Sigfrid no abandona jamás un tema. Nunca dice: «Bueno, Rob, creo que ya hemos hablado bastante acerca de esto». Pero a veces, cuando hace mucho rato que estoy acostado sobre la alfombra, reaccionando poco, bromeando o tarareando por la nariz, sugiere:
—Me parece que deberíamos volver a un área diferente, Rob. Hace algún tiempo dijiste algo que podríamos analizar. ¿Te acuerdas de aquella vez, de la última vez que…?
—La última vez que hablé con Klara, ¿no?
—Sí, Rob.
—Sigfrid, siempre adivino lo que vas a decir.
—No importa que lo adivines, Rob. Bueno, ¿qué hay de eso? ¿Quieres hablar de lo que sentiste entonces?
—¿Por qué no? —Limpio la uña del dedo medio de mi mano derecha rascándola contra mis dos incisivos inferiores. La inspecciono y digo—: Me doy cuenta de que fue un momento importante, quizás el peor de mi vida. Incluso peor que cuando Sylvia me engañó o cuando me enteré de que mi madre había muerto.
—¿Quieres decir que preferirías hablar de una de esas dos cosas, Rob?
—En absoluto. Has dicho que hablemos de Klara y vamos a hablar de Klara.
Y me arrellano en la alfombra de espuma y pienso durante un rato. Me interesa mucho la meditación trascendental, y a veces, cuando me planteo un problema y empiezo a recitar mi mantra una y otra vez, acabo con el problema resuelto: vender las existencias de la granja de pescado de Baja y comprar cañerías de acuerdo con el intercambio de productos. Ése fue uno y obtuvo un resultado magnífico. O llevar a Raquel a Mérida para practicar el esquí acuático en la bahía de Campeche. Eso logró meterla en mi cama por primera vez, después de haberlo probado todo.
Y entonces Sigfrid dice:
—No estás respondiendo, Rob.
—Pienso en lo que has dicho.
—No pienses en ello, Rob. Sólo habla. Dime qué sientes por Klara en este momento.
Trato de meditarlo seriamente. Sigfrid no me permitirá que lo resuelva mediante la meditación trascendental, así que busco en mi mente los sentimientos reprimidos.
—Pues, no mucho —digo—. No mucho en la superficie.
—¿Recuerdas qué sentías entonces, Rob?
—Claro que sí.
—Intenta sentir lo mismo ahora, Rob.
—Muy bien.
Obediente, reconstruyo la situación. Ahí estoy, hablando con Klara por radio. Dane está gritando algo en el tren de aterrizaje. Todos nos morimos de miedo. La niebla azul se desvanece poco a poco debajo de nosotros y veo por primera vez la vaga y fantasmal estrella. La nave Tres… no, era la Cinco… En cualquier caso, apesta a vómitos y sudor. El cuerpo me duele.
Lo recuerdo con exactitud, aunque mentiría si dijera que me permito sentirlo.
Digo en tono ligero, casi riendo:
—Sigfrid, hay en eso una intensidad de dolor, culpa y congoja que no puedo soportar.
A veces intento esto con él, diciendo alguna verdad dolorosa con el tono de quien pide otro ponche de ron al camarero de una fiesta. Lo hago cuando quiero esquivar su ataque. No creo que surta efecto. Sigfrid tiene muchos circuitos Heechee en su interior. Es mucho mejor que las máquinas del Instituto al que me enviaron durante mi episodio. Observa continuamente todos mis parámetros físicos: conductividad cutánea, pulso, actitud de ondas beta, en fin, todo. Obtiene indicaciones de las correas que me sujetan sobre la alfombra, acerca de la violencia con que me retuerzo. Mide el volumen de mi voz y lee sus matices en el espectro. Y también conoce el significado de las palabras. Sigfrid es extraordinariamente listo, si se tiene en cuenta lo estúpido que es.
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,S, No sé por qué sigo |
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viniendo a verte |
17,100 |
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Sigfrid. |
17,105 |
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IRRAY .PORQUE. |
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,C, Te recuerdo Robby, |
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que ya has gastado |
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tres estómagos y, veamos, |
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casi cinco metros |
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de intestino. |
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,C, Úlceras, cáncer |
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,C, Algo parece |
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estar consumiéndote, |
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Bob. |
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A veces es muy difícil engañarle. Llego al final de la sesión completamente exhausto, con la sensación de que si me hubiera quedado con él un minuto más, me habría encontrado cayendo de lleno en el dolor y éste me habría destruido.
O curado. Tal vez sea lo mismo.