Cinco suboficiales de la comisión permanente, uno de cada crucero, bajaron con nosotros, examinaron nuestros documentos de identidad y nos entregaron a un funcionario de la Corporación. Sheri emitió una risita cuando la rusa le tocó un área sensible y murmuró:
—¿Qué clase de contrabando buscan, Rob?
La hice callar. La mujer de la Corporación había recibido nuestras tarjetas de aterrizaje de manos del Especial/3 chino que estaba al mando del destacamento, y ahora decía en voz alta nuestros nombres. Éramos ocho en total.
—Bienvenidos a bordo —saludó—. A cada uno de vosotros, novatos, le será asignado un mentor, quien le ayudará a instalarse en su alojamiento, contestará sus preguntas y le dirá dónde debe presentarse para el examen médico y las clases. Además le dará una copia del contrato para que la firme. A cada uno de vosotros se os ha deducido la cantidad de mil ciento cincuenta dólares del dinero que tenéis en depósito en la nave que os ha traído; es vuestro impuesto de mantenimiento para los diez primeros días. Del resto podéis disponer cuando queráis firmando un cheque. Vuestro mentor os indicará cómo hacerlo. ¡Linscott!
El negro de mediana edad de Baja California levantó la mano.
—Tu mentor es Shota Tarasvili. ¡Broadhead!
—Aquí estoy.
—Dane Metchnikov —dijo la mujer de la Corporación.
Empecé a mirar a mi alrededor, pero la persona que debía ser Dane Metchnikov ya venía hacia mí. Me agarró del brazo con firmeza, empezó a andar conmigo y entonces dijo:
—Hola.
Le obligué a detenerse.
—Me gustaría despedirme de una amiga…
—Estáis todos en la misma área —gruñó—. Vámonos.
A las dos horas de mi llegada a Pórtico ya tenía una habitación, un mentor y un contrato. Firmé las cláusulas inmediatamente, sin leerlas. Metchnikov pareció sorprendido.
—¿No quieres saber qué dicen?
—No en este preciso momento.
Quiero decir que no hacía ninguna falta. Si no me hubiera gustado lo que decían, podría haber cambiado de opinión, y, ¿qué otras opciones tengo, en realidad? Ser prospector es bastante arriesgado. Detesto la idea de que me maten. Detesto la idea de tener que morir alguna vez; dejar de vivir, ver que todo se detiene y saber que todos los demás siguen viviendo, haciendo el amor y gozando sin que yo esté allí para compartirlo. Pero detestaba todavía más la idea de volver a las minas de alimentos.
Metchnikov se colgó por el cuello de la chaqueta de un garfio que había en la pared de mi habitación, a fin de no molestarme mientras guardaba mis cosas. Era un hombre regordete y pálido, no muy hablador. No parecía simpático en exceso, pero al menos no se burlaba de mí por ser un torpe novato. Pórtico está lo más cerca que se puede estar de G cero. Yo no conocía la falta de gravedad; en Wyoming hay la suficiente, así que siempre calculaba mal mis movimientos. Cuando dije algo, Metchnikov observó:
—Ya te acostumbrarás. ¿Tienes un trago?
—Me temo que no.
Suspiró; su aspecto era el de un Buda colgado de la pared, con las piernas encogidas. Miró su esfera del tiempo y dijo:
—Más tarde te llevaré a tomar unas copas. Es la costumbre. Pero nada se pone interesante hasta las dos mil doscientas. A esa hora la Sala Azul estará llena de gente y podré presentarte a todos. A ver qué encuentras. ¿Qué eres, normal, homosexual o qué?
—Soy bastante normal.
MEMORÁNDUM DE CONFORMIDAD
1. Yo…, estando en pleno uso de mis facultades mentales, transfiero todos los derechos de cualquier descubrimiento, artefacto, objeto y cosas de valor de cualquier descripción que pueda encontrar como resultado de una exploración en la que haya empleado una nave o información facilitada a mi persona por las Autoridades de Pórtico, irrevocablemente a las mencionadas Autoridades de Pórtico.
2. Las Autoridades de Pórtico pueden decidir por sí solas la venta, alquiler u otro destino de cualquier artefacto, objeto u otra cosa de valor descubierta durante mis actividades bajo este contrato. Si así lo hacen, se comprometen a pagarme el 50% (cincuenta por ciento) de todos los ingresos obtenidos en tal venta o alquiler, incluyendo los costes de la propia exploración (y también mis propios gastos al venir a Pórtico y los gastos subsiguientes durante mi estancia aquí), y el 10% (diez por ciento) de todos los ingresos subsiguientes cuando los susodichos gastos hayan sido reembolsados. Acepto este pago como remuneración total por todas las obligaciones de cualquier clase que pudieran imponerme las Autoridades de Pórtico, y me comprometo específicamente a no pretender nunca por ninguna razón un pago adicional.
3. Concedo irrevocablemente a las Autoridades de Pórtico todo el poder y la autoridad para tomar decisiones de todas clases respecto a la explotación, venta o alquiler de los derechos de semejantes descubrimientos, incluido el derecho, a la única discreción de las Autoridades de Pórtico, de agrupar mis descubrimientos u otras cosas de valor surgidas bajo este contrato con los de otras personas para fines de explotación, alquiler o venta, en cuyo caso mi parte será la proporción de las ganancias que las Autoridades de Pórtico estimen apropiada; y concedo además a las Autoridades de Pórtico el derecho a no explotar en modo alguno los mencionados descubrimientos o cosas de valor.
4. Eximo a las Autoridades de Pórtico de toda obligación para conmigo en el caso de cualquier daño, accidente o pérdida de cualquier clase que yo pueda sufrir en relación con mis actividades bajo este contrato.
5. En caso de cualquier desavenencia en torno a este Memorándum de Conformidad, estoy de acuerdo en que los términos sean interpretados según las leyes y precedentes del propio Pórtico, y que no sean considerados relevantes en ninguna medida las leyes y precedentes de cualquier otra jurisdicción.
—Da lo mismo. Eso sólo depende de ti, aunque te presentaré a todos mis conocidos; pero te dejaré solo y es mejor que te acostumbres a ello enseguida. ¿Tienes el mapa?
—¿Qué mapa?
—¡Vamos, hombre! Está en el paquete que te han dado.
Abrí los armarios al azar hasta que encontré el sobre. Dentro estaba mi copia de las cláusulas del contrato, un folleto titulado Bienvenido a Pórtico, mi asignación de cuarto, el cuestionario de Sanidad, que debería rellenar antes de la mañana siguiente… y una hoja doblada que, una vez abierta, parecía un esquema de conexiones con nombres.
—Es esto. ¿Puedes localizar el punto donde estás ahora? Recuerda tu número de habitación: Nivel Babe, Cuadrante Este, Túnel Ocho, Habitación Cincuenta y una. Anótalo.
—Ya está anotado aquí, Dane, en mi asignación de cuarto.
—Bueno, pues no lo pierdas. —Dane se llevó la mano a la nuca, se descolgó y resbaló suavemente hasta el suelo—. Vete a dar una vuelta por ahí. Luego nos encontraremos aquí mismo. ¿Hay algo que necesites saber antes de quedarte solo?
Lo pensé, mientras él se impacientaba.
—Verás… ¿te importa que te haga una pregunta personal, Dane? ¿Has salido afuera alguna vez?
—Seis viajes. Muy bien, nos veremos a las dos mil doscientas.
Empujó la puerta flexible, salió al espeso verdor del pasillo y desapareció.
Yo me desplomé —muy suave, muy lentamente— en mi única silla auténtica y traté de hacerme comprender que me hallaba en el Pórtico del universo.
Ignoro si sabré explicar cómo vi el universo desde Pórtico; era como ser joven con un Certificado Médico Completo. Como un menú del mejor restaurante del mundo, cuando otra persona va a pagar la cuenta. Como una chica a quien acabas de conocer y a la que has caído bien. Como un regalo sin abrir.
Las cosas que primero te impresionan en Pórtico son la pequeñez de los túneles, que aún parecen más pequeños de lo que son porque están bordeados de una especie de macetas con plantas; el vértigo de la escasa gravedad y el hedor. Pórtico se va conociendo poco a poco. No hay manera de abarcarlo todo con una mirada; no es más que un laberinto de túneles en la roca. Ni siquiera estoy seguro de que los hayan explorado todos. Lo cierto es que hay muchos kilómetros por donde nunca pasa nadie, o con muy poca frecuencia.
Así es como eran los Heechees. Se quedaron con el asteroide, lo recubrieron todo con metal de tabique, excavaron túneles, los llenaron con sus posesiones; la mayoría estaban vacíos cuando llegamos, vacíos como todo cuanto perteneció a los Heechees a lo largo y ancho del universo. Y entonces lo abandonaron, por la razón que fuese.
Lo que más se parece a un punto central en Pórtico es la Ciudad de Heechee. Se trata de una cueva en forma de huso situada cerca del centro geométrico del asteroide. Dicen que cuando los Heechees construyeron Pórtico vivían allí. Nosotros, los nuevos visitantes de la Tierra, también vivimos allí al principio. (Y otros. Una nave de Venus llegó justo antes que la nuestra). Es donde se encuentran los alojamientos de la compañía. Más adelante, si nos enriquecíamos debido a un viaje de prospección, podíamos trasladarnos un poco más cerca de la superficie, donde había algo más de gravedad y menos ruido. Y ante todo, menos fetidez. Unas dos mil personas habían respirado el aire que yo estaba respirando, vaciado el agua que bebía y repartido su sudor por la atmósfera. La mayoría de personas no tardaban en irse, pero los olores continuaban allí.
A mí no me importaba el mal olor. No me importaba nada. Pórtico era mi estupendo billete de lotería para conseguir el Certificado Médico Completo, una casa de nueve habitaciones, un par de niños y un montón de felicidad. Ya había ganado una lotería, y esto me hacía confiar en mis posibilidades de ganar otra.
Todo era emocionante, aunque también bastante sórdido al mismo tiempo. No había mucho lujo a mi alrededor. Por $ 238.575 todo lo que consigues es el transporte hasta Pórtico, diez días de comida, alojamiento y aire, un somero curso de navegación y una invitación a largarte en la primera nave que salga. O en cualquier otra nave. No te obligan a subir a bordo de ninguna.
La Corporación no saca ningún beneficio de todo ello. Los precios son los de coste. Esto no significa que fuesen baratos y desde luego no significa que fuese bueno lo que te daban por ellos. La comida se parecía bastante a todo cuanto había estado excavando y comiendo toda mi vida. El alojamiento tenía el tamaño de un gran baúl de camarote, con una silla, unos armarios, una mesa plegable y una hamaca que podías extender de un extremo a otro cuando querías dormir.
Mis vecinos eran una familia de Venus. Eché una ojeada a través de la puerta entornada. ¡Qué horror! ¡Cuatro durmiendo en uno de esos cubículos! Al parecer se acomodaban dos en cada una de las hamacas, que se cruzaban en el centro de la habitación. Al otro lado estaba el cuarto de Sheri. Arañé su puerta, pero ella no contestó. La puerta no estaba cerrada; nadie cierra sus puertas en Pórtico, entre otras razones porque no hay gran cosa que robar. Sheri no se encontraba en el cuarto. La ropa que había usado yacía desparramada por doquier.
Adiviné que se había ido a explorar y lamenté no haber sido más rápido. Me habría gustado explorar en compañía de alguien. Me apoyé contra la hiedra que crecía en una pared de túnel y saqué el mapa.
Desde luego me dio una idea de lo que debía buscar. Había puntos marcados Central Park y Lago Superior. ¿Qué serían? Dudé entre el Museo de Pórtico, que parecía interesante, y el Hospital Terminal, que sonaba bastante triste. Más tarde me enteré de que «terminal» significaba el fin del viaje de regreso de uno u otro destino. La Corporación debía saber que sonaba también a otra cosa, pero la Corporación nunca se preocupaba mucho por los sentimientos de los prospectores.
¡Lo que yo quería en realidad era ver una nave!
En cuanto se me ocurrió esta idea, me di cuenta de que me interesaba mucho. Me pregunté cómo podría llegar a la capa exterior, donde, naturalmente, se encontraban los hangares. Agarrado a la barandilla con una mano, intentaba con la otra mantener abierto el mapa. No tardé mucho en localizarme a mí mismo. Estaba en una encrucijada de cinco túneles que parecía ser la marcada en el mapa como Estrella Este Babe G. Uno de los cinco túneles conducía a un pozo, pero ignoraba cuál.
Elegí uno al azar, fui a parar a una pared sin salida y al retroceder llamé a una puerta para informarme. Se abrió.
—Perdón… —dije… y me inmovilicé.
El hombre que abrió la puerta parecía tan alto como yo, pero no lo era. Sus ojos estaban al mismo nivel de los míos, pero su cuerpo terminaba en la cintura. No tenía piernas.
Dijo algo que no entendí; no era inglés. Pero no importaba; mi atención estaba concentrada en él. Se cubría con un género brillante y diáfano de las muñecas a la cintura y movía suavemente las alas para mantenerse en el aire. Esto no era difícil con la escasa gravedad de Pórtico, pero verlo resultaba sorprendente. Añadí:
—Lo siento. Sólo deseaba saber cómo encontrar el Nivel Tanya. —Intentaba no mirarle con fijeza, pero sin lograrlo.
¡BIENVENIDOS A PÓRTICO!
¡Felicidades!
Usted es una de las pocas personas que todos los años se convierten en socios limitados de Empresas Pórtico, Inc. Su primera obligación es firmar el adjunto Memorándum de Conformidad. No es preciso que lo haga enseguida. Le animamos a que estudie el documento y busque asesoramiento legal, si lo encuentra.
Sin embargo, hasta que firme no tendrá opción a ocupar un alojamiento de la Corporación, comer en la cantina de la Corporación o participar en los recursos de instrucción de la Corporación.
Hay alojamientos disponibles en el Hotel y Restaurante Pórtico para quienes están aquí como visitantes o de momento no desean firmar el Memorándum de Conformidad.
Sonrió, enseñando dientes blancos en un rostro viejo y sin arrugas. Tenía unos ojos negros como el azabache bajo una cresta de cabellos blancos y cortos. Me precedió hasta el pasillo y explicó en un inglés excelente:
—Se lo diré. Siga el primer desvío a la derecha. Vaya hasta la próxima estrella y tome el segundo desvío a la izquierda. Habrá una indicación.
Me señaló con el mentón la dirección de la estrella. Le di las gracias y le dejé flotando a mis espaldas. Quería volverme, pero no me pareció cortés. Era extraño. No se me había ocurrido que pudiera haber lisiados en Pórtico.
Así era yo de ingenuo por aquel entonces.
Después de verle, conocí Pórtico de un modo diferente de las estadísticas. Las estadísticas son muy claras y todos nosotros las estudiamos antes de venir como prospectores; también las estudian todos aquellos que desearían venir y no pueden. Alrededor del ochenta por ciento de los vuelos que parten de Pórtico vuelven vacíos. Un quince por ciento no vuelve. Así pues, como término medio, un hombre de cada veinte vuelve de un viaje de prospección con algo que puede reportar beneficios a Pórtico y, en general, a la humanidad. Pero incluso la mayoría de estos pocos tienen suerte si pueden recoger lo suficiente para pagar los gastos de su viaje hasta aquí.
MANTENIMIENTO DE PÓRTICO
A fin de sufragar los gastos de mantenimiento de Pórtico, todas las personas deberán pagar una cantidad diaria per cápita por el aire, control de temperatura, administración y demás servicios.
Si es usted un invitado, estos gastos serán incluidos en su cuenta del hotel.
Las tarifas para las demás personas se envían por correo. Si se desea, el impuesto puede hacerse efectivo con un año de anticipación. La falta de pago del diario impuesto per cápita tendrá como resultado la inmediata expulsión de Pórtico.
Nota. No se puede garantizar la disponibilidad de una nave para las personas expulsadas.
Y si resultas herido mientras estás fuera… mala suerte. El Hospital Terminal está tan bien equipado como cualquier otro en cualquier otro lugar. Pero hay que llegar para que pueda serte de utilidad. El viaje suele durar meses. Si te lastimas al principio —que es cuando ocurre más a menudo—, no hay mucho que se pueda hacer por ti hasta que regresas a Pórtico. Y entonces es posible que sea demasiado tarde para recomponerte y probablemente demasiado tarde para salvarte la vida.
A propósito, el viaje de vuelta a tu lugar de origen es gratis. Los cohetes siempre van más llenos a la ida que a la vuelta. Lo llaman pérdida.
El viaje de regreso es gratis… pero ¿adónde?
Bajé con el cable al Nivel Tanya, salí a un túnel y me topé con un hombre que llevaba gorra y un brazal. Policía de la Corporación. No hablaba inglés, pero me hizo una seña y su tamaño me convenció. Agarré el cable de subida, ascendí un nivel, busqué otro cable y lo intenté de nuevo.
La única diferencia fue que esta vez el guarda hablaba inglés.
—No puede pasar de aquí —anunció.
—Sólo quiero ver las naves.
—Claro, pero no puede. Ha de llevar un distintivo azul —añadió, tocando el suyo—. Significa especialista de la Corporación, tripulante o VIP.
—Soy tripulante.
—Es un novato del transporte terrestre —sonrió—, ¿verdad que sí? Amigo, será tripulante cuando se apunte a un vuelo, no antes. Vuelva arriba.
Expliqué con acento razonable:
—Comprende lo que siento, ¿verdad? Sólo quiero echar una mirada.
—No puede hasta que termine el cursillo, y entonces le traerán aquí para que participe. No tardará en ver más de lo que querría.
Discutí un poco más, pero él tenía demasiados argumentos a su favor. Sin embargo, cuando llegué al cable de subida, el túnel pareció tambalearse y a mis oídos llegó el ruido de una explosión. Por un momento pensé que el asteroide iba a estallar en mil pedazos. Miré al guarda, que se encogió de hombros de un modo casi amistoso:
—Sólo he dicho que no podía verlas —observó—, no que no podía oírlas.
Me tragué el «¡Vaya!» y el «¡Dios mío!» que realmente quería exclamar y pregunté:
—¿Adónde supone que se dirige ésa?
—Regresará dentro de seis meses. Tal vez lo sepamos entonces.
Bueno, no había por qué sentir entusiasmo y, sin embargo, yo lo sentí. Después de todos aquellos años en las minas de alimentos, aquí estaba yo, no solamente en Pórtico, sino en el mismo punto de donde partían aquellos intrépidos prospectores en un viaje que les daría fama y una increíble fortuna. Al diablo con los riesgos. Esto era realmente vivir a fondo.
No me fijaba mucho en mis movimientos y el resultado fue que volví a perderme. Llegué al Nivel Babe con diez minutos de retraso.
Dane Metchnikov ya se alejaba por el túnel. No pareció reconocerme, creo que me habría pasado de largo si yo no hubiera alargado el brazo.
—Hola —gruñó—. Llegas tarde.
—He bajado al Nivel Tanya para ver si podía echar un vistazo a las naves.
—Ya. No puedes bajar ahí a menos que tengas un brazal azul o un distintivo.
Eso ya me lo habían dicho, de modo que le seguí sin gastar energías intentando entablar conversación.
Metchnikov era un hombre insignificante, a excepción de la barba magníficamente rizada que seguía la línea de su mandíbula. Daba la impresión de estar encerada; cada rizo parecía dotado de vida propia. «Encerada» no era la palabra. El cabello llevaba algo, pero fuera lo que fuese, no era rígido. Se movía al ritmo de sus movimientos, y cuando hablaba o sonreía, los músculos de la mandíbula le prestaban una suave ondulación. Al final sonrió cuando llegamos al Infierno Azul. Me invitó al primer trago, explicando que era la costumbre, pero que sólo se invitaba a uno. Pagué la segunda ronda; la sonrisa apareció cuando, sin tocarme, pagué también la tercera.
El ruido del Infierno no facilitaba la conversación, pero le dije que había oído un lanzamiento.
—Sí —repuso, levantando la copa—. Espero que tengan buen viaje. —Llevaba seis brazaletes de metal Heechee, de un azul luminoso, apenas más gruesos que un alambre. Tintinearon suavemente cuando bebió media copa.
—¿Son lo que me imagino? —pregunté—. ¿Uno por cada expedición?
Apuró su copa.
—Eso es. Ahora me voy a bailar.
Le seguí con la mirada mientras se apresuraba hacia una mujer vestida con un luminoso sari de color rosa. No era muy hablador, desde luego.
Por otro lado, con aquel ruido no se podía hablar mucho. Tampoco se podía bailar. El Infierno Azul estaba en el centro de Pórtico y era parte de la caverna en forma de huso. La G rotacional era tan baja que no pesábamos más de dos kilos; si alguien hubiese intentado bailar un vals o una polca, habría salido volando por los aires, así que bailaban sin tocarse, al estilo de los muchachos de catorce años en las fiestas escolares, que de este modo no tienen que mirar a su pareja de catorce años desde un ángulo demasiado próximo. Casi no mueven los pies, y se limitan a contonear la cabeza, los brazos, los hombros y las caderas. A mí, en cambio, me gusta tocar. Pero no se puede tener todo. De todos modos, me gusta bailar.
QUÉ ES PÓRTICO
Pórtico es un artefacto creado por los llamados Heechees. Al parecer fue formado alrededor de un asteroide o el núcleo de un cometa atípico. La época de este suceso es desconocida, pero seguramente precedió a la civilización humana.
En el interior de Pórtico, el ambiente se parece a la Tierra, con la diferencia de que hay relativamente poca gravedad. (En realidad no existe, pero la fuerza centrífuga derivada de la rotación de Pórtico produce un efecto similar). Si usted ha llegado de la Tierra, durante los primeros días tendrá cierta dificultad al respirar a causa de la baja presión atmosférica. No obstante, la presión parcial del oxígeno es idéntica a la de una altitud de 2.000 metros en la Tierra y resulta perfectamente adecuada para cualquier persona que goce de buena salud.
Vi a Sheri al otro extremo de la sala con una mujer a quien tomé por su mentora. Bailé con ella.
—¿Cuál es tu impresión de momento? —le pregunté.
Gritó algo que no pude entender. Luego bailé con una negra inmensa que llevaba dos brazaletes azules, después nuevamente con Sheri y por fin con una muchacha que Dane Metchnikov me endosó, al parecer porque quería perderla de vista, y con una mujer alta, de facciones duras, que tenía las cejas más negras y espesas que yo viera en mi vida. (Llevaba dos trenzas que flotaban a sus espaldas cuando se movía). También ella ostentaba un par de brazaletes. Entre baile y baile, me dedicaba a beber.
Había mesas para grupos de ocho o diez, pero no estaban ocupadas. La gente se sentaba donde quería y se tomaban mutuamente los asientos sin preocuparse de si su anterior ocupante volvería o no. Durante un rato se sentaron a mi mesa unos seis marineros de la Armada brasileña, vestidos de blanco, que hablaban entre sí en portugués. Un hombre que lucía un pendiente de oro estuvo a mi lado unos momentos, pero tampoco entendí lo que decía (aunque sí, y muy bien, lo que quería decir).
Siempre tuve este problema mientras viví en Pórtico. Es permanente. Pórtico suena como una conferencia internacional cuando se ha estropeado el sistema de traducción. Hay una especie de lengua franca que se oye por doquier, consistente en palabras de una docena de idiomas, como: «Écoutez, gospodin, tu es verrückt». («Escucha, señor, estás loco.»). Bailé dos veces con una de las brasileñas, una chica morena y flaca de nariz aguileña, pero bonitos ojos pardos, y traté de decir algunas palabras sencillas. Tal vez me entendió. Sin embargo, uno de los hombres de su grupo hablaba muy bien el inglés; se presentó a sí mismo y me presentó a los demás. No retuve ningún nombre, solamente el suyo: Francisco Hereira. Me invitó a una copa y yo les invité a todos y entonces me di cuenta de que le había visto antes: era un miembro de las tripulaciones que nos habían inspeccionado antes de llegar.
Mientras comentábamos esta circunstancia, Dane se inclinó sobre mí y gruñó en mi oído:
—Me voy a jugar, a menos que desees acompañarme.
No era la invitación más efusiva que había recibido, pero el estruendo del Infierno Azul empezaba a hartarme. Le seguí y descubrí un casino de tamaño natural junto al Infierno Azul, con mesas de blackjack y póquer, una lenta ruleta con una bola grande y densa, juegos de dados (éstos tardaban mucho en pararse) e incluso un ángulo reservado para el bacará. Metchnikov se dirigió hacia las mesas de blackjack y se quedó golpeando con los dedos el respaldo de la silla de un jugador, a la espera de poder intervenir. Entonces se dio cuenta de mi presencia.
—Oh —dijo, mirando a su alrededor—. ¿A qué te gusta jugar?
—He jugado a todo esto —respondí con voz algo espesa y también petulante—. Tal vez al bacará.
Me miró, primero con respeto y luego con sorna.
—Cincuenta es la apuesta mínima.
En la cuenta me quedaban unos cinco o seis mil dólares. Me encogí de hombros.
—Quiero decir cincuenta mil —aclaró.
Me atraganté. Él dijo con indiferencia, acercándose a un jugador cuyas fichas se estaban terminando:
—Puedes apostar diez dólares a la ruleta; en la mayoría cien es lo mínimo. Creo que por ahí hay una máquina de monedas de diez dólares.
Se apresuró a ocupar la silla vacía y ya no volví a verle.
Me quedé mirando un rato y vi en la misma mesa a la chica de las cejas pobladas, que estudiaba sus cartas. No levantó la vista.
SYLVESTER MACKLEN:
PADRE DE PÓRTICO
Pórtico fue descubierto por Sylvester Macklen, explorador de túneles en Venus, que halló una nave espacial Heechee en una excavación. Consiguió subirla a la superficie y llevarla a Pórtico, donde ahora descansa en el Hangar 5-33. Por desgracia, Macklen no pudo regresar y, aunque logró señalar su presencia haciendo explotar el depósito de combustible del módulo de su nave, ya había muerto cuando los investigadores llegaron a Pórtico.
Macklen era un hombre valiente y hábil, y la placa del Hangar 5-33 conmemora su gran servicio a la humanidad. Se celebran servicios religiosos en determinadas fechas, oficiados por representantes de los diversos credos.
Comprendí que no podría jugar mucho aquí, y enseguida me di cuenta además de que tampoco podría pagar tantas copas, y casi al mismo tiempo mi sistema sensorial interno empezó a decirme cuántas copas había ingerido. Lo último que pensé fue que debía volver a mi habitación a toda prisa.