Estaba dando media vuelta, dispuesto a irme a acostar, cuando observé que los colores del sistema de conducción Heechee se disolvían. Era el quincuagésimo quinto día de viaje, el vigésimo séptimo desde el cambio de posición. Los colores habían sido rosas durante esos cincuenta y cinco días. Ahora se habían transformado en espirales de un blanco purísimo, que aumentaban de tamaño y se confundían entre sí.
¡Estaba llegando! Cualquiera que fuese el lugar hacia donde me dirigía, estaba llegando.
Mi pequeña y vieja nave —el apestoso, minúsculo y tedioso ataúd donde estaba encerrado desde hacía casi dos meses, hablando conmigo mismo, jugando conmigo mismo, cansado de mí mismo— avanzaba a velocidad muy inferior a la de la luz. Me acerqué a la pantalla de navegación, ahora relativamente «baja» respecto a mí porque había estado decelerando, y no vi nada que me pareciese interesante. Oh, había una estrella, desde luego. Había muchísimas estrellas, agrupadas de una forma que no parecía conocida; media docena de azules que iban desde una brillante hasta otra cegadora; una roja que se destacaba más por su intensidad cromática que por su luminosidad. Era como un carbón al rojo vivo, no mucho más brillante que Marte visto desde la Tierra, pero de un rojo más subido.
Hice un esfuerzo para concentrarme.
No fue sencillo. Tras dos meses de no pensar en nada porque era aburrido o amenazador, me costó mucho volver a interesarme en algo. Conecté la unidad exploradora esférica y observé que la nave empezaba a girar según la pauta de exploración, dividiendo el cielo en fragmentos para plasmarlos en las cámaras y analizadores.
INFORME DE LA MISIÓN
Nave 3-104, Viaje 031D18. Tripulación: N. Ahoya, Ts. Zakharcenko, L. Marks.
Tiempo de tránsito 119 días 4 horas. Posición no identificada. Aparentemente fuera del racimo galáctico, en una nube de polvo. Identificación de galaxias externas, dudosa.
Sumario: «No encontramos rastro de ningún planeta, artefacto o asteroide donde pudiéramos aterrizar. Estrella más cercana aproximadamente a 1,7 años-luz. Imposible deducir la localización exacta. Los sistemas de supervivencia empezaron a fallar durante el viaje de regreso y Larry Marks falleció».
Y, casi inmediatamente, obtuve una señal enorme, brillante y muy cercana.
Cincuenta y cinco días de aburrimiento y cansancio se borraron enseguida en mi mente. Había algo muy cerca o muy grande. Me olvidé del sueño. Me agaché sobre la pantalla de navegación, sosteniéndome con las manos y las rodillas, y entonces lo vi: un objeto cuadrangular que avanzaba hacia la pantalla. Brillaba con gran intensidad. ¡Puro metal Heechee! Los lados eran irregularmente planos, con protuberancias redondeadas que sobresalían de ellos.
Y la adrenalina empezó a fluir y visiones de dulces pasteles bailaron en mi cabeza. Lo vi salir del radio de visión, y entonces me incorporé hasta la altura del analizador, ansioso por ver lo que saldría. No había duda de que era bueno, la única duda consistía en averiguar hasta qué punto. ¡Quizás extraordinariamente bueno! ¡Quizá todo un Mundo de Peggy para mí solo, con una renta de varios millones anuales en derechos durante el resto de mi vida! Quizá sólo una cáscara vacía. Quizá —la forma cuadrangular lo sugería— quizás el sueño más fantástico de todos, ¡una nave Heechee realmente grande en la que yo podría entrar y volar hacia donde quisiera, bastante grande para transportar a un millar de personas y un millón de toneladas de carga! Todos estos sueños eran posibles; y aunque todos fallaran, aunque sólo fuese una cáscara abandonada, lo único que yo necesitaba era encontrar un objeto en ella, una chuchería, una bobada, un trozo de chatarra que nadie hubiese encontrado antes y que pudiera transportarse, reproducirse, y funcionar en la Tierra…
Me tambaleé y froté los nudillos contra la espiral, que ahora brillaba con un pálido color dorado. Froté hasta que se quedaron blancos y de repente me di cuenta de que la nave se estaba moviendo.
¡No debía moverse! No estaba programada para hacer tal cosa. Se suponía que debía permanecer en la órbita para la cual estaba programada, y quedarse allí hasta que yo diera un vistazo y tomase una decisión.
Miré con sorpresa a mi alrededor, confundido y desconcertado, La reluciente lámina estaba nuevamente en el centro de la pantalla y permaneció allí; la nave había interrumpido su automática exploración esférica. Entonces oí el distante rugido de los motores del módulo. Ellos eran los que me hacían mover; mi nave se dirigía en línea recta hacia aquella lámina.
Y una luz verde brillaba sobre el asiento del piloto.
¡Era absurdo! La luz verde había sido instalada en Pórtico por seres humanos. No tenía nada que ver con los Heechee; era un circuito radiofónico normal y corriente, anunciando que alguien me llamaba. ¿Quién? ¿Quién podía estar tan cerca de mi reciente descubrimiento?
Conecté el circuito TBS y grité:
—¿Diga?
Hubo una respuesta. No entendí nada; parecía ser un idioma extranjero, quizá chino. Pero era humano, desde luego.
—¿Habla inglés? —grité—. ¿Quién demonios es usted?
Una pausa. Después otra voz.
—¿Quién es usted?
—Mi nombre es Rob Broadhead —respondí.
—¿Broadhead? —Un confuso murmullo de un par de voces. Después la voz que hablaba inglés—: No tenemos ningún prospector que se llame Broadhead. ¿Viene de Afrodita?
—¿Qué es Afrodita?
—¡Oh, Dios mío! ¿Quién es usted? Escuche, aquí es el control de Pórtico Dos y no tenemos tiempo para perder en tonterías. ¡Identifíquese!
¡Pórtico Dos!
Desconecté la radio y me dejé caer sobre el respaldo del asiento, viendo cómo la lámina iba aumentando de tamaño y haciendo caso omiso de la luz verde. ¿Pórtico Dos? ¡Qué ridículo! Si hubiese querido ir a Pórtico Dos, habría tomado el vuelo regular y aceptado pagar los derechos sobre todo lo que encontrara. Habría volado tan seguro como un turista, en un viaje que se había comprobado más de cien veces. No lo hice. Escogí una combinación que nadie había utilizado jamás y acepté correr el riesgo. Durante cincuenta y cinco días seguidos había estado muerto de miedo creyendo que me enfrentaba a mil peligros desconocidos.
¡No era justo!
Perdí la cabeza. Me abalancé sobre el selector de rumbo Heechee e hice girar las ruedas al azar.
Era un fracaso que yo no podía aceptar. Estaba mentalizado para no encontrar nada, pero no estaba mentalizado para encontrar que había hecho algo fácil, por lo que no me darían ninguna recompensa.
Sin embargo, sólo logré provocar un fracaso aún mayor. Hubo un brillante destello amarillo en el cuadro de mandos, y después todos los colores desaparecieron para dar paso al negro.
El débil zumbido de los motores del módulo se detuvo.
La sensación de movimiento había cesado. La nave estaba inmóvil. No se movía nada. No funcionaba nada; nada, ni siquiera el sistema de refrigeración.
Cuando Pórtico Dos envió una nave a recogerme yo estaba al borde del ataque de corazón, con una temperatura ambiente de 75 ºC.
Pórtico era cálido y húmedo. Pórtico Dos era tan frío que tuvieron que prestarme una chaqueta, guantes y ropa interior de abrigo. Pórtico apestaba a sudor y aguas fecales. Pórtico Dos olía a acero oxidado. Pórtico era ruidoso y estaba lleno de gente. En Pórtico Dos casi no se oía ningún ruido, y sólo siete seres humanos, sin contarme a mí, para producirlos. Los Heechees habían abandonado Pórtico Dos antes de terminarlo. Algunos túneles desembocaban en la roca, y sólo había unas cuantas docenas de ellos. Aún no habían plantado vegetación, y todo el aire procedía de sistemas químicos. La presión parcial estaba por debajo de los 150 milibares, y el resto de la atmósfera estaba compuesto por una mezcla de nitrógeno y helio, lo cual daba una presión algo superior a la mitad de la terrestre, que hacía las voces estridentes y me dejó jadeante durante las primeras horas.
El hombre que me ayudó a salir de mi módulo y me protegió del súbito frío era un inmenso marciano-japonés llamado Norio Ituno. Me acostó en su cama, me llenó de líquidos y me dejó descansar durante una hora. Me adormecí y, cuando desperté, él estaba junto a mí, mirándome con diversión y respeto. El respeto era para alguien que había destrozado una nave de quinientos millones de dólares. La diversión era por ser lo bastante idiota como para hacerlo.
—Me parece que estoy en dificultades —comenté.
—Yo diría que sí —repuso—. La nave está totalmente inmóvil. Nadie había visto nada por el estilo hasta ahora.
—Yo no sabía que una nave Heechee pudiera inmovilizarse así.
Él se encogió de hombros.
—Ha hecho algo original, Broadhead. ¿Cómo se encuentra? —Me incorporé para contestarle, y él asintió—. En este momento tenemos mucho trabajo. Voy a dejar que se las arregle solo un par de horas… ¿podrá…?, estupendo. Después le daremos una fiesta.
—¡Una fiesta! —No había nada más lejos de mi pensamiento que una fiesta—. ¿Por qué?
—No todos los días conocemos a alguien como usted, Broadhead —repuso admirativamente, y me dejó solo.
Mis pensamientos no eran muy divertidos, de modo que al cabo de un rato me levanté, me puse los guantes, me abroché la chaqueta y empecé a explorar. No tardé mucho; allí no había gran cosa que ver. Oí ruidos de actividad en los niveles inferiores, pero los ecos formaban extraños ángulos en los pasillos vacíos, y no vi a nadie. Pórtico Dos no tenía industria turística, y por lo tanto no había ningún cabaret, ni casino, ni restaurante… ni siquiera encontré una letrina. Al cabo de un rato esta cuestión empezó a parecerme urgente. Llegué a la conclusión de que Ituno debía de tener algo parecido cerca de su cuarto, y traté de retroceder sobre mis pasos hacia allí, pero esto tampoco dio resultado. Había cubículos a lo largo de algunos pasillos, pero no estaban terminados. Allí no vivía nadie, y nadie se había molestado en instalar cañerías.
Querida Voz de Pórtico:
¿Eres una persona razonable e imparcial? En este caso demuéstralo leyendo esta carta del principio al fin, sin sacar conclusiones precipitadas antes de acabar. En Pórtico hay trece niveles ocupados. Hay trece residencias en cada una de las trece habitaciones (cuéntalas tú mismo). ¿Crees que esta carta no es más que una absurda superstición? ¡Estudia tú mismo la evidencia! ¡Los lanzamientos 83-20, 84-1 y 84-10 (¿cuánto suman los dígitos?) fueron anotados como retrasados en la lista 86-13! ¡Corporación de Pórtico, despierta! Deja que los escépticos y fanáticos se burlen. Muchas vidas humanas dependen de que aceptes hacer un poco el ridículo. ¡No costaría nada omitir los Números de Peligro de todos los programas… excepto valor!
M. GIoymer 88-331
No fue uno de mis mejores días.
Cuando finalmente encontré un retrete, lo observé con perplejidad durante más de diez minutos y lo habría dejado groseramente sucio si no hubiera oído un ruido fuera del cubículo. Una regordeta mujercita aguardaba junto a la puerta.
—No sé cómo tirar de la cadena —me disculpé.
Me miró de pies a cabeza.
—Usted es Broadhead —declaró, y después—: ¿Por qué no va a Afrodita?
—¿Qué es Afrodita?… No, espere. En primer lugar, ¿cómo funciona la cadena de esta cosa? Después ya me dirá lo que es Afrodita.
Me señaló un botón en el borde de la puerta. Yo había creído que era el interruptor de la luz. Cuando lo toqué, todo el fondo del recipiente empezó a brillar y al cabo de diez segundos no había nada más que cenizas, y después nada en absoluto.
—Espéreme —ordenó, desapareciendo en el interior. Al salir dijo—: Afrodita es donde está el dinero, Broadhead. Usted va a necesitarlo.
La dejé tomarme del brazo y conducirme. Empezaba a comprender que Afrodita era un planeta. Uno nuevo, que una nave de Pórtico Dos había descubierto hacía menos de cuarenta días, y bastante grande.
—Tendría que pagar derechos, evidentemente —explicó—. Hasta ahora no se ha descubierto nada importante, sólo los habituales escombros Heechee. Pero hay miles de kilómetros cuadrados para explorar, y pasarán meses antes de que el primer grupo de prospectores salga de Pórtico. Sólo hace cuarenta días que les comunicamos la noticia. ¿Ha tenido alguna experiencia en un planeta caliente?
—¿Alguna experiencia en un planeta caliente?
Te seguimos el rastro por el gas de Orión,
buscamos tu guarida con los perros de Proción,
desde Baltimore, Buffalo, Bonn y Benarés
te perseguimos por Algol, Arturo y Antares.
Algún día daremos contigo,
¡pequeño Heechee perdido, estamos en camino!
—Quiero decir —explicó, arrastrándome a un pozo de bajada—, si ha explorado alguna vez un planeta que sea caliente.
—No. La verdad es que no tengo experiencia de ninguna clase, nada que pueda servirme. Un viaje. Vacío. Ni siquiera aterricé.
—Una pena —comentó—. No obstante, no hay tanto que aprender. ¿Sabe cómo es Venus? Afrodita es un poco peor. El primario es una estrella llameante, y a nadie le gustaría permanecer demasiado tiempo en la superficie. Pero las excavaciones Heechee son subterráneas. Si encuentra una, está salvado.
—¿Cuáles son las posibilidades de encontrarla? —pregunté.
—Bueno —dijo pensativamente, empujándome fuera del pozo y a lo largo de un túnel—, quizá no muy buenas. Al fin y al cabo, el trabajo de prospección se lleva a cabo en la superficie. En Venus utilizan vehículos acorazados y van por donde quieren sin ningún problema. Bueno, tal vez algún problema —concedió—. Pero ya no pierden a demasiados prospectores; quizás un uno por ciento.
—¿Qué porcentaje pierden ustedes en Afrodita?
—Algo más. Sí, se lo garantizo, es más elevado que ése. Tienes que usar el módulo de tu nave que, naturalmente, no goza de demasiada movilidad en la superficie de un planeta. Especialmente si se trata de un planeta con una superficie como azufre derretido y vientos como huracanes… cuando son suaves.
—Parece encantador —repuse—. ¿Por qué no está usted allí ahora?
—¿Yo? Soy piloto de línea regular. Volveré a Pórtico dentro de unos diez días, en cuanto haya un cargamento que transportar, o venga alguien que quiera regresar.
—Yo quiero regresar ahora mismo.
—¡Oh, diablos, Broadhead! ¿No se da cuenta del lío en que está metido? Ha quebrantado las reglas al manipular el tablero de mandos. Se la cargará con todo el equipo.
Lo pensé detenidamente. Después dije:
—Gracias, pero creo que me arriesgaré.
—¿Es que no lo entiende? Afrodita tiene restos Heechee garantizados. Podría hacer más de cien viajes y no encontrar nada parecido.
—Encanto —repuse—, no haría cien viajes ni por todo el oro del mundo, ni ahora ni nunca. Ni siquiera estoy seguro de hacer otro. Creo que tengo agallas suficientes para volver a Pórtico. Aparte de eso, no lo sé.
En total, estuve trece días en Pórtico Dos. Hester Bergowiz, la piloto de línea regular, siguió tratando de convencerme para que fuese a Afrodita. Supongo que lo hizo para evitar que ocupase un valioso espacio de carga en su viaje de regreso. Los demás se mantuvieron al margen. Pensaban que estaba loco. Yo constituía un problema para Ituno, encargado de que todo marchara bien en Pórtico Dos. En el aspecto técnico, era una persona entrada ilegalmente, sin su per cápita pagado y ni un céntimo para pagarlo. Habría estado en su derecho si me hubiera lanzado al espacio sin traje. Resolvió el problema haciéndome cargar objetos de baja prioridad en la Cinco de Hester, en su mayor parte molinetes de oraciones y muestras para analizar procedentes de Afrodita. Eso me ocupó tres días y después me nombró recadero jefe de las tres personas que recomponían trajes para el próximo grupo de exploradores de Afrodita. Tenían que usar sopletes Heechees para ablandar el metal y hacer los trajes, labor que a mí no me confiaron. Se tarda dos años para entrenar a una persona en el manejo de un soplete Heechee. Pero me permitieron ordenarles los trajes y las láminas de metal Heechee, irles a buscar las herramientas, irles a buscar el café… y ponerme los trajes cuando estaban terminados, y salir al espacio para estar seguros de que no había ninguna grieta.
Ninguno de ellos la tenía.
El duodécimo día llegaron dos Cinco de Pórtico, cargadas con felices e impacientes prospectores que traían el equipo menos adecuado posible. Las noticias sobre Afrodita no habían tenido tiempo de llegar a Pórtico y volver, de modo que los novatos no sabían qué golosinas había en reserva. Por pura casualidad, uno de ellos era una jovencita en misión científica, una antigua alumna del profesor Hegramet que debía realizar estudios antropométricos en Pórtico Dos. Ituno hizo uso de su autoridad y la transfirió a Afrodita, después de lo cual organizó una combinación de fiesta de bienvenida y despedida. Los diez recién llegados y yo sobrepasábamos en número a nuestros anfitriones; pero lo que les faltaba en número lo compensaron en bebida, y resultó una buena fiesta. Yo me encontré convertido en una celebridad. Los novatos no podían comprender que hubiese destrozado una nave Heechee y sobrevivido.
Casi sentía tener que irme… sin contar el miedo.
Ituno me sirvió tres dedos de whisky de arroz en un vaso y me ofreció un brindis.
—Sentimos que te marches, Broadhead —dijo—. ¿No hay posibilidades de que cambies de opinión? En este momento tenemos más naves acorazadas y trajes que prospectores, pero no sé cuánto durará este estado de cosas. Si cambias de opinión una vez hayas regresado…
—No cambiaré de opinión —repliqué.
—Banzai —dijo, y bebió—. Escucha, ¿conoces a un tipo llamado Bakin?
—¿Shicky? ¡Claro! Es vecino mío.
—Dale recuerdos de mi parte —dijo, sirviéndose otra copa en su honor—. Es un buen muchacho, pero me recuerda a ti. Yo estaba con él cuando perdió las piernas: quedó atrapado en el módulo cuando tuvimos que soltarlo. Estuvo a dos dedos de la muerte. Al llegar a Pórtico estaba hinchado de pies a cabeza y olía a demonios; tuvimos que amputarle las piernas a los dos días de viaje. Lo hice yo mismo.
—Es una gran persona, desde luego —comenté distraídamente, terminando la copa y presentándosela para que volviera a llenarla—. Oye, ¿a qué te refieres con eso de que te recuerda a mí?
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—Es incapaz de decidirse, Broadhead. Tiene ahorros suficientes para comprar el Certificado Médico Completo, y no se decide a gastarlos. Si lo hiciera, podría recuperar las piernas y volver a salir. Sin embargo, si no tuviera suerte, estaría arruinado. Así que continúa igual, siendo un lisiado.
Dejé la copa. No quería beber más.
—Hasta pronto, Ituno —dije—. Me voy a la cama.
Pasé casi todo el viaje de regreso escribiendo cartas a Klara que no sabía si llegaría a enviar. No había gran cosa más que hacer. Hester resultó ser asombrosamente sexual, para una regordeta damita de cierta edad. Pero incluso hay un límite para esto y, con toda la carga que habíamos metido, en la nave, no quedaba espacio para mucho más. Todos los días eran iguales: sexo, cartas, descanso… y preocupaciones.
Preocupaciones acerca de por qué Shicky Bakin quería seguir siendo un inválido; lo cual era una forma de preocuparme, de un modo que yo podía afrontar, sobre por qué lo hacía yo.