—Buenos días —dijo alguien, interrumpiendo un sueño en el que me hundía en una especie de arenas movedizas en el centro de la nebulosa de Orión—. Le traigo el té.
Abrí un ojo. Miré por encima del borde de la hamaca y vi un cercano par de ojos muy negros en una cara macilenta. Yo me había colgado completamente vestido. Algo olía bastante mal y comprendí que era yo.
—Me llamo Shikitei Bakin —dijo la persona que traía el té—. Beba; le ayudará a hidratar los tejidos.
Le miré con más atención y vi que terminaba en la cintura; era el hombre sin piernas y provisto de alas que viera la víspera en el túnel.
—Oh —murmuré y logré añadir—: Buenos días.
La nebulosa de Orión se iba desvaneciendo con el sueño, así como la sensación de tener que abrirme paso a través de nubes gaseosas que se solidificaban con rapidez. En cambio, el mal olor persistía. La habitación apestaba, incluso para Pórtico, y entonces me di cuenta de que había vomitado en el suelo. Me sentía a punto de volver a hacerlo. Bakin, rozando lentamente el aire con sus alas, dejó caer con habilidad sobre mi hamaca un frasco tapado. Seguidamente se izó hasta la parte superior de la cómoda, se sentó y me dijo:
—Creo que esta mañana tiene un examen médico a las ochocientas.
—¿Ah, sí?
Logré destapar el frasco del té y bebí un sorbo. Era caliente, amargo y casi insípido, pero pareció estabilizar mi estómago, que desistió de vomitar una vez más.
—Sí, creo que sí. Es lo habitual. Y además su teléfono P ha llamado varias veces.
—¿Ah, sí? —proferí de nuevo.
A QUIÉN PERTENECE PÓRTICO
Pórtico es único en la historia de la humanidad y enseguida se comprendió que era un recurso demasiado valioso para que perteneciera a un solo grupo de personas o un solo gobierno. Por ello se formó la sociedad Empresas Pórtico, Inc.
Empresas Pórtico (habitualmente llamada la Corporación) es una corporación multinacional cuyos socios generales son los gobiernos de Estados Unidos de América, la Unión Soviética, los Estados Unidos de Brasil, la Confederación Venusiana y el Nuevo Pueblo de Asia, y cuyos socios limitados son todas aquellas personas que, como usted, han firmado el adjunto Memorándum de Conformidad.
—Supongo que era su mentor para recordárselo. Ya son las siete y cuarto, señor…
—Broadhead —dije con voz espesa, y repetí con más cuidado—. Me llamo Rob Broadhead.
—Sí. Me he tomado la libertad de despertarle. Disfrute de su té, señor Broadhead. Disfrute de su estancia en Pórtico.
Asintió con la cabeza, se dejó caer de la cómoda, flotó hasta la puerta, la franqueó y desapareció de mi vista. Con martillazos en la cabeza a cada cambio de postura, salté de la hamaca, sorteé las zonas más sucias del suelo y conseguí adecentarme bastante. Pensé en afeitarme, pero ya tenía una barba de doce días y decidí dejarla crecer un poco más; ya no parecía desaseada y, además, me faltaban las fuerzas.
Cuando entré tambaleándome en el consultorio médico, sólo llevaba unos cinco minutos de retraso. Los restantes miembros de mi grupo ya habían llegado, por lo que tuve que esperar a que todos terminaran. Me extrajeron tres muestras de sangre: de la yema del dedo, de la parte interior del codo y del lóbulo de la oreja. Estaba seguro de que todas serían aceptadas, pero esto carecía de importancia. La revisión médica era una formalidad. Si uno podía sobrevivir a un viaje en nave espacial hasta Pórtico, también podía sobrevivir a un viaje en una nave Heechee. A menos que se produjera un percance. En tal caso era improbable que uno pudiera sobrevivir, por muy sano que estuviese.
Tuve tiempo de tomar una rápida taza de café ante un puesto que alguien atendía junto a un pozo (¿empresa privada en Pórtico? Ignoraba que existiera), y enseguida me dirigí a la primera clase, a la que llegué con puntualidad. Nos reunimos en una gran sala situada en el Nivel Perro, larga, estrecha y de techo bajo. Los asientos estaban dispuestos a ambos lados y de dos en dos, y en medio había un pasillo; algo así como un aula en un autobús. Sheri llegó tarde, con aspecto alegre y descansado, y se sentó junto a mí; estaba presente todo nuestro grupo, o sea los siete recién llegados de Venus y unos cuantos novatos más.
—No tienes muy mal aspecto —murmuró Sheri mientras el instructor examinaba unos papeles que había sobre la mesa.
—¿Se me nota la resaca?
—En realidad, no, pero la imagino. Te oí llegar anoche. Bueno —añadió, pensativa—, todo el túnel te oyó.
Me estremecí. Aún apestaba, pero al parecer la mayor parte estaba dentro de mí. Nadie me rehuía, ni siquiera Sheri.
El instructor se levantó y nos estudió un rato con atención.
—Veamos —dijo, y miró de nuevo sus papeles. Meneó la cabeza—. No pasaré lista. Yo enseño el manejo de las naves Heechee. —Advertí que llevaba un montón de brazaletes; no podía contarlos, pero al menos había media docena. Me pregunté por qué estas personas que habían salido afuera tantas veces aún no eran ricas—. Es sólo una de las tres asignaturas que se les enseñarán. Después de esto les entrenarán para sobrevivir en ambientes extraños y para reconocer lo que tiene algún valor. Pero ahora se trata del manejo de las naves, y el modo de aprenderlo es hacer Prácticas. Vengan todos conmigo.
FUNCIONAMIENTO DE LA DUCHA
Esta ducha emitirá automáticamente dos chorros de 45 segundos. Enjabónese entre los chorros.
Tiene usted derecho a usar la ducha 1 vez cada 3 días.
Las duchas adicionales pueden deducirse de su saldo acreedor al precio de
45 segundos = $5
Nos levantamos y salimos de la habitación tras él; bajamos por un túnel, descendimos por el cable de bajada de un pozo y pasamos por delante de los guardas, quizá los mismos que me habían echado la noche anterior. Esta vez se limitaron a saludar al instructor y mirarnos pasar. Llegamos a un pasaje largo, ancho y de techo bajo de cuyo pavimento sobresalían unos cilindros de metal. Parecían árboles cortados, pero enseguida comprendí qué eran.
Tragué saliva.
—Son naves —susurré a Sheri en voz más alta de lo que me proponía.
Dos personas me miraron con curiosidad. Advertí que una de ellas era la chica con quien había bailado la víspera, la de las cejas negras y pobladas. Me hizo una seña y me sonrió; vi los brazaletes que llevaba en el brazo y me pregunté qué estaría haciendo aquí… y cómo le habría ido en las mesas de juego.
El instructor nos congregó y explicó:
—Como alguien acaba de decir, esto son naves Heechee. El módulo. Con estos módulos se aterriza en los planetas, si es que se tiene la suerte de encontrar un planeta. No parecen muy grandes, pero pueden alojar hasta cinco personas. No con comodidad, claro, pero caben. En general, como siempre se deja a una persona en la nave principal, en el módulo suelen viajar cuatro.
Nos guió hasta el más próximo y todos obedecimos el impulso de tocar, rascar o acariciar. Entonces empezó a instruirnos:
—Había novecientas veinticuatro de estas naves cuando Pórtico fue explorado por primera vez. Hasta ahora se ha comprobado que doscientas no funcionan. Ignoramos la razón; simplemente, no se ponen en marcha. Trescientas cuatro ya han salido fuera, al menos una vez, y de ellas se encuentran aquí treinta y tres, disponibles para viajes de prospección. Las restantes aún no se han probado. —Se encaramó al romo cilindro y continuó—: Una de las cosas que han de decidir ustedes es si toman una de las treinta y tres naves ya probadas o una de las que no han volado nunca. Con seres humanos, quiero decir. Se trata de un juego de azar en ambos casos. Una elevada proporción de las que no han regresado eran primeros vuelos, por lo que es evidente que entrañan algún riesgo. Resulta bastante obvio, ¿no creen? Después de todo, sólo Dios sabe cuánto tiempo hace que los Heechee las pusieron aquí, y desde entonces nadie se ha ocupado de su mantenimiento.
»Por otro lado, también hay riesgo en las que han salido y regresado sanas y salvas. El movimiento perpetuo no existe. Creemos que algunos no pudieron volver por falta de combustible, y lo malo es que no sabemos de qué combustible se trata, ni cuánto hay, ni cuándo una nave está a punto de quedarse sin él. —Dio unos golpecitos al tronco—. Ésta y las otras que ven aquí fueron diseñadas para llevar una tripulación de cinco Heechees. Que nosotros sepamos. Pero nunca las enviamos con más de tres personas. Al parecer los Heechees toleraban mejor que nosotros la compañía de sus congéneres en un espacio reducido. Hay naves de mayor y menor tamaño, pero la proporción de las que no vuelven ha sido muy mala en el último par de órbitas. Probablemente no es más que una racha de mala suerte, pero… De todos modos, yo personalmente eligiría una Tres. Ustedes pueden hacer lo que quieran.
»Así es como llegan a su segunda elección, que es la compañía. Mantengan los ojos bien abiertos. Busquen a sus camaradas… ¿Diga?
Sheri había agitado la mano hasta que logró atraer su atención.
—Ha dicho «muy mala» —observó—. ¿Qué significa esto, concretamente?
El instructor repuso con paciencia:
—Durante la última órbita fiscal regresaron tres Cincos de las diez que salieron. Estas naves son las de mayor tamaño. Y las tripulaciones de las tres habían muerto cuando logramos entrar.
—Es cierto —dijo Sheri—, la proporción es muy mala.
—No, no es nada mala si la comparamos con la de las naves de una plaza. Hace dos órbitas que durante toda una órbita sólo volvieron dos. Esta sí que es mala proporción.
—¿Cuál es la razón? —inquirió el padre de la familia de ratas de túnel.
Su nombre era Forehand. El instructor le miró unos momentos.
—Si alguna vez lo averigua —dijo—, no olvide decírselo a alguien. Continuemos. Cuando se trate de elegir a la tripulación, lo mejor es conseguir a alguien que ya haya estado fuera. Quizá lo consigan, quizá no. Los prospectores que logran enriquecerse se marchan casi siempre; los que aún pasan hambre suelen preferir a su propio equipo. Por lo tanto, muchos de vosotros, novatos, tendréis que salir con otros bisoños. Hum. —Miró a su alrededor, pensativo—. Bueno, pongamos manos a la obra. Formen grupos de tres… no se preocupen por los que están en su grupo; ahora no se trata de elegir compañeros… y entren en uno de esos módulos abiertos. No toquen nada. Se supone que están desactivados, pero he de decirles que no siempre lo están. Limítense a entrar, bajar a la cabina de control y esperar a que llegue el instructor.
Yo no sabía que había otros instructores. Miré a mi alrededor, tratando de adivinar quiénes eran instructores y quiénes novatos, mientras él añadía:
—¿Alguna pregunta?
Otra vez Sheri.
—Sí. ¿Cómo se llama usted?
—¿He vuelto a olvidarlo? Soy Jimmy Chou. Encantado de conoceros a todos. Ya podemos empezar.
Ahora sé mucho más que aquel instructor, incluido lo que le ocurrió media órbita después; pobre Jimmy Chou, salió antes que yo y volvió, bien muerto, cuando yo me encontraba en mi segundo viaje. Dicen que las quemaduras de las bengalas le reventaron los ojos. Pero en aquella época era él quien lo sabía todo, y todo era extraño y maravilloso para mí.
De modo que nos arrastramos por la graciosa escotilla elíptica que te conducía hasta el espacio entre los cohetes y al interior del módulo, y de allí al vehículo principal por una escalerilla perforada.
Miramos a nuestro alrededor, tres Alí Babás contemplando la cueva del tesoro. Oímos un ruido y se asomó una cabeza. Tenía cejas hirsutas y bonitos ojos y pertenecía a la chica con quien yo bailara la noche anterior.
—¿Os divertís? —preguntó. Nosotros estábamos muy juntos, lo más lejos posible de todo cuanto pareciera movible, y dudo de que diésemos la impresión de divertirnos—. Bueno, limitaos a mirarlo todo. Familiarizaos con las cosas. Las veréis a menudo. Esa línea vertical de ruedas provista de pequeños radios sobresalientes en el selector de objetivos, es lo primero que no debéis tocar de momento… o nunca, tal vez. ¿Qué es esa espiral dorada que está cerca de la chica rubia? ¿Alguien quiere adivinar para qué sirve?
La chica rubia, que era una de las hijas Forehand, se apartó de la espiral y meneó la cabeza. Yo meneé la mía, pero Sheri aventuró:
—¿Podría ser una percha de sombreros?
La profesora miró la espiral de reojo, pensativamente.
—No lo creo, pero no pierdo la esperanza de que un día alguno de vosotros conozca la respuesta. Nadie de los que estamos aquí la conoce. Durante el vuelo su temperatura aumenta; nadie sabe por qué. El lavabo está allí. Os divertiréis mucho en él. Pero lo cierto es que funciona, una vez se ha aprendido a usarlo. Se puede colgar la hamaca y dormir ahí, o en cualquier parte, en realidad. Ese rincón y ese nicho son más o menos espacio muerto. Si los tripulantes necesitan soledad, pueden esconderse, al menos un poco.
—¿Es que a ninguno de vosotros le gusta mencionar su nombre? —inquirió Sheri.
La profesora sonrió.
—Soy Gelle-Klara Moynlin. ¿Queréis saber el resto acerca de mí? He estado fuera dos veces sin encontrar nada y ahora mato el tiempo hasta que se presente un buen viaje. Por eso trabajo como instructora adjunta.
—¿Cómo sabes cuándo es un buen viaje? —preguntó la chica Forehand.
—Eres lista, ¿sabes? Es una buena pregunta, una de las que me gusta oíros hacer, porque demuestra que pensáis. Pero si existe la respuesta, yo no la sé. Veamos, ya sabéis que esta nave es una Tres. Ha hecho tres viajes de ida y vuelta, pero es razonable pensar que aún tiene combustible para dos más. Yo la preferiría a una de una sola plaza, que es para jugadores temerarios.
—El señor Chou hoy también ha dicho esto —intervino la chica Forehand—, pero mi padre, que ha examinado todos los archivos desde la primera órbita, opina que las de una plaza no son tan malas.
¿QUÉ HACE LA CORPORACIÓN?
El propósito de la Corporación es explotar las naves espaciales abandonadas por los Heechees, y comerciar, desarrollar o utilizar como convenga los artefactos, mercancías, materias primas u otras cosas de valor descubiertas por medio de estas naves.
La Corporación favorece el desarrollo comercial de la tecnología Heechee, y para este fin concede arriendos sobre una base de royalties.
Los beneficios se emplean para pagar las acciones correspondientes a socios limitados, como usted mismo, que hayan contribuido a descubrir nuevas cosas de valor; para pagar los gastos del mantenimiento de Pórtico, no cubiertos por el impuesto per cápita; para pagar a cada uno de los socios generales una suma anual suficiente para cubrir el coste de mantener la vigilancia por medio de los cruceros espaciales que usted habrá observado en órbita a nuestro alrededor; para crear y mantener una adecuada reserva para contingencias; y para emplear el resto de los ingresos en la investigación y el desarrollo de los propios objetos de valor.
En el año fiscal que terminó el 30 de febrero pasado, los beneficios totales de la Corporación excedieron los 3,7 x 1012 dólares americanos.
—Tu padre puede quedarse con ellas —replicó Gelle-Klara Moynlin—. No se trata sólo de estadísticas. Las de una plaza son solitarias. Y en cualquier caso, una sola persona no puede ocuparse de todo cuando se tiene suerte; necesita tripulantes, uno de ellos en órbita; la mayoría de nosotros dejamos a un hombre en la nave, parece que uno se siente más seguro así; por lo menos alguien podría ayudar si las cosas fueran mal. Los otros dos aterrizan en el módulo para echar una ojeada. Claro que, si hay suerte, hay que repartirlo entre tres. Pero si el hallazgo es importante, hay mucho para repartir. Y si no se encuentra nada, la tercera parte es igual que todo.
—Entonces, ¿no sería aún mejor una Cinco? —pregunté yo.
Klara me miró y casi guiñó un ojo; me sorprendió que recordase que habíamos bailado juntos la noche anterior.
—Tal vez sí, tal vez no. Lo que pasa con las Cinco es que tienen una aceptación de destino casi ilimitada.
—Habla claro, por favor —rogó Sheri.
—Las Cinco aceptan muchos más destinos que las de una y tres plazas. Yo creo que es porque algunos de esos destinos son peligrosos. La peor nave que he visto volver fue una Cinco; agrietada, calcinada, retorcida; nadie sabe cómo pudo regresar. Tampoco se sabe dónde estuvo, pero he oído decir a alguien que pudo llegar hasta la fotosfera de una estrella. La tripulación no pudo decírnoslo; todos habían muerto.
»Claro que una Tres acorazada —prosiguió, pensativa— acepta casi tantos destinos como una Cinco, pero el riesgo es más o menos igual. Bueno, ¿qué os parece si empezamos? Tú… —señaló a Sheri—, siéntate allí.
La chica Forehand y yo nos arrastramos por entre la mezcla de mobiliario humano y Heechee para hacerle sitio. No había mucho. Si sacabas todo lo que contenía una Tres, te encontrabas en un espacio de cuatro metros por tres; pero, claro, si lo sacabas todo, no podía funcionar.
Sheri se sentó frente a la columna de ruedas, removiendo el trasero para acomodarse.
—¿Qué clase de culos tenían los Heechees? —se quejó.
La profesora repuso:
—Otra buena pregunta que tampoco tiene contestación. Cuando lo averigües, dínoslo. La Corporación pone esa malla en los asientos; no es equipamiento original. Está bien. Veamos. Eso que estás mirando es el seleccionador de destino. Pon la mano en una de las ruedas. En cualquiera, pero no toques ninguna más. Ahora muévela.
Vigiló ansiosamente mientras Sheri tocaba la rueda de abajo, hacía fuerza con los dedos, luego colocaba sobre ella la palma de la mano, se enderezaba contra los brazos en forma de V del asiento y apretaba.
—Cielos —exclamó Sheri—. ¡Tenían que ser muy fuertes!
Nos turnamos frente a la rueda —Klara no nos dejó tocar otra aquel día—, y cuando llegó mi turno me sorprendió tener que emplear toda la fuerza de mis músculos para moverla. No es que diese la impresión de estar atascada; más bien de que su dureza obedecía a algún propósito. Y, pensando en lo mal que lo puedes pasar si por accidente cambias de rumbo a medio vuelo, lo más probable es que fuera esto último.
Como es natural, ahora también sé más de esto que mi profesora de entonces. No es que sea muy listo, pero un montón de gente ha tardado muchísimo tiempo en comprender qué ocurre en el momento en que se elige un rumbo.
El seleccionador de destino es una hilera vertical de generadores. Las luces que se encienden revelan números, lo cual no es fácil de ver porque no parecen números. No son de posición ni decimales. (Por lo visto los Heechees expresaban los números como sumas de primos y exponentes, pero todo esto es demasiado complicado para mí). En realidad, los únicos que han de saber leer los números son los pilotos de control y los programadores de rumbo que trabajan para la Corporación, y no lo hacen directamente sino con un traductor computador. Los cinco primeros dígitos aparecen para expresar la posición del destino en el espacio y se leen de abajo arriba. (Dane Metchnikov dice que el verdadero orden no es de abajo arriba sino de delante a atrás, lo cual revela algo acerca de los Heechees. Se orientaban en tres-D, como el hombre primitivo, y no en dos-D, como nosotros). Uno diría que tres números son suficientes para describir cualquier punto del universo, ¿verdad? Quiero decir que si se hace una representación tridimensional de la Galaxia, se puede expresar cualquier punto de ella por medio de un número para cada una de las tres dimensiones. Pero los Heechees necesitaban cinco. ¿Significa esto que los Heechees podían percibir cinco dimensiones? Metchnikov dice que no…
Bueno, dejemos esto. Cuando han aparecido los cinco primeros números, los otros siete pueden colocarse en posiciones muy arbitrarias, pero así y todo uno despega cuando presiona la teta de acción.
LAS NAVES DE PÓRTICO
Las naves que se encuentran en Pórtico son capaces de vuelos interestelares a mayor velocidad que la de la luz. El medio de propulsión es desconocido (ver manual del piloto). Hay asimismo una propulsión por cohete bastante convencional, que emplea hidrógeno líquido y oxígeno líquido para el control de altitud y para la propulsión del módulo, del que está provista cada nave interestelar.
Hay tres clasificaciones principales designadas como Clase 1, Clase 3 y Clase 5, de acuerdo con el número de personas que puede llevar. Algunas de las naves son de una construcción particularmente pesada, por lo que se llaman «acorazadas». La mayor parte de las naves acorazadas son de la Clase 5.
Cada nave está programada para navegar automáticamente a una serie de destinos. El regreso es automático y muy seguro en la práctica. Su curso sobre el funcionamiento le preparará adecuadamente para todas las tareas necesarias en el pilotaje de su nave; no obstante, lea el manual del piloto, que contiene las reglas de seguridad.
Lo que se suele hacer (o, mejor dicho, lo que suelen hacer los programadores que figuran en la nómina de la Corporación para resolver este tipo de cosas) es elegir cuatro números al azar. Entonces se van probando los otros números hasta obtener una especie de resplandor rosado. A veces es débil y a veces muy brillante. Si te quedas con él y aprietas la parte lisa y ovalada que hay bajo la teta, los otros números empiezan a danzar alrededor, sólo a un par de milímetros de su posición original, y el resplandor rosado se intensifica. Cuando se detienen, el rosa es muy subido y de una excepcional brillantez. Metchnikov dice que se trata de un dispositivo automático de precisión. La máquina tiene en cuenta un posible error humano (perdón, quiero decir, Heechee) y cuando has dado con un blanco real y válido, realiza los últimos ajustes automáticamente. Tal vez Metchnikov esté en lo cierto.
(Como es natural, aprender todas estas cosas costaba mucho tiempo y dinero, y también algunas vidas. Ser prospector es peligroso. Pero para los primeros que salieron fue más bien un suicidio).
A veces se busca el quinto número inútilmente, sin conseguir nada. Entonces te pones a lanzar maldiciones, y después uno de los cuatro números y empiezas otra vez. Este proceso sólo requiere unos segundos, pero hay pilotos de prueba que han estado cien horas seleccionando combinaciones sin lograr el color adecuado.
Por supuesto que cuando yo hice mi primera salida, los pilotos de prueba y programadores de rumbo habían encontrado más de cien combinaciones posibles, que daban buen color y aún no se habían usado, aparte de las conocidas, que o bien no valían la pena o no devolvían a las tripulaciones.
Pero yo ignoraba todo esto por aquel entonces, y cuando me acomodé en aquel asiento Heechee modificado, todo era nuevo, completamente nuevo. Y dudo de que sepa explicar cuáles eran mis sentimientos.
Me refiero a que allí estaba yo, en un asiento que habían ocupado los Heechees hacía medio millón de años. Lo que tenía delante era un seleccionador de blanco. La nave podía ir a cualquier parte. ¡A cualquier parte! Si elegía el blanco correcto, ¡yo podía encontrarme en los alrededores de Sirio, Proción e incluso la Nebulosa de Magallanes!
La profesora se cansó de tener la cabeza colgando; se introdujo por la abertura y vino hasta mí.
—Ahora te toca a ti, Broadhead —dijo, posando una mano en mi hombro y apoyando contra mi espalda lo que tomé por sus pechos.
Yo me sentía reacio a tomar nada. Pregunté:
—¿No hay manera de tener una idea de adónde irás a parar?
—Es probable que sí —me contestó—, si eres un Heechee y has estudiado para piloto.
—¿Ni siquiera algo así como que un color te lleva más lejos de aquí que otro?
—Nadie lo ha comprobado, aunque, como es natural, no dejan de intentarlo. Hay todo un equipo dedicado a programar los informes de las misiones que han vuelto con las combinaciones que les hicieron despegar. Hasta ahora, estas naves han regresado vacías. Bueno, manos a la obra, Broadhead. Apoya toda tu mano sobre la primera rueda, la que han usado los demás. Aprieta con fuerza. Requiere más fuerza de la que crees.
Era cierto. De hecho, casi temía apretar demasiado y poner la nave en marcha. Ella se inclinó y puso la mano sobre la mía, y entonces me di cuenta de que aquel agradable olor a almizcle que cosquilleaba hacía un rato mi nariz provenía de ella. Pero no era solamente almizcle; sus ferómonas se estaban introduciendo placenteramente en mis quimiorreceptores. Era un cambio delicioso después del hedor de Pórtico.
Pero la cuestión es que no supe lograr un color bonito, a pesar de que lo intenté durante cinco minutos antes de que ella me dijera por señas que me levantara y Sheri ocupara mi lugar.
Cuando volví a mi habitación, alguien la había limpiado. Me pregunté quién habría sido, rebosante de agradecimiento, pero me sentía demasiado cansado para hacer elucubraciones. Hasta que uno se acostumbra, la falta de gravedad puede ser agotadora; se ejercitan demasiado los músculos porque es preciso aprender toda una serie de economías en los movimientos.
Tendí la hamaca y ya estaba dormitando cuando oí que alguien rascaba la persiana de mi puerta y después la voz de Sheri:
—¡Rob!
—¿Qué hay?
—¿Estás dormido?
Era evidente que no lo estaba, pero interpreté la pregunta tal como ella quería.
—No, sólo pensaba.
—Yo también… Oye, Rob.
—Dime.
—¿Te gustaría que viniera a tu hamaca?
Hice un esfuerzo a fin de despertarme lo suficiente para considerar los méritos de la pregunta.
—Yo lo deseo de verdad —añadió ella.
—Sí, claro. Quiero decir, me gustará que vengas.
Entró en mi habitación y yo le hice sitio en la hamaca, que osciló ligeramente cuando ella se tendió junto a mí. Llevaba una camiseta de punto y bragas, y su contacto era suave y cálido mientras nos columpiábamos en el hueco de la hamaca.
—No es necesario que haya sexo —dijo—; estaré bien de cualquier modo.
—Ya veremos. ¿Estás asustada?
Su aliento era lo más perfumado de su persona; yo lo sentía en la mejilla.
—Mucho más de lo que me imaginaba.
—¿Por qué?
—Rob… —Se movió hasta ponerse cómoda y entonces volvió la cabeza para mirarme por encima del hombro—. ¿Sabes que a veces dices cosas muy estúpidas?
—Lo siento.
—Lo digo en serio. Piensa un poco. Estamos a punto de subir a bordo de una nave cuyo destino desconocemos y de la que incluso ignoramos si puede llegar a su destino. Iremos a mayor velocidad que la luz, pero no sabemos cómo. Ignoramos cuánto tiempo estaremos fuera. Podríamos estar viajando durante el resto de nuestras vidas y morir antes de llegar a nuestro destino, si es que antes no surge algo que nos mate en dos segundos. Es cierto, ¿verdad? Entonces, ¿por qué me preguntas si estoy asustada?
—Era sólo por hablar —repuse, adaptándome a su espalda y cubriendo un pecho con la mano, no con agresividad, sino porque era agradable al tacto.
—Y no sólo eso. No sabemos nada de la gente que construyó las naves. ¿Acaso no puede tratarse de un chiste de mal gusto por su parte? ¿Una manera de atraer carne fresca hasta el cielo Heechee?
—No, no lo sabemos. Da la vuelta.
—Y la nave que nos han enseñado esta mañana no es en absoluto como yo pensaba que serían —continuó, obedeciéndome y poniendo una mano en mi nuca.
Se oyó un estridente silbido, de procedencia poco clara.
—¿Qué ha sido eso?
—No lo sé. —Volvió a sonar; parecía proceder del túnel, pero también del interior de mi habitación—. Oh, es el teléfono.
Lo que estaba oyendo era mi propio piezófono y los que había a ambos lados de la hamaca; los tres sonaban a la vez. El silbido paró y se oyó una voz:
«Soy Jimmy Chou. Todos los novatos que queráis ver el aspecto que tiene una nave cuando regresa de un mal viaje, venid al Muelle número 4. Ahora la están entrando».
Oí unos murmullos en la habitación de los Forehand y sentí los latidos del corazón de Sheri.
—Será mejor que vayamos —dije.
—Lo sé. Pero no tengo ganas… no muchas.
La nave había logrado volver a Pórtico, pero no del todo. Uno de los cruceros en órbita la había detectado y seguido. Ahora un remolcador la llevaba a los muelles de la Corporación, donde habitualmente sólo atracaban los cohetes procedentes de los planetas. Había un hangar de tamaño suficiente para albergar incluso una Cinco. Ésta era una Tres… o lo que quedaba de ella.
—Oh, Dios mío —murmuró Sheri—. Rob, ¿qué crees que les habrá sucedido?
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Se necesita Bilitis para Safo y Lesbia. Viajes conjuntos hasta lograr el éxito, después felices para siempre en Irlanda del Norte. Sólo trimatrimonio permanente. 87-033 o 87-034.
Almacene sus efectos. Ahorre alquiler, expropiación corporativa mientras esté fuera. Las cuotas incluyen instrucciones de eliminación en caso de no haber regresado. 88-125.
—¿A la tripulación? Murieron.
No cabía una duda razonable; la nave era una ruina. Había desaparecido el módulo, sólo estaba el vehículo interestelar; la cabeza de hongo seguía allí, pero distorsionada, rota, fundida por el calor. ¡Rota! ¡El metal Heechee no se ablandaba siquiera bajo un arco voltaico!
Pero aún no habíamos visto lo peor.
No lo vimos nunca, sólo lo conocimos de oídas. Un hombre estaba todavía en el interior de la nave. Por todo el interior de la nave. Había sido literalmente salpicado por la cabina de control y sus restos estaban incrustados en las paredes. ¿Por qué? Por el calor y la aceleración, sin duda. Tal vez se encontraba en el borde de la parte superior de un sol o en órbita cercana alrededor de una estrella de neutrones. El diferencial en la gravedad pudo ser la causa del desastre en la nave y la dotación. Pero jamás lo supimos.
Los otros dos miembros de la tripulación no regresaron. No es que fuera fácil determinarlo, pero el censo de los órganos reveló una sola mandíbula, una pelvis, una espina dorsal… aunque en muchos trozos minúsculos. Quizá los otros dos estaban en el módulo.
—¡Muévete, novato!
LAS MEDIDAS DE SEGURIDAD PARA
LAS NAVES DE PÓRTICO
Se sabe que el mecanismo para viajes interestelares está contenido en la caja que tiene forma de diamante situada bajo la quilla central de las naves de cinco y tres plazas, y en los lavabos de las naves de una sola plaza.
Nadie ha logrado abrir con éxito una de estas cajas. Todas las tentativas han resultado en una explosión de aproximadamente un kilotón de fuerza. Un importante proyecto de investigación está estudiando el modo de penetrar en esta caja sin destruirla. Y si usted, como miembro limitado, tiene cualquier información o sugerencia que transmitir a este respecto, debe ponerse en contacto inmediato con un funcionario de la Corporación.
¡Pero no intente, en ninguna circunstancia, abrir usted mismo la caja! Está rigurosamente prohibido manipularla de la forma que sea y atracar una nave cuya caja haya sido manipulada. El castigo es la pérdida de todos los derechos y la inmediata expulsión de Pórtico.
El mecanismo de selección de rumbo plantea asimismo un peligro potencial. En ninguna circunstancia está permitido cambiar el rumbo cuando el vuelo ya ha sido iniciado. No ha regresado jamás una nave en la que se ha intentado semejante cambio.
Sheri me agarró del brazo y me sacó de allí. Entraron cinco miembros uniformados de la tripulación de los cruceros: la americana y el brasileño de azul, el ruso de beige, la venusiana de blanco y el chino de caqui. Todos los rostros eran diferentes, pero las expresiones se reducían a la misma mezcla de disciplina y hastío.
—Vámonos.
Sheri me empujó. No quería ver a los tripulantes hurgando entre los restos, y yo tampoco. Toda la clase, Jimmy Chou, Klara y los otros profesores empezaron a retirarse a sus respectivas habitaciones. Pero no con la suficiente rapidez. Habíamos mirado hacia la cabina por la portilla; cuando la patrulla de los cruceros la abrió, pudimos oler el aire que venía del interior. No sé cómo describirlo. Tal vez como basura podrida puesta a hervir para dar de comer a los cerdos. Incluso en el fétido aire de Pórtico resultaba difícil de soportar.
La profesora bajó en su propio nivel, muy abajo, en el elegante distrito que rodeaba el Nivel Fácil. Cuando me miró al oírme decir buenas noches, observé por primera vez que estaba llorando.
Sheri y yo dimos las buenas noches a los Forehand ante su puerta y entonces me volví hacia ella, pero ya se había adelantado.
—Creo que voy a dormir para olvidar —dijo—. Lo siento, Rob, pero ya no me apetece.