26

Se habían producido muchos cambios en Pórtico mientras yo estaba fuera. El impuesto per cápita había sido aumentado. La Corporación quería librarse de algunos parásitos, como Shicky y como yo; mala noticia: significaba que lo que yo había pagado no duraría dos o tres semanas, sino únicamente diez días. Habían importado a muchos cerebros de la Tierra, astrónomos, xenotécnicos, matemáticos, incluso el viejo profesor Hegramet había abandonado la Tierra y, aunque dolorido por los deltas de despegue, brincaba ágilmente por los túneles.

Una de las cosas que no habían cambiado era la junta de Evaluación, y yo me encontré sentado frente a ella; mi vieja amiga Emma me dijo lo estúpido que era. La verdad es que el que hablaba era el señor Hsien, y Emma sólo traducía, pero le encantaba su trabajo.

—Ya te lo advertí, Broadhead. Tendrías que haberme hecho caso. ¿Por qué cambiaste la combinación?

—Ya te lo he dicho. Cuando me di cuenta de que estaba en Pórtico Dos no pude resistirlo. Quería ir a algún otro sitio.

—Una verdadera estupidez por tu parte, Broadhead.

Lancé una mirada a Hsien. Se había colgado de la pared por el cuello enrollado de su camisa y estaba suspendido allí, sonriendo bondadosamente, con las manos enlazadas.

—Emma —dije—, haz lo que quieras, pero déjame en paz.

Ella repuso alegremente:

—Estoy haciendo lo que quiero, Broadhead, porque tengo que hacerlo. Es mi trabajo. Sabías que cambiar la combinación iba contra el reglamento.

—¿Qué reglamento? Era mi cabeza la que estaba en peligro.

—El reglamento que prohíbe destruir una nave —explicó.

No contesté, y ella tradujo algo a Hsien, que la escuchó gravemente, frunció los labios y recitó dos párrafos completos en mandarín. Hablaba con tanta claridad que incluso podías oír la puntuación.

—El señor Hsien dice —tradujo Emma— que eres una persona muy irresponsable. Has destrozado una pieza insustituible, que ni siquiera era de tu propiedad. Pertenecía a la raza humana. —Soltó unas cuantas frases más, y terminó así—: No podemos tomar una decisión final sobre tu responsabilidad hasta que tengamos más datos sobre el estado de la nave que has estropeado. Según el señor Ituno, harán un reconocimiento total de la nave en cuanto les sea posible. En el momento de redactar su informe, había dos xenotécnicos en tránsito hacia el nuevo planeta, Afrodita. Ahora ya habrán llegado a Pórtico Dos, y lo más probable es que recibamos su informe con el próximo piloto. Entonces volveremos a llamarte.

Hizo una pausa, sin dejar de mirarme, y yo deduje que la entrevista había terminado.

—Muchísimas gracias —dije, encaminándome hacia la puerta. Me dejó llegar a ella antes de añadir:

—Hay algo más. El informe del señor Ituno menciona que trabajaste como cargador y ayudaste a fabricar trajes en Pórtico Dos. Nos autoriza a pagarte una cantidad de, veamos, dos mil quinientos dólares. Y tu capitán de vuelo, Hester Bergowiz, nos autoriza a pagarte el uno por ciento de su bonificación por servicios prestados durante el viaje de regreso, por lo tanto, te hemos ingresado dichas cantidades en tu cuenta.

—No tenía ningún contrato con ella —observé, sorprendido.

—No, pero opina que debes recibir una parte. Una parte pequeña, desde luego. En total… —consultó un papel— asciende a dos mil quinientos más cinco mil quinientos, y esto es lo que se te ha abonado en la cuenta.

¡Ocho mil dólares! Me dirigí hacia un pozo, agarré un cable de subida y reflexioné con calma. No era suficiente para cambiar nada. Desde luego no sería suficiente para pagar los daños que había ocasionado en la nave. No había dinero suficiente en todo el universo para pagar algo así, si es que me cobraban el coste de reposición; no había forma de reponerla.

Por otro lado, eran ocho mil dólares más de lo que tenía.

INFORME DE LA MISIÓN

Nave 1-103, Viaje 022D18. Tripulación: G. Herron.

Tiempo de tránsito 107 días 5 horas. Nota: Tiempo de tránsito de regreso 103 días 15 horas.

Extracto del diario de vuelo. «A los 84 días 6 horas de viaje, el instrumento Q empezó a brillar y se produjo una actividad insólita en las luces de control. Al mismo tiempo, noté un cambio en la dirección del empuje. Durante una hora hubo incesantes cambios, después la luz Q se apagó y las cosas volvieron a la normalidad».

Conjeturas: El curso cambió para esquivar algún peligro en movimiento, ¿quizás una estrella u otro cuerpo? Recomendamos el estudio de otros diarios de vuelo, por medio de computadora, en busca de acontecimientos similares.

Lo celebré tomando una copa en el Infierno Azul. Mientras tanto, pensé en mis opciones. Cuanto más pensaba en ellas, más se reducían.

Me encontrarían culpable, eso era seguro, y la multa mínima que me impondrían sería de varios cientos de miles de dólares. No los tenía. Podía ser mucho más, pero eso no supondría ninguna diferencia; una vez te quitan todo lo que tienes, ya no te queda nada.

De modo que, a fin de cuentas, mis ocho mil dólares eran dinero ficticio. Podían desvanecerse con el rocío de la mañana. En cuanto llegara el informe de los xenotécnicos desde Pórtico Dos, la Junta se reuniría y eso sería el fin de todo.

Por lo tanto, no tenía ninguna razón concreta para estirar mi dinero. Podía gastármelo tranquilamente.

Tampoco había ninguna razón para pensar en reclamar mi antiguo puesto como jardinero, suponiendo que me lo dieran, ahora que Shicky había sido despedido de su empleo como capataz. En el momento que dictaran sentencia en contra mía, mi saldo acreedor desaparecería. Lo mismo ocurriría con el dinero que había adelantado para pagar. Estaría sujeto a una inmediata defenestración.

Si daba la casualidad de que había una nave de la Tierra en aquel momento, tendría el tiempo justo de embarcar en ella, y tarde o temprano me encontraría nuevamente en Wyoming, solicitando mi antiguo trabajo en las minas de alimentos. Si no había ninguna nave, me encontraría en dificultades. Quizá pudiera convencer a los del crucero americano, o a los del brasileño si Francy Hereira usaba su influencia en mi favor, para que me acogiesen a bordo hasta que llegara alguna nave. Sin embargo, entraba dentro de lo posible que no lo lograse.

Estudiadas con detenimiento, las probabilidades no eran muy buenas.

Lo mejor que podía hacer era actuar antes de que lo hiciera la Junta, y en ese caso tenía dos alternativas.

Podía tomar la primera nave que regresara a la Tierra y las minas de alimentos, sin esperar la decisión de la junta.

O podía salir a explorar en una nave Heechee.

Eran dos alternativas magníficas. Una de ellas significaba renunciar a cualquier posibilidad de lograr una vida decente… y la otra me aterrorizaba

Pórtico era como un club de caballeros en el cual nunca sabías qué socios estaban en la ciudad. Louise Forehand se había marchado; su marido, Sess, se quedó pacientemente en su puesto, esperando que ella o su única hija viva volvieran para embarcarse otra vez. Me ayudó a instalarme nuevamente en mi habitación, que había sido ocupada durante un tiempo por tres mujeres húngaras hasta que se fueron juntas en una Tres. El traslado fue sencillo; ya no tenía nada, a excepción de lo que había comprado en el economato.

Lo único permanente era Shicky Bakin, indefectiblemente amable y siempre allí. Le pregunté si sabía algo de Klara. Me contestó que no.

—Apúntate en otra misión —aconsejó—. Es lo único que puedes hacer.

UNA NOTA SOBRE LOS AGUJEROS NEGROS

Doctor Asmenion: Vamos a ver, si empiezan con una estrella mayor que tres masas solares, y se desintegra, no sólo se convierte en una estrella de neutrones. Sigue en movimiento. Su densidad aumenta tanto que la velocidad de escape supera los treinta millones de centímetros por segundo… que es…

Pregunta: Uh… ¿La velocidad de la luz?

Doctor Asmenion: Muy bien, Gallina. Por lo tanto, la luz no puede salir. Por lo tanto, se forma un espacio negro. Por eso se llama un agujero negro… sólo que, si se acercan bastante, llegando a lo que se denomina la ergosfera, no lo verán tan negro. Probablemente vieran algo.

Pregunta: ¿Qué aspecto tendría?

Doctor Asmenion: Eso querría yo saber, Jer. Si alguien llega a ver uno alguna vez, ya volverá y nos lo dirá, si es que puede. Lo más probable es que no pueda. Lo máximo que quizá consiga es tomar grabaciones, datos, y regresar… y obtener, jesús, no lo sé, un millón de dólares. Si pudiera embarcar en el módulo, veamos, y hacer retroceder la masa principal de la nave, disminuyendo su velocidad, podría darse suficiente velocidad extra para escapar. No sería fácil. Pero tal vez, si las cosas fueran bien… Pero después, ¿adónde iría? No podría regresar a casa en un módulo. Y hacerlo al revés no serviría de nada, el módulo no tiene suficiente masa para impulsar la nave hacia delante… Veo que a nuestro amigo Bob no le interesa el tema, así que pasaremos a estudiar los tipos planetarios y las nubes de polvo.

—Sí. —No quería hablar del tema; tenía la razón. Quizá lo hiciera… Dije—: Me gustaría no ser un cobarde, Shicky, pero lo soy. No sé cómo podría mentalizarme para volver a meterme en una nave. No tengo valor para enfrentarme con un centenar de días durante los que no haría más que pensar en la muerte.

Esbozó una sonrisa y saltó de la cómoda para darme unos golpecitos en la espalda.

—No necesitas tanto valor —dijo, volviendo a la cómoda—. Sólo necesitas valor para un día: para subir a la nave y marcharte. Después ya no tienes que tener valor, porque ya no tienes alternativa.

ANUNCIOS CLASIFICADOS

¿No habrá en Pórtico algún no fumador de habla inglesa para completar nuestra tripulación? Quizás ustedes deseen acortar su vida (¡y nuestras reservas de supervivencia!), pero nosotros dos no. 88-775.

¡Necesitamos una representación de los prospectores en la Junta de la Corporación de Pórtico! Asamblea plenaria mañana 1.300 Nivel Babe. ¡Todo el mundo será bienvenido!

Seleccione vuelos seguros y sus sueños se harán realidad. Este libro de 32 páginas le dirá cómo, $ 10. Consultas, $ 25. 88-139.

—Creo que me habría sentido con ánimo —repuse—, si las teorías de Metchnikov sobre las claves de colores hubieran sido acertadas. Pero algunas de las «seguras» son mortales.

—Sólo era una cuestión de estadística, Rob. La verdad es que ahora hay un récord de seguridad mejor, así como un récord de éxito mejor. Sólo marginal, desde luego, pero mejor.

—Los que murieron están igualmente muertos —repliqué—. Sin embargo… quizá vuelva a hablar con Dane.

Shicky pareció sorprendido.

—Está fuera.

—¿Desde cuándo?

—Más o menos, desde que tú te fuiste. Pensaba que lo sabías.

Me había olvidado.

—Me pregunto si habrá encontrado lo que buscaba.

Shicky se rascó la barbilla con un hombro, manteniendo el equilibrio con suaves aleteos. Después bajó de la cómoda y voló hacia el piezófono.

—Veamos —dijo, pulsando varios botones. El tablero de anuncios apareció en la pantalla—. Lanzamiento 88-173 —leyó—. Bonificación, $ 150.000. No es mucho, ¿verdad?

—Pensaba que aspiraba a más.

—Bueno —dijo Shicky, leyendo—, no fue así. Aquí dice que regresó anoche

Ya que Metchnikov me había casi prometido que compartiría su experiencia conmigo, era lógico que fuese a hablar con él; pero yo no me sentía nada lógico. No llegué más allá de averiguar que había regresado sin descubrir nada que justificara la bonificación, y no fui a verle.

La verdad es que no hice gran cosa. Me paseé de un lado a otro.

Pórtico no es el lugar más ameno del universo, pero conseguí no aburrirme demasiado. Era mucho mejor que las minas de alimentos. Cada hora que pasaba me acercaba más al momento en que llegaría el informe del xenotécnico, pero conseguí no pensar demasiado en ello. Instalé mi cuartel general en el Infierno Azul, trabando amistad con los turistas, los tripulantes de los cruceros que estaban de paso, los que regresaban de una misión, los novatos que seguían acudiendo de diversos planetas, en busca de otra Klara. No descubrí a ninguna.

Releí las cartas que le había escrito durante el viaje desde Pórtico Dos, y después las rompí en pedazos. En su lugar escribí una nota sencilla y corta para disculparme y decirle que la amaba y bajé a la oficina de comunicaciones para transmitirlo por radio. ¡Pero ella no estaba en Venus! Me había olvidado de lo lentas que eran las órbitas Hohmann. La oficina de localización identificó rápidamente la nave donde había embarcado; era una orbitadora de ángulo recto, que se pasaba la vida cambiando deltas para encontrarse con vuelos del plano de la eclíptica entre los planetas. Según los informes, su nave se había encontrado con un carguero que iba rumbo a Marte, y después con un crucero de lujo de alta G con rumbo a Venus; probablemente se habría trasladado a una de ellas, pero no sabían cuál, y ninguno de los dos llegaría a su destino antes de un mes o más.

Transmití el mensaje a las dos naves, pero no recibí contestación.

La que más se acercó a convertirse en mi nueva amiga fue una tercera artillera perteneciente al crucero brasileño. Francy Hereira la acompañaba.

—Mi prima —dijo, al presentarnos; después, en privado, añadió—: Debes saber, Rob, que no experimento sentimientos familiares por mis primas.

Todos los tripulantes obtenían permiso para bajar a Pórtico de vez en cuando y aunque, como ya he dicho, Pórtico no era Waikiki ni Cannes, superaba ampliamente a una nave de combate. Susie Hereira era muy joven. Me dijo que tenía diecinueve y no podía tener menos de diecisiete para estar en la Armada Brasileña, pero no los aparentaba. No hablaba inglés demasiado bien, pero no necesitamos mucho idioma en común para tomar una copa en el Infierno Azul, y cuando nos acostamos descubrimos que, aunque tuviéramos muy poca conversación en el sentido verbal, nos comunicábamos extraordinariamente bien con nuestro cuerpo.

Pero Susie sólo estaba en Pórtico una vez a la semana, y eso dejaba una gran cantidad de tiempo que ocupar.

Lo intenté todo: un grupo de ayuda mutua, otro grupo de contacto físico, y otro en el que descargábamos nuestros amores y hostilidades sobre nuestros compañeros. Una serie de conferencias del viejo profesor Hegramet sobre los Heechees. Un programa de charlas sobre astrofísica, encaminadas a obtener bonificaciones científicas de la Corporación. Gracias a una cuidadosa distribución de mi tiempo, conseguí abarcarlo todo, y fui posponiendo la decisión día a día.

No quiero dar la impresión de que seguía un plan preconcebido para matar el tiempo; vivía al día, y cada día estaba ocupado. Los jueves me encontraba con Susie y Francy Hereira, y los tres almorzábamos en el Infierno Azul. Después Francy se iba a pasear solo, o buscaba a una chica, o se daba un baño en el Lago Superior, mientras Susie y yo nos retirábamos a mi habitación y mis cigarrillos de marihuana para nadar en las aguas más calientes de mi cama. Después de cenar, algún tipo de distracción. El jueves por la noche era cuando tenían lugar las conferencias de astrofísica, y oíamos hablar del diagrama Hertzsprung-Russell, de gigantes y enanas rojas, estrellas de neutrones o agujeros negros. El profesor era un rechoncho viejo verde salido de alguna remota escuela próxima a Esmolensko, pero a pesar de los chistes subidos de tono había mucha poesía y belleza en lo que decía. Se extendió en las viejas estrellas que nos dieron vida a todos nosotros, escupiendo silicatos y carbonato de magnesio al espacio para formar nuestros planetas, e hidrocarburos para formarnos a nosotros. Habló de las estrellas de neutrones que doblaban la gravedad de su alrededor; ya lo sabíamos, porque dos naves habían quedado reducidas a chatarra al entrar en el espacio normal a demasiado proximidad de una de esas enanas hiperdensas. Nos habló de los agujeros negros, que eran los lugares donde había estado una estrella densa, ahora sólo detectable por el hecho evidente de que habían engullido todo lo que había cerca, incluso la luz; no sólo habían doblado el pozo de gravedad, sino que se habían envuelto en él como si fuera una manta. Describió estrellas tan etéreas como el aire, inmensas nubes de gas incandescente; nos habló de la nebulosa de Orión, donde se estaban formando unas masas de gas caliente que probablemente se convertirían en soles al cabo de un millón de años. Sus conferencias eran muy populares; incluso asistían veteranos como Shicky y Dane Metchnikov. Mientras escuchaba al profesor, sentía el misterio y la belleza del espacio. Era demasiado inmenso y glorioso para producir miedo, y hasta pasado un rato no relacionaba estas depresiones de radiación y pantanos de gas con mi propia persona, con el frágil, asustado y vulnerable cuerpo que era el mío. Entonces pensaba en salir al encuentro de aquellos remotos titanes y… me moría de miedo.

Después de una de estas reuniones me despedí de Susie y Francy y me senté en un nicho cercano a la sala de lectura, medio oculto por la hiedra, para fumar un cigarrillo de marihuana. Shicky me encontró allí, y se detuvo a mi lado, sosteniéndose con las alas.

—Te estaba buscando, Rob —dijo.

La hierba empezaba a hacerme efecto.

—Una conferencia interesante —comenté distraídamente, tratando de alcanzar la agradable sensación que buscaba en la droga y no muy interesado por si Shicky estaba allí o no.

—Te has perdido lo más interesante —me reprochó Shicky.

Me dio la impresión de que estaba temeroso y esperanzado a la vez; algo le preocupaba. Fumé un poco más y le ofrecí el cigarrillo; él meneó la cabeza.

—Rob —dijo—, creo que se prepara algo que vale la pena.

—¿De verdad?

—¡Sí, de verdad, Rob! Algo muy bueno. Y pronto.

Yo no estaba preparado para una cosa así. Quería seguir fumando mi cigarrillo de marihuana hasta que la primera emoción de la conferencia se desvaneciera, a fin de poder seguir matando el tiempo. No quería saber nada de una nueva misión que mi complejo de culpabilidad me impulsaría a aceptar y mi miedo me impediría hacerlo.

Queridísimos padre, madre, Marisa y Pico-Joao.

Os ruego comuniquéis al padre de Susie que está muy bien y goza de gran consideración entre los oficiales. Decidid vosotros mismos si es conveniente decirle que está saliendo mucho con mi amigo Rob Broadhead. Es un hombre bueno y serio, pero no demasiado afortunado. Susie ha solicitado un permiso para salir en una misión y, si el capitán se lo concede, habla de ir con Broadhead. Todos hablamos de ir pero, como ya sabéis, no todos lo hacemos, de modo que quizá no haya por qué preocuparse.

Siento no poder escribir más; casi es hora de empezar a trabajar, y tengo una 48 para Pórtico.

Con todo mi amor,

Francescito

Shicky agarró el estante de hiedra y se sostuvo allí, mirándome con curiosidad.

—Rob, amigo mío —dijo—, si puedo encontrarte algo, ¿me podrás ayudar?

—¿Ayudarte? ¿Cómo?

—¡Llévame contigo! —exclamó—. Soy capaz de hacer cualquier cosa excepto ir en el módulo. Creo que en esta misión no importa demasiado. Hay una prima para todos, incluso para el que se quede en órbita.

—¿De qué estás hablando?

La droga ya me había hecho efecto; notaba el calor detrás de las rodillas y el agradable desdibujamiento de todas las cosas a mi alrededor.

—Metchnikov ha tenido una larga conversación con el conferenciante —explicó Shicky—. Por lo que ha dicho, creo que sabe algo de una nueva misión. Sólo que… hablaban en ruso, y no les he entendido muy bien. Sin embargo, estoy seguro de que ésta es la que estaba esperando.

Yo contesté razonablemente.

—La última vez que salió no consiguió gran cosa, ¿verdad?

—¡Esto es diferente!

—No creo que quiera incluirme en nada bueno…

—Claro que no, si no se lo pides.

—¡Oh, demonios! —gruñí—. Está bien. Hablaré con él.

La cara de Shicky resplandeció de satisfacción.

—Y después, Rob, por favor…, ¿me llevarás contigo?

Aplasté el cigarrillo, sólo a medio fumar; me sentía como si quisiera recuperar toda la agilidad mental que había perdido.

—Haré lo que pueda —prometí, y me dirigí hacia la sala de lectura justo cuando Metchnikov salía de ella.

No habíamos hablado desde su regreso. Tenía el mismo aspecto sólido y firme de siempre, y sus patillas estaban cuidadosamente recortadas.

—Hola, Broadhead —saludó con recelo.

Yo no perdí el tiempo en rodeos.

—Me he enterado de que tienes algo bueno en perspectiva. ¿Puedo acompañarte?

Él tampoco se anduvo con rodeos.

—No.

Me miró con franca antipatía. En parte era lo que siempre había esperado de él, pero estaba seguro de que en parte era porque había oído comentar lo de Klara y yo.

—Sé que vas a salir —insistí—. ¿Qué es, una Uno?

Se pasó una mano por las patillas.

—No —confesó de mala gana—. No es una Uno; son dos Cinco.

—¿Dos Cinco?

Me miró recelosamente unos segundos, y después casi sonrió; no me gustaba verle sonreír, nunca sabía cuál era el motivo de su sonrisa.

—Está bien —decidió—. Si así lo quieres, así será, por lo que a mí respecta. Naturalmente, no soy yo quien debe resolver. Tendrás que pedírselo a Emma; mañana por la mañana nos dará instrucciones. Quizá te deje ir. Es una misión científica, con una bonificación mínima de un millón de dólares. Además, tú estás implicado.

—¿Qué yo estoy implicado? —¡Esto sí que era una novedad!—. ¿En qué?

—Pregúntaselo a Emma —dijo, y siguió su camino.

En la sala de información había unos doce prospectores, a la mayoría de los cuales ya conocía: Sess Forehand, Shicky, Metchnikov, y otros con los que había tomado una copa o me había acostado alguna vez. Emma aún no había llegado, y me las arreglé para salirle al paso cuando iba a entrar.

—Quiero formar parte de esta misión —le dije.

Pareció muy sorprendida.

—¿En serio? Pensaba que… —Pero se interrumpió, sin decir qué era lo que pensaba.

Yo insistí:

—¡Tengo tanto derecho a ir como Metchnikov!

—Te aseguro que no tienes un expediente tan bueno como él, Rob. —Me miró de pies a cabeza, y después dijo—: Bueno, te explicaré de qué se trata, Broadhead. Es una misión especial, y tú eres parcialmente responsable de ella. El disparate que hiciste ha resultado ser interesante. No me refiero a estropear la nave; eso fue una estupidez, y si hubiera algo de justicia en el universo la pagarías. Sin embargo, tener suerte vale casi tanto como tener cerebro.

—Se ha recibido el informe de Pórtico Dos —adiviné.

Meneó la cabeza.

—Aún no. Pero no importa. Como de costumbre, programamos tu misión en la computadora, y encontró algunas correlaciones interesantes. El rumbo que te llevó a Pórtico Dos… Oh, diablos —dijo—, entremos de una vez. Por lo menos, te autorizo para quedarte durante la reunión. Lo explicaré todo y después… ya veremos.

Me cogió por el codo y me empujó hacia la habitación, que era la misma que habíamos usado como aula de clases hacía… ¿cuánto tiempo? A mí me parecía que un millón de años. Me senté entre Sess y Shicky, y esperé a oír lo que ella tenía que decirnos.

—La mayoría de vosotros —empezó— habéis sido invitados a venir… con una o dos excepciones. Una de las excepciones es nuestro distinguido amigo, el señor Broadhead. Él fue quien se las arregló para estropear una nave cerca de Pórtico Dos, como casi todos sabéis. Lo lógico habría sido que le aplicáramos el castigo que se merece, pero antes de hacerlo descubrió accidentalmente varios hechos interesantes. Al parecer sólo hay cinco franjas que resultan críticas para determinar el punto de destino: las cinco que concuerdan con las de la combinación habitual para ir a Pórtico Dos, y la nueva Broadhead. No sabemos qué significan las demás, pero no tardaremos en averiguarlo.

Se acomodó en el asiento y entrelazó las manos.

—Esta misión tiene múltiples propósitos —dijo—. Vamos a hacer algo nuevo. En primer lugar, enviaremos dos naves al mismo punto de destino.

Sess Forehand alzó una mano.

—¿Con qué objeto?

—Bueno, en parte para estar seguros de que es el mismo punto de destino. Variaremos ligeramente las franjas que no son críticas… las que creemos que no lo son. Efectuaremos el lanzamiento con treinta segundos de diferencia. Por lo tanto, si no estamos equivocados, esto significa que saldréis a una distancia igual a la recorrida por Pórtico en treinta segundos.

Forehand frunció el ceño.

—¿En relación a qué?

—Buena pregunta —concedió ella—. Creo que en relación al Sol. Creemos que el movimiento estelar con relación a la galaxia no tiene importancia en este caso. Por lo menos, suponiendo que vuestro punto de destino esté dentro de la galaxia, y no tan lejos que el movimiento galáctico tenga un vector totalmente distinto. Es decir, si salierais en el lado opuesto, serían setenta kilómetros por segundo, en relación al centro galáctico. No creemos que eso ocurra. Sólo esperamos una diferencia relativamente pequeña en velocidad y dirección, y… bueno, de todos modos, tendríais que salir a una distancia entre dos y doscientos kilómetros unos de otros.

»Naturalmente —prosiguió, sonriendo alegremente—, esto es sólo una teoría. Es posible que los movimientos relativos no signifiquen nada en absoluto. En este caso, el problema consiste en impedir que choquéis unos con otros. Pero estamos seguros, bastante seguros, de que por lo menos habrá algún desplazamiento. Lo único que necesitáis son unos quince metros… el diámetro longitudinal de una Cinco.

—¿Qué quiere decir exactamente «bastante seguros»? —preguntó una de las chicas.

—Bueno —admitió Emma—, razonablemente seguros. ¿Cómo vamos a saberlo antes de intentarlo?

—Suena peligroso —comentó Sess.

A pesar de todo, no parecía asustado; sólo expresaba una opinión. En esto era totalmente opuesto a mí; yo estaba muy ocupado tratando de borrar mis sensaciones internas, tratando de concentrarme en los tecnicismos de la reunión.

Emma dio muestras de asombro.

—¿Esta parte? Escuchad, aún no he llegado a la parte peligrosa. Este destino ha sido rechazado por todas las Uno, casi todas las Tres, y algunas Cinco.

—¿Por qué? —preguntó alguien.

—Eso es lo que tenéis que averiguar —contestó pacientemente—. Es la combinación escogida por la computadora como la más idónea para probar las correlaciones entre dos combinaciones de rumbo. Tenéis dos Cinco acorazadas, y ambas aceptan este destino en particular. Eso significa que tenéis lo que los diseñadores Heechee consideran apropiado para el caso, ¿de acuerdo?

—Eso fue hace mucho tiempo —objeté yo.

—Oh, desde luego. Nunca he dicho lo contrario. Es peligroso… por lo menos hasta cierto punto. Éste es el motivo por el que ofrecemos el millón.

Dejó de hablar, mirándonos seriamente, hasta que alguien le preguntó:

—¿Qué millón?

—La prima de un millón de dólares que recibirá cada uno de vosotros cuando regrese —dijo—. Hemos destinado diez millones de dólares de los fondos de la Corporación a este propósito. Partes iguales. Evidentemente es posible que sea más de un millón para cada uno. Si encontráis algo que valga la pena, aplicaremos la escala de pagos normal. Y la computadora cree que hay muchas posibilidades de que así ocurra.

—¿Por qué vale diez millones? —pregunté.

—Yo no soy quien toma estas decisiones —contestó pacientemente. Entonces me miró como a una persona, no como a parte del grupo, y añadió—: Por cierto, Broadhead, hemos anulado la multa que debíamos imponerte por estropear la nave. Por lo tanto, todo lo que recibas será tuyo. ¿Un millón de dólares? No está mal, ¿verdad? Puedes volver a casa, montar un pequeño negocio y vivir de eso durante el resto de tu vida.

UNA NOTA SOBRE SEÑALES

DE IDENTIFICACIÓN

Doctor Asmenion: Así pues, cuando buscas señales de vida en un planeta, no esperas ver un gran letrero con letras luminosas que diga «Aquí Vive Una Raza Desconocida». Buscas señales de identificación. Una «señal de identificación» es lo que te demuestra que allí hay algo más. Como tu firma en un cheque. Si yo la veo, sé que quieres pagar aquello, de modo que lo hago efectivo. Naturalmente, no me refiero a la suya, Bob.

Pregunta: ¡Qué simpáticos son los profesores que se pasan de listos!

Doctor Asmenion: No se ofenda, Bob. El metano es una señal de identificación muy típica. Muestra la presencia de mamíferos de sangre caliente, o algo parecido a ellos.

Pregunta: Yo creía que el metano procedía de la vegetación en descomposición y todo eso, ¿no es así?

Doctor Asmenion: Oh, desde luego. Sin embargo, la mayor parte procede de los intestinos de los grandes rumiantes. Casi todo el metano que hay en la Tierra está ocasionado por los pedos de las vacas.

Nos miramos unos a otros, y Emma no dijo nada más, limitándose a sonreír afablemente y esperar. No sé qué pensarían los demás. Yo me acordaba de Pórtico Dos y el primer viaje, durante el que nos gastamos los ojos de tanto mirar los instrumentos, en busca de algo que no existía. Supongo que los otros también debían de tener fracasos que recordar.

—El lanzamiento —declaró al fin— está previsto para pasado mañana. Los que quieran apuntarse que vengan a verme a mi despacho.

Me aceptaron. Shicky fue rechazado.

Sin embargo, no resultó tan sencillo, nada lo es; el que se aseguró de que Shicky no viniera fui yo. La primera nave se llenó rápidamente: Sess Forehand, dos chicas de Sierra Leona y una pareja de franceses; todos hablaban inglés, todos habían asistido a la reunión, y tenían experiencia. Metchnikov se inscribió como jefe de tripulación de la segunda nave; un par de homosexuales, Danny A. y Danny R., fueron su primer fichaje. Después, a regañadientes, me escogió a mí. Eso dejaba una plaza vacante.

—Podemos apuntar a tu amigo Bakin —dijo Emma—. ¿O preferirías a tu otra amiga?

—¿Qué otra amiga? —pregunté.

—Tenemos una solicitud —explicó— del artillero Susanna Hereira, del crucero brasileño. Le han concedido un permiso para que haga este viaje.

—¡Susie! ¡No sabía que se hubiese presentado como voluntaria!

Emma estudió detenidamente su hoja de servicios.

—Está muy bien preparada —comentó—. Además, no le falta ningún miembro. Naturalmente —dijo con dulzura—, me refiero a sus piernas, aunque tengo entendido que tú te interesas igualmente por el resto de su cuerpo. ¿O no te importa volverte homosexual para esta misión?

Sentí un absurdo acceso de cólera. No es que sea persona sexualmente reprimida; la idea de un contacto físico con otro hombre no me asustaba en sí. Pero… ¿con Dane Metchnikov? ¿O con uno de sus amantes?

—El artillero Hereira puede estar aquí mañana —declaró Emma—. El crucero brasileño amarrará en cuanto termine la órbita.

—¿Por qué demonios me lo preguntas a mí? —repliqué—. Metchnikov es el jefe de la tripulación.

—Prefiere que lo decidas tú, Broadhead. ¿Cuál?

—¡Me importa un bledo! —grité, saliendo del despacho.

Sin embargo, no puede decirse que esto me librara de toda culpa. El hecho de no haber tomado una decisión ya era bastante decisión para no incluir a Shicky entre los tripulantes. Si hubiera luchado por él, le habría aceptado; al no hacerlo, Susie era la elección lógica.

Pasé el resto del día esquivando a Shicky. Conocí a una novata en el Infierno Azul, recién salida de la clase, y pasé la noche en su habitación. Ni siquiera volví a la mía para buscar ropa limpia; me deshice de todo y compré un equipo nuevo. Sabía muy bien en qué lugar me buscaría Shicky —el Infierno Azul, Central Park, y el museo—, de modo que no me acerqué a ninguno de estos sitios; fui a dar un largo y solitario paseo por los túneles desiertos, donde no vi a nadie, hasta entrada la noche.

Entonces decidí arriesgarme y fui a nuestra fiesta de despedida. Lo más probable era que Shicky estuviera allí, pero habría más gente.

Allí estaba; y también Louise Forehand. De hecho, ella parecía ser el centro de atención; yo ni siquiera sabía que había regresado.

Me vio y me hizo señas de que me acercara.

—¡Soy rica, Rob! Bebe lo que quieras… ¡yo pago!

Dejé que me pusieran un vaso en una mano y un cigarrillo de marihuana en la otra, y antes de llevármelo a la boca conseguí preguntarle qué había encontrado.

—¡Armas, Rob! Maravillosas armas Heechee, cientos de ellas. Sess dice que nos darán una recompensa de cinco millones de dólares como mínimo. Además de las regalías… en el caso de que descubran el modo de fabricar las armas, claro.

Saqué una bocanada de humo y borré el sabor con un trago.

—¿Qué clase de armas?

—Son como los azadones de los túneles, sólo que portátiles. Pueden hacer un agujero en el material que sea. Perdimos a Sara en el aterrizaje; se le agujereó el traje con uno de ellos. Tim y yo nos repartimos su parte, de modo que cobramos dos millones y medio por cabeza.

—Felicidades —dije—; pensaba que lo último que necesitaba la raza humana eran nuevas formas de matarse unos a otros, pero… felicidades. —Intentaba adoptar un aire de superioridad moral, y lo necesitaba; cuando me aparté de ella vi a Shicky, suspendido en el aire, mirándome.

—¿Quieres fumar? —pregunté, ofreciéndole mi cigarrillo.

Él meneó la cabeza.

Le dije:

—Shicky, no me correspondía decidir. Les dije… no les dije que no te aceptaran.

—¿Les dijiste que lo hicieran?

—No me correspondía decidir —repetí—. ¡Escucha! —proseguí, entreviendo una solución—. Ahora que Louise ha tenido suerte, lo más probable es que Sess no vaya. ¿Por qué no ocupas su lugar?

Querida Voz de Pórtico:

El mes pasado gasté 58,50 libras de mi dinero, ganado con mucho esfuerzo, para llevar a mi mujer y mi hijo a una conferencia de uno de sus «héroes», que concedió a Liverpool el dudoso honor de su visita (por la que fue muy bien pagado, naturalmente, por personas como yo). No me importó que no fuese muy buen conferenciante. Lo que me indignó fue una observación suya. Dijo que nosotros, estúpidos terrícolas, no teníamos ni idea de lo difícil que era la vida para ustedes, nobles aventureros.

Pues bien, amigo, esta mañana saqué hasta la última libra de mi cuenta de ahorros para comprar a mi mujer un trozo de pulmón (la eterna asbestosis melanómica CV/E, ya sabe). La factura del colegio del niño llegará dentro de una semana, y ni siquiera sé de qué colegio se trata. Y, tras esperar de ocho a doce de esta mañana en los muelles por si acaso podía desembarcar algún cargamento (no había ninguno), el capataz me hizo saber que yo era innecesario, lo que significa que mañana no debo molestarme en volver. ¿Está interesado alguno de sus héroes en comprar órganos de repuesto? Los míos están en venta: riñones, hígado, todo. Además, están en buenas condiciones, tan buenas como puede esperarse tras diecinueve años de trabajar en los muelles, a excepción de las glándulas lacrimales, que están muy desgastadas de tanto llorar por las dificultades que ustedes pasan.

H. Delacross

«Wavetops»

Piso B bis 17, Planta 41

Merseyside L77PR 14JE6

Retrocedió un poco, sin dejar de mirarme; sólo su expresión había cambiado.

—¿No lo sabes? —inquirió—. Es verdad que Sess ha renunciado, pero ya le han sustituido.

—¿Por quién?

—Por la persona que está detrás de ti —dijo Shicky, y cuando me volví, allí estaba ella, mirándome, con un vaso en la mano, y una expresión en la cara que no pude descifrar.

—Hola Rob —dijo Klara.

Me había preparado para la fiesta con numerosos tragos rápidos en el economato; estaba borracho en un noventa por ciento y drogado en un diez por ciento, pero recuperé mis cinco sentidos en cuanto la vi. Dejé la copa en una mesa, di el cigarrillo a la primera persona que pasó junto a mí, la tomé por un brazo y la empujé hacia el túnel.

—Klara —dije—, ¿recibiste mis cartas?

Pareció sorprendida.

—¿Cartas? —Meneó la cabeza—. Supongo que las enviarías a Venus, ¿no? No llegué hasta allí. Sólo llegué hasta el punto de encuentro con el vuelo del plano de la eclíptica, y entonces cambié de opinión. Volví aquí con el orbitador.

—Oh, Klara.

—Oh, Rob —parodió ella, sonriendo; eso no me resultó demasiado agradable, porque al sonreír vi el hueco del diente que yo le había arrancado—. Bueno, ¿qué más tenemos que decirnos?

La rodeé con mis brazos.

—Puedo decirte que te quiero, y que lo siento, que quiero hacer las paces contigo, que quiero que nos casemos, vivamos juntos, tengamos niños, y…

—¡Jesús, Rob! —exclamó, apartándose, con bastante suavidad—. Cuando te decides a hablar, lo dices todo, ¿verdad? Ten un poco de paciencia. Hay tiempo.

—¡Si ya han pasado meses!

Se echó a reír.

—Hablo en serio, Rob. Hoy es un mal día para que los sagitarios tomen decisiones, especialmente en amor. Lo discutiremos en otro momento.

—¡Otra vez esas tonterías! Escucha, yo no creo en nada de todo eso.

—Yo sí, Rob.

Tuve una inspiración.

—¡Oye! ¡Voy a cambiar mi puesto con alguien de la primera nave! O, espera un minuto, quizá Susie quiera cambiarlo contigo…

Ella meneó la cabeza, sin dejar de sonreír.

—No creo que a Susie le gustara mucho la idea —dijo—. De todos modos, ya se han hecho de rogar bastante para darme el de Sess. No transigirán con otro cambio de último momento.

—¡No me importa, Klara!

INFORME DE LA MISIÓN

Nave 3-184, Viaje 019D140. Tripulación: S. Kotsis, A. McCarthy, K. Metsuoko.

Tiempo de tránsito 615 días 9 horas. Ningún informe de la tripulación desde el punto de destino. Datos de exploración esférica insuficientes para determinar punto de destino. Ninguna característica identificable.

No hay sumario.

Extracto del diario de vuelo. «Éste es nuestro 281º día de viaje. Metsuoko perdió en el sorteo y se suicidó. Alicia se suicidó voluntariamente al cabo de 40 días. Aún no hemos llegado al cambio de posición, de modo que todo es inútil. Las raciones que quedan no serán suficientes para mantenerme, aunque incluya a Alicia y Kenny, que están intactos en el congelador. Por lo tanto, he conectado el piloto automático y voy a tomar las pastillas. Todos hemos dejado cartas. Hagan el favor de enviarlas a su destino, si es que esta maldita nave regresa alguna vez».

Planificación de Misiones presentó una propuesta en el sentido de que una Cinco con dobles raciones de supervivencia y tripulación de una sola persona podría completar esta misión y regresar con éxito. La propuesta fue clasificada como de baja prioridad: la repetición de esta misión no proporcionará ningún beneficio evidente.

—Rob —dijo—, no me presiones. He pensado mucho en ti y en mí. Sin embargo, aún no veo las cosas con claridad, y no quiero precipitarme.

—Pero, Klara…

—No insistas, Rob. Yo iré en la primera nave y tú en la segunda. Cuando lleguemos podremos hablar. Incluso quizá podamos hacer algún arreglo para volver juntos. Pero, mientras tanto, los dos tendremos tiempo para pensar en lo que realmente queremos.

Yo dije lo único que parecía capaz de decir, una y otra vez:

—Pero, Klara…

Me dio un beso y me apartó.

—Rob —dijo—, no tengas tanta prisa. Disponemos de mucho tiempo.