—Espera… ¿Cómo has dicho? —exclamé.
Eso no formaba parte de mis planes. En absoluto. Intentaba moverme por Rusia con toda la discreción que fuera posible. Además, no me atraía la idea de llevar pegada una acompañante, y menos alguien que parecía odiarme. No sabía cuánto tardaría en llegar a Siberia, aunque calculé que un par de días, y no me imaginaba pasándolos con Sydney mientras me explicaba que yo era un ser antinatural y malvado.
Me tragué la rabia e intenté razonar con ella. Después de todo, le estaba pidiendo un favor.
—No será necesario —contesté, obligándome a sonreír—. Eres muy amable por ofrecerte, pero no quiero molestar.
—Pues no hay forma de evitarlo —replicó con sequedad—. Y no es que quiera ser amable; ni siquiera tengo elección. Es una orden de mis superiores.
—A mí me sigue pareciendo que para ti es una putada. ¿Por qué no me dices dónde está y pasas de tus jefes?
—Es evidente que no conoces a la gente para la que trabajo.
—No me hace falta. Hago caso omiso de la autoridad constantemente. No es difícil cuando te acostumbras.
—¿Ah, sí? ¿Y qué tal te funciona a la hora de encontrar ese pueblo? —me preguntó con voz burlona—. Mira, si quieres llegar hasta allí, este es el único modo.
Bueno, era el único modo si quería utilizar a Sydney como fuente de información. Siempre podía volver al Ruiseñor para ver qué encontraba… pero ya había tardado mucho en encontrar una pista en aquel lugar, mientras que ella estaba disponible y tenía la información que necesitaba.
—¿Por qué? ¿Por qué tienes que ir tú también? —quise saber.
—No puedo decírtelo. En resumen: me han obligado.
Maravilloso. La miré fijamente mientras intentaba comprender qué estaba pasando. ¿Por qué demonios alguien —y mucho menos unos humanos involucrados en el mundo moroi— iba a querer preocuparse de adónde se dirigía una dhampir adolescente? No pensaba que Sydney tuviera motivos ocultos, a no ser que fuera una actriz muy buena, realmente buena. Sin embargo, estaba claro que la gente a la que debía obedecer tenía sus propios planes, y a mí no me gustaba que nadie me planificara la vida. Pero lo cierto era que estaba impaciente por acabar con aquello. Cada día que pasaba era otro día en el que no encontraba a Dimitri.
—¿Cuándo podemos marcharnos? —le pregunté por fin.
Llegué a la conclusión de que Sydney no era más que una burócrata chupatintas. No había demostrado habilidad alguna para seguirme por los callejones. Seguro que no me costaba nada librarme de ella cuando estuviéramos cerca del pueblo de Dimitri.
Pareció algo decepcionada por mi respuesta, casi como si hubiera tenido la esperanza de que fuera a negarme, ya que de ese modo se habría librado de mí. Quería venir conmigo tanto como yo quería que me acompañase ella. Abrió el bolso y sacó el móvil de nuevo. Tecleó durante un par de minutos y consiguió finalmente unos cuantos horarios de trenes. Me mostró los que salían al día siguiente.
—¿Te viene bien esto?
Miré la pantalla y asentí.
—Sé dónde está la estación. Sabré llegar.
—Vale —se puso en pie y dejó unos cuantos billetes en la mesa—. Nos vemos mañana —echó a andar hacia la puerta, pero se volvió un momento—. Ah, y puedes comerte el resto de las patatas.
Cuando llegué a Rusia, me alojé en albergues. Tenía dinero más que de sobra para alojarme en otro sitio, pero no quería llamar la atención. Además, el lujo no era mi prioridad. Sin embargo, cuando comencé a frecuentar el Ruiseñor, me di cuenta de que me costaba volver a una pensión llena de estudiantes mochileros cuando lo que llevaba puesto era un elegante vestido de noche.
Así pues, me trasladé a un hotel de lujo donde había tipos que te abrían la puerta y una recepción con el suelo de mármol. La recepción era tan grande que en ella habría cabido toda una pensión. Quizá dos pensiones. Mi habitación también era grande y recargada, y me sentí agradecida cuando entré y me pude quitar los tacones y el vestido. Me di cuenta con un leve sentimiento de pérdida que tendría que dejar allí los vestidos que me había comprado en San Petersburgo. Quería viajar con un equipaje ligero y, aunque mi mochila era grande, tenía un límite. En fin… Sin duda, esos vestidos harían feliz a alguna mujer de la limpieza. La única pieza que realmente necesitaba era mi nazar, un colgante que parecía un ojo azul. Me lo había regalado mi madre, y a ella se lo había regalado mi padre. Siempre lo llevaba colgado al cuello.
El tren que nos llevaría a Moscú salía a última hora de la mañana, y luego tomaríamos un tren que atravesaría el país hasta Siberia. Quería estar bien descansada y preparada para todo lo que se avecinaba. En cuanto me puse el pijama, me metí bajo el grueso edredón de la cama y confié en que el sueño llegase pronto. Sin embargo, la cabeza me daba vueltas con todo lo que me había pasado. La situación con Sydney era un giro extraño e inesperado dentro de mis planes, pero podía manejarla. Mientras viajásemos en medios de transporte públicos, lo tendría difícil para llevarme ante sus misteriosos superiores. Y por lo que había dicho respecto a la duración del viaje, solo tardaríamos un par de días más o menos en llegar al pueblo. Dos días me parecían un período de tiempo increíblemente largo y, a la vez, increíblemente corto.
Eso significaba que me enfrentaría a Dimitri dentro de pocos días… y, luego, ¿qué? ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Sería capaz de matarlo? Y aunque lograse armarme de valor para hacerlo, ¿tendría la habilidad necesaria para vencerlo? Las mismas preguntas que me había hecho a lo largo de las dos semanas anteriores me acosaron una y otra vez. Todo lo que yo sabía me lo había enseñado Dimitri, y gracias a los tremendos reflejos que le otorgaba su condición de strigoi, sería de verdad el dios que yo siempre le decía que era. La muerte era un final más que posible para mí.
Sin embargo, preocuparme no me iba a ayudar en esos momentos y, al mirar el reloj, vi que llevaba más de una hora despierta. Eso no me hacía ningún bien. Necesitaba estar en las mejores condiciones físicas. Así pues, hice algo que sabía que no debía hacer, pero que siempre me había funcionado para sacarme las preocupaciones de la cabeza; sobre todo, porque me metía en la cabeza de otra persona.
Solo necesité un poco de concentración para colarme en la mente de Lissa. Al principio no sabía si el proceso funcionaría estando tan lejos la una de la otra, pero luego había descubierto que no era distinto a cuando me encontraba a su lado.
Allí, en Montana, era la última hora de la mañana, y Lissa no tenía clase, ya que era sábado. Me había esforzado durante el tiempo que habíamos estado separadas en levantar una serie de barreras mentales que casi habían bloqueado por completo sus pensamientos y sentimientos. Al entrar en ella, todas las barreras desaparecieron, y sus sentimientos me golpearon como un maremoto. Estaba cabreada, pero que muy cabreada.
—¿Por qué cree que con chasquear los dedos puede hacer que yo vaya donde ella quiera y cuando ella quiera? —bufó Lissa.
—Porque es la reina, y porque hiciste un trato con el diablo.
Lissa y su novio, Christian, estaban en el desván de la capilla de la escuela. En cuanto reconocí el lugar, casi me salí de su cabeza. Los dos habían tenido ya demasiados encuentros «románticos» en aquel sitio, y no quería estar allí si se iban a empezar a quitar la ropa a tirones. Por suerte, o quizá no, la rabia que la invadía me indicó que ese día no iban a mantener relaciones sexuales, no con ese mal humor.
Qué ironía. Se habían intercambiado los caracteres. Lissa era la que estaba rabiosa, mientras que Christian se mantenía tranquilo en un intento de aparentar calma. Estaba sentado en el suelo y con la espalda apoyada en la pared; Lissa estaba sentada frente a él, con las piernas separadas y rodeada por los brazos de Christian. Lissa apoyó la cabeza en su pecho y suspiró.
—¡He hecho todo lo que me ha pedido durante estas últimas semanas! «Vasilisa, haz el favor de enseñarle el campus a esta estúpida visita de la realeza», «Vasilisa, haz el favor de subirte a un avión para pasar el fin de semana, que te voy a presentar a unos cuantos miembros importantes de la Corte», «Vasilisa, haz el favor de pasar un poco de tiempo como voluntaria con los estudiantes más jóvenes. Te dará buena imagen».
A pesar de la frustración que sentía Lissa, no pude evitar reírme. Había imitado a la perfección la voz de Tatiana.
—Eso último lo habrías hecho por voluntad propia —le comentó Christian.
—Sí… La clave está en «por voluntad propia». No soporto que últimamente intente dirigir todas y cada una de las partes de mi vida.
Christian se inclinó un poco hacia delante y la besó en la mejilla.
—Ya te he dicho que has hecho un trato con el diablo. Eres su ojito derecho. Quiere asegurarse de que la dejas en buen lugar.
Lissa soltó un bufido. Aunque los moroi vivían integrados en los países dominados por los humanos y estaban sujetos a las leyes de esos gobiernos, también debían obediencia a un rey o a una reina procedente de una de las doce familias reales de los moroi. La reina Tatiana, de la familia Ivashkov, era la gobernante en esos momentos, y se había interesado personalmente por Lissa, la última descendiente de la familia Dragomir. Tatiana le había ofrecido un trato: si se iba a vivir a su corte después de graduarse en St. Vladimir, la reina se ocuparía de conseguirle una plaza en la Leigh University de Pensilvania. Lissa era un cerebrito, y pensó que valdría la pena vivir en la corte de la reina Tatiana con tal de poder estudiar en una universidad prestigiosa y de gran tamaño, en vez de las pequeñas a las que asistían los moroi por razones de seguridad.
Sin embargo, Lissa había acabado descubriendo poco a poco las obligaciones que eso implicaba.
—Y me siento y lo acepto —dijo Lissa—. Sonrío y digo: «Sí, Majestad. Lo que usted quiera, Majestad».
—Pues dile que rompes el trato. Cumples dieciocho años dentro de un par de meses. Seas o no miembro de la realeza, no estás obligada a nada. No tienes por qué ir a una universidad importante. Nos iremos tú y yo solos. Puedes ir a la universidad que quieras. O no vayas a ninguna. Podemos largarnos a París o yo qué sé adónde y trabajar en un pequeño restaurante. O vender cuadros malos en la calle.
Aquello hizo que Lissa se echara a reír, y se acurrucó un poco más contra Christian.
—Claro, ya te veo trabajando con la paciencia necesaria para atender a los clientes. Te despedirían al primer día. Me parece que el único modo que tendremos de sobrevivir es que yo vaya a la universidad y me gane la vida para que los dos sobrevivamos.
—Sabes que hay otras formas de entrar en la universidad.
—Sí, pero ninguna tan buena como esta —respondió ella con melancolía—. Al menos, no tan fácilmente. Este es el único modo. Me gustaría ser capaz de conseguirlo todo y plantarle cara. Rose lo hubiera hecho.
—Rose habría acabado detenida por traición en cuanto Tatiana le hubiese pedido hacer algo.
Lissa sonrió con tristeza.
—Sí, tienes razón —la sonrisa se convirtió en un suspiro—. La echo mucho de menos.
Christian la besó de nuevo y dijo:
—Lo sé —era una conversación habitual entre ellos, una de la que jamás se cansaban, porque el afecto que Lissa sentía hacia mí no desaparecía—. Ella sigue bien, ya lo sabes. Esté donde esté, está bien.
Lissa se quedó mirando la oscuridad del desván. La única luz llegaba a través de la vidriera y eso hacía que pareciese un mundo de hadas. El desván había recibido una limpieza a fondo. En realidad, lo habíamos limpiado entre Dimitri y yo. Solo habían pasado un par de meses, pero ya se estaban acumulando de nuevo cajas y un montón de polvo. El sacerdote era un tipo simpático, pero también un poco urraca y le gustaba amontonar cosas. Pero Lissa no se daba cuenta de nada, estaba demasiado concentrada en mí.
—Eso espero. Ojalá supiese más o menos dónde está. No dejo de pensar que si le pasara algo, si se… —Lissa fue incapaz de seguir—. Bueno, no dejo de pensar que lo sabría de algún modo, que lo sentiría. Ya sé que el vínculo es de un solo sentido… Eso no ha cambiado, pero lo sabría si le pasase algo, ¿no?
—No lo sé. Quizá. Quizá no —contestó él.
Cualquier otro chico le habría respondido algo amable y dulce para tranquilizarla. Le habría asegurado que sí, que por supuesto lo habría sabido. Pero parte de la personalidad de Christian era ser brutalmente sincero. A Lissa le gustaba eso. A mí también. Eso hacía que a veces no fuera un amigo agradable, pero al menos sabías que no te iba a decir cualquier chorrada.
Lissa suspiró de nuevo.
—Adrian dice que está bien. Visita los sueños de Rose. Daría lo que fuera por poder hacerlo. Mis poderes de curación son cada vez mejores, y ya tengo dominado lo del aura. Pero sigo sin sueños.
Saber que Lissa me echaba de menos casi me hizo más daño que si me hubiese olvidado por completo. Nunca quise hacerle sufrir. Ni siquiera cuando estaba resentida con ella porque me parecía que me controlaba la vida. Jamás la odié. La quería como a una hermana, y no podía soportar la idea de que estuviese sufriendo por mi culpa. ¿Cómo era posible que se hubiese fastidiado tanto la cosa entre nosotras dos?
Christian y Lissa se quedaron sentados envueltos en un silencio cómodo, extrayendo fuerzas y amor el uno del otro. Tenían lo mismo que habíamos tenido Dimitri y yo, un sentimiento de unión y de familiaridad para el que a menudo no hacían falta palabras. Él le pasó los dedos por el pelo y, aunque no era capaz de verlo tan bien a través de sus propios ojos, me imaginé su pelo claro reluciendo bajo la luz multicolor de la vidriera. Christian le puso varios mechones detrás de las orejas e inclinó su cabeza hacia atrás. Acercó sus labios a los de Lissa y el beso comenzó de una forma dulce y suave para después intensificarse lentamente. Una sensación tibia se transmitió de la boca de Christian a la de Lissa.
«Oh, oh», pensé. Quizá había llegado el momento de desconectarme, pero ella interrumpió el beso antes de que tuviera que hacerlo.
—Es la hora —dijo con desgana—. Tenemos que irnos.
La mirada de los ojos azul claro de Christian indicaba que no estaba de acuerdo.
—Quizá es el momento perfecto para hacerle frente a la reina. Deberías quedarte aquí. Sería un modo perfecto de reforzar tu carácter.
Lissa le propinó un codazo flojo y luego le dio un beso en la frente antes de ponerse en pie.
—No quieres que me quede aquí por eso, así que no intentes jugármela.
Christian murmuró algo sobre que no era así como quería jugar con ella, y eso le valió otro codazo. Echaron a andar hacia el edificio de administración, que se encontraba en el centro del campus del instituto. Aparte de los primeros tonos rosáceos de la primavera, todo estaba igual que cuando yo me había marchado. Al menos, de puertas para afuera. Los edificios de piedra tenían el mismo aspecto grandioso e imponente. Los árboles altos y viejos seguían montando guardia. Sin embargo, dentro, en el corazón de los profesores y de los estudiantes, algo había cambiado. Todo el mundo tenía cicatrices por el ataque. Muchos de los nuestros habían muerto y, aunque las clases se habían reanudado, todos seguían apenados.
Lissa y Christian llegaron por fin al edificio de administración. Ella no sabía por qué la habían llamado exactamente, tan solo que Tatiana quería que conociese a un miembro de la realeza que acababa de llegar a la academia. Lissa no estaba preocupada, teniendo en cuenta la cantidad de gente que Tatiana la había obligado a conocer últimamente. Christian y ella entraron en el despacho principal, donde encontraron a la directora Kirova charlando con un moroi mayor y con una chica de aproximadamente nuestra edad.
—Ah, la señorita Dragomir. Por fin.
Yo había tenido muchos problemas con Kirova mientras estudiaba allí, pero verla me hizo sentir un poco de nostalgia. Que te expulsasen por provocar una pelea en clase me parecía mucho mejor que cruzar Siberia para encontrar a Dimitri. Kirova tenía el mismo aspecto pajaril de siempre, con las mismas gafas colgando del extremo de la nariz. El hombre y la chica se pusieron en pie, y Kirova los señaló con un gesto.
—Os presento a Eugene Lazar y a su hija Avery —Kirova se volvió de nuevo hacia Lissa—. Ellos son Vasilisa Dragomir y Christian Ozzera.
A partir de ese momento, se produjo una intensa evaluación por parte de todos. Lazar era un nombre que pertenecía a la realeza, pero eso no era ninguna sorpresa, ya que había sido Tatiana quien había organizado aquel encuentro. Lazar le dedicó a Lissa una sonrisa encantadora mientras le estrechaba la mano. Pareció un poco sorprendido de ver allí a Christian, pero mantuvo la sonrisa. Por supuesto, esa clase de reacción ante Christian era de esperar.
Había dos formas de convertirse en un strigoi, a la fuerza o por decisión propia. Un strigoi podía convertir a otra persona, un humano, un moroi o un dhampir, si se bebía su sangre y luego le hacía beber a su vez sangre strigoi. Eso era lo que le había ocurrido a Dimitri. El otro modo de convertirse en un strigoi solo lo podían conseguir los moroi, y era por decisión propia. Aquellos moroi que decidían matar a una persona bebiéndose su sangre también se convertían en strigoi. Normalmente, los moroi solo bebían pequeñas cantidades de sangre no letales de humanos dispuestos a ello. Pero si tomaban tanta como para acabar con la fuerza vital de la otra persona… Bueno, eso hacía que el moroi cayese en el lado oscuro y perdiese su magia elemental hasta transformarse en un no muerto malvado.
Eso era exactamente lo que habían hecho los padres de Christian. Habían matado de forma voluntaria y se habían convertido en strigoi para conseguir la vida eterna. Christian jamás había mostrado deseo alguno por convertirse en un strigoi, pero todo el mundo se comportaba como si estuviera a punto de hacerlo. Lo cierto era que su actitud cortante y crítica no ayudaba mucho. Buena parte de su familia cercana, a pesar de pertenecer a la realeza, también había sido rechazada de forma injusta. Sin embargo, él y yo nos habíamos unido para acabar con muchos strigoi durante el ataque. La gente se había enterado de lo ocurrido y eso había hecho que mejorase su reputación.
Kirova no era famosa por perder el tiempo con formalidades, así que fue directa al grano.
—El señor Lazar va a ser el nuevo director.
Lissa todavía le estaba sonriendo al señor Lazar, pero giró de inmediato la cabeza hacia Kirova.
—¿Cómo?
—Voy a dejar el puesto —le explicó Kirova con una voz tan neutra y desapasionada como la del mejor guardián—. Aunque seguiré trabajando en la escuela como profesora.
—¿Va a dar clases? —preguntó Christian con voz incrédula.
Kirova lo miró frunciendo el ceño.
—Sí, señor Ozzera. Para eso vine en un principio a esta escuela. Estoy segura de que, si me esfuerzo lo suficiente, recordaré cómo se hace.
—Pero… ¿por qué? Aquí hace un gran trabajo —inquirió Lissa.
Era más o menos cierto. A pesar de mis enfrentamientos con Kirova, casi todos por mi empeño en saltarme las normas, seguía teniendo un gran respeto por ella. Lissa también.
—Llevo algún tiempo pensando en volver a la enseñanza —explicó Kirova—. Este me parece un momento tan bueno como cualquier otro, y el señor Lazar es un administrador excelente.
Lissa era muy buena a la hora de captar las intenciones y los sentimientos de las personas. Creo que era parte de los efectos secundarios del uso del espíritu, del mismo modo que el espíritu hacía que aquellos que lo utilizaban se volviesen muy carismáticos. Lissa pensó que Kirova mentía, y yo también. Si hubiera sido capaz de leerle el pensamiento a Christian, estoy casi segura de que él pensaba lo mismo. El ataque contra la academia había hecho que cundiese el pánico entre mucha gente, sobre todo entre los miembros de la realeza, aunque el problema que había provocado ese ataque se había arreglado hacía ya mucho tiempo. Supuse que detrás de todo aquello se encontraba la mano de Tatiana, que había obligado a Kirova a dimitir para que un miembro de la realeza ocupase el cargo, por lo que todos los miembros de las familias reales se sentirían mejor.
Lissa no dejó que sus pensamientos se viesen reflejados en su cara y se volvió hacia el señor Lazar.
—Bueno, pues ha sido un placer conocerle. Estoy segura de que hará un gran trabajo. Hágame saber si puedo hacer algo para ayudarle en sus tareas.
Representó a la perfección su papel de princesa. Ser educada y dulce era uno de sus múltiples talentos.
—Lo cierto es que sí —contestó Lazar. Tenía una voz profunda y retumbante, de esas que llenan la habitación. Señaló con un gesto a su hija—. Me preguntaba si podrías enseñarle el lugar a Avery y ayudarla a orientarse. Se graduó el año pasado, pero me ayudará con mis tareas. Sin embargo, estoy seguro de que preferirá pasar el tiempo con alguien de su edad.
Avery sonrió, y Lissa le prestó atención de verdad por primera vez. Era muy guapa. Deslumbrante. Lissa también era muy guapa, gracias a su precioso pelo y a los ojos color jade de su familia. A mí me parecía que era cien veces más guapa que Avery, pero al lado de la otra chica, algo mayor, tenía un aspecto más simple. La hija de Lazar era alta y delgada como la mayoría de los moroi, pero tenía unas cuantas curvas atractivas en los lugares apropiados. Ese tipo de pechos, como los míos, eran muy codiciados entre los moroi, y su larga melena de color castaño y sus ojos azul grisáceo completaban el conjunto.
—Prometo no ser mucha molestia —dijo Avery—. Y, si quieres, te comentaré algunos secretos de la vida en la Corte. Me han dicho que te vas a trasladar allí.
Las defensas de Lissa se activaron de inmediato. Se dio cuenta de lo que estaba pasando. Tatiana no solo había echado a Kirova; también había enviado a alguien para que la vigilase a ella. Una compañera guapa y perfecta que podría supervisarla e intentar instruirla para que cumpliera las exigencias de Tatiana. Lissa fue muy amable al hablar, pero sus palabras estaban cargadas de hielo cuando las pronunció.
—Sería genial. Últimamente ando muy ocupada, pero podemos intentar encontrar algún hueco.
Ni el padre de Avery ni Kirova parecieron percatarse de que lo que en realidad estaba queriendo decir era «Lárgate», pero Lissa notó en los ojos de Avery que su mensaje había llegado.
—Gracias —contestó Avery. Podía equivocarme, pero por la expresión de su cara me pareció que estaba dolida—. Estoy segura de que ya se nos ocurrirá algo.
—Bien, bien —exclamó Lazar, sin darse cuenta ni por asomo de lo ofendida que estaba su hija—. ¿Podrías enseñarle ahora a Avery el alojamiento? Va a quedarse en el ala este.
—Claro —respondió Lissa, deseando hacer cualquier cosa menos eso.
Christian, Avery y ella echaron a andar hacia la puerta pero, en ese momento, dos jóvenes entraron en el despacho. Uno era un moroi, algo más joven que nosotros, y el otro era un dhampir de unos veinte años. Se trataba de un guardián, por la expresión dura y seria de su rostro.
—Ah, aquí estás —dijo Lazar, haciendo un gesto para que se acercasen. Le puso una mano en el hombro al más joven—. Os presento a mi hijo Reed. Empieza Secundaria y asistirá a clase en la academia. Está entusiasmado.
En realidad, Reed no parecía nada entusiasmado. Tenía el aspecto de ser el tipo más hosco que jamás había conocido. Si alguna vez tenía que representar el papel de una adolescente descontenta, habría aprendido todo lo necesario de la cara de Reed Lazar. Tenía los mismos rasgos atractivos de Avery, pero estropeados por una mueca huraña que daba la impresión de estar siempre presente en su cara. Lazar le presentó a todos los demás. La única respuesta de Reed fue un «Hola» gutural.
—Y este es Simon, el guardián de Avery —añadió Lazar—. Por supuesto, mientras se encuentre en el campus, no tiene por qué estar todo el rato pegado a ella. Ya sabéis cómo va esto. Aun así, seguro que lo veis por los alrededores.
Yo tenía la esperanza de que no fuera así. No parecía tan desagradable como Reed, pero tenía un cierto aspecto severo que resultaba exagerado incluso para un guardián. De repente, compadecí un poco a Avery. Si aquel tipo fuera mi única compañía, yo también querría hacerme amiga cuanto antes de alguien como Lissa. Esta, sin embargo, ya había dejado bien claro que no pensaba formar parte de los planes de Tatiana. Lissa y Christian acompañaron a Avery a la oficina de alojamiento sin hablar apenas. En circunstancias normales, Lissa habría ayudado a Avery a acomodarse y la habría invitado a comer más tarde. Pero esta vez, no. Y menos con todos aquellos planes ocultos.
Regresé a mi propio cuerpo, en el hotel. Sabía que ya no debía preocuparme por la vida en la academia, y que incluso tendría que compadecerme de Avery. Sin embargo, allí tumbada y con la mirada perdida en la oscuridad, no pude evitar sentirme un poco satisfecha —y sí, muy ufana— por aquel encuentro: Lissa no tenía intención de buscarse una nueva amiga durante un buen tiempo.