SIETE

Fue algo parecido a abrir los regalos la mañana de Navidad.

No creía mucho en Dios ni en el destino, pero empecé a reconsiderarlo seriamente. Al parecer, después de desmayarme, Sydney hizo unas cuantas llamadas de teléfono a la desesperada y alguien a quien conocía en Baia fue en coche hasta donde nos encontrábamos nosotras —arriesgándose a través de la oscuridad— para rescatarnos y llevarnos a donde pudieran curarme. Sin duda, ese era el motivo por el que tuve la vaga sensación de que iba en un coche durante mi delirio. No todo formaba parte del sueño.

Y entonces, no sé muy bien por qué —y mira que tenía que haber dhampir en Baia—, me llevaron a la casa de la madre de Dimitri. Eso ya era más que suficiente como para plantearse seriamente que existían unas fuerzas superiores en el universo. Nadie me contó con exactitud cómo había ocurrido, pero no tardé en enterarme de que Olena Belikova gozaba entre sus vecinos de buena reputación como sanadora, aunque sus habilidades no tenían nada que ver con la magia sanadora. Había estudiado medicina, y era la persona a la que otros dhampir, e incluso algunos moroi, acudían a visitar en aquella región cuando querían evitar llamar la atención de los humanos. Aun así, aquella casualidad resultaba inquietante y no pude evitar pensar que estaba sucediendo algo que yo no comprendía.

De momento, no me importaron las circunstancias de la situación en la que me encontraba. Estaba demasiado ocupada mirando con los ojos como platos la habitación en la que me encontraba y la gente que la ocupaba. Olena no vivía sola. Las tres hermanas de Dimitri también vivían en aquella casa, junto a sus hijos. El parecido de todos los miembros de la familia era asombroso. Nadie se parecía exactamente a Dimitri, pero lo vi reflejado en todas y cada una de las caras. Los ojos. La sonrisa. Incluso el sentido del humor. Verlos llenó el vacío que Dimitri había dejado después de desaparecer… y lo empeoró al mismo tiempo. Cada vez que los veía por el rabillo del ojo, creía ver a Dimitri. Era como una casa de espejos, llena de reflejos distorsionados de él.

Hasta la casa me ponía los pelos de punta. No había señales evidentes de que Dimitri hubiese vivido allí, pero yo no podía evitar pensar que era el lugar donde se había criado, que había caminado por aquellos pasillos, que había tocado aquellas paredes… Yo también toqué las paredes mientras iba de una habitación a otra para intentar absorber la energía de Dimitri. Me lo imaginé tendido en el sofá durante unas vacaciones de la escuela. Me pregunté si habría bajado deslizándose por la barandilla cuando era pequeño. Las imágenes eran tan vívidas que tuve que recordarme que hacía muchos años que Dimitri no había pasado por allí.

—Te estás recuperando con una rapidez increíble —me comentó Olena a la mañana siguiente de que me llevasen a su casa.

Me observó con gesto de aprobación mientras devoraba un plato de blinis. Eran unas tortitas muy finas colocadas unas sobre otras y cubiertas de mantequilla y mermelada. Mi cuerpo siempre necesitaba un montón de comida para mantener su nivel de energía, y supuse que mientras no estuviera masticando con la boca abierta o algo parecido, no tenía por qué sentirme avergonzada por comer tanto.

—Pensaba que estabas muerta cuando te trajeron Abe y Sydney —añadió.

—¿Quién? —pregunté entre dos bocados.

Sydney estaba sentada en la mesa con el resto de la familia, sin apenas tocar la comida, como era habitual en ella. Parecía claramente incómoda por encontrarse en el hogar de unos dhampir, pero al bajar por primera vez de mi cuarto esa mañana, en sus ojos había visto una clara mirada de alivio.

—Abe Mazur —contestó Sydney. Me pareció que algunos de los que estaban sentados a la mesa intercambiaban una mirada de complicidad—. Es un moroi. Yo no… no sabía la gravedad de tus heridas, así que lo llamé. Llegó en coche con sus guardianes. Fue él quien te trajo hasta aquí.

Guardianes, en plural.

—¿Es de la realeza?

Mazur no era el apellido de ninguna familia real, pero eso no siempre era una señal segura del linaje de alguien. Y aunque comenzaba a confiar en la red social de Sydney y en sus contactos con gente poderosa, no se me ocurría por qué iba a acudir a rescatarme un miembro de una familia real. Quizá les debía un favor a los alquimistas.

—No —respondió Sydney con brusquedad.

Fruncí el ceño. ¿Un moroi que no formaba parte de la realeza con más de un guardián? Qué raro. Estaba claro que no iba a decirme nada más, al menos de momento.

Me tragué otro bocado de blinis y me volví hacia Olena.

—Muchas gracias por alojarme.

La hermana mayor de Dimitri, Karolina, también estaba sentada a la mesa, junto a su bebé y su hijo mayor, Paul. El niño tenía unos diez años y parecía fascinado por mí. La hermana adolescente de Dimitri, Viktoria, también estaba allí. Parecía un poco más joven que yo. La tercera hermana Belikov se llamaba Sonya y se había marchado a trabajar antes de despertarme. Tendría que esperar para conocerla.

—¿De verdad mataste tú sola a dos strigoi? —preguntó Paul.

—¡Paul! —le reprendió Karolina—. Esa no es una pregunta educada.

—Pero sí es emocionante —apuntó Viktoria con una sonrisa.

Tenía el pelo castaño salpicado de mechones dorados, pero sus ojos oscuros chispeaban de un modo tan parecido a los de Dimitri cuando estaba emocionado que se me encogió el corazón. De nuevo tuve la escurridiza sensación de que Dimitri estaba allí sin estarlo.

—Sí que los mató —le confirmó Sydney—. Vi sus cadáveres. Como siempre.

La alquimista tenía en la cara aquella expresión cómica y atormentada tan propia de ella, así que no pude evitar echarme a reír.

—Al menos, esta vez los dejé donde podías encontrarlos —de repente, se me agrió el humor—. ¿Alguien… alguien humano vio u oyó algo?

—Me libré de los cadáveres antes de que nadie los viese —repuso para tranquilizarme—. Si la gente oyó algo… Bueno, los sitios perdidos en mitad del bosque como ese siempre están llenos de supersticiones y de cuentos de fantasmas. No tienen pruebas sólidas de la existencia de los vampiros, pero tienen la creencia de que existe algo sobrenatural y peligroso ahí fuera. Poco saben de la realidad.

Dijo «cuentos de fantasmas» sin que le cambiase la expresión de la cara. Me pregunté si habría visto alguno de los espíritus la noche anterior, pero llegué a la conclusión de que no. Había salido con la pelea casi terminada y, a juzgar por experiencias pasadas, nadie más era capaz de ver los espíritus que veía yo… salvo los strigoi, al parecer.

—Debes de haberte sometido a un entrenamiento magnífico —comentó Karolina cambiando de postura para que la bebé se le quedase apoyada en el hombro—. Por tu aspecto, cualquiera diría que todavía deberías estar estudiando.

—Acabo de salir de la academia —respondí, lo que me valió otra mirada inquisitiva por parte de Sydney.

—Eres de Estados Unidos —afirmó más que preguntó Olena—. ¿Qué demonios es lo que te trae hasta aquí?

—Busco a… busco a alguien —respondí tras unos instantes de titubeo.

Temí que me pidiera más detalles, o que ella también pensase que quería convertirme en una prostituta de sangre, pero en ese momento se abrió la puerta de la cocina y entró la abuela de Dimitri, Yeva. Había asomado la cabeza poco antes y me había dado un susto tremendo. Dimitri me había dicho que era un poco bruja, y al verla me lo creí por completo. Aparentaba tener tropecientos años y era tan delgada que me pregunté cómo era posible que el viento no se la llevase volando. Apenas medía metro y medio y tenía el pelo cubierto de mechones grises. Sin embargo, fueron sus ojos los que realmente me asustaron. Aunque el resto de su cuerpo fuese frágil, aquellos ojos oscuros tenían una mirada aguda y atenta, tanto que parecieron clavárseme en lo más profundo. Aun sin la explicación de Dimitri, la hubiese tomado por una bruja. También era la única de la casa que no hablaba mi idioma.

Se sentó en una de las sillas vacías y Olena se apresuró a servirle un plato de blinis. Yeva murmuró algo en ruso que hizo que los demás se sintiesen incómodos. Los labios de Sydney se torcieron en una leve sonrisa. Yeva no apartó los ojos de mí mientras hablaba, y miré a mi alrededor en busca de alguien que me lo tradujese.

—¿Cómo? —pregunté.

—La abuela dice que no nos estás diciendo toda la verdad sobre el motivo que te trae hasta aquí. Dice que cuanto más tardes en contarlo, peor será —me tradujo Viktoria. Luego miró a Sydney con expresión de disculpa—. Y quiere saber cuándo se marchará la alquimista.

—Lo antes posible —replicó Sydney con sequedad.

—Bueno, el motivo por el que estoy aquí… es una historia muy larga.

¿Acaso podía decirlo con una vaguedad mayor?

Yeva dijo algo más, y Olena le replicó de un modo que parecía una reprimenda. Se volvió hacia mí y me habló con amabilidad.

—No le hagas caso, Rose. Tiene uno de esos días malos. El motivo por el que estás aquí es asunto tuyo… aunque estoy segura de que Abe querrá hablar de eso contigo en algún momento —frunció un poco el ceño, y recordé las miradas que habían intercambiado antes—. No te olvides de darle las gracias, parecía muy preocupado por ti.

—A mí también me gustaría hablar con él —murmuré, llena de curiosidad por aquel moroi que no era de sangre real y estaba tan protegido, que me había llevado en coche y parecía hacer que todo el mundo se sintiese incómodo. Impaciente por evitar más preguntas sobre el motivo de mi viaje, cambié rápidamente de tema—. También me encantaría dar una vuelta por Baia. Jamás he estado en un sitio como este… Me refiero a un lugar donde vivan tantos dhampir.

A Viktoria se le iluminó el rostro.

—Yo puedo enseñártelo, si de verdad te encuentras bien. O si no tienes que marcharte de inmediato.

Pensaban que estaba de paso, y eso me venía bien. Sinceramente, ni yo misma tenía claro lo que estaba haciendo allí, ya que parecía más que probable que Dimitri no se encontraba en la zona. Miré a Sydney con expresión interrogante. Ella se encogió de hombros.

—Haz lo que quieras. Yo no voy a ninguna parte —dijo.

Aquello me pareció un tanto desconcertante. Me había llevado hasta allí, tal como le habían ordenado sus superiores, pero ahora, ¿qué? Bueno, ya me ocuparía de eso más tarde.

Viktoria prácticamente me arrastró hacia la puerta en cuanto terminé de comer, como si mi llegada fuese lo más emocionante que había sucedido desde hacía mucho tiempo. Yeva no me había quitado los ojos de encima durante la comida y, aunque no había dicho nada más, era evidente por su mirada suspicaz que no se creía una palabra de lo que yo había dicho. Invité a Sydney a que nos acompañase, pero declinó la oferta y prefirió encerrarse en su cuarto para leer sobre los templos griegos o hacer llamadas de control o lo que quiera que prefiriese hacer.

Viktoria me dijo que el centro del pueblo no estaba muy lejos de donde ellas vivían, y que era un paseo agradable. El día estaba despejado y hacía fresco, pero el sol hacía que resultase placentero caminar por la calle.

—No viene a visitarnos mucha gente —me explicó—. Excepto los varones moroi, pero la mayoría no se queda mucho tiempo.

No dijo nada más, pero me pregunté qué habría querido decir con eso. ¿Acaso aquellos moroi acudían para tener una aventura con las dhampir? Me había criado pensando que esas mujeres, las dhampir que decidían no convertirse en guardianas, eran una vergüenza y, hasta cierto punto, una indecencia. Las que había visto en el Ruiseñor encajaban en ese estereotipo de prostituta de sangre, pero Dimitri me había asegurado que no todas las dhampir eran así. Después de conocer a las mujeres de la familia Belikov, no podía estar más de acuerdo con él.

Al acercarnos al centro del pueblo, no tardé en descubrir cómo caía otro mito. La gente siempre hablaba de que las prostitutas de sangre vivían en campamentos o en comunas, pero ese no era el caso en Baia. No era una localidad enorme, como San Petersburgo o la propia Omsk, pero era un pueblo grande con una gran población humana. No era una simple aldea o un asentamiento rural. El ambiente era sorprendentemente normal, y cuando llegamos al centro, lleno de pequeñas tiendas y de restaurantes, vi que se parecía mucho a cualquier otro lugar en el mundo habitado por personas. En él se daban cita lo moderno y lo ordinario, con solo un leve toque pueblerino.

—¿Dónde están todos los dhampir? —me pregunté en voz alta.

Sydney me había dicho que existía una subcultura dhampir secreta, pero no vi ni rastro de ella.

—Ah, están aquí —respondió Viktoria sonriendo—. Tenemos muchos negocios y otros lugares que los humanos desconocen por completo —aunque yo comprendía que los dhampir eran capaces de pasar inadvertidos en una gran ciudad, me parecía increíble que lo consiguiesen en un lugar como aquel—. Muchos de nosotros convivimos y trabajamos con los humanos —añadió la hermana de Dimitri señalando con un gesto de la cabeza una tienda que parecía una farmacia—. Ahí es donde trabaja Sonya ahora.

—¿Ahora?

—Ahora que está embarazada —Viktoria puso los ojos en blanco—. Me hubiera gustado que la conocieses, pero últimamente se pasa el día gruñendo. Espero que el niño se le adelante.

Lo dejó ahí. Me pregunté cómo funcionarían las cosas entre los dhampir y los moroi que vivían allí. No volvimos a tocar el tema; seguimos hablando de cosas intrascendentes y hasta soltamos alguna broma. Era fácil que Viktoria le cayese bien a cualquiera, y en menos de una hora ya habíamos congeniado y parecía que nos conociésemos desde siempre. Quizá mi relación con Dimitri también me unía de algún modo a aquella familia.

Aquellas ideas se vieron interrumpidas en seco cuando alguien llamó a Viktoria en voz alta. Nos dimos la vuelta y vimos a un dhampir atractivo que cruzaba la calle. Tenía el pelo del color del bronce y unos ojos oscuros. Tendría una edad intermedia entre la de Viktoria y la mía.

Le dijo algo en un tono informal. Viktoria le sonrió y luego me señaló con un gesto para presentarme en ruso.

—Te presento a Nikolai —me indicó en mi idioma a continuación.

—Encantado de conocerte —dijo él cambiando también de idioma. Me examinó con rapidez, tal como suelen hacer los hombres, pero cuando se volvió hacia Viktoria, me quedó muy claro quién era la persona en la que tenía depositado todo su afecto—. Deberías llevar a Rose a la fiesta de Marina. Es el domingo por la noche —titubeó un instante, algo avergonzado—. Porque vas a ir, ¿no?

Viktoria se quedó pensativa y comprendí que no era consciente de lo enamorado que él estaba de ella.

—Iré, pero… —se volvió hacia mí—. ¿Estarás todavía por aquí?

—No lo sé —le contesté con sinceridad—. Pero iré si todavía estoy aquí. ¿Qué clase de fiesta es?

—Marina es una amiga del instituto —me explicó Viktoria—. Solo nos vamos a reunir para montar una fiesta antes de volver.

—¿Al instituto? —pregunté, tonta de mí. No se me había ocurrido pensar que los dhampir de la zona también estarían escolarizados.

—Ahora estamos de vacaciones. Por Pascua —me explicó Nikolai.

—Ah —estábamos a finales de abril, pero no tenía ni idea de en qué semana caía la Pascua. Había perdido la noción del tiempo. Aún no había sido, con lo cual su instituto debía de tener las vacaciones la semana anterior a Pascua. St. Vladimir las tenía después—. ¿Dónde está vuestro instituto?

—A unas tres horas de aquí. Está aún más perdido que este pueblo —comentó Viktoria torciendo el gesto.

—Baia no está tan mal —repuso Nikolai, provocándola.

—Para ti es fácil decirlo. Tú acabarás yéndote y verás sitios nuevos y emocionantes.

—¿Tú no puedes? —le pregunté a Viktoria.

Frunció el ceño y, de repente, pareció sentirse incómoda.

—Bueno, podría… pero aquí no hacemos las cosas así. Al menos, en mi familia. Mi abuela tiene unas convicciones muy… profundas con respecto a los hombres y a las mujeres. Nikolai será un guardián, pero yo me quedaré aquí con mi familia.

Nikolai me miró de nuevo con un repentino interés.

—¿Tú eres una guardiana?

—Bueno… —respondí, y entonces fui yo la que se sintió incómoda.

Viktoria contestó antes de que me diese tiempo a pensar en algo que decir.

—Mató a dos strigoi a las afueras del pueblo. Ella sola.

Nikolai pareció impresionado.

—Sin duda, eres una guardiana.

—Bueno, no… Ya he matado antes, pero la verdad es que no he hecho el juramento.

Me di la vuelta y me levanté el pelo para mostrarles el cuello. Además de las habituales marcas molnija, también tenía el pequeño tatuaje con forma de estrella que indicaba que había participado en una batalla. Los dos soltaron una exclamación al unísono y Nikolai dijo algo en ruso. Dejé caer el pelo y me di la vuelta.

—¿Qué? —pregunté.

—No estás… —Viktoria se mordisqueó un labio mientras buscaba las palabras para lo que quería decir—. ¿Sometida a juramento? No conozco la expresión en tu idioma.

—¿Sometida a juramento? No, pero…, ¿aquí no están todas las mujeres así?

—Aunque no seamos guardianas, tenemos las marcas que indican que hemos completado nuestro entrenamiento. Pero no tenemos marcas de promesa. Que hayas matado tantos strigoi y no tengas lealtad hacia una escuela o hacia los guardianes… —Viktoria se encogió de hombros—. Lo llamamos «no estar sometido a juramento». Es algo raro.

—También es raro en el lugar de donde vengo —reconocí.

De hecho, en realidad era algo insólito. Tanto, que no existía un término para definirlo. No se hacía y punto.

—Será mejor que os deje —dijo Nikolai con su mirada enamorada de nuevo sobre Viktoria—. Pero te veo en la fiesta de Marina, ¿verdad? O quizá antes.

—Sí —le contestó ella.

Se despidieron en ruso y luego Nikolai se alejó correteando por la calle con la agilidad atlética y fácil que los guardianes adquirían a menudo con el entrenamiento. Me recordó un poco a Dimitri.

—Debo de haberlo asustado —comenté.

—No, le pareces muy interesante.

—No tan interesante como tú.

Viktoria arqueó las cejas.

—¿Cómo?

—Le gustas. Quiero decir, que le gustas mucho. ¿No lo ves?

—Ah, no. Solo somos amigos.

Me di cuenta por su actitud de que lo decía en serio. A ella no le interesaba en absoluto Nikolai. Qué pena. Era atractivo y simpático. Dejé el tema del pobre Nikolai y me puse a hablar de nuevo de los guardianes. Me sentía intrigada por los diferentes puntos de vista que tenían allí.

—Has dicho que no podías… pero que querías ser una guardiana.

Viktoria titubeó.

—Nunca me lo he planteado seriamente. Recibo el mismo entrenamiento en el instituto y me gusta saber defenderme. Pero preferiría utilizar ese conocimiento para proteger a mi familia y no a los moroi. Sé que suena… —se calló de nuevo para buscar la palabra adecuada—. ¿Sexista? Pero los hombres se convierten en guardianes y las mujeres se quedan en casa. Mi hermano fue el único que se marchó.

Estuve a punto de tropezar.

—¿Tu hermano? —pregunté tan desapasionadamente como pude.

—Dimitri. Es mayor que yo y ya lleva un tiempo haciendo de guardián. En realidad, se marchó a Estados Unidos. Hace mucho tiempo que no lo vemos.

—Ah.

Me sentía fatal, y muy culpable. Culpable porque les estaba ocultando la verdad a Viktoria y a los demás, y fatal porque, al parecer, nadie de la academia se había molestado en avisar a la familia de lo que había sucedido. Viktoria sonrió al evocar sus recuerdos y no se dio cuenta de mi cambio de ánimo.

—Paul es clavadito a Dimitri cuando tenía su edad. Tengo que enseñarte algunas fotos… y también algunas recientes. Dimitri es muy atractivo. Para ser mi hermano, ya me entiendes.

Tuve la convicción de que ver fotos de Dimitri de niño me destrozaría el corazón. De hecho, cuanto más hablaba Viktoria de él, peor me sentía. Ella no tenía ni idea de lo que había sucedido, y aunque habían pasado un par de años desde la última vez que lo habían visto, estaba claro que lo querían con locura. Tampoco debería asombrarme algo así. Además, ¿quién no querría a Dimitri? Pasar con ellos una sola mañana me había mostrado lo unidos que estaban. Sabía por lo que Dimitri me había contado que él también estaba loco por su familia.

—¿Rose? ¿Te encuentras bien?

Viktoria me miró preocupada, probablemente porque yo no había abierto la boca durante los diez últimos minutos.

Habíamos caminado en círculo y ya casi estábamos en su casa de nuevo. Al mirarla, al ver su rostro amable y sincero y aquellos ojos tan parecidos a los de Dimitri, me di cuenta de que todavía tenía otra tarea por delante antes de empezar a perseguir a Dimitri, allá donde estuviese. Tragué saliva.

—Sí… Creo… creo que tengo que sentarme a hablar contigo y con el resto de la familia.

—Vale —me contestó, pero sin que la preocupación asomase a su voz.

Dentro de la casa, Olena estaba atareada en la cocina con Karolina. Creo que planificaban la cena de esa noche, algo sorprendente, ya que acabábamos de dar cuenta de un enorme desayuno. Sin duda, iban a terminar gustándome las comidas de la región. Paul estaba en el salón montando una complicada pista de carreras con piezas de Lego. Sentada en una mecedora, Yeva parecía la típica abuela, tejiendo un par de calcetines. La única diferencia era que, en general, las abuelas no eran capaces de incinerarte con solo mirarte.

Olena le hablaba a Karolina en ruso, pero cambió de idioma nada más verme.

—Habéis vuelto antes de lo que me esperaba.

—Hemos visto el pueblo —le respondió Viktoria—. Y… Rose quería hablar con nosotros, con todos.

Olena me miró con la misma expresión sorprendida y preocupada que Viktoria.

—¿Qué sucede?

El peso de las miradas de todos los Belikov presentes hizo que se me acelerase el corazón. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo podía explicarles algo de lo que no había hablado desde unas semanas antes? No me sentía capaz de hacerles pasar —ni de hacerme pasar a mí— por aquello. Cuando Yeva se me acercó, la situación empeoró considerablemente. Quizá había intuido por medio de la magia que iba a pasar algo grave.

—Deberíamos sentarnos —les dije.

Paul se quedó en el salón y di gracias por ello. Estaba segura de que no sería capaz de decir lo que tenía que decir si me miraba un niño, y más un niño que se parecía tanto a Dimitri.

—Rose, ¿qué sucede? —me preguntó Olena.

Tenía un aspecto tan dulce y tan… maternal que casi me eché a llorar. Cuando me enfadaba con mi madre porque no estaba cerca de mí o no hacía lo que debía hacer, siempre la comparaba con la imagen idealizada que tenía de lo que debía ser una madre. Un ideal de madre que se parecía mucho a la de Dimitri. Las hermanas también estaban muy preocupadas, como si yo fuese alguien a quien conocían de toda la vida. Su aceptación y su preocupación hicieron que me escociesen aún más los ojos, ya que me habían visto por primera vez esa misma mañana. Sin embargo, el rostro de Yeva mostraba una expresión muy extraña, casi como si hubiese sospechado algo así desde el principio.

—Veréis… el motivo por el que he venido a Baia ha sido para conoceros.

Aquello no era del todo cierto. Había ido en busca de Dimitri. Jamás pensé en buscar a su familia, pero entonces me di cuenta de que hubiera sido una buena idea.

—Veréis, Viktoria estaba hablando de Dimitri hace un rato… —a Olena se le iluminó la cara al oír el nombre de su hijo—. Y yo… lo conocía. Bueno, lo conozco. Era un guardián en mi academia. En realidad, era mi profesor.

Karolina y Viktoria se alegraron al oírlo.

—¿Cómo está? —preguntó Karolina—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vimos. ¿Sabes cuándo vendrá a visitarnos?

Ni siquiera se me pasó por la cabeza intentar responder a aquella pregunta, así que seguí hablando de lo que había sucedido antes de que me abandonasen las fuerzas ante todos aquellos rostros adorables. Las palabras salieron de mi boca como si las estuviera pronunciando otra persona y yo simplemente lo contemplara todo desde fuera.

—Hace un mes… los strigoi atacaron nuestra academia. Fue un ataque realmente grave. Era un grupo enorme de strigoi. Perdimos a mucha gente, tanto moroi como dhampir.

Olena soltó una exclamación en ruso. Viktoria se inclinó hacia mí.

—¿St. Vladimir?

Me callé un momento, sorprendida.

—¿Habéis oído hablar del ataque?

—Todo el mundo está al corriente —contestó Karolina—. Todos sabemos lo que ocurrió. ¿Era tu academia? ¿Estabas allí esa noche?

Hice un gesto de asentimiento.

—No me extraña que tengas tantas marcas molnija —musitó Viktoria, asombrada.

—¿Y Dimitri está allí ahora? —inquirió Olena—. No sabemos cuál ha sido el último puesto que le han asignado.

—Esto… sí —noté la lengua pastosa en la boca. No podía respirar—. Yo estaba en la academia la noche del ataque —dije para reafirmarme y continuar—. Dimitri también. Fue uno de nuestros líderes en la batalla… Y luchó… con mucha… con mucha valentía… y…

Me estaba desmoronando, pero llegados a ese punto, los demás empezaban a sospechar lo que había sucedido. Olena dio un grito ahogado y soltó una exclamación en ruso de la que solo entendí la palabra «Dios». Karolina se quedó inmóvil, pero Viktoria se inclinó hacia mí. Aquellos ojos, tan parecidos a los de su hermano, me miraron intensamente, tanto como si él mismo me estuviese urgiendo a decir la verdad, por desagradable que fuese.

—¿Qué sucedió? —preguntó—. ¿Qué le ocurrió a Dimitri?

Aparté la vista y miré en dirección al salón. En la pared que tenía enfrente vi una estantería llena de libros antiguos encuadernados en piel. Tenían el lomo cubierto de letras doradas. Fue cuestión de azar, pero de pronto recordé a Dimitri hablando de esos libros. «Eran las viejas novelas de aventuras que coleccionaba mi madre», me había contado en una ocasión. «Las portadas eran preciosas y a mí me encantaban. Si tenía cuidado, a veces mi madre me dejaba leerlas». La idea de un Dimitri joven sentado delante de la estantería, pasando las páginas con cuidado —y sabía que lo habría hecho con mucho cuidado—, casi me hizo desmoronarme. ¿Habría sido allí donde había desarrollado su gusto por las novelas del Oeste?

Me estaba dispersando. Me estaba distrayendo. No iba a ser capaz de decirles la verdad. Mis sentimientos comenzaban a ser demasiado fuertes, y se me agolpaban los recuerdos mientras intentaba con todas mis fuerzas pensar en algo, en cualquier cosa que no tuviese nada que ver con aquella terrible batalla.

Entonces volví a mirar a Yeva, y algo en la expresión inquietante y sabia de su rostro me animó a seguir. Tenía que hacerlo. Me volví hacia los demás.

—Luchó valientemente en la batalla y, después, ayudó a dirigir una misión de rescate para salvar a unos cuantos a los que habían capturado los strigoi. Ahí también luchó de un modo increíble, solo que…

Me callé de nuevo, y me di cuenta de que tenía las mejillas cubiertas de lágrimas. Reviví la horrible escena de la cueva, cuando Dimitri ya estaba muy cerca de la libertad, antes de que los strigoi lo cazasen en el último momento. Negué con la cabeza para desterrar esa imagen y tomé aliento de nuevo. Tenía que acabar de contarlo. Se lo debía a su familia.

No había una forma suave de decirlo.

—Uno de los strigoi… pudo más que Dimitri.

Karolina hundió la cara en el hombro de su madre, y Olena no se esforzó en contener las lágrimas. Viktoria no estaba llorando, pero su cara se había quedado completamente inmóvil. Intentaba controlar las emociones por todos los medios, igual que hubiese hecho Dimitri. Me miró de hito en hito. Necesitaba saberlo con seguridad.

—Dimitri ha muerto —me dijo.

Fue una afirmación, no una pregunta, pero me miraba fijamente para que se lo confirmase. Me pregunté si habría revelado algo más, alguna pista de que aún quedaba algo por contar. O quizá solo necesitaba oír esas palabras cargadas de certeza. Momentáneamente pensé en la posibilidad de decirles que Dimitri había muerto. Es lo que les diría la academia, lo que les dirían los guardianes. Sería más fácil para ellas… pero, no sé por qué, no fui capaz de mentirles, ni aunque se tratase de una mentira que les sirviese de consuelo. Dimitri habría querido saber toda la verdad, y su familia también.

—No —dije, y durante un segundo la esperanza revivió en las caras de todas… hasta que volví a abrir la boca—: Dimitri es un strigoi.