15

Naturalmente, el consultorio de Sigfrid está debajo de la Burbuja, como la mayor parte de oficinas. Nunca hace demasiado frío ni demasiado calor, pero a veces da esta impresión. Le digo:

—¡Vaya, qué calor hace aquí! Tu aparato de aire acondicionado se ha estropeado.

—No tengo ningún aparato de aire acondicionado, Robbie —me contesta pacientemente—. Volviendo a tu madre…

—¡Al diablo mi madre! —replico—. ¡Y al diablo la tuya, también!

Hay una pausa. Sé que sus circuitos están pensando, y comprendo que acabaré lamentando esa impetuosa observación. Así pues, me apresuro a añadir:

—Lo que quiero decir es que estoy muy incómodo, Sigfrid. Hace un calor horrible.

—No tienes nada de calor —me corrige.

—¿Qué?

—Mis sensores indican que tu temperatura sube casi un grado cuando hablamos de ciertos temas: tu madre, Gelle-Klara Moynlin, tu primer viaje, tu tercer viaje, Dane Metchnikov y excreción.

—¡Vamos, ésta sí que es buena! —grito, súbitamente furioso—. ¿Pretendes decirme que me espías?

—Ya sabes que verifico tus signos externos, Robbie —contesta reprobadoramente—. No hay nada de malo en ello. Es como si un amigo te viera enrojecer o tartamudear, o chasquear los dedos.

—Eso es lo que tú dices.

—Es lo que yo digo, Rob. Te lo explico porque creo que deberías saber que estos temas encierran alguna sobrecarga emocional para ti. ¿Te gustaría hablar de por qué es eso posible?

—¡No! ¡De lo que me gustaría hablar es de ti, Sigfrid! ¿Qué otros secretillos me has robado? ¿Cuentas mis erecciones? ¿Has escondido un micrófono en mi cama? ¿Me has interceptado el teléfono?

—No, Rob. No hago nada de todo eso.

—Espero que sea verdad, Sigfrid. Tengo mis medios para saber cuándo mientes.

Pausa.

—Creo que no entiendo lo que quieres decir, Rob.

—No tienes por qué —replico irónicamente—. Sólo eres una máquina. —Es suficiente que yo lo comprenda. Para mí es muy importante saber el pequeño secreto de Sigfrid. En el bolsillo de mi chaqueta está la hoja de papel que me diera S. Ya. Lavorovna, llena de marihuana, vino y sexo. No tardará en llegar el día en que lo saque del bolsillo, y entonces veremos cuál de los dos es el jefe. La verdad es que disfruto mucho esta contienda con Sigfrid. Me pone furioso. Cuando estoy furioso me olvido de ese gran lugar donde hiero, y sigo hiriendo, y no sé cómo detenerme.