10

Al quinto día, más o menos, de mi estancia en Pórtico, me levanté temprano y decidí permitirme el lujo de desayunar en el Heecheetown Arms rodeado de turistas, jugadores del casino y tripulantes de los cruceros. Era lujoso y el precio también, pero valía la pena por los turistas, que no dejaban de mirarme. Yo sabía que hablaban de mí, en particular un viejo africano de facciones bondadosas, creo que de Dahomey o Ghana, y su joven esposa, muy rechoncha y muy enjoyada. A sus ojos yo era un temerario héroe de Pórtico; no llevaba ningún brazalete, pero había algunos veteranos que tampoco los llevaban.

Muy complacido, pensé en pedir huevos fritos y tocino ahumado, pero ni siquiera mi momentánea euforia me lo permitió, y en su lugar pedí zumo de naranja (que, ante mi sorpresa, resultó auténtico), un brioche y varias tazas de café negro danés. Lo único que me faltaba era una chica bonita en el brazo de mi sillón. Había dos guapas mujeres que parecían tripulantes del crucero chino; ambas se mostraban dispuestas a intercambiar mensajes radiados con la mirada, pero decidí reservarlas para un próximo futuro y, después de pagar la cuenta (muy dolorosa), me fui para asistir a clase.

Mientras bajaba, me encontré con los Forehand. El hombre, cuyo nombre parecía ser Sess, bajó con el cable y esperó para desearme cortésmente buenos días.

—No le hemos visto durante el desayuno —mencionó su esposa, por lo que les conté dónde había desayunado.

La hija menor, Lois, me miró con algo de envidia. Su madre sorprendió la expresión y le dio unas palmadas.

—No te preocupes, cariño. Comeremos allí antes de volver a Venus. —Y añadió, dirigiéndose a mí—: Ahora tenemos que gastar con cuidado. Pero cuando descubramos algo, gastaremos los beneficios en unos planes estupendos.

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—Todos los hemos hecho —repliqué, pero de pronto se me ocurrió algo—: ¿De verdad van a volver a Venus?

—Claro que sí —contestaron todos, al parecer sorprendidos por la pregunta.

Y esto me sorprendió a mí. No creía que las ratas de túnel pudieran considerar aquella fétida caldera como su hogar. Sess Forehand debió de leer mi expresión. Eran una familia reservada, pero se daban cuenta de todo. Sonrió y me dijo:

—Después de todo, es nuestro hogar. También lo es Pórtico, en cierto modo.

Esto sí que era asombroso.

—Es que somos parientes del primer hombre que descubrió Pórtico, Sylvester Macklen. ¿Ha oído hablar de él?

—¿Cómo evitarlo?

—Era primo en tercer grado. Supongo que conoce toda la historia, ¿no? —Empecé a decir que sí, pero resultaba evidente que estaba orgulloso de su primo, de lo cual yo no podía culparle, así que le dejé contarme una versión algo diferente de la conocida leyenda—: Se encontraba en uno de los túneles del Polo Sur y descubrió una nave. Sólo Dios sabe cómo pudo izarla hasta la superficie, pero lo consiguió y entró en ella, y es obvio que pulsó la teta correcta, pues la nave viajó hasta donde estaba programada para volar: aquí.

—¿Les paga la Corporación unos derechos? —pregunté—. Quiero decir, si pagan por los descubrimientos, este descubrimiento se lo merecía más que ninguno, ¿no?

—A nosotros nada, desde luego —repuso Louise Forehand en tono sombrío; el dinero era un tema candente entre los Forehand—. Claro que Sylvester no salió a descubrir Pórtico. Como usted ya sabe por haberlo oído en clase, las naves tienen un regreso automático. Vayas a donde vayas, sólo tienes que pulsar la teta de lanzamiento y vuelves directamente aquí. Pero esto no pudo ayudar a Sylvester, ya que él estaba aquí. Era el regreso de un viaje de ida y vuelta con una escala de un número astronómico de años.

—Era listo y fuerte —intervino Sess—. Es preciso serlo para explorar. Por eso no cedió ante el pánico. Pero cuando alguien llegó hasta aquí para investigar, él ya no vivía. Podría haber durado un poco más si hubiera usado el oxígeno líquido y el hidrógeno dos que había en los tanques de aire y agua del módulo. Antes solía preguntarme por qué no lo hizo.

—Porque se habría muerto igualmente de hambre —replicó Louise, defendiendo a su pariente.

—Claro. Sea como fuere, encontraron su cuerpo, con las notas en la mano. Se había degollado.

Eran buenas personas, pero yo ya había oído hablar de todo esto y por su culpa llegaría tarde a clase.

Claro que las clases no eran demasiado amenas en aquel preciso momento. Habíamos llegado a Tender la Hamaca (Básico) y Tirar de la Cadena (Avanzado). Tal vez ustedes se pregunten por qué no dedicaban más tiempo a enseñarnos a manejar solos, como ya me habían dicho los Forehand y todos los demás. Ni siquiera los módulos eran difíciles de manejar, aunque ellos sí que necesitaban una mano en los controles. Una vez dentro del módulo, lo único que tenías que hacer era comparar con un tres-D, una especie de representación holográfica del área inmediata del espacio con el lugar adónde querías ir, y maniobrar con un punto de luz hasta el sitio elegido. El módulo iba allí. Calculaba sus propias trayectorias y corregía sus propias desviaciones. Se necesitaba un poco de coordinación muscular para mover aquel punto de luz hacia donde querías que fuera, pero era un sistema infalible.

Entre las sesiones de tirar de la cadena y tender la hamaca charlábamos sobre lo que haríamos cuando nos graduásemos. Las fechas de lanzamiento se anunciaban en el momento oportuno y aparecían en el monitor del PV de nuestra clase siempre que alguien pulsaba el botón. Algunos iban acompañados de nombres y hubo dos o tres que pude reconocer. Tikki Tumbull era una chica con la que había bailado y junto a la cual había comido varias veces en la cantina. Era piloto regular y como necesitaba tripulantes, se me ocurrió presentarme, pero los sabelotodos me dijeron que las misiones regulares eran una pérdida de tiempo.

Debería decirles qué es un piloto regular. Es el tipo que transporta tripulaciones nuevas a Pórtico Dos. Hay como una docena de Cincos dedicados a esto. Se llevan a cuatro personas (las que Tikki necesitaba) y luego el piloto vuelve solo, o con prospectores que regresan, si hay alguno, y lo que han encontrado. En general suele haber alguien.

El equipo que encontró Pórtico Dos representaba todos nuestros sueños. Lo habían conseguido. ¡Vaya, y de qué manera! Pórtico Dos era otro Pórtico, ni más ni menos, sólo que su órbita era alrededor de otra estrella. En cuanto a tesoros, en Pórtico Dos había lo mismo que en nuestro Pórtico; los Heechees se lo habían llevado todo menos las naves. Y éstas abundaban menos, sólo eran ciento cincuenta, mientras que en nuestro Pórtico solar había casi mil. Pero ciento cincuenta naves son un hallazgo importante, sobre todo teniendo en cuenta el hecho de que aceptan algunos destinos que las naves de nuestro Pórtico no parecen aceptar.

El viaje a Pórtico Dos es de unos cuatrocientos años-luz y dura ciento nueve días de ida y ciento nueve de vuelta. La estrella principal de Pórtico Dos es de un azul brillante, tipo B. Creen que es Alción, de las Pléyades, pero existe cierta duda. Bueno, en realidad no es la verdadera estrella de Pórtico Dos, ya que su órbita no gira alrededor de la grande, sino de una minúscula roja. Dicen que la minúscula es probablemente un binario distante de la azul B, pero también dicen que esto es imposible, debido a la diferencia de edad de las dos estrellas. Si siguen discutiendo unos años más, acabarán por saberlo. Uno se pregunta por qué los Heechees tenían que situar la confluencia de sus líneas espaciales en torno a una estrella tan insignificante, pero uno se pregunta muchas cosas acerca de los Heechees.

LANZAMIENTOS DISPONIBLES

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Sin embargo, todo esto no afecta la cartera del equipo que descubrió el lugar. ¡Reciben un royalty por todo cuanto encuentran los prospectores posteriores! Ignoro cuánto han ganado hasta ahora, pero debe de ser varias decenas de millones cada uno. Tal vez incluso centenares de millones. Y ésta es la razón de que no compense ir con un piloto regular; las probabilidades de encontrar algo no son mucho mayores y hay que compartir lo que se gana.

Así pues, repasamos la lista de lanzamientos inminentes y los discutimos partiendo de nuestra experiencia de cinco días. Como no era mucha, pedimos consejo a Gelle-Klara Moynlin. Después de todo, ella ya había salido dos veces. Estudió la lista de vuelos y los nombres, frunciendo los labios.

—Terry Yakamora es un tipo decente —dijo—. No conozco a Parduk, pero su viaje podría valer la pena. Hay que eliminar el vuelo de Dorlean; dan una bonificación de un millón de dólares, pero no te dicen que han puesto un tablero de mandos adicional. Los expertos de la Corporación han instalado una computadora que, según ellos, vencerá al selector de blanco Heechee, pero yo no confiaría demasiado. Y, naturalmente, no recomendaría una Uno bajo ninguna circunstancia.

Lois Forehand preguntó:

—¿A quién escogerías tú, Klara?

Ésta reflexionó un momento, frotándose la ceja izquierda con las yemas de los dedos.

—Tal vez a Terry, Bueno, a cualquiera de ellos. Sin embargo, no pienso emprender un nuevo viaje hasta dentro de un tiempo. —Me hubiera gustado preguntarle por qué, pero ella se apartó de la pantalla y dijo—: Está bien, muchachos, regresemos al punto de partida. Recordad, arriba para hacer pis; abajo, cerrad, esperad a diez y después arriba para hacer lo otro.

Decidí celebrar el fin de la semana de clases sobre el manejo de las naves invitando a Dane Metchnikov a tomar una copa. Ésta no fue mi primera intención. Mi primera intención fue invitar a Sheri a tomar una copa y tomarla en la cama, pero ella había salido a no sé dónde. Así que cogí el piezófono y llamé a Metchnikov.

Pareció sorprendido al oír mi ofrecimiento.

—Gracias —dijo, y después reflexionó—. Te diré lo que vamos a hacer. Ayúdame a trasladar unas cosas y yo te invitaré a un trago.

De modo que bajé a su alojamiento, enclavado en un nivel inferior al Babe; su habitación no era mucho mejor que la mía, y estaba vacía, a no ser por un par de maletas llenas. Me miró de forma casi amistosa.

—Bueno, ahora ya eres prospector —gruñó.

—Todavía no. Aún me quedan otros dos cursos.

—De todos modos, hoy será el último día que nos veamos. Mañana embarco con Terry Yakamora.

No pude reprimir mi sorpresa.

—¿No acabas de regresar hace unos diez días?

—Es imposible hacerte rico si te quedas aquí. Lo único que esperaba era la tripulación adecuada. ¿Quieres venir a mi fiesta de despedida? En la habitación de Terry. A las doscientas.

—Me parece estupendo —repuse—. ¿Puedo llevar a Sheri?

—Oh, claro; de todos modos, creo que ya estaba invitada. Si no te importa, tomaremos allí la copa prometida. Échame una mano y sacaremos todo esto de aquí.

Había acumulado una sorprendente cantidad de cosas. Me pregunté cómo habría logrado almacenarlas todas en una habitación tan pequeña como la mía: tres maletas de lona verdaderamente repletas, holodiscos y un visor, libros en cintas magnetofónicas y unos cuantos libros propiamente dichos. Yo cogí las maletas. En la Tierra seguramente habrían pesado demasiado para mis fuerzas, unos cincuenta o sesenta kilos, pero en Pórtico eso no era problema; lo más difícil consistió en arrastrarlas por los pasillos y bajarlas por los pozos. Yo tenía el volumen, pero Metchnikov tenía los problemas, pues él era quien llevaba las cosas sueltas y más frágiles. Finalmente llegamos a una parte del asteroide que yo no había visto nunca, donde una anciana mujer paquistaní contó los bultos, dio un recibo a Metchnikov y empezó a arrastrarlos por un pasillo totalmente cubierto de enredaderas.

—¡Vaya! —gruñó él—. Bueno, gracias.

—De nada.

Volvimos sobre nuestros pasos en dirección a un pozo de bajada y, a fin de darme conversación, supongo que porque creyó que me debía un favor social y que estaba obligado a ello, dijo:

—Bueno, ¿qué tal ha estado el curso?

—¿Aparte de que acabe de terminarlo y siga sin tener ni idea de cómo se tripulan esas malditas naves?

—Bueno, claro que no tienes ni idea —contestó con irritación—. El curso no lo enseña; sólo te da unas orientaciones generales. Es suficiente. Lo peor es el aterrizaje, naturalmente. De todos modos, te han dado las grabaciones, ¿verdad?

—Oh, sí.

Había seis casetes. Nos dieron un juego a cada uno en cuanto terminamos la primera semana de clases. Contenían todo lo que se había dicho en ellas, aparte de muchas otras informaciones sobre los distintos mandos que la Corporación podía, o no podía, incorporar a un tablero Heechee y cosas por el estilo.

—Escúchalas —aconsejó—. Si tienes algo de sentido común te las llevarás cuando salgas de viaje. Entonces hay tiempo de sobras para escucharlas. Casi todas las naves funcionan automáticamente.

—Es una suerte —repuse con incredulidad—. Hasta luego.

Agitó una mano en señal de despedida y se descolgó por un cable de bajada sin mirar hacia atrás. Aparentemente yo había aceptado tomar la copa que me debía durante la fiesta. Allí no le costaría ni un céntimo.

Pensé ir a buscar otra vez a Sheri, pero decidí no hacerlo. Me encontraba en una parte de Pórtico que no conocía, y naturalmente había dejado el mapa en mi habitación. Eché a andar sin rumbo fijo, más o menos al azar, dejando atrás algunas encrucijadas donde varios túneles olían a humedad y polvo y estaban muy poco concurridos, hasta llegar a una sección habitada que parecía pertenecer a los europeos orientales. No reconocí ningún idioma, pero había pequeñas notas y letreros murales colgando de la abundante hiedra que parecían escritos en alfabeto cirílico o algo por el estilo. Llegué a un pozo, reflexioné un momento, y después agarré el cable de subida. Lo mejor que puedes hacer para no perderte en Pórtico es subir hasta que llegas al huso, donde termina la «ascensión».

Pero esta vez pasé frente a Central Park e, impulsivamente, solté el cable de subida con la intención de sentarme un rato bajo un árbol.

Central Park no es realmente un parque. Es un gran túnel, no lejos del centro de rotación del asteroide, que ha sido consagrado a la vegetación. Vi algunos naranjos (lo cual me explicó el jugo de naranja), y vides; helechos y musgo, pero nada de hierba. No sé exactamente por qué. Lo más probable es que tenga algo que ver con la necesidad de plantar variedades que sean sensibles a la luz existente, compuesta principalmente por el fulgor azulado que despide el metal Heechee que nos rodea, y quizá no encontrasen el tipo de hierba capaz de utilizarla para su fotoquímica. Originariamente, la razón principal por la que se creó Central Park fue absorber CO2, y renovar el oxígeno; eso fue antes de que pusieran vegetación en los túneles. Pero también eliminaba los malos olores, o eso se suponía; y proporcionaba cierta cantidad de alimentos. El parque debía de medir unos ochenta metros de longitud y tenía el doble de altura que yo. Era lo bastante ancho como para dar cabida a algunos senderos. El suelo estaba cubierto por algo muy parecido a la tierra. En realidad se trataba de un mantillo hecho con las aguas fecales de las dos mil personas que habían utilizado los retretes de Pórtico, pero esto no se veía a simple vista y el olor tampoco revelaba nada.

El primer árbol lo bastante grande para sentarse bajo sus ramas no servía para este propósito; era una morera, y estaba rodeado por una fina red destinada a recoger los frutos que cayeran. Seguí adelante y, al fondo, vi a una mujer y una niña.

¡Una niña! Yo no sabía que hubiera niños en Pórtico. Era muy pequeña, no tendría más de un año y medio, y jugaba con una pelota tan grande y tan etérea en la escasa gravedad que parecía un globo.

—Hola, Rob.

Ésta fue la otra sorpresa; la mujer que me saludaba era Gelle-Klara Moynlin. Sin pensarlo, dije:

—No sabía que tuvieras una hija.

—No la tengo. Ésta es Kathy Francis, y su madre accede a prestármela de vez en cuando. Kathy, éste es Rob Broadhead.

—Hola Rob —exclamó la criatura, observándome desde unos tres metros de distancia—. ¿Eres amigo de Klara?

—Así lo espero. Es mi profesora. ¿Quieres jugar a la pelota conmigo?

Kathy terminó de observarme y dijo claramente, cada palabra separada de la anterior y con tanta precisión como un adulto:

—No sé cómo se juega a la pelota, pero iré a cogerte seis moras. Es lo máximo que puedes coger.

—Gracias. —Me dejé caer junto a Klara, que estaba abrazada a sus rodillas y contemplaba a la niña—. Es un encanto.

—Sí, por supuesto que sí. Es difícil juzgar cuando no hay otros niños para comparar.

—No será prospectora, ¿verdad?

Yo no estaba bromeando, pero Klara se echó a reír alegremente.

—Sus padres forman parte del destacamento permanente; bueno, casi permanente. Ahora mismo su madre está en viaje de exploración; muchos de ellos lo hacen constantemente. Es imposible pasar demasiado tiempo tratando de deducir lo que hacían los Heechees sin que quieras aplicar tus propias soluciones a los rompecabezas.

—Suena peligroso.

Me hizo callar. Kathy volvía, con tres de mis moras en la palma de cada mano abierta, a fin de no aplastarlas. Tenía una curiosa forma de andar, que no parecía utilizar demasiado los músculos de la pantorrilla y el muslo; era como si se elevara sobre las puntas de los pies y flotara hasta el siguiente paso. En cuanto me hube dado cuenta traté de imitarla, y resultó ser una manera de andar bastante eficiente en una gravedad cercana a cero, pero mis reflejos lo echaron todo a perder. Supongo que tienes que haber nacido en Pórtico para hacerlo de un modo natural.

ESTE PARQUE ESTÁ VIGILADO POR

CIRCUITO CERRADO DE PV

Le invitamos a disfrutarlo. No coja flores ni frutas. No arranque ninguna planta. Mientras dure su visita, puede comer todas las frutas que hayan caído, hasta los siguientes límites:

Cerezas, uvas - 8 por persona

Otras frutas pequeñas o moras - 6 por persona

Naranjas, limas, peras - 1 por persona

Está prohibido quitar la grava de los senderos. Deposite cualquier clase de basura en los receptáculos.

División de mantenimiento

Corporación de Pórtico

La Klara del parque era una persona mucho más relajada y femenina que la Klara profesora. Las cejas, que parecían masculinas y airadas, se convertían en algo atractivo y afable. Seguía oliendo muy bien.

Era muy agradable charlar con ella, mientras Kathy andaba delicadamente a nuestro alrededor y jugaba con la pelota. Comparamos los lugares que habíamos visitado y no hallamos ninguno en común. Lo único que descubrimos tener en común fue que yo había nacido casi el mismo día que su hermano, dos años menor que ella.

—¿Te llevabas bien con tu hermano? —pregunté, con segunda intención.

—Sí, claro. Él era el pequeño. Pero también era un Aries, nacido bajo Mercurio y la Luna. Naturalmente, esto le hacía inestable y taciturno. Creo que habría tenido una vida complicada.

Me interesaba menos preguntarle qué había sido de él que averiguar si realmente creía en toda aquella basura, pero no me pareció delicado y, de todos modos, ella siguió hablando.

—Yo soy Sagitario. Y tú… oh, claro. Tú debes ser igual que Davie.

—Supongo que sí —repuse cortésmente—. Yo, verás no me gusta demasiado la astrología.

—No es astrología, sino genetlíaca. Lo primero es superstición, lo segundo es una ciencia.

—Hum.

Se echó a reír.

—Ya veo que no te lo tomas en serio. No importa. Si crees, perfecto; si no crees… bueno, no tienes que creer en la ley de la gravedad para estrellarte contra el suelo al caer de un edificio de doscientos pisos.

Kathy, que se había sentado junto a nosotros, preguntó dulcemente:

—¿Estáis discutiendo?

—No exactamente, cariño. —Klara le acarició la cabeza.

—Me alegro, Klara, porque tengo que ir al baño y creo que aquí no se puede.

—De todos modos, ya es hora de que nos vayamos. He tenido mucho gusto en verte, Rob. No te dejes arrastrar por la melancolía, ¿eh? —Y se alejaron cogidas de la mano, Klara intentando imitar el extraño paso de la niña. Realmente muy atractiva.

Aquella noche llevé a Sheri a la fiesta de despedida de Dane Metchnikov. Klara estaba allí, vestida con un conjunto de pantalones que dejaba al descubierto parte de su estómago y la hacía parecer aún más atractiva.

—No sabía que conocieras a Dane Metchnikov —le dije.

—¿Cuál es? Quiero decir que Terry es el que me ha invitado. ¿Entramos?

Los asistentes a la fiesta ya llenaban parte del túnel. Metí la cabeza por la puerta y me sorprendí al ver la cantidad de espacio que había dentro; Terry Yakamora tenía dos habitaciones completas, ambas el doble de grandes que la mía. El cuarto de baño era privado y realmente contenía una bañera, o por lo menos una ducha. «Bonito lugar», comenté admirativamente, y por las palabras de otro invitado, descubrí que Klara vivía al otro lado del túnel. Esto cambió mi opinión sobre Klara: si podía permitirse el lujo de pagar un alquiler tan alto como el de aquella zona, ¿por qué seguía en Pórtico? ¿Por qué no había vuelto a casa para gastarse el dinero y divertirse? O de lo contrario, si todavía seguía en Pórtico, ¿por qué se conformaba con su trabajo de instructor adjunto, que apenas le reportaba lo suficiente para pagar los impuestos, y no emprendía ningún otro viaje? Pero no tuve la oportunidad de preguntárselo. Se pasó casi toda la noche bailando con Terry Yakamora y los demás componentes de la tripulación que iban a marcharse.

Perdí de vista a Sheri hasta que vino a mi encuentro, después de un lentísimo fox trot, en compañía de su pareja. Éste era muy joven, un muchacho, en realidad; aparentaba unos diecinueve años. Su rostro me pareció familiar: piel morena, cabello casi blanco, una barbita que le cubría toda la mandíbula de una patilla a otra pasando por la barbilla. No había venido desde la Tierra conmigo. No estaba en nuestra clase. Sin embargo, yo lo había visto en alguna parte.

Sheri nos presentó.

—Rob, ¿conocías a Francy Hereira?

—Creo que no.

—Es del crucero brasileño.

Entonces me acordé. Era uno de los inspectores que habían entrado unos días antes en la nave siniestrada para retirar los calcinados trozos de carne. Era torpedista, a juzgar por los galones de su bocamanga. Es frecuente que den trabajo temporal como guardias de Pórtico a la tripulación de los cruceros, y a veces también les dan la libertad. Él había llegado en la rotación constante casi al mismo tiempo que nosotros. En aquel momento pusieron una cinta de una hora de duración, y cuando hubimos acabado de bailar, casi sin aliento, Hereira y yo nos encontramos apoyados contra la pared uno junto al otro, en un intento por mantenernos alejados del bullicio reinante. Le dije que recordaba haberle visto en la nave siniestrada.

—Ah, sí, señor Broadhead. Ya me acuerdo.

—Un trabajo duro —comenté, para decir algo—. ¿No es así?

Me imagino que había bebido lo bastante como para contestarme.

—Bueno, señor Broadhead —dijo analíticamente—, la descripción técnica de ese aspecto de mi trabajo es «búsqueda y registro». No siempre es tan duro. Por ejemplo, no hay duda de que usted iniciará sus viajes de prospección dentro de poco tiempo, y cuando regrese, yo, u otra persona que haga mi trabajo, le revisaré de arriba abajo, señor Broadhead. Le vaciaré los bolsillos, y pesaré, mediré y fotografiaré todo lo que haya en su nave. Se trata de comprobar que no saque de contrabando ningún objeto de valor, ni de su nave ni de Pórtico, sin pagar su cuota a la Corporación. Después registro lo que he encontrado; si no es nada, escribo «nada» en el formulario, y otro tripulante de otro crucero elegido al azar hace exactamente lo mismo. Así pues, tendrá que soportar que dos de nosotros le revisemos a fondo.

No me pareció muy divertido para mí, pero tampoco tan malo como había creído al principio. Así se lo dije.

Enseñó sus dientes, pequeños y muy blancos, en una fugaz sonrisa.

—Cuando el prospector que debemos registrar es Sheri o Gelle-Klara, no, no es nada desagradable. Incluso puede resultar fascinante. Pero no me gusta demasiado registrar a los hombres, señor Broadhead; y mucho menos si están muertos. ¿Ha estado alguna vez en presencia de cuatro cadáveres humanos que llevan muertos más de tres meses y no han sido embalsamados? Así ocurrió en la primera nave que inspeccioné. No creo que vuelva a sucederme algo tan horrible en toda mi vida.

Entonces apareció Sheri y le pidió otro baile, y la fiesta prosiguió.

Se celebraban muchas fiestas. Descubrí que siempre había sido así, pero nosotros, los novatos, no estábamos demasiado integrados. Sin embargo, a medida que nos acercábamos al día de nuestra graduación, íbamos conociendo a más gente. Había fiestas de despedida. Había fiestas de bienvenida, aunque no tantas. Incluso cuando las tripulaciones lograban regresar, no siempre había algo que celebrar. A veces volvían después de tanto tiempo que ya habían perdido contacto con todos sus amigos. A veces, cuando habían tenido suerte, no deseaban nada más que abandonar Pórtico y regresar a su casa. Y a veces, naturalmente, no podían tener una fiesta porque no se permiten fiestas en las salas de cuidados intensivos del Hospital Terminal.

No todo eran fiestas; teníamos que estudiar. Se suponía que, al final del curso, debíamos ser grandes expertos en el manejo de naves, técnicas de supervivencia y valoración de mercancías comerciales. La verdad es que yo no lo era. Sheri todavía menos que yo. Se defendía bastante bien en el manejo de las naves, tenía un sexto sentido para observar los detalles que la ayudaría mucho a valorar los objetos que encontrase en un viaje de prospección. Pero parecía incapaz de asimilar el curso de supervivencia.

Estudiar con ella para los exámenes finales fue una calamidad.

—Veamos —le decía yo—, ésta es una estrella de tipo F con un planeta con una G de superficie, punto ocho, una presión parcial de oxígeno de 130 milibares, y una temperatura media de cuarenta grados Celsius en el ecuador. Así pues, ¿qué te pondrías para ir a la fiesta?

Ella contestó acusadoramente:

—Me lo pones muy fácil. Es prácticamente igual que en la Tierra.

—Y, ¿cuál es la respuesta, Sheri?

Se rascó pensativamente debajo del pecho. Después meneó la cabeza con impaciencia.

—Nada. Quiero decir que llevaría el traje espacial para descender, pero, una vez en la superficie, podría pasearme en bikini.

—¡Cabeza de chorlito! Estarías muerta en menos de doce horas. El hecho de que las condiciones sean parecidas a las de la Tierra significa que hay grandes posibilidades de que exista una biología parecida a la de la Tierra. Y eso significa que los agentes patógenos podrían devorarte.

—Está bien —se encogió de hombros—, no me quitaría el traje hasta que, hum, hasta que hubiese comprobado que no había agentes patógenos.

—Y ¿cómo lo harías?

—¡Utilizaría el dichoso maletín de instrumentos, idiota! —Antes de que yo pudiera decir nada, se apresuró a añadir—: Quiero decir que saco los, veamos, discos de Metabolismo Básico del congelador y los activo. Continúo en órbita durante veinticuatro horas hasta que estén maduros, y cuando estoy en la superficie los pongo al descubierto y los mido con mi, hum, con mi C-44.

LISTA DE GUARDIAS Y PERMISOS

USS MAYAGUEZ

1. Los siguientes oficiales y tripulantes de guardia temporal en Pórtico han sido designados para la inspección de contrabando y patrulla de vigilancia:

LINKY, Tina                  W/o

MASKO, Casimir J      BsnM i

MIRARCHI, Iory S       S2

2. Los siguientes oficiales y tripulantes disfrutarán de un permiso de 24 horas en Pórtico para descanso y recuperación:

GRYSON, Katie W       LtJG

HARVEY, Iwan             RadM

HLEB, Caryle T            S1

HOLL, William F Jr      S1

3. Todos los oficiales y tripulantes son advertidos nuevamente sobre la conveniencia de evitar cualquier disputa con oficiales y tripulantes de otras naves patrulleras, sean cuales fueren su nacionalidad y circunstancias, y de no divulgar información secreta absolutamente a nadie. Las infracciones serán castigadas con la expulsión de Pórtico, aparte de las medidas correctivas que dicte el tribunal.

4. La guardia temporal en Pórtico es un privilegio, no un derecho. Si quieren disfrutar de él, tienen que ganarlo.

Por orden del capitán del USS Mayaguez

—C-33. No existe nada que se llame C-44.

—De acuerdo, de acuerdo. Oh, también llevo una inyección de antígenos, de modo que si hay un problema marginal con algún tipo de microorganismo puedo ponerme la inyección de antígenos y quedar temporalmente inmunizada.

—Bueno, no está tan mal, por ahora —dije dubitativamente. Como es natural, en la práctica no tendría que recordar todo esto. Leería las instrucciones de los paquetes, o escucharía las cintas, o aún mejor, iría con alguien que ya hubiese salido con anterioridad y que tendría experiencia. Sin embargo, también existía la posibilidad de que ocurriera algo imprevisto y se viera abandonada a sus propios recursos, por no mencionar el hecho de que debía aprobar el examen final—. ¿Qué más, Sheri?

—¡Lo de siempre, Rob! ¿Es que quieres oírme recitar toda la lista? Está bien. Repetidor; alimentador de repuesto; el maletín de geología; ración alimenticia para diez días… y no, no como nada de lo que encuentre en el planeta, aunque haya un McDonald de hamburguesas al lado de la nave. Y un lápiz de labios de repuesto y algunas compresas higiénicas.

Aguardé. Ella sonrió con satisfacción y guardó silencio.

—¿Qué hay de las armas?

—¿Armas?

—¡Sí, maldita sea! Si las condiciones son parecidas a las de la Tierra, ¿qué posibilidades de vida pueden existir?

—Ah, sí. Vamos a ver. Bueno, naturalmente, si las necesito me las llevo. Pero, espera un momento, primero averiguo si hay metano en la atmósfera por medio del espectrómetro. Si hay señales de metano es que no hay vida, así que ya no he de preocuparme.

—No hay vida mamífera, y sí tienes que preocuparte. ¿Qué me dices de los insectos? ¿Y los reptiles? ¿Y los duglaches?

—¿Los duglaches?

—Es una palabra que acabo de inventarme para describir un tipo de vida que no conocemos y que no genera metano en su interior, pero que devora a las personas.

—Ah, claro. Está bien, me llevo un arma portátil y veinte cartuchos con munición de punta suave. Pregúntame otra cosa.

Y seguimos adelante. Cuando empezamos a tomarnos la lección, al llegar a un punto como éste, solíamos decir: «Bueno, no tengo que preocuparme porque, de todos modos, tú estarás conmigo», o «Bésame tonto». Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, dejamos de decirlo.

A pesar de todo, nos graduamos. Sin excepción.

Organizamos una fiesta de graduación, Sheri y yo, y los cuatro Forehand, así como los demás que habían venido de la Tierra con nosotros y los seis o siete que acudieron desde uno u otro lugar. No invitamos a ningún extraño, pero nuestros profesores no eran extraños. Todos ellos se presentaron para desearnos lo mejor. Klara llegó tarde, tomó una copa a toda prisa, nos dio un beso a cada uno, hombres y mujeres, incluso al muchacho finlandés con el problema del idioma que había recibido toda su instrucción por medio de cintas grabadas. Él sí que tenía un buen problema. Poseen cintas de instrucción en todos los idiomas existentes, y si da la casualidad de que no tienen ninguna en tu dialecto exacto, hacen que la computadora te las traduzca a partir del dialecto más parecido al tuyo. Esto es suficiente para que apruebes el curso, pero el problema empieza luego. No puedes esperar ser aceptado por una tripulación que no puede hablar contigo. Su deficiencia le impidió aprender otro idioma, y en Pórtico no había un alma viviente que hablara finlandés.

Ocupamos el túnel hasta tres puertas más allá de las nuestras, la de Sheri, la de los Forehand y la mía, en ambas direcciones. Bailamos y cantamos hasta que algunos de nosotros empezamos a desfilar, y entonces consultamos la lista de lanzamientos en la pantalla de PV. Saturados de cerveza y tabaco, jugamos a cartas y yo gané.

Algo sucedió en el interior de mi cabeza. No es que me serenase de pronto. No fue eso. Aún me sentía muy alegre y comunicativo, abierto a todas las influencias exteriores. Sin embargo, una parte de mi mente se abrió y unos clarividentes ojos escudriñaron el futuro e hicieron un juicio.

—Bueno —dije—, creo que lo mejor es pasar. Sess, tú eres el número dos; coge carta,

—Treinta-uno-cero-nueve —repuso apresuradamente; todos los Forehand se habían decidido en una reunión familiar, ya hacía rato—. Gracias, Rob.

Hice un gesto de despreocupación. En realidad no me debía nada. Aquélla era una Uno, y yo no hubiera tomado una Uno a ningún precio. La verdad es que en el tablero no había nada que me gustase. Sonreí a Klara y le guiñé un ojo; ella continuó muy seria, respondió a mi guiño, pero siguió estando seria. Comprendí que sabía lo que yo acababa de deducir: todos esos lanzamientos habían sido rechazados. Los mejores fueron rápidamente solicitados por los veteranos y los miembros del personal fijo en cuanto se anunciaron.

Sheri era la quinta y, cuando le llegó el turno, me miró fijamente.

—Voy a quedarme con esa Tres si puedo llenarla. ¿Qué te parece, Rob? ¿Vienes o no?

Me eché a reír.

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—Sheri —dije, muy razonable—, no hay un solo veterano que la quiera. Es un acorazado. No sabes adónde demonios irá. Además, no me gusta que haya tanto verde en el tablero de mandos. (Naturalmente, nadie sabía con exactitud lo que significaban los colores, pero en la escuela había la superstición de que mucho verde significaba una misión superpeligrosa).

—Es la única Tres disponible, y hay una bonificación.

—No me convences, encanto. Pregunta a Klara; hace mucho tiempo que está aquí y me fío de su buen juicio.

—Te lo pregunto a ti, Rob.

—No. Esperaré algo mejor.

—No pienso esperar, Rob. Ya he hablado con Willa Forehand y la encuentro muy agradable. En el peor de los casos la llenaremos… con nadie en absoluto —contestó, mirando al joven finlandés, que sonreía estúpidamente para sí mientras observaba el tablero de lanzamientos—. Pero… tú y yo pensábamos salir juntos.

Meneé la cabeza.

—¡Pues quédate aquí y púdrete! —exclamó con ira—. ¡Tu novia está tan asustada como tú!

Mis clarividentes ojos miraron a Klara, y la impasible expresión de su rostro; y, extrañado, comprendí que Sheri estaba en lo cierto. Klara era como yo. Los dos teníamos miedo de partir.