VEINTIOCHO

Lissa no tuvo que decir nada para expresar su sorpresa. La sensación de absoluta sorpresa que me transmitió valía más que cualquier palabra. Yo, sin embargo, sí que tenía una palabra muy importante que decirle:

«¡Agáchate!».

Creo que fue la sorpresa lo que le hizo reaccionar tan deprisa. Se tiró al suelo. Su movimiento fue torpe, pero esquivó a Reed y se apartó lo suficiente de la ventana. Él la golpeó en el hombro y en la sien, pero el impacto solo le hizo un poco de daño.

Por supuesto, «un poco de daño» significaba dos cosas completamente distintas para nosotras. A Lissa la habían torturado en un par de ocasiones, pero casi todas sus batallas se libraban en el plano mental. Nunca había participado en una confrontación física. Chocar contra una pared era algo cotidiano para mí, pero para ella, el menor golpe en la cabeza le resultaba monumental.

«Aléjate», le ordené. «Aléjate de él y de la ventana. Dirígete a la puerta si puedes».

Lissa empezó a avanzar a cuatro patas, pero era demasiado lenta. Reed la agarró del pelo. Me sentía como cuando jugábamos al teléfono. Entre el tiempo que tardaba en indicarle qué hacer y el que tardaba ella en responder, era como si transmitiese el mensaje a través de cinco personas antes de que le llegase. Me hubiese gustado controlar su cuerpo como el de un títere, pero yo no era capaz de utilizar el espíritu.

«Te va a doler, pero date la vuelta como puedas y pégale».

Y vaya si le dolió. Al dar la vuelta, el pelo se le retorció de un modo todavía más doloroso. Sin embargo, no se amilanó y logró quitarse a Reed de encima. Sus golpes no eran tan coordinados como esperaba, pero lo pillaron desprevenido y le soltó el pelo para poder defenderse. Entonces, me fijé en que él tampoco parecía muy ágil. Era más fuerte que ella, pero era obvio que no sabía cómo pelear ni cómo utilizar su peso en cada golpe. No estaba preparado para meterse en una pelea, había aparecido para tirarla por la ventana y nada más.

«Escapa si puedes. Escapa si puedes».

Gateó por el suelo pero, por desgracia, no tenía el camino despejado hacia la puerta. Retrocedió hacia el fondo de la habitación hasta tocar una silla con la espalda.

«Agárrala y pégale con ella».

Era fácil decirlo. Reed se abalanzó sobre Lissa, intentó sujetarla del pelo y levantarla por la fuerza. Ella agarró la silla e hizo lo posible por interponerla entre su agresor y ella. A mí me hubiese gustado que la levantase y le pegase, pero a Lissa no parecía resultarle tan sencillo. Sin embargo, logró ponerse en pie y mantenerlo a distancia con la silla. Le ordené que siguiese pegándole hasta hacer que se marchase. Funcionó hasta cierto punto, pero no era lo bastante fuerte como para hacerle daño.

Mientras tanto, esperaba que Avery se uniese a la pelea de un momento a otro. No le hubiese costado ayudar a Reed para someter a Lissa. Sin embargo, por el rabillo del ojo de Lissa vi a Avery sentada, inmóvil, con la mirada perdida y ausente. Vale, me pareció raro, pero no me importó que no participase.

Lissa y Reed estaban en tablas y era yo quien debía poner fin al empate.

«Estás a la defensiva», le dije. «Tienes que atacarle».

Por fin obtuve una respuesta directa.

«¿Cómo? ¡No puedo hacer eso! ¡No tengo ni idea!».

«Yo te enseñaré. Dale una patada… entre las piernas, a poder ser. Con eso basta para tumbar a la mayoría de los tíos».

Intenté transmitírselo sin palabras, enseñándole el modo correcto de tensar los músculos y lanzar el golpe. Se armó de valor y apartó la silla de en medio para que nada se interpusiese entre Reed y ella. Lo pilló desprevenido. No acertó en la diana, pero le golpeó en la rodilla, que tampoco estaba mal. Reed trastabilló al recibir el golpe y solo consiguió mantenerse en pie apoyándose en la silla, que estuvo a punto de volcarse, lo cual no le benefició lo más mínimo.

Lissa no necesitó que la apremiase a correr hacia la puerta… pero alguien se encontraba delante. Simon acababa de entrar. Por un momento, Lissa y yo nos sentimos aliviadas. ¡Un guardián! Los guardianes eran de fiar. Los guardianes nos protegían. Solo que aquel guardián en particular trabajaba para Avery, y pronto quedó claro que sus servicios iban más allá de mantenerla a salvo de los strigoi. Caminó hacia Lissa y, sin dudar, la arrastró sin miramientos hacia la ventana.

No supe cómo ayudarla. Había sido una buena entrenadora a la hora de enseñarle a defenderse de un adolescente pero, ¿un guardián? Y el adolescente en cuestión se había recuperado y se había unido a Simon para rematar la faena.

«¡Manipúlalo mentalmente!».

Fue mi único consejo, a la desesperada. Era la especialidad de Lissa. Por desgracia, pese a que el alcohol que había bebido antes ya no le afectaba a la coordinación, todavía le impedía controlar el espíritu. Podía acceder a su poder, pero solo hasta cierto punto. Su control sobre él también era muy pobre. No obstante, su resolución sí era fuerte. Extrajo toda la energía posible del espíritu y la canalizó para manipular a su objetivo. No pasó nada. Entonces fue cuando sentí aquella extraña sensación en la cabeza. Al principio pensé que Avery había vuelto a intervenir, pero en vez de sentir que alguien accedía a mi interior, fue como si alguien me atravesase.

El poder de Lissa se desató y entonces comprendí lo que había pasado. Oksana seguía ahí, en un segundo plano, y estaba dándole fuerzas a Lissa, canalizando su poder a través de mí. Simon se detuvo de un modo casi divertido: tembló un poco y se balanceó de atrás hacia delante mientras intentaba avanzar hacia ella y dar por concluida su tarea. Era como si estuviese flotando en gelatina.

Lissa no se atrevió a moverse por miedo a perder el control. Por otra parte, a Reed no lo estaba manipulando, pero parecía demasiado confundido al ver lo que le estaba ocurriendo a Simon como para reaccionar.

—¡No puedes matarme! —dijo Lissa—. ¿Es que no se te ha ocurrido que la gente empezará a hacerse preguntas cuando vean que he saltado por la ventana?

—No se darán cuenta —dijo Simon con esfuerzo. Le costaba hasta articular palabra—, porque resucitarás. Y, si no puedes, entonces habrá sido un trágico accidente que habrá acabado con la vida de una chica problemática.

Lenta, muy lentamente, empezó a librarse de la manipulación. El poder de Lissa, pese a seguir activo, estaba perdiendo fuerza, como si tuviese una fuga. Sospeché que podía deberse a la influencia de Avery o, simplemente, a la fatiga mental de Lissa. Quizá a ambas. El rostro de Simon articuló un gesto de absoluta satisfacción cuando se lanzó hacia delante, y entonces…

Se detuvo de nuevo.

Un aura dorada y brillante resplandeció en torno a Lissa. Miró hacia la puerta y vio a Adrian en el umbral. La expresión en su rostro era cómica pero, estuviese o no sorprendido, había sido capaz de detener a Simon. Era Adrian el que estaba conteniendo al guardián. Lissa escapó para intentar alejarse de aquella dichosa ventana abierta.

—¡Retenlo! —gritó Lissa.

Adrian puso mala cara.

—No… puedo. ¿Qué demonios pasa? Es como si hubiese alguien más ahí…

—Es Avery —dijo Lissa mientras lanzaba una breve mirada a la otra chica. El rostro de Avery se había tornado pálido hasta para una moroi. Respiraba con dificultad y sudaba cada vez más. Estaba combatiendo el poder de Adrian. Unos segundos después, Simon se liberó de nuevo. Se dirigió hacia Lissa y Adrian, aunque sus movimientos parecían lentos y pesados.

«¡Me cago en la puta!», pensé.

«¿Y ahora qué?», preguntó Lissa.

«Reed. Ve a por Reed. Que deje de molestar».

Reed se había quedado petrificado durante el combate con Simon, observando el desenlace casi sin pestañear. Y al igual que los del guardián, los movimientos de Reed parecían un poco torpes. Sin embargo, él también se estaba dirigiendo hacia Lissa. Parecía que Simon había decidido que Adrian era la amenaza más inmediata e iba a por él. Era el momento de comprobar si funcionaba aquello de «divide y vencerás».

«¿Y qué hay de Adrian?», preguntó Lissa.

«Vamos a tener que dejar que se las apañe solo durante un rato. Ve a por Reed. Noquéalo».

«¿Cómo?».

Pero ella ya estaba dirigiéndose hacia él, caminando con una determinación que me enorgulleció. El rostro de Reed reflejaba toda su agresividad. Estaba furioso y era demasiado confiado, aunque reaccionaba con lentitud y sus movimientos eran desgarbados. Una vez más, intenté hacerme entender solo con palabras. No podía manejar a Lissa a mi antojo, pero intenté que aprendiese a dar un puñetazo: preparar el brazo, recoger los dedos e imprimir fuerza en el golpe. Después de cómo la había visto pelear antes, no esperaba más que algo parecido a un puñetazo, lo bastante como para mantener a su rival a distancia y retrasar su ataque.

Y entonces ocurrió algo realmente maravilloso.

Lissa le atizó en toda la nariz. De pleno. Ambas oímos el golpe y cómo se le rompía la nariz. Reed empezó a sangrar, cayó hacia atrás y Lissa retrocedió para contemplar su caída con los ojos como platos. Nunca hubiese pensado que Lissa —la dulce, delicada y hermosa Lissa— sería capaz de algo así.

Quería gritar y bailar de alegría, pero aquello aún no había terminado.

«¡No pares! Vuelve a pegarle. ¡Tienes que noquearlo!».

«¡Ya está!», gritó, aterrada por lo que había hecho. Además, el puño le dolía muchísimo. No le había mencionado aquel detalle durante mi instrucción.

«No, tienes que incapacitarlo», dije. «Creo que Avery y él están conectados, y creo que ella le está robando las fuerzas». Tenía sentido: por eso se detenía cada vez que Avery extraía su poder para usar la coerción, por eso sabía que tenía que aparecer en el momento justo. Avery había utilizado su vínculo para hacerle llegar hasta allí.

Así que Lissa fue a por Reed de nuevo. Le pegó dos puñetazos más, uno de los cuales hizo que él se golpease la cabeza contra la pared. Abrió la boca y sus rasgos se relajaron. Cayó al suelo con la mirada perdida. No sabría decir si estaba inconsciente del todo pero, de momento, se hallaba fuera de combate. Oí que Avery profería un grito.

Lissa se volvió hacia Adrian y Simon. Adrian había abandonado sus intentos de manipulación porque Simon acababa de pasar al ataque. El rostro de Adrian revelaba que se había llevado unos cuantos golpes y deduje que, al igual que Lissa, nunca había participado en aquella clase de combate físico. Sin que yo la dirigiese, Lissa se encaminó hacia ellos y activó sus poderes de manipulación. Simon reaccionó sorprendido, sin interrumpir su ataque, pero pillado con la guardia baja. Lissa seguía débil, pero las barreras que rodeaban a su objetivo habían cedido un poco, tal como esperaba.

—¡Ayúdame! —gritó.

Adrian aprovechó la momentánea reacción de Simon y contribuyó a la pelea con sus poderes del espíritu. Lissa sintió y vio el cambio en su aura a medida que la magia fluía a través de él. Sintió que se unía a ella en su ataque psíquico sobre Simon y, al cabo de un instante, percibí que Oksana entraba en el combate. Quise hacer de general y dar órdenes, pero aquella ya no era mi batalla.

Simon abrió los ojos y cayó de rodillas. Lissa podía sentir a sus dos compañeros —reaccionó con cierta sorpresa a la presencia de Oksana— y tuvo la vaga impresión de que cada uno le estaba haciendo algo distinto a Simon.

Mi amiga trataba de detener su ataque, detenerlo y nada más. Su breve contacto con la magia de Adrian le indicó que este intentaba dormir al guardián, mientras Oksana pretendía hacerlo huir de la habitación.

Los mensajes opuestos y el poder vertido sobre él fueron demasiado. La última defensa de Simon cayó cuando aquellas instrucciones contradictorias llegaron a su cerebro y crearon una ola de espíritu. Se desplomó sobre el suelo. Gracias a la magia combinada, habían conseguido dejarlo inconsciente. Lissa y Adrian se volvieron hacia Avery, alerta, pero no hizo falta.

En cuanto el espíritu alcanzó a Simon, Avery empezó a gritar. Y no paró. Se apretó las sienes y su voz se tornó terrible y desgarradora. Lissa y Adrian intercambiaron miradas, sin saber muy bien cómo reaccionar ante aquel nuevo giro de los acontecimientos.

—Por el amor de Dios —jadeó Adrian, exhausto—. ¿Cómo hacemos que se calle?

Lissa no lo sabía. Contempló la posibilidad de acercarse a Avery e intentar ayudarla, pese a todo lo que había pasado. Pero al cabo de unos segundos, Avery se calmó. No se desmayó como sus compañeros. Solo se quedó sentada, mirando al infinito. Su rostro ya no reflejaba la expresión perdida que mostraba mientras manejaba el espíritu. No reflejaba nada. Como si en su interior no hubiese nada.

—¿Qué… qué ha pasado? —preguntó Lissa.

Tuve que responder.

«El espíritu ha pasado en tromba de Simon a ella. Y la ha dejado frita».

«¿Cómo ha podido pasar de Simon a ella?». Lissa estaba asustada.

«Porque están vinculados».

«¡Dijiste que estaba vinculada a Reed!».

«También. Está vinculada a los dos».

Lissa había estado demasiado distraída mientras luchaba por salvar su vida, pero yo fui capaz de percibir las auras de todos los presentes a través de sus ojos.

Avery, que ya no camuflaba la suya, poseía una dorada, como las de Adrian y Lissa. Las de Simon y Reed eran casi idénticas, con colores ordinarios… rodeados de negro. Habían sido bendecidos por la sombra, traídos de entre los muertos por Avery.

Lissa no hizo más preguntas y cayó en brazos de Adrian. No era nada romántico, sino simplemente la necesidad mutua de estar junto a un amigo.

—¿Por qué has venido? —le preguntó ella.

—¿Estás de broma? ¿Cómo no iba a venir? Todo el espíritu que estabais utilizando era como una bengala. Lo percibí desde la otra punta del campus —miró a su alrededor—. Tengo muchísimas preguntas.

—Yo también —murmuró.

«Tengo que irme», le dije a Lissa. Me dio un poco de pena tener que abandonarlos.

«Te echo de menos. ¿Cuándo volverás?».

«Pronto».

«Gracias. Gracias por estar ahí».

«Siempre». Sospeché que mi cuerpo físico estaba sonriendo. «¿Lissa? Dile a Adrian que estoy orgullosa de él».

La habitación de la academia desapareció. Me encontré de nuevo sentada sobre una cama al otro lado del mundo. Abe me miraba preocupado. Mark también estaba atento, pero solo tenía ojos para Oksana, que descansaba a mi lado. Tenía un aspecto parecido al de Avery, pálido y sudoroso. Mark le estrechaba la mano con nerviosismo, aterrado.

—¿Estás bien?

Ella sonrió.

—Solo estoy cansada. Todo irá bien.

Quise abrazarla.

—Gracias —dije jadeando—. Muchas gracias.

—Me alegro de haber sido de ayuda —dijo ella—. Pero espero no tener que volver a hacerlo. Ha sido… muy raro. No estoy segura de qué papel he jugado.

—Yo tampoco —había sido una experiencia extraña. A veces parecía que Oksana estaba allí, luchando codo con codo con Lissa y los demás. Otras, me daba la impresión de que Oksana se había fusionado conmigo. Sentí un escalofrío. Demasiadas mentes juntas.

—La próxima vez tendrás que estar a su lado —dijo Oksana—. En el mundo real.

Eché un vistazo a mis manos, confundida e insegura. El anillo de plata me devolvió un destello. Me lo quité y se lo entregué a Oksana.

—Este anillo me salvó. ¿Puede curarte después de lo que has experimentado?

Lo sostuvo en su mano un rato antes de devolvérmelo.

—No, pero como ya te he dicho, me recuperaré. Yo me curo bastante rápido.

Era cierto. Había visto a Lissa curarse en un santiamén; formaba parte del manejo del espíritu. Contemplé el anillo y me vino a la cabeza una idea truculenta. Era una idea que se me había ocurrido mientras iba con la pareja de ancianos hacia Novosibirsk, cuando perdía el conocimiento a ratos.

—Oksana… un strigoi tocó el anillo. Y, por un instante, mientras lo tocaba, fue como… bueno, seguía siendo un strigoi, sin duda. Pero mientras lo sostenía, también parecía el de antes.

Oksana no respondió inmediatamente. Levantó la vista en dirección a Mark e intercambiaron miradas durante un buen rato. Él se mordió el labio y negó con la cabeza.

—No —dijo él—. No son más que cuentos de hadas.

—¿Cómo? —exclamé. Los miré a ambos—. Si sabéis algo sobre esto, sobre los strigoi, ¡tenéis que contármelo!

Mark dijo algo en ruso, con un severo tono de advertencia. Oksana parecía igual de firme.

—No es nuestra labor ocultar información —replicó. Se volvió hacia mí con expresión grave—. ¿Mark te habló del moroi con el que nos encontramos hace mucho, que podía utilizar el espíritu?

—Sí —contesté, asintiendo con la cabeza.

—Me contaba muchas historias; aunque creo que la mayoría eran falsas. Pero una de ellas… bueno, decía que le había devuelto la vida a un strigoi.

Abe, que había permanecido en silencio hasta entonces, carraspeó.

—Eso sí que es un cuento de hadas.

—¿Qué? —la cabeza me daba vueltas—. ¿Cómo?

—No lo sé. Nunca dio demasiados detalles y estos cambiaban a menudo. Estaba empezando a perder la cabeza y creo que se inventaba la mitad de lo que decía —explicó ella.

—Está loco —dijo Mark—. No era cierto. No te creas las fantasías de un demente. No las tengas en cuenta. No dejes que se conviertan en tu próxima misión de justiciera. Tienes que volver con tu vinculada.

Tragué saliva mientras todos los sentimientos del mundo se revolvían en mi estómago. ¿Sería cierto? ¿Podía alguien que fuera capaz de utilizar el espíritu devolver a un strigoi a la vida? En teoría… bueno, si el espíritu tenía el poder de curar y de traer de vuelta a los muertos, ¿por qué no a los no muertos? Y Dimitri… Dimitri pareció reaccionar mientras sostenía el anillo. ¿Le habría afectado el espíritu, habría alcanzado algún rincón de su antiguo ser? Yo había asumido que eran los recuerdos de su familia los que le afectaban…

—Tengo que hablar con ese tipo —murmuré.

No sabía bien por qué. Fuese o no un cuento de hadas, era demasiado tarde. Todo había acabado. Había matado a Dimitri. Nada me lo devolvería, ni siquiera un milagro del espíritu. El corazón me latía a toda velocidad y me costaba respirar. Lo imaginé cayendo, cayendo… cayendo para siempre con la estaca en el pecho. ¿Habría dicho que me amaba? Me lo preguntaría el resto de mi vida.

El dolor y el sufrimiento se adueñaron de mí aunque, al mismo tiempo, sentí cierto alivio. Había liberado a Dimitri de su estado, del mal que lo poseía. Le había dado paz, alegría. Quizá Mason y él estuviesen juntos en el cielo, practicando sus movimientos de guardianes. Había hecho lo correcto. No había motivos para arrepentirse.

Oksana no reparó en mis emociones y respondió a mis palabras.

—Mark no bromeaba. Ese hombre está loco, si es que todavía sigue vivo. La última vez que lo vi apenas era capaz de mantener una conversación o de utilizar su magia. Huyó y se escondió. Nadie sabe dónde está… salvo, quizá, su hermano.

—Ya basta —le advirtió Mark.

Sin embargo, a Abe le picó la curiosidad. Se inclinó hacia delante, con interés.

—¿Cómo se llama ese hombre?

—Robert Doru —dijo Mark después de unos instantes de duda.

No era nadie a quien conociese y caí en la cuenta de lo fútil que era todo aquello. Aquel tipo era una causa perdida y lo más seguro es que se hubiese inventado aquella idea de devolver la vida a un strigoi durante un arrebato de locura. Dimitri había muerto. Aquella parte de mi vida había terminado. Tenía que regresar con Lissa.

Entonces me fijé en que Abe se había quedado muy quieto.

—¿Lo conoces? —pregunté.

—No. ¿Y tú?

—No —me fijé atentamente en el rostro de Abe—. Me parece que sí sabes algo, Zmey.

—Lo conozco —matizó Abe—. Es un miembro ilegítimo de la realeza. Su padre tuvo una aventura y Robert fue el resultado. Pese a ello, su padre le incluyó como parte de la familia. Robert y su hermanastro crecieron muy unidos, aunque pocos conocen esta relación —no me sorprendió que Abe sí estuviese al corriente—. Doru es el apellido de la madre de Robert.

Me lo esperaba. Doru no era un apellido de la realeza.

—¿Cuál es el apellido de su padre?

—Dashkov. Trenton Dashkov.

—Ese apellido sí lo conozco —dije.

Había conocido a Trenton Dashkov hacía años mientras acompañaba a Lissa y a su familia a una fiesta de la realeza. Por aquel entonces, Trenton era un viejo incapaz de andar erguido, amable pero a punto de morir. Los moroi solían vivir más allá de los cien años, pero él ya contaba ciento veinte… y esa era una edad avanzada se mirase como se mirase. Nada indicaba ni había rumor alguno sobre un hijo ilegítimo, pero el hijo legítimo de Trenton se encontraba entre los presentes. Bailó conmigo y fue muy cortés al tratar con una simple dhampir.

—Trenton es el padre de Victor Dashkov —dije—. Así que Robert Doru es el hermanastro de Victor Dashkov.

Abe asintió sin quitarme el ojo de encima. Abe, tal y como había observado, lo sabía todo. Seguro que estaba al corriente de mi historia con Victor.

Oksana frunció el ceño.

—Victor Dashkov es alguien importante, ¿no? —aislada en aquella cabaña siberiana, se había mantenido al margen de las intrigas políticas de los moroi, sin saber que el hombre destinado a convertirse en rey había sido encerrado en prisión.

Empecé a reír, pero no porque la situación se me antojase divertida. Todo aquello era increíble, y mi reacción no era más que una válvula de escape para todos los conflictivos sentimientos que bullían en mi interior. Desesperación. Resignación. Ironía.

—¿Qué te parece tan gracioso? —preguntó Mark, confundido.

—Nada —contesté, consciente de que si dejaba de reír me echaría a llorar—. Esa es la cuestión, que no tiene nada de gracioso.

Qué giro de los acontecimientos tan maravilloso. La única persona viva que podía saber algo acerca de cómo salvar a un strigoi era el hermanastro de mi peor enemigo, Victor Dashkov. Y la única persona que podía saber dónde se encontraba Robert era el propio Victor. Este conocía bien el manejo del espíritu. Pude hacerme una idea sobre quién le había enseñado.

Tampoco era importante. Nada de aquel asunto tenía importancia. Por lo que a mí respectaba, como si era el propio Victor el que podía convertir a los strigoi: Dimitri estaba muerto, lo había matado yo. No volvería, pero se había salvado del único modo que conocía. En el pasado había tenido que elegir entre Lissa y él y lo había elegido a él. Ya no cabía duda alguna: la escogería a ella. Era real. Estaba viva. Dimitri era el pasado.

Hasta entonces había estado con la vista fija en la pared y la mirada perdida, pero volví el rostro hacia Abe y le miré a los ojos.

—Muy bien, viejo —dije—. Prepárame las maletas y mándame a casa.