No reconocí al tipo que Sydney había enviado para encontrarse con nosotros cuando llegamos a Novosibirsk, pero tenía el mismo tatuaje dorado que ella. Era rubio y tendría unos treinta años; por supuesto, era humano. Parecía competente y digno de confianza y, mientras yo me apoyaba en el coche, él estuvo riéndose y charlando con la pareja de ancianos como si fuesen amigos de toda la vida. Tenía un aire profesional y tranquilizador, por lo que la pareja no tardó en sonreír también. No estoy segura de qué les dijo, quizá que yo era su hija extraviada o algo así, pero parece que confiaron lo suficiente en él como para dejarme en sus manos. Supuse por su actitud que había desplegado todos sus talentos de alquimista.
Cuando el anciano y la mujer se alejaron, cambió sensiblemente de humor. No parecía tan frío como Sydney cuando la conocí, pero tampoco se rio ni bromeó conmigo. Mantuvo una actitud más profesional y no pude evitar pensar en las historias de los hombres de negro, aquellos que se ocupaban de limpiar las pruebas de los encuentros con extraterrestres para que el mundo no supiese la verdad.
—¿Puedes caminar? —me preguntó mientras me miraba de arriba abajo.
—No las tengo todas conmigo —respondí.
Resultó que sí podía, aunque no muy bien. Con su ayuda, acabé en una casa en las afueras de la ciudad. Para entonces, lo veía todo borroso y apenas era capaz de mantenerme en pie. Había otras personas allí, pero no identifiqué a ninguna. Lo único que me importaba era el dormitorio al que alguien me había llevado. Reuní fuerzas para librarme del brazo que me ayudaba a tenerme en pie y me tiré de bruces sobre la cama. Me quedé dormida al instante.
Desperté bañada por la luz del amanecer y rodeada de voces apagadas. Teniendo en cuenta todo lo que me había pasado, no me hubiese sorprendido ver a Dimitri, Tatiana o incluso a la doctora Olendzki de la academia. Pero no, lo que vi fue la cara barbuda de Abe, iluminada por una luz que hacía que sus joyas brillasen intensamente.
Por un momento, su cara se desdibujó y todo cuanto vi fueron las oscuras aguas que amenazaban con arrastrarme. Las palabras de Dimitri reverberaron en mi cabeza: «Eso es lo que debería haber dicho». Había comprendido que lo que quería oír era que me amaba. ¿Qué habría pasado si hubiésemos compartido más momentos juntos? ¿Hubiese pronunciado aquellas palabras? ¿De corazón? ¿Acaso hubiese importado?
Con la misma resolución que había reunido en el pasado, alejé las agitadas aguas de mi mente y me obligué a olvidar aquella noche mientras pudiese. Me hundiría en ella si seguía recordándola. Tenía que mantenerme a flote. Volví a ver el rostro de Abe con claridad.
—Hola, Zmey —dije en voz baja. No me sorprendió que estuviese allí. Sydney les habría hablado de mí a sus superiores, que a su vez habrían informado a Abe—. Me alegra ver que has venido arrastrándote hasta aquí.
Él negó con la cabeza mientras me lanzaba una mueca cargada de sarcasmo.
—Creo que tú me superas en eso de arrastrarse por los rincones. Pensaba que habías vuelto a Montana.
—La próxima vez, asegúrate de detallar más las condiciones de tus tratos. O prepárame el equipaje y mándame a Estados Unidos de una vez.
—Ah —contestó—, eso es exactamente lo que quiero hacer —no dejó de sonreír mientras hablaba pero, por algún motivo, me dio la impresión de que no estaba bromeando. Y, de pronto, dejé de temer aquel destino. Regresar a casa me empezaba a parecer una buena idea.
Mark y Oksana se situaron a su lado. Su presencia me resultó inesperada, pero bienvenida. Ellos también sonreían y en sus rostros melancólicos había también cierta calma. Me incorporé en la cama, sorprendida por el hecho de poder moverme.
—Me has curado —le dije a Oksana—. Todavía me duele, pero ya no siento que voy a morirme de un momento a otro, así que en algo he mejorado.
Ella asintió.
—Hice lo necesario para evitar el peligro más inmediato. Pensé en ocuparme de lo demás después de que despertases.
Negué con la cabeza.
—No, no. Me recuperaré por mi cuenta —no soportaba que Lissa me curase. No quería que desperdiciase sus fuerzas conmigo. Y tampoco quería sufrir los efectos secundarios del espíritu.
«Lissa…».
Me quité las sábanas de encima.
—¡Dios mío! Tengo que ir a casa ahora mismo.
Tres pares de brazos me detuvieron en seco.
—Espera —dijo Mark—. Tú no vas a ninguna parte. Oksana te ha curado un poco, pero aún te queda mucho para recuperarte del todo.
—Y todavía no nos has contado qué ha pasado —dijo Abe con los ojos entrecerrados. Necesitaba saberlo todo y los misterios que me rodeaban debían de volverle loco.
—¡No hay tiempo! Lissa está en peligro. Tengo que volver a la academia —todos los recuerdos me vinieron a la cabeza en tropel. El comportamiento errático de Lissa y sus acciones precipitadas, motivadas por una especie de coerción… una coerción a lo bestia, supongo, a juzgar por cómo Avery había sido capaz de hacer que Lissa se olvidase de mí.
—Anda, ¿así que ahora quieres volver a Montana? —exclamó Abe—. Rose, aunque hubiese un avión esperándote en la otra habitación, tardarías veinticuatro horas en llegar como mínimo. Y no estás en condiciones de ir a ninguna parte.
Moví la cabeza para despejarme e intenté ponerme en pie. Teniendo en cuenta a lo que me había enfrentado la noche anterior, aquel grupo no suponía una amenaza —bueno, tal vez Mark—, pero no era cuestión de ponerse a soltar puñetazos. Y tampoco estaba segura de lo que Abe podía llegar a hacer.
—¡No lo entendéis! Alguien intenta matar a Lissa o hacerle daño o…
La verdad era que no entendía lo que pretendía Avery. Lo único que sabía era que había estado manipulando a Lissa para que hiciese toda clase de locuras. Tenía que ser muy fuerte y tener mucha entereza no solo para llevar a cabo aquellas acciones, sino para ocultárselas a Lissa y Adrian. Incluso había creado un aura falsa para ocultar la dorada. No tenía ni idea de cómo era posible acumular semejante poder, sobre todo teniendo en cuenta la personalidad alegre pero cabal de Avery. Fuese cual fuese su plan, Lissa estaba en peligro. Tenía que hacer algo.
Saqué a Abe de la ecuación y miré lastimera a Mark y a Oksana.
—Estoy unida a ella —expliqué—. Está en peligro. Alguien quiere hacerle daño. Tengo que ir con ella… seguro que entendéis mis motivos.
Y vi en sus rostros que los entendían. También supe que, de encontrarse en mi situación, ellos hubiesen hecho exactamente lo mismo.
Mark suspiró.
—Rose… te ayudaremos a llegar hasta ella, pero ahora no podemos.
—Nos pondremos en contacto con la academia —dijo Abe con toda naturalidad—. Y que se ocupen ellos.
Vale. ¿Y cómo iban a hacerlo, exactamente? ¿Con una llamadita al director Lazar para comunicarle que su hija juerguista estaba corrompiendo y controlando a gente con sus poderes psíquicos y que tenía que encerrarla para el bien de Lissa y de todos los demás?
El hecho de que no respondiese debió de hacerles creer, sobre todo a Abe, que me habían convencido.
—Con la ayuda de Oksana, te encontrarás en condiciones de marcharte mañana —añadió—. Puedo reservar un vuelo para el día siguiente.
—¿Podrá apañárselas hasta entonces? —me preguntó Oksana con delicadeza.
—No… No lo sé… —¿qué podía hacer Avery en dos días? ¿Controlar y avergonzar a Lissa todavía más? Cosas horribles, sí, pero nada permanente o definitivo. Seguro que iba a estar bien… ¿verdad?—. Déjame ver…
Mark reaccionó abriendo sensiblemente los ojos cuando cayó en la cuenta de lo que estaba a punto de hacer. Al cabo de un instante, dejé de ver la habitación porque ya no me encontraba allí. Estaba en la cabeza de Lissa. Un nuevo paisaje empezó a formarse a mi alrededor y, durante un instante, pensé que me encontraba de nuevo en el puente, contemplando las aguas negras y mi fría muerte.
Entonces caí en la cuenta de lo que estaba viendo, o más bien, de lo que estaba viendo Lissa. Se encontraba sobre el alféizar de una ventana en algún edificio del campus. Era de noche. No sabía decir de qué edificio se trataba, pero no importaba. Parecía que Lissa estaba en la quinta planta, con zapatos de tacón, riendo sobre algo mientras a sus pies se abría amenazante la tierra oscura. Oí la voz de Avery a sus espaldas.
—¡Lissa, ten cuidado! ¡No deberías estar ahí arriba!
Pero, al igual que todas sus palabras, aquellas traían un doble significado. Por un lado estaba advirtiéndole del peligro pero, por otra parte, percibí con claridad el impulso que bullía en el interior de Lissa, que le susurraba que allí estaba a salvo y que no tenía que preocuparse por nada. Era el fruto de la coerción de Avery. Entonces sentí aquel cosquilleo mental y una irritante voz.
«¿Otra vez tú?».
Me vi obligada a salir de su mente y a regresar al dormitorio en Novosibirsk. Abe se estaba volviendo loco, quizá pensaba que me había quedado catatónica, mientras Mark y Oksana intentaban explicarle lo que había ocurrido. Pestañeé y me froté la cabeza para despejarme mientras Mark respiraba aliviado.
—Se me hace más raro ver a alguien hacer eso que hacerlo yo.
—Está en peligro —dije mientras intentaba ponerme en pie de nuevo—. Está en peligro… y no sé qué hacer…
Tenían razón al decir que tendría que esperar para poder estar con Lissa. Y aunque accediese a la sugerencia de Abe y llamase a la academia… no sabía con exactitud dónde se encontraba Lissa ni si alguien me creería. Pensé en regresar a su mente para poder averiguar dónde estaba, pero Avery me sacaría de nuevo. Por lo que había llegado a sentir, Lissa no llevaba el móvil encima —menuda sorpresa—. Había normas muy estrictas sobre llevarlos en clase, así que solía dejárselo en su cuarto.
Pero conocía a alguien que lo llevaría consigo. Y que me creería.
—¿Tiene alguien un teléfono? —pregunté.
Abe me dio el suyo y marqué el número de Adrian, sorprendida por el hecho de haberlo memorizado. Adrian estaba enfadado conmigo, pero se preocupaba por Lissa. La ayudaría, por muy a malas que estuviese conmigo. Y me creería cuando le explicase que había espíritus y un plan maquiavélico de por medio.
Pero cuando me respondió una voz al otro lado de la línea, resultó ser la de su contestador y no la suya.
—Sé que me echas muchísimo de menos —dijo su alegre voz—, pero deja un mensaje e intentaré aliviar tu sufrimiento en cuanto me sea posible.
Colgué. Me sentía perdida. De pronto, miré a Oksana mientras me venía a la cabeza una locura.
—¿Puedes… puedes hacer eso que… eso de meterte en la mente de alguien y tocar sus pensamientos, verdad? Como hiciste conmigo.
Ella respondió con una mueca.
—Sí, pero no es algo que me guste hacer. No creo que esté bien.
—¿Puedes dirigir mentalmente las acciones de alguien?
Reaccionó aún más disgustada.
—Bueno, sí, por supuesto… en principio viene a ser lo mismo. Pero entrar en la mente de alguien es una cosa y obligarle a que haga algo que normalmente no querría ya es otra cosa muy distinta.
—Mi amiga está a punto de hacer algo muy peligroso —dije—. Podría matarse. La están obligando, pero no puedo hacer nada. Nuestro vínculo me impide influir en ella. Solo puedo mirar. Si pudieses adentrarte en la mente de mi amiga y alejarla del peligro…
Oksana negó con la cabeza.
—Aunque no discutiésemos si es correcto o no, no puedo entrar en la mente de alguien que no está aquí… y mucho menos en la de alguien a quien no conozco.
Me pasé los dedos por el pelo mientras el pánico empezaba a adueñarse de mí. Ojalá Oksana supiese caminar en los sueños. Eso al menos le permitiría utilizar sus talentos a distancia. Todos aquellos poderes espirituales parecían independientes entre sí, cada uno con un molesto requisito distinto: alguien capaz de caminar en sueños debería ser capaz de dar un paso más y visitar a alguien despierto.
Me vino a la cabeza una idea todavía más descabellada. Aquel sí que estaba siendo un día productivo.
—Oksana… puedes entrar en mi mente, ¿verdad?
—Sí —confirmó.
—Si yo… si yo estuviese en la mente de mi amiga, ¿podrías acceder a su mente a través de la mía? ¿Podría ser el vínculo entre vosotras dos?
—Nunca había oído nada igual —murmuró Mark.
—Porque nunca hemos contado con tantas personas con poderes espirituales y bendecidas por la sombra —observé.
Abe, como era de esperar, parecía completamente perdido.
La expresión de Oksana se ensombreció.
—No sé…
—O funciona, o no —dije yo—. Si no funciona, no habrá pasado nada. Pero si puedes llegar hasta ella a través de mí… puedes controlar sus actos —iba a empezar a hablar, pero la interrumpí—. Lo sé, lo sé… crees que está mal. Pero esa otra persona capaz de utilizar el espíritu… Ella sí que es mala. Lo único que tienes que hacer es que Lissa quede fuera de peligro. ¡Está a punto de saltar por una ventana! Detenla; ya tendremos tiempo de arreglar las cosas con ella más adelante.
Y por arreglar las cosas me refería a dejarle un ojo morado de recuerdo a Avery en su cara bonita.
Durante mi extraña vida, me había acostumbrado a que la gente —sobre todo los adultos— rechazasen mis extravagantes ideas y observaciones. Me costó muchísimo convencer a la gente de que Victor había secuestrado a Lissa y tampoco me resultó fácil hacer que los guardianes me creyesen cuando les dije que estaban atacando la academia. Así que cuando me encontraba con situaciones como aquella, una parte de mí casi esperaba hallar resistencia. Pero la cuestión era que, por muy cuerdos que estuviesen, Oksana y Mark habían estado utilizando el espíritu para luchar durante la mayor parte de sus vidas. No era raro que viesen las locuras con buenos ojos. Pasado un rato, ella dejó de discutir.
—Muy bien —dijo—. Dame las manos.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Abe, confundido.
Disfruté un poco al ver que, por una vez, estaba fuera de su elemento.
Mark le murmuró algo a Oksana en ruso y la besó en la mejilla. Le estaba advirtiendo que tuviese cuidado, que su decisión no fuese su perdición. Sé que querría lo mismo si ella se encontrase en el lugar de Lissa. El amor que dejaron entrever era tan profundo y fuerte que estuvieron a punto de quitárseme las ganas de llevar a cabo aquel plan. Aquel amor me recordó el que sentíamos Dimitri y yo y, si pensaba en ello durante un segundo más, iba a revivir la noche anterior…
Estreché las manos de Oksana y se me hizo un nudo en el estómago. No me gustaba la idea de que hubiese alguien en mi mente, aunque fuese un sentimiento un tanto hipócrita para alguien que no hacía más que meterse en la mente de su mejor amiga. Oksana me lanzó una tenue sonrisa, aunque era obvio que estaba tan nerviosa como yo.
—Lo siento —dijo—. No me gusta hacerle esto a la gente.
Y entonces sentí el mismo efecto que cuando Avery me expulsaba de la mente de Lissa. Era la sensación física de que alguien me tocaba el cerebro. Tomé aire sin dejar de mirar a los ojos de Oksana, mientras me invadían unas oleadas de frío y calor. Oksana estaba ya en mi mente.
—Ahora, a por tu amiga —dijo ella.
Y eso hice. Centré mis pensamientos en Lissa y descubrí que seguía de pie sobre el alféizar de la ventana. Estaba mejor allí que en el suelo, pero aún quería convencerla para que volviese a su habitación antes de que le pasase algo malo. Sin embargo, aquella no iba a ser mi tarea. Yo solo era el taxi, por así decirlo. Oksana iba a ser la que convenciese a Lissa para que bajase de la repisa, aunque no había modo de saber que venía conmigo.
Cuando salté a la mente de Lissa, perdí todo contacto con Oksana. La sensación desapareció de repente.
«¿Oksana?», pensé. «¿Estás ahí?».
No hubo respuesta… de Oksana, por lo menos. La respuesta llegó de una fuente inesperada.
«¿Rose?».
Era la voz de Lissa la que hablaba en mi mente. Se detuvo por completo en la ventana y dejó de reír con Avery. Sentí el terror y la confusión de Lissa al preguntarse si se lo estaba imaginando. Echó un vistazo a la habitación y sus ojos repararon en Avery. Esta comprendió qué estaba sucediendo y su expresión se tornó hosca. Noté aquella sensación familiar que dejaba su presencia en la mente de Lissa y no me sorprendí cuando Avery intentó expulsarme de nuevo.
Solo que aquella vez… no funcionó.
Cada vez que Avery me había expulsado, sentía un empujón real. Pero en aquella ocasión parecía como si hubiese sido ella quien se golpease contra una pared. Yo ya no era tan fácil de manipular. Oksana aún seguía conmigo, prestándome su fuerza. Avery todavía se encontraba a la vista de Lissa, y vi aquellos adorables ojos gris azulado abrirse por completo cuando comprendió que no podía controlarme.
«Vaya», pensé. «¡Te vas a enterar, zorra!».
«¿Rose?». Era la voz de Lissa de nuevo. «¿Me estoy volviendo loca?».
«Aún no. Pero tienes que bajar ahora mismo. Creo que Avery intenta matarte».
«¿Matarme?». Podía percibir la incredulidad de Lissa. «Ella nunca haría algo así».
«Mira, ahora no vamos a discutir. Tú baja de la ventana y punto».
Sentí el impulso de Lissa, cómo cambiaba de posición y empezaba a bajar uno de los pies. Entonces fue como si una parte fundamental de ella la detuviese. Su pie se detuvo a mitad de camino… y empezó a temblar.
Aquello era cosa de Avery. Me pregunté si Oksana, que permanecía entre las bambalinas de aquella unión, podría contrarrestar aquella orden. No, Oksana no podía tomar parte. Sus poderes espirituales habían conseguido que me pusiese en contacto con Lissa, pero su actitud era completamente pasiva. Yo esperaba ser el puente a través del cual Oksana accedería a la mente de Lissa para controlarla. Sin embargo, la situación había cambiado por completo y yo no tenía poder alguno sobre sus actos. Mis únicas armas eran una astucia legendaria y mi capacidad de persuasión.
«Lissa, tienes que enfrentarte a Avery», dije. «Es capaz de controlar el espíritu y te está manipulando. Eres una de las controladoras más poderosas que conozco. Deberías poder combatirla».
Me respondió con miedo.
«No puedo… no puedo concentrarme».
«¿Por qué no?»
«Porque he estado bebiendo».
Protesté para mis adentros. Por supuesto. Por eso Avery se había dado tanta prisa en comprarle alcohol a Lissa. Afectaba a su espíritu, como había quedado claro durante los numerosos abusos de Adrian. Avery la había empujado a beber para que las habilidades espirituales de Lissa se debilitasen y no opusiesen tanta resistencia. Eran muchas las ocasiones en las que Lissa no había sabido calcular cuánto había bebido Avery; visto en perspectiva, Avery había estado fingiendo todo este tiempo.
«Pues usa tu fuerza de voluntad», le dije. «Es posible resistirse a la coerción».
Y era verdad. La coerción no te garantizaba dominar el mundo. Algunas personas resistían mejor que otras, aunque siempre era más difícil zafarse de un strigoi o de alguien capaz de utilizar el espíritu.
Sentí cómo aumentaba la resolución de Lissa, cómo repetía mis palabras una y otra vez, insistiendo para sí en que tenía que ser fuerte y bajar del alféizar. Se esforzó por quitarse de encima aquel impulso que Avery había sembrado en ella y, sin saberlo, de pronto me encontré arrancándolo de su mente junto a ella. Lissa y yo unimos nuestras fuerzas para sacar a Avery de allí.
En el mundo físico, Avery y Lissa se miraban fijamente mientras el combate psíquico seguía su curso. El rostro de Avery revelaba una férrea concentración que de pronto se vio sustituida por una expresión de asombro. Había caído en la cuenta de que yo también estaba luchando. Entrecerró los ojos y, cuando habló, fue a mí a quien se dirigió y no a Lissa.
—Mira —siseó Avery—, ni se te ocurra hacer tonterías conmigo.
¿Ah, no?
Sentí una ráfaga de calor y la sensación de que algo se aferraba a mi mente. Solo que no era Oksana. Era Avery, y estaba investigando a fondo entre mis pensamientos y recuerdos. Entendí entonces a lo que se refería Oksana cuando describía el proceso como invasivo, una violación. No solo era ver a través de los ojos de otra persona; era espiar sus pensamientos más íntimos.
Y entonces, el mundo que me rodeaba se disolvió. Aparecí en una habitación que no reconocía. Por un momento, pensé que me encontraba de nuevo en la mansión de Galina. Desde luego, tenía el mismo aspecto opulento y caro. Pero no. Después de fijarme durante unos segundos, caí en la cuenta de que no se trataba de aquel lugar. Los muebles eran diferentes. Hasta el aspecto general era distinto. La casa de Galina era preciosa, pero en ella reinaba un ambiente frío e impersonal. Aquel lugar invitaba a ser descubierto y estaba muy bien cuidado. Sobre un sofá capitoné, en uno de sus rincones, había un edredón arrebujado, como si alguien —acompañado— hubiese estado haciendo algo debajo. Y aunque la habitación no estuviese lo que se dice desordenada, había objetos esparcidos —libros, fotografías enmarcadas— que indicaban que aquel no era un cuarto de exposición, sino que en él vivía gente.
Caminé hasta una pequeña estantería y tomé una de las fotos enmarcadas. Estuvo a punto de caérseme de las manos cuando comprobé quiénes aparecían en ella. En aquella foto estábamos Dimitri y yo… pero no recordaba haberla visto nunca. Estábamos abrazados, con las caras juntas para asegurarnos de que ambos salíamos en la foto. Yo sonreía de oreja a oreja y él también lucía una alegre sonrisa, una que rara vez le había visto esbozar. Suavizaba la típica expresión agresiva de sus rasgos y le daba un aspecto más sexy del que nunca había imaginado. Un mechón de su suave pelo castaño se le había escapado de la coleta y caía sobre su mejilla. A nuestras espaldas se alzaba una ciudad que reconocí de inmediato: San Petersburgo. Fruncí el ceño. No, aquella foto no podía existir.
Aún la estaba estudiando cuando oí a alguien adentrarse en la habitación. Cuando comprobé quién era, me dio un vuelco el corazón. Dejé la foto en la estantería mientras me temblaban las manos y retrocedí unos pasos.
Era Dimitri.
Llevaba unos pantalones vaqueros y una camiseta roja que resaltaba su complexión musculosa a la perfección. Tenía el pelo suelto y un poco húmedo, como si acabase de salir de la ducha. Sostenía dos tazas y se echó a reír en voz baja al verme.
—¿Aún no te has vestido? —preguntó negando con la cabeza—. Van a llegar de un momento a otro.
Miré hacia abajo y comprobé que llevaba puesto un pantalón de pijama de franela a cuadros y una camiseta de tirantes. Me ofreció una taza y la acepté, pues estaba tan asombrada que era lo único que se me ocurrió hacer. Observé su contenido —chocolate caliente— y después volví mi mirada hacia él. Sus ojos no estaban rojos y en su cara no se reflejaba el mal, sino una hermosa calidez y afecto. Era mi Dimitri, al que había amado y que tanto me había protegido. Con su corazón y su alma puros.
—¿Quiénes… quiénes van a venir? —pregunté.
—Lissa y Christian. Van a venir a tomar algo —me miró sorprendido—. ¿Te encuentras bien?
Eché un vistazo a mi alrededor para fijarme en aquella acogedora habitación. A través de una ventana, vi un patio trasero lleno de árboles y flores. La luz del sol se proyectaba sobre la alfombra. Me volví hacia él y negué con la cabeza.
—¿Qué es todo esto? ¿Dónde estamos?
Su expresión confundida se tornó severa. Avanzó hacia mí, me quitó la taza y dejó las dos sobre una balda. Apoyó las manos en mis caderas y yo reaccioné con un respingo, pero no me aparté… ¿cómo iba a apartarme, con lo que se parecía al Dimitri que había conocido?
—Es nuestra casa —dijo mientras me acercaba hacia él—, en Pensilvania.
—Pensilvania… ¿es que estamos en la Corte Real?
Él se encogió de hombros.
—A unos kilómetros.
Yo negué con la cabeza lentamente.
—No… eso no es posible. No podemos vivir juntos. Y menos tan cerca de otras personas. Nunca nos lo permitirían —si por un casual Dimitri y yo viviésemos juntos, tendríamos que hacerlo en secreto… en algún lugar remoto, como Siberia.
—Tú te empeñaste —dijo con una pequeña sonrisa—. Y a nadie le importa. Lo aceptan. Además, fuiste tú la que dijo que teníamos que vivir cerca de Lissa.
Me daba vueltas la cabeza. ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo podía ser? ¿Cómo iba a vivir con Dimitri, y menos tan cerca de unos moroi? Aquello no estaba bien… y, sin embargo, todo encajaba. Eché un vistazo a mi alrededor y sentí que aquel lugar era mi casa. Podía sentir el amor que reinaba allí, la conexión entre Dimitri y yo. Pero… ¿cómo iba a ser Dimitri? ¿No debía estar haciendo otra cosa? ¿No debía estar en otra parte?
—Eres un strigoi —dije al fin—. No… Estás muerto. Yo te maté.
Él deslizó un dedo sobre mi mejilla sin dejar de sonreír.
—¿Te parezco muerto? ¿Te parezco un strigoi?
No. Tenía un aspecto magnífico, sensual y fuerte. Era todo cuanto recordaba, todo cuanto amaba.
—Pero estabas… —callé, confundida. No, aquello no tenía sentido. Tenía que hacer algo, pero no podía recordar qué—. ¿Qué ha pasado?
Su mano regresó a mis caderas y me acercó hasta envolverme con su cuerpo en un fuerte abrazo.
—Me salvaste —susurró a mi oído—. Tu amor me salvó, Roza. Me trajiste de vuelta para que pudiésemos estar juntos.
¿Eso había hecho? Tampoco lo recordaba. Pero todo parecía real y maravilloso. Echaba de menos sentir sus brazos rodeándome. Me había abrazado siendo un strigoi, pero nunca me había sentido así. Y cuando se acercó a mí y me besó, supe con toda claridad que no era un strigoi. No sabía cómo había podido engañarme tanto a mí misma en casa de Galina. Su beso estaba vivo. Me quemaba el alma y, mientras mis labios se apretaban con pasión contra los suyos, sentí una conexión que me decía que él era la única persona que debía estar conmigo.
Solo que no podía quitarme de encima la sensación de que yo no debía estar allí. Pero, ¿dónde si no? Lissa… Algo que tenía que ver con Lissa…
Puse fin a su beso pero no a su abrazo. Mi cabeza reposó sobre su pecho.
—¿De verdad te salvé?
—Tu amor era demasiado fuerte. Nuestro amor era demasiado fuerte. Ni siquiera los no muertos pueden separarnos.
Quería creerlo. Con desesperación. Pero aquella voz aún rondaba por mi cabeza. Lissa… ¿Qué pasaba con Lissa? Entonces lo recordé: Lissa y Avery. Tenía que salvar a Lissa de Avery. Me aparté con fuerza de Dimitri, que se me quedó mirando con expresión confundida.
—¿Qué haces?
—Esto no es real —dije—. Es un truco. Todavía eres un strigoi. No podemos estar juntos… y menos aquí, entre los moroi.
—Claro que podemos —vi su dolor en aquellos ojos marrones y me sentí morir—. ¿No quieres estar conmigo?
—Tengo que volver con Lissa…
—Déjala —dijo mientras se aproximaba a mí—. Déjalo todo. Quédate aquí conmigo… podemos tener todo aquello que siempre quisimos, Rose. Podemos estar juntos todos los días, despertarnos juntos cada mañana.
—No —di otro paso atrás. Sabía que, si no lo hacía, me volvería a besar, y entonces estaría perdida del todo. Lissa me necesitaba. Lissa estaba atrapada. Recordaba más detalles sobre Avery a cada segundo que pasaba. Todo aquello no era más que una ilusión.
—¿Rose? —preguntó él. Había tanto dolor en su voz—. ¿Qué estás haciendo?
—Lo siento —dije, a punto de echarme a llorar. Lissa. Tenía que llegar hasta Lissa—. Esto no es real. Estás muerto. Tú y yo no podemos estar juntos, pero aún puedo ayudarla a ella.
—¿La quieres más que a mí?
Lissa me había preguntado prácticamente lo mismo al marcharme para ir a por Dimitri. Estaba condenada a tener que elegir entre los dos.
—Os quiero a los dos —respondí.
Y después de pronunciar aquellas palabras, reuní toda mi fuerza de voluntad para regresar con Lissa, dondequiera que estuviese, y alejarme de aquella fantasía. Para ser sincera, hubiese estado dispuesta a pasar el resto de mis días en aquel mundo irreal, viviendo con Dimitri en aquella casa, despertándome a su lado cada mañana tal como él había dicho. Pero no era real. Era demasiado fácil y, si estaba aprendiendo algo, era precisamente que la vida no era fácil.
El esfuerzo fue terrible pero, de pronto, me encontré de vuelta en aquella habitación de St. Vladimir. Me centré en Avery, que estaba observándonos a Lissa y a mí. Había extraído el recuerdo que más me atormentaba en un intento por confundirme y alejarme de Lissa mediante una fantasía de aquello que más deseaba en el mundo. Yo me había librado de la trampa de Avery y me sentí orgullosa, pese a lo que me dolía. Quise poder comunicarme directamente con ella para hacerle un par de comentarios sobre lo que pensaba de su persona y de sus jueguecitos. Pero no podía, así que uní una vez más mi fuerza de voluntad a la de Lissa y, juntas, empezamos a bajar del alféizar hasta llegar al suelo de la habitación.
Avery estaba sudando. Cuando comprendió que había perdido aquella batalla psíquica, su precioso rostro se tornó de lo más feo.
—Muy bien —dijo—. Hay formas más sencillas de matarte.
De pronto, Reed entró en la habitación, hostil. Yo no sabía de dónde venía o cómo se le había ocurrido aparecer allí en aquel preciso instante, pero fue directo hacia Lissa con los brazos extendidos al frente. La ventana seguía abierta a sus espaldas, así que no hacía falta ser un genio para deducir sus intenciones. Avery había intentado manipular a Lissa para que saltase; Reed iba a empujarla.
Lissa y yo intercambiamos una conversación mental durante un segundo.
«Vale», le dije yo. «Vamos a hacer lo siguiente: quiero que cambiemos los roles».
«¿De qué hablas?». Se encontraba muerta de miedo, lo cual era comprensible teniendo en cuenta que Reed estaba a punto de echársele encima.
«Hasta ahora me he ocupado de luchar en el plano psíquico. Ahora te toca pelear en el físico. Y voy a enseñarte a hacerlo».