VEINTINUEVE

El vuelo duró unas treinta horas.

Viajar desde Siberia hasta Montana no fue fácil. Volé desde Novosibirsk a Moscú, de allí a Ámsterdam, de allí a Seattle y, por último, a Missoula. Cuatro vuelos distintos. Cinco aeropuertos. Corriendo de acá para allá. Fue agotador, pero cuando entregué mi pasaporte para entrar de nuevo en Estados Unidos al llegar a Seattle, me sentí feliz y aliviada.

Antes de abandonar Rusia, pensé que Abe vendría conmigo y pondría fin a la tarea personalmente, entregándome en mano a quienquiera que le hubiese contratado.

—Vas a volver, ¿verdad? —preguntó en el aeropuerto—. A la academia, quiero decir. No vas a quedarte en algún aeropuerto y desaparecer, ¿no?

Sonreí.

—No. Voy a volver a St. Vladimir.

—¿Y te quedarás allí? —insistió. No parecía tan peligroso como en Baia, pero pude ver la severidad en su mirada.

Mi sonrisa se quebró un instante.

—No sé qué va a pasar. Aquel ya no es mi sitio.

—Rose…

Levanté la mano para impedirle hablar, sorprendida por mi propia determinación.

—Se acabó. Nada de extraescolares. Dijiste que te contrataron para traerme aquí. Informar sobre lo que hago a continuación no forma parte de tu trabajo —o eso esperaba, al menos. Quienquiera que me quisiese de vuelta tenía que pertenecer a la academia. Volvería pronto. Habían ganado. Los servicios de Abe ya no eran necesarios.

Pese a su victoria, no parecía alegrarse de tener que dejarme marchar. Suspiró al volver su mirada hacia una de las puertas de embarque.

—Tienes que pasar por el control de seguridad o perderás el vuelo.

Asentí.

—Gracias por… —¿por qué, exactamente? ¿Por su ayuda?—. Por todo.

Acababa de volverme cuando noté su mano en mi hombro.

—¿No llevas más ropa?

La mayoría de mi ropa estaba repartida por toda Rusia. Uno de los alquimistas había encontrado mis zapatos, mis vaqueros y mi suéter pero, por lo demás, tendría que apechugar con el frío hasta regresar a Estados Unidos.

—No necesito nada más —le dije.

Abe arqueó una ceja. Se volvió hacia uno de los guardias e hizo un breve gesto hacia mí. Inmediatamente, el guardián se quitó el abrigo y se lo entregó. Era un tipo delgado, pero aun así su abrigo me quedaba grande.

—En serio, no me hace falta…

—Quédatelo —me ordenó Abe.

Lo acepté y, para mi sorpresa, Abe empezó a quitarse la bufanda que protegía su cuello. Era una de las buenas además: de cachemira, hilada con un abanico de brillantes colores, más apropiada para el Caribe que para Rusia o Montana. También empecé a protestar, pero la expresión de su rostro me hizo callar. Me puse la bufanda alrededor del cuello y le di las gracias, mientras me preguntaba si lo volvería a ver. No me molesté en preguntar, porque me dio la impresión de que no iba a decírmelo, de todos modos.

Cuando finalmente aterricé en Missoula treinta horas después, me prometí no volver a tomar un avión en una larga temporada… unos cinco años, más o menos. Puede que diez. Al no llevar equipaje, salir del aeropuerto fue coser y cantar. Abe había enviado un mensaje para informar de mi llegada, pero no tenía ni idea de a quién enviarían a buscarme. Alberta, que dirigía a los guardianes en St. Vladimir, parecía la opción con más posibilidades. O quizá fuese mi propia madre. Nunca sabía dónde estaba pero, entonces, de pronto, la eché muchísimo de menos. Ella también hubiese sido una elección lógica.

Así que fue toda una sorpresa cuando vi que la persona que me esperaba a la salida del aeropuerto era Adrian.

En su cara se dibujaba una sonrisa de oreja a oreja, a la que respondí acelerando el paso. Lo abracé con fuerza, para asombro de ambos.

—Nunca me había alegrado tanto de verte —dije.

Él me estrechó con fuerza y luego me soltó para halagarme.

—Los sueños nunca están a la altura de la vida real, pequeña dhampir. Estás preciosa —me había aseado después de mi enfrentamiento con los strigoi y Oksana había seguido curándome pese a mis protestas. Hasta me había curado los golpes que tenía en el cuello, por los que no me había preguntado. Nadie sabía a qué se debían.

—Y tú estás… —lo miré. Iba tan bien vestido como siempre, con un abrigo de lana hasta las rodillas y una bufanda verde que hacía juego con sus ojos. Su pelo castaño oscuro lucía aquel aspecto descuidado que tanto se esforzaba en conseguir, pero su cara… ah, bueno. Como ya había observado antes, los puñetazos de Simon le habían pasado factura. Adrian tenía un ojo hinchado y amoratado. Aun así, al pensar en él y en lo que había hecho… ninguno de aquellos golpes importaba—. Magnífico.

—Mentirosa —dijo él.

—¿No te podría haber curado Lissa el ojo?

—Es una medalla de honor. Me hace parecer más viril. Venga, te espera tu carruaje.

—¿Por qué te han mandado a ti? —pregunté mientras me conducía hacia el aparcamiento—. Estás sobrio, ¿verdad?

Adrian no se molestó en responder a aquella última impertinencia.

—Bueno, la academia no tiene ninguna responsabilidad para contigo, ya que a sus ojos no eres más que alguien que ha abandonado los estudios antes de graduarse. Así que no estaban obligados a enviar a nadie a recogerte. Ninguno de tus amigos puede salir del campus… ¿pero yo? Soy un espíritu libre y voy a donde quiero. Así que tomé prestado un coche y aquí estoy.

Sus palabras despertaron sentimientos encontrados en mí. Me alegró saber que se había tomado la molestia de venir a buscarme, pero me molestaba que la academia no se sintiese responsable de mí. Durante todos mis viajes nunca dejé de pensar en St. Vladimir como mi hogar… aunque técnicamente ya no estudiaba allí. No era más que una visitante.

Mientras nos preparábamos para ponernos en marcha, Adrian me contó cómo habían ido las cosas en la academia. Después de aquel despliegue de poder psíquico, no me había quedado mucho tiempo en la mente de Lissa. Oksana había curado mi cuerpo, pero seguía exhausta y dolida en lo emocional. Aunque había conseguido aquello que me había propuesto, la imagen de Dimitri cayendo sin parar me seguía atormentando.

—Parece que tenías razón cuando dijiste que Avery se había vinculado a Simon y Reed —dijo Adrian—. Por la información que he podido reunir, parece que Simon murió en una pelea de la que Avery fue testigo hace años. Todo el mundo pensaba que era un milagro que hubiese sobrevivido, pero porque nunca supieron la verdad.

—Ella os ocultó sus poderes al resto —murmuré—. ¿Y Reed murió más tarde?

—Bueno, eso es lo raro —dijo Adrian, frunciendo el ceño—. Nadie sabe con certeza cuándo murió. Quiero decir, es un miembro de la realeza. Ha llevado una vida acomodada, ¿no? Pero por lo que he podido saber de él, que no es mucho, porque todos mis informantes son gente rarísima, parece que Avery lo mató intencionadamente y después lo trajo de vuelta a la vida.

—Como quería hacer con Lissa —dije yo, recordando las palabras de Simon durante la pelea—. Avery quería matarla, traerla de vuelta y vincularse a ella. ¿Pero por qué Lissa, precisamente?

—¿Sabes lo que pienso? Que es porque domina el espíritu. Ahora que el espíritu ya no es un secreto para nadie, era cuestión de tiempo que Avery supiese lo de Lissa y yo. Creo que Avery pensó que si se vinculaba con Lissa, su poder aumentaría. Parece que para ello estaba extrayendo mucha energía de esos dos —Adrian negó con la cabeza—. No bromeaba cuando dije que había sentido el espíritu desde la otra punta del campus. Avery estaba manejando mucho poder para lograr manipular a tanta gente, manipular su aura y solo ella sabe qué más… bueno, era asombroso.

Contemplé la carretera que se extendía ante nosotros mientras pensaba en las consecuencias de las acciones de Avery.

—Y por eso Reed estaba tan fastidiado… por eso estaba tan enfadado y siempre buscando bronca. Simon y él absorbían toda la oscuridad producida por utilizar el espíritu. Como hago yo con Lissa.

—Sí, pero tú no eres como esos tipos. Con Simon no era tan obvio, porque se le da mejor mantener cara de póquer, pero ambos estaban a la que saltaban. ¿Y ahora? Ahora han cruzado el límite. Los tres.

Recordé a Simon mirando a la nada y a Avery gritando. Temblé.

—Cuando dices que han cruzado el límite…

—Quiero decir que se han vuelto completamente locos. Esos tres van a estar ingresados en un centro el resto de sus vidas.

—Por lo que tú… ¿por lo que les hicimos? —pregunté angustiada.

—En parte —dijo—. Avery estaba utilizando todo ese poder contra nosotros, así que cuando se lo devolvimos con creces… bueno, creo que fue como sobrecargar sus mentes. Y, para ser sincero, teniendo en cuenta el estado en el que se encontraban Reed y Simon, era el único desenlace posible. Para Avery también.

—Mark tenía razón —murmuré.

—¿Quién?

—El otro tipo bendecido por la sombra al que conocí. Hablaba sobre cómo Lissa y yo podríamos ser capaces, algún día, de disipar nuestra respectiva oscuridad. Hace falta que exista un equilibrio de poder entre alguien capaz de utilizar el espíritu y alguien bendecido por la sombra. No comprendía del todo los motivos, pero supongo que el pequeño grupito de Avery no había sido capaz de manejar aquel equilibrio. Me da la impresión de que vincularse a más de una persona no es bueno.

—Ya —Adrian pasó un buen rato callado, reflexionando sobre todo aquello. Finalmente, se echó a reír—. Jo, no me puedo creer que hayas encontrado a otra persona capaz de utilizar el espíritu y a alguien bendecido por la sombra. Es como encontrar una aguja en un pajar. Pero a ti siempre te pasan estas cosas. Me muero de ganas por saber qué otras cosas has hecho.

Aparté la mirada y apoyé la mejilla contra el cristal.

—La verdad es que no es muy interesante.

Ninguno de los funcionarios de la academia estaba al corriente de mi papel en el enfrentamiento con Avery, por lo que nadie me hizo preguntas cuando regresamos. Todavía estaban recogiendo y haciendo un montón de preguntas a Adrian y Lissa. El espíritu era un fenómeno tan nuevo que nadie sabía qué pensar de lo que había ocurrido. Avery y aquellos a quienes estaba vinculada estaban recibiendo atención y su padre había pedido una baja temporal.

Adrian me acreditó como su invitada, lo cual me permitió acceder al campus. Al igual que todos los visitantes, también recibí una lista de sitios donde podía quedarme y de las cosas que podía y no podía hacer. No tardé en pasar totalmente de ella.

—Tengo que irme —le dije a Adrian inmediatamente.

Él respondió con una sonrisa comprensiva.

—Me lo imaginaba.

—Gracias por… venir a buscarme. Siento tener que dejarte…

Me indicó con un gesto que no me preocupase.

—No me estás dejando. Has vuelto; eso es lo que importa. Si he sido paciente todo este tiempo puedo serlo durante un rato más.

No aparté mis ojos de los suyos durante un momento, asombrada por los cálidos sentimientos que empezaban a bullir en mi interior. No obstante, me los guardé para mí y le lancé una rápida sonrisa antes de encaminarme hacia el campus.

Me llevé unas cuantas miradas de extrañeza por el camino hacia el cuarto de Lissa. Las clases acababan de terminar, así que había muchos estudiantes yendo de aquí para allá. Sin embargo, cuando me veían pasar, todos se callaban, dejaban de moverse y de hablar. Me recordó a aquellas ocasiones en las que Lissa y yo regresábamos al campus después de huir. Recibíamos un trato similar por parte de nuestros compañeros a nuestro paso por la cafetería.

Quizá solo fuesen imaginaciones mías, pero en aquella ocasión, la cosa parecía haber empeorado. Las miradas estaban cargadas de sorpresa. El silencio era todavía mayor. La última vez, me había dado la impresión de que la gente atribuía nuestra huida a una especie de broma. En aquella ocasión, sin embargo, nadie tenía claro por qué me había marchado. Después del ataque a la academia me había convertido en una heroína, para luego abandonar mis estudios y desaparecer. Algunas de las compañeras de Lissa reaccionaban ante mí como lo hubiesen hecho ante un fantasma.

Tenía mucha experiencia en ignorar los chismorreos y las opiniones de los demás, así que eso hice mientras dejaba atrás a los estudiantes sin dignarme a mirarlos y subía los escalones de dos en dos. Me aislé de los sentimientos de Lissa mientras recorría el pasillo. Parecía una tontería, pero quería que me sorprendiese. Quería abrir los ojos y verla en persona, sin ninguna advertencia sobre cómo se sentía o sobre lo que pensaba. Llamé a la puerta.

Adrian dijo que verme en sueños no podía compararse a verme en persona. Lo mismo podía decirse de Lissa. Haber estado en su mente no era nada pudiendo estar a su lado. La puerta se abrió y fue como si una aparición se materializase ante mí, como si una mensajera celestial descendiese de las alturas. Nunca había estado tanto tiempo lejos de ella y, después de semejante espera, parte de mí llegó a pensar si no estaría imaginando aquel reencuentro.

Se cubrió la mano con la boca y me miró pasmada. Creo que ella tampoco quería anticipar mi visita. Solo había oído que llegaría «pronto». No me extrañó que ella también reaccionase como si tuviese delante a un fantasma.

Y aquel reencuentro fue como salir de una cueva —en la que hubiese permanecido casi cinco semanas— para asomar a la brillante luz del sol. Cuando Dimitri se convirtió, sentí como si hubiese perdido parte de mi alma. Cuando abandoné a Lissa, perdí otra parte más. Entonces, al verla… empecé a creer que mi alma podría curarse. Quizá pudiese seguir adelante, después de todo. Aún no me sentía recuperada del todo, pero su presencia bastaba para restituir una parte de mí. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí un poco más completa.

En el silencio que nos separaba flotaba un cúmulo de preguntas y confusión. Pese a todo por lo que habíamos pasado con Avery, aún quedaban muchos asuntos sin resolver de cuando había abandonado la academia la primera vez. Y, por primera vez desde que había vuelto a pisar la academia, sentí miedo. Miedo a que Lissa me rechazase o me gritase por lo que había hecho.

Pero me abrazó con todas sus fuerzas.

—Lo sabía —dijo ella. Ya estaba ahogándose entre sollozos—. Sabía que volverías.

—Por supuesto —murmuré sobre su hombro—. Te dije que lo haría.

Mi mejor amiga. Había recuperado a mi mejor amiga. Con ella a mi lado, podría superar lo que había ocurrido en Siberia. Podía seguir adelante con mi vida.

—Lo siento —dijo—. Siento mucho lo que he hecho.

Yo me separé de ella, sorprendida. Entré en la habitación y cerré la puerta cuando estuvimos las dos dentro.

—¿Que lo sientes? ¿Qué tienes que sentir? —pese a lo mucho que me alegraba verla, esperaba que estuviese enfadada por haberme marchado. Todo el asunto con Avery no hubiese ocurrido si me hubiese quedado. Era yo quien lo sentía.

Ella se sentó en la cama con los ojos llenos de lágrimas.

—Por lo que dije… cuando te marchaste. No tenía derecho a decir esas cosas. No tenía derecho a controlarte. Y me sentí fatal porque… —se pasó la mano por los ojos en un intento de secarse los lagrimones—. Me sentí fatal porque te dije que no salvaría a Dimitri. Quiero decir, sé que no hubiese supuesto ninguna diferencia, pero debería haberme ofrecido a…

—¡De eso nada! —me senté en el suelo ante ella y la así de las manos, sorprendida aún por poder estar juntas—. Mírame: no tienes nada de lo que arrepentirte. Yo también dije cosas que no debía haber dicho. Son cosas que pasan cuando estás triste. No deberíamos machacarnos por eso. Y en cuanto a devolverlo a su estado original… —suspiré—. Hiciste lo correcto al negarte. Incluso si le hubiese encontrado antes de que se transformase, habría dado lo mismo. No puedes vincularte con más de una persona sin correr riesgos. Por eso le salió el tiro por la culata a Avery.

Bueno, aquello solo era parte del motivo por el que el plan de Avery había fracasado. Manipular a los demás y abusar de su poder también habían contribuido a su fracaso.

Los sollozos de Lissa perdieron fuerza.

—¿Cómo lo hiciste, Rose? ¿Cómo conseguiste estar ahí cuando más te necesitaba? ¿Cómo lo sabías?

—Estaba con una persona capaz de utilizar el espíritu. La conocí en Siberia. Puede acceder a las mentes de los demás, no de cualquiera, solo de aquellos con quienes esté vinculada, y comunicarse. Como Avery, la verdad. Oksana accedió a mi mente mientras yo me conectaba contigo. La verdad es que fue todo muy raro —y me quedaba corta.

—Otro poder que no poseo —dijo Lissa, molesta.

Yo sonreí.

—Eh, yo aún no he conocido a alguien que pueda utilizar el espíritu y dar puñetazos como los tuyos. Pura poesía en movimiento, Liss.

Respondió con un gruñido, pero noté que se alegraba de volver a oír aquella forma que tenía de llamarla.

—Espero no tener que volver a hacerlo nunca más. No tengo madera de luchadora, Rose. Tú eres la mujer de acción. Yo soy la que te da apoyo moral y te cura después de la batalla —levantó las manos y las contempló—. Uf. No. No quiero volver a pelearme ni a dar puñetazos.

—Pero al menos ahora sabes que puedes. Si alguna vez quieres practicar…

—¡No! —dijo entre risas—. Tengo demasiadas cosas que practicar con Adrian… sobre todo después de que me hables de todas esas cosas que los demás pueden hacer con el espíritu pero yo no.

—Vale. Quizá sea mejor que las aguas vuelvan a su cauce.

Adoptó una expresión más seria.

—Dios, eso espero. Rose… hice muchas tonterías por culpa de Avery —a través de nuestro vínculo, sentí la causa de su arrepentimiento: Christian. Sufría y había llorado mucho por él. Después de que arrancasen a Dimitri de mi lado, sabía lo que se sentía al perder a alguien amado y me juré que haría cualquier cosa para ayudarla. Pero entonces no era el momento. Antes, ella y yo teníamos que volver a conectar.

—No podías evitarlo —observé—. Su manipulación era demasiado fuerte, sobre todo cuando te hizo beber para tumbar tus defensas.

—Sí, pero ni todo el mundo lo sabe ni lo entenderá.

—Lo olvidarán —dije—. Como siempre.

Comprendí que estuviese preocupada por su reputación, pero no me pareció que fuese a haber consecuencias permanentes… salvo Christian. Adrian y yo habíamos analizado la manipulación de Avery y al oír el comentario de Simon sobre el desafortunado accidente de Lissa, sumamos dos y dos. Avery quería que Lissa pareciese inestable por si no era capaz de reunir las fuerzas para resucitarla. Así, en el caso de que Lissa muriese, nadie se molestaría en investigar a fondo. Después de estar varias semanas comportándose como una loca y bebiendo hasta emborracharse, que perdiese el control y se cayese por la ventana sería una tragedia, pero entraría dentro de lo previsible.

—El poder del espíritu es un incordio —declaró Lissa—. Todo el mundo quiere aprovecharse de ti: quienes no lo usan, como Victor, y quienes sí lo usan, como Avery. Te juro que volvería a tomarme la medicación si no me hubiese vuelto tan paranoica frente a gente como Avery. ¿Por qué quería matarme a mí y no a Adrian? ¿Por qué siempre soy yo el objetivo?

No pude evitar sonreír pese a lo grave del tema.

—Porque quería que tú fueses su secuaz y él, su novio. Probablemente querría un chico que le ayudase a medrar socialmente y no podía arriesgarse a matarlo al intentar vincularse a él. O, ¿quién sabe? Puede que más adelante hubiese intentado matarlo. La verdad es que no me sorprendería que se viese amenazada por ti y que quisiese asegurarse de tener controlada a la única persona, salvo ella, capaz de utilizar el espíritu. Acéptalo, Liss. Podríamos pasarnos horas intentando descifrar cómo piensa Avery Lazar sin llegar a ninguna parte.

—No te falta razón —se deslizó de la cama hasta sentarse a mi lado en el suelo—. Pero, ¿sabes una cosa? Me siento como si pudiésemos hablar de cualquier cosa durante horas. Llevas diez minutos aquí y es como si… bueno, como si nunca te hubieses ido.

—Sí —afirmé. Antes de que se convirtiese en strigoi, estar con Dimitri me resultaba igual de natural y agradable… aunque el trato fuese distinto. Sufría tanto por la pérdida de Dimitri que había olvidado lo que me unía a ella. Eran dos caras de mí misma.

Haciendo gala de su increíble don para leer el pensamiento, Lissa dijo:

—Hablaba en serio cuando te comenté que siento mucho lo que dije… como si tuviese derecho a dictar tu vida, cuando no es así. Si decides quedarte o protegerme, quiero que lo hagas porque esa es tu elección, porque eres así de buena. Quiero estar segura de que vives y eliges tu propia vida.

—No lo hago por bondad. Siempre he querido protegerte. Y sigue siendo lo que quiero —suspiré—. Es que… Es que tenía que ocuparme de unas cosas. Tenía que poner orden en mi vida… y siento no haber manejado mejor la situación —no hacíamos más que intercambiar disculpas, pero había caído en la cuenta de que era lo normal al estar con gente que te importa. Disculparse mutuamente y pasar página.

Lissa dudó antes de hacerme la siguiente pregunta, pero la vi venir.

—Entonces… ¿qué pasó? ¿Lo encontraste, o…?

Al principio pensé que no me apetecía hablar de ello, pero luego comprendí que lo necesitaba. En el pasado, Lissa y yo habíamos cometido algún que otro error. El suyo era asumir que siempre estaría a su lado. El mío, no contarle la verdad… y enfadarme con ella por eso más adelante. Si íbamos a restaurar nuestra amistad y perdonarnos la una a la otra, teníamos que asegurarnos de no cometer los errores del pasado.

—Lo encontré —dije al fin.

Y me puse a relatarle la historia, a contarle todos los detalles de cuanto me había ocurrido: mis viajes, los Belikov, los alquimistas, Oksana y Mark, los no sometidos a juramento y, por supuesto, Dimitri. Tal y como había dicho Lissa antes en broma, hablamos durante horas. Le abrí mi corazón mientras me escuchaba sin juzgarme. Su expresión compasiva no cambió ni por un instante y, cuando llegué al final de mi relato, rompí a sollozar, y todo el amor y la rabia y la angustia que había contenido desde aquella noche en el puente salieron en tromba. No le había contado a nadie de Novosibirsk lo que había pasado exactamente entre Dimitri y yo. No me atreví a contarle a nadie que había sido la prostituta de sangre de un strigoi. Hasta entonces había eludido el tema, convencida de que si no hablaba de ello sería como si nunca hubiese ocurrido.

Entonces, con Lissa, tuve que aceptar la realidad y asumir todas sus implicaciones: había matado al hombre al que amaba.

El ruido de alguien al llamar a la puerta sacudió ese pequeño mundo en el que solo estábamos ella y yo. Miré el reloj y me sorprendió comprobar que ya casi había terminado el horario de visitas. Me pregunté si iban a echarme. Pero cuando Lissa abrió la puerta, después de que me secase rápidamente los ojos, el mensaje de la recepcionista fue muy distinto.

—Alberta quiere verte —me dijo la mujer—. Pensó que quizá estarías aquí.

Lissa y yo intercambiamos miradas.

—¿Cuándo? ¿Ahora? —pregunté.

La mujer se encogió de hombros.

—Por cómo sonaba, sí, diría que sí. O incluso antes —y cerró la puerta. Alberta era la capitana de los guardianes del campus, y cuando ella hablaba, la gente obedecía.

—Me pregunto de qué va esto —dijo Lissa.

Yo me puse en pie; odiaba la idea de irme.

—Puede significar muchas cosas, imagino. Iré a verla y después, al albergue. No creo que vaya a dormir, de todos modos, ya no tengo ni idea de en qué zona horaria estoy.

Lissa me dio un abrazo de despedida del que nos costó mucho separarnos.

—Buena suerte.

Empecé a girar el pomo de la puerta y se me ocurrió algo. Me quité el anillo de plata del dedo y se lo di.

—Este es el anillo que… ¡Oh! —cerró la mano en torno a él mientras en su rostro se formaba una expresión de asombro.

—¿Puedes sentir la magia que contiene? —pregunté.

—Sí… es débil, pero está ahí —colocó el anillo bajo la luz y lo contempló. Estaba convencida de que no se daría cuenta de mi marcha y que se pasaría la noche entera estudiando el anillo—. Qué raro. Es como si pudiese sentir de forma inmediata cómo lo hizo.

—Mark dijo que aún tenemos mucho camino por delante antes de poder curar como ellos… pero quizá puedas averiguar cómo hacer hechizos mientras tanto.

Sus ojos verdes seguían fijos en el anillo.

—Sí… creo que sí.

Sonreí al comprobar su alegría e intenté marcharme de nuevo, pero me agarró del brazo.

—Eh, Rose. Sé que te voy a ver mañana, pero…

—¿Pero qué?

—Solo quería decirte, después de todo lo que ha pasado, que… bueno, que no quiero que volvamos a separarnos durante tanto tiempo. Quiero decir, sé que no podemos estar juntas cada segundo y eso sería muy siniestro, además, pero hay un motivo por el que estamos conectadas. Tenemos que cuidarnos mutuamente y permanecer unidas.

Sus palabras me provocaron un escalofrío, como si estuviésemos unidas por un poder más grande que nosotras.

—Lo estaremos.

—No, quiero decir… siempre estás a mi lado. Siempre. Cada vez que estoy en peligro vienes corriendo a salvarme. Pero eso se acabó.

—¿No quieres que te vuelva a salvar?

—¡No es eso lo que quiero decir! Es que yo también quiero estar a tu lado, Rose. Si puedo dar un puñetazo, puedo hacer cualquier cosa. Aunque mira que me dolió —suspiró, frustrada—. Por Dios, no consigo hacerme entender. Mira, lo que quiero decir es que si alguna vez crees que tienes que hacer algo sola, llévame contigo. No me dejes atrás.

—Liss…

—Hablo en serio —su radiante belleza estaba cargada de convicción y resolución—. No importa qué obstáculos encuentres, siempre estaré a tu lado. Vayas a donde vayas, no lo hagas sola. Júrame que si decides volver a marcharte, irás conmigo. Que estaremos juntas.

Empecé a protestar cuando un millón de miedos distintos comenzaron a poblar mi mente. ¿Cómo iba a arriesgar su vida? Sin embargo, al mirarla, supe que tenía razón. Para bien o para mal, estábamos unidas de un modo que no podíamos ignorar. Lissa estaba vinculada a un pedazo de mi alma y éramos más fuertes si luchábamos juntas que por separado.

—Vale —dije mientras le estrechaba la mano—. Lo juro. La próxima vez que haga algo estúpido y capaz de matarme, podrás venir conmigo.