9

No sé por qué continúo visitando a Sigfrid von Shrink. Mi cita con él es siempre el miércoles por la tarde, y no le gusta que antes de ir beba o me drogue, así que me fastidia todo el santo día. Pago mucho dinero, no saben cuánto, por vivir como vivo. Por mi apartamento sobre Washington Square pago dieciocho mil dólares al mes. Los impuestos de residencia por vivir bajo la Gran Burbuja ascienden a tres mil más. (¡No cuesta tanto residir en Pórtico!). Tengo cuentas abiertas muy respetables para pieles, vino, ropa interior, joyería, flores… Sigfrid dice que trato de comprar el amor. ¿Y qué, si es cierto? ¿Qué hay de malo en ello? Puedo permitirme ese lujo. Y esto sin mencionar lo que me cuesta el Certificado Médico Completo.

En cambio Sigfrid me sale gratis. El Certificado Médico me cubre la terapia psiquiátrica de la variedad que yo prefiera; podría asistir a la terapia de grupo o el masaje interno por el mismo precio, es decir, gratis. A veces bromeo con él a este respecto.

—Incluso considerando que no eres más que un montón de viejos tornillos —le digo—, resultas bastante inútil. Pero tu precio es justo.

—¿Decir que yo no valgo nada te hace sentir más valioso? —pregunta.

—No en especial.

—Entonces, ¿por qué insistes en recordarte a ti mismo que soy una máquina? ¿O que no te cuesto nada? ¿O que no puedo trascender mi programación?

—Supongo que es porque estoy harto de ti, Sigfrid. —Sé que esto no le satisfará, así que me explico—: Me has estropeado la mañana. Esta amiga, S. Ya. Lavorovna, se quedó a dormir anoche. Es estupenda.

Procedo a contar a Sigfrid algunas cosas sobre S. Ya., incluyendo su aspecto cuando se aleja de mí con sus pantalones de fibra elástica y su cabellera rubia colgando hasta la cintura.

—Parece encantadora —comenta Sigfrid.

—Por tus tornillos que lo es. Su único defecto es que le cuesta desperezarse por la mañana, y justo cuando empezaba a animarse de nuevo he tenido que abandonar mi residencia veraniega de Tappan Sea para venir a verte.

—¿La amas, Rob?

La respuesta es no, y como quiero hacerle creer que es sí, contesto:

—No.

—Una contestación sincera, Rob —dice con aprobación, decepcionándome—. ¿Por eso estás enfadado conmigo?

—Oh, no lo sé. Estoy de mal humor, eso es todo.

—¿Se te ocurre una razón?

Espera a que responda, así que al final digo:

—Bueno, anoche perdí a la ruleta.

—¿Más de lo que puedes permitirte?

—Dios mío, no.

Pero es molesto, de todos modos. Hay otras cosas, además. Nos estamos acercando al tiempo fresco y mi residencia de Tappan Sea no está bajo la Burbuja, así que sentarme a almorzar con S. Ya. en el porche no fue buena idea. No quiero mencionar esto a Sigfrid porque diría algo muy racional como: ¿por qué no me hacía servir el almuerzo dentro de la casa?

Y yo tendría que repetir una vez más que cuando era niño mi máximo deseo era poseer una casa en Tappan Sea y almorzar en el porche para contemplar la vista. Cuando yo tenía unos doce años acababan de construir una presa en el Hudson. Soñaba continuamente con hacerme rico y vivir a lo grande como los millonarios. Pero él ya me ha oído contar todo esto.

Sigfrid carraspea.

—Gracias, Rob —dice para insinuarme que la hora ha terminado—. ¿Te veré la próxima semana?

—¿No me ves siempre? —replico, sonriendo—. Cómo vuela el tiempo. En realidad, hoy quería marcharme un poco antes.

—¿Ah, sí, Rob?

—Tengo otra cita con S. Ya. —explico—. He de recogerla para volver a mi casa de verano. Con franqueza, lo que ella me hará es una terapia mucho mejor que la tuya.

—¿Es eso todo lo que deseas de una relación, Robbie?

—¿Quieres decir, sólo sexo? —La respuesta, en este caso, es no, pero no quiero que sepa lo que deseo de mis relaciones con S. Ya. Lavorovna. Respondo—: Es un poco diferente de la mayoría de mis amigas, Sigfrid. Para empezar, tiene casi tanta pasta como yo, y un magnífico empleo. La admiro.

Bueno, no demasiado o mejor dicho, no me importa saber si la admiro o no. S. Ya. tiene algo que me impresiona todavía más que el trasero más sensacional colocado por Dios en una hembra humana. Su magnífico empleo está en la sección de informática. Fue a la Universidad Akademogrosk, estudió en el Instituto Max Planck para Inteligencia de las Máquinas y da clases a estudiantes graduados en el departamento Al de NYU. Sabe más cosas de Sigfrid que éste de sí mismo, lo cual me sugiere posibilidades muy interesantes.