Por desgracia, no recordaba dónde lo había sentido antes.
Teniendo en cuenta el resto de cosas que me habían pasado, el mero hecho de haberlo rememorado ya era notable. Mis recuerdos eran un poco dispersos, pero hice todo lo que pude para cribarlos, preguntándome dónde había sentido ese cosquilleo mental. No saqué nada en claro, y reflexionar sobre el tema enseguida se volvió tan frustrante como imaginar un plan de fuga.
Y a medida que pasaba tiempo, me iba dando cuenta de que de verdad necesitaba un plan de fuga. El síndrome de abstinencia de la endorfina me estaba matando, pero a medida que sus efectos desaparecían pensaba cada vez con más claridad. Estaba estupefacta al ver cómo se me había ido la cabeza. En cuanto había dejado que Dimitri me mordiese… me había desmoronado. Había perdido mi capacidad de razonamiento. Había perdido la fuerza y la habilidad. Me había vuelto blanda, tonta y estúpida. Bueno, no del todo. Si lo hubiera perdido del todo, ahora sería una strigoi. Había algo reconfortante al menos en saber que, incluso colocada con el mordisco, cierta parte de mí aún se abría paso y se negaba a sucumbir.
Saber que no era tan débil como había supuesto me ayudó a continuar. Resultó más fácil haciendo caso omiso al anhelo de mi cuerpo, distrayéndome viendo telebasura y dando cuenta de toda la comida de la nevera pequeña. Hasta me quedé despierta durante un buen rato con la esperanza de agotarme. Funcionó, y me quedé frita nada más caer sobre la almohada, arrastrada a un sueño profundo sin síndrome de abstinencia.
Me desperté más tarde, cuando un cuerpo se deslizó junto al mío en la cama. Abrí los ojos y me quedé mirando fijamente los ojos rojos de Dimitri. Por primera vez desde hacía días, lo miraba con miedo, no con amor. Pero no dejé que aquello se reflejara en mi cara, y le sonreí. Alargué la mano y le toqué la cara.
—Has vuelto. Te echaba de menos.
Él me asió la mano y me besó la palma.
—Tenía cosas que hacer.
Las sombras se movían sobre su cara, y vi un leve rastro de sangre seca cerca de la boca. Puse una mueca y se la limpié con el dedo.
—Sí, ya veo.
—Es el orden natural, Rose. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor, pero…
—¿Qué?
Desvié la mirada, otra vez indecisa. En ese momento, sus ojos me miraban con algo más que simple curiosidad. Había preocupación. Solo un poco, pero allí estaba. Preocupación por mí. Y, sin embargo, solo hacía un momento que le había limpiado la sangre de la cara, sangre de algún desdichado al que había matado en las últimas horas, muy probablemente.
—Estaba en la cabeza de Lissa —dije al fin. No hacia daño a nadie contándole eso. Como Nathan, él sabía que ella estaba en la academia—. Y… algo me ha expulsado.
—¿Expulsado?
—Sí… Estaba mirando a través de sus ojos, como suelo hacer, y entonces una fuerza… no sé, una mano invisible… me ha empujado. Nunca había sentido algo parecido.
—Quizá sea un nuevo poder del espíritu.
—Puede. Pero he estado vigilándola regularmente y nunca la he visto ni practicando ni planteándose algo así.
Él se encogió de hombros ligeramente y me rodeó con el brazo.
—Despertar te proporciona unos sentidos más agudos y un contacto mejor con el mundo, pero no te hace omnisciente. No sé por qué te habrá pasado.
—Seguro que omnisciente no, porque si no Nathan no querría sonsacarme información sobre ella. ¿Por qué? ¿Por qué los strigoi tienen esa fijación por matar a miembros de la realeza? Sabemos que lo están, lo estáis… haciendo, pero, ¿por qué? ¿Qué importa? ¿Es que no son iguales todas las víctimas, sobre todo cuando muchos strigoi fueron antes moroi de la realeza?
—Eso exige una respuesta compleja. Una gran razón para cazar a los moroi de la realeza es el miedo. En vuestro viejo mundo, la realeza se sostiene sobre todos los demás. Tienen los mejores guardianes, la mejor protección —sí, eso era totalmente cierto. Lissa había descubierto todo eso en la Corte—. Si aún podemos matarlos a pesar de todo, ¿qué significa eso? Significa que nadie está a salvo. Genera miedo, y el miedo hace que la gente cometa estupideces. Los convierte en presas más fáciles.
—Es terrible.
—Presa o…
—Sí, sí, ya lo sé. Presa o depredador.
Entornó los ojos ligeramente, como si no le hubiera gustado la interrupción, pero lo dejó estar.
—Minar el liderazgo moroi también es beneficioso: eso también genera inestabilidad.
—O puede que salieran beneficiados con un cambio de liderazgo —dije. Él me echó otra mirada rara, y yo misma llegué a asustarme. Ahí estaba yo, otra vez pensando como Victor Dashkov. Comprendí que debería haberme quedado callada. No estaba siendo la persona dispersa y animada de costumbre—. ¿Y el resto?
—El resto… —una sonrisa se dibujó en sus labios—. El resto es prestigio. Lo hacemos por la gloria, por la reputación que nos da y la satisfacción de sabernos responsables de la destrucción de lo que otros no han sido capaces de destruir desde hace siglos.
Pura naturaleza strigoi. Maldad, caza y muerte. No hacían falta más motivos.
La mirada de Dimitri se deslizó hacia la mesita de noche. Ahí dejaba todas mis joyas desperdigadas. Ahí estaban todos sus regalos, brillando como el tesoro de un pirata. Estiró el brazo por encima de mí y levantó el nazar en su cadena.
—Aún tienes esto.
—Ya. Aunque no es tan bonito como lo tuyo.
Al ver el ojo azul, me acordé de mi madre. No había pensado en ella desde hacía mucho tiempo. En Baia, había empezado a ver a Olena como una madre secundaria, pero ahora… ahora deseaba tener la mía propia. Aunque Janine Hathaway no cocinase ni limpiase, era lista y competente. Y en cierto modo comprendí de repente que pensábamos igual. Mis rasgos procedían de ella, y sabía con certeza que, en aquella situación, ella no habría dejado de planear la fuga.
—Esto no lo había visto nunca —dijo Dimitri. Había devuelto el nazar a su lugar y ahora sostenía el sencillo anillo de plata que Mark me había regalado. No me lo había puesto desde la última vez que estuve en la casa de los Belikov, y lo había colocado junto al nazar sobre la mesita de noche.
—Lo tengo desde que estuve… —me callé, al darme cuenta de que hasta ese momento no había contado nada de mi viaje antes de llegar a Novosibirsk.
—¿Desde que estuviste dónde?
—Desde que estuve en tu pueblo, en Baia.
Dimitri estaba jugueteando con el anillo, moviéndolo entre las puntas de los dedos, pero se quedó parado y me miró cuando pronuncié aquel nombre.
—¿Fuiste hasta allí?
Curiosamente, no habíamos hablado mucho del tema. Yo había mencionado Novosibirsk algunas veces, pero nada más.
—Creía que estarías allí —expliqué—, no sabía que aquí los strigoi cazaban en las ciudades. Me alojé en tu casa.
Sus ojos volvieron al anillo. Siguió jugueteando con él, girándolo y haciéndolo rodar.
—¿Y?
—Y… fueron muy agradables. Me cayeron bien. Pasé mucho tiempo con Viktoria.
—¿Por qué no estaba en la escuela?
—Estábamos en Pascua.
—Ah, vale. ¿Cómo estaba?
—Bien —dije rápidamente. No fui capaz de contarle nada sobre la última noche con ella y con Rolan—. Karolina también está bien. Me recuerda a ti. Se la lió buena a unos dhampir que estaban buscando bronca.
Volvió a sonreír y fue… bonito. Es verdad que los colmillos todavía lo hacían repulsivo, pero no tenía ese toque siniestro que hubiese esperado. Había cariño en su rostro, un afecto verdadero que me espantó.
—Me imagino a Karolina haciendo eso. ¿Ha tenido ya a su bebé?
—Sí… —estaba un poco descolocada con aquella sonrisa—. Ha sido una niña. Zoya.
—Zoya —repitió sin mirarme—. No está mal el nombre. ¿Cómo estaba Sonya?
—Bien. No la vi mucho. Está un poco susceptible… Viktoria dice que es por el embarazo.
—¿Sonya también está embarazada?
—Pues sí. De seis meses, creo.
Su sonrisa se apagó un poco y casi pareció preocupado.
—Supongo que tenía que pasar tarde o temprano. Sus decisiones no siempre son tan sensatas como las de Karolina. Los hijos de Karolina fueron una elección consciente… Supongo que el de Sonya fue una sorpresa.
—Sí, a mí también me dio esa impresión.
Ahora tocaba el turno de los demás miembros de su familia.
—¿Y mi madre y mi abuela?
—Pues… bien. Las dos —la conversación se estaba volviendo cada vez más rara. No solo era la primera normal que habíamos tenido desde mi llegada, sino que además era la primera vez que él parecía interesado en algo que no estuviese relacionado con los strigoi o que no implicase besar o morder, aparte de algunos recuerdos sobre nuestras primeras peleas juntos y los recordatorios burlones de la vez que habíamos hecho el amor en la cabaña—. Tu abuela me asustó un poco.
Se echó a reír y yo me estremecí. Se parecía muchísimo a su antigua risa, tanto como jamás me hubiese imaginado.
—Sí, provoca ese efecto en la gente.
—Y fingía no saber inglés —un pequeño detalle, pero aun así me había cabreado.
—Sí, eso también —siguió sonriendo, con afecto en la voz—. ¿Aún viven juntas? ¿En la misma casa?
—Sí. Vi los libros de los que me hablaste, los bonitos. Pero no pude leerlos.
—Así descubrí el mundo de las novelas del Oeste.
—Oye, me encantaba burlarme de ti por eso.
Soltó una risilla entre dientes.
—Ya. Entre eso, tus estereotipos sobre la música de Europa del Este y el tema del «camarada», tenías material de sobra.
Me reí también.
—Lo de «camarada» y la música fue un poco pasarse de la raya —casi había olvidado el apodo que me había inventado para él. Ya no le pegaba—. Pero tú sacaste solito el tema del Oeste, entre el guardapolvo de cuero y…
Me callé. Había empezado a mencionar su deber de ayudar a los necesitados, pero aquello ya era historia. Dimitri no se dio cuenta de mi lapsus.
—¿Y después viniste a Novosibirsk?
—Sí, vine con esos dhampir con los que cazaba… esos otros no sometidos a juramento. Pero estuve a punto de no hacerlo. Tu familia quería que me quedase. Estuve planteándomelo.
Dimitri acercó el anillo a la luz, con la cara ensombrecida por sus pensamientos. Suspiró.
—Probablemente deberías haberte quedado.
—Son buena gente.
—Sí —dijo suavemente—, podrías haber sido feliz allí.
Alargó el brazo para poner el anillo otra vez en la mesita de noche y después se giró hacia mí para unir nuestros labios. Fue el beso más tierno y dulce que me había dado como strigoi, y no hizo más que aumentar mi desconcierto. Pero la ternura fue fugaz, y unos segundos más tarde nuestro beso volvió a lo que era normalmente, enérgico y hambriento. Tuve la sensación de que estaba hambriento de algo más que de besos, aunque se hubiera alimentado poco antes. Dejando a un lado mi confusión sobre lo… bueno, lo normal y amable que había sido hablando de su familia, intenté imaginarme cómo iba a librarme de sus mordiscos sin levantar sospechas. Mi cuerpo aún estaba débil y lo necesitaba, pero en mi cabeza hacía siglos que no me sentía tan bien siendo yo misma.
Dimitri se apartó y yo le solté lo primero que se me pasó por la cabeza antes de que él pudiera hacer nada.
—¿Cómo es?
—¿Cómo es qué?
—Besar.
Frunció el ceño. Uno a cero para mí. Había desconcertado momentáneamente a una criatura no muerta de la noche. Sydney habría estado orgullosa de mí.
—¿A qué te refieres?
—Dijiste que despertar potencia todos los sentidos. ¿Besar también es diferente?
—Ah —hubo un destello de entendimiento en sus rasgos—. Sí, en cierto modo. Mi sentido del olfato es más potente que antes, por lo que tu perfume me llega con mucha más intensidad… tu sudor, el champú de tu pelo… no puedes llegar a imaginártelo. Embriagador. Y, por supuesto, con un gusto y un tacto más agudos todo es mucho mejor —se inclinó y volvió a besarme, y lo que acababa de decir hizo que se me revolviese algo por dentro, en el buen sentido. Aquello no era lo que tenía que pasar. Mi esperanza era distraerlo yo a él, no que él me distrajese a mí.
—Cuando salimos la otra noche, las flores olían muy intensamente. Si a mí me olían así, ¿el olor era insoportable para ti? O sea, ¿no llegan a ser demasiado fuertes los perfumes?
Y así empezó todo. Lo bombardeé con todas las preguntas que pude, le pregunté por todos los aspectos de la vida strigoi. Quería saber cómo era, cómo se sentía… Pregunté todo con curiosidad y entusiasmo, conteniendo las emociones y mostrándome atenta en los momentos justos. Pude ver cómo aumentaba su interés mientras yo hablaba, aunque su actitud era enérgica y eficiente, en nada parecida a nuestra afectuosa conversación anterior. Él tenía la esperanza de que yo estuviera al borde de aceptar convertirme.
A medida que avanzaba el interrogatorio, empecé a expresar muestras de cansancio. Bostezaba mucho, perdía muchas veces el hilo de mis pensamientos… Finalmente, me froté los ojos con las manos y volví a bostezar.
—Hay tantas cosas que no sabía… y que todavía no sé…
—Ya te dije que era increíble.
Sinceramente, algunas cosas sí que lo eran. La mayoría eran siniestras a tope, pero dejando a un lado todo el tema de los no muertos y el mal, ciertamente lo de ser un strigoi tenía algunas ventajas.
—Tengo más preguntas —murmuré. Cerré los ojos y suspiré, después los abrí como si me estuviera obligando a seguir despierta—. Pero… Estoy muy cansada… Aún no me encuentro bien. No tendré una conmoción cerebral, ¿verdad?
—No. Y una vez despiertes ya dará igual.
—Pero no antes de que contestes el resto de mis preguntas —las palabras salieron envueltas en un bostezo, pero lo entendió. Tardó un rato en responder.
—Vale. Esperaremos hasta entonces. Pero el tiempo se acaba, ya te lo he dicho.
Mis párpados se cerraron entonces.
—Pero aún no es el segundo día…
—No —dijo en voz baja—. Aún no.
Me quedé allí, relajando mi respiración todo lo que pude. ¿Funcionaría mi actuación? Era muy posible que él bebiese de mí aunque pensase que estaba durmiendo. Me la estaba jugando. Un mordisco, y todo mi trabajo para luchar contra la abstinencia habría sido inútil. Volvería a empezar desde cero. Tal como estaba, no tenía ni idea de cómo iba a librarme de un mordisco la próxima vez… pero no pensaba que fuera a haber una próxima vez. Para entonces ya sería una strigoi.
Dimitri estuvo echado junto a mí unos minutos más y, entonces, sentí que se movía. Me preparé por dentro. Maldita sea. Ya se acercaba el mordisco. Había estado segura de que nuestro beso era parte de su atracción por beber de mí, y que si me quedaba dormida esa atracción desaparecería. Por lo visto, no. Mi simulacro no había servido de nada. Todo había terminado.
Pero no fue así.
Se levantó y se fue.
Cuando oí la puerta cerrarse, casi pensé que era un engaño. Pensé que estaba intentando confundirme y que todavía seguía en la habitación. Pero cuando sentí que la náusea que me provocaban los strigoi se desvanecía, supe la verdad. Se había marchado, convencido de que me hacía falta dormir. Mi actuación había sido convincente.
Rápidamente me senté y le di vueltas a algunas cosas. En la última parte de su visita, había parecido… Bueno, me había recordado más que nunca al antiguo Dimitri. Claro está, seguía siendo un strigoi de la cabeza a los pies, pero había algo más: un toque de calidez en su risa. Interés sincero y afecto al oír hablar de su familia. ¿Había sido eso? ¿Oír noticias de su familia había despertado alguna parte de su alma enterrada dentro del monstruo? Lo confieso, me sentí un poco celosa al pensar que podían haber operado en él un cambio que yo no había sido capaz de hacer. Pero él había mostrado esa misma calidez al hablar de nosotros, solo un poco…
No, no. No podía seguir por ahí. No había ningún cambio ni vuelta a su estado anterior. Era solo una quimera, y cuanto más recuperaba el control de mí misma, comprendía mejor la realidad de la situación.
Las acciones de Dimitri me hicieron acordarme de algo. Me había olvidado totalmente del anillo de Oksana. Lo tomé de la mesa y me lo puse en el dedo. No noté ningún cambio apreciable, pero si la magia sanadora seguía allí, podría ayudarme. Podría acelerar la curación del síndrome de abstinencia de mi cuerpo y mi cerebro. Si la oscuridad de Lissa se estaba metiendo en mí, el anillo también podría anularla.
Suspiré. Por mucho que me dijera para mis adentros que me había liberado de ella, nunca lo estaría. Era mi mejor amiga. Estábamos conectadas de una manera que solo unos pocos podían entender. La negación en la que había estado viviendo se esfumó. Ahora lamentaba lo que había hecho con Adrian. Había acudido a pedirme ayuda y yo le había echado en cara su amabilidad. Ahora estaba privada de toda comunicación con el mundo exterior.
Pensar en Lissa volvió a recordarme lo que me había pasado la última vez que había estado dentro de su mente. ¿Qué me había expulsado de ella? Titubeé y sopesé mis opciones. Lissa estaba lejos y posiblemente tenía problemas. Dimitri y los demás strigoi estaban allí, pero… aún no podía marcharme. Tenía que volver a visitar a Lissa, brevemente…
La encontré en un sitio inesperado. Estaba con Deirdre, una orientadora del campus. Lissa visitaba a un orientador desde que el espíritu había empezado a manifestarse, pero antes no era Deirdre. Expandiendo mis sentidos a los pensamientos de Lissa, conocí la historia: su orientador se había marchado poco después del ataque a la academia. Lissa había sido reasignada a Deirdre, que me había orientado a mí una vez, cuando todos pensaban que me estaba volviendo loca por la muerte de Mason.
Deirdre era una moroi de aspecto refinado, siempre vestida pulcramente, con su pelo rubio peinado a la perfección. No parecía mucho mayor que nosotros y conmigo su método de orientación se había parecido más a un interrogatorio policial. Con Lissa era más amable. No me extrañaba.
—Lissa, estamos un poco preocupados por ti. Normalmente, te habrían expulsado. De hecho, he impedido que suceda. Sigo teniendo la sensación de que pasa algo que no me cuentas. Otra cosa.
¿Lissa, expulsada? Volví a expandir mi conciencia para ponerme en antecedentes. La noche anterior, a Lissa y a otros los habían pillado montando, nada más y nada menos que en la biblioteca, una fiesta improvisada en la que había corrido el alcohol y habían causado destrozos. Dios mío. Mi mejor amiga necesitaba ingresar en Alcohólicos Anónimos.
Lissa tenía los brazos cruzados, su postura era casi de combate.
—No pasa nada. Solo queríamos divertirnos. Perdón por los desperfectos. Si quiere expulsarme, adelante.
Deirdre negó con la cabeza.
—Esa decisión no me corresponde. Mi preocupación es por qué aquí. Sé que antes tenías depresiones y otros problemas debido a tu, digamos, magia. Pero esto más bien parece una especie de rebelión.
¿Rebelión? Oh, era más que eso. Desde que habían discutido, Lissa no había podido encontrar a Christian, y eso la estaba destrozando. No era capaz de sobrellevar la inactividad. Solamente podía pensar en él o en mí. Las fiestas y el riesgo eran lo único que podía distraerla de nosotros.
—Los estudiantes hacen cosas así continuamente —alegó Lissa—, ¿por qué es tan importante en mi caso?
—Pues porque te pusiste en peligro. Después de la biblioteca, estuvisteis a punto de meteros en la piscina. Nadar ebrio es claramente un motivo de alarma.
—No se ahogó nadie. Aunque alguien hubiera empezado a ahogarse, estoy segura de que entre todos lo habríamos podido sacar.
—Simplemente es alarmante, teniendo en cuenta algunos de los comportamientos autodestructivos que ya has demostrado, como lo de cortarte…
Así siguió durante una hora más, y Lissa hizo un trabajo tan bueno como el que hacía yo esquivando las preguntas de Deirdre. Cuando terminó la sesión, esta dijo que no iba a recomendar ninguna medida disciplinaria. Quería que Lissa volviera para más sesiones de orientación. Lissa hubiese preferido quedarse castigada después de clase o limpiar pizarras.
Mientras atravesaba furibunda el campus, divisó a Christian yendo en la dirección opuesta. La esperanza entró a saco en la oscuridad de su mente como la luz del sol.
—¡Christian! —gritó, corriendo hacia él.
Él se detuvo y la miró con recelo.
—¿Qué quieres?
—¿Cómo que qué quiero? —ella deseaba arrojarse en sus brazos y que él le dijese que todo saldría bien. Estaba disgustada, abrumada y llena de oscuridad… pero había un elemento de vulnerabilidad que lo necesitaba desesperadamente—. No he podido encontrarte hasta ahora.
—Estaba… —su rostro se ensombreció—. No sé. Pensando. Además, por lo que he oído, tú no te has aburrido mucho.
Era de esperar que todo el mundo se hubiera enterado del jaleo de la noche anterior. Aquellas noticias corrían como la pólvora gracias a la fábrica de cotilleos de la academia.
—No fue nada —dijo ella. La forma en que él la miró le hizo daño.
—Esa es la cuestión —dijo él—. Últimamente, siempre es nada. Todas tus fiestas. Salir con otros tipos. Mentir.
—Yo no te he estado mintiendo —exclamó—. Y tú, ¿cuándo superarás lo de Aaron?
—No me estás diciendo la verdad. Es lo mismo —era una réplica del sentimiento de Jill. Lissa apenas la conocía y ya estaba empezando a odiarla—. No puedo con esto. No puedo ser parte de tu retorno a los días de chica de la realeza haciendo locuras con sus amigos de la realeza.
Si Lissa hubiera dado más detalles de lo que sentía, de lo mucho que la consumían la culpa y la depresión, que le hacían perder el control… creo que Christian le habría tendido la mano inmediatamente. A pesar de su aparente cinismo, tenía buen corazón, y casi todo le pertenecía a Lissa. O le había pertenecido hasta entonces. Ahora, él solo podía ver a una Lissa tonta y superficial que volvía a un estilo de vida que él despreciaba.
—¡No es verdad! —exclamó—. Es que yo… no sé. Es que me gusta hacer alguna locura.
—No puedo —dijo él—. No puedo estar a tu lado si ahora tu vida es así.
Los ojos de Lissa se abrieron de golpe.
—¿Estás cortando conmigo?
—Estoy… no lo sé. Sí, supongo —Lissa se quedó tan afectada por el impacto y el miedo que no vio a Christian igual que yo, no vio la angustia en sus ojos. Le destrozaba tener que hacerlo. Él también sufría, y lo único que veía era que la chica de la que se había enamorado estaba cambiando y convirtiéndose en alguien con quien no podía estar—. Las cosas no son como antes.
—No puedes hacerlo —repuso Lissa, llorando. Era incapaz de ver el dolor de Christian. Lo veía como alguien cruel e injusto—. Tenemos que hablar de esto, aclarar las cosas.
—El momento de hablar ya ha pasado —alegó él—. Deberías haber estado dispuesta a hablar antes, no ahora, cuando las cosas de repente no salen como a ti te gusta.
Lissa no sabía si gritar o llorar. Solo sabía que no podía perder a Christian, y menos después de haberme perdido a mí. Si nos perdía a ambos, ya no le quedaba nada en el mundo.
—Por favor, no lo hagas —suplicó—. Puedo cambiar.
—Lo siento —dijo Christian bruscamente—. Es que no lo veo reflejado en lo que haces.
Se giró y se alejó de repente. Para ella, su marcha fue brusca y fría. Pero, de nuevo, yo había visto la angustia en los ojos de Christian. Creo que se fue porque sabía que si se quedaba no iba a ser capaz de mantener aquella decisión, una decisión que dolía pero que él pensaba que era la correcta. Lissa hizo ademán de seguirlo pero, de repente, una mano la retuvo. Se giró y vio a Avery y Adrian a su lado. Por sus miradas se notaba que lo habían oído todo.
—Deja que se vaya —dijo Adrian solemnemente. Era él quien la había agarrado. Le soltó la mano y enlazó sus dedos con los de Avery—. Si vas tras él ahora, solo empeorarás las cosas. Dale un poco de tiempo.
—No puede hacerlo —dijo Lissa—. No puede hacerme esto.
—Está enfadado —dijo Avery, que reflejaba la misma preocupación que Adrian—. No piensa con claridad. Espera a que se tranquilice y volverá.
Lissa siguió con la mirada a Christian mientras se alejaba. Tenía el corazón roto.
—No sé. No sé si volverá. Ay, Dios. No puedo perderlo.
A mí también se me rompió el corazón. Tenía muchas ganas de ir con ella, de consolarla y estar a su lado. Se sentía muy sola, y me sentí fatal por abandonarla. Algo la había empujado a aquella espiral descendente, y yo debería haber estado allí para ayudarla. Eso es lo que hacen las buenas amigas. Tenía que estar allí.
Lissa se giró y miró a Avery.
—Estoy muy confusa… No sé qué hacer.
Avery la miró a los ojos, pero entonces… sucedió algo extrañísimo. Avery no estaba mirándola a ella; me estaba mirando a mí.
«Vaya. Tú otra vez».
La voz resonó en mi cabeza y, ¡zas!, ya estaba fuera de Lissa.
Allí estaban el empujón mental y las oleadas de calor y de frío. Repasé con la mirada toda la habitación, conmocionada por lo abrupta que había sido la transición. Pero me había enterado de algo. Ahora sabía que Lissa no era la que me había echado ni la vez anterior ni esta. Lissa había estado demasiado distraída y consternada. ¿Y la voz? Tampoco había sido la suya.
Y entonces por fin recordé dónde había sentido ese cosquilleo mental. Oksana. Fue la misma sensación que había experimentado cuando ella se introdujo en mi mente para hacerse una idea de mi estado de ánimo y de mis intenciones, algo que tanto ella como Mark reconocieron que era invasivo y que estaba mal si no había un vínculo con esa persona.
Repasé detalladamente todo lo que me acababa de ocurrir con Lissa. Vi de nuevo esos últimos instantes. Unos ojos de color azul grisáceo mirándome a mí, no a Lissa.
Lissa no me había echado de su cabeza.
Había sido Avery.