12

Una mañana regresé a mi habitación y encontré que el piezófono zumbaba débilmente, como un lejano y colérico mosquito. Conecté la clave de mensajes y averigüé que la ayudante del director de personal requería mi presencia en su despacho a las cien horas de aquella mañana. Bueno, ya era algo más tarde. Me había acostumbrado a pasar mucho tiempo, y casi todas las noches, con Klara. Su cama era bastante más cómoda que la mía. Así pues, no recibí el mensaje hasta cerca de las once y mi retraso en llegar a las oficinas de personal de la Corporación no mejoró en nada el humor de la ayudante del director.

Era una mujer muy gorda llamada Emma Fother. Interrumpió mis excusas y me acusó:

—Te graduaste hace diecisiete días. No has hecho absolutamente nada desde entonces.

—Estoy esperando una buena misión —dije.

—¿Cuánto tiempo piensas esperar? Tu per cápita vence dentro de tres días, y entonces, ¿qué?

—Bueno —repuse, casi sinceramente—, de todos modos, pensaba venir hoy mismo a verte para hablar de eso. Me gustaría un empleo aquí en Pórtico.

—Psó. —Era la primera vez que oía decir esto a alguien, pero así es como sonaba—. ¿Y para eso has venido a Pórtico? ¿Para limpiar cloacas?

Yo estaba seguro de que eso era un bluff, pues no había tantas cloacas; no hay suficiente gravedad para sostenerlas.

—La misión adecuada puede surgir cualquier día.

—Oh, desde luego, Rob. Verás, la gente como tú me preocupa. ¿Tienes idea de lo importante que es nuestro trabajo aquí?

—Bueno, creo que sí…

INFORME DE LA MISIÓN

Nave 3-31, Viaje 08D27. Tripulación: C. Pitrin, N. Ginza, J. Krabbe.

Tiempo de tránsito 19 días 4 horas. Posición incierta, cercanías (= 2 l. y.) Zeta Tauro.

Sumario: «Surgido en órbita transpolar planeta 0.88 radio Tierra a 0.4 U.A. Planeta con 3 pequeños satélites detectados. Otros seis planetas supuestos por lógica computadora. Primario K7.

»Realizado aterrizaje. Es evidente que el planeta ha sufrido un período cálido. No hay hielo, y la costa actual no parece muy antigua. Ningún signo de ocupación. No existe vida inteligente.

»Localizamos lo que parecía ser una estación de reunión Heechee en nuestra órbita. Nos acercamos. Estaba intacta. Explotó al forzar la entrada y N. Ginza murió. Nuestra nave sufrió desperfectos y regresamos. J. Krabbe murió en el camino. No se obtuvo ningún artefacto. Las muestras bióticas del planeta destruidas en el accidente ocurrido a la nave».

—¡Ahí fuera hay todo un universo que debemos conquistar y traer a casa! Pórtico es el único medio de alcanzarlo. Una persona como tú, que creció en las granjas de plancton…

—La verdad es que fue en las minas de alimentos de Wyoming.

—¡Lo que sea! Sabes lo desesperadamente que la raza humana necesita aquello que podamos darle. Nueva tecnología. Nuevas fuentes de energía. ¡Comida! Nuevos mundos donde vivir. —Meneó la cabeza y rebuscó en el clasificador que tenía sobre la mesa, con expresión tan airada como preocupada. Supuse que la presionaban para conseguir que todos los vagos y parásitos aceptásemos una misión, lo cual era nuestro deber, y eso explicaba su hostilidad, aparte de que deseara quedarse en Pórtico y emplease todos los medios a su alcance para lograrlo. Dejó el clasificador y se levantó para abrir un fichero situado junto a la pared—. Aunque te encontrara un trabajo —dijo, volviendo la cabeza—, lo único que sabes hacer y que nos sería de utilidad es explorar, y no quieres emplear tus conocimientos.

—Aceptaré cualquier… casi cualquier cosa —dije.

Me miró irónicamente y después volvió a su mesa. Sus movimientos eran asombrosamente ágiles, si tenemos en cuenta que había de desplazar un cuerpo de cien kilos de peso. Quizá fuera su complejo de mujer gorda lo que la impulsase a querer conservar su empleo y permanecer en Pórtico.

—Ocuparás el último puesto en la escala de trabajos no especializados —me advirtió—. No pagamos demasiado por eso; ciento ochenta al día.

—¡Lo tomo!

—Tu per cápita tiene que salir de ahí. Réstale esto y unos veinte dólares diarios para gastos y, ¿qué te queda?

—Puedo aceptar trabajos sueltos si necesito más.

Suspiró.

—No haces más que retrasar el día, Rob. No sé. El señor Hsien, el director, vigila muy de cerca las demandas de trabajo. Me será difícil justificarme por haberte contratado. Y, ¿qué harás si te pones enfermo y no puedes trabajar? ¿Quién pagará tu impuesto?

—Supongo que tendré que regresar.

—¿Echando por la borda todo tu adiestramiento? —Meneó la cabeza—. Me das asco, Rob.

Sin embargo, me entregó un permiso de trabajo en el que me indicaba que me presentase al jefe de equipo del Nivel Grand, Sector Norte, para emplearme en el mantenimiento de plantas.

No me gustó la entrevista con Emma Fother, pero ya me lo habían advertido. Aquella noche hablé de ello con Klara y ésta me dijo que había tenido mucha suerte.

—Puedes alegrarte de haber convencido a Emma. El viejo Hsien suele dar largas a quien solicita trabajo hasta que se agota todo el dinero para los impuestos.

—Y entonces, ¿qué? —Me levanté y tomé asiento en el borde de su cama buscando mis calcetines—. ¿Los tira por la esclusa de aire?

—No hagas bromas, podría llegar a eso. Hsien es un tipo como el viejo Mao, muy duro con los vagos.

—¡Tienes una conversación deliciosa!

Sonrió, dio media vuelta y frotó la nariz contra mi espalda.

—La diferencia entre tú y yo, Rob —dijo—, es que yo tengo unos cuantos dólares ahorrados de mi primera misión. No demasiados, pero algo es algo. Además, he estado fuera, y necesitan a personas como yo para enseñar a las personas como tú.

Me apoyé en su cadera, me volví ligeramente y puse una mano sobre ella, más evocadora que agresivamente. Había ciertos temas sobre los que nunca hablábamos, pero…

—¿Klara?

—¿Uh?

—¿Qué tal es una misión?

Se frotó la barbilla sobre mi antebrazo durante unos momentos, con la vista fija en la holografía de Venus que había en la pared.

—…Pavorosa —repuso.

Aguardé, pero no dijo nada más, y esto ya lo sabía. Yo tenía miedo incluso en Pórtico. No tenía que embarcarme en el Ómnibus del Misterio Heechee para saber lo que era el miedo; ya lo sentía.

—No hay elección posible, querido Rob —me dijo, casi dulcemente, para ser ella.

Sentí un repentino acceso de cólera.

—¡No, no la hay! Acabas de escribir toda mi vida, Klara. Nunca he podido elegir… exceptuando una vez, cuando gané la lotería y decidí venir aquí. Y no estoy seguro de haber decidido bien.

Bostezó, y frotó la cara contra mi brazo durante unos momentos.

—Si ya hemos acabado con el sexo —resolvió—, quiero comer algo antes de dormir. Sube conmigo al Infierno Azul y te invitaré.

El Mantenimiento de Plantas era, literalmente, el mantenimiento de las plantas: específicamente, las enredaderas que contribuían a hacer de Pórtico un lugar habitable. Me presenté al trabajo y, sorpresa —de hecho, una agradable sorpresa—, mi jefe resultó ser mi vecino sin piernas, Shikitei Bakin.

Me saludó con visible complacencia.

—¡Qué amable has sido reuniéndote con nosotros, Robinette! —dijo—. Esperaba que te embarcarías enseguida.

—Lo haré, Shicky, muy pronto. En cuanto vea el anuncio del lanzamiento que me conviene, así lo haré.

—Claro que sí.

No añadió nada más, y me presentó a los otros mantenedores de plantas. No me explicó gran cosa de ellos, excepto que la muchacha había tenido cierta relación con el profesor Hegramet, el brillante Heecheeólogo, de nuestro planeta, y que los dos hombres ya habían salido en un par de misiones. En realidad, no necesitaba que me explicara nada. Todos nos comprendíamos en lo esencial. Ninguno de nosotros estaba dispuesto a inscribir su nombre en la lista de lanzamientos.

Yo ni siquiera estaba dispuesto a averiguar por qué.

Sin embargo, el Mantenimiento de Plantas hubiera sido un buen lugar para reflexionar. Shicky me dio trabajo enseguida, haciéndome fijar unas repisas a las paredes de metal Heechee con un pegamento de grasa. Era una sustancia adhesiva muy especial. Se adhería tanto al metal Heechee como a la chapa acanalada de las cajas de plantas, y no contenía ningún disolvente que se evaporase y contaminara el aire. Se decía que era muy caro. Si se te caía encima, no te quedaba más remedio que conformarte, por lo menos hasta que el pedazo de piel afectada moría y se desprendía. Si intentabas quitártelo de cualquier otra manera, te hacías sangre.

Cuando el cupo de repisas del día se completó, todos nos dirigimos a la planta de aguas fecales, donde recogimos unas cajas llenas de cieno y cubiertas con una película de celulosa. Las depositamos sobre las repisas, ajustamos las tuercas de cierre automático para afianzarlas en su lugar, y las conectamos a los depósitos de riego. Las cajas probablemente hubieran pesado un centenar de kilos cada una en la tierra, pero en Pórtico esto no significa nada; incluso la chapa con la que estaban hechas era suficiente para sostenerlas rígidamente sobre las repisas. Después, cuando todos hubimos acabado, el propio Shicky colocó las plantas, mientras nosotros seguíamos fijando repisas. Era divertido observarle. Llevaba las bandejas con los brotes de hiedra colgadas del cuello, como una chica que vendiera cigarrillos. Se aguantaba al nivel de la bandeja con una mano y esparcía los brotes por el cieno con la otra.

Era un trabajo agradable, resultaba útil (me imagino), y ayudaba a pasar el tiempo. Shicky no nos hacía trabajar demasiado. Había establecido un cupo para el trabajo del día. Mientras instaláramos sesenta repisas y las llenáramos no le importaba que holgazaneásemos un poco, con la condición de que no se notara mucho. Klara iba a verme a alguna hora del día, a veces con la niña, y teníamos muchos otros visitantes. Y cuando no había demasiado trabajo o no se presentaba nadie interesante con quien hablar, podíamos irnos de uno en uno a pasear por ahí durante una hora. Exploré una gran parte de Pórtico que aún no conocía, y fui posponiendo la decisión día a día.

Todos hablábamos de irnos. Casi cada día oíamos el zumbido y la vibración de alguna nave que abandonaba Pórtico, elevándose hasta donde el piloto automático Heechee entraba en funcionamiento. Casi con la misma frecuencia notábamos la vibración, menor y más rápida, de las naves que regresaban. Por la noche íbamos a alguna fiesta. A estas alturas, todos los miembros de mi clase se habían embarcado. Sheri se fue en una Cinco; no la vi antes de irse y no tuve ocasión de preguntarle por qué había cambiado sus planes, aunque la verdad es que no estaba seguro de querer saberlo; la nave que escogió tenía una tripulación compuesta exclusivamente por hombres. Hablaban alemán, pero supongo que Sheri se imaginó que podría arreglárselas sin hablar demasiado. La última fue Willa Forehand. Klara y yo fuimos a su fiesta de despedida y a la mañana siguiente acudimos a los muelles para presenciar su lanzamiento. Yo habría tenido que estar trabajando, pero no creí que a Shicky le importara. Por desgracia, el señor Hsien también estaba allí y me di cuenta de que me había reconocido.

—Oh, mierda —dije a Klara.

Ella se rió nerviosamente y me cogió la mano, marchándonos a toda prisa del área de lanzamiento. Seguimos adelante hasta llegar a un pozo, donde subimos al siguiente nivel. Nos sentamos a la orilla del Lago Superior.

—Rob, viejo amigo —dijo—, dudo que te despida por faltar al trabajo una sola vez. Lo más probable es que se conforme con regañarte.

Me encogí de hombros y lancé una piedrecita a la superficie curvada del lago, alcanzando una distancia de más de doscientos metros. Me sentía inquieto, y llegué a preguntarme si ya habría llegado al punto en que mi repugnancia por arriesgarme a una muerte espantosa en el espacio se veía superada por mi repugnancia a permanecer en Pórtico como un cobarde. El miedo es algo extraño. Yo no lo sentía. Sabía que la única razón por la que me quedaba en Pórtico era que estaba asustado, pero no me sentía como si estuviera asustado, sino como si fuera razonablemente prudente.

—Me parece —dije, consciente de haber empezado la frase sin saber cómo la terminaría— que voy a hacerlo. ¿Qué tal si vienes conmigo?

Klara se incorporó y tuvo un estremecimiento. Dejó pasar unos minutos antes de responder:

—Tal vez. ¿Qué has pensado?

No había pensado nada. Yo sólo era un espectador, y me oía a mí mismo hablando de algo que tenía la virtud de ponerme los pelos de punta. Pero dije, tal como si llevara muchos días planeándolo:

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—Creo que sería buena idea escoger un reestreno.

—¡No hay trato! —Parecía realmente enfadada—. Si voy, voy adonde esté el dinero.

Naturalmente, eso era también donde estaba el peligro. De todos modos, incluso los reestrenos acaban mal con bastante frecuencia.

Lo bueno de los reestrenos es que sales con la certeza de que alguien ha realizado este viaje con anterioridad y ha podido volver, y no sólo eso, sino que también ha hecho un hallazgo que vale la pena seguir. Algunos son bastante ricos. Está el Mundo de Peggy, de donde proceden los serpentines de la calefacción y las pieles. Está Eta Carina Siete, donde probablemente encontraríamos muchas cosas útiles si pudiéramos llegar a él. Lo malo es que ha atravesado por un período glaciar desde que los Heechees estuvieron allí por última vez. Las tormentas son horribles. De cinco naves que aterrizaron allí, una regresó con la tripulación completa, indemne. Las demás no regresaron.

Por regla general, Pórtico no tiene un empeño especial en que efectúes un reestreno. Te hacen una oferta en efectivo en lugar de un porcentaje, que te reportaría ganancias bastante fáciles, como en el caso de Peggy. Lo que pagan no es tanto productos comerciales como mapas. Así pues, sales al espacio y empiezas a hacer viajes orbitales, a fin de descubrir las anomalías geológicas que indican la presencia de excavaciones Heechee. Es posible que ni siquiera aterrices. La paga es buena, pero no tanto. Tendrías que hacer un mínimo de veinte viajes para reunir un capital suficiente, en el caso de aceptar el trato de un solo pago propuesto por la Corporación. Y si dices seguir por tu cuenta y continúas explorando, tienes que pagar una parte de los beneficios a la tripulación que hizo el descubrimiento, y una parte de lo que te queda a la Corporación. Terminas con una fracción de lo que podrías ganar con un hallazgo virgen, aun sin tener una colonia establecida sobre el terreno contra la cual luchar.

También puedes tratar de obtener una bonificación: cien millones de dólares si encuentras una civilización desconocida, cincuenta millones para la primera tripulación que localice una nave Heechee mayor que una Cinco, y un millón de dólares por descubrir un planeta habitable.

Quizá parezca raro que sólo paguen un millón por todo un planeta nuevo. Pero la cuestión, una vez lo has descubierto, es qué haces con él. No puedes exportar a demasiada población sobrante si sólo te es posible transportarlos de cuatro en cuatro. Eso, aparte del piloto, es todo lo que cabe en la mayor nave de Pórtico. (Y si no tienes piloto, no puedes hacer regresar la nave). Así pues, la Corporación ha establecido algunas colonias pequeñas, de las cuales hay una muy floreciente en Peggy y las demás están poco desarrolladas. Pero esto no resuelve el problema de veinticinco mil millones de seres humanos, en su mayoría mal alimentados.

De Shikitei Bakin a Aritsune, su distinguido nieto:

No puedo describirte mi gran alegría al enterarme del nacimiento de tu primer hijo. No te desesperes. El próximo será niño.

Te pido humildemente perdón por no escribirte antes, pero hay poco que contar. Hago mi trabajo e intento crear belleza donde puedo. Quizás algún día me decida a salir otra vez. No es fácil sin piernas.

Sin duda, Aritsune, podría comprar unas piernas nuevas. Había un par muy bien hecho hace pocos meses. Pero ¡el precio! Casi podría comprar un Certificado Médico Completo. Eres un buen nieto al aconsejarme que use mi capital para esto, pero yo soy quien debe decidir. Te envío la mitad de mi capital para ayudarte en los gastos de mi bisnieta. Si muero aquí, recibirás el resto, para ti y todos aquellos que os nacerán, a ti y tu buena esposa, dentro de poco. Esto es lo que yo deseo. No te resistas a mi voluntad.

Todo mi inmenso cariño a los tres. Si puedes, envíame una holografía de los cerezos en flor; no tardarán en florecer, ¿verdad? ¡Aquí uno pierde el sentido del tiempo de casa!

Muchos abrazos de

Tu abuelo

Nunca obtienes esa clase de bonificación en un reestreno. Quizá no la obtengas en ningún caso; es posible que las cosas que premian ni siquiera existan.

Es extraño que nadie haya encontrado jamás algún rastro de otra criatura inteligente. Pero en dieciocho años, después de dos mil vuelos, nadie lo ha hecho. Hay unos doce planetas habitables, y otros cien donde la gente podría vivir si no hubiera más remedio, tal como hemos hecho en Marte y en, tendría que decir «dentro de», Venus. Existen algunos vestigios de pasadas civilizaciones, ni Heechees ni humanas. Y también existen restos de los propios Heechees. A este respecto hay más en las madrigueras de Venus que en cualquier otro lugar de la Galaxia. Incluso Pórtico sufrió una limpieza a fondo antes de que sus habitantes lo abandonaran.

Malditos Heechees, ¿por qué tenían que ser tan pulcros?

Así pues, descartamos los reestrenos porque no daban suficiente dinero, y nos quitamos de la cabeza las bonificaciones por hallazgos especiales porque era imposible planear nada de esto por adelantado.

Finalmente dejamos de hablar, nos miramos, y después incluso dejamos de mirarnos.

Pese a lo que dijéramos, no iríamos. No teníamos el temple necesario. Klara lo había perdido durante su último viaje, y supongo que yo no lo había tenido nunca.

—Bueno —dijo Klara, levantándose y desperezándose—, creo que iré a probar suerte en el casino. ¿Quieres venir a mirar?

Meneé la cabeza.

—Lo mejor será que vuelva al trabajo; si es que aún lo tengo.

Nos dimos un beso de despedida junto al pozo, y al llegar a mi nivel alcé una mano, le acaricié los tobillos y salté al suelo. No estaba de muy buen humor. Nos habíamos esforzado tanto en creer que no había ningún lanzamiento por cuya recompensa valiera la pena arriesgarse, que casi lo había conseguido.

Naturalmente, ni siquiera habíamos mencionado la otra clase de recompensa: las bonificaciones de peligro.

Tienes que estar muy desesperado para recurrir a ellas. Por ejemplo, había veces en que la Corporación ofrecía medio millón o más a la tripulación que emprendiera un viaje previamente realizado por otra tripulación… que no había vuelto. Su razonamiento es que quizás hubiera habido un fallo en la nave, que se quedara sin combustible o algo así, y que una segunda nave podría incluso rescatar a la tripulación de la primera. (¡Muy improbable!). Lo más probable, como es natural, era que lo que había matado a la primera tripulación se encontrara todavía allí, dispuesto a matarte a ti.

Después llegaban a ofrecer un millón, que se convertía en cinco millones si tratabas de cambiar el rumbo tras el lanzamiento.

La razón por la que aumentaban las bonificaciones hasta cinco millones era que las tripulaciones dejaban de presentarse al ver que ninguna, absolutamente ninguna, lograba regresar. Después las anulaban, porque perdían demasiadas naves, y finalmente se olvidaban de la cuestión. De vez en cuando te instalan un control de mando adicional, una computadora nueva diseñada para actuar simbólicamente con el tablero Heechee. Estas naves tampoco ofrecen demasiadas posibilidades de éxito. El cierre de seguridad del tablero Heechee tiene una razón de ser. No puedes cambiar el punto de destino mientras está conectado. Quizá no puedes cambiarlo de ningún modo, sin destruir la nave.

Una vez vi cómo cinco personas trataban de obtener una bonificación de peligro de diez millones de dólares. Algún genio de la Corporación perteneciente a la plantilla fija estaba preocupado sobre el modo de transportar a más de cincuenta personas, o el equivalente en carga, de una sola vez. No sabíamos construir una nave Heechee, y jamás habíamos logrado encontrar una grande. Así que quiso superar ese obstáculo utilizando una Cinco como una especie de tractor.

Por lo tanto construyeron una especie de embarcación espacial con el metal Heechee. La cargaron con trozos de chatarra, y elevaron una Cinco con propulsión de aterrizaje, que funciona a base de hidrógeno y oxígeno, y resulta bastante fácil de controlar. Después ataron la Cinco a la embarcación con cables monofilamentales de metal Heechee.

Nosotros observábamos toda la operación desde Pórtico por PV. Vimos que los cables cedían cuando la Cinco los presionó con sus reactores. Es lo más impresionante que he visto jamás.

Todo lo que vimos por PV fue que la embarcación sufría una brusca sacudida y que la Cinco desaparecía de la vista.

No regresó. Las cintas mostraron la primera parte de lo que sucedió. El nudo del cable había partido aquella nave en segmentos como si fuera un huevo duro. Sus ocupantes nunca supieron lo que les había alcanzado. La Corporación sigue teniendo esos diez millones; nadie quiere volver a intentarlo.

Recibí una llamada telefónica realmente horrible, pero breve del señor Hsien, pero eso fue todo. Al cabo de uno o dos días Shicky empezó a dejarnos salir de nuevo.

INFORME DE LA MISIÓN

Nave 5-2, Viaje 08D33. Tripulación L. Konieczny, E. Konieczny, E. Ito, F. Lounsbury, A. Akaga.

Tiempo de tránsito 27 días 16 horas. Primario no identificado, pero probablemente a la altura de la estrella Tucanae en grupo 47.

Sumario: «Emergimos en caída libre. Ningún planeta cercano. Primario A6, muy brillante y caliente, distancia aproximada 3.3 U.A.

»Ocultando la estrella primaria obtuvimos una vista magnífica de lo que parecían ser doscientas o trescientas estrellas muy brillantes y cercanas, cuya magnitud aparente oscila entre 2 y -7. Sin embargo, no se detectaron artefactos, señales, ni planetas o asteroides donde pudiéramos aterrizar. Sólo podíamos permanecer tres horas en la estación por la intensa radiación de la estrella A6. Larry y Evelyn Konieczny cayeron gravemente enfermos durante el viaje de regreso, al parecer debido a la exposición radiactiva, pero se curaron. No se obtuvo ningún artefacto».

Yo pasaba la mayor parte del tiempo libre con Klara. Muchas veces nos reuníamos en su habitación, y de vez en cuando en la mía, para pasar una hora en la cama. Dormíamos juntos casi todas las noches; podría pensarse que ya teníamos que estar hartos de aquello. No lo estábamos. Al cabo de un rato yo no sabía con exactitud por qué copulábamos, si por el mismo placer de hacerlo o la distracción que se derivaba de la contemplación de nuestras propias imágenes. Me quedaba allí tendido y miraba a Klara, que siempre daba media vuelta, se acostaba sobre mi estómago y cerraba los ojos después de hacer el amor, incluso cuando teníamos que levantarnos a los dos minutos. Pensaba en lo bien que conocía cada pliegue y la superficie de su cuerpo. Olía aquel aroma dulce y erótico que se desprendía de ella y deseaba… ¡Oh, no sé lo que deseaba! Deseaba cosas que sólo podía entrever: un apartamento bajo la Gran Burbuja en compañía de Klara, una celda en un túnel de Venus en compañía de Klara, incluso toda una vida en las minas de alimentos en compañía de Klara. Me imagino que eso era amor. Pero después seguía mirándola, y la imagen que mis ojos veían se transformaba, y lo que veía era el equivalente femenino de mí mismo: un cobarde a quien se le ofrece la mayor oportunidad que un humano puede tener, y que está demasiado asustado para aprovecharla.

Cuando no estábamos en la cama paseábamos juntos por Pórtico. No hacíamos nada extraordinario. Casi nunca íbamos al Infierno Azul, ni a las salas de holopelículas, ni siquiera a comer fuera. Klara lo hacía. Yo no podía permitirme ese lujo, así que tomaba la mayor parte de las comidas en los refectorios de la Corporación, ya que estaban incluidas en el precio de mi per cápita. A Klara no le importaba pagar la cuenta de los dos, pero tampoco se puede decir que estuviera ansiosa por hacerlo; jugaba grandes cantidades de dinero y no ganaba demasiado. Había grupos con los que podías reunirte: partidas de cartas o simples fiestas; grupos de danzas folclóricas, grupos que escuchaban música, grupos que discutían. Eran gratis y a veces interesantes. O bien nos limitábamos a explorar.

Varias veces fuimos al museo. En realidad no me gustaba mucho. Parecía… bueno, acusador.

La primera vez que fuimos allí era poco después de que hubiera abandonado el trabajo, el día que partió Willa Forehand. Normalmente el museo estaba lleno de visitantes, como tripulantes de los cruceros con permiso, tripulantes de naves comerciales, o turistas. Esta vez, por alguna razón, sólo había un par de personas, y tuvimos la oportunidad de mirarlo todo. Molinetes de oraciones a cientos, aquellos pequeños objetos cristalinos y opacos que eran el artefacto Heechee más común; nadie sabía para qué servían, excepto que eran bastante bonitos, pero los Heechees los habían dejado por todos lados. Estaba el punzón anisokinético, que ya había proporcionado más de veinte millones de dólares en regalías a un afortunado prospector. Un objeto que te cabía en el bolsillo. Pieles. Plantas en formalina. El piezófono original, que había hecho inmensamente ricos a los tres miembros de la tripulación que lo encontró.

Las cosas más fáciles de robar, como los molinetes de oraciones, los diamantes de sangre y las perlas de fuego, estaban guardadas tras unos resistentes cristales irrompibles. Creo que incluso estaban conectados a las alarmas contra ladrones. Esto era algo asombroso en Pórtico. Allí no hay ninguna ley, aparte de la impuesta por la Corporación. Existe el equivalente de los policías de la Corporación, y existen reglas —no se debe robar ni asesinar—, pero no hay tribunales. Si quebrantas una regla, todo lo que sucede es que la fuerza de seguridad de la Corporación te detiene y te mete en uno de los cruceros orbitales. El tuyo, si hay alguno de tu lugar de procedencia. Cualquiera, si no lo hay. Pero si no quieren aceptarte, o tú no quieres irte en la nave de tu propia nación y logras que otra nave te lleve, a Pórtico no le importa. En los cruceros, te someterán a un juicio. Puesto que tu culpabilidad queda establecida por adelantado, tienes tres posibilidades. Una es pagarte el viaje de regreso a casa. La segunda es enrolarte como miembro de la tripulación, en caso de que te acepten. La tercera es salir al exterior sin traje espacial. Por todo esto verán que, aunque no hay muchas leyes en Pórtico, tampoco hay muchos delitos.

Pero, naturalmente, la razón para encerrar los preciosos objetos del museo era evitar que los transeúntes cayesen en la tentación de llevarse uno o dos recuerdos.

Así pues, Klara y yo contemplamos los tesoros que otro había encontrado… sin hablar de que nosotros teníamos el deber de salir y encontrar algunos más.

No sólo eran los objetos exhibidos. Éstos resultaban fascinantes; eran cosas que habían sido hechas y tocadas por manos Heechee (¿tentáculos? ¿garras?), y procedían de sitios increíblemente lejanos. Pero los letreros informativos que se encendían y apagaban sin cesar me impresionaron aún más. Los sumarios de todas las misiones realizadas aparecían uno tras otro. Un total constante de misiones frente a regresos de derechos pagados a afortunados prospectores; la lista de los desafortunados, nombre tras nombre en una lenta sucesión a lo largo de toda una pared de la sala, encima de las cajas donde estaban expuestos los diversos objetos. Los totales reflejaban toda la historia: 2.355 lanzamientos (el número cambió a 2.356, y después a 2.357 mientras estábamos allí; sentimos la vibración de los dos lanzamientos), 842 regresos triunfales.

Mientras nos encontramos allí, Klara y yo no nos miramos, pero noté que me apretaba la mano con más fuerza.

La palabra «triunfales» estaba empleada con mucho optimismo. Significaba que la nave había regresado. No decía nada sobre el número de tripulantes que estaban vivos y bien.

Abandonamos el museo poco después, y no hablamos demasiado en el camino hacia el pozo.

Yo iba pensando en que lo que me dijera Emma Fother era verdad: la raza humana necesitaba lo que los prospectores pudiéramos darle. Lo necesitaba desesperadamente. Había mucha gente hambrienta, y la tecnología Heechee podría hacer sus vidas más tolerables, si los prospectores salían al espacio y traían algunas muestras de regreso.

Aunque eso costara algunas vidas.

Aunque las vidas incluyeran la de Klara y la mía. Me pregunté a mí mismo si me gustaría que mi hijo —en el caso de que tuviera alguna vez— malgastara su infancia tal como yo había hecho.

Soltamos el cable de subida al llegar al Nivel Babe y oí voces. No les presté atención. Estaba adoptando una resolución.

—Klara —dije—, escucha. Vamos a…

Pero Klara miraba algo situado a mi espalda.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó—. ¡Mira quién está ahí!

Me volví y vi a Shicky hablando con una muchacha, y vi con asombro que la muchacha era Willa Forehand. Nos saludó, con aspecto tan confuso como divertido.

—¿Qué pasa? —inquirí—. ¿Es que no te habías ido… hace unas ocho horas?

—Diez —aclaró.

—¿Le ha ocurrido algo a la nave para que tuvieras que volver? —trató de adivinar Klara.

Willa sonrió tristemente.

—Nada en absoluto. Me he ido y he vuelto. Es el viaje más corto registrado hasta el momento: he ido a la Luna.

—¿La luna de la Tierra?

—Eso es. —Daba la impresión de estar haciendo un esfuerzo para no echarse a reír. O a llorar.

Shicky dijo con tono consolador:

—Seguramente te darán una bonificación, Willa. Una vez hubo una nave que fue a Ganímedes, y la Corporación dividió medio millón de dólares entre los tripulantes.

Ella meneó la cabeza.

—Estoy más enterada de lo que crees, querido Shicky. Sí, nos recompensarán de algún modo, pero no será suficiente. Necesitamos mucho más.

Ésta era la característica, insólita y sorprendente, de los Forehand: siempre hablaban de «nosotros». Constituían una familia muy unida, aunque no les gustara hablar de ello con extraños.

La toqué, fue una caricia entre afectuosa y compasiva.

—¿Qué piensas hacer?

Me miró con sorpresa.

—Bueno, ya he firmado para otro lanzamiento que tendrá lugar pasado mañana.

—¡Bien! —exclamó Klara—. ¡Tenemos que celebrar dos fiestas en tu honor! Será mejor que empecemos a organizarlas…

Horas después, antes de acostarnos, me dijo:

—¿No querías decirme alguna cosa antes de que viéramos a Willa?

—Ya no me acuerdo —repuse con somnolencia.

Sí que me acordaba. Sabía lo que era. Pero ya no quería decírselo.

Había días en que me animaba casi hasta el punto de pedir a Klara que volviera a embarcarse conmigo. Y había días en que regresaba alguna nave con un par de supervivientes hambrientos y deshidratados, o en que a la hora de costumbre se publicaba una lista con los lanzamientos del último año y se les daba por desaparecidos. En estos días me mentalizaba hasta el punto de abandonar inmediatamente Pórtico.

La mayor parte de los días tratábamos de olvidar el tema. No era difícil. Era un modo muy agradable de vivir, explorando Pórtico y uno al otro. Klara tomó una camarera, una mujer corpulenta y relativamente joven que procedía de las minas de alimentos de Camarthen y se llamaba Hywa. A excepción de que en las fábricas de proteínas galesas se usaba carbón en vez de pizarra oleosa como materia prima, su mundo había sido casi exactamente igual al mío. Su salida de él no fue un billete de lotería, sino dos años como tripulante en una nave espacial comercial. Ni siquiera podía regresar a su país de origen. Se había fugado de la nave en Pórtico, huyendo de la fianza que no podía pagar. Tampoco podía explorar, pues su único lanzamiento le había causado una arritmia cardíaca que a veces parecía mejorar y a veces la postraba en una cama del Hospital Terminal durante una semana seguida. El trabajo de Hywa consistía en cocinar y limpiar para Klara y para mí, y en cuidar a la niña, Kathy Francis, cuando su padre estaba de guardia y Klara quería estar tranquila. Klara había perdido mucho dinero en el casino, de modo que no podía permitirse el lujo de tener a Hywa, pero la verdad es que tampoco podía permitirse el lujo de tenerme a mí.

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Amigo por correspondencia de Toronto querría que le explicasen cómo es el espacio. Dirección Tony, 955 Bay, TorOntCan M5S 2A3.

Necesito llorar. Le ayudaré a descubrir sus penas. Teléfono 88-622.

Lo que facilitaba nuestra mentalización era que pretendíamos convencernos mutuamente, y a veces a nosotros mismos, de que estábamos preparándonos a conciencia para el día que surgiera el viaje adecuado.

No era difícil de lograr. Muchos prospectores verdaderos hacían lo mismo, entre uno y otro viaje. Había un grupo que se denominaba a sí mismo los Buscadores Heechees, y se reunía los miércoles por la noche; fue creado por un prospector llamado Sam Kahane, siendo mantenido por otros mientras él estaba de viaje. Sam había regresado y se encontraba nuevamente allí, mientras esperaba que los otros dos miembros de la tripulación se recuperaran para el próximo. (Entre otras cosas, habían vuelto con escorbuto, causado por el mal funcionamiento del congelador). Sam y sus amigos eran homosexuales y estaban unidos por una relación muy estrecha, pero esto no afectaba a sus intereses en la enseñanza Heechee. Sam poseía todas las cintas de las conferencias impartidas en la Reserva Oriental de Texas, donde el profesor Hegramet se había convertido en la mayor autoridad mundial sobre investigación Heechee. Aprendí muchas cosas que no sabía, aunque el hecho central, que había muchas más preguntas que respuestas acerca de los Heechees, era sabido por todo el mundo.

Nos sumamos a grupos de adiestramiento físico, donde practicábamos ejercicios para tonificar los músculos que podrían hacerse sin mover los miembros más que unos centímetros, y masaje para diversión y convivencia nuestra. Quizá fuera muy conveniente, pero resultaba incluso más divertido, en especial sexualmente. Klara y yo aprendimos a hacer cosas asombrosas con el cuerpo del otro. Tomamos un curso de cocina (pueden hacerse grandes cosas con las raciones estándar, si añades una selección de especias y hierbas). Adquirimos una selección de cintas de varios idiomas, por si acaso salíamos de viaje con alguien que no hablara el nuestro, y practicamos el italiano y el griego. Incluso nos unimos a un grupo de astronomía. Tenían acceso a los telescopios de Pórtico, y pasamos muchos ratos contemplando la Tierra y Venus desde fuera del plano de la eclíptica. Francy Hereira formaba parte de este grupo cuando sus ocupaciones en la nave se lo permitían. A Klara le gustaba, y a mí también, y adquirimos la costumbre de tomar una copa en nuestra habitación —bueno, en la habitación de Klara, pero yo pasaba mucho tiempo en ella— después de las reuniones del grupo. Francy estaba profundamente, casi sensualmente, interesado por saber cómo era Ahí Fuera. Sabía todo lo que hay que saber acerca de los quasars y agujeros negros y galaxias Seyfert, por no hablar de cosas como estrellas dobles y novas. Solíamos especular sobre cómo sería encontrarnos en la avanzada de la onda de una supernova. Podía ocurrir. Se sabía que los Heechees tenían un interés especial en observar de cerca los acontecimientos astrofísicos. Algunos de sus viajes fueron indudablemente programados para llevar tripulaciones a las cercanías del lugar donde se produjera un acontecimiento interesante, y una pre-supernova era realmente un acontecimiento interesante. Sólo que ya había pasado mucho tiempo, y la supernova no debía de ser tan «pre» como entonces.

—Me pregunto —dijo Klara, sonriendo para demostrar que sólo se trataba de un punto abstracto— si no habrá sido esto lo ocurrido a algunas misiones que no han regresado.

—Es una certidumbre estadística absoluta —dijo Francy, sonriendo a su vez para demostrar que aceptaba las reglas del juego. Había practicado mucho el inglés, que ya dominaba bastante en un principio, y ahora lo hablaba casi sin acento. También sabía alemán, ruso y otras lenguas romances aparte del portugués, ya que habíamos tenido ocasión de comprobarlo durante nuestras prácticas de conversación en otros idiomas recién aprendidos, que él entendía mejor que nosotros mismos—. A pesar de todo, la gente va.

Klara y yo guardamos silencio unos momentos, al cabo de los cuales ella se echó a reír.

—Hay de todo —dijo.

Intervine rápidamente.

—Suena como si tú también quisieras ir, Francy.

—¿Acaso lo dudabas?

—Bueno, sí, la verdad es que sí. Quiero decir que tú estás en la Armada Brasileña y no debes de poder largarte tan fácilmente.

Me corrigió:

—Puedo largarme cuando quiera. Lo único que no podría hacer sería regresar a Brasil.

—¿Y te compensaría?

—Claro que sí, cualquier cosa me compensaría —me dijo.

—¿Incluso —presioné— si existe el riesgo de no volver, o de volver destrozado como los de hoy?

Me refería a una Cinco que había aterrizado en un planeta con una especie de vida vegetal parecida al zumaque venenoso. Habíamos oído decir que fue espantoso.

—Sí, naturalmente —respondió.

Klara empezó a mostrarse inquieta.

—Creo —declaró— que me voy a dormir.

Había cierto mensaje en el tono de su voz. La miré y contesté:

—Te acompañaré a tu habitación.

—No es necesario, Rob.

—Lo haré de todos modos —dije, haciendo caso omiso del mensaje—. Buenas noches, Francy. Hasta la semana que viene.

Klara ya se encontraba a medio camino del pozo, y tuve que apresurarme para alcanzarla. Así el cable y le grité:

—Si realmente lo deseas, volveré a mi habitación.

Ella no alzó la vista, pero tampoco dijo que esto fuese lo que deseaba, de modo que salí en su nivel y la seguí hacia su habitación. Kathy estaba profundamente dormida en el cuarto exterior y Hywa dormitaba sobre un holodisco en nuestra habitación. Klara envió a la sirvienta a su casa y entró a ver a la niña. Yo me senté en el borde de la cama y la esperé.

—Creo que estoy a punto de tener la menstruación —se disculpó Klara cuando volvió—. Lo siento. Es que estoy nerviosa.

—Me iré, si es eso lo que quieres.

—¡Dios mío, Rob, deja de repetirlo! —Entonces se sentó a mi lado y se apoyó en mí para que pudiera rodearla con un brazo—. Kathy es un encanto —dijo al cabo de un momento, casi tristemente.

—Te gustaría tener un hijo, ¿verdad?

—Tendré un hijo. —Se echó hacia atrás, arrastrándome con ella—. Me gustaría saber cuándo, eso es todo. Necesito mucho más dinero del que tengo para ofrecer a un niño una vida decente. Lo malo es que no me hago precisamente más joven.

Permanecimos inmóviles unos momentos, y después le susurré al oído:

—Yo deseo lo mismo, Klara.

Suspiró.

—¿Crees que no lo sé? —Entonces se puso tensa y se incorporó—. ¿Quién es?

Alguien llamaba a la puerta con los nudillos. No estaba cerrada con llave; nunca lo hacíamos. Pero nadie entraba sin permiso, y esta vez alguien lo hizo.

—¡Sterling! —exclamó Klara, sorprendida. Recordó sus buenos modales—: Rob, éste es Sterling Francis, el padre de Kathy. Rob Broadhead.

—Hola —saludó. Era mucho más viejo de lo que yo pensaba que sería el padre de aquella niña, unos cincuenta años como mínimo, y parecía mucho más viejo y cansado de lo que era natural—. Klara —dijo—, me llevo a Kathy a casa en la próxima nave. Creo que me la llevaré esta noche, si no te importa. No quiero que lo sepa por boca de otra persona.

UNA NOTA SOBRE EL TRASERO

DE LOS HEECHEES

Profesor Hegramet: No tenemos ni idea de cómo eran los Heechees, excepto por deducciones. Probablemente eran bípedos. Sus herramientas se adaptan bastante bien a las manos humanas, así que probablemente tenían manos. O algo por el estilo. Parece que veían casi el mismo espectro que nosotros. Debían ser más bajos que nosotros, digamos, un metro y cincuenta centímetros, o menos. Y tenían un trasero muy curioso.

Pregunta: ¿A qué se refiere con eso de «un trasero muy curioso»?

Profesor Hegramet: Bueno, ¿han visto alguna vez el asiento del piloto de una nave Heechee? Se compone de dos plazas planas unidas en forma de V. Nosotros no resistiríamos más de diez minutos ahí sentados sin destrozarnos el trasero. Así pues, lo que hacemos es colocar un asiento de tela encima de las dos piezas. Pero esto es algo añadido por los hombres. Los Heechees no tenían nada parecido.

Por lo tanto, su cuerpo debía de ser similar al de una avispa, con un gran abdomen colgante, que debía de extenderse hasta por debajo de las caderas, entre las piernas.

Pregunta: ¿Quiere decir que quizá tuvieran aguijones como las avispas?

Profesor Hegramet: ¿Aguijones? No. No lo creo. Bueno, quizá sí. Quizá lo que tenían era unos extraños órganos sexuales.

Klara me buscó la mano sin mirarme.

—Que sepa, ¿qué?

—Lo de su madre. —Francis se frotó los ojos, y después dijo—: Oh, ¿no lo sabías? Jan ha muerto. Su nave ha regresado hace unas horas. Los cuatro que bajaron se internaron en un campo de hongos; se hincharon y murieron. Vi su cuerpo. Está… —Se interrumpió—. Por la única que lo siento realmente —continuó— es por Annalee. Ella permaneció en órbita mientras los otros descendían, y fue quien trajo el cadáver de Jan. Estaba como loca. ¿Por qué molestarse? Era demasiado tarde para que a Jan le importara nada… Bueno, es igual. Sólo podía traer a dos, no había más sitio en el congelador, y evidentemente su ración de comida… —Volvió a interrumpirse, y esta vez no pareció capaz de seguir hablando.

Así que me senté en el borde de la cama mientras Klara le ayudaba a despertar a la niña y vestirla para llevársela a sus propias habitaciones. Mientras estaban fuera, conecté un par de anuncios en la PV, y los estudié con detenimiento. Cuando Klara volvió ya había desconectado la PV y estaba sentado en la cama con las piernas cruzadas, pensando intensamente.

—Dios mío —dijo con tristeza—, ¡vaya una noche! —Se sentó en el otro extremo de la cama—. Después de todo, no tengo sueño —añadió—. Quizá suba a jugar un rato a la ruleta.

—No lo hagas —le pedí. Había estado junto a ella la noche anterior cuando, en el transcurso de tres horas, ganó diez mil dólares y perdió veinte—. Tengo una idea mejor. Embarquémonos.

Dio la vuelta en redondo para mirarme, tan rápidamente que incluso se levantó unos centímetros de la cama.

—¿Qué?

—Embarquémonos.

Cerró los ojos un momento y, sin abrirlos, preguntó:

—¿Cuándo?

—En el lanzamiento 29-40. Es una Cinco y tiene una buena tripulación: Sam Kahane y sus compañeros ya están repuestos, y necesitan otros dos para llenar la nave.

Se frotó los párpados con las yemas de los dedos, después abrió los ojos y me miró.

—¡Vaya, Rob! —exclamó—, tus sugerencias son muy interesantes. —Habían instalado unas persianas sobre las paredes de metal Heechee a fin de amortiguar la luz a la hora de dormir, y yo las había bajado; pero incluso en la penumbra reinante vi su expresión. Asustada. Sin embargo, lo que dijo fue—: No son malas personas. ¿Cómo te llevas con los homosexuales?

—Los dejo en paz, y ellos hacen lo mismo. Especialmente si te tengo a ti.

—Hum —repuso, y después se acercó a mí, me rodeó el cuello con los brazos, me hizo acostar junto a ella y sepultó la cabeza en mi pecho—. ¿Por qué no? —dijo, en voz tan baja que al principio no estuve seguro de haberla oído.

Cuando estuve seguro, el temor se adueñó de mí. Había existido la posibilidad de que dijera que no. Eso me hubiera sacado del apuro. Sentí que me estremecía, pero logré decir:

—Así pues, ¿qué te parece si nos apuntamos mañana por la mañana?

—No —contestó, con voz apagada. Yo la notaba temblar tanto como yo—. Coge el teléfono, Rob. Nos apuntaremos ahora mismo. Antes de que cambiemos de opinión.

Al día siguiente abandoné mi trabajo, metí mis pertenencias en las maletas donde las había traído, y se las di a guardar a Shicky, que parecía triste. Klara abandonó la escuela y despidió a su criada —que parecía seriamente preocupada—, pero no se molestó en hacer la maleta. Aún le quedaba mucho dinero, así que pagó el alquiler de sus habitaciones por adelantado y dejó las cosas tal como estaban.

Naturalmente, tuvimos una fiesta de despedida. Al final yo no recordaba a una sola de las personas que habían asistido.

Y después, repentinamente, nos encontramos subiendo a la nave, introduciéndonos en la cápsula mientras Sam Kahane comprobaba metódicamente los mandos. Nos encerramos en nuestros compartimentos. Accionamos el piloto automático.

Y entonces notamos una sacudida, y un desplazamiento, nos pareció como si flotásemos antes de que los reactores entraran en acción y emprendiéramos la marcha.