Sigfrid es una máquina bastante lista, pero a veces no entiendo qué le pasa. Siempre me está pidiendo que le cuente mis sueños y hay ocasiones en que vengo muy entusiasmado porque he tenido un sueño que estoy convencido de que le va a gustar, el sueño preferido de todos los psiquiatras, lleno de símbolos fálicos, fetichismo y obsesiones de culpabilidad. Y entonces él me decepciona. Se va por las ramas, en busca de alguna pista tonta, que no tiene nada que ver con todo esto. Se lo cuento todo, y él chirría, cruje y zumba durante un rato —en realidad no lo hace, pero yo me lo imagino mientras espero— y por fin dice:
—Volvamos a algo muy diferente, Rob. Me interesan algunas de las cosas que has dicho acerca de esa mujer, Gelle-Klara Moynlin.
—Sigfrid —replico—, otra vez sigues una pista falsa.
—Yo no lo creo así, Rob.
—Pero ¿y el sueño? ¡Dios mío! ¿No ves lo importante que es? ¿Qué te parece el personaje de la madre?
—¿Quieres dejarme hacer mi trabajo, Rob?
—Como si tuviera otra alternativa… —contesto, malhumorado.
—Siempre tienes una alternativa, Rob, pero me gustaría mucho citarte algo que dijiste hace poco. —Y se detiene, y yo oigo mi propia voz saliendo de su magnetófono. Estoy diciendo—: «Sigfrid, hay en eso una intensidad de dolor, culpa y congoja que no puedo soportar».
Espera a que yo diga algo. Al cabo de un momento digo:
—Es una buena grabación —reconozco—, pero preferiría hablar de la aparición obsesiva de mi madre en mis sueños.
—Creo que sería más productivo explotar esa otra cuestión. Es posible que estén relacionadas.
—¿De verdad? —Me encantaría discutir esta posibilidad teórica de un modo imparcial y filosófico, pero él me obliga a concretar:
—La última conversación que tuviste con Klara, Rob. Te ruego que me expliques lo que sientes al respecto.
—Ya te lo he explicado. —Esto no me divierte nada. Es una pérdida de tiempo y me aseguro de que se entere de ello por el tono de mi voz y la tensión de mi cuerpo contra las correas de sujeción—: Fue aún peor que con mi madre.
—Ya sé que preferirías hablar de tu madre, Rob, pero no la menciones ahora. Cuéntame cosas sobre aquella ocasión con Klara. ¿Qué sientes acerca de ello en este momento?
Trato de reflexionar. Después de todo, es lo menos que puedo hacer. No tengo por qué decirlo, pero todo lo que se me ocurre es:
—Casi nada.
Al cabo de un rato de espera, dice:
—¿Eso es todo, «casi nada»?
—Así es. Casi nada.
Al menos, casi nada en la superficie. Claro que recuerdo lo que sentí entonces. Destapo este recuerdo, cautelosamente, para ver cómo fue. Descendíamos hacia la niebla azul. Vimos por primera vez la estrella difusa y espectral. Hablé por radio con Klara, mientras Dane murmuraba a mi oído… Lo tapo de nuevo.
—Todo esto duele mucho, Sigfrid —digo en tono confidencial.
A veces intento engañarle diciendo cosas cargadas de emoción en el tono que usaría para pedir una taza de café, pero no creo que sirva. Sigfrid escucha el volumen y las inflexiones, pero también escucha la respiración y las pausas, además del sentido de las palabras. Es extremadamente listo, considerando lo estúpido que es.