es agotador, Sigfrid —protesto.
—Estoy seguro de que para ti lo es, Rob.
—Me gustaría beber algo.
Clic.
—El armario que está detrás de ti —dice Sigfrid—, el que acaba de abrirse, contiene un jerez bastante bueno. Lamento decirte que no está hecho de uva; el servicio sanitario no puede permitirse ciertos lujos. Sin embargo, no creo que te des cuenta de sus orígenes de gas natural. Ah, también tiene una pizca de THC para calmar los nervios.
—¡Cristo! —exclamo, habiendo agotado todas las interjecciones existentes para manifestar sorpresa. El jerez es tal como él ha dicho, y siento cómo su calor se extiende por todo mi cuerpo.
—Está bien —empiezo—. Vamos a ver; cuando regresé a Pórtico, ya nos habían dado por perdidos. Habíamos acumulado un retraso de casi un año. Esto se debe a que estuvimos casi dentro del horizonte de sucesos. ¿Sabes lo que es la dilatación del tiempo?… Oh, no importa —prosigo, antes de que pueda contestar—, era una pregunta retórica. Lo que quiero decir es que lo ocurrido fue un fenómeno que llaman dilatación del tiempo. Te acercas mucho a una singularidad y eso es lo que ocurre. Lo que para nosotros debió de ser un cuarto de hora, fue casi un año de tiempo normal… en Pórtico, aquí, o cualquier lugar del universo no relativista. Y…
Bebo otro trago, y después prosigo con valentía:
—Y, si hubiéramos llegado más abajo, habríamos ido más lentamente. Cada vez más lentamente. Un poco más cerca, y esos quince minutos se habrían convertido en una década. Aún un poco más cerca, y habría sido un siglo. Así de cerca llegamos, Sigfrid. Casi estábamos atrapados todos nosotros.
»Pero yo salí.
Se me ocurre una cosa y lanzo una mirada al reloj.
—Hablando de tiempo, ¡ya hace cinco minutos que ha terminado mi hora!
—Esta tarde no tengo ninguna otra entrevista, Rob.
Le miro fijamente.
—¿Qué?
Con gran amabilidad:
—Las he anulado todas antes de que tú llegaras, Rob.
No vuelvo a decir «Cristo», pero desde luego lo pienso.
—¡Me haces sentir acorralado, Sigfrid! —grito airadamente.
—No te obligo a quedarte más de una hora, Rob. Sólo quiero decirte que tienes esa opción.
Lo medito un rato.
—Eres una computadora insoportable, Sigfrid —digo—. Está bien. Bueno, verás, no había forma de que pudiéramos salir de allí, considerados como una unidad. Nuestras naves estaban atrapadas, mucho más allá del punto de retroceso, y no había modo de volver a casa. Pero el viejo Danny A. era un tipo listo. Sabía todo lo que se puede saber respecto a los agujeros negros. Considerados como una unidad, estábamos perdidos.
»¡Pero no éramos una unidad! ¡Éramos dos naves! ¡Y cada una de ellas podía dividirse en dos! ¡Y, si lográbamos transferir la aceleración de una parte de nuestro sistema a la otra… ya sabes, impulsar una parte de nosotros hacia dentro del pozo y, al mismo tiempo, impulsar la otra parte hacia arriba y hacia fuera… una parte de la unidad podría salir!
Una larga pausa.
—¿Por qué no tomas otra copa, Rob? —ofrece solícitamente Sigfrid—. Cuando dejes de llorar, quiero decir.